Hola, amores :) Vengo con un nuevo one-shot independiente al resto de mis fics, aunque tiene algunos elementos de Nunca le hagas cosquillas a un Dragón herido. A estas alturas, siento que estoy creando mi propio canon Dramione jaja.

Espero que os guste. Escribí este fic en inglés y español de forma simultánea (¡eso me ha parecido muy divertido!), así que también podéis encontrarlo en inglés bajo el nombre de Black Obsidian. Este one-shot formó parte del reto Magical Mayhem del grupo de fb Dramione Fanfiction Recommendations 2.0.


Black Obsidian

...

La obsidiana negra te ayuda a conocer quién eres en realidad. Elimina los bloqueos emocionales y traumas antiguos. Mejora algunas cualidades como la compasión y la fuerza…

...

Estaba claro que él no quería estar ahí.

Hermione observó a Draco al otro lado de la habitación, parecía muy incómodo.

Esa fiesta resultaba innecesaria para Draco y él lo había dejado claro en más de una ocasión, sus peleas y desplantes en el Ministerio habían sido constantes en los últimos dos meses… pero al final estaba allí.

Organizar una fiesta para John Scholz, el nuevo Ministro de Magia, parecía más que apropiado desde el punto de vista de Hermione. Él se había postulado para el puesto hacía algún tiempo y dado que Kingsley Shacklebolt había renunciado al trabajo debido a la larga enfermedad de su esposa… Scholz parecía la opción correcta. Al menos para todos menos para Draco Malfoy.

Scholz había trabajado en el Ministerio unos ocho años, había llegado allí destinado desde Alemania en el primer año que Hermione comenzó su entrenamiento como auror. La comunidad mágica lo apreciaba de verdad; era estricto, elegante y amable… pero Draco nunca lo había tragado.

Draco Malfoy trabajaba para el Ministerio, aunque eso pareciera algo imposible. Desde hacía tres años se ocupaba de las regulaciones de seguridad de Azkaban y… bueno, había que admitir que era muy bueno en su trabajo.

Malfoy era probablemente la persona más meticulosa y perfeccionista que conocía, mucho más que ella misma. Habían trabajado juntos durante los últimos años y no había una sola reunión a la que no asistiera, ni un documento que no rellenara y ni una sola noche en que no se quedara trabajando en el Ministerio hasta tarde si era necesario. Aunque no eran amigos… Hermione podía decir que su relación era algo cercana.

—¿Qué tomas? —le preguntó Harry.

—Creo que no voy a beber esta noche, Harry.

Ron tomó una copa de champán de una de las bandejas flotantes que se movían por la habitación. Parecía que todo el mundo tenía muchas ganas de fiesta esa noche.

Hermione nunca había visto el Atrio del Ministerio tan elegante. Las decoraciones eran abundantes y un millar de velas iluminaban la estancia. Cada detalle había sido tenido en cuenta y todos los invitados vestían sus mejores galas. Ella misma se había puesto un vestido blanco que caía por su espalda en una inmensa cola. Hermione había dejado que Ginny y Astoria la peinaran y maquillaran y, la última vez que se había mirado al espejo, justo antes de acudir a la fiesta, se había sentido como una muñeca de porcelana. Su cabello se encontraba recogido en un complicado moño y una diadema plateada contrastaba con su piel ligeramente bronceada por el sol del verano.

—No pensé que Malfoy fuera a venir —comentó.

—Bueno, tenía que hacerlo. Si no, eso significaría que está tratando de iniciar una guerra contra Scholz, ¿no te parece?

Por la forma en que sonaron las palabras de Harry, supo que su amigo también había estado prestando atención a Malfoy últimamente.

Ron terminó su copa de champán y miró a sus amigos.

—Malfoy sabe lo que es mejor para él. No se atrevería a actuar así, no después de todo por lo que ha pasado.

Lo que Ron quería decir era bien conocido por todos en esa fiesta. Draco Malfoy había pasado tres años en Azkaban. Él, más que nadie, debía tratar de permanecer en paz y tranquilidad en el Ministerio.

