Buenas buenas buenasss!
Ya le venía pensando un crossover a esto.
Una aclaración: voy a jugar con la idea de el canon, porque, a decir verdad, no lo respetaré tanto como podría parecer al principio. Digamos que, en general, hasta la muerte de Zeref todo será casi igual (CASI), y hasta el enfrentamiento entre las clase también (que es lo que se está animando este año, 2021).
Cualquier cosa del canon que cambie, será aclarado y contado, para evitar cualquier confusión.
Estos anime no me pertenecen, estos personajes tampoco, pero esta historia sí. (la imagen de portada tampoco me pertenece).
¡Disfruten!
Parte I
El encuentro
De cómo los mundos entraron en peligro, y quiénes serían los que participarían de la guerra por salvarlo.
Capítulo I
Los intrusos.
El presidente Nezu siempre había conservado un halo de misterio frente al resto de los miembros del consejo directivo de la escuela; también, frente a otros héroes que daban clases allí; incluso, era un misterio para el gobierno y casi todos los periodistas. Es que a Nezu, mal que mal, le gustaba su privacidad. Le agradaba poder vivir en un lugar que nadie pudiera visitar porque nadie podía localizar en un mapa. Le agradaba evitar preguntas incómodas sobre su pasado (o sus planes para futuro). Le agradaba poder tener secretos que nadie más podría tener.
Y era esto último lo que iba a perder en unos minutos, en esa misma sala de reuniones. Y eso le molestaba, le irritaba, y hacía que tuviera que contener una y otra vez su respiración para no gritar. Conservaría la vista calmada, la fachada de despreocupación mezclada con inteligencia. Pero no, no le agradaba para nada tener que liberar uno de sus secretos. En especial, uno tan preciado como el que estaba en esa carpeta que tenía frente a sus manos, páginas y páginas de complejas explicaciones que tendría que simplificar rápidamente.
Pasao un tiempo, sonó la puerta. El representante de la clase 3-A, Iida Tenya, entró a paso dubitativo. Detrás de él, los Tres Grandes: Todoroki Shouto, Midoriya Izuku y Bakugou Katsuki. Cerrando esa pequeña comitiva, los dos profesores principales de la clase: Aizawa Shouta y Midnight. Sin mediar palabra con el director, los seis se sentaron en distintas sillas de la larga mesa. Los cuatro jóvenes, aunque con expresiones ligeramente disímiles, se notaban confundidos. Los dos adultos que los acompañaban tenían los ojos en una fija y constante preocupación. Era casi de madrugada, aunque ninguno de ellos parecía haberse despertado hacía poco.
—Tenemos un problema; grave —dijo Nezu sin siquiera saludarlos, posando sus manos sobre la carpeta que tenía enfrente.
—¿Qué sucede, Director? —pregunto Aizawa, despacio, como midiendo cada distancia entre letra y letra para hablar de la forma más calmada posible.
Nezu no respondió de inmediato a la pregunta. En cambio, bajó de la silla, y comenzó a pasearse junto a los enormes ventanales que cubrían la totalidad de una de las paredes laterales de la sala. Sus manos se agarraban la una a la otra por detrás de la espalda, y sus pasos, aunque cortos y mesurados, se notaban ansiosos.
—Es un mundo complejo, este —soltó entonces el director, mirando hacia afuera, dando la espalda a sus interlocutores—. Demasiado complejo para entenderlo, demasiado simple como para jugar a ser ignorante.
Nadie dijo palabra. La sala se sumergió en un momentáneo silencio, roto solo por la mano de Aizawa arrastrando la carpeta más cerca de sí para poder inspeccionar su contenido.
—Ahí está contenido todo —explicó el humano-animal, medio sonriendo. Aizawa paseó sus ojos con rapidez por las páginas, leyendo en diagonal. A cada momento, su expresión se volvía más y más sorprendida. Mientras terminaba cada página, se la pasaba a Midnight, que las escrutaba con algo más de atención, y con la misma sorpresa que su compañero de profesión.
Pasaban los minutos, y los cuatro jóvenes se notaban cada vez más incómodos y desubicados. De pronto, parecía como si nunca hubieran tenido que asistir a esa reunión, como si se hubieran metido sin permiso y ahora estuvieran esperando algún tipo de regaño por parte de los adultos.
