Título: Can I save you?

Personajes: Phosphophyllite, Antarcticite, Jade, Sensei Kongo/Adamant (mención).

Pairings: Phos/Antarct.

Línea de tiempo: AU; Moderno.

Advertencias: Disclaimer Hōseki no Kuni/Land of the Lustrous; los personajes no me pertenecen, créditos a Haruko Ichikawa. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo alterno]. Situaciones dramáticas, algo vergonzosas, casi cómicas, poco románticas y dolorosas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.

Clasificación: K

Categoría: Dolor/Consuelo, Romance.

Total de palabras: 1785

Nota de autora: En efecto, le sigo llorando a Antarct;;


Summary: Quizás esta vez, y sólo esta vez, pueda impedir que lo hagan pedazos, para llevárselo lejos, para llevárselo a la luna. Ya no quiere esperar tantos milenios.


Hay mariposas doradas revoloteando a su alrededor.

¿Hola? ¿Phos? ¿Sigues ahí?

La voz de Jade se oye lejana, tan lejana como el cielo brillante, como la luz del sol. Ella sólo puede perderse en un mar de hielo y pensar, pensar, pensar en una vida entera, en algo que ya ha sucedido antes, en historias tan antiguas como el tiempo mismo, que se yerguen tras una memoria hecha trizas que no podrá reparar. Mientras que, sin querer, bajo su piel y entre sus huesos lloran algunas epifanías que no comprende, una travesía de nostalgia.

Phos, si no te apresuras, el sensei se enfadará.

Jade sigue lejana. Tan lejana. Pero no le importa, porque nunca está lo suficientemente lejos. Porque, a diferencia de lo que sabe con exactitud (pero mezclado con vanos presentimientos desgarrados), no hay nadie más lejano que la persona de inmaculado blanco y ojos de nieve, que vive y muere tras sus pupilas en cuanto sueña con incesantes aventuras dignas de una fantasía poco armoniosa —un mundo vacío, una isla desierta donde la única vida son piedras relucientes y un robot con una coraza indestructible pero un corazón blando, con una niña que trae en el cabello y en las orbitas el color de la menta más fresca, le acompaña y le llama «sensei, sensei, sensei» entre risas inocentes que se alegran en tu estúpida ignorancia, y que después solamente añora y suplica con lágrimas doradas saber acerca de algo que no comprenderá sino en cuanto pasen y pasen las infinitas estaciones—. Ella cree que tal vez se trate de un mal juego fijado a un déjà vù sutil.

Pero tales cosas no son comunes. Ella no es común. Como tampoco él.

Porque él sí la mira, sí se ve el dolor tras sus irises, tras las aureolas blancas, impolutas, como su cabello invernal.

(En medio de una idea infantil se atreve a preguntar si acaso estará hecho de hielo o será tan frío como el mismo.)

Su nombre lo es todo pero—

«¿Cuál era su nombre?»

—¿Cuál es tu nombre?

La mirada descongelada en sorpresa pronto cambia al escuchar su voz, sus palabras, la pregunta que le ha salido sin querer gracias a los comunes arrebatos que le ocasionan tanto problema.

Pero Phos no tiene tiempo para preocuparse por eso. La voz de Jade ha dejado de sonar en su teléfono. Las flores amarillas que ha echado al suelo sin querer ya no son nada, como tampoco el estruendoso ruido de las calles de la ciudad. Sólo están ella y él, en medio de una acera, mirándose entre sí mientras uno de ellos intenta recordar, desesperada, la razón de su inquietud y las imágenes dolorosas de cristal rompiéndose una y otra vez; mientras que el otro suprime un rostro compungido en tristeza y en sus manos se aferra al tallo de un lirio blanco imaginario, impoluto pero marchito como él mismo, pero tan distinto que podría romperlo en pedazos y sólo así podrían parecerse en una mísera pizca.

Traga pesado, la fina linea de sus labios se relaja. Retrocede un paso, en tanto su expresión vuelve a la calma y una insensata y sutil molestia.

—¿No es de mala educación preguntar algo así a un extraño?

La niña parece despertar de un trance, y su cara es un poema de horror. Da varios pasos hacia atrás, con torpeza. Sus pequeñas manos se aferran a la correa de su bolso.

—Ah... Lo lamento —aún torpe, da un asentimiento con la cabeza, a modo de disculpa. Sabe que tiene que irse, no tiene tiempo que perder, pero también está ese rastro de miasma lleno de dudas que le obliga a su interior a quedar firme en su sitio. Nunca ha sentido algo así—. Sólo... creí que te conocía.

Phos no se reconoce. Hay algo mal en su actuar, ella no es así. Ella nunca ha dudado ni se ha mostrado débil frente a otra persona. Años de dolor, años de culpa, años de pesadillas y años escondiéndose tras la ropa oscura de alguien a quien no le importa mentirle le han grabado en su interior la realidad de un carácter indomable.

Pero es joven y no entiende. No entiende las memorias ajenas que golpetean tras sus párpados.

Más voces. Una luna. Colores brillantes. Hielo y menta. Frío. Frío. Frío. Después está la pesadez en sus brazos y un llanto silencioso, lágrimas relucientes como el mismo sol. Soledad eterna. Una verdad a medias entre más problemas. Ella quiere creer que es lo único que necesita para continuar existiendo entre mentiras piadosas —sucios engaños que le han quitado tanto, que no puede perdonarlo.