—¿Por qué crees que Malfoy odia tanto a Scholz? —preguntó Hermione de repente.

Harry se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Es Malfoy, Herms. No trates de entender qué pasa por su mente.

Tenía razón. Si no quería volverse loca, lo mejor era ignorarlo y pensar en otra cosa… pero le resultaba bastante difícil.

Volvió a mirar a Malfoy varias veces a lo largo de esa fiesta. Él actuaba con cierta normalidad: hablaba con sus amigos, bebía champán y, de vez en cuando, lanzaba alguna que otra mirada desdeñosa en la dirección del nuevo Ministro de Magia. Quizás Hermione era la única que prestaba atención a eso que sucedía.

Astoria Greengrass se acercó al cabo de varios minutos. De forma elegante y disimulada, como siempre hacía, pasó su mano por la espalda de Ron y este se giró hacia ella con una pequeña sonrisa. Atrás habían quedado esos años en los que Gryffindor y Slytherin eran enemigos mortales. Ahora, con veintiséis años, Hermione era capaz de ver con claridad que la vida real no se dividía en casas o ideologías.

La mirada que Ron le dirigió a Astoria, justo antes de besar su frente ligeramente, la enterneció. Hermione admiraba el valor de esos dos para haber roto todos los esquemas, para comenzar a salir de forma pública sabiendo que las habladurías en la comunidad mágica serían imparables.

—¿Estás bien, Hermione? —le preguntó Astoria.

—¿Eh? —respondió la joven bruja, algo distraída—. Sí, claro. ¿Por qué?

—No sé, parece que tienes la cabeza en otro sitio.

—Estoy bien, Astoria. Solo... ya sabes, tengo mucho trabajo. Disculpad.

Después de esto, Hermione comenzó a caminar. Sus amigos la miraron por un segundo. Conocía perfectamente esa mirada, probablemente estaban preocupados por ella. Sin embargo, no había necesidad de eso. Hermione tan solo tenía muchas cosas en las que pensar.

Lo buscó de nuevo. ¿Por qué? No tenía idea. Fue entonces cuando descubrió que Draco Malfoy no estaba allí. Había desaparecido, o eso parecía.

Hermione trató de ocultar que intentaba encontrarlo. No quería parecer estúpida, pero estaba un poco preocupada por Malfoy y ni siquiera sabía por qué era tan importante para ella.

Apenas había dado un par de pasos para salir de esa inmensa fiesta cuando alguien se detuvo frente a ella, deteniéndola.

—Hermione —susurró una voz suave—, estás preciosa.

Era Scholz. La joven alzó la vista hacia él y contuvo la respiración un instante, nerviosa. John Scholz era extremadamente guapo y distinguido. Vestía una capa negra que contrastaba con el tono rubio de su cabello, perfectamente peinado. Parecía una estatua griega, de tan elegante.

—Muchas gracias —contestó ella en un susurro.

—Espero que no sea inapropiado que te lo diga. Es solo que… —Los ojos castaños de Scholz brillaron al hablar—. Me alegro de que hayas venido a la fiesta.

«Como si pudiera no haberlo hecho», pensó ella.

A Hermione le agradaba Scholz, siempre lo había hecho. Pero había algo en él que simplemente no terminaba de encajar. El odio injustificado de Draco Malfoy hacia él tan solo aumentaba esa sensación, pues Draco Malfoy, ante todo, era una persona muy racional.

—Perdona, John —se disculpó ella—, voy a retocarme.

—Por supuesto… pero, Hermione, ¿tomarás una copa de champán conmigo cuando regreses?

Hermione fingió una sonrisa que en realidad no sentía.

—Desde luego. Enhorabuena de nuevo, John. Me alegro mucho por tu nuevo puesto de trabajo.

Se dio la vuelta rápidamente. No quería tomarse una copa con él, a decir verdad… ya ni siquiera quería estar en esa fiesta. Hermione tomó aire y caminó hacia el final del corredor de mármol negro. La música de la sala comenzó a desvanecerse y por fin supo que estaba sola.

