Notas: Hola! Les traigo aquí un pequeño detalle sobre Eren luego del SNK 139.
Creo que todos los eremika (y jeanksa y levimika como yo jajaja) hemos quedado un poco picados por ver más. Como eremika, la historia me dolió al ver que Eren amó a Mikasa pero no hubo tiempo para ellos dado a la guerra. Una gran tragedia!
Espero les guste.
Disclaimer: pertenece a Isayama todo AOT.
Las brasas del sol tostaban su piel mientras cortaba la leña. No necesitaba tanta madera para su vivienda, pues el invierno nunca era lo suficientemente frío como para molestarle. Las noches, a pesar de ser frescas, no requerían que él encendiera la chimenea dentro de su cabaña. Y, sin embargo, Eren cortaba leña todos los días durante largas horas. Era lo único que lograba apaciguar la intranquilidad dentro de su pecho.
No sabía ni entendía por qué había sido merecedor de pasar el resto de la eternidad en un lugar como aquel. Los días eran soleados, los pájaros cantaban, las noches eran estrelladas y el sonido de las aguas del rio inducían a la relajación. Eren estaba consciente de que no merecía dicho lugar. Había provocado demasiado dolor, agonía y miseria en el mundo. El otorgarle una oportunidad a la Isla Paradise necesitó el sacrificio del 80 porciento de la humanidad.
Sus manos estaban manchadas de sangre. Lo mismo sus piernas. Había matado con sus manos. Y había aplastado a millones con los titanes colosales. Niños, mujeres y ancianos. Bosques, prados y lagos. Había destruido a todos por igual. Por más que limpiara su piel, esta estaba sucia.
Estaba manchada de carmín.
Cortó más leña. Eso le ayudaba a ignorar todo lo que había hecho. El sonido de la madera al caer disfrazaba el sonido de los huesos al crujir. El cantar de los pájaros disminuía los gritos de horror y dolor.
Entrecerró sus ojos y se forzó a respirar hondo. No merecía el perdón, y, sin embargo, lo anhelaba con todas sus fuerzas.
Eren sentía desdicha y lastima por sí mismo. Solo había anhelado ser libre. Solo deseó que sus amigos y compatriotas fueran libres. El deseo de libertad había estado impregnado en su memoria desde que tenía uso de razón. Sin embargo, la vida era tan cruel y el destino tan irónico que él, la persona que más ansió la libertad, no fue más que un esclavo de los caminos.
Desde hacía mucho sabía que él no era un elegido. Era solo un usurpador que nunca debió tener los poderes del titan fundador. Él no era como Armin, que con sus palabras e intelecto podía lograr cambios asombrosos. Tampoco era como Mikasa, fuerte y con unas agilidades sobrehumanas.
Él era solo él. Un tipo común que había caído en medio de unos poderes omnipotentes. Él era el ejemplo perfecto de que podía ocurrir cuando un don nadie conseguía poderes.
Él era destrucción. Furia. Muerte.
Recogió la leña entre sus brazos y tragó el nudo que se había formado en su garganta. ¿Cuánto tiempo llevaba en ese lugar? ¿Un año? ¿Diez? ¿Cuarenta? No estaba seguro. Lo único que sabía era que, a pesar de ser un paraíso de paz, él se sentía solo. Demasiado solo.
Extrañaba a sus amigos. A cada uno de ellos.
Extrañaba a Armin y sus ideas sobre el mundo a descubrir. Deseaba volver a ver sus ojos azules destellantes mientras idealizaba los asombrosos mundos detrás de las murallas.
También extraña a Jean y sus constantes peleas con él. A Connie y sus ideas estúpidas. Al Capitán Levi y sus comentarios tajantes y sarcásticos. Extrañaba a Sasha…
Y, sobre todo, la extrañaba a ella. A Mikasa.
Extrañaba a Mikasa. Su fiel compañera. La persona que podía dar la vida por él. Quien hasta el último momento creyó en él. Quien intentó salvarlo. Quien intentó regresarlo a casa. Mikasa, la persona a la que prometió colocar su bufanda todas las veces que fuera necesario.
