Tengo varias recopilaciones para oneshots de eventos de otras ships, pero como siempre mis fics bakudeku habían sido los más largos y de un prompts de un evento me salían capítulos y capítulos (el favoritismo hablando) no había creado una para los bakudeku. Por fin salió la oportunidad de tener una de esta ship así que cualquier cosa que sean un oneshot de un evento tipo week/month irá compilada aquí (debido a que lo considero más práctico y en sí sólo separo algunos oneshots especiales como de concursos, regalos de cumpleaños o así).

A partir de aquí están las participaciones de la Kacchan Birthday Week 2021 del grupo BakuDeku / KatsuDeku 80's & 90's kids.

El ícono de portada es de ltreat (en Tumblr) y _ltreat (en Twitter).

Día 2: Libre (cumpleaños de Kacchan, universo canon).

Sinopsis: Izuku está sentado ahí, en su puerta, seis meses después de que se fue en una misión. Otra vez, de regreso, con una sonrisa cansada y un «no quería perderme tu cumpleaños» en los labios.


Tsunami

El huracán de una escala descomunal
Crecido en su arrogancia por sí mismo
Dio una vuelta en espiral
Y ese huracán con la luz de lunas de hiel
A mil metros del suelo
A duras penas se dio cuenta que arrasó bajo el volcán

Bajo el volcán, Love of Lesbian


Si escucha de nuevo a Kaminari cantar «¡Feliz cumpleaños!» en un inglés malo y con acento, matará a alguien. Por supuesto que los idiotas intentaron que se quedara más tiempo, no era común que la mayoría consiguiera la tarde libre el mismo día. Pero Katsuki no dio su brazo a torcer. «Casi es hora de dormir», dijo y con eso logró que Mina por fin le diera su regalo. Era un buen regalo. Habían conseguido varias fotografías de UA, la mayoría en los dormitorios. Recortes. «No vaya a ser que un día nos olvides», le dijo Mina; «Izuku dice que casi no tienen fotos». No lo iba a decir nunca en voz alta, pero era un buen regalo.

Pasa la tarjeta por la puerta de entrada de los edificios en los que vive. Demasiada tecnología y demasiado poco contacto humano. Pero la gente sabe que es Dynamight, su cabello y sus ojos son reconocibles. Los adolescentes lo detienen todo el tiempo en la calle para pedirle su autógrafo si no se cuida; las adolescentes chillan cuando va pasando y también le piden su autógrafo. A veces necesita un momento de paz. No es un héroe por la fama o el dinero. Carajo, ya ni siquiera es un héroe por todas las razones por las que deseaba serlo en la secundaria.

Sube por el ascensor y, cuando este se abre en el piso en el que vive —diez, malditos edificios enormes—, lo ve. Sentado como un perro abandonado frente a la puerta, con la cabeza medio apoyada en las rodillas. Tiene el traje puesto, con algunas roturas. Seguramente necesitará arreglarlo. Parece dormido, pero alza la cabeza al escucharlo. La máscara del traje se resbala de su cabeza con el gesto —no es como si realmente la usara— y deja a la vista los rizos verdes indomables, todavía mojados con el agua de la lluvia. La sonrisa acude inmediatamente a los labios que Katsuki se queda viendo sin atinar a moverse. Los ojos verdes se clavan en él.

—Feliz cumpleaños, Kacchan —dice, con un suspiro cansado—; temía no llegar a tiempo.

Así que ese es Izuku Midoriya después de seis meses infiltrándose en una red de villanos.

Katsuki se acerca a él con cautela. Izuku nunca ha sido bueno para volver al mundo real después de pasar mucho tiempo con gente de la peor calaña.

—¿Tus llaves?

—Las perdí —admite y aprieta sus manos, una contra otra—. Tampoco tengo… —traga saliva—. No tengo un regalo, Kacchan.

«Me da igual», piensa Katsuki.

—Párate —le dice.

Él abre la puerta. Contiene la respiración y se siente como en un sueño. Deja que Izuku entre primero, porque de todos modos él va a cerrar. Él entra después, todavía con el regalo de Mina en la mano. Se da la vuelta para cerrar y entonces Izuku lo abraza por detrás como un traidor. Ahí sí, por supuesto, olvida como respirar.

—¿Estás bien? —pregunta. Apenas si se las arregla para meter la llave y cerrar.

—Te necesito. —La voz de Izuku sale desesperada, diferente, como cada que vuelve de una misión así. Cada vez, Katsuki cree que por fin aprenderán a pasar algunas temporadas de tiempo separados y cada vez entiende que no es así—. Kacchan.

