NOTA ACLARATORIA:Tras haber visto el capítulo 194 del anime de Boruto, se dice que Kawaki tiene la misma edad que Boruto.
Disclaimer: Los personajes de Naruto no me pertenecen, sino a su creador Masashi Kishimoto.
MI TAIYAKI
by: Atori
oneshoot
A los doce años, Kawaki fue cuando descubrió un sinfín número de comidas que jamás había probado.
Sin embargo, de entre toda la comida que había probado, el taiyaki era lo que más le encantaba. Por supuesto, el de relleno de chocolate. Estaba tan centrado con ese relleno que por mero orgullo, no quería probar taiyaki con otro relleno.
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A los trece años, Kawaki se había acostumbrado a la vida en la aldea y a "socializarse" con los amigos de Boruto.
Aún seguía, según Boruto, siendo un grosero y un pedante, pero eso a Kawaki le resbalaba. Era de ilusos pensar que se convertiría en una persona "happy" con una sonrisa boba marcada en la cara.
Lo que tampoco había cambiado era su terquedad de comer taiyakis rellenos de chocolate. Incluso cuando Sarada le pedía un mordisco o ella le ofrecía parte del suyo, él seguía en sus quince.
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A los catorce años, Kawaki ya era una uno más de Konoha. Aunque con esa personalidad grosera que rabiaba a Boruto, pero que encantaba a las chicas.
Sin quererlo, Kawaki se había convertido en el chico más popular de Konoha entre el género femenino.
Sólo existían tres chicas que no actuaban como tontas a sus pies: Himawari, Sumire y Sarada.
Como Himawari se la pasaba casi siempre en casa, y Sumire en el laboratorio de Konoha con Katasuke, Kawaki se apegaba a Sarada para que las chicas no se le acercaran a él. La chica tenía carácter y era muy recta con las tonterías de personas ajenas que no dudaba en llamarles la atención.
En otras palabras, para opinión de Kawaki, Sarada era una chica aburrida.
Aún con todo eso, Kawaki seguía comprando su taiyaki con chocolate. Lo comía como si no hubiera un mañana. Estaba tan enganchado a ese sabor, que continuaba sin querer compartir su taiyaki con nadie, ni probar el de otro sabor.
A los quince años, Kawaki ya era considerado un ninja de Konoha con su bandana incluida.
Gracias al entrenamiento que le había dado el Hokage, había aprendido muy rápido el ninjutsu y a contrarrestar técnicas ilusorias bastante poderosas. Con sus capacidades tenía el grado de chuunin, el mismo que poseía el equipo de Boruto y el del equipo inoshikachou.
Aún así, seguía obsesionado con los taiyakis rellenos de chocolate.
Algo parecido le ocurría a Sarada, pero con los de relleno de crema.
Cada vez que coincidían para comprar taiyaki, que era muy a menudo, ambos se la pasaban discutiendo sobre cuál sabía mejor. Kawaki por terquedad y Sarada porque se sentía rencorosa de no haberle dejado probado el suyo hace tres años.
Cuando Sarada iba a comprar su taiyaki sin coincidir con Kawaki, él sólo hecho de leer la palabra "chocolate", le hacía recordar lo grosero y maleducado que se había portado con ella al no compartirlo.
Solo se sentía molesta con él con ese tema. Por lo demás, reconocía que había cambiado bastante y que era un buen ninja. Pero cuando se trataba del taiyaki, ambos discutían como si fuesen dos niños malcriados. En ese aspecto, Kawaki lograba desquiciarla y a mostrar una faceta nada habitual en ella.
Pero llegó un día casual en que las tornas entre ellos dos dieron un giro inesperado.
En una de sus tantas coincidencias a la hora de comprar taiyaki, al darles un mordisco al suyo, ambos se encontraron con una sorpresa.
El dueño al no escuchar sus gritos habituales, los miró con curiosidad y se alarmó por completo al descubrir que les habían dado el taiyaki equivocado.
Durante tres años, el pobre hombre había tenido que soportar como sus dos clientes habituales, se la pasaban peleando tras comprar su respectivo taiyaki.
Era verlos para que el hombre se fatigase por tener que presenciar otro día más, la misma cantinela.
Seguramente, a causa de ese cansancio, no se había dado cuenta de que les había vendido el que no era.
A sabiendas de cómo era cada uno, el dueño ya se esperaba la bronca por parte de Kawaki. Antes de que eso sucediera, el hombre se disculpó apenado con ambos. Para tratar de solucionar la situación, alegó que les devolvería el dinero y les daría otro gratis.
—No hace falta —interrumpía Kawaki para sorpresa del dueño y de la propia Sarada.
Lo que más les sorprendió era ver cómo se alejaba, degustando con la misma gula el taiyaki de crema como cuando comía el de chocolate.
Sarada le agradeció el gesto al dueño, comunicándole lo mismo de que no hacía falta, y corrió tras Kawaki.
Cuando lo hubo alcanzado, descubrió cómo ya se había zampado el taiyaki y se lamía los dedos con el resto de crema que se le había desparramado.