Eren no estaba seguro en qué momento nació aquel amor tan profundo por Mikasa. Imaginaba que era algo que había estado consigo desde niños, pues, aún a sus diez años jamás imaginó una vida sin ella. Ese deseo de pasar el resto de su vida junto a ella era algo que eventualmente surgiría. No había día donde ella no estuviera con él. En sus alegrías y penas; en sus victorias y derrotas. Ella era la sombra que siempre lo seguía con su silencio confortante; con sus ojos grises sin juzgar. Y a pesar de siempre estar junto a él, ello no impedía que ella le señalara sus errores y malas decisiones. Mikasa, tal y como lo fue para Ymir, era el espejo del amor incondicional.
Sin embargo, el destino era cruel. El mundo era un lugar demasiado cruel.
Por más que la amara él no podría quedarse junto a ella. Por más que deseara vivir y conocer aquel mundo fantástico que Armin les contaba, él estaba destinado a ser un monstruo y morir.
Eren no era más que un esclavo de su destino.
Y dolía. Aunque pasaran cientos de años, dolía. Él deseaba ser un halo de esperanza para la humanidad. Y, sin embargo, se había convertido en el verdugo de millones.
Colocó con cuidado los pedazos de leña recién cortada en el interior de un cajón. Con el dorso de su mano limpió la capa de sudor que se acumulaba en su frente. Sus cabellos castaños le caían un poco más arriba de sus hombros. Elevó su mirada y fijó sus orbes esmeraldas sobre el firmamento. Los rayos del sol lo cegaron levemente, por lo que tuvo que bajar su mirada y dirigirla hacia el otro lado del claro. Frunció el ceño al ver una figura caminar hacia su vivienda.
Abrió y cerró los ojos, llevándose los dedos a sus ojos para ver si solo era producto de su imaginación. La figura caminaba hacia su cabaña. Con cada paso que daba, podía verla mejor. Era una mujer de cabellos negros que le llegaban a los hombros y piel porcelana. Lucía una larga falda y una blusa de mangas largas, además de llevar una bufanda cubriendo su cuello.
Eren abrió su boca y volvió a cerrarla. ¡No podía ser cierto! ¡Eso debía ser su imaginación!
¡Mikasa!
Dejó caer al suelo el último pedazo de leña, impactado. Negó la cabeza y se llevó las manos a la cara. Estaba enloqueciendo, ¿verdad? Este debía ser el castigo por todos sus crímenes. Ver el reflejo de la persona que más amó sin poder alcanzarla. —No, no…—
—Eren,— su voz era suave y sedosa. Mikasa estaba de frente a él, sus ojos grises observándolo fijamente.
—Estoy enloqueciendo…— su voz era rasposa. Sentía las lágrimas calientes arder en sus ojos. —Esto es un castigo cruel… es demasiado cruel…— se lamentó, sintiendo la humedad recorrer sus mejillas. Cerró sus ojos y se obligó a no verla, pues sabía que si seguía viéndola iba a doler más. Quizás si ignoraba todo ella desaparecería y dejaría de doler.
Las suaves y frías manos de Mikasa le tomaron de las suyas. Se sentía demasiado real. —Eren… estoy aquí.— Él abrió sus ojos y la vio. Mikasa realmente era real y estaba frente a él. Ella era de carne y hueso. Las lágrimas se acumulaban en sus orbes grises, amenazando con escapar.
Ella era real.
No estaba seguro quien había dado el primer paso. Realmente no importaba. Fuera como fuera, se habían abrazado con tanta fuerza que él creyó que se fundirían y se convertirían en una sola persona. Estaban tan cerca que era capaz de sentir en su pecho el latir fuerte del corazón de Mikasa. Alguno de los dos temblaba. O quizás eran los dos.
Ella estaba allí. Ella era real.