—No pregunté eso.

Evita el impulso de darse la vuelta y besarlo en ese preciso momento. Quiere controlarse un poco.

—Mhm. —Lo único que consigue Katsuki es un suspiro además de eso—. No tuve que ir al hospital. Aunque creo que tengo una cortada en el pecho y, quizá debería limpiarla…

Eso lo pone en alerta. Se quita de encima los brazos de Izuku aunque a él también le moleste perder el contacto. El instinto de conservación de su pareja es nulo, llegando a cero y sólo se preocupa por mantenerse vivo e ileso porque de otro modo no podría trabajar. Trabajar, esa es su prioridad. Katsuki no lo culpa porque también es un adicto al trabajo, pero de vez en cuando también le recuerda que si está herido tampoco podrán coger. Cada que le recuerda eso, Izuku sólo se ríe. «Kacchan», dice, entre risitas.

—Vamos por el botiquín —lo jala hasta la habitación sin demasiados preámbulos y lo hace sentarse a un lado del buró. Saca el un pequeño botiquín de emergencia que tienen allí, aunque el más completo está en el baño y se lo pone a Izuku en las manos—. Espera, voy por agua.

—Mhm.

Monosilábico, está. Eso es raro en su pareja, piensa Katsuki. Pero no lo cuestiona demasiado. Busca cualquier palangana y la llena de agua. También abre el botiquín del baño tan solo para sacar un trapo; por si acaso, se dice. Vuelve hasta la cama y encuentra a Izuku tal como lo dejó, apenas si ha abierto el botiquín. Se muerde la lengua para no decirle que es un inútil; Katsuki sabe que estar seis meses entre villanos es algo horrible, uno tiene el switch del instinto de supervivencia prendido todo el tiempo.

—Dame las cosas —pide e Izuku se las extiende—. ¿Dónde dices que está el corte?

Izuku señala allí donde el traje está roto.

—Había un villano que podía transformar sus dedos en cuchillos. Interesante, la verdad —musita—. Es el único corte —agrega—; ni uno más. —Sonríe, pero no es una sonrisa realmente feliz. Katsuki, al mirarlo a los ojos, aprecia sus ojeras en todo su esplendor—. Siempre amenazabas con que me arrastrarías al infierno si no volvía ileso. ¿Esto cuenta…?

—Supongo.

Katsuki empieza a tranquilizarse al oírlo hablar un poco más. Estira las manos hasta su cuello para quitare la parte de la capucha del traje y también la pieza que protege su rostro. Izuku se agacha un poco para dejarlo maniobrar bien. Katsuki deja aquella pieza a un lado de los dos, medio aventada en la cama y luego sus manos se dirigen hasta el cierre del traje. Izuku ni siquiera intenta desabrocharlo por sí mismo. Actúa como si aquello fuera esperado, de la misma manera en que Katsuki espera cuando es Deku quien jala la parte superior de su traje o le ayuda a quitarle las piezas de los brazos. El suyo es un baile aprendido y la delicadeza de las manos de Katsuki es una que no existe fuera del espacio en que habitan.

—Quizá debí haber tenido más cuidado —admite Izuku. Katsuki por fin puede ver el corto: ni es muy profundo ni es problemático. Limpiar, ponerle una gasa, todo listo—. No quería perderme tu cumpleaños, Kacchan.

«No importa», quiere decir Katsuki.

Es cierto. Su vocación —y no trabajo— ha estado por encima de aniversario, cenas, compromisos, visitas familiares, cumpleaños. El ser héroes, el ganar y salvar, los ha arrastrado miles de veces lejos uno del otro, de sus amigos, de sus familias.

—Este no —sigue Izuku, incansable, mientras él le limpia la herida.

Katsuki aprieta los labios. ¿Qué respuesta espera Izuku? ¿Acaso espera alguna? Porque no la tiene. Nunca ha sido relevante cumplir años, aunque lo digan los extras. Pasar otro año más en el mundo. Podría decirle que no importa y quitarle peso al asunto. Al menos eso lograría que Izuku dejara de preocuparse. Pero sería una mentira y tiempo atrás prometió que nunca faltaría a la verdad, costara lo que costara; prefiere dejar las palabras de Izuku sin respuesta.

Verdad: cada que no están juntos lo extraña.

Otra verdad: todo tiempo en el que Izuku o él están lejos lo hace sentirse miserable.

