-Mi señora, lo hemos encontrado- llegan esas campantes palabras a mis oídos, despertándome de mi ensimismado mirar a aquel ventanal que allanaba la visión de las estrellas y las naves pertenecientes al Renacido nuevo Imperio, el legado de mi bisabuelo.

-Preparen mi nave-Le ordeno a la chica de brillantes hebras oscuras similares a las mías, hipnotizante a la hora de andar paseándose en los pasillos, remarcando su pisar y su jerarquía. Mi mano derecha, uno de los mejores generales que ha pisado este gobierno militar, y que se ha ganado su renombre por demostrarme que se merece aquel grado.

Seguí observando ese oscuro manto negro que admiraba poder ver desde este, mi lugar, el sitio más alto, puesto que le correspondía a la líder de esta flota. Buscaba apaciguar aquel nerviosismo que empezaba asomarse en mi interior por el pronto panorama que tendría afrontar en un par de horas.

Ver de nuevo a mi padre.

Hace casi diez años había huido de casa, de la academia jedi para ser exacta. ¿Mis razones? El miedo. El miedo de mis compañeros luego que se enteraran del pasado de mi familia, de mi estirpe. Ser hija de la temible Kyra Ren, la rencarnación de la propia maldad, fortificada por los seres más poderosos que había obtenido la historia de la galaxia.

Mi padre, tampoco quedó exento de aquella culpa. Luego que se enteraran que era nieto de Palpatine, junto la noticia que había intimado con el enemigo en aquel tiempo, y que de ello había nacido un peligro inminente, lo crucificaron en todo el universo.

Por eso, decidimos huir. Aun queríamos vivir.

Recuerdo que esa noche antes de que nos enteráramos por unos informantes que aún creían en nosotros, decidimos escapar de las garras de nuestro fatídico destino que ideó de forma indecorosa el gobierno para borrar nuestra presencia de la galaxia, contratando a asquerosos mercenarios para borrar nuestra existencia, lavándose las manos, diciendo que nos habían asesinado desertores de la ley por una recompensa. Pero, los planes que habíamos ideado junto a mi padre, y los de la elite del magistrado, se fueron en picada, pues esa misma noche, el Lado Oscuro se manifestó en plenitud en mi ser.

Sentí recelo, ira con todo. Nuestros propios amigos, mis compañeros, alumnos del último Jedi nos abandonaron, nos dieron la espalda. La propia galaxia. A sabiendas que desde un principio jamás me interesó las artes de la fuerza, y mi padre siempre mostró esa incandescente luz en su interior.

Porque sí, antes de comenzar mi camino Jedi, mi vida anterior fue de lo más normal.

Mi infancia fue feliz, de una niña amada incondicionalmente por un progenitor que lo dio todo por ella. Nunca me temió, nunca me ocultó algo de mi pasado, de mi familia en sí. Ni siquiera cuando demostré mi habilidad. Siempre fue franco conmigo, cariñoso, y un excelente padre. Me apoyó en todo lo que pudo, y me entregó todo lo que estuvo en su alcance, sin llegar al extremo de consentirme. Jamás se interpuso en mis decisiones, lo que escogí para mi vida, o me forzó a entrenarme para que apareciera algo que después de tantos años nunca dio a luz que poseía.

Incluso, me dediqué a pilotear como una simple transportista, y después de casi veinte años, una persona madura, con experiencia en la vida, decidí entrenarme para llevar a cabo el manejo del don que se manifestó casi cuando me convertí en toda una mujer.

Realmente, fui una persona demasiado simple, y ellos lo sabían de sobra.

Aunque, en todos estos años que conviví con mi padre, jamás se pudo sacar de encima ese peso de no estar en mis meses de gestación, el acompañarme en mis primeros días de mi existencia. Porque, desde que mi madre, Rey Solo, con su último aliento le reveló de mi existencia, y en donde estaba, él me amó al instante.

Pero, aún toda la buena fortuna que tuve con tener una vida llena de alegría, no fue suficiente para colmar ese duro peso que nos impusieron las personas de todo el universo a nosotros, apuntándonos con su ferviente repudio.

Y, esa noche que sentí ese poder correspondiente a una de las partes más oscuras de mi linaje, saboreé su rebosante poder sobre a todos mis compañeros, a los mercenarios que nos venían a asesinar, incluso, a los pequeños padawans de mi padre. Hasta ellos le entró la repulsión de mi familia.

Esa fue mi primera vez que sentí el sabor a la muerte, y literal a la sangre de otro ser humano, otra especie pensante. Sin embargo , ese placentero sentir de ser él verdugo de la muerte se esfumó rápido, y a comparación a lo que me había hecho mi madre en aquel momento que su tío la quiso asesinar, entré en pánico.