Antes de siquiera pensarlo bien, Hermione Granger se encontró a sí misma entrando en uno de los ascensores y presionando el botón que la llevaría al noveno piso de ese enorme edificio.

Tenía un presentimiento de dónde podría estar Draco Malfoy.


Trabajar la única noche que todo el mundo tenía libre no parecía un buen plan. Pero Draco lo necesitaba.

La fiesta era abrumadora para él en muchos aspectos y solo quería no pensar en que John Scholz se iba a convertir en el Ministro de Magia. ¿Cómo podían todos estar tan ciegos?

Había algo oscuro en Scholz. Algo que solo él podía ver.

Draco escuchó un ruido débil proveniente del pasillo y dejó los documentos que estaba mirando sobre la mesa. Su mano se acercó a su varita por instinto y estaba a punto de hablar cuando la puerta de su oficina se abrió levemente. Contuvo la respiración, pero se relajó de pronto cuando reconoció la figura de Hermione Granger. ¿Qué coño estaba haciendo ella allí?

—¿Granger? —gruñó.

—¿Por qué no estás en la fiesta? —preguntó ella, entrando en la habitación.

De todas las personas que esperaba ver entrando en su despacho sin su consentimiento, Hermione Granger era la última.

La observó en silencio un instante y sintió un extraño peso cayendo dentro de su estómago al hacerlo. Estaba tan hermosa que parecía salida de un sueño. La bruja tenía el aspecto de un ángel, aunque él ya se hubiera dado cuenta de eso durante la fiesta. Cortaba la respiración.

—Tengo trabajo atrasado —se excusó él, después alzó sus ojos grises y los posó en ella—. Si no te importa, preferiría estar solo. Esto es importante.

Pero ella no obedeció, desde luego que no. Hermione recorrió los pocos pasos que la separaban de su escritorio y se apoyó en la madera oscura, como si esa fuera su propia oficina. La mirada de Draco se perdió durante un momento en la ligera curva de los pechos de Hermione. Ese vestido le quedaba como un guante. Tragó saliva al imaginarse cómo sería su piel al desnudo y tuvo que apretar los puños antes de dejar que su imaginación se hiciera una idea demasiado clara de eso.

—¿Draco Malfoy haciendo trabajo de última hora? No me lo creo.

—No recuerdo haberte pedido permiso, Granger. Déjame en paz.

Fue grosero, era muy consciente de eso. Pero Draco realmente no estaba de humor para lidiar con Hermione Granger. Todo el mundo comentaba que Scholz estaba enamorado de ella y, por lo que Draco sabía, probablemente ya estaban saliendo en ese momento. Por lo tanto, tampoco se podía confiar en Granger.

A ella le tomó varios segundos volver a hablar.

—¿Por qué has venido a la fiesta si no tenías intención de quedarte?

—Créeme, Granger, ha sido bastante difícil para mí levantarme y venir aquí hoy. Pero lo he hecho porque tenía que hacerlo. Estoy a cargo de la seguridad de Azkaban y nuestro nuevo Ministro de Magia claramente va a causar una gran impacto en eso.

Ella entrecerró sus cálidos ojos marrones.

—¿Qué quieres decir con eso?

—¿Por qué te importa?

Esperaba que se fuera al escuchar eso. Que se levantara de su escritorio de una maldita vez y se fuera a otra parte a hacer su vida de bruja perfecta junto al gilipollas de Scholz. Pero no lo hizo.

Hermione se inclinó hacia él y de pronto su aroma frutal fue tan fuerte que nubló sus sentidos. Draco tragó saliva.

—¿Por qué lo detestas tanto? —preguntó ella con suavidad—. ¿Te ha hecho algo alguna vez?

Draco se estremeció.

Le había hecho cosas, sí… pero eso no era nada comparado con cómo sería Scholz tras convertirse en el nuevo ministro. Draco temía por demasiada gente ahora. Scholz nunca había sido la clase de persona que perdona y olvida, más bien al contrario. Draco temía que el ministro comenzara a vengarse por cosas que habían sucedido años atrás, durante la guerra.

