Hello! Aquí Isita presente, publicando un nuevo, cortito y bobo one-shot que conseguí escribir hace unos días, y que ahora ya está más bonito gracias a la gran ayudita que me dieron corrigiéndomelo. Espero con todo de mi kokoro que sea del agrado de los lectores y le den amor uwu.

Nota: La imagen de la portada no me pertenece, está hermosamente editada por my beibi, BethAckger. Agradecimientos a ella y créditos a su respectivo artista. Y bueno, todos sabemos de quién son los personajes.

Dedicatoria: Con todo mi amor y pendejez de nacimiento para Reina de Tormentas, la futura artista que adornará mis historias con sus bellas portadas. Desde aquí te deseo que pases un muy feliz cumpleaños a pesar de las circunstancias y te trasmito todo mi cariño a través de este intento de cosita cómica con tu amado Zeke :3. Rezo por que te guste y te envío una mordida en cada cachete. Loviu uwu.

Kisisss!

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A sus veintiún años, Zeke creía que, dentro de lo que cabía, tenía una vida normal y casi, casi perfecta. Con su eterna apariencia de surfista, rubia barba y ondeada melena, y un notable entrenamiento físico en sus ciento ochenta y tres centímetros de altura, se consideraba un chico apuesto y muy por encima de la media. Aun así, su horrible vista era el único pequeño defecto que sí le hubiese gustado poder cambiar de su persona. Las lentillas le resultaban insoportables, por lo que debía conformarse con sus permanentes lentes bifocales de armadura redondita y dorada que evitaban que el mundo no fuera más que un montón de manchas ante sus grises ojos, pero los cuales sentía, le restaban un poco de atractivo.

Cursaba la carrera de Gastronomía en María, la universidad más cercana a su casa; más específicamente, la universidad que quedaba a menos de medio kilómetro de su casa. Aun así, no todo quedaba allí cuando su día de estudios terminaba. Una vez acabadas las clases, nuestro Zeke se dirigía directamente al restaurante que poseía su familia para ayudar en él, siendo el buen hijo que se suponía debía ser.

Construido junto a la vivienda familiar, el local se comunicaba con esta a través de una puerta que conectaba ambas cocinas, lo que lo hacía perfecto para que cualquier en casa pudiese echar una mano cuando se le necesitaba.

Si bien el sitio no era demasiado grande, las paredes pintadas de color crema —mayormente ocupadas por grandes ventanales— otorgaban la engañosa sensación de amplitud, la cual parecía reforzarse, aún más, gracias a la clara madera de roble que cubría el lustrado suelo y daba forma a la barra, así como a los conjuntos de sillas y mesas que se esparcían por todo el restaurante, pulcramente cubiertos de manteles a cuadros blancos y rojos que otorgaban un ambiente muy hogareño y familiar.

Así que, de seguro ahora te preguntarás si es que este atractivo y trabajador joven tendría novia: pues la respuesta era no. Nuestro apuesto universitario se encontraba en su más libre soltería, aunque, si somos sinceros, estaba soltero solo porque quería; después de todo, Zeke podía exclamar con orgullo que gozaba de una «pequeña» lista de pretendientes en la universidad; porque, vamos, ¿a quién no le hacía babear el típico rubio guapo y fortachón?

Entonces, ¿por qué este gran prospecto de hombre no tenía pareja?

—Buenas tardes, Zeke.

He ahí la respuesta.

—¡Oh, Levi! Llegas temprano hoy —comentó él con evidente alegría, volviéndose a ver al recién llegado que, tan religiosamente como cada tarde, se encontraba sentado en uno de los taburetes junto a la barra.

—Tenía tiempo —contestó este encogiéndose de hombros; nublándole momentáneamente los sentidos con aquella voz tan grave, profunda y sensual, que desde hacía rato lo volvía loco.

—¿Cómo te fue hoy en el trabajo? —preguntó Zeke, apoyando ambas manos sobre la barra para inclinarse un poco hacia adelante, dándose así el lujo de observar los filosos y bonitos ojos azul zafiro que encantaban esa cara, y los cuales acabaron siendo su perdición.

Levi, Levi Ackerman, era su vecino desde hacía unos cuantos meses atrás; un hombre que recién se estrenaba en el área laboral tras su graduación con el título universitario de financiero, y quien había decidido tentar suerte en la ciudad. Con un cuerpo exquisitamente sexi, pese a medir solo un metro sesenta, negrísimo cabello partido a la mitad, el cual rozaba cómicamente sus orejas y nuca rapada, y una piel blanca y cuidada como la mismísima porcelana, que él se moría en probar, Levi había llegado para mover el piso de Zeke, incluso más que la comida gourmet. Además, como la fresa del pastel, este siempre iba al restaurante sobre la hora en la que casualmente él llegaba de la universidad, inflando así sus esperanzas de conquistarlo.