Preguntarse dónde está, si estará comiendo bien. Conjurar escenarios en los que recibe llamadas del hospital o en los que Izuku nunca vuelve.

No puede confesar eso, sólo lo haría sentir culpable. Así que sólo limpia el corte, hace la curación y luego lo cobre con gasa y esparadrapo. Izuku por fin se queda callado. Aquel silencio es extraño y casi antinatura, pero ocurre siempre después de una misión muy larga. Izuku se queda pensativo y pasan horas hasta que empieza a desmenuzar las singularidades de los villanos a los que se enfrentó y le cuente a Katsuki qué héroes trabajaron con él. Primero parece reflexivo, mucho más contemplativo.

—Mina organizó una cena. Ramen. Había ramen picante —dice Katsuki, intentando llenar con algo el silencio, sólo para que Izuku se recuerde acompañado—. No estaba mal.

Izuku asiente, sonríe.

—¿Fueron todos?

—Jirou no tuvo el día libre —dice Katsuki. Del resto, los usuales, únicamente. Incluido Shouto, que pidió soba, como siempre.

Izuku vuelve a asentir.

—No quería perderme tu cumpleaños, Kacchan —murmura.

Aprieta una mano, nervioso. En el gesto Katsuki alcanza a ver una desesperación extraña. La abre un poco y luego vuelve a hacerlo. Katsuki sólo desea detenerlo, así que entrelaza sus dedos con los de Izuku.

—No te perdiste de nada, imbécil —dice.

Izuku sonríe.

—Me alegra haber llegado a tiempo.

Alza la mano que Katsuki no tiene presa y pone dos dedos bajo su mejilla, obligándolo a que alce la cara y lo mire a los ojos. No le queda otro remedio más que perderse en esos ojos verdes que miran demasiado.

—¿Me extrañaste?

Katsuki hace un gesto, nada más. Intenta sonreír a medias, pero la sonrisa acaba quedando tan sólo en una mueca. Para qué le está preguntando eso si ya sabe que no puede vivir sin él, si la primera vez que realmente lo dejó atrás fue un infierno en donde se dejó la garganta seca de gritarle a la nada. Para qué sirve insistir en el suplicio, si Izuku ya sabe que no puede dormir bien si no está el peso de su cuerpo sobre el colchón. Pero de todos modos lo pregunta. Parece buscar la constatación de que Katsuki es «suyo», como como posesión, sino como entrega.

—Izuku…

—Kacchan, por favor —suplica una respuesta.

Katsuki traga saliva, porque Izuku lo sabe. Lo sabe, sabe las reacciones que sus manos y sus labios y su cuerpo provocan en Katsuki, pero de todos modos espera ese «sí».

—Izuku, ya lo sabes.

«Por supuesto».

Izuku corta la distancia entre ambos. De su barbilla, su mano pasa al cuello de Katsuki para no darle tregua al momento de besarlo. Podría pensarse que Izuku es quien besa más delicado, pero en realidad siempre lo ha hecho con fiereza, como si siempre fuera el último beso de los besos posibles. Katsuki se bebe sus labios y se aferra a él. Quizá esa incapacidad de estar alejados del otro es mala. Quizá. Quizá es sólo la desesperación hecha añoranza, quizá es el miedo de morir lejos, quizá es tan solo el amor entre dos personas. Los gestos de ambos siempre están llenos de quizás.

—También te extrañé, Kacchan; no creerías el tiempo que pasé… —Suelta la mano de Katsuki y rodea su cintura para acercarlo a él.

En momentos como ese, es consciente de que Izuku es más fuerte que él, pura fuerza bruta. Él no se queda atrás, pero Izuku tiene esa estúpida singularidad y esos estúpidos músculos que esconde perfectamente bajo playeras y sudaderas sencillas, bajo los que es difícil adivinar el cuerpo del héroe. Y a pesar de seguir siendo unos centímetros más bajo que Katsuki, él héroe sabe que en el momento en que tiene a Izuku encima, aprisionando sus manos para que no pueda escapar con una explosión, ha perdido.

Y así acaba, de nuevo, sin pelear demasiado: sobre la cama, con Izuku encima.

—Feliz cumpleaños, Kacchan —murmura Izuku.

A partir de ahí, el tiempo empieza a desaparecer.


