Nota: Continuación de "Un sentimiento (de cristal)". Posible fuera de personaje, temas sensibles, ajá.


Yuuta sabe, que lo que pasó, fue incorrecto. Que ese beso nunca tuvo que haber existido, nunca; porque ellos eran primos, lejanos, pero primos al fin y al cabo.

Las cosas no tuvieron que haber sucedido. Pero lo hecho, hecho estaba y era muy tarde para remediarlo; y aunque siempre podían hacer como si aquello nunca pasó, el sólo pensarlo, le dolía. No porque ese haya sido su primer beso…

Y es que, Yuuta nunca quiso fijarse en su primo –menor por un año que él–. Nunca tuvo la intención de que su cariño fraternal se convirtiera en algo más. Simplemente cuando descubrió en lo mucho que sus sentimientos por Gojō, había cambiado, se aterró e hizo todo lo posible por ocultarlo.

Incluso, trató de que sus sentimientos por Satoru menguaran o de plano, desaparecieran. Concentrándose en sus amigos, en la escuela y tarea, además de dedicarse completamente al kendo.

No obstante, sus intentos fueron infructuosos. Pues esa tarde de primavera, sus sentimientos resurgieron y se desbordaron como el agua.

Y… mentiría si dijese que ese beso, no lo disfrutó. Como si, inconscientemente, una parte –profunda, oscura– de él, lo hubiese estado deseando con fervor. Casi con calma impaciente.

Pero como ocurre con cualquier placer, fue momentáneo. Y la culpa, comenzó a comerle como una plaga; responsabilizándolo de lo sucedido, incriminándole que fue su culpa y que él, incitó a Gojō a besarlo por su deseo egoísta de tenerlo un poco más cerca.

Fueron noches sombrías y crueles, atestadas de pensamientos de culpabilidad y de reproches. Noches donde, desesperadamente, rogaba a cualquier deidad que por favor, se llevasen estos sentimientos que no hacían más que crecer y le atormentaban.

Y fue así, como lentamente, fue aislándose en su habitación. Martirizándose, castigándose.

Y por si fuera poco, fue una mañana de verano que su primo, Satoru, fue a visitarlo. Lo peor, es que sus padres habían salido hace poco.

Pero, tal parece que no era el único que sufría. Gojō también, tenía un aspecto deplorable, lamentable.

(Pero incluso así, él seguía siendo hermoso).

- Gojō…

Satoru aventó la bolsa de la tienda a la que había pasado antes de venir a su casa, y como si fuese un desahuciado, estampó sus labios contra los suyos. En un beso brusco, que dolió.

Pero que también, los alivió (salvó).

Fue demandante, fue impulsivo, fue todo y nada. Y aun así, se sintió feliz.

- No vuelvas a hacer esto, Yuuta – le demandó, tras terminar su apasionante beso (lleno de tanto y nada) –… No vuelvas a alejarte así.

- Satoru…

- Entiende que, no fue un error… No está mal porque así lo deseábamos – Satoru recargó su frente en su pecho –. Entiéndelo, Yuuta…

Te lo suplico.

Yuuta lo abrazó entonces, como siempre quiso (y soñó, en estos infernales meses). Y por fin, después de tanto tiempo, volvió a sonreír.

- Entonces no te dejaré ir, Satoru.

Y no me dejes ir.

Se estaban metiendo en algo que simplemente, los conduciría a senderos llenos de dolor. Pero, la verdad es, que la felicidad no llega.

La felicidad se busca, y siempre, queramos o no, estamos luchando por tenerla.

Y aunque este deseo que tenían, era egoísta. No importaba.

No mientras pudiesen tenerse el uno al otro.

(¿Verdad?)