Vete.

Advertencias: NSFW. trans!megumi, afab!terms, mención de infidelidades. Sukuna y Yuji son gemelos.

Para la Sukufushi week 2021.

Día uno: Modern AU, no supernatural, mouths and fingers.


Una tarde, Megumi terminó con él.

Y, no importaba cuánto le pidió que no terminaran así, Megumi simplemente no escuchó sus súplicas ni le dio explicaciones. Así que Sukuna con el alma hecha trizas, terminó aceptando que su relación de años había llegado a su fin sin posibilidad de volver.

Tras el dolor inicial por su pérdida, que no tuvo que venir acompañado de grandes cantidades de alcohol ni el cuerpo de otras personas para saciarse como sus amigos habían creído, a Sukuna el odio le brotó como una enfermedad. Para los románticos probablemente el mayor dolor experimentado era el no poder estar junto a su amado. Para Sukuna fue darse cuenta de que, si Megumi se lo pidiera, volvería con él enseguida.

Lo pensó por muchos días y noches, las suficientes para pasar de echarse la culpa por lo que sea que hubiera pasado, a entender que esto había sido una decisión completamente unilateral, Megumi no había esperado ni querido que le diera una explicación a lo que sea que hubiera pasado, y cuando él lo buscó todo en su cabeza tampoco lo encontró.

—No lo entiendo.

Confesó una noche que Geto, Jogo y él salieron a tomar porque encontraron a Sukuna intentando enviarle un mensaje a Megumi otra vez.

¡Y no era posible!

—¿Qué es tan difícil de entender? —Jogo tenía el rostro caliente apoyado en la barra de madera con el vaso en su mano, mirándolos a ambos a través del licor amarillento que no había podido terminar de tomarse pues no tenía demasiada resistencia al alcohol—, Megumi terminó contigo.

—Lo difícil es entender por qué terminó conmigo.

Jogo lo miró con los ojos entrecerrados y una cara de circunstancia como si lo que acabara de decir que eso era motivo suficiente para que Geto o él le dijeran que tenía razón.

—Tienes razón —le dijo Geto.

Oh, en el nombre de Satanás.

—¿Estás seguro de que no peleaste con su padre? —le preguntó el peli-negro, mirando a la televisión del lado izquierdo el partido de baseball que estaban pasando—, ya sabes cómo son los Fushiguro y…

—Nah, no fue por ellos —afirmó Sukuna, dándole otro sorbo a la cerveza.

El día que Toji le mandó un mensaje de texto, Sukuna francamente se imaginó que el mayor de los Fushiguro le diría que tenía las horas contadas.

Pero lo que se encontró fue el:

¿Estás bien, niño?

Francamente casi se fue para atrás en su silla cuando lo leyó.

Megumi está bien, no parece afectado, Tsumiki dijo que en la escuela estaba bien también.

Y, aunque Sukuna no quería saber esa información sabía de primera mano que, si Megumi era despiadado, Toji era capaz de cercenarte vivo de las maneras más sutiles posibles. Por ejemplo, con un mensaje de texto. A Toji le gustaba jugar a no conocer lo malévolo que era su hijo, o pretender que él era encantador también.

Los primeros meses de relación habían peleado como un par de perros rabiosos por un mendrugo de pan, no habían congeniado de ninguna manera porque ninguno pretendió caerle bien al otro para empezar. No a diferencia de Tsumiki que era encantadora con todos, Sukuna no la adoraba, pero se llevaban bien y eso era más que suficiente.

—Yuuji está saliendo con él ahora.

A su lado, Jogo intentó no ahogarse con el líquido que no había terminado de tragar. Se llevó una servilleta a la cara cuando el líquido se le salió por la nariz y Geto lo miró tan de repente, con los ojos tan abiertos que casi parecía que se le iban a salir de la cuenca.

—¿Qué?

Geto tuvo que volver a preguntar porque, hombre, francamente creía que había oído mal.

—Que Yuuji y Megumi están saliendo ahora —le dijo Sukuna otra vez, con los dientes apretados mirando su botella.

Jogo terminó de limpiarse, quedándose unos minutos en silencio hasta que, con un resoplido compartido entre Geto y él, se atrevió a hablar.