—¡Vaya! Se ve que al final te gustó el de relleno de crema —dijo sin resistirse a meter cizaña.
—No está mal —fue su respuesta.
Sarada sonrió y añadió, tras haberle dado un mordisco al suyo.
—Tampoco está mal el de chocolate.
Hacía años que no comía un taiyaki relleno de chocolate, que había olvidado su sabor. Sin embargo, estaba tan rico que entendía porque a Kawaki le gustaba tanto.
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Días más tarde, ambos volvían a coincidir en la tienda de taiyakis. En esa ocasión, el dueño se cercioró de no darles el equivocado. Algo que sus dos consumidores más habituales (aunque no tanto como Chouchou y su padre) lo comprobaron al darles un mordisco.
Y como el resto de los días, se marcharon juntos, pero esta vez sin pelearse sobre que el de relleno de chocolate estaba más rico que el de crema o viceversa. De hecho, aquel día, Sarada le había preguntado si quería un poco del suyo. Kawaki no se lo había pensado dos veces. Acercándose a su taiyaki, se agachó para darle una gran mordida. Sarada, lejos de alarmarse por lo que el chico había hecho, le tomó más prioridad a quejarse de que de un bocado ya se lo hubiera comido casi todo. Sin embargo, mientras Kawaki masticaba, había estirado su propio brazo con su taiyaki, concediéndole el permiso silencioso de que ella podía hacer lo mismo con el suyo.
Sarada lo había mirado con sorpresa, pero luego había sonreído agradecida y mordió un trozo pequeño, en comparación a lo que él había hecho.
—¡Está muy rico! —reconoció con absoluto deleite.
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A los dieciséis años, Kawaki y Sarada seguían comprando su propio taiyaki particular, para después compartirlo a mordidas. Un suceso que lo había visto Chouchou en varias ocasiones. Y cuando tuvo la oportunidad de hablar asolas con su amiga:
—Vaya, Sarada. ¡Qué calladito te lo tenías! —le decía Chouchou picarona.
—¿De qué hablas? —comiendo otro de sus dulces favoritos, los dangos.
Para las dos amigas era más cómodo hablar en la tienda de dangos que en la hamburguesería que solían frecuentar los chicos.
—De tu noviazgo con Kawakikun —le susurró, acercándose a ella como si pensase que su relación era un secreto.
Sarada casi se atragantó con la bola de dango.
Tosiendo varias veces, y preocupando de verdad a Chouchou, Sarada le costó trabajo volver a respirar.
Cuando todo ese malestar hubo pasado, Sarada se puso acalorada por algo que no era cierto.
—¡CHOUCHOU! ¡¿Cómo se te ocurre pensar eso?! ¡Kawaki y yo no estamos saliendo! —sin importar que la gente la viera perder la compostura.
—¿No? —preguntó extrañada de su negación.
—¡Claro que no! —tratando de calmarse, se puso recta y procedió a explicarle breve y claramente—. Él y yo solo somos amigos y nada más.
Chouchou la analizó, buscando algún indicio de que le estuviera mintiendo. Pues con lo que ella había visto, cualquiera pensaría que estaban saliendo. Y Sarada puede que se lo estuviera negando, porque, en realidad, le daba vergüenza que la gente conociera su relación. Sin embargo, su expresión parecía indicar que sus suposiciones estaban equivocadas.
¡Qué extraño! Pensaba Chouchou.
¿Sería acaso que tanto su amiga como el guapísimo de Kawaki eran unos mensos para no darse cuenta de lo que parecía de cara a la galería?
Los dos mantenían una relación bastante íntima, además, muchas de las fans de Kawaki, ya daban por hecho que ellos salían y se encontraban deprimidas porque era imposible competir contra Uchiha Sarada.
Habían otras fans, las tóxicas, que tachaban a Sarada de cualquiera por traicionar a Kawaki, al estar mucho tiempo con Boruto y Mitsuki. Como si se olvidaran que eran compañeros de equipo.
Luego, estaban las fans normales y con sentido común, que habían visto y asumido lo mismo que ella. Porque una cosa era compartir dando un trozo, como como lo hacía cualquier otra persona, pero otra muy distinta, comer de la parte mordida de la mano del otro.
¡Eso era un beso indirecto! Decretaba Chouchou quién se había hecho un montón de fantasías hasta entonces. Pensar en cómo su amiga comía del mismo taiyaki del chico más popular y viceversa, le había producido una emoción sin límites. Sobre todo al creer que el cambio de Kawaki se debía a Sarada.
Del Kawaki de doce años que le importaba un comino el resto y un mal hablado, al de ahora, había mucha diferencia.
—Si tú lo dices —comentó Chouchou algo decepcionada de que su amiga le desbaratara todas sus ilusiones.
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A los diecisiete años, Kawaki y Sarada seguían manteniendo su rutina sobre los taiyaki, hasta que la propia Sarada puso punto y final a aquello. Todo por la advertencia recibida por su madre, pero también…
La forma en que ambos compartían aquel dulce, hacía pensar a la gente que eran pareja. Un rumor que había empezado a correr en Konoha y que Sarada siempre lo había negado.
