Título: Écart.

Personajes: Norman, Ray, Emma, Peter Ratri, James Ratri, Isabella, Yūgo.

Pairings: Norman/Emma. Insinuado Ray/Norman.

Línea de tiempo: AU; Medieval.

Advertencias: Disclaimer Yakusoku no Neverland/The Promised Neverland; los personajes no me pertenecen, créditos a Kaiu Shirai y Posuka Demizu. Posible y demasiado OoC [Fuera de personaje]. AU [Universo alterno]. Situaciones dramáticas, vergonzosas, cómicas, poco románticas y algo dolorosas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.

Clasificación: K

Categoría: Comedia, Romance.

Total de palabras: 4160

Nota de autora: Regalo para mi preciosa Rinka, ¡feliz cumpleaños, cariño! «3


Summary: Es un hecho, está en completo desacuerdo con los tratos y las formalidades. No puede dejar que todo continúe con tanta calma. Pero ella no ayuda a que el baile acabe.


—No siempre seré tu salvavidas.

Las palabras de Ray suenan frías, más frías que el té helado que está bebiendo. Él ni siquiera le mira, está viendo hacia otro lado mientras toma tranquilamente de su propia bebida que, a diferencia de la propia, debía de estar tan caliente como el mismísimo fuego del infierno. Pero a pesar de todo, su cara está en blanco, cansada como casi siempre. No ha cambiado tras dar semejante declaración.

—Pero, Ray...

—No.

—No sería la primera vez que sale un emperador o emperatriz de tu familia. —Señala, divertido.

—Sí, pero ya hay un emperador y un futuro emperador —aclara secamente—. Y no tengo hermanas para que se conviertan en la futura emperatriz.

—Entonces tú–

—Mira, si pudiera, de verdad me casaría contigo —la frase que escupe también suena cansada, como sus expresiones. La tacita entre sus dedos vuelve a la mesa, y esta vez parece hacer el intento de mirarle a la cara. Sólo que no funciona y sus bonitos ojos de color violeta se pierden en el líquido humeante que tiene enfrente—. Pero de verdad no creo que alguien acepte un trato así. Esta era sigue siendo conservadora.

—Tu madre lo aceptaría. —Puntúa, bebiendo un poco para hacer pasar el mal sabor tras su lengua.

—Mi madre acepta todo siempre y cuando eso le traiga beneficios —acepta con un suspiro—. Sin embargo, el problema aquí no es mi familia, sino la tuya. ¿Crees que tu tío te dejará en paz si te atreves a casarte conmigo?

—Somos del mismo estatus —puntúa con naturalidad y elegancia—. Ambos somos herederos, con un gran historial de logros académicos y prácticos, deberes con el imperio, que tienen que buscar pareja, y a los que no dejarán en paz hasta que consigamos una. Y en serio... estoy harto de escuchar propuestas de parte de otras familias —hace un chasquido con la lengua, lleno de desagrado—. Como si quisiera casarme con algo que no me llama la atención.

—No trates a las chicas como «algo».

—No lo hago, pero a todas ellas, o la mayoría que he conocido, las investigué —suspira con tristeza—. Ya tienen amantes, y las que no, me aceptan nada más por mi posición.

Saca un pañuelo y se limpia una falsa lágrima que se resbala por su mejilla.

Ray rueda los ojos, dando otro sorbo a su hirviente té.

—Sé lo cansador que es el hecho de que traten de emparejarte con alguien —admite, desganado—. Por eso prefiero sólo trabajar. Aún tengo tiempo, y si se me acaba, tengo planes. ¿Acaso tú no tienes un plan de respaldo? Creí que eras más inteligente que yo.

—Ray, no compares una familia de duques con una de emperadores —pide amablemente, pero hay obvio desagrado en su voz, mezclado con una triste fatiga. Ray solamente disimula una risita contra la porcelana—. Hasta el día de mi muerte, tratarán de casarme con alguien. En algún punto, conseguirán que al menos tenga un heredero. No quiero eso... no así...

—De todas formas no lo tendrías si te casaras conmigo.

—Bueno, ese es el punto.

—Me rehúso. Mi madre quiere nietos que se parezcan a ella. Me va a matar si le hago esto.