—Eso está muy jodido —y Jogo no lo decía por Megumi, sino por que Yuuji era el gemelo de Sukuna—, ¿y los has visto?

Sukuna rodó los ojos, no por la pregunta, sino por los recuerdos en su cabeza.

—Todos los fines de semana están allí en la sala de la casa viendo películas o niñerías de esas.

Esta vez Geto miró el cenicero frente a ellos levantando las cejas en sorpresa, eso de verdad estaba muy jodido, incluso parecía…

—Parece a propósito.

Ah, Jogo ya se le adelantó.

Sukuna se encogió de hombros, mordiéndose el interior de la boca, las mejillas despellejadas por su mal hábito.

—Yuuji no sabía que salía con él.

Jogo y Geto lo miraron como si les hubiera dicho que le creció una tercera cabeza.

No los vio, pero luego de tanto tiempo, se conocían lo suficiente para saber que ambos estaban pensando en lo absurdo de la situación. Vale, tal vez Sukuna no le había dicho a su hermano que estaba saliendo con Yuuji, ¿pero no iba a ser demasiado evidente?

Maldita sea, cualquiera con dos dedos de frente iba a ver la manera en la que Sukuna veía a Megumi: como si fuera su mundo ideal o el tesoro más preciado que había poseído alguna vez, enserio, ¿qué tan estúpido tenías que ser para no ver eso?

Ninguno de los dos diría algo más esa noche, pero obviamente eso no podía ser real, obviamente Yuuji era plenamente consciente de que su hermano salía con Megumi, y aun así ambos decidieron salir el uno con el otro a pesar de ser cercanos al mayor de los Itadori.


—Hey, uh… —Yuuji lo interceptó en el pasillo de su casa, cargando un par de cajas.

—¿Qué quieres, mocoso? —Sukuna ni siquiera lo miró.

Su gemelo pareció pensarlo unos momentos, como si temiera hablarle de algo.

—Hoy va a venir Megumi y uh… —volvió a titubear, Sukuna ya estaba rodando los ojos por la impaciencia.

Es que en serio, Yuji ya había pasado la pubertad, ya a sus edades no se podía poner así de nervioso.

—Me preguntaba… ¿podrías salir de la casa?

Oh.

Oh.

—¿Por? —tentó a su suerte, mirando dentro de las cajas que había estado cargando como si le pusiera atención a su contenido y no a lo que su hermano le estaba queriendo decir.

—¡¿Cómo que por qué?! —susurraba Yuji exaltado, Sukuna lo miró con la ceja enarcada—, pues… ¡queremos un momento a solas!

—¿Para? —Sukuna disfrutaba mucho ser el mayor rompehuevos de la historia.

—C- ¡deja de jugar conmigo, ya sabes para qué! —ahora su rostro estaba rojo.

—Pues no es como que no sepa qué van a hacer, y ni que fuera a entrar a verlos.

—¡Sukuna!

Mierda. ¿Hacía falta que Yuji le gritara en el puto oído?

—¡Bien! —rugió mirándolo con fastidio, extendiendo la mano—, pero dame dinero para ir a comer.

—¡¿No?! —lo miró Yuji horrorizado, todavía tenía cosas que comprar.

—Entonces voy a dormir un rato, y pobres de ustedes si me despiertan porque los voy a echar a la calle, no me importa cómo estén.

Yuji pareció pensar la idea, deslizando de mala gana la mano en el bolsillo trasero de su pantalón.

—¡Bien!

Bien, pensó Sukuna. Era lo menos que su hermano le debía por acostarse con su ex novio.


Una tarde, Megumi le mandó un mensaje de texto.

Que por más que Sukuna deseara, no podía no malinterpretar.

Ven a mi casa a las 5.

¿Para?

Pero contra todo pronóstico favorable, Sukuna terminó cerrando su libro de historia antigua y saliendo de su casa. No había manera en la que no malinterpretara el mensaje porque, bueno, para empezar, era imposible que se hubiera equivocado de número de teléfono.

Considerando que fue Megumi quien lo bloqueó.