Hasta hace unos meses, nunca había conectado el hecho de que el que comiera del taiyaki de Kawaki pudiera darse a malas interpretaciones. Ella lo había considerado tan natural como cuando compartía sus dangos con Chouchou. Pero cuando recibió la advertencia de su madre, había sido la excusa perfecta para parar todo aquello.
—Escucha, Sarada. Está bien que compartas tu comida con Kawakikun —exponía algo nerviosa—. Pero si de verdad me aseguras que no hay nada entre vosotros, deberías cuidar frente a quién lo hagas. Y que tu padre nunca llegue a enterarse —añadiendo la última frase por lo bajo y apresurado, como si temiera que Sasuke lo escuchara.
Todavía era un misterio de la vida que Sasuke no se enterara de lo que su hija hacía. Sakura era consciente de que aquello no le gustaría nada a su esposo. Sería capaz de lanzar algún genjutsu para amedrentar a Kawaki o sabe dios qué otra calamidad. Puede que hubiera perdido el rinengan, pero seguía siendo igual de poderoso.
—Sigo sin entender porque todo el mundo piensa lo que no es —comentaba Sarada.
—Es muy fácil pensar lo evidente, cuando te la pasas muy a menudo con Kawakikun. No es que me parezca mal, al contrario.
—También paso mucho tiempo con Boruto y Mitsuki y no se arma tanto escándalo.
—No es lo mismo… —cortándose sin saber cómo explicar a su hija la diferencia que había.
—Sigo pensando en que todo el mundo exagera. Pero, está bien —cediendo con gran facilidad—. Si eso es lo que escandaliza a la gente, pues dejaré de comer taiyakis con Kawaki.
—Tampoco es para que llegues a esos extremos —añadió Sakura sin comprender aquella decisión tan drástica.
—Ya lo tengo decidido mamá —dirigiéndose a su habitación—. Si el problema son los malentendidos de las personas, pues dejo de verme con Kawaki y asunto solucionado.
Sakura le soltó una media sonrisa, donde no se sentía muy satisfecha por la decisión que su hija había tomado.
En ningún momento le había pedido que dejara de hacerlo, solo que vigilara el lugar dónde lo hacía.
—Sarada —llamándola antes de que se encerrara en su habitación—, ¿a ti entonces no te gusta Kawakikun?
Pues el que se viera tanto con el chico, donde había escuchado que hablaban horas y horas mientras compartían su taiyaki, había supuesto que entre ambos había algo más que amistad. Pues ni con Boruto, que era su amigo desde la cuna, había compartido semejante intimidad.
Sakura observó cómo su hija se había quedado callada, como si no quisiera responder a esa pregunta.
—Sarada…
—Lo siento, pero no puedo contestarte a eso, mamá —cerrando la puerta con voz apagada.
En su habitación, la pregunta de su madre resonó en su cabeza.
¿Le gustaba Kawaki?
Un sonido sarcástico escapó de su boca.
Desde que había empezado a compartir el taiyaki con Kawaki, Sarada sentía que se había ganado su confianza.
El pasado de Kawaki era tan lúgubre, que pretendiendo seguir los mismos pasos que el Nanadaime, quería que Kawaki hallase en ella, alguien en quién poder confiar y ayudarle cuando la necesitara.
Sin embargo desde hacía unos meses, era consciente de la polémica que generaba el que compartieran el taiyaki. Pero ella continuaba haciéndolo, por su obligación en querer ayudarlo como el Nanadaime. Se obligó a sí misma a no pensar lo que eso significaba, para restarle importancia.
¿Le gustaba Kawaki?
Resonando de nuevo esa pregunta en su cabeza.
Dejándose caer al suelo, se hizo un ovillo con la respuesta clara a esa pregunta.
¿Le gustaba Kawaki?
Sí. Reconocía para sí misma.
Pero…
Aunque hubiera descubierto que lo amaba, inicialmente, todos sus actos con él, habían sido por pura compasión. Hasta que se había dado cuenta de sus sentimientos, no había sido sincera. Kawaki no se merecía a alguien tan falsa como ella.
Durante todo ese tiempo, siempre había sido consciente de que debía parar aquello, antes de que todo empeorase, y gracias a la advertencia de su madre, había tenido la excusa perfecta para alejarse de Kawaki.
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A partir de aquel día, Sarada había dejado de ir a la tienda de taiyakis.
El dueño del establecimiento se encontraba muy extrañado por su ausencia e incluso se atrevía a preguntarle a Kawaki por ella. Pero él estaba igual o más confuso que él.
Kawaki empezó a frecuentar más de lo debido la tienda de taiyakis. Incluso se quedaba cerca para comerlo apoyado sobre la pared.
Lo terminaba y se quedaba un buen rato mirando a ambos lados, como si la estuviera esperando.
Empezó a echar de menos el taiyaki de crema, y entonces, por primera vez en su vida, pidió uno de crema.
—¿Es para Saradachan? —le preguntó el dueño. Le era insólito pensar que ese muchacho pidiera uno de crema, cuando era consciente de lo mucho que amaba el de chocolate.