—Creí que a tu madre sólo le interesaban los beneficios.

—Es otra cosa cuando se trata de niños —bufa, hastiado. Después cruza los brazos y se tira hacia atrás, levantando la barbilla—. Así que, lo siento, Norman, pero realmente no vamos a poder hacer un contrato de matrimonio.

—Ah, qué lástima —se lamenta, bebiendo lo último que queda de su té helado, y desviando sus orbes azules de manera sospechosa—. Creí que te gustaría mi regalo de bodas...

—¿Qué–? No, cállate. No voy a caer en tus trucos —se cruza de brazos con más fuerza, hundiéndose entre sus hombros y casi ocultando sus dos ojos tras su fleco oscuro. Su expresión, en cambio, delata lo que su postura no quiere dejar ver: obvia curiosidad—. Ok, sí, dime.

—¿Por qué debería? No te vas a casar conmigo —sentencia, sonriendo dulcemente. Deja la taza de té en la mesa, ignorando la expresión molesta de su compañero—. Pero... si me ayudas un poco... es probable que te dé una recompensa.

—Mira, Norman, no me puedo casar–

—No necesariamente necesitas ser tú —explica, sonando más dulce, pero al mismo tiempo, más desesperado. Ray lo nota con facilidad, ya no le queda tiempo que perder—. Sé que conoces a muchas personas, no vives en un castillo ni estás aislado de todo el mundo como lo estoy yo. Necesito eso, necesito tu ayuda. Sólo por esta vez.

El muchacho de pelo negro sopesa esas palabras, ese pedido que suena a un ruego sin esperanza. De verdad no le gusta escucharlo. Hay algo pesando cerca de su pecho y realmente estaría muy feliz de poder abrazar a Norman para consolarlo, como solían hacer cuando eran pequeños, y donde nadie los juzgaba por eso. Pero ya no eran los chiquillos de antaño, ya tenían vastas responsabilidades sobre sus hombros, Norman más que él, más que nadie. Y conociendo las enseñanzas de una familia tan estricta como la de los Ratri, que Norman se mostrase de tal manera frente a alguien con quien no compartía sangre era, por mucho, algo demasiado peligroso. Ray siempre había sido una debilidad para el joven heredero.

Pero esa debilidad solía ser una fortaleza también.

Pero esta vez ya no.

—Norman, yo...

«Soy egoísta» piensa, con asco. «No quiero que te cases con alguien más».

—Sé dónde puedes conseguir a alguien.

Finalmente, los ojos oscurecidos de Norman vuelven a brillar, como su sonrisa.

«Pero esto ya no es por mí».


—¿Está seguro de esto, jefecito?

—Oh, por supuesto que no —sonríe radiante al contestar la duda de su querido guardia, quien palidece al escuchar la negativa. Norman simplemente ignora eso y oculta el nerviosismo en su interior—. Pero no pierdo nada con intentar.

—En realidad, sí. —Señala Vincent, con pesar. Cislo y Bárbara asienten repetidas veces, con caras llenas de preocupación.

El joven futuro emperador suspira pesadamente.

—No puedo echarme para atrás justo ahora —declara con amargura—. Ya llegamos hasta aquí.

—Y se ha preparado lo suficiente, estoy seguro, jefe —alienta su fiel asistente, en tanto se acomoda los lentes y lanza miradas desconfiadas a los guardias extranjeros. Nadie dentro de ese palacio era de confianza, y era realmente importante que mantuviera a salvo al heredero del imperio, en especial si se encontraba en un lugar como aquel—. Sin embargo, aceptar una propuesta tan peligrosa...

—El anfitrión es familiar de la pareja de la reina, no creo que quiera armar una guerra —ríe levemente, pero de puro nerviosismo—. Además, no vine para coquetear con él o algo parecido. No espero llamar su atención.

—Pero es seguro que usted llamará la atención de todos allá adentro, jefecito. No lo dude. —Anuncia Bárbara, llena de emoción. Cislo asiente, totalmente de acuerdo con esa afirmación.

Norman se sonroja un poco.