Y hoy Yuuji estaba cuidando al abuelo en su habitación. Y, sabiendo que no lo iba a dejar ni un momento a solas, aunque el viejo lo corriera, esto implicaba que nada bueno podía salir de reunirse con Megumi en su casa. Probablemente Toji estaría allí y bajo otras circunstancias Sukuna no había querido ni de chiste tener que enfrentarse con él.

Pero ahora todo con Megumi había acabado, tal vez lo que necesitaba era desquitarse con unos buenos golpes en vez de escuchar canciones deprimentes en su habitación a oscuras que Geto le recomendaba.

Otro que tampoco podía superar a su ex.

La residencia de los Fushiguro era, por mucho, pequeña. Estaba en las afueras de la ciudad y contaba con apenas lo necesario. Sukuna solo había estado allí un par de veces porque a Megumi no le gustaba estar con Toji demasiado tiempo. No le agradaba su presencia y definitivamente, Sukuna y él no se llevaban nada bien.

—¿Megumi?

Sukuna tocó la puerta y luego de unos segundos, Megumi le recibió abriendo la puerta. Sukuna cerró detrás de él, y lo que menos se esperó fue verlo allí tan calmado, con la misma cada de aburrido, como si…

Como si no hubiera pasado nada.

—Tengo casa sola, desvístete.

¿Qué?

—Megumi…

El peli-negro lo miró sin ninguna clase de expresión en el rostro, desabotonándose la camisa. Sukuna se alarmó lo suficiente para acercarse a él y tomarle de las muñecas cuando las clavículas se descubrieron junto con el pecho. ¡En el nombre de Satanás! El mayor de los Itadori había visto tantas veces a Megumi con y sin ropa que hacerlo ahora parecía estar mal, parecía… casi malvado.

—¿Qué estás haciendo?

Vio al chico rodar los ojos.

—¿No sabes lo que es quitarse la ropa?

—Lo que no entiendo es por qué lo haces.

Pero el peli-rosa recibió su respuesta cuando fue bruscamente empujado a la puerta. El delgado pedazo de madera crujiendo detrás de él y la sensación abrumadora de los labios de Megumi sobre los suyos sin recato alguno.

Sukuna tenía que, muy a su pesar, ser más sensato que sus hormonas y separarlo. Tenía que ignorar el hilo de saliva que conectaba ambas bocas y tomarle de los hombros para mirarle con el ceño fruncido. Megumi no podía solo hacer eso y pretender que no iba a haber represalias por ello.

—¿Qué haces? No puedes solo besarme como si nada —le dijo Sukuna, no precisamente contento—, tú terminaste conmigo, ¿recuerdas? Dijiste que nunca me quisiste.

El peli-negro lo vio tomar la perilla de la puerta para abrirla, y una pequeña, diminuta risa se escapó de sus labios. A Sukuna le recorrió un escalofrío por la espalda, Megumi casi nunca reía por, absolutamente nada en la vida, y cuando lo había hecho es porque estaba tramando algo.

—No vas a ir a ningún lado, te vas a quedar justo aquí y vas a satisfacerme.

Sukuna lo volteó a ver, con una ceja enarcada esperando a que continuara.

—Así es, eso es lo que vas a hacer hoy —le dijo el muchacho, con una mano en la cadera y la otra sosteniendo su propia mejilla, el meñique deslizándose hacia su labio inferior—, porque tu hermano no sabe cómo hacerlo.

Sukuna resopló con una mueca burlona en la cara. Joder, estaba bien que Yuuji y él no se llevaran del todo bien, pero hombre, esto era francamente decepcionante. Quizá su sorpresa pudo haber sido menor si el peli-negro no le hubiera tomado por el cuello de la camisa para atraerlo a él.

—No me importa si tienes otros planes, honestamente.

El peli-rosa, en serio, quiso ignorar la provocación.

Pero su sangre corría como caudal de deseo, ríos de calor por sus venas palpitando debajo de su piel. Con una mano le tomó por el cuello para estrellarlo contra la pared de la entrada a la cocina. A Sukuna la paciencia se le resbalaba de las manos, él no era amable ni gracioso como Yuuji. Una vez que lograban irritarlo lo suficiente podía ser realmente una mierda si lo deseaba.

