Publicada originalmente en AO3.


Yoriichi no tuvo la mejor infancia. De hecho, ni siquiera tuvo infancia propiamente, el pequeño infante se dedicaba exclusivamente a ser un fantasma en la mansión, sin hablar, ni siquiera hacía ruido al respirar. Al amanecer y luego al anochecer comía lejos de todos ( para ser más francos, de su padre especialmente), en donde solo él podía escuchar el chasquido de su quijada al masticar pan. Si regaba el arroz o si se le caía de los palillos un minúsculo trozo de carne no sería visto. Y no tenían porqué saberlo.

Cuando su madre enfermó surgió un nuevo propósito para Yoriich, ganando un poco de sentido a su día a día. En ese tiempo el niño se atraganta al comer rápido y después se daba prisa en ayudar a su madre: le conducía la cuchara de arroz a la boca y luego limpiaba el sudor de su frente con un pañuelo blanco con mucho esmero. Su madre, una mujer delicada, le decía que eso no era necesario. Tenía a su disposición la servidumbre para ser atendida pero Yoriichi le dedicó una pequeña y muy triste sonrisa, un insignificante pliegue en sus mejillas acompañado de la mirada plana, vacía y melancólica tan propia de Yoriichi.

Si eso puede llamarse vivir, entonces Yoriichi estaba muerto. Su madre lo abrazó fuerte entre sus brazos, consolando el duelo de su hijo.

Con el paso del tiempo las cosas sólo fueron en picada, la muerte de su madre y el constante rechazo de su hermano le hicieron difícil seguir respirando en el mismo espacio. Pero ahora al menos tenía la certeza de que su amada madre descansaría de ese calvario. Y también contemplaba a menudo la idea de huir. Casualmente las situaciones se desarrollaban a favor suyo. Ese día los astros se alinearon o quizá sólo le causó pena a los dioses y decidieron hacer algo al respecto.

Con doce años fue enviado al templo. Originalmente le fue ordenado seguir el sendero hasta la novena colina, al norte de la mansión.

¿En qué pensaba cuando corrió en dirección opuesta? No lo sabía. En lo más mínimo.

¡Eso lo hacía emocionante! ¡Desobedecer, correr, sin mirar nada que no fuera el sol en sus ojos!


Los gritos se intensificaron, el eco rebotó entre los árboles y se perdió en el viento.

Yoriichi se había aventurado al bosque hasta el pueblo buscando el asesoramiento de una partera para su mujer, Uta. El lapso de tiempo corría en tics por el reloj.

Una mujer, vagabunda y vistiendo harapos caminaba plácidamente esa noche de verano. El viento azotaba el suelo polvoriento y cada ciertos pasos se fregaba contra las pálidas piernas de la vagabunda. Demasiado incómodo.

Encontró cobijo en los huecos húmedos hechos por el desgaste de la tierra y las raíces de los árboles, un conveniente lugar para dormir. A la mañana siguiente se preguntaría qué almorzar o donde bañarse, a pesar de tener algunas monedas rinde más comer peces desabridos y bañarse en ríos. ¿No es propio para una aspirante a dama? Con el demonio que no. Pero eso no le importa.

La supervivencia y su libertad. Eso lo es todo.

Cerró los ojos, haciéndose bolita en el suelo cuando un grito desgarrador la hizo despabilarse tan pronto entró en el mar de los sueños. Miró en todas direcciones. Salió de su escondite y con las piernas temblorosas (en sus manos una rama como arma de defensa) caminó por el bosque buscando el responsable del grito: una persona coherente habría corrido, pero algo en el corazón de la vagabunda se removía y aleteaba como un pájaro encerrado. Aquel grito fue idéntico a los suyos hace un mes.

"Ayuda, por favor"

Oh mi-

"¡Oh Dios mío!" en contra de sus nervios socorrió a la mujer ensangrentada. Murmurando un mantra desesperado de "Oh Dios" y "¡Qué hago!"

"El bebé... sacalo, sálvalo" Los ojos purpuras inundados en lágrimas y súplicas miraron a la desaliñada mujer. Su pecho descubierto fue arrancado y perforado, casi pudo percibir el latido de su corazón palpando sobre la carne expuesta.

"¿Bebé?" Ahí recién notó el vientre hinchado. Acercó su oreja al vientre, su oído sensible percibió los pequeños, pausados y pesados latidos. "¡Un bebé!"

