El amor no es posesión
Hessefan
Disclaimer: One Piece es de Oda.
Advertencias: Va a haber mucho Zoro x Luffy, pero la pareja principal será Sanji x Luffy. Quedan advertidos.
Notas: ¡Otro pedido de Rosa! Creo que es la primera vez que hago un AU en One Piece y puede que Zoro esté un poco ooc por eso (no lo veo de la manera en la que voy a plantearlo en el fic, pero espero ser lo más fiel posible al personaje). Ah, es un mundo de fantasía, como el de One Piece, así que no está ambientado en ningún país conocido. Trataré de actualizar todos los viernes, pero puede que me atrase por el curso que estoy haciendo; al mismo tiempo, serán capítulos cortos por la misma razón. Por último, ya saben que si quieren pedirme algo, pueden hacerlo yendo a mi página de Facebook. ¡Muchas gracias de antemano por leer! Espero sus comentarios, porque eso me anima a continuar publicando con constancia.
CAPÍTULO 1:
No era un buen día para el pequeño Luffy. Acababa de enterarse por la misma Dadan que Sabo sería adoptado por una familia de ricachones; esa misma pareja de estirados que una semana atrás había ido al orfanato a buscar un niño que hiciera compañía al hijo biológico que ya tenían. Un niño desagradable sería hermano de Sabo, y la idea de perderlo lo llenaban de lágrimas.
—Piensa que va a estar en un lugar mejor, Luffy —trató de animarlo Ace, un chico pecoso un poco más grande que ellos dos.
—Aparte, aunque nos separemos, nunca dejaremos de ser hermanos del corazón —sumó el rubio, algo emocionado por la nueva vida que le esperaba. Ya no más estar en ese lugar que más se parecía a un reformatorio.
Es que la misma Dadan era inclemente; no solo era la dueña y el orfanato llevaba su nombre, "La casa de Dadan", también era quien los despertaba a las seis de la mañana para las labores diarias.
Allí hacían pan, entre otras manufacturas, para vender al público. Y todos tenían labores, desde los más pequeños hasta los más grandes. La ropa que llegaba como donación era repartida, pero era sabido que los que regenteaban el lugar se quedaban con lo mejor y les daban a los niños puros harapos.
De plus, la comida no era buena. Eran muy estrictos en ese sentido, se respetaban las cuatro comidas diarias y si descubrían a un niño robando comida extra, era castigado siendo encerrado en un cuarto o puesto contra la pared sentado en una silla, por horas.
Luffy era de esos niños que pasaba la mayor parte del día en penitencia. Siempre se quedaba con hambre y como no se podía repetir el plato, acababa robando alguna que otra fruta. Las consecuencias no se hacían esperar cuando lo pescaban.
Por esas razones, Sabo no estaba triste de ser adoptado; sí le dolía separarse de sus hermanos del corazón, porque para colmo informaciones de índole personal no eran compartidas con los menores. Solo Dadan y los empleados del orfanato sabían a dónde iría a parar el niño rubio, pero tanto Ace como Luffy no tenían idea.
La separación era inminente, así que esa noche Ace se armó de valor para robar una botella de licor de la despensa. La escondió en el granero y en el poco rato libre que tenían, buscó a Luffy y a Sabo para llevarlos a dicho lugar.
—¡Van a azotarte si se dan cuenta que robaste alcohol! —se espantó Sabo cuando vio los tres vasos y la bebida.
—Nos castigan por cualquier motivo, así que me da igual. —Ace se encogió de hombros, despreocupado.
—Yo no quiero brindar —espetó Luffy molesto—. ¡No me alegra que Sabo se vaya!
—No es para brindar, tonto —le explicó el mayor—, es para sellar un pacto. Hoy, ahora, antes de que mañana se lleven a Sabo.
—¿Qué pacto? —preguntó el rubio tomando la taza que le correspondía.
—Que pase lo que pase, aunque nos separen… nunca dejaremos de ser hermanos.