Izuku tiene el horario de sueño volteado, porque sigue despierto en la madrugada y, en consecuencias, está arrastrando a Katsuki con él. Primero porque después de besarlo en todos los lados que quiso, de morderle los muslos, de irle quitando prenda a prenda y de oírlo gemir su nombre soltó un «tengo hambre, Kacchan» al que sólo pudo responder con un gruñido. Le costó un rato tener ánimos de pararse y en vez de arrastrar a Izuku hasta la cocina lo arrastró hasta el baño porque ambos necesitaban una ducha —sobre todo Izuku, que había llegado con la mugre de una misión encima—. Planeaba únicamente bañarse, nada más, si después había acabado de rodillas no había sido su culpa, había sido enteramente de Izuku y su cuerpo y su sonrisa de niño inocente que rompió toda la vajilla mientras nadie estaba mirando. Así que pasa de la una y está metido en la cocina, haciéndole katsudon a Izuku.

No parece una hora muy sana para comer katsudon, pero es la comida favorita de Izuku y acaba de regresar de una misión y Katsuki no va a cuestionar sus gustos a esa hora.

Tampoco es que no sepa cocinar, pero acaba de regresar de una misión y aquella es una tradición que tienen. Cocinar para el otro cuando todavía están intentando apartar la mente de una misión larga.

—Ten —le pone el plato de katsudon enfrente y le extiende unos palillos—. Come despacio —y hace la advertencia porque los ojos de Izuku al plato son de amor puro.

—¡Gracias por la comida, Kacchan! —Sonríe antes de meter los palillos en el plato

Katsuki lo mira comer sin decir nada, sentado frente a él.

—¿No quieres nada, Kacchan?

—Comí a una hora decente, Izuku —espeta.

—Hum, quizá se te antojaba un pastel.

—Ya sabes que no me gusta especialmente lo dulce.

—Pero pensé… —Izuku se mete un bocado y lo mastica antes de poder seguir hablando. No son los mejores modales en la mesa, pero Katsuki no va a corregírselos a esas alturas de la vida, menos a esa hora, en ese momento—. Cerca de donde estuve trabajando había una tienda. A veces iba allí. La señora tenía un pastelillo de chocolate que hacía con un poco de chocolate amargo y no demasiado dulce y que siempre adornaba con trufa. Era bueno. También había una tarda de frutos rojos, deliciosa. No era muy dulce. Pensé que si hoy terminaba temprano, me daría tiempo de ir. —Izuku toma otro bocado. Katsuki espera pacientemente a que termine—. Cuando llegué ya estaba cerrado y… pensé que Kacchan merecía al menos un pastel, pero…

—No te preocupes, nerd.

Algo lo tiene demasiado aprehensivo y Katsuki no entiende del todo qué es. Puede imaginarse que es relacionado con ellos dos, por la manera en que lo besó antes.

—No quería perderme tu cumpleaños, Kacchan.

Y está allí, la repetición inevitable. ¿Qué tiene tan importante el día? Desde que Katsuki recuerda, ha sido tan sólo un día de escuela o de trabajo más.

Bufa.

—Estás aquí, no te lo estás perdiendo —espeta—; come.

No sabe a dónde lleva esa conversación. Parece tener demasiadas palabras para no hablar realmente de nada y sólo dar vueltas inútiles sobre sí misma. La inutilidad de la vida doméstica, de las frases gastadas y repetidas que pierden todo su significado. Así que Izuku come y Katsuki lo mira separar los bocados, uno a uno. No come demasiado rápido ni demasiado lento. Parece que disfruta realmente la comida. Pasa un rato hasta que aparta el plato de su lado.

—En la última misión —dice— había pasantes. Un poco como nosotros.

—¿Un poco?

—Uhm. Diferentes —clarifica—. Sólo un poco parecidos. En los sueños y esas cosas. No recuerdo que nosotros hayamos llegado a tercer año… así.

Katsuki suelta un bufido.

«Tercer año».

Quiere responder, echarle en cara su primer abandono, quizá el más doloroso. Pero es injusto. El tiempo pasa y todas las ausencias se van acumulando una sobre otra. Katsuki sabe que sólo está susceptible después de todo el tiempo que Izuku pasó fuera y quiere arrastrarlos otra vez a la rutina en la que él se queja de todo e Izuku sonríe y se cuelga de su cuello mientras ignora todas las quejas. Un día a día en el que Izuku murmulla todo el tiempo todos sus pensamientos y sus análisis y no se supe en esos silencios pensativos tan propios del después de las misiones difíciles.

—No, ciertamente no.

—Ya no hay Liga de Villanos, Kacchan —dice Izuku—; a veces cuesta creerlo. Es… diferente. Un mundo más… —Sacude la cabeza.