—No —dijo Aizawa, tajante, una vez hubo terminado de inspeccionar el archivo—. Definitivamente, no. Tendrá que pensar en otra opción, Director.
—No hay otra opción, eso te lo puedo asegurar.
—Podríamos armar un comité, que vote a los elegidos para realizar esta tarea —dijo Midnight, quien todavía tenía algunas páginas por leer.
—Sería imposible —corrigió Nezu—. Los héroes no dan abasto, los villanos no paran de multiplicarse. Enviar a algunos hacia allá haría que el caos explotara por acá. Tenemos que intentar cubrir todos los flancos, sin excepción, y es por eso que esta sería la mejor manera.
—¿Por qué lo mantuvo en secreto? —La voz de Aizawa salía, de pronto, con un veneno muy particular, un rencor profundo alojado en todos los órganos de su cuerpo, casi como si respirara veneno.
Nezu no respondió ante esa pregunta, decidiendo pasearse hacia un lado y otro de las ventanas. Con rapidez, miró uno a uno a los jóvenes allí presentes, dándoles una breve sonrisa de apoyo (en apariencia) incondicional. Aizawa apretaba los puños sobre la mesa, y Midnight, ahora con todo el archivo leído, tenía el ceño fruncido y una expresión de completo enojo.
—Al menos uno de nosotros debería ir —dijo ella, pensativa.
—Esa sí es una consideración válida. Sólo tenemos que decidir quién.
—Pregunté —soltó Aizawa, con un filo peligroso en la voz— que por qué mantuvo esto en secreto, Director.
Nezu cayó en una expresión seria, marchando a su asiento e incorporándose sobre el mismo, dando la cara a todos sus interlocutores. Guardó silencio por algunos segundos, como quien pone en orden sus ideas antes de hablar y, cuando por fin lo hizo, una peligrosa calma se le dejó oír:
—¿Lo hubieras creído? ¿Alguien lo hubiera hecho? —cuestionó el director Nezu. Dentro de él, esperaba que esas preguntas fueran suficientes para esconder sus verdaderas intenciones: su gusto por la información privilegiada.
—¿Qué es lo que sucede? —Izuku se esforzó por mantener una voz queda y firme, pero el temblor de la inseguridad que se le había metido en el cuerpo por la preocupación de Aizawa y de Midnight no podía esconderse con facilidad.
—La clase 3-A deberá embarcarse en una misión —explicó Nezu, poniendo algo de ánimos en su voz. Ninguno de los dos profesores emitió sonido, decidiendo clavar sus ojos en la tabla de la mesa que tenían enfrente. El director entendió esto como un permiso para seguir hablando, y se dirigió a los cuatro jóvenes, que se veían entre confundidos y emocionados—. Tendrán que ir todos, sin excepción; alguno de sus profesores los acompañará para asegurarse de que cualquier emergencia pueda ser cubierta. Mientras tanto, deberían comunicarle a sus compañeros.
—¿Y en qué consistiría esta misión? —preguntó Bakugou, con cierta emoción en su tono, aunque algo dudoso.
—Como les dije —comenzó Nezu— este mundo es muy complejo. Lo que vemos a primera vista no es todo lo que hay para conocer. No estamos solos con nuestro universo: hay muchos otros a nuestro alrededor, conectados por finos canales, puentes, o como prefieran llamarles. Esos lugares deben ser protegidos para que los universos no colapsen. Su equilibrio es demasiado delicado: la ruptura de un mundo o incluso de un puente podría destruir toda nuestra realidad y a nosotros con ella. Y, ahora, ese es nuestro más grande peligro.
Silencio. Los cuatro jóvenes tenían los ojos demasiado abiertos para parecer real, y los labios desprendidos. La sorpresa de sus expresiones estaba confundida con algo de temor por lo que, de pronto, se estaba volviendo obvio. Quizá deberían haberse emocionado. Tiempo después, se arrepentirían de sus reacciones, creyendo que un héroe tendría que emocionarse por complicadas misiones en lugar de temer por ellas. Sin embargo, la información y lo que ella implicaba hacía imposible el sentirse bien por las palabras de su director.