—No —contestó con simpleza.
—¡Oh! ¡Es una pena! —formuló con tristeza—. Pensé que por fin darías la iniciativa para hacer las paces con ella.
—No nos hemos peleado —dándole el dinero de su consumición.
—¿En serio? —el dueño parecía estar conforme con sus palabras—. ¡Me alegra escuchar eso! Entonces, ¿qué le pasa a Saradachan?
—No lo sé —apoyando la espalda contra la pared y empezar a comer su taiyaki.
El dueño apoyó los codos sobre el mostrador y observó a la gente que pasaba delante de su puesto con nostalgia. A muchos de los que veía pasar los conocía de vista. Durante todos esos años que llevaba en el negocio, había visto como toda aquella gente había ido creciendo, igual que aquellos dos muchachos.
—Parece que fue ayer cuando el Hokagesama te trajo aquí por primera vez. Recuerdo muy bien que ese día estaban Chouchouchan y Saradachan para comprar sus taiyakis —el dueño esbozó una risa divertida—. Jamás olvidaré la insensatez del Hokagesama al querer invitarlas —riéndose al recordar la cara que se le había quedado a Naruto, al no acordarse de que los Akimichi eran unos glotones sin remedio—. También recuerdo tu cara cuando probaste el taiyaki, muchacho —volviendo a reírse—. Era como si hubieras probado el manjar de los dioses. Desde entonces, frecuentaste mi tienda y en muchas ocasiones coincidías con Saradachan. Ella no dejaba de molestarte en que probaras el de crema. Y tú erre que erre en que el de chocolate sabía mejor. Hasta aquel día en que por accidente os vendí los taiyakis equivocados —suspirando con nostalgia—. Desde entonces, ambos dejasteis de discutir por vuestros gustos y os marchabais juntos. Se os veía tan bien, que parecíais pareja.
Kawaki había dejado de comer su taiyaki. Observaba como el relleno de crema se escurría por los lados, tocando el papel que protegía el tacto con aquel dulce grasoso.
—Es probable que Saradachan se esté entrenando muy duro para formarse como Hokage. Ahora que ya es casi toda una adulta, se lo estará tomando más en serio ¿No opinas lo mismo, Kawaki?
Pero Kawaki no le respondió. De hecho, como si de repente algo le hubiera molestado, se había despegado de la pared, y para sorpresa del dueño, tiró el taiyaki a medio consumir en el cubo de basura.
—¡Esto es asqueroso!
Escuchó el dueño oír de Kawaki con un tono grosero.
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Como todos los veranos, en Konoha se celebraba la típica feria para sus ciudadanos y los que estuvieran de visita.
Y como todos los años, Sarada y sus amigos asistían todos los días a aquella feria, siendo el último el que lo consideraban más especial por el espectáculo de fuegos artificiales. Aquel último día, todas las chicas vestían sus kimonos más bonitos y algunos chicos también vestían sus yukatas.
Kawaki, aunque también los acompañaba todos aquellos años, se negaba en rotundo a usar yukata. Según él porque no le quedaba bien. Pero aquel año, había sorprendido a todos vistiendo un yukata, donde todas las chicas lo habían mirado embobadas, como si nunca hubiesen visto a un chico.
Sarada, como el resto de días, se sentía incómoda con su presencia.
Todos los días se decía de que debía darle una explicación por su repentina ausencia en la tienda de taiyakis. Sobre todo, cuando había empezado a evitarlo descaradamente.
Pero no sabía cómo disculparse.
Debido a su inexperiencia en el tema de amor, había sacado una conclusión tan drástica, donde ahora se había dado cuenta de las consecuencias que eso había conllevado.
Daba igual lo mucho que se disculpara que el mal ya estaba hecho, y de imposible justificación.
Durante los seis días que habían ido al festival, Sarada se había escudado tras Chouchou y Sumire para no prestarle atención y empeorando aún más el problema. Sin embargo, al verlo llegar con aquel yukata azul oscuro que le sentaba como un guante, se había quedado igual de boba que sus amigas. Había tenido que mirar hacia otro lado para que nadie descubriera los sentimientos que albergaba hacia él.
Para su alivio, se les habían acercado un grupo de chicas para halagarlo y pedirle que se fueran con ellas.
Tras un tiempo que le había costado a Kawaki deshacerse de ellas, el grupo dio una vuelta por el lugar para hacer tiempo, mientras no empezaban los fuegos artificiales.
Chouchou se acercó a todos los puestos de comida pidiendo doble ración de todo; Boruto y Shikadai compitieron en el tiro al blanco; Inojin se las quiso hacer de ínfulas de caballero al regalar a todas las chicas máscaras de anbu; Iwabee, Metal y Denki compitieron sobre quién cazaba más pececitos de colores.
Se lo pasaban tan bien, que el desgaste de energía hacía que imitasen a Chouchou en ir a los puestos de comida a comprar algo.
Sarada se había abstenido de hacerlo, especial, a pesar del olor irresistible que emanaba de cada uno de los puestos. Lo hacía por precaución.