"Y-Yoriichi...Yoriichi-"

"Entiendo." Mordió su labio, derramó lágrimas y con respeto colocó la mano de la embarazada sobre su frente, jurando seguir su último deseo. "Por favor no mueras, s-solo grita todo lo que quieras. Yo haré el trabajo." dijo firme. No le pregunten de dónde carajos está sacando tantas agallas porque ni siquiera ella lo sabe.

Tsugikuni-dono!" Volteó al llamado de un joven carpintero, su adolescente esposa le siguió los pasos y le ofreció un bento de onigiri envuelto en tela al espadachín "Nos enteramos del próximo nacimiento de tu hijo, estamos realmente orgullosos después de tanta espera. Por favor trae a Uta-san cuando el bebé nazca, queremos darle un regalo."

Yoriichi asintió sin mediar palabra, se despidió con una reverencia y a pasos acompasados regresó a casa.

A medio camino un pavoroso escalofrío recorrió su espalda. Observó sus pies unos segundos, y aceleró el paso.


"¿Cómo te llamas?"

"Mi nombre es Kamado Enho." respondió de mala gana, atada sobre el pastizal frente a la choza destrozada. "¿Así tratan actualmente a los humildes?" preguntó ella, ofendida. El hombre simplemente apareció y cuando estaba por explicar la situación fue arrojada de la choza en un lanzamiento increíble. Luego fue atada. Escuchó sollozos dentro del lugar luego de ser proyectada, eligió bien sus palabras y le permitió llorar al hombre (dedujo que ese salvaje era el padre) sin quejarse en voz alta.

Los rayos de luz golpearon su espalda y con el amanecer apareciendo Yoriichi cargó por primera vez a su hijo: delicado y todavía con la piel enrojecida por su nacimiento prematuro.

"¿Cómo sucedió?"

Hombre de pocas palabras.

Enho se encogió de hombros. "Para cuando llegué no había nadie, solo ella."

"¿Tú cortaste su vientre?"

"...Si lo dice de esa manera me hace ver como una carnicera demente. Joder. Yo llegué al lugar y seguí el último d-deseo de su mujer." narró ella, dolida y traumada por cortar piel humana y sacar a un bebé del saco sin experiencia, sin remota idea de qué cortaba. Cerró los ojos intentando olvidar la escena sangrienta pero la oscuridad de sus párpados le propició revivir la imagen vívidamente. "Lo siento mucho... siento su pérdida." lagrimeo inclinando su pecho hasta fundir su frente en el piso.

"Gracias," Enho, aturdida, levantó su vista. Yoriichi también se había inclinado completamente, la frente con marcas extrañas resaltó con el sol reflejándose en ellas y sus manos con cicatrices viejas se colocaron debajo de su cabeza "por salvar a mi hijo."

Enho se rompió. "N-no hice nada..." sollozó ella, finalmente inconsolable. Actuar con valentía fue de utilidad en el parto pero ahora sentía que podía confiar en ese hombre y liberar la carga sobre sus hombros. El dolor de ver morir a alguien fue impactante, una experiencia lamentable que jamás olvidaría.


"¿Qué hará, señor?" Veinte días al trágico día, Enho acompañaba el duelo de Yoriichi. Lo acompañó en el entierro de Uta y dedicó oraciones para el alma de la mujer fallecida. La jovencita de dieciocho años cocinaba y alimentaba al bebé en turnos desde su llegada. Concibió la decisión de nunca, jamás, tener hijos.

Las noches en vela acurrucando al recién nacido, alimentarlo en horarios rigurosos, vigilar su sueño: todo eso es un calvario. El mismísimo infierno.

También descubrió que Yoriichi era un hombre gentil y muy caballeroso con ella. No hablaba casi nunca pero cuando Enho se despertaba por las madrugadas él también lo hacía, y aunque no estuviera cargando al bebé se quedaba despierto. Enho se cuestionó si era por desconfianza o por responsabilidad.

No entendía el pensamiento del espadachín (descubrió que lo era al observar su habilidad) pero con los días corriendo a paso veloz, le consiguió prendas nuevas (ropa poco femenina para el gusto genérico, a Enho le gustó recibir pantalones en lugar de vestidos) y una nueva choza a kilómetros del pueblo. Yoriichi no le pidió explícitamente que se quedará con él pero su mirada de pánico al no saber nada de bebés le dejó claro a la joven que ese talentoso salvaje no sabía en realidad nada de crianza. Por compasión o por afecto Enho resolvió quedarse. Ahora se encontraba en el engawa comiendo sandía, vigilando el sueño pacifico del bebé sobre su pecho mientras masticaba la fruta roja y luego escupía las semillas al pasto.