Es raro que Izuku no encuentre las palabras para describir la sensación que les deja el mundo que ayudaron a crear a la fuerza, porque el sistema les explotó en la cara. Los héroes que renunciaron al verse rebasados porque el trabajo no era sólo fama y farándula, los que murieron, los memoriales, los errores, la corrupción de la comisión, toda aquella faramalla que se había creado alrededor de la figura de los héroes olvidando que eran humanos —carajo, UA ni siquiera los había obligado a ir a terapia, a pesar de tener los medios— y podían romperse en mil pedazos, no dioses omnipotentes que una organización gubernamental podía usar para sus propósitos cada que lo deseaba.

—Da igual. Esos pasantes me recordaron un poco a lo que fuimos. En primero. Sobre todo. Antes del desastre.

Katsuki asiente.

«Desastre». Eufemismo para hablar de una de las incontables veces que se deshizo su vida en pedazos y tuvieron que rehacerla.

—Ah, me alegra estar de vuelta, Kacchan. —Izuku sonríe y el gesto le llega a los ojos—. Realmente quería estar contigo.

—Cursi —acusa Katsuki.

Pero no tiene quejas. Tampoco lidia bien con la ausencia del otro.

—Estuve pensando algo, además —dice—. Todo ese tiempo que estuve metido entre villanos. —Izuku suspira—. ¿Sabes que tuve que pintarme el cabello dos veces? Azul. Horrible, Kacchan. Y las lentillas… —Sacude la cabeza, dando a entender todo lo que no dice. Katsuki interpreta sus silencios como un experto—. Horrible. De verdad. No podía soportarlo, no parecía yo. Lo bueno es ya vuelvo a parecer yo. —Izuku sonríe de nuevo—. El tinte es de esos que se cae con una sustancia especial y… ¡Oh! No estaba hablando de eso. —Katsuki sonríe de lado y escucha. Es especialmente bueno para escuchar a Izuku, aunque todo el mundo crea constantemente que Katsuki Bakugo es alguien que no pone atención. Lleva poniéndole atención a Izuku desde que entraron al kínder—. Dije que había pensando un poco. En ti, sobre todo. Ah, es horrible estar sólo con tus pensamientos. Das muchas vueltas.

—Como si no las dieras siempre, nerd —espeta Katsuki.

—Sabes de lo que hablo, Kacchan —repone Izuku y a Katsuki no le queda más remedio que estar de acuerdo—. Estuve pensando. Y pensé… —suspira— pensé muchas veces en que no quería perderme esta fecha. En realidad, ya ayer, pero…, tu cumpleaños. No sé, lo pensaba especial en mi mente. Un año más. Esas cosas significativas. Pero pensé en que quería decirte otras cosas cursis. Cosas como «quiero pasar el resto de mi vida contigo» y «no quiero que estemos separados nunca más», aunque no sea verdad, porque somos héroes y el trabajo siempre se interpone. —Hay una nota frustrada en aquel siempre que Katsuki entiende a la perfección—. Hice planes. ¿A dónde te llevaría? ¿Qué restaurante? ¿O quizá pasearíamos por Musutafu hasta algún lugar que significara algo? ¿Seguirá allí aquel río y ese tronco? ¿Seguirá habiendo mariposas como las que intentábamos cazar entonces? O quizá te lo diría aquí y… Me hice demasiados escenarios.

Lo único que Katsuki puede hacer en ese momento es mirar a Izuku fijamente. Siempre ha hablado demasiado.

—De hecho, lamento no tener ningún regalo de cumpleaños —sigue Izuku—; quería darte algo, de verdad quería darte algo. Tus regalos siempre son buenos y yo ni siquiera tuve tiempo de llegar a comprar bizcochos o algún pastel. —Suspiro. Katsuki no puede decir nada porque siente que rompería todos los cristales con su voz—. También me pregunté si quizá, primero tendría que ir con tus padres, Katsuki y llevarles regalos. Sake, quizá, chocolates o algún confite. No sé realmente el protocolo. —Izuku se ríe—. Por dios. Ni siquiera tengo… No sé donde comprar… —Se le atragantan las palabras—. Quizá debería de ponerme de rodillas. O en una sola. No sé. Sólo… —Extiende las manos, estirándolas en la mesa pidiendo que Kacchan le alcance las suyas y él no puede más que hacerle caso y dejar que Izuku las apriete—. No tengo un anillo, Kacchan, y esto no es precisamente un regalo de cumpleaños. Es más un acto de desesperación porque quiero asirme a ti como…

—Tsk.

Kacchan suelta un único bufido. Que irritante.