Más conforme con la idea, Luffy tomó su vaso mirando el contenido. Nunca había tomado alcohol, pero Ace le había dicho que no se valía escupir sino el pacto se rompía. Así que tragó el brebaje sintiendo que era peor que los remedios que les daban ahí.
Al otro día, prepararon a Sabo apenas se levantaron, puesto que lo pasarían a buscar a primera hora de la mañana. Luffy lo despidió entre lágrimas sentidas y aunque Ace también estaba triste, se mostró más estoico. Desde siempre había sentido que por ser el más grande, debía ser el más rudo.
—Ya no llores, Luffy —le decían todos, pero eso conseguía el efecto contrario.
Los tres habían llegado al orfanato desde que nacieron prácticamente, los tres habían tenido un comienzo similar en ese lugar, y era lógico que los tres se mostraran tan unidos. Siempre veían como sus compañeros eran adoptados por familias, mientras ellos iban quedando. Pensaron que nunca serían adoptados porque ya eran grandes y la gente solía preferir bebés, pero no fue el caso con Sabo. Y ahí se marchaba, en un auto carísimo en compañía de quienes serían sus nuevos padres y hermano.
Ellos dos quedaron ahí en el portal, Luffy aferrando los barrotes, casi mordiéndolos. Al menos le aliviaba saber que Ace seguía a su lado. Incluso le había apoyado una mano en la cabeza en son de consuelo.
—¡Prométeme que tú no te irás! —le exigió Luffy a su hermano del alma, al que le quedaba.
—Te lo prometo —dijo, sin saber si cumpliría o no con su promesa. Solo quería hacer que el pequeño se sintiera mejor.
(…)
Ace cumplió su promesa, básicamente porque nadie quiso adoptarlo nunca, pero era sabido que cuando los niños ya no lo eran y cumplían los diecisiete años, el orfanato se desentendía de ellos.
Así pasaron los años, y llegó el día en el que Ace debería dejar ese lugar. En esos casos eran librados a la buena de dios. Sería asunto de él ver cómo se las apañaba para subsistir en un sistema capitalista donde se necesitaba dinero para sobrevivir.
En esa ocasión Luffy no estaba triste, quizás porque ya con catorce años se había hecho a la idea de que su hermano se iría tarde o temprano, o más bien porque estaba feliz de que Ace saliera de ese tugurio de mala muerte llamado orfanato.
—Cuando sea tu turno de salir, vendré a buscarte —aseveró Ace con una gran sonrisa y un bolso modesto a cuestas que llevaba un par de prendas.
Luffy levantó una mano y saludó, mientras lo iba irse por el gran portón, el mismo que hacia siete años atrás había cruzado Sabo con camino incierto. Se sentía aliviado, porque a diferencia de su otro hermano, no cortaría el lazo con Ace.
Esperaba que le fuera bien, que consiguiera un trabajo rápido que le permitiera asentarse en algún lugar. Le ilusionaba la idea de irse a vivir con él y empezar una nueva vida, lejos de los maltratos y el destrato.
(…)
Ace cumplió con lo pactado, y el día que Luffy cumplió los diecisiete años lo esperó a un lado de las rejas. Cuando se vieron se fundieron en un abrazo fraternal. Ace la palmeó la espalda y le sacó el bolso para cargarlo él.
—Vamos.
—¿Qué fue de tu vida, qué hiciste todo este tiempo? —Mientras caminaban por las calles llenas de tilos iba parloteando sin cesar y sin darle tiempo a su hermano de meter bocado.
—Fue difícil, Luffy —confesó Ace—, viví un tiempo en la calle hasta que conocí al hippie.
—¿Quién es?
—Un amigo, vamos para su casa. Te quedarás con nosotros. No tienes que preocuparte por la comida y la estadía.
—¡Qué bueno!
Caminaron por calles de tierra, adentrándose a la zona de la ciudad más peligrosa; las casas dejaban de serlo para pasar a ser casillas. Había mucho verde, eso sí, enormes pantanos y humedales rodeaban a veces las casas humildes. Llegaron a una de material, a medio fabricar. Cuando Luffy entró se dio cuenta de que era diminuta, estaba abarrotada de colchones y había mucha mugre, de esa que se acumula con el tiempo; pero no olía mal.