Aquello le había extrañado tanto a Chouchou que no pudo quedarse callada.
—¿Qué te ocurre, Sarada? ¿No tienes hambre?
Sarada negó nerviosa, excusándose de que había comido bastante en su casa.
Una vil mentira que podría desmantelarse si sus tripas rugieran.
—¡Vamos, mujer! ¡Una feria es para comer y para divertirse! —expuso Boruto con un ikayaki en la mano—. Pero si el problema es porque no tienes dinero, la cosa cambia —agregó con una risita malévola.
—¡Tengo dinero, idiota! —exclamó ella ofendida—. No soy una derrochadora como tú que se la pasa gastando lo que gana en sus misiones en hamburguesas —soltó una mueca de arrogancia—. Al menos, yo controlo mi dinero y no tengo que pedirle a mis padres un préstamo para pagar una mísera hamburguesa —aprovechando la ocasión para devolverle la pullita.
—¡Maldita! —poniéndose en pose desafiante.
Sumire junto a Shikadai trataron de detenerles. Se suponía que iban allí a pasárselo bien, no a pelearse.
—Vamos Boruto, no seas un fastidio —decía Shikadai, alejando a su amigo de Sarada.
Si Shikadai se sentía en la obligación de detenerle es porque de no hacerlo, le conllevaría una bronca por parte de su madre. Shikadai no sabía porqué, pero su madre aludía a que si Boruto causaba problemas con él presente, él también resultaba responsable por no evitarlo.
—Menos mal que no se ha ido de las manos —suspiraba Sumire aliviada.
—Oye Sarada —intervino Chouchou, olvidándose de lo que había pasado—, pero en serio que es raro que en estos días que estuvimos en el festival no hayas comido nada, cuando eres la que más disfruta de esta clase de comida. No tanto como yo, por supuesto —presumiendo como si fuera una gran hazaña.
—Ya te he dicho que hoy he comido demasiado. Mamá se pasó haciendo demasiado estofado —volvía a excusarse nerviosa, deseando que dejaran el tema en paz.
—¡Pero no se disfruta de la feria si no comes algo! —manifestó Wasabi cargando una bolsa llena de taiyakis de distintos sabores.
Wasabi ya vestía un kimono con detalles de gatos y sobre su pelo llevaba unas orejas de gato. Con la bolsa de taiyakis parecía un gato que había conseguido un tremendo botín.
—¡Toma uno! —cogiendo uno de la bolsa y dándoselo—. ¡Es de crema! ¡Tu favorito!
Sarada observó el taiyaki como si le estuvieran ofreciendo algo irresistible y del que dependía de su supervivencia. Tragó saliva, manifestando sus ganas de comérselo. Pero no. No podía hacerlo. Trató de luchar contra sus instintos en no levantar la mano y cogerlo.
—¡Vamos! ¡No te hagas de rogar! —Wasabi actuó de inmediato y se lo colocó en la mano.
Sarada ya no pudo contenerse y le dio el ansiado mordisco.
Con tan solo un mordisco, Sarada expresó absoluto placer de uno de sus dulces favoritos.
Sintió como si hubiera estado a dieta durante años y por fin la premiaban con algo dulce.
—Parece que está muy rico —opinó Mitsuki con una sonrisa, sorprendido por la cara de satisfacción que tenía su compañera y que jamás había visto.
—¡Está riquísimo! —clamó ella con todos sus sentidos puestos en el taiyaki.
Las chicas rieron divertidas por aquella máscara poco habitual en ella.
Mitsuki se acercó con curiosidad y observó el taiyaki a medio comer de su compañera.
—¿Puedo comer un tro…?
Mitsuki no pudo completar la frase, ya que Kawaki lo había hecho a un lado sin ninguna delicadeza. Sin el permiso y para sorpresa de Sarada, Kawaki mordió de su taiyaki.
Ver aquella escena en primera fila, conllevó a emociones diversas por parte de las chicas. Incluso Mitsuki se había quedado impresionado por lo que había presenciado. Pero lo que lo dejó confuso fue la mirada amenazante que Kawaki le había lanzado.
—Ese es mi taiyaki —declarando segundas intenciones con sus palabras.
Sin dar tiempo a que las chicas creasen sus propias teorías, Kawaki había agarrado de la muñeca de Sarada y la alejó del grupo.
Sin duda, aquello daba lugar a una única suposición. O eso pensaba Chouchou emocionada. Así que desde el corazón, le deseó todo el ánimo a su amiga. Para que las demás no se entrometieran, las animó de que continuaran, como si nada hubiera pasado, y las arrastró a que siguieran a sus compañeros de equipo y a Boruto, quiénes no habían visto nada de lo sucedido.
Cuando Boruto notó la ausencia de Sarada y de su hermano adoptivo, Chouchou respondió con una risita picarona.
—Fueron a comprar taiyakis.
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Sarada era arrastrada con bastante brusquedad por Kawaki.
Ni siquiera sabía porqué la alejaba de sus amigos y la internaba por la parte de atrás de los puestos, como si quisiera llevarla a un lugar donde nadie los viera.