—Te estás muriendo de ganas porque mi boca marque toda tu piel, ¿verdad, pequeña zorra? —le preguntó el mayor de los Itadori con la sonrisa creciendo en su rostro—, pero supongo que no importa que te lo pregunte… sé lo que tu cuerpo me está pidiendo a gritos sin contar tus palabras.

Sukuna conocía bien a Megumi. Habían durado años juntos, los justos para saber dónde tocar, cómo y cuándo, el peli-rosa había aprendido a base de tropiezos a complacer a Megumi al punto que iba a ser muy difícil para otros reemplazarlo. Siempre lo supo, y ahora estaban allí.

—La manera en la que me miras también me dice mucho de lo necesitado que estás —musitó, acercándose a él sin dejar de mantenerle presionado en la pared—, ¿por dónde debería comenzar? ¿tus labios, tu mejilla, tu cuello?

Megumi se removió debajo de su tacto, mordiéndose los labios. Dios, odiaba que Megumi fuera tan consciente de las pequeñas cosas que lo hacían caer.

—Mmmh, ¿cuál es el problema? ¿quieres que empiece a besarte? —se burló—, mírate, mi amor, estás tan necesitado de mi atención que te me ofreces como una puta cualquiera.

—Sukuna…

—Oh no, no cariño —musitó el mayor, con una de sus manos aún metida en el bolsillo del pantalón, la otra acariciando suavemente la piel de su cuello—, pobre cosita, papi todavía no ha tomado su decisión así que tendrás que esperar.

Megumi se agitó de nuevo en el agarre su cuello, suspirando con desesperación.

Oh, Sukuna cómo lo estaba disfrutando. La desesperación que el chico debía sentir cuando nunca le había negado absolutamente nada, cuando siempre lo complacía de todas las maneras posibles y ahora tenía que aguardar, esperar por ello.

Aunque siendo completamente honestos, a Sukuna no le emocionaba demasiado tampoco el tenerlo desesperado, no de esa manera. Megumi se derretía en sus brazos apenas lo tocaba y se volvía blando como malvavisco cuando sus dedos recorrían su piel y la carne de sus interiores.

—Por favor… —musitó Megumi, cerrando sus ojos a medida que Sukuna se acercaba a su rostro, nunca lo suficiente—, papi por favor… nadie me complace como tú, nadie, nadie.

El mayor de los Itadori nunca había sido un santo de altar, ni mucho menos Jesucristo.

En un impulso lo había tomado de las caderas para sentarlo en la encimera de la cocina y situarse entre sus piernas abiertas, su lengua metiéndose sin reparo alguno en su boca y Megumi gimiendo entre sus besos. La desesperación con la que le tocaba, como si de verdad lo extrañara lo estaba volviendo loco.

Megumi era extremadamente consciente del poder que tenía sobre él y todas sus reacciones.

Que Sukuna era incapaz de mantener las manos quietas, incapaz de mantenerlo con ropa un segundo más si lo tenía allí, apretando su entrepierna contra el interior de sus muslos calientes. Mucho menos en el momento en que le quitó la camisa que usaba ese día.

—Por favor… por favor… —gemía el peli-negro como si estuviera sufriendo, agonizando—, Su-sukuna…

El peli-rosa ignoró por completo el cuerpo del chico, sus labios mordiendo el cuello blanquecino, marcándolo con sus colmillos con moretones que no se quitarían en días. Que su hermano vería. Los dedos enterrados en la piel de su estómago, marcando la nívea piel.

—¿Qué es lo que quieres, cariño? —le preguntó dejando saliva sobre todo su cuello enrojecido por las mordidas. Su mano derecha deslizándose entre sus piernas para apretar con dos de sus dedos el clítoris sobre la tela—, ¿dónde quieres que te toque?

Megumi soltó un gemido que rebotó entre las delgadas paredes de la casa. Un respingo involuntario de su cuerpo cuando los dedos fríos tocaron sobre la ropa interior los labios, separándolos hasta que la tela quedó en los pliegues calientes de su entrepierna, apretando la carne inflamada.