—Lo único bueno que tengo es mi posición... —menciona, en algo parecido a un murmullo, para que las palabras sólo sean para él. Sus pisadas contra el mármol, que hacen eco por el corredor, son suficientes para amortiguar sus pensamientos—. Tendré que usar eso de la mejor manera.

Después de encogerse de hombros por última vez, tratando de disipar los nervios, pide a los guardias frente a la puerta del salón principal que anuncie su llegada. No sucede nada interesante, después de todo, sólo es un representante, no el emperador en sí. Un par saludos formales y otros comentarios.

Seguido de cerca por sus infiltrados guardias personales y su más cercano asistente, se mezcla con las otras personas del banquete, en busca de la persona que Ray le había dicho que podría ayudarle. Sus características eran fáciles de notar, según su mejor amigo, así que no debería tener problema con ir de aquí para allá y buscar disimuladamente.

Unos mechones naranjas es lo primero que encuentra. Como si fuera una fogata en medio de la oscuridad, logra verla. No está lejos. Es como si ella fuera el centro de toda la fiesta, llamando a los demás, hipnotizando con su sonrisa soleada y sus ojos de selva amazónica. Y aunque nada podría decir del uniforme masculino de soldado, bien piensa que no podría imaginarla con una mejor vestimenta que esa, como si estuviera hecha para hacerla ver más gloriosa.

—La encontré, Vincent —anuncia hacia el moreno, quien junto a Bárbara se encuentra comiendo unos bocadillos que habían alcanzado a tomar de la mesa principal—. Es ella.

—¿Piensa ir con ella de inmediato?

—No, no. Necesito una oportunidad obvia —menciona, y justo entonces una música suave empieza a inundar el lugar. Norman sonríe, complacido—. Y acaba de ocurrir. Ten, sostén esto.

Dejando su copa de vino blanco en las manos de Vincent, va enseguida hacia esa persona, quien empieza a alejarse también para dar espacio al centro del salón, donde ya varias parejas empezaban a danzar de manera armoniosa junto con la melodía. Norman se pregunta, un poco curioso, por qué ella parece querer huir sin ganas, como si estuviera segura de que nadie a su alrededor le pediría un baile.

Él estaba intentando hacerlo.

—Señorita Bell.

La joven dama uniformada se detiene, y gira apenas, viendo con ligera desconfianza al muchacho que acababa de llamarla.

Norman le dedica una sonrisa amable, y extiende una de sus manos enguantada en blanco, como su cabello y su ropa. Colores que contrastan con la fuerza de las llamas y la naturaleza que ella trae encima.

Los orbes esmeraldas observan con cautela la mano extendida, y después de tres segundos de duda, acaba aceptando el gesto. Ambos empiezan a bailar.

La música es suficiente para ocultar sus palabras, pero no el rostro cargado de intriga de la joven señorita guerrera.

—¿Por qué el heredero de un imperio querría bailar con la hija adoptiva de un coronel?

—Tengo la misma duda. ¿Por qué lo haría? Podemos descubrirlo —tienta con dulzura, ayudándola a dar un giro. Al volver a verla de frente, nota el ceño fruncido; confusión y enojo pintan su bonito rostro femenino—. Antes que nada, estaría bien que no te degradases sólo a «ser la hija adoptiva de un coronel». Según sé, tu padre también es un marqués.

—¿Entonces es por eso que hablas conmigo? ¿Por el estatus de mi padre?

—Para nada. Si fuera por eso, habría hablado con cualquier otra chica —comenta, divertido, pero entonces percibe la expresión de desagrado de su compañera. Rápidamente se aclara la garganta, tomando una postura más seria—. Lo lamento, no estaba tratando de ser descortés. Simplemente... estoy un poco abrumado. Hace tiempo que no asisto a una fiesta fuera de mi palacio. Bueno, eso ya desde hace diez años.

—Se nota que no sales mucho de tu castillo, príncipe. —Bromea también, dejando atrás su expresión sombría para sonreír con complicidad.

Otro par de giros ayudan a Norman a disimular sus ojos brillantes y su sonrisita emocionada. De repente, siente que ha olvidado la razón principal de la visita a ese lugar, sólo porque una señorita tan tierna como ella acababa de darle un comentario que intentaba aminorar la distancia entre ambos. No tiene idea de por qué. Si fuera otra persona, lo hubiera tomado como un insulto.