—Hippie, él es mi hermano.
—Luffy, ¿no? —Un hombre de mediana edad, gordo y lleno de rasta se puso de pie para darle un apretón de manos—. ¿Qué se siente salir del inframundo? —remató riéndose.
—Le conté cómo vivíamos ahí —dijo Ace sentándose en una de las pocas sillas que había, una destartalada que se movía y estaba a punto de quebrarse. Luffy vio a su hermano picando una rama de algo que no sabía lo que era, pero no le prestó mucha atención.
—Me siento libre afuera —contestó Luffy, luego de unos segundos de distracción—, oye Ace, ¿eso qué es? —Siempre había sido muy curioso.
—Algo que tú no vas a fumar, pero sí vender.
—No entiendo. —Luffy también siempre había sido muy sincero.
—Yo no tengo problema de que se queden acá, al contrario, me pueden ayudar a limpiar un poco. —El hippie volvió a reírse. Era un tipo muy simpático, aunque su sonrisa no era bella porque le faltaban dientes y los que tenían, estaban careados o manchados.
—Pero… —continuó Ace terminando de armar el cigarrillo de marihuana.
—Yo cosecho y ustedes venden. Así no se tienen que preocupar por la comida, ni el alquiler.
—Creo que entiendo, ¿pero cómo vendemos?
—Yendo a puntos claves —continuó el hippie—, después te hago un mapa. No es momento de hablar de negocios, ¿tienes hambre?
—¡No le preguntes eso, hippie! —remató Ace medio risueño y encendiendo el cigarrillo— ¡Luffy siempre tiene hambre!
Luffy asintió con la cabeza, como era de esperarse, y después de que el hombre gordo le ofreciera asiento y agua para tomar, le sirvió un plato de arroz con verduras que en verdad estaba delicioso.
—¿Está bueno? —preguntó el hippie.
—¡Está buenísimo! ¿Hay más?
—Te va a salir caro mi hermanito —dijo Ace, ya con los ojos rojos y pasándole el faso a su amigo.
—Yo no tengo drama de que fumen lo que quieran de la cosecha, agarren sin preguntar —le aclaró el hippie a Luffy.
—Pero no me gusta fumar.
—¡No lo incites! —se metió Ace— No quiero que fume. Si le gusta tanto como la comida, se va a fumar toda la cosecha.
—Ni ahí por cuidarlo —remató el gordo riéndose.
—No vamos a tener para vender. Es goloso con todo.
—Igual no quiero fumar —aclaró Luffy negándose cuando el hippie le quiso pasar el cigarrillo.
—Mejor vender y no consumir —dijo el hombre cual refrán.
—Aparte no sé si empieza con esto y sigue con otras cosas. Fumar marihuana es una cosa, Luffy —explicó Ace paternal—, pero no quiero que consumas otras drogas. Si te ofrecen merca, di que no siempre, porque la adicción es una de las cosas más terribles que hay.
No pudieron seguir hablando del tema, por la puerta y sin golpear, entró un hombre barbudo, también de casi mediana edad; tal vez estaba en sus treinta, pero como al hippie, se lo notaba de cuarenta. También usaba rastas, un pantalón de jean gastado y un buzo con capucha.
—¿Y, Nato? —dijo el gordo estrechándole la mano.
—Vendí todo, pero me pidieron un frasco de mermelada para hoy —respondió dándole la plata a su amigo y aceptando a cambio el cigarrillo de marihuana que ya moría.
—Bien, Luffy, hora de trabajar —le habló Ace al escuchar eso—. Te explicaré cómo se hace. Gordo, pásame la caja —se dirigió a el dueño de la casa.
—Está atrás tuyo, cómodo —dijo lanzando una carcajada.
—Bien, lo importante son los cogollos —explicó Ace a un atento Luffy que hasta había dejado de comer. Mientras Nato se sentaba en la única cama que había y tomaba unas tijeras para empezar el trabajo—. Esto largo es lo que importa, pero como ves, está lleno de hojas. Nosotros tenemos que cortar, cuidadosamente, esas hojas, y dividir los cogollos que vamos poniendo en frascos.