¿Cómo podría decirle todo lo que pasaba por su mente? Cerró los ojos y hundió su rostro en el cabello azabache de ella. Sus lágrimas humedecían su cabello. —Mikasa… yo…—
—Lo sé, lo sé, Armin me lo contó todo. Me dijo todo lo que no fuiste capaz de decirme la última vez que nos vimos en esta misma cabaña,— Sus dedos se aferraron de la tela de su camisa, como si intentara evitar que él desapareciera.
Eren tomó una bocanada de aire. —Le pedí que no lo dijera…—
—Supongo que deseaba ser honesto al borde de su muerte.—
El joven Yeager subió su mirada, horrorizado. —¿Muerte? ¿Cómo? ¿Por qué?— susurró, sintiendo una punzada de dolor.
Mikasa mantuvo la calma, alejándose lentamente de él. —Armin tuvo una larga vida, Eren. De hecho, todos la tuvimos.— Ante la mirada de confusión del chico, ella prosiguió. —Armin se casó y tuvo varios hijos. Murió a los noventa y tres años, después de muchos años involucrados en la diplomacia y en escribir algunos libros. Realmente tenías razón en que él sería quien traería paz y salvaría el mundo.—
Eren sintió una gran paz recorrer su interior. Armin había logrado tener una familia, vivir una vida larga y plena, además de haber estado involucrado en la paz de la isla. Realmente era él la clave para traer paz al mundo. Siempre había sido él.
Tomó la mano de Mikasa y la condujo hasta la banca frente a su cabaña. Los dos se sentaron cerca el uno del otro. Luego de un largo tiempo en silencio, él se volteó a mirarla con tranquilidad. —¿Y tú, Mikasa? ¿Qué ocurrió contigo?—
Ella sonrió de lado, sus dedos jugando con los hilos de la bufanda. —Yo tuve una buena vida.— Eren imaginó que ella había sobrevivido a Armin pues, ¿cómo habría de haber escuchado su verdad?
Sus ojos verdes se iluminaron con genuina alegría. —¿Cómo fue?— Él tenía una ligera sospecha.
Mikasa suspiró, colocando su cabeza sobre su hombro. —A los cinco años de tú muerte, me casé. Tuve tres hijos, quienes a mi muerte, ya tenían varios niños.— Eren sonrió al imaginar a Mikasa como abuela, rodeada de niños de cabellos negros.
El Jaeger arqueó una ceja. —¿Tardó cinco años en acercarse?— Los ojos grises de Mikasa se abrieron de par en par. Él se rió. —Jean era un buen hombre.—
Ella sonrió, asintiendo. —Lo fue. Él fue un padre excepcional para nuestros hijos. Y un muy buen esposo.— Los suaves dedos de Mikasa le tomaron la mano. —Se que le pediste que fuera paciente. ¿Siempre supiste que él me amaba?—
—Solo un ciego podía ignorarlo,— comentó Eren, recostando su cabeza sobre la de Mikasa. —Solo confié en él para que te hiciera feliz. Deseé que todos ustedes fueran felices y tuvieran largas vidas.—
—Y todos las tuvimos.—
Eren besó su cabeza. —Y todos la tuvieron.— Tener a Mikasa junto a él lo hacia sentir una paz indescriptible. Sabía que sobre sus hombros se encontraba el peso de las muertes y la destrucción. Nada de lo que hiciera lo borraría, sin embargo, junto a ella el peso era más fácil de cargar.
Jamás podría ser perdonado por la muerte y destrucción. Pero al menos el peso era más liviano junto a ella.
Mikasa le apretó los dedos, como si supiera que pasaba por su mente. —En esta vida, déjame permanecer junto a ti.—
Él sonrió. —En esta vida y en la próxima, Mikasa.—
Notas: Para los que quieran saber, Armin se casó con Annie.
Mikasa y Jean tuvieron tres hijos: Marco, Eren y Sasha. En esta historia, Marco es el lindo bebé del sueño de Jean. Dicho sueño, para este fic, no es más que el futuro que le demostró Eren a Jean utilizando los poderes del titan fundador. (y así mezcló todas las bonitas teorias que andan por la red.)