Pero esta chica era un poco distinta. No encontraba malicia en ella a pesar de cómo se veía y cómo actuaba. Era fresca y parecía no hacer caso a las diferencias de poder, pero no es desagradable. Le gusta eso. Es un hecho, está en completo desacuerdo con los tratos y las formalidades. Aunque también está mal. No puede dejar que todo continúe con tanta calma. Pero ella no ayuda a que el baile acabe. Era extraño. Quería ir al punto de una buena vez, pero no quería asustarla ni romper la pequeña burbuja que había creado para ambos.

Hasta que la magia acaba con la última nota de la canción.

Ambos hacen una reverencia, pero antes de que ella dé la vuelta y escape (sin dejar un zapato de cristal o un sentimiento de desasosiego), Norman la toma de la mano otra vez.

Pone una de sus mejores expresiones amables.

—¿Podría acompañarme un momento, señorita Emma?

Y ella cae. No porque ha sido encantada por una expresión principesca, claramente. Sino que ha notado algo mucho más ambiguo tras la mirada de súplica en su compañero de baile.

Pronto Vincent, Bárbara y Cislo se encargan de escoltarlos y cuidar que las miradas chismosas no acrecenten demasiado. Ya era suficiente con que el heredero fuera a bailar con una sola dama, y además, la más extravagante en la fiesta. Los susurros serían inevitables, pero los rumores no saldrían de allí. Norman se encargaría de que fueran retenidos hasta el día propicio para poder soltarlos.

Lo cual, espera, no sea en un tiempo tan lejano.

—¿Qué quieres discutir conmigo? —inquiere Emma, directamente.

Sus brazos cruzados, al igual que sus piernas, mientras se encuentra sentada enfrente del futuro emperador vecino, le dan un aire de fiereza y majestuosidad inauditos, peligrosos y prohibidos. Lo único que la detiene de moverse sobre el príncipe de blancas mentiras es la mesa vacía entre ambos. Las selvas en sus ojos arden como el color de su cabello. Su expresión ya no es digna de una jovencita de La Corte, o la hija amable de un marqués que ha ido a la guerra, sino de una guerrera de sangre fría, justo como había oído que las personas con su apellido eran.

Aunque ninguna compartiera sangre.

—El marquesado Bell en serio es impresionante —es lo primero que Norman suelta, nada más para aligerar el ambiente. Sabe que todavía no puede decirle nada si es que ella estaba dispuesta a matarlo de pronto—. Durante generaciones, siempre han tenido hijos adoptivos, ninguno de sangre, que heredara el título.

—¿Piensa que es una maldición, o un sacrilegio a las costumbres?

—Oh, para nada —niega rápidamente, con ambas manos, y luego suspira—. Es más, me parece algo inteligente. Aunque han habido escándalos por esa decisión, han progresado magníficamente. Hasta son conocidos en otros países.

—¿A qué quiere llegar con esto? —enarca ambas cejas. Ya no está en guardia, sólo confundida.

—Bueno, no esperaba que fuera tan apresurada —se ríe un poco, y hace una seña a un sirviente para que acerque una bandeja con bocadillos dulces, distintos a los que había en el banquete—. Sin embargo, me agrada eso. ¿Qué le parece empezar a hablar de negocios?

—¿Qué tipo de negocios? —pregunta dudosa, deteniendo su mano justo antes de agarrar el primer pastelito.

—Nada turbio, por supuesto —aclara con calma. Entonces la ve relajarse y comer gustosa el postre—. Sólo que he venido a pedirle matrimonio.

Emma se atraganta con el pastelito.

Norman le alcanza un vaso de agua.

Y tras lograr detener la tos constante y el nerviosismo—

—¿Cómo que... matrimonio...? —Repite, estupefacta—. ¿Acaso estás jugando una broma? No pensé que el príncipe heredero fuera de esa manera. Me has tomado por sorpresa.

Y se carcajea. Norman debería estar furioso por ser visto como un vulgar bufón, pero se pierde ante la bonita risa de su acompañante.

Hasta que ella se detiene abruptamente, poniendo un rostro en blanco.

—Espera, ¿no es una broma?