Sino fuera porque conocía a Kawaki de hace años, se pondría ofensiva y desconfiaría de él. Sin embargo, ver como la muñeca que la arrastraba era justamente la que tenía el taiyaki, donde la crema resbalaba, asquerosamente por su mano, manchando, en ocasiones, el nuevo kimono que su padre le había regalado, era motivo más que suficiente para hacer uso de su fuerza y zafarse de su agarre.
—¡¿Pero qué te piensas que estás haciendo?! —le preguntó alterada.
Su mano estaba entre empalagosa y asquerosa. Y el taiyaki que gentilmente le había dado Wasabi había cogido una nueva forma, que poco o nada se asemejaba al de un pez.
Observó su kimono, teniendo la excusa perfecta para no enfrentarlo a los ojos, y trató de limpiar las gotas de crema que le había caído.
Se alivió al pensar que no era tan grave como se imaginaba, aunque su madre le haría un buen interrogatorio de cómo una chica tan pulcra como ella, había manchado su kimono favorito.
Un poco más calmada, observó lo que quedaba de su taiyaki. La crema se había salido por completo. Suspiró algo fastidiada y anunciándole que se marchaba. Quería dirigirse a la fuente más cercana para lavarse la mano, pero Kawaki no lo permitió. La volvió a sujetar de la muñeca sin ninguna delicadeza.
Sarada trató de serenarse.
Contó hasta tres y con una severa amenaza le dijo.
—O me sueltas o te meto tremendo puñetazo que ni una operación quirúrgica podrá volver a crearte tu bonita cara.
—Tenemos que hablar.
—Hay mejores formas para pedirlo —le espetó ella, volviendo su mirada al frente.
Seguía sin atreverse a mirarlo a los ojos.
Al menos, podía hablarle sin que la voz le temblase.
Además, el hecho de que frente a todos, comiese de su taiyaki, la había puesto roja de vergüenza y a imaginarse la sarta de explicaciones que tendría que dar a sus amigas.
Las cosas ya no eran como antes, donde intercambiaban mordiscos del dulce del otro y que Sarada veía como algo natural. Fue justo cuando había visto a su padre comiendo de los mismos palillos de su madre, que todo en ella había empezado a cambiar.
Al haber observado la vergüenza de su madre, la había picado en que se habían dado un beso indirecto delante de ella. Algo que provocó más vergüenza y nerviosismo en ella, mientras que su padre, se había retirado de la mesa con sutileza. Y mientras Sarada se reía por el comportamiento de adolescente de su madre, se había percatado en que ella misma estaba haciendo lo mismo al comer del taiyaki de Kawaki y viceversa.
El haber recordado cuántas veces lo había hecho, hizo que se abochornara todo y a comprender porque Chouchou había supuesto que salían juntos.
Aquella noche se había rallado tanto la cabeza, que acabó por darse cuenta de sus propios sentimientos y de lo cómoda que se sentía hablando con Kawaki.
Le había surgido una duda. ¿Qué pensaría él?
Llevaban compartiendo el taiyaki de esa manera durante mucho tiempo, que Kawaki jamás había reaccionado de forma incómoda, así que era probable que para él, aquello fuese algo sin importancia. Ni siquiera consideraría que se estaban dando besos indirectos.
Era tan propio de él.
Pero ella…
Ella no era tan pasota como él.
Ella era de las que analizaban las cosas con demasiado detalle.
Sus coincidencias en las tiendas, casi nunca habían casuales. Ella sabía muy bien qué día y a qué hora iba Kawaki a comprar su taiyaki. Y cómo le parecía más divertido comerse el taiyaki con alguien acompañándola que sola, fue que ella misma forzaba esas casualidades. Además, se dirigían siempre a sitios donde sus fans no pudieran encontrarle y arruinarles el momento. Un sitio muy especial donde solo estaban ellos dos y que Sarada jamás se había dado cuenta durante dos años.
Pero…
Aunque se hubiera dado cuenta de sus sentimientos, la razón le recordaba que cuando veía a Kawaki, aún traumado por los recuerdos de su niñez, ella se quedaba mirándolo sin hacer nada. Solo compadeciéndose de algo a lo que ella no tenía la experiencia para consolarlo.
Eso era lo que la frenaba y a no querer declarar a Kawaki ni a nadie esos sentimientos que albergaba. Y cuando tuvo la ocasión, cortó todo de raíz, sin pensar en las consecuencias, solo en ella misma.
Así que debía mantenerse insolente, para que captara el mensaje y la dejara en paz. De esa manera, todo finalizaría, aunque ella quedase como la mala.
—Lo siento —dijo Kawaki.
Su disculpa la cogió desprevenida. De hecho, ¿alguna vez lo había escuchado pedir perdón a alguien?
Lo miró brevemente. Sus ojos entrecerrados, estaban algo suavizados y la miraba directamente, aunque no sabía identificar si existía arrepentimiento alguno por sus actos.
—No importa —continuando con su indiferencia, colocó la mano limpia sobre sus caderas y como si no le importase su persona ni sus disculpas, le preguntó— ¿De qué querías hablar conmigo?