Terminé huyendo de mis acciones, dejando a mi único familiar a un lado, a tempestad de la cruda cacería, solo. El remordimiento me comió por dentro, concibiendo una vergüenza feroz en mi interior. Nunca más lo volví a ver, ni quise buscarlo. No tenía la fuerza para volver a ver su mirada gentil, llena de cariño fraternal, y rogar que aceptara mi perdón que, siendo sincera en ese tiempo, no sentía, porque estaba convencida que lo había hecho era lo correcto para la supervivencia del único familiar que tenía.

Después que hui, culminé en el planeta olvidado de Exegol, gracias a una nubosidad que emergió de mi mente, el llamado de algo que siempre sentí en mi interior. Seguí entrenando sola, bajo el aura del poderoso planeta cubierto por la maldad pura, sintiéndolo extrañamente mi hogar de cierta forma. Al igual que la academia Jedi junto a mi querido padre. Pues, aun así, el que mis compañeros hayan decidido odiarme de una manera injustificada, me sentía pertenecida, a gusto desde siempre con el lado luminoso de la fuerza.

Pero, yo sabía cómo funcionaba el mundo.

Junté a los rezagados, exiliados de la Primera Orden, y gracias a mi título, la gente llegó en manada, y fue fácil reconstruir al antiguo gobierno militar bajo el seudónimo del Renacido Nuevo Imperio, tomando la iniciativa de ejecutar lo que uno de los alter ego de mi madre quiso, traer un nuevo orden a este caótico universo, con mano firme, pero, a comparación a ella, benevolente al que decidiera ser sumiso.

-Esta lista su nave mi señora- vuelve a comunicarme aquella mujer con su tono de cabello que hacía juego con el frío vacío del espacio, que había sentido hace algunos segundos su llegada con ese inconfundible pisar de ella.

-Excelente-

Fui directo al hangar, con el distintivo andar de la mujer que se encontraba en la cúspide de aquel navío, sobre la vista de todos mis oficiales que a sus adentros me admiraban con el temor y respeto correspondiente, junto a ese orgullo enriquecedor de ser partícipe del gobierno de la bisnieta de Darth Vader y el emperador Palpatine, e hija de la propia Kyra Ren, sin la necesidad de tener una máscara de por medio.

Porque si, a comparación de mis antecesores, yo no utilizaba una, pues, para mí, con solo tener el porte de mi padre, y la mirada retadora de mi madre, era más que suficiente para dejar en claro quien era la alfa.

El viaje tardó más de lo esperado, bajo la extraña presencia del camino que alguna vez había transitado, como si en una vida pasada lo hubiera hecho.

No podía negarme a mí misma que estaba verdaderamente ansiosa en reencontrarnos. No tenía la menor idea de cómo comportarme después de tantos años sin vernos, de saber si podría esta vez conseguir su perdón. No obstante, en el fondo de mi corazón, no podía obviar la posibilidad de querer asesinarme, ya que, si mi padre estaba al tanto del mundo exterior, sabría que mi gobierno no era tan diplomático a la hora de enfrentar a obstinados.

Cuando llegué a la atmósfera del planeta, su presencia fue inminente, chocante a mi parecer, a tal grado que sentí temor como una pequeña chiquilla que sería regañada por una travesura.

Aterricé algo retirado para no asustar a los transeúntes. El planeta era muy escaso de tecnología, y si mis reportes eran fidedignos, ni siquiera sabían que había otros seres en el espacio.

Bajé de mi nave, abrumándome la humedad del lugar por su frondoso bosque que cubría la mayoría de su superficie. Dejé que mi don me guiara a donde se encontraba el aura de mi progenitor, sintiendo en él, cuan calmo estaba, dándome a entender de aquel sentir, el que se había desconectado de la fuerza.

Seguí mi sendero por donde me guiaba la fuerza, vislumbrando a lo lejos una gran choza amarrada a un gigantesco árbol, causándome de nuevo esa extraña familiaridad, el como si hacía años hubiera estado ahí. Continué mirando, explorando todo a mi alrededor buscándolo, hasta que, en un fugaz rencuentro con la realidad, apareció él, siendo perteneciente a esa bella pintura apegada a la naturaleza cubierta de este planeta.

Cayeron mis primeras lágrimas de velocidad perdida, dejando aflorar a través de mis poros la hermosa infancia, y convivencia escrita en la historia de mi vida, volviendo en mí ese lado luminoso que hacía tanto había perdido por el simple hecho que nada tenía el suficiente significado para regresar a ella.

-Padre-

-Hija- No fue necesario utilizar la fuerza para saber que aún ante sus ojos era su pequeña niña.

-Papá- su voz liberó de nuevo esa dicha atrapada en mi ser. - Volvamos a casa.

Muchas gracias a todos por leer!