—No, no lo es —esta vez es él quien se ríe. Emma se sonroja suavemente, sin llegar a entenderlo, pidiendo en silencio alguna explicación—. Necesito que usted, señorita Emma, se case conmigo y se convierta en princesa heredera.

Si ella estuviera tragando su postre, otra vez se hubiera atragantado. Pero esta vez está ilesa, y procesando con precaución esa información.

—¿Por qué?

—Verá, como ha de saber, un emperador necesita una emperatriz —explica primeramente, con una dulce sonrisa. Pero luego su dulce sonrisa se apaga y pone una expresión de hielo—. Sin embargo, ese no es mi caso. Puedo solo con el trabajo, pero he sido hostigado a tal punto en el que temo que mi familia me case a la fuerza.

—Por eso decidiste buscar a alguien por ti mismo, ¿no es así? —Entiende rápidamente, y Norman asiente contento. Ella da un mordisco a su dulce, volviendo a hablar—. Pero, ¿por qué buscar en otro país? ¿Acaso no hay damas en quienes confiar allá en tu imperio?

—Sólo confío en una persona —aclara con seriedad—, pero no me puedo casar con él —suspira tristemente. Emma pone una cara de pena, que su debilidad siempre ha sido la empatía—. Pero él conoce a muchas personas, y me ha dado la opción de buscarte. Y si él confía en ti, entonces yo también.

—Ya, creo que conozco a esa persona —advierte, recordando al chico con quien había compartido unos cuantos momentos tan divertidos, que su padre seguramente querría olvidar todavía. Se le escapa una risa—. En tal caso, no vería problema. Siempre estoy dispuesta a ayudar. A menos que se trate de algo que no esté a mi disposición; por ejemplo, ser una emperatriz.

—Oh, no. No te estoy pidiendo que te conviertas en mi emperatriz —niega rápidamente—. Solamente en princesa, al casarte conmigo.

—¿Ese es tu plan? ¿Sólo apariencias?

—Por tiempo limitado. En cuanto suba al trono, podemos divorciarnos. Mientras tanto, necesito que finjas que eres mi esposa para no tener que sufrir algún tipo de problema con alguna otra dama, o que traten de que tenga descendencia ilegítima. Más que un matrimonio, diría que lo que quiero es un acuerdo; lo que más necesito ahora es una compañera legal, que atraiga suficiente atención como para que otras chicas no quieran convertirse en competencia. Eso me libraría de muchos percances con El Concejo de mi país.

—¿Estás diciendo que necesitas una esposa llamativa que aguante a los descarados nobles que rondan cerca tuyo? —Resume con gracia. Norman asiente repetidas veces—. Bien. Supongo que eso se puede– ¡Me niego!

Ambos se ponen de pie al mismo tiempo. Norman tiene un rostro de espanto.

—¡Espera, ¿por qué?!

—¡¿Fingir un matrimonio?! ¡¿Acaso crees que no tengo principios?! —Gruñe, molesta—. ¡¿Y qué pasa si te enamoras de repente?! ¡¿Qué, me vas a tirar?! ¡¿Acaso soy una broma para ti?! ¡¿Piensas que porque eres un futuro emperador puedes venir a arrastrarme a tu país como si fuera un bien menor?!

—¡Nunca intenté decir eso! —Se escandaliza tanto que su voz sale en un chillido. Aun así, Emma no se muestra menos furiosa—. ¡Es un acuerdo de conveniencia, ¿está bien?! Ambos saldremos ganando si aceptas. Puedes pedir lo que quieras.

—Aun así, no pienso aceptar —reitera, esta vez con el tono helado y serio—. Aunque seas un emperador, o un dios, no me casaré sólo porque puedas darme poder o dinero más allá de mi imaginación. Si no hay amor, no acepto un matrimonio.

«¿Crees que este es un mundo de fantasía?» casi es como si escuchara a Ray en las palabras que piensa.

Pero sabe que no puede decir tal cosa. De todas formas, él quería que realmente fuera un mundo de fantasía, donde podría casarse con él sin que nadie le dijera algo al respecto. Donde estaría feliz y no viviría con el peso de ser hijo de su padre ni estar bajo la sombra de su tío.

Realmente era una desdicha.