—Sólo pregúntalo, Izuku.

«Como si fuera capaz de decir que no».

—Katsuki Bakugo —dice Izuku y parece acariciar su nombre con el tono de su voz—, ¿quieres casarte conmigo? Quiero asirme a ti con fuerza —dice, sin darle todavía tiempo a responder—; que no importe si se nos acerca un tsunami si tú eres el ancla que me sostiene en el mundo. Así que, por favor…

Izuku lo mira con esos grandes ojos adorables de cordero a medio morir. Katsuki, por pura piedad, decide poner punto final a sus palabras y su incertidumbre.

—Sí, idiota. Cómo carajos crees que podría decir que… —Gruñe y sacude la cabeza, frustrado—. Sí.


Izuku entra en una crisis con los anillos que termina siendo solucionada por Katsuki. Habla con Mei Hatsume, que es quien les promete dos aros sencillos que resistan la vida de un héroe, para que puedan llevarlos al cuello. A Katsuki no le parece tan importante como el «sí», el «quiero pasar el restode mi vida junto a ti» y todo lo que ello significa, pero entiende que quizá la simbología también es importante.

Él pasa dos días trabajando mientras Izuku está prácticamente solo en casa y, a causa del aburrimiento, se inventa qué haceres: limpiar los closets limpios, ordenar toda la ropa por colores, intentar hornear dos pasteles fallidos y terminando por resignarse a preguntarle a Todoroki por la famosa receta del mapo tofu que le gusta a Katsuki, dejar los pisos relucientes y cambiar el acomodo de sus cuadernos treinta veces. No tiene trabajo hasta el lunes y Katsuki duda que lo dejen separarse del escritorio en una semana, semana y media. Seguramente Uraraka lo obligará a ver a la terapeuta de la agencia antes de dejarlo volver a patrullar. Seis meses como infiltrado juegan con la mente de cualquiera.

No es hasta el sabado que tiene un día libre, porque Izuku lo hizo solicitarlo con meses de anticipación con la esperanza de arrastrarlo hasta el barrio donde habían crecido y sentarlo en la misma mesa que sus padres.

No es que Katsuki tenga mala relación con ellos, es que prefiere llamar por teléfono, aparecer sin anunciarse —es menos probable que su madre tenga motivos para reclamarle si lo hace de esa manera— y en general seguir la misma dinámica que han establecido desde que es un adolescente. Las comidas familiares no son lo suyo, pero Izuku realmente quiere hacerlo, así que está allí, en la verja de la misma casa de su infancia —que apenas si ha cambiado desde entonces—, preparándose para el humor de Mitsuki y las noticias que seguramente Izuku va a soltar frente a sus padres.

«¿Podemos decirles, Kacchan?», preguntó una noche anterior.

Katsuki gruñó. (Era un sí, aunque eso no significaba en ningún caso que fuera a decirles él solo por voluntad propia).

Llama a la puerta y Mitsuki aparece en segundos. Como si estuviera esperándolos detrás de la puerta.

—¡Niño malcriado!

—¡No soy un niño, vieja bruja!

—¡No me llames vieja bruja!

—¡Deja de llamarme…!

—Katsuki… Mitsuki…

Masaru es el que irrumpe entre los dos, mientras Izuku todavía está dándole las gracias al conductor del taxi, pasos más allá, para asegurarse de que nadie se mate antes de que se sirvan los aperitivos.

Porque Katsuki y Mitsuki se sacarían las entrañas sin dudar en un acto de extraño amor y vida familiar si Masaru no estuviera para lidiar con los dos. Su prescencia casi siempre es tranquila, callada. Imposible de olvidar porque es el aura que mantiene sana a la familia Bakugo.

Izuku se acerca hasta ellos, allí en donde Mitsuki y Katsuki se han instalado en un tenso silencio, consu silencio y rompe cualquier tensión posible. Mitsuki lo adora y cada que ve a Katsuki le jala una oreja y le advierte que si no trata a Izuku como se merece, se arrepentirá para el resto de sus días. Katsuki se asegura de hacerle caso.

—¡Trajimo sake! —extiende una botella y detrás de ella, con la otra mano, una caja—. ¡Y chocolates!

—Oh, mira, Masaru, ¡son tus favoritos!

—De nada, vieja bruja.

—¡Seguro no los escojiste tú, Katsuki!

—¡¿Qué sabes de lo que yo escogí, eh?!

—¡Que Izuku es mucho más detallista y cuidadoso que tú; nunca traes nada para tu padre ni para ti!