Se estaba pasando mucho. Pero no le quedaba otra si quería que todo entre ellos terminase.
Lo hacía por él.
Para que estuviera con alguien mejor.
Ella era una falsa que no se había preocupado de verdad, en sus inicios. Y ahora, lo hacía porque se había percatado de sus sentimientos.
No era justo.
—Quiero que vuelvas a comprar tus taiyakis de crema.
Su respuesta dejó boquiabierta a Sarada. Toda alucinada, olvidándose de sus sentimientos, lo encaró como si Kawaki hubiera hablado en chino.
—¿Qué has dicho?
—Lo que has oído —espetó él, donde sus buenos modales seguían sin estar del todo corregidos—. Quiero comer tu taiyaki y que tú comas del mío.
Los colores de Sarada subieron, donde la sangre se agolpeó en la cabeza.
¿Había escuchado lo que había escuchado?
¿Es que Kawaki no se daba cuenta de lo que significaban esas palabras?
No era tan menso para esas cosas…
¿O sí?
Se cuestionaba ella.
Virando la cabeza toda abochornada, Sarada le respondió sin que su voz sonase nerviosa, como la de su madre cuando su padre la hacía alguna provocación.
—¡¿Estás loco o qué te pasa?!
—El taiyaki de crema sabe asqueroso si no es el que comes tú.
Sin duda, aquellas palabras daban lugar a segundas intenciones. Pero venían de Kawaki. No podía montarse sobre una nube así de fácil.
—¿Qué quieres decir? —preguntó con desconfianza. No podía creerse lo que se estaba imaginando.
Kawaki arqueó una ceja molesta, declarando casi con la mirada lo atontada que estaba siendo ante algo pronunciado de forma clara y concisa.
Cogiéndole de nuevo la mano donde Sarada sostenía el taiyaki con la crema desparramada por toda su mano, se la lamió para después unir la crema que había lamido mordisqueando de su taiyaki.
Kawaki la observó, mientras masticaba lo que había comido. La cara de Sarada era más roja que el kimono que portaba. Recordó la cara de éxtasis que se le había puesto cuando ella había comido aquel taiyaki, y volvió a lamerle la mano y a darle una segunda mordida al taiyaki.
—Que… ¿Qué crees que estás haciendo? —reaccionando, aunque con la vergüenza que sentía, no podía expresar su molestia en su plenitud.
—Comer tu taiyaki —expresó de forma simple—. Sólo me sabe bien el de crema cuando como del tuyo. Pero… —mirando la poca crema que le quedaba en la mano de la chica—, cómo imaginaba sabe mucho mejor de esta manera —y rodó los ojos hacia ella, clavándolos de forma atemorizante—. Así que no permitas que otro tome de lo que es mío.
Sarada, más colorada que nunca, se zafó de su agarre, mientras miraba su propia mano con desconcierto. Estaba prácticamente limpia de crema, aunque húmeda por los restos de saliva de Kawaki. Y lo que era el taiyaki, solo quedaba la cola de pez por devorar.
Aún así, eso era lo que menos le preocupaba.
Con aire desafiante, lo miró con toda la furia posible. Su sharingan anhelaba con hacerse visible y hacerle caer en un terrible genjutsu.
—¡¿PERO TÚ ESTÁS LOCO O TE FALTA UN TORNILLO?! ¡¿A QUÉ HA VENIDO ESTO QUE ACABAS DE HACERME?! ¡¿Y QUIÉN TE CREES QUE ERES PARA DECIRME LO QUE DEBO HACER CON QUIÉN?!
Kawaki puso una cara aburrida como si sus palabras le hubieran entrado por un oído y salido por otro.
—¿No se supone que eres mi novia? ¿Crees que voy a permitir que mi chica se ande dando besos indirectos con otro delante de mis narices?
Ahí la dejó pasmada.
Sin duda algo no andaba bien en la cabeza de Kawaki.
—¿De qué te sorprendes? —preguntando con una ceja arqueada por su cara de incredulidad—. Pensé que eras lo suficiente inteligente cómo para suponer que tú y yo estamos saliendo.
Sarada abrió la boca más pasmada si era posible.
—¡¿Y desde cuándo tú asumes que somos pareja?! —porque que ella recordase, en ningún momento se le había declarado.
—Es evidente. Hemos estado comiendo el taiyaki del otro durante dos años. Vienes a comprar taiyaki, sabiendo cuándo lo hago yo —Sarada se avergonzó por completo ante esa frase—. Me acompañas y eres la única que me habla sin tocar mi pasado.
—Pero eso… —queriendo justificarse que eso es algo que podrían hacerse los amigos, pero estaba tan roja y avergonzada, que no era capaz de articular una frase coherente.
—Yo me siento a gusto contigo, y se nota que tú también —continuaba él como si hubiera atado dos cabos que debían ir de la mano—. Además, desde hace unos meses, tu mirada y tus sonrisas hacia mí son más profundas y bonitas.
Sarada ya perdió la cuenta de cuántas veces se había sonrojado aquella tarde.