—Bien, supongo; normal —respondió el hombre, arremangando las mangas de su fino suéter negro—. Me voy acoplando.

—Eso es bueno. ¿Un té negro como siempre entonces? —inquirió, acostumbrado como estaba ya a la presencia y los gustos del otro.

Levi asintió.

—¡Aquí está su té, Levi!

Ante la entrometida —según él—, pero conocida voz, ambos voltearon a ver al chico que recién salía de la cocina con una taza de té entre sus manos. Desbordando su habitual energía, este se acercó hacia a ellos y les sonrió ampliamente.

—Eren —habló Zeke, algo sorprendido de verlo allí, observando cómo llegaba diligente hasta la barra para entregar la taza a Levi, la cual este agradeció esbozando una muy ligera sonrisa en su dirección, causando que su corazón —y otra cosa— se agitaran con emoción dentro de su pecho—. ¿Qué haces tan pronto por aquí?

Eren, su medio hermanito de diecisiete años, era un adolescente tan rebelde y adorable como los dos mechones de cabello castaño oscuro que sobresalían de la descuidada trenza en la que lo tenía recogido, y los cuales caían a ambas partes de su rostro, haciendo resaltar sus enormes y vivaces ojos verdes como la esmeralda. A diferencia suya, que prefería experimentar con carnes o mariscos en todas sus variantes, el chico se especializaba en el arte de los postres y la repostería. Y aunque el chiquillo hiciera pillas en la escuela cuando se le daba la gana y luciera a temprana edad una argollita en su oreja derecha, un piercing en el labio inferior y algunos pocos tatuajes —como lo eran los pajarillos en sus costillas y la pequeña piruleta de colores en la clavícula—, Zeke siempre iría diciendo por ahí que Eren era su cosita bonita y chiquitita a la que tenía que cuidar.

—¿No te lo dije ayer, Zeke? Hoy regresaría más temprano a casa por una reunión de profesores en el instituto, bobo —contestó este, cruzándose de brazos y mirando ceñudo en su dirección.

—Ah. Cierto, cierto —musitó él, acordándose. Cuando Levi se llevó el borde de la taza a los labios, bebiendo de ella, sus neuronas reconectaron con rapidez y le hicieron recordar cuál era su objetivo con la llegada de este—. ¡Ah! Levi, casi lo olvido. Probé a hacer una nueva receta, y, como las demás veces, pensé en ti para que la probaras. ¿Qué dices? —le preguntó él, levemente emocionado.

El hombre ladeó la cabeza, encogiéndose de hombros.

—No veo por qué no.

Zeke sonrió con amplitud. Ver a Levi probando sus preparaciones siempre le calentaba el pecho y lo que no era el pecho también; bueno, no, eso último no.

—¡Genial! Eren, cúbreme —le pidió a su hermano, tomándolo momentáneamente del hombro antes de dirigirse a la cocina.

—¡A la orden! —respondió este con entusiasmo.

Él no pudo estar más agradecido con la vida por lo afortunado que era al contar con Eren para que lo ayudase tan incondicionalmente. Su hermanito era el mejor.


Tras esperar unos quince minutos para poder completar las dos horas que ponía la receta —puesto que Levi había llegado antes de lo pensado—, Zeke extrajo de la nevera una bandeja plana, en la cual lucían ocho aros de emplatar, cada uno con un medallón de bogavante sobre una loncha de huevo cocido y bordeados de gelatina de piña colada, pese a que la receta no exigía sabor. Paso seguido, dispuso la bandeja sobre la encimera de la cocina y los trasladó a un plato antes de desmoldarlos con ayuda de un afilado y pequeño cuchillo, añadiendo después los espárragos cocidos y las finas lonchas de salmón ahumado picado, agregando luego el toque final: perejil para dar color.

Sonriendo satisfecho, Zeke tomó el plato y se dirigió a las afueras de la cocina, encontrándose conque Carla, su madrastra y madre de Eren —y a quien se había cruzado varias veces en la cocina—, atendía algunas mesas, mientras que este último continuaba enfrascado en una conversación con Levi. Al parecer, se dijo con felicidad, alguien no tendría que ganarse a su futuro cuñado.