—¡Seguro el sistema de vigilancia que instalé en la casa es nada!

—¡Me refiero a detalles!

—¡Eso fue un detalle de mi parte!

—Katsuki… Mitsuki… —La voz apacible de Masaru evita que aquello en una pelea campal, de momento. Hace espacio para que pasen al recibidor—. Katsuki, felicidades —le recuerda—. Tu madre compró tu pastel favorito.

Katsuki bufa de una manera que puede ser interpretada como eterno agradecimiento y Masaru sonríe.

—Pasen, pasen a la sala. —Mitsuki toma los regalos de Izuku—. Inko no tarda en llegar.

—¿Inko? ¿Tía Inko?

—¡La invité, Katsuki! —espeta su madre—. Estaba quejándose de que apenas si vienen a visitarnos, así que decidí que sería una buena idea…

Katsuki alza una ceja y sólo asiente. Voltea a ver a Izuku, que intenta esconderse infructuosamente detrás de él y está completamente rojo. Vaya, tampoco tenía ni idea de eso. Está nervioso y es obvio por la manera en la que mueve sus manos. Sólo por eso decide comportarse y, mientras sus padres se pierden en la cocina, arrastra a Izuku hasta al salón.

—Ey.

—¿Kacchan?

—Deja la ridiculez, mis padres te adoran.

Izuku se pone más rojo y empieza a balbucear algo sobre que en realidad no sabe si les va a gustar la idea de una boda, porque quizá están demasiado jóvenes, quizá se están apresurando. A Katsuki realmente no le importa. Llevan suficientes años juntos. Punto. También escucha a Izuku decir que quizá soltándoselos en aquella comida está opacando su cumpleaños y allí Katsuki decide que tiene suficiente, lo corta de tajo y le dice que de todos modos su cumpleaños no es tan importante. Es sólo un día más y ya.

El último festejo realmente especial que recuerda fueron sus veinte años, cuando su madre lo hizo ponerse un yukata que había escogido precisamente para él e Izuku llegó tarde, con el traje de héroe todavía puesto y lleno de mugre. Sale así en algunas fotos, hasta que Mitsuki lo arrastró hasta su casa y le regaló un yukata color olivo que Izuku todavía tiene. Después de eso, Izuku siempre se había perdido sus cumpleaños, tres años seguidos. Un año estaba en Estados Unidos, el siguiente simplemente no llegó a la reservación que había hecho para que él y Katsuki almorzarán y él sólo se enteró más tarde que se había visto envuelto en un incidente con rehenes que lo había mantenido ocupado hasta altas horas de la madrugada. Y luego, Katsuki había estado en Fukuoka mientras Izuku estaba en Hokkaido, ambos en misiones completamente diferentes.

—Ey, nerd.

—¿Kacchan?

—Todo saldrá bien.

Eso parece tranquilizarlo. Lleva dos días nervioso, caminando de un lado a otro en el departamento que comparten, buscando cualquier pequeña tarea en la que entretenerse.

—Sí, Izuku.

—Es sólo que… estos seis meses… no sé realmente qué ocurrió. Apenas estoy poniéndome a corriente. —Sonríe tristemente. Todo el tiempo es así, especialmente con las misiones peligrosas. Katsuki lo escuchó hablar con su madre para contarle que había vuelto y todos los «no te preocupes, mamá» se le clavaron en el corazón. «Nos veremo el sábado», le dijo, «Katsuki y yo iremos a cenar». Bueno, ahora también a comer, al parecer—. Los regresos siempre son complicados. —Suspira y por un momento el brillo de sus ojos parece desvanecerse tras todo el peso de sus palabras.

—Tsk. Todo estará bien.

Llaman a la puerta. Katsuki es quien se dirige a abrir, porque sus padres siguen en la cocina. Inko Midoriya está en la puerta.

—¡Katsuki!

Sonríe al verlo.

Inko Midoriya lo aterroriza con justas razones. Siempre fue muy lista como para darse cuenta de las lágrimas de Izuku y de que no volvía muy feliz después de haber salido «a jugar con Kacchan»; especialmente después de que hubiera descubierto que no tenía singularidad. Nadie le ha perdonado tantas cosas a Katsuki como Izuku y su madre. Recuerda su sonrisa la primera vez que los vio juntos, cuanto aún estaban intentando encontrar una dinámica en su amistad. Y recuerda, sobre todo, cuando Izuku le contó que estaban saliendo juntos y como Inko le pidió ayuda en la cocina sólo para decirle que Izuku era lo mejor de su vida y que por eso era deber de Katsuki cuidar de él y, sobre todo, cuidar su corazón. «No le hagas daño nunca, Katsuki». Una petición, una súplica, una amenaza.