—Ahh… ahí, a-ahí —me dijo con la voz perdida, recargándose en la pared tras la encimera. Sus piernas alzándose lo suficiente para que Sukuna le pudiera sacar el pantalón y observara la ropa interior que se mojaba cada vez más conforme pasaban los segundos.

—Mmh… —Sukuna fingió no escucharlo y acarició la piel temblorosa de sus muslos calientes. Megumi subió ambos pies al filo del mueble y él tuvo la espléndida visión de sus piernas abriéndose para él, de la tela cubriendo apenas los pliegues humedecidos y cómo la entrada a su vagina se contraía, iba a volverlo loco.

Megumi se estaba sosteniendo las piernas con sus manos y tenía la cara parcialmente enrojecida, sin mirarlo a los ojos respiraba con ligera agitación y la carne le temblaba. Sukuna se acercaba y se alejaba de él sin darle nada más que nervios por no consumar nada de lo que necesitaba.

—Di que no vas a encontrar a nadie como yo —exigió Sukuna presionando con sus dedos el clítoris sobre la tela, las piernas a los lados de su cadera temblando—, que no importa cuánto busques nadie te va a hacer sentir lo que yo.

Megumi lo miró, placer mezclado con dolor, ojos verdes resplandeciendo.

—Nunca.

Maldita sea, allí estaba el Megumi que él conocía. Sukuna sonrió, sus colmillos a la vista antes de relamerse los labios y con una mano jalarle la ropa interior al chico hasta quitársela por la fuerza.

Megumi gritó en el momento en que la lengua caliente de Sukuna se abrió paso entre sus labios, introduciéndose en su vagina, saboreando el interior caliente y húmedo. Megumi perdió la compostura en el momento que Sukuna le tomó de las piernas y sus rodillas le tocaron el pecho. Sus propias manos jalaron el cabello rosa hasta que su rostro se enterró entre sus piernas.

El mayor de los Itadori movía la lengua rápidamente, sus dientes raspando los pliegues de la vulva, dando ligeras mordidas al interior de sus muslos.

—¡Ahh! ¡Ahhh! ¡Su-Sukuna! —Megumi echó la cabeza para atrás golpeándose contra la alacena sin cuidado pues el peli-rosa succionaba su clítoris entre los labios. Dos de sus dedos se habían introducido en su vagina, con sonidos acuosos entrando y saliendo.

El mayor era todo menos suave al momento de coger, y sus dedos se movía casi con furia en su interior, no esperaban a que recuperara el aliento ni recobrara la compostura: era fuerte, intenso, su lengua se movía como si tuviera vida propia abusando de su intimidad una y otra vez.

—Ahhh! ¡Ahí, AHÍ! —Megumi lloró con las lágrimas bañándole las mejillas y los dedos enterrados en el cabello ajeno.

Sus piernas se tensaron en el momento en que el primer orgasmo llegó, con una intensidad abrumadora, no había nada más que sus gemidos dolorosos por la intensidad con el que su squirt bañó la cara de su ex novio.

Megumi se mordió los labios y con las manos temblorosas jaló otra vez el cabello rosa para separarlo de su entrepierna. Sukuna era muy bueno provocándole squirts y siempre que lo hacía, Megumi terminaba terriblemente agotado.

—Dime que no necesitas a nadie más que a mí.

El peli-negro negó, todavía con la respiración agitada y las piernas siendo apenas sostenidas por las manos fuertes del mayor.

La mirada de Sukuna era predadora, como si inspeccionara a través de él, la mano izquierda le envolvió el cuello y sin aire, lo miró acercarse a él para besarlo. Sin darle tiempo a descansar y las piernas flácidas a cada lado de su cadera, el menor sintió de nuevo la intromisión de los dedos en su vagina.

Lloró sin aliento cuando los dedos se movieron de adentro hacia afuera en su pequeño agujero, haciéndole temblar por la sensibilidad.

—Dímelo maldita zorra —Sukuna le había besado, metiendo a la fuerza su lengua en la boca del menor que a duras penas podía respirar—, dime lo sediento que estás de que te la meta, de que te llene hasta adentro. Las ganas que tienes de ahogarte en mi verga, Megumi.