Y Norman en serio no tiene tiempo para ser así de sentimental.

—¿Acaso hay alguien a quien ames?

Emma se detiene, antes de abrir la puerta, y poder escapar de allí. Regresa a verlo, con una expresión seria.

—No. Pero aun así–

«¿Y qué tal si te enamoraras de mí?».

—Entonces, no sería un problema para ti —anuncia, sonriendo dulcemente. La pelirroja le lanza una mirada de advertencia, que él no teme—. No te daré ni dinero ni poder si no lo quieres, pero te daré la libertad que quieras, y seré un apoyo. No me convertiré en tu jaula.

—¿Es así? ¿Por qué creería en eso?

—Porque te estoy dando mi palabra... y firmaré un contrato —al decir eso, chasquea los dedos y enseguida Vincent se acerca, con un papel en manos. Emma parpadea repetidas veces, procesando—. Puedes poner las condiciones que desees. Lo único que yo necesito es una compañera, alguien que me cuide la espalda.

—¿Compañera? ¿Cuidarte? —Repite, frunciendo las cejas—. Si quieres eso, ¿no sería mejor casarte con una de tus guardias?

—Ninguna tiene un título tan alto como el tuyo. Lo mínimo que acepta la familia real es un marquesado. Y tú tienes las cualidades de un soldado.

—¿Me vas a contratar como guardaespaldas?

—No, no. Tú misma serás tu guardaespaldas —anuncia, volviendo a sentarse y sacando una pluma para escribir sobre el papel—. De esa forma, como princesa heredera, no tendrás que ser escoltada a todas horas. Así que nadie te va a hostigar ni dar advertencias o decir qué hacer. Vivirás como lo haces normalmente, sólo que... con un título más alto.

—¿Y qué te hace pensar que aceptaré solo por eso? —cruza los brazos, mientras se acerca otra vez a él.

—Según mi ha dicho Ray, tu mayor propósito al hacerte una soldado fue para evitar las guerras de larga duración —Emma toma asiento de nuevo, frente a él, con un rostro serio—. Y me parece algo muy inteligente de tu parte el hecho de que entiendas que nunca podrás evitar una guerra, pero sí acortarla.

—¿Acaso vas a declarar una guerra para que me case contigo?

—Yo no. Es mi tío quien quiere hacer la guerra —anuncia, soltando información que nadie debería saber. Pero eso es suficiente para que ella baje otra vez su guardia. La muchacha ahora está asustada, pero no menos decidida—. Tiene una línea de sucesión directa, y más experiencia que yo. Podría ser elegido como el próximo emperador en cuanto mi padre se retire. Entonces estaría condenando a todos los países vecinos, porque quiere conquistarlo todo.

—¿Y eso qué tiene que ver con casarte conmigo?

—Él ya tiene una esposa —señala fríamente—. Y también una hija. Por lo tanto, todos esperan que se convierta en emperador antes que yo, al tener una familia armoniosa. Pero no puedo dejar que solamente por eso suba al trono, él no es lo que piensan. Y antes que nada, yo quiero proteger a mi gente, y evitar guerras tan largas como las que él planea desatar.

El rostro de Emma poco a poco se vuelve más triste y comprensivo.

—Entonces es por eso que tú...

—No quería llegar a esto, realmente —explica con absoluta sinceridad—. No quería despertar tu lástima, pero en serio te necesito. Según me había dicho Ray, eres la única chica que ayudaría al príncipe sin pedir el asiento de la emperatriz.

—Es todo un problema —medio gruñe, llevando una mano a su cabeza y despeinando sus rizos naranjas. Baja la mirada, pensativa, y al volvería subirla, tiene un rostro sereno—. Está bien, Norman. Te ayudaré.

Los ojos azules del chico brillan en emoción.

—¿De verdad?

—Sí, pero habrá condiciones.

Él no titubea en su sonrisa.

—Por supuesto, Emma.

Al final del día, él sólo debe volver a su castillo, y enseñar a primera hora de la mañana el documento de compromiso que ha firmado la señorita guerrera del reino vecino para poder estar con el futuro emperador.

Ray estaría leyendo las noticias con pesar y una sonrisa de resignación.


¿fin?