—Realmente —mostrando verdadero enfado—, me molestó que de la noche a la mañana desaparecieras sin decirme nada. Pero cuando el dueño comentó que podría ser porque te preparabas para ser Hokage, supuse que debía tratarse de eso. Pero, búscate algo de tiempo para comprar un taiyaki conmigo. Porque si no es contigo, no lo quiero.
Pensar en lo fiel que había sido Kawaki, de que no creyera que ella le había dado plantón con demasiado descaro, la hizo sonreír y no pudo contener la risa, ante la demanda casi infantil de su intención de comer taiyaki con ella.
—¡Oye! ¿Se puede saber de qué te ríes? —preguntó algo incómodo.
—No es nada —tratando de no amargarle más.
Aquella comodidad de estar junto a él había regresado, donde sentía que todo ese tiempo que habían estado distanciados, no hubiesen sucedido.
Pensar que él, todo este tiempo, la consideraba su pareja, la emocionaba. Pero, tenía que ser sincera con él y contarle la verdad.
—Oye, Kawaki —alzando la vista, esta vez con seriedad en la cara—, me emociona saber que me considerabas tu chica. Pero, te confieso que yo no lo veía de esa manera. Incluso, hasta hace unos meses, no me había dado cuenta de que sentía algo muy especial por ti —bajó su rostro, cobarde de no enfrentarlo a la cara con la verdad—. Pero antes de que me diera cuenta, cuando estaba contigo, no dejaba de pensar en tu pasado y a sentir compasión por lo que debiste haber sufrido. En realidad, si estaba contigo es porque me dabas lástima por lo que habías pasado. Pero también, tenía miedo de que tuvieras algún ataque traumático, porque no tengo la experiencia del Nanadaime para poder consolarte.
—¿Y? —expuso sin mucha importancia a su confesión.
Sarada volvió a mirarle con la confusión dibujada.
—¿Cómo que "y"? —viendo que lo que la había rallado, a él no le importaba para nada.
—Me importa una mierda que tuvieras lástima de mí. Estabas conmigo, me gustaba y para mí eso es suficiente —volviendo a cogerle de la mano donde quedaba lo poco que quedaba del taiyaki. Le arrebató lo que quedaba y la miró con intensidad y añadió—. Y ahora mismo, ya que hemos dejado las cosas claras, se me antoja volver a comer taiyaki pero de tu boca.
Su mirada intensa le hizo latir el corazón a mil por hora. Sus mejillas estaban tan calientes que las sentía arder.
Volvió a ser arrastrada por él, para dirigirse hacia los puestos con bastante urgencia, como si no pudiera controlarse. Sin embargo, esta vez notó como no la sujetaba de la muñeca como antes, sino de la mano, con sus dedos entrelazados. Como si se hubiera dado cuenta de que su manera de atraerla hasta un lugar privado, no había sido la correcta.
—Espera —deteniéndole.
Él se giró a verla algo molesto.
—¡¿Qué te pasa ahora?! ¿No entiendes que después de lo que me dijiste, ya no quiero besos indirectos?
Sarada quedó en blanco por sus palabras tan directas, que no pudo evitar volver a reírse.
Desde el día en que lo había conocido hasta ahora, Kawaki había ido cambiando poquito a poco. Puede que siguiese siendo algo torpe con sus modales. Pero ahora que su relación se había formalizado era algo que irían construyéndose pasito a pasito.
Kawaki aún molesto, quiso apresurarla para cumplir con su deseo. Pero Sarada se le acercó hasta él sin vacilar y poniéndose de puntillas, tomó la iniciativa en lo que él quería cuando tuvieran sus taiyakis, un beso de verdad.
Su beso fue suficiente para que Kawaki la apretara fuerte contra él, y a devolverle el beso con tanto fervor, como si se hubiera estado conteniendo durante mucho tiempo.
Al separarse, Sarada lo miró con una sonrisa y sus mejillas coloreadas de carmesí.
Se pasó la lengua sobre los labios y dijo.
—Tienes razón. Los taiyaki saben mejor cuando vienen de la boca de otro —pudiendo saborear los restos de crema que había quedado en el interior de la boca de Kawaki.
Su comentario lo dejó tan colorado que no pudo evitar pensar en que compraría todos los taiyakis de crema y chocolate que hubieran. Sonriendo de lado, tuvo deseos de volver a ese lugar apartado de la gente, para disgustarlo de esa manera tan apetitosa que prometía más que unos fuegos artificiales.
FIN
Notas de la autora:
Cuando vi el capítulo 195 del anime de Boruto, me encantó el capítulo como amante del kawasara que soy y me inspiró a crear este fic tomando como tema el taiyaki.
Además, como vi muchas páginas donde se pusieron a tope con el kawasara y a compartir fics de la pareja, me sentí tan inspirada que en un solo día, hice todo este fic. Si lo publico dos días más tarde, es porque casi todo estaba escrito a mano, y entre eso, el estudio y lo que me lleva revisarlo, por eso que lo publico hoy.
Espero que os haya gustado y deseo que muchos fans del kawasara se animen a seguir publicando fics y arts de esta pareja.
Un saludo.
'Atori'