—Todavía no sabemos cómo llegar a donde debemos llegar —dijo Nezu—, y es por eso que les comunico ahora todo esto. Con toda probabilidad, antes de que este trimestre finalice ya tendremos ideado nuestro camino. En este momento hay muchas personas investigando cómo ir y cómo volver. Mientras tanto, deberían entrenarse todo lo que puedan, porque no sabemos qué es lo que les deparará la suerte del otro lado.
—Esto es estúpido —interrumpió Aizawa, levantándose. Midnight lo siguió, con el ceño fruncido.
—No podemos mandar estudiantes a una misión suicida —siguió Midnight, indignada. Los cuatro jóvenes observaban a sus dos mayores con algo de admiración: no era usual ver personas haciendo frente a las decisiones del director—. Armaremos una comitiva de héroes e iremos en búsqueda de lo que sea que esté del otro lado. Si las cosas se complican, volveremos a buscar más. Mientras tanto, estos chicos pueden dedicarse a los trabajos que realizamos nosotros ahora. Serán los héroes de nuestro mundo mientras nosotros nos embarcamos al otro.
La voz de Midnight sonaba definitiva, sin ánimos de escuchar tan siquiera una palabra más. Con un gesto, indicó a los cuatro jóvenes que se retiraran y, sin mediar palabra, ellos se levantaron también, caminando hasta la puerta.
—Prepárense para lo desconocido —Pudieron oír a Nezu, antes de salir.
En la sala se quedaron solo los tres adultos, todos parados, Aizawa y Midnight mirando con desafío a su jefe.
—Lo que sugirió es demasiado estúpido para alguien tan brillante —dijo Aizawa con rencor.
—Nos hace imposible obedecerlo, director. No se hará a su manera —apoyó Midnight.
—Escúchenme ustedes —La voz de Nezu de pronto fue peligrosa, amenazante, casi, casi con sed de sangre—. Haremos como digo, y no me harán dar más explicaciones al respecto. Si tanto se preocupan, entonces entrénenlos lo más que puedan. Pueden retirarse.
Dicho eso, se sentó en su silla, esperando a que ambos héroes salieran del recinto. Una vez solo, abrió la carpeta con la información. Sí, al director Nezu no le gustaba compartir los secretos que tenía, y era por eso que, incluso cuando se veía obligado a hacerlo, jamás decía todo lo que tenía para decir.
Bakugou Katsuki siempre había tenido problemas para dormir por largos períodos de tiempo y, una vez despierto, era muy difícil que conciliara el sueño. Por eso, cuando llegó a su habitación, no pudo acostarse, por más que fuera de madrugada y que pudiera dormir hasta tarde por ser el siguiente un día de clases. Cuando esto sucedía, solía sentarse a adelantar algo de trabajo de la escuela, o bien, si el tiempo lo tenía de un humor particularmente bueno, prefería leer algún libro o manga que tuviera a mano. Sin embargo, apenas puso un pie dentro de su preciado recinto de privacidad, se vio con la mente en blanco y nada para hacer. No podía pensar más que en lo que acababa de vivir. Que lo despertaran en mitad de la noche le había sugerido que algo había ocurrido, pero no esperaba encontrarse con los otros tres, ni con los profesores, ni con la revelación de Nezu. No esperaba nada de eso y, ahora, todos sus posibles planes se habían visto cortados por la sorpresa. Se quedó ahí, parado en el umbral de la puerta, mirando hacia adentro, la luz apagada, pensando en cómo podría distraerse de este surreal estadio en el que se encontraba.
—¿Bakugou? —Escuchó, y de reojo pudo ver un destello de color rojo aparecer. Cuando giró su cabeza, sus ojos enfocaron a un dormido Kirishima, frotándose uno de los ojos, su pelo hacia abajo. Su cuerpo estaba algo encorvado, de seguro por la relajación de una buena noche de sueño. Si algo podía hacer el pelirrojo (y Bakugou lo envidiaba por eso) era dormir como una roca. Inmutable, inamovible, in-despertable.