Conocía a los tipos como Scholz y sabía que él era capaz de volver a juzgar y encerrar en Azkaban a personas que ya habían cumplido su sentencia allí. Incluso a él mismo, que era un trabajador del Ministerio.

Permaneció en silencio un momento, sin responderle a la pregunta. Sin confesarle a Hermione que Scholz lo había torturado una vez cuando él aún estaba en Azkaban, sin querer revelarle por qué él lo consideraba un bastardo. Nadie lo sabía y él jamás se lo diría a nadie.

—No me trates como a un niño, Granger. No necesito tu compasión y ciertamente no necesito tu ayuda.

Hermione abrió los labios un segundo, estaba a punto de decir algo más. Draco no quería escucharlo, no quería abrirse con ella.

—Vete a la mierda, en serio.

Y le dolió. Fue bastante visible cuando su hermoso rostro se contrajo en un gesto de leve angustia. Hermione respiró y se bajó del escritorio de inmediato. Sus zapatos de tacón resonaron en el suelo cuando salió de la oficina con pasos cortos y rápidos.

Draco gruñó y tiró los informes sobre la mesa, después se puso en pie y salió corriendo tras ella. Se sentía un puto imbécil.


Apenas había recorrido un par de metros cuando él la agarró del brazo. Hermione se zafó con fuerza, sin permitir que Draco pudiera arrastrarla ni detenerla.

—Me ha quedado más que claro que no quieres hablar, Malfoy. Está bien —dijo de forma entrecortada.

—Espera, joder, espera.

Draco la agarró de nuevo y Hermione lo miró a los ojos por fin, empujándolo.

—¡Que me sueltes, idiota!

Los ojos de Hermione ardían como si la furia quisiera estallar y salir de su cuerpo. Draco se quedó sin aliento un instante, observándola.

La había cagado, le quedaba más que claro. Y la culpa era solo suya. Se suponía que su relación ahora era cordial, que Hermione ahora era su compañera de trabajo y que se llevaban bien… ¿por qué le había tenido que hablar así?

El pecho de Hermione subía y bajaba de forma acelerada. La muchacha batallaba por contener sus emociones y Draco pensó que, quizás, ella sentía ganas de golpearlo como había hecho en tercer año. Había que admitir que su relación siempre había sido de lo más explosiva…

Sin pensarlo dos veces, Draco se acercó a ella y tomó su rostro entre sus manos. La besó sin más, quizás como vía de escape de la frustración y la ira que sentía dentro.

Hermione le mordió el labio con fuerza, alejándose de él.

—¿Qué haces? —gritó, asustada.

Ni siquiera él lo sabía. Quería besarla, solo era consciente de eso. Estaba enfadado y lo había pagado con ella, sí. Y ahora, de pronto, estaba comprendiendo que quería algo más de ella. Hasta el propio Draco se dio cuenta de que era egoísta, pero no le importó.

—Besarte.

Se acercó de nuevo. Esta vez no se lanzó a devorar sus labios, no, sino que permaneció varios segundos a solo unos centímetros de ella. Era su decisión si quería marcharse, golpearlo o… o corresponder al contacto.

Hermione gimió cuando su propio cuerpo se pegó al de Draco. Un instante más tarde, él la empujó contra la pared oscura del pasillo y la besó más profundamente. Draco enredó su lengua con la suya y alargó el contacto todo lo posible hasta que ella profirió un quejido de placer.

Estaban en mitad del Ministerio, cualquiera podría verlos… pero, ¿quién iba a subir allí a esas horas en mitad de la fiesta?

Draco bajó una de sus manos hasta los pechos de Hermione y acarició su piel por encima de la tela, enviando señales de profundo placer que hicieron que las rodillas de Hermione temblaran. Ella lo atrajo aún más hacia su cuerpo, clavando las uñas en ese cuello pálido que, de repente, se moría de ganas por besar.