Pero el menor de los Fushiguro no contestó, solo expulsó el poco aire que le quedaba en los pulmones en un grito agónico cuando el segundo squirt llegó unos minutos después. No hizo falta demasiado estímulo. Los dedos de Sukuna eran largos y ligeramente gruesos, y por seguro sabía dónde tocar.

—Solo es una cosa que me tienes que decir, Meg —musitó Sukuna soltándole el cuello, su boca caliente resbalando desde la mejilla hasta el oído y el cuello, marcas rojizas, rosas y moradas danzando sobre la piel inmaculada—, solo tienes que admitir una cosita.

Y lo dejaría descansar.

Pero el jovencito, así de derrotado y abusado como se sentía, volvió a negar con la cabeza. Sukuna perdió toda paciencia en ese momento y sin esperar un segundo la palma de su mano le dio un golpe a Megumi entre las piernas. Otro golpe, la piel enrojeciéndose cada vez más. Megumi temblando bajo su cuerpo

—B-basta… no más… —le rogó.

—Nah, hasta que lo digas.

Otro golpe. Ya podía sentir su pequeña entradita rosada volver a humedecerse por la excitación de que Sukuna lo humillara de aquella manera. Megumi lucía bellísimo retorciéndose en sus brazos y el mayor de los Itadori creía que iba a explotar en cualquier momento por remembrar sensaciones y sentimientos pasados.

El día que Sukuna se había despertado sin extrañar a Megumi, le abrió los pliegues calientes con los pulgares para ver los fluidos resbalar del agujero palpitante entre sus piernas.

Su lengua sorbió todo desde adentro, las rodillas temblorosas a los costados de su cabeza presionándolo más, el clítoris inflamado y enrojecido palpitaba entre sus labios jalándolo y chupándolo.

—Dime que me necesitas a mí, que no necesitas a Yuuji.

Le dijo contra la abertura que se contraía con el aire caliente.

El peli-rosa de todos modos nunca fue un buen hermano.

Megumi para ese momento ya no pensaba, su cabeza estaba enfebrecida y tenía los oídos tronados. Todo a su alrededor se desdibujaba por los tres dedos en su interior y las succiones de la boca sobre su clítoris. Tampoco le importaba de ninguna manera si su padre o su hermana entraban a la casa en ese momento, él seguiría apretando la cabeza de Sukuna entre sus piernas hasta que se viniera una tercera vez.

—Estás tan húmedo para mí, cariño —le dijo Sukuna sorbiendo los hilillos de saliva y fluidos que resbalaban entre las nalgas del muchachito—, seguro que a tu agujerito le encanta la idea de ser cogido por mis dedos y no por la desgracia que tiene Yuuji entre las piernas, ¿verdad?

Sus dedos presionaban la entrada que se contraía, los succionaba como si los necesitara, como si pertenecieran entre sus piernas.

—Es una pena, porque tú lo elegiste a él —musitó casi como si sintiera pena real dándole otra palmada bien fuerte en los labios inferiores viéndolo brincar en su lugar, la estrecha entrada de la vagina enrojecida, punzando—, preferiste quedarte mal cogido y ahora vienes a mí rogando porque te complazca.

Megumi lloriqueó unos minutos más cuando los tres dedos en su interior se volvieron cuatro y encontrando de nuevo el punto de su placer, se arqueó en la encimera, agarrándose del metal del lavabo a un lado de él para gritar dolorosamente, un tercer squirt dejándolo completamente sin energía.

La playera de Sukuna completamente mojada al igual que parte de su cuello y cara, una sonrisa siniestra y los colmillos asomándose.

Entre sollozos, el menor de los Fushiguro lo atrajo a él para que lo besara. La saliva resbalaba sobre su mentón al igual que los restos de sus propios fluidos, la respiración agitada, los labios hinchados y los ojos enrojecidos por las lágrimas.

Jodida belleza la suya.

—¿Sigues pensando que no me necesitas? ¿Qué necesitas a Yuuji y no a mí?

Con los ojos entrecerrados, acurrucado entre su hombro y cuello, sintió la cabeza menearse de un lado a otro. Otra sonrisa se formó en su rostro, habiendo ganado.

—Excelente.