—¿Está todo bien? —preguntó Kirishima, y soltó un bostezo, sin preocuparse por tapar su boca y mostrando sus puntiagudos dientes. Quiza podría decirle ahora, ¿no? Contarle lo que había sucedido, lo que le habían dicho, lo que les sucedería a los veinte estudiantes de la clase 3-A. Podría sentarse con él a planear alguna suerte de plan de acción, algún entrenamiento especial para sugerirle a Aizawa y así poder potenciar sus capacidades al máximo antes de tener que embarcarse en donde fuera que se estaban metiendo.
—Sí, todo bien —mintió. Sería mejor hablar en la mañana—. Es solo que me dio sed. Iré por agua.
Kirishima lo miró a los ojos por unos silenciosos (e incómodos) segundos, pero pareció creerle.
—Si necesitas algo, puedes tocar la puerta.
Y entró a su habitación, cerrando tras de sí. Bakugou decidió (con mucha fuerza de su ser) no dar demasiadas vueltas al ofrecimiento de su mejor amigo, y, en lugar de eso, caminó hasta el ascensor, que lo llevó más rápido de lo que le hubiera gustado hasta la sala común. Todo se encontraba en silencio, y se dirigió hasta la cocina. No podría mentirle dos veces a Kirishima en la misma oración, así que, cuando menos, debería buscar algo de agua. Ni siquiera se molestó en prender la luz, y su rostro se iluminó levemente cuando, al abrir la heladera, la luz le dio de lleno. Se sirvió un vaso de agua y se quedó ahí, parado, tomando a sorbos.
—¿Tampoco puedes dormir? —Escuchó detrás de sí, dando un salto. Deku estaba sentado a la mesa de la cocina.
—¡Idiota! ¡¿Podrías dar una señal de vida cuando uno entra al lugar?! —preguntó a medio grito, sobresaltado. Izuku rió por lo bajo, arrepentido.
—Lo siento, no lo pensé.
—Jamás lo haces.
—Auch.
Bakugou tomó el vaso y caminó hasta una de las sillas de la cocina que estaba desocupada. Con el tiempo, había aprendido que podía charlar con Deku por más de dos minutos y no querer estrangularlo. Su relación había crecido con todo lo vivido, y, de seguro, seguiría haciéndolo (aunque todavía no podía tolerar más de dos horas de corrido a solas con el chico de pelo verde).
—¿Qué piensas de todo esto? —preguntó entonces Izuku, en voz baja, algo inseguro.
—¿De la misión suicida o del misterio detrás de ella? —retrucó Bakugou, aunque sin agresividad en la voz.
—¿Ambas?
—No lo sé. Jamás vi a Aizawa respondiendo al director, ni a Midnight tan preocupada frente a estudiantes. Pero jamás vi a Nezu tan insistente e intransigente con nadie.
—Nunca nadie lo había contradecido con tanto ahínco.
—O quizá nunca nadie se dio cuenta de que estaba mandando a una posible muerte a adolescentes.
Izuku se quedó en silencio frente a eso, algo sorprendido.
—¿A qué te refieres?
Bakugou lo miró con algo de irritación, aunque no era claro si se dirigía hacia él o hacia la situación en general. Tomó un largo trago de agua, con paciencia, y soltó un ruido al detenerse, como de frescura.
—Es obvio, ¿no? —dijo Bakugou, y había algo de ira en su voz— ¿Por qué mandarías a todos los héroes a un lugar extraño donde podrían morir en el acto? Quedarías sin héroes dentro de tu propio mundo.
Izuku se sorprendió ante esa pregunta, y algo temeroso dijo:
—No nos enviaría para eso, debe haber otra razón.
—Es una razón simple, y por eso seguro sea cierto —dijo Bakugou, levantándose. En lo que a él concernía, no tenían nada más de lo que hablar. Midoriya se quedó sentado en su lugar, pensativo. Dejando el vaso sobre la mesada, se dirigió de nuevo a su habitación. Sí, no podría dormir, pero podría mirar el techo durante el suficiente tiempo como para dejar que el sol se asome por el horizonte. Ya después de eso podría salir a dar un clásico paseo matutino y correr hasta que sus músculos pidieran basta.