—Vaya. Veo que siguen hablando —comentó al tiempo que llegaba junto a ellos, disponiendo los medallones de bogavante sobre la barra bajo los dos pares de ojos que recaían sobre su persona.

—Es que Levi siempre es muy interesante —dijo Eren, sonriéndole.

Cuando el mencionado esbozó una pequeña, pequeñísima sonrisa, Zeke estuvo a punto de recoger su mandíbula del suelo. Había encontrado la octava maravilla del mundo.

—Bueno, aquí está —obvió él, contemplando esperanzado a quien le quitaba el sueño por las noches y le hacía desperdiciar los paquetes de clínex.

—¡Realmente tiene muy buena pinta, Zeke! Espero que a Levi le guste —le halagó su hermano, depositando un beso en su mejilla antes de ir con Carla, dejándolos por fin a solas.

Sí, pensó él satisfecho, a veces la vida era muy bonita. ¡Que afortunado era!


Tras salir del baño, únicamente vestido con un par de pantalones de pijama grises, Zeke visualizó a Eren en el salón, echado en el sofá mientras prestaba atención a un documental sobre el fondo marino. Dejando en el respaldo de una de las sillas del comedor la toalla con la que había secado lo mejor posible su cabello, se acercó hasta el chico y se tumbó a su lado.

—¿No deberías ir a acostarte ya? —interrogó, alzando las rubias cejas en su dirección.

Ante aquel cuestionamiento, su hermano despegó los ojos de la televisión de plasma y los posó sobre su persona, mirándolo inquisitivamente.

—¿Me vas a controlar ahora? —le devolvió, esbozando un dejo de sonrisa.

Riendo, él se encogió de hombros; sin embargo, al recorrer la vestimenta de Eren con la vista y, tras contemplar el suéter celeste junto a los shorts verde chicle que llevaba, no pudo evitar dejar salir un burlesco comentario:

—Es extraño no verte con tu pijama de ositos, puesto que el frío está ya a la vuelta de la esquina. ¿Es que acaso has decidido crecer de una vez, Eren? —lo provocó.

Evidentemente abochornado —y con las mejillas rojas de vergüenza— este lanzó una patada a una de las piernas de Zeke; patada que él logró esquivar entre risas al levantarse del sofá.

—No es algo que te incumba, así que déjame en paz.

Sonriendo aún más al ver el indignado enfado de su hermanito, le ordenó con cariñosa amabilidad:

—Vete a dormir ya, Eren. Recuerda que mañana tienes escuela.

—Sí, sí. ¡En un rato! —replicó el chico.

Encaminándose con prisa hacia su habitación —porque no veía la hora de jalársela mientras pensaba en su sexi vecino—, Zeke se sintió inmensamente afortunado por ese nuevo día.


Habiéndose despertado a causa de la sed, que lo obligó a levantarse, Zeke dirigió sus pasos hacia la cocina, intentando ser lo menos bullicioso posible para no molestar a su dormida familia.

El reloj en la pared de la estancia marcaba que ya casi eran las dos de la madrugada cuando abrió la puerta del refrigerador para extraer una botella de agua, por lo que no era de extrañar que todo estuviese tan silencioso. Sin embargo, en cuanto acabó de verter parte del contenido de la botella en un vaso para tomarlo, una serie de ruidos provenientes de la cocina del restaurante lo interrumpieron, alertándolo de que algo malo ocurría.

Mil posibilidades pasaron por su cabeza en apenas unos segundos, desde que alguien de su familia todavía trabajara a esas altas horas en alguna nueva preparación —lo que no era extraño—, hasta que el restaurante estuviese siendo robado o invadido por la indeseable presencia de un fantasma.

Armándose de valor —aunque le costara muchísimo—, Zeke dejó lenta y sigilosamente el vaso de agua sobre la encimera, acercándose luego hasta la puerta que daba hacia el local, asomándose con cuidado por esta.

Y la escena que presenció lo dejó de piedra.

Levi, su vecino, el hombrecito ricolino con el que soñaba día tras día, se hallaba con los pantalones por los tobillos y empujando sin tregua entre las piernas de Eren, su Eren. Su hermanito menor, su cosita bonita que él había jurado proteger. Por su parte, Eren se encontraba sobre la encimera, con el largo cabello revuelto y aferrado al cuello del otro hombre, mordiéndolo para —Zeke supuso— evitar gemir tanto. Ambos llenos de harina.

Con el corazón a mil y sus sentidos shockeados, cerró cuidadosamente la puerta y se apresuró a regresar a su habitación para encerrarse en ella con el objetivo de procesar lo visto.