—Tía Inko. —La llama así desde la primera vez que la vio—. Ehm. Pase. ¡Nerd! ¡Tu mamá está aquí!

—Oh, felicidades, Katsuki. Traje un regalo. Seguro que te gustará. —Le tiende una pequeña caja que todavía se siente caliente. Panes de arroz. Katsuki podría derretirse allí mismo, porque los panes de arroz de Inko Midoriya son deliciosos.

—Ehm. Gracias. Gracias, de verdad… —No puede terminar de agradecerle, porque alguien más lo interrumpe.

—¡Mamá!

Izuku casi se avalanza sobre ella. Katsuki les deja su espacio y va hasta la cocina. Su madre está revisando el mapo tofu. Su padre está ayudando con algo más.

—¡Katsuki! ¡No invadas el espacio antes de tiempo! —espeta su madre—. Si no te pondrás a dar órdenes, porque claro, como su real majestad es chef.

Katsuki bufa.

—Tía Inko trajo panes de arroz.

—¡Oh, que amable! —Mitsuki se apresura a tomar la cajita—. Los serviré junto con ese pastel que te gusta. En el postre. ¡Y ahora largo! Saldremos en un momento.

A Katsuki no le queda más remedio que volver a la sala, donde Izuku y su madre están hablando. Sus padres se unen poco después. Mitsuki carraspea para llamar la atención de todo el mundo y decirles que pueden pasar al comedor, pero Izuku abre mucho los ojos y Katsuki sabe que ese es el momento. Si huye, quizá nadie lo alcance. Pero es de cobardes huir.

—De hecho, ehm, ¿podrías sentarse? ¿Por favor? —pide Izuku—. Tenemos… Tengo… algo importante que…

Los Bakugo se sientan. Inko Midoriya también parece tener curiosidad.

Izuku abre y cierra la boca un par de veces, antes de empezar.

—Es mi culpa, en realidad. Quizá debí hacerlo después de pedir su bendición, pero no sabía cómo… —Carraspea—. Con nuestros trabajos…, el trabajo de Kacchan y el mío, es difícil saber dónde estaremos mañana. Qué será de nosotros. Lo estuve pensando los últimos seis meses. Así que por eso… me precipité. No quiero volver a perderme ningura fecha importante y… sé que eso es imposible. —Busca la mano de Katsuki y la aprieta—. Pero al menos quiero tener la certeza… No, quiero el mundo tenga la certeza de que realmente amo —y voltea a verlo cuando dice eso— a Kacchan. —El mundo está en silencio y Katsuki es vagamente consciente de que hay más gente alrededor de ellos—. Es por eso… —carraspea de nuevo— que me gustaría casarme con él. —Mira a los Bakugo—: Si nos dan su bendición, claro.

El mundo explota a su alrededor.

Katsuki apenas si sabe que ocurre, porque Inko está llorando de felicidad —y amenaza con inundar de lágrimas la sala—, su madre está jalándole una oreja diciéndole que más le vale nunca romperle el corazón a Izuku y Masaru sonríe, simplemente, viéndolos. Nadie dice las palabras que Izuku teme, las negativas, ese «son demasiado jóvenes» que cuelga por encima de ellos. Aquella sensación debe ser parecida a un tsunami, porque siente que la corriente lo arrastra sin piedad; al menos, está asido a Izuku.

Carajo. Su cumpleaños número veinticuatro ha sido uno bueno.

«Feliz cumpleaños, Katsuki», se dice a sí mismo.

Quizá el año siguiente, el número veinticinco, él e Izuku ya hayan pasado por el altar.


Notas de este oneshot:

1) No sé muy bien qué me motivó a escribir esto, pero quería escenas domésticas entre héroes después de una ausencia de Izuku. El prompt era libre, pero decía que podía ser relacionado con el cumpleaños de Katsuki y elegí relacionarlo justamente porque hoy es su cumpleaños. En Japón no les dan tanta importancia como nosotros, por lo que tengo entendido, pero igualmente me pareció un buen toque que se lo celebraran a Kacchan.

2) ¿KatsuDeku o DekuKatsu? En esta casa creemos en la versatilidad, saquen ustedes la conclusión que deseen.

3) También quería un «reencuentro» porque el manga me hace sufrir. Aquí no hay spoilers explícitos, de todos modos.

Andrea Poulain