(—No dejes que se sienta solo.)

Pedidos imposibles. Tanta rabia. Tanto odio. Tanta desilusión. Tanta melancolía.

—Espera, ¿por qué estás llorando?

(Desde el principio, ha sido la primera entre sus hermanas que pudo hacer tal cosa; llorar muda siempre ha sido horrible.

Había alguien que limpió sus lágrimas. Pero no era quien ella quería que lo hiciera.)

—Lo siento.

Ni siquiera entiende por qué está pidiendo perdón. Ella no ha hecho nada malo (no desde la última semana —o la última vida, o los últimos diez mil años—). Pero sus labios se entumecen, no puede controlarlo. Tanto como tampoco controla el calor en sus ojos y sus mejillas, el ardor que deja borrosa su vista y el nudo horrible que no permite que su voz vuelva a escapar de su boca. Quiere hacer algo, quiere decir algo, quiere—

Pero sólo puede llorar en silencio.

—Oye, tranquila. No hagas eso...

La voz es distinta, pero es el mismo tono, la misma calidez inmaculada que se entremezcla con el telar de absurda y fingida molestia. Un hastío verdadero (simple, pequeño) y sentimientos amables que se contradicen.

(Siempre, siempre, siempre parecía luchar contra sí mismo, siempre viéndose genial, dando buenos consejos, gritando barbaries crueles que en realidad eran advertencias para que no se hiciera daño, como siempre lo hacía. Tantas palabras y tanto cariño disfrazado en los años contundentes en los que fue el primer compañero que—)

Primer compañero verdadero.

Una mano se acerca. El rostro del desconocido no tan desconocido es visible a través de sus lágrimas amargas, que han podido llevarla a ese mundo, a ese antiguo lugar en medio del mar, en medio de la nada, en la estación helada y con nieve congelando los prados y ocultando el sol. Su cansancio pesa otra vez, jamás olvidará tales instantes, no podría, el dolor y la fatiga es eterna, su horror no tiene final.

Tampoco esas palabras.

(—Haré mi mejor esfuerzo en las cosas que puedo hacer.

—Entonces nunca serás capaz de hacer algo más que eso.)

Y sus dedos son cálidos. Puede sentirlos.

—Te ves lamentable.

Y le sonríe. Esta vez no hay sufrimiento en sus expresiones, ni cansancio, ni resignación —antes de ser hecho pedazos y arrastrado a otro mundo sólo para hacer añicos y convertirse en polvo estelar.

Phos cree que en cualquier momento él también va a empezar a llorar.

—Así no podrás ir a trabajar, ¿no crees?

—Antarct...

Le llama, entre temblores. Sus manos suben hasta aferrarse a la tela de su ropa. Sus brazos no están rotos ni se perderán en el océano, así que quiere confiar y—

Quizás esta vez, y sólo esta vez, pueda impedir que lo hagan pedazos, para llevárselo lejos, para llevárselo a la luna.

Ya no quiere esperar tantos milenios. Ya no puede hacerlo. Ya no habrá día en que no se lamente el no tenerlo a su lado, enterrándose en la nieve fría, rompiendo glaciares con una espada, cuidando del sueño de su familia (fingiendo que no hay nada de malo rodeando, ni el miedo de ser engullido por una mancha y las campanas que anuncian la perdición).

—¡Antarct!

Sólo dos pasos y puede, finalmente, abrazarlo con fuerza. No hay caja de oro ni lanzas ni espadas o hilos que le arrebaten ese instante. Sólo está el frío ambiente del otoño, que ya no importa porque no va a derretir el cuerpo ajeno y ella no va a tener que esperar hasta los próximos inviernos para saludarle ni llevarle flores marchitas. Ahora solamente es una realidad y el tiempo corto de una vida efímera.

Se alegra tanto, tanto, tanto de que en esta existencia haya podido volver a verle.

—No te vayas.

Tiembla. Llora. Tiene temor y está tan contenta también.

—Por favor, no te vayas.

Antarct no le habla. Phos tiene tanto miedo de que solo se trate de una ilusión, así que no piensa soltarlo nunca más.

—No te vayas a la luna, Antarct.

—Idiota, eso ya no va a pasar.

Calidez, tanta calidez.

—Al menos me recuerdas, tres y medio.

—No te olvidaría. No podría... ¡¿Tienes idea de cuánto quería que regresaras?! ¡Estuve milenios deseando que el idiota de Aechmea te restaurara y–!

—Oye, oye, cálmate, quieres —la detiene, cortando el cariñoso abrazo y dándole una mirada de reproche. Phos se limpia las lágrimas con las mangas de su ropa—. Pareces una loca gritando tonterías en medio de la calle.

—Ya, pero no me puedes culpar —cruza los brazos. Ha vuelto a ser ella por completo, tan caprichosa y terca. Antarct no puede volver a sonreír—. Resulta que alguien casi me echó a patadas de su local a pesar de que me reconoció. ¿Por qué hiciste eso? ¿Ibas a fingir que no me conocías?

—Hasta el día de mi muerte.

Phos jadea en horror.

—Tú, maldito–

(Sin embargo, está feliz. Tan feliz.)


¿fin?