La joven se acercó a la piel blanca de Draco y, sin un solo resquicio de pudor, paseó su lengua por su cuello. Después mordió con suavidad el lóbulo de la oreja de Draco y este la apretó de nuevo contra la pared.

Draco ahogó un gruñido antes de buscar con sus dedos una abertura en el vestido blanco de Hermione. La encontró justo en el lugar perfecto, justo donde él la necesitaba.

La mano de Draco acarició sus bragas blancas y Hermione sintió que el calor era insoportable. Había perdido el control por completo, de pronto le daba completamente igual encontrarse en el Ministerio, en un lugar público donde cualquiera podría verlos. De pronto solo quería que Draco Malfoy la tocara ahí.

—Por favor… —susurró.

Hermione ni siquiera sabía por qué estaba rogando; simplemente había salido de su boca.

Una sonrisa masculina se formó en los elegantes labios de Draco y la besó de nuevo, la besó más fuerte. Él por fin la tocó por debajo de sus bragas y descubrió lo mojada que estaba. Hermione se estremeció cuando Draco le acarició la piel lentamente mientras la besaba. Ella gimió de nuevo cuando él introdujo un dedo largo y frío dentro de ella y lo movió rítmicamente. Hermione abrió las piernas instintivamente ante ese contacto. Cerró los ojos desesperadamente cuando comenzó a experimentar una íntima contracción dentro de su cuerpo. Casi había llegado… y Draco lo sabía.

Metió su dedo más profundamente en ella y la miró por un segundo. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida y estaba a punto de correrse por él. Su erección se volvió casi dolorosa cuando Draco prestó atención a cada gesto de ese rostro.

Hermione se corrió con una convulsión imparable que la hizo gritar. Draco tuvo que callarla con sus propios labios y el sabor de ese beso fue puro fuego. Estaba ardiendo.

Contempló que su rostro estaba recubierto de una fina capa de sudor y el cabello recogido de Hermione se había despeinado en tirabuzones oscuros y despeinados. Quiso besarla una vez más, observando sus labios rosados e hinchados. Solo entonces retiró su dedo del interior de la joven. Tenía demasiadas ganas de llevarla a su oficina, depositarla sobre el escritorio en el que él normalmente trabajaba y hacérselo de verdad. Draco estaba tan excitado que podría explotar con solo un roce…

Fue entonces cuando escucharon los pasos por primera vez.

Al final del pasillo, justo junto a los ascensores, varias personas se agolpaban y los miraban con expresión estupefacta. Draco se quedó congelado y Hermione contuvo la respiración cuando sus ojos se fijaron en esas figuras conocidas.

—Joder… —susurró Draco.

Ante ellos, varios compañeros del Ministerio parecían llevar ahí varios segundos. Entre ellos estaban Harry Potter, que se reía con cierto disimulo, y John Scholz, que se había puesto pálido.

Hermione se apartó de Draco, tratando de colocar su vestido de forma correcta. Sin duda esas personas habían visto demasiado, mucho más de lo que ella habría deseado. Por un instante quiso desaparecer de allí, pero hasta esa salida resultaba humillante.

Antes de que nadie hablara por primera vez, Draco Malfoy se dio la vuelta y se dirigió de nuevo hacia su despacho. Como si nada hubiera sucedido.

—¿Vienes, Granger? —preguntó.

Hermione temblaba, pero decidió que no tenía muchas más opciones que aceptar. Siguió a Draco con los puños cerrados de vergüenza y el rostro tan rojo como una fresa.

Harry Potter fue el primero en decir algo, aún sosteniendo en su mano una de las famosas copas de champán que había tomado del piso de abajo, antes de que un grupo de aurores, Scholz y él decidieran subir a los pisos superiores del Ministerio de Magia a buscar a Hermione, que había desaparecido hacía demasiados minutos.

—Bueno, por si nos quedaba alguna duda, ahora sabemos que Granger está disfrutando de la fiesta.

Tras pronunciar estas palabras, Harry Potter profirió otra carcajada y siguió bebiéndose su copa de champán.


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