Makarov sabía que las cosas no terminaban cuando ellos creían que iban a terminar. Por eso había insistido en mantener el gremio junto, en no separarse, en que la unión hace la fuerza. Por eso se había refunfuñado con eso de la misión de los cien años, aunque no quisieron escucharlo y le hicieron terminar cediendo ante sus pedidos. Con algunos de los miembros del consejo había hablado del tema y, aunque tampoco fueron tan abiertos a aceptar, terminaron permitiendo el sí. No tenían otra alternativa, después de todo. Esos cuatro habían cargado al hombro las responsabilidades de todo el país y, claro, merecían una misión que quisieran hacer y no que estuvieran obligados a. Ese fue el argumento de Makarov, que al final terminaron por aceptar. Y era algo que el maestro, día tras día, se repetía a sí mismo para convencerse de que era lo mejor.
Pero sabía que no lo era.
El aire cambiaba casi a cada hora. Desde la muerte de Zeref, el mundo se sentía girar de una manera distinta, la magia parecía estar cambiando su textura, y él sólo podía pensar que los problemas todavía no habían terminado.
Ese día, sentado a la barra y ya algo borracho, no podía calmarse y dejarse disfrutar de una cómoda y típica noche de su gremio.
—¿Se encuentra bien, maestro? —Mirajane estaba frente a él, con mirada de preocupación ante el aspecto reflexivo de un hombre que suele aparentar clima festivo constante.
—Solo preocupado —respondió el anciano, tomando otro sorbo de su bebida, hipando al bajar el brazo—. Las cosas están cambiando.
Mirajane no respondió a ello, sirviendo una cerveza y pasándosela a alguien que le había pedido. Makarov lo sabía: ella también sentía esa extraña tensión flotando en el aire, ese peligro acechando en esquinas oscuras esperando tan solo un segundo de distracción para devorar a su presa. Mirajane era muy perceptiva, y siempre había estado atenta a posibles manifestaciones extrañas. En eso, se diferenciaba de Erza: la emoción de la pelirroja por una aventura compleja a veces le nublaba el juicio más sutil. Por eso se había ido a esa ridícula misión imposible.
—No deberíamos preocuparnos demasiado —dijo entonces Mirajane, algo ausente, queriendo proyectar su voz de una manera cálida (y sin conseguirlo del todo)—. Después de todo, nunca ha habido algo que no podamos hacer, no mientras estemos juntos.
Makarov no respondió. Sabía que ella tenía razón, y que, tarde o temprano, encontrarían la forma de arreglárselas. Pero quedaba flotando el problema: no estaban todos juntos. Natsu, Lucy, Gray y Erza estaban en esa misión de cien años; Gajeel y Levy habían decidido visitar el otro continente (ella quería ver qué libros extraños podía encontrar y él no dudó en ir con ella); Laxus y su equipo habían decidido pasar una temporada entrenando y nadie sabía cómo ubicarlos; Gildartz, como siempre, brillaba por su ausencia; entre esos y otros casos, pocas personas quedaban en el gremio, y a algunas, llegado el caso, sería difícil localizarlos o comunicarse con ellos de inmediato. Así, y a pesar de las palabras tranquilizadoras de la chica frente a él, quedaba una pregunta en el aire, inconclusa:
¿Estaban a salvo?
Después de los Juegos Mágicos, Lucy se había acostumbrado a meditar todas las noches antes de acostarse. Concentraba su respiración, la entrada y la salida del aire a través de su nariz, y proyectaba su magia hacia un punto en su frente, que se expandía por su cuerpo hasta superar sus propios límites. Sentía su respiración formando una esfera alrededor de ella junto con suu poder mágico, y sentía la presión alrededor de ella, como queriendo aplastarla. A veces, tenía visiones del Mundo Espiritual, las infinitas estrellas alrededor de ella una superpuesta con la otra, a veces bailando, a veces solo existiendo. Al principio, no podía resistir más de una hora. Pasado el tiempo y la práctica, acostumbró a su cuerpo a meditar por dos horas sin detenerse, y eso la ayudó a mejorar su resistencia y su poder.
Esa noche, fresca, se había alejado del grupo llegado el momento. Ya apartada, se sentó, como siempre, y se concentró en el presente, en hacer que sus pulmones aspiraran todo el aire posible, y sintió llenarse del exterior, y se volcó en el exterior. No le fue difícil alcanzar su grado máximo de concentración, y quedó ahí, suspendida, meditando en su propia existencia.