"Trabajo." Respondió simplemente.

La llegada de ambos al nuevo pueblo fue un revuelo, los vecinos los visitaron creyendo que era una joven pareja de esposos (a ninguno de los dos se les dió oportunidad de aclarar el malentendido) y Enho sabía que el espadachín encontró trabajó poco tiempo después, pero no sabía con certeza en qué precisamente.

Sin embargo, no cuestionó al padre soltero. Incluso si ahora llevaba terroríficamente su arma punzante todo el tiempo.

"Ve con cuidado." Dijo ella tranquila, escupiendo semillas de sandía. Enho no esperaba una respuesta o reacción (ya que nunca las hubo), por esa razón se sobresaltó cuando una mano grande acarició fraternalmente su cabeza, acicalando. Esa misma mano se resbaló hasta la cabeza calientita del bebé cubierta por un gorro peludo.

"Vuelvo tarde, no salgan de la casa. Cierra bien y duerman temprano." Con las instrucciones dichas, se fue.

Vuelvo tarde, dijo. Ese tipo de verdad... ugh...


"Cuéntame de ti" Durante la cena hablar no era habitual, esta vez Yoriichi quiso cambiar ese hecho. Enho lo miró dudosa pero respondió.

"Fui abandonada después que mi padre discutiera con su hermano mayor y huyera con los ahorros familiares llevándome con él. Se convirtió en alcohólico y me abandonó en una casa de apuestas en donde los jefes me acogieron y luego vendieron al mejor postor. Así contraje nupcias con un desconocido y luego..." masculló triste "no fue un buen esposo." En este punto Yoriichi frunció su expresión, iracundo.

Enho suspiró y dejó ir ese trauma. "Corrí de su casa dos meses después, su madre me ayudó distrayendo a su hijo y marido. Eso es todo."

No hay más.

"¿Entonces Kamado no es tu nombre?" preguntó.

"Ah eso. Es mi nombre. Desde que me casé sólo una vez usé mi nombre de casada, fue asqueroso" río amargamente.

"¿No sabes de tu tío?"

"Uhm... mi padre una vez mencionó que él vivía en una montaña junto a su esposa e hijos."

"Te estoy adoptando." El plató cayó al suelo rompiéndose luego de la abrupta declaración. Yoriichi se lamentó haberlo dicho tan bruscamente, no quería abrumar a la chica y tampoco sabía si ella quería ser acogida.

¿Lo arruinó?

Una vez más, Enho lloró a gota tendida como un mar fluyendo. Y contrario a los temores del espadachín ella aceptó ser un Tsugikuni entre lágrimas y mocos. Yoriichi estaba entrando en pánico verdadero.

¿Cómo se consuela?


Dos grandes pérdidas sucedieron en la vida de Yoriichi. Perdió a Uta luego de ir al pueblo por una partera y luego la pérdida de su hija adoptiva.

Tsugikuni Enho falleció de una extraña enfermedad en la piel, le quemaba por dentro hasta dejarla agotada. Noches y amaneceres fue debilitada por la enfermedad hasta que finalmente su vida le fue arrebatada luego de compartir doce navidades en la casa Tsugikuni sosteniendo la mano de su hermano menor y su padre.

Tsugikuni Meiko creció abundantemente. Fue criado con amor y grandes pilares de enseñanza: heredó las técnicas de su padre bajo la supervisión de su hermana mayor.

Once años cumplió desde esa fúnebre navidad.

"¿Padre, a dónde vamos?" cuestionó el niño, ataba con diligencia el pequeño maletín en su pecho haciendo un nudo extraño, a penas se sostenía pero fue todo un éxito para él. Con sus manos pequeñas se colocó sus sandalias y esperó pacientemente a su padre luego de presentar una oración a la memoria de su hermana. Dolía.

El recuerdo aún duele.

"A visitar a más familia nuestra." Yoriichi amarró provisiones en su espalda e hizo un nudo con la tela en su pecho. Ya preparado, agarró la mano de su hijo.

"¿A quiénes?"

"A tus tíos lejanos. A tu hermana le hubiera encantado que los conocieras." Yoriichi sonrió abiertamente a Meiko.

Sobre la mención de su hermana los grandes ojos del niño se ensancharon cristalizados "Nee-san..."

Fue una vida corta pero… agradable.