—Las hojas se guardan aparte, sirven para hacer manteca, brownies… —agregó Nato, cortando todo con maestría y rapidez. Ace también estaba canchero en eso, pero a Luffy le costaba; tenía que separar cada hoja para meter la tijera y cuidar de no estropear el trabajo.
—Esto es difícil —se quejó Luffy al ver que estaba una hora con un cogollo mientras los demás despachaban todo enseguida.
—Ya te pondrás canchero, paciencia, es la primera vez que lo haces —lo alentó el hippie.
—¿Cómo te llamas? —le preguntó a él mientras lidiaba con la labor.
—Mi nombre no importa, puedes decirme hippie o gordo. La mitad de la gente me llama hippie, la otra mitad gordo.
—Ok.
Cuando terminaron de llenar el frasco, que no les tomó más de quince minutos, siguieron llenando otros para tener de reserva. Pero en un momento el hippie les pidió a los hermanos que armaran bolsitas individuales para vender al por menor.
Llegó la hora de salir a trabajar, eran las cinco de la tarde. A decir verdad no tenían horarios establecidos, se salía cuando se podía y la policía no estaba dando vueltas, o cuando se tenía ganas. El gordo no era estricto en ese sentido porque todos le cumplían en mayor o menor medida. Para él no eran empleados, eran amigos y así había adoptado a Luffy desde que Ace le empezó a hablar de él.
Luffy acompañó a Ace a la plaza más cercana, una que quedaba a unas diez cuadras desde donde estaban. El hippie vivía en un lugar muy descampado y no había una plaza más cerca. Poco a poco se fueron acercando algunos clientes. Ace le enseñó lo básico, cuánto tenía que cobrar por las bolsas chicas, cuánto por las medianas e ir a buscar frascos cuando algún cliente quería más cantidad.
Estuvieron hablando ese tiempo, Luffy no se lo veía tan jovial como al principio. Quizás porque esperaba ver a su hermano trabajando de verdad y con un lugar donde vivir, ya asentado, pero parecía una hoja en el viento, dependiendo de la cosecha de una planta.
—Como te dije, viví en la calle cuando salí, comía lo que encontraba en los tachos de basura —le aclaró Ace—, hasta que el gordo me encontró en la estación de tren. Nos hicimos amigos y me invitó a su casa. Es buen tipo. En el verano a veces no hay cosecha y aun así él jamás me negó un plato de comida y un colchón. Es difícil, Luffy… salir del orfanato y conseguir empleo. Pero espero que tú puedas hacerlo. Mientras tanto…
—¿Mientras tanto qué?
—Tenemos esto —le dio algunas bolsas que Luffy inmediatamente guardó en el bolsillo de su pantalón corto. Hacía un poco de frío porque estaban en otoño, pero el chico parecía inmune al clima, no le molestaba estar incluso con mangas cortas— Yo me voy a otra plaza. Si vendes todo, ya conoces el camino de regreso a lo del gordo, todo derecho por la calle de tierra. —Hizo la seña, marcando el camino.
—¿Me vas a dejar solo con esto?
—Tienes que curtirte —aclaró—. Lo único, que debes tener cuidado con la policía. Mira para todos lados, si ves un patrullero, te vuelves de inmediato a casa.
Sin embargo Luffy a veces podía llegar a ser muy distraído. Estar sentado ahí, aburrido y solo, le daba modorra. De vez en cuando aparecía alguien que compraba y hasta le ofrecía fumar uno con él o le entablaba una conversación porque notaban que era nuevo en el negocio.
En eso pasó lo que Ace vaticinó. En un patrullero iba un joven de pelo verde que le señaló a su superior, quien conducía, al muchachito de sombrero de paja. Era un sombrero que uno de los maestros del orfanato le había obsequiado a Luffy y que él valoraba mucho, porque era el único maestro que era amable y divertido con ellos. No se lo sacaba nunca y eso lo hacía aún más llamativo.