Quizá, pensó él sin poder sacar aquella escena de su mente, ya no se sintiese tan afortunado como horas antes.


Observando como su hermano untaba tranquilamente mermelada de fresa sobre la tostada, por completo ajeno a sus incrédulos pensamientos, Zeke frunció sus cejas hasta casi convertirlas en una y reflexionó: ¿Debería estar enfadado porque Levi profanó a su ángel chiquito o porque Eren le robó al sexi vecino frente a sus narices?

Era una duda en verdad complicada. Aun así, tomó valor y se aclaró la garganta para decir:

—Oye, Eren...

—¡Eren! —gruñó Carla, interrumpiéndolo al hacer su aparición desde la cocina del restaurante—. ¡¿Qué anduviste haciendo?! ¡El bote de harina está por la mitad y lo rellené anteayer!

Ante la mención de la harina, un flashback nada agradable inundó la mente de Zeke, coloreándole el rostro y obligándolo a sacudir la cabeza para sacarse aquellos pensamientos de encima. Mierda, iba tener pesadillas con eso hasta el día de su juicio final.

—Ah... —musitó su hermanito, soltando una risita mientras se rascaba la nuca en un gesto nervioso—. ¿Perdón? Es que anoche... este... invité a un amigo para hacer... hotcakes —aclaró con rapidez, aumentando su malestar.

—¡¿Pero qué tanto hicieron?! —reclamó la madre del chico.

—Mucho; o sea, muchos. Pero no salieron bien y por eso no los ves —contestó Eren, jugando con uno de los mechones que sobresalían de su coleta.

«Ya. Claro», pensó él, centrándose momentáneamente en su desayuno mientras su hermano era reprendido. Iban a hacer dulces y acabaron haciendo otra cosa.

Aun así, ahora Zeke se preguntaba quién de ellos dos había sido realmente el afortunado.


Zeke creía que, dentro de lo que cabía, tenía una vida normal y casi, casi perfecta. Con su eterna apariencia de surfista, rubia barba y ondeada melena, y un notable entrenamiento físico en sus ciento ochenta y tres centímetros de altura, se consideraba un chico apuesto y muy por encima de la media. Aun así, su horrible vista era el único pequeño defecto que sí le hubiese gustado poder cambiar de su persona. Las lentillas le resultaban insoportables, por lo que debía conformarse con sus permanentes lentes bifocales de armadura redondita y dorada que evitaban que el mundo no fuera más que un montón de manchas ante sus grises ojos; lentes que tal vez debería cambiar o hacerlos pasar por un aumento de graduación, uno que le permitiera ver el ridículo que había estado haciendo y las cosas tan obvias que pasaban frente a sus narices.

—Buenas tardes, Zeke —lo saludó Levi como siempre al llegar al restaurante tan religiosamente como cada día, trepándose a uno de los taburetes junto a la barra.

—Buenas tardes, Levi —le devolvió él, centrando su atención en limpiar esta con un trapo húmedo, como si fuese la cosa más interesante del mundo—. Veo que hoy no has llegado más temprano.

«Porque hoy mi hermano no tiene ninguna reunión de profesores», pensó con ironía.

—Bueno, hoy no tuve el mismo tiempo que ayer —contestó el otro.

«Claro», masculló para sus adentros.

—Entonces, ¿te traigo té?

Levi asintió.

—El té y... ¿qué postre, dulce o lo que sea me recomiendas? —inquirió este, y eso sí sorprendió a Zeke.

—¿Qué?

—Déjalo, yo me haré cargo —dijo Eren, apareciendo de repente tras suyo y sobresaltándolo un poco al apoyarle una de sus manos en el hombro.

Cuando él se volvió a mirarlo, este sonrió en su dirección y le guiñó un ojo.

—Ah... Claro —balbuceó, tomando distancia y comprendiendo que ese ya no era su lugar.

Una nueva sonrisa en los labios de Levi y las carcajadas de Eren fueron lo último que captaron sus sentidos antes de meterse a la cocina. Definitivamente debía graduarse otra vez la vista y conseguirse un par de lentes que le hicieran darse cuenta de la realidad, se dijo; como, por ejemplo, que nunca le gustó a Levi, y que cada vez que su hermano se hacía cargo de este cuando él se disponía a cocinarle para impresionarlo, entre ellos había pasado mucho, mucho más.

Aun así, pensó Zeke, lo positivo era que las cosas seguirían quedando en familia, ¿no?. Tal vez sí fuese afortunado después de todo.

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By: IsitaJaeger;

23 de abril, 2021.