Como siempre, la experiencia comenzó por ser más que placentera. Sentía cómo la magia se conectaba con su mente, atravesaba su cuerpo, circulaba hacia la tierra y el cielo. Casi podía ver cómo sus poderes crecían frente a sus ojos, entendiendo más de cómo funcionaba su propia magia. Al principio, sí. Y corrieron los minutos, uno detrás del otro, con su típico compás.
Hasta que ya no.
Las estrellas se tornaron sombrías, junto con el resto del mundo. Una presión ajena, externa, empezó a llenar sus pulmones, a convertirse en su aire. Lucy sintió ganas de escapar, de salir corriendo junto con sus amigos. Pero no podía, esa fuerza la tenía atrapada ahí, estancada, prisionera. Abrió los ojos y frente a ella vio la nada. No estaba ciega, sino que frente a ella no había absolutamente nada. Quiso llorar, pero no tenía lágrimas. Se agitó mientras escuchaba voces en murmullos que no tenían ningún tipo de género o sentido. Eran solo voces que se acercaban y se alejaban, como sobrevolándola y queriendo aterrizar cerca de ella.
Lucy se sentía caer dentro de un eterno espiral de vacío, con esas personas incorpóreas que parecían querer decirle algo pero no alcanzaban a nada. Su mente fue quedando sin nada dentro de ella, su cuerpo se sentía más ligero, sentía cómo se separaba de sí misma, abandonando la existencia dejando el mundo...
—¡Princesa!
Virgo estaba frente a ella, tomándola por los hombros, sacudiéndola. Transpiraba, y se notaba que tenía miedo. Mucho miedo. Detrás de ella, Leo observaba, sus puños brillando, respirando agitado.
—Lucy —dijo el hombre— ¿Estás bien?
La aludida no pudo responder. Su voz se encontraba ida, todavía desaparecida. Virgo no apartaba sus ojos de ella, como asegurándose que estaba ahí, frente a ella.
—Princesa, no creo que deba seguir meditando por hoy —dijo Virgo, ayudando a Lucy a ponerse de pie. Ella no pudo responder tampoco a eso. Todavía no hallaba su voluntad de forzar la voz hacia fuera. Estaba muda, a pesar de no tener ninguna herida, ni de sentir ningún dolor en su cuerpo.
Con Leo a su derecha y Virgo a su izquierda, se encaminó al campamento, a paso lento.
La fogata iluminaba un amplio círculo donde Gray, Erza y Natsu charlaban sin preocupación, riendo animados. Al escuchar alguien acercándose, se voltearon y, al ver a las tres personas que se acercaban, callaron.
Leo y Virgo llevaron a Lucy hacia el fuego, sentándola cerca. La rubia no había notado cuán entumecidos tenía todos los músculos, qué tanto frío sentía en su cuerpo. Notó que temblaba, y agradeció la fogata con todo su ser. Sintió su corazón en el pecho, y no había notado, hasta ese entonces, su ausencia.
—¿Qué sucedió? —preguntó Natsu, mirándola, concentrado en cómo reaccionaba Lucy a los estímulos de su alrededor.
—Casi se pierde —respondió Leo—. No entiendo por qué sucedió, si no es la primera vez que lo hace.
—¿Perderse? —preguntó Gray.
—Los magos celestiales pueden situarse en el puente entre este mundo y el de los espíritus —explicó Virgo—. A veces, pueden quedarse varados en el camino.
—Pero Lucy es una de las mejores magas que hay —intervino Erza— y está acostumbrada a entrenar...
—Lo sé —dijo Leo, con duda en la voz.
—Había alguien más —dijo Lucy en un susurro. Todos los demás la miraron, atónitos—. No sé quién era, o si era más de una persona. Pero había alguien y me arrastró.
Nadie habló más durante esa noche. Fueron todos a dormir pronto. Leo y Virgo decidieron volver a su mundo para no gastar más energías.
Lucy tuvo insomnio, y se dedicó a mirar el cielo a través de las ramas durante toda la noche.
Cuando llegó el amanecer, y despuntó el sol, dos grandes semicírculos violáceos crecían debajo de sus ojos.
Cualquier error, por favor avisen.
Suena todo medio repetitivo, lo sé, pero estoy oxidado de escribir fics y mucho más cuando son largos.
¡Saludos!
