Albus suspiró, apoyando su cabeza en el hombro de su mejor amigo mientras ambos miraban, sentados desde la escalera, cómo su padre elevaba las manos hacia el cielo, casi botando el café de entre sus dedos y el señor Malfoy estaba de brazos cruzados con una expresión de disgusto, tocando el suelo con su pie.

—¿Ya es la quinta vez ésta semana? —preguntó con cansancio.

—Sexta —corrigió él, apoyando la cabeza encima de la suya—. Apenas es miércoles.

El moreno suspiró, pasándose una mano por la cara mientras veía que el que ahora gritaba era el señor Malfoy, y su papá imitaba la anterior posición del hombre, cruzándose de brazos y negando una y otra vez con la cabeza.

—¿Por qué siquiera pelean ahora? —dijo, sin despegar los ojos de la vena que se le estaba marcando en la frente al rubio—. Scorp, creo que si no vas a detenerlo, esa cosa de su frente le va a explotar.

Su amigo rió levemente, pasando una mano por sus hombros y con los ojos fijos en la escena.

—No tengo idea por qué discuten ésta vez. Pero oí que padre por la mañana estaba mumurando para sí mismo cómo su salón está siempre abierto y que así le robaban cosas. Y de alguna forma, ha encontrado la manera de culpar al señor Potter por eso —respondió Scorpius.

—Y mi papá en vez de reaccionar maduramente, e ir a hablar con McGonagall, se pone a gritarle, claro, entien--

—¡Bueno, quizás deberías tratar de sacarte la cabeza de tu trasero y mirar más allá de tu ombligo, Malfoy!

Ah, genial. Aquí iban los gritos.

Albus soltó un suspiro exasperado, viendo a cada lado del pasillo en caso de que algún curioso fuese a meter su nariz por allí y les causara problemas a sus padres.

—No lo puedo creer. ¡No lo puedo creer! ¡El jodido Harry Potter diciéndome a mí, a mí egocéntrico! ¿El avada que te llegó te dejó idiota?

Scorpius fue el siguiente en imitar su quejido, inclinando la cabeza hacia atrás y dejando expuesto su largo cuello. No es como si Albus estuviera mirando. No.

—¿Por qué están peleando ahora?

Ambos se sobresaltaron por la voz que venía de atrás de ellos, viendo a James allí mirándolos desde arriba y con una pequeña sonrisa divertida. Albus le frunció el ceño.

—No sabemos —le dijo Scorpius, con una pequeña sonrisa—. Estamos cuidando de que McGonagall no los encuentre.

James soltó una pequeña carcajada, tomando asiento a un lado de Scorpius. El ceño fruncido de Albus se intensificó.

—McGogo está ocupada viendo un regalo que dejé en el cuarto piso —comentó, viendo ahora cómo su papá y el señor Malfoy estaban gritándose sin siquiera escuchar al otro.

—¿McGogo? —preguntó Scorpius riendo con diversión.

—Nadie te invitó a sentarte —intervino Albus, entrecerrando los ojos hacia él. La sonrisa de James se intensificó.

Cuando estaba a punto de responder, una cuarta voz se les sumó.

—¿Por qué están peleando de nuevo?

Albus bufó, mientras Lily se sentaba abajo de él, su cabello recogido y la corbata de Ravenclaw mal ajustada. Ella le sacó la lengua.

—No tenemos la menor idea —contestó su amigo, retornando su atención hacia sus padres, que parecían que en cualquier momento iban a empezar a sacar los puños—. ¿Deberíamos detenerlos, no creen?

—Nah —James dijo, estirándose completamente y posando sus brazos por atrás de su cabeza—. Mejor apostemos quién da el primer golpe.

Lily rió ante eso, pero Albus apenas tuvo tiempo de procesar lo que su hermano había dicho, porque las palabras de Scorpius le dieron una idea.

—La última vez que hiciste eso, perdiste unos cuantos galeones contra el señor George.

¡Eso era! Chasqueó los dedos, mientras una sonrisa malvada se empezaba a formar en su rostro, y todos lo miraban con atención. James levantó las cejas, y el rubio ladeó la cabeza, mientras Lily apoyaba su barbilla en sus rodillas.

Albus tomó la mano de Scorpius, levantándose de su lugar abruptamente mientras éste lo miraba con confusión, pero no protestó.

—Les toca cuidarlos. ¡Nos vemos!

Arrastró por los pasillos al rubio, con los gritos de sus padres a lo lejos de camino a la lechucería. Soltó a Scorpius apenas llegaron, mientras éste se apoyaba en sus piernas, jadeando.

—¿Qué fue todo eso? —preguntó apenas.

Albus agitó una mano desdeñosamente, tomando un papel y lápiz, comenzando a escribir una carta que podría poner fin a todos sus problemas.

—Esto, amigo mío, es la mejor idea que he tenido en años.

El rubio arrugó la frente con confusión, posándose atrás de él y asomándose por el hueco de su cuello para mirar el papel, haciendo que su corazón se acelerara, solo un poco, al sentir el calor que emanaba de su cuerpo.

—¿Le estás escribiendo a tu tío George?

—Shhh. Solo mira.

Terminó la carta con una sonrisa de oreja a oreja, alzándola en el aire y contemplándola con una sonrisa orgullosa.

—Padre va a matarme —se lamentó su amigo, apoyando la frente en su hombro y haciendo que nuevamente esas molestas mariposas se hicieran presente en su estómago.

—El mío igual. Pero se lo merecen. ¿Sabes cuántas veces los hemos salvado éste mes de McGonagall? —hizo una pequeña pausa, enrollando la carta y caminando hasta su lechuza, amarrándola allí—. Quince veces.

—Podría jurar que fueron veinte —murmuró Scorpius siguiendo sus movimientos con la mirada—. ¿Y cómo vas a hacer que logre ingresarlo?

Albus se giró, mirándolo por encima del hombro, y sonriendo ladinamemte.

—Oh, no te preocupes. Encontrará la forma —dijo, para luego voltearse a su lechuza—. Lleva esto a la sucursal principal de Sortilegios Weasley.

Su animal partió, elevando sus alas en el cielo y ambos la miraron alejarse, viendo su majestuoso vuelo.

—Padre va a matarme —repitió el rubio nuevamente. El chico pasó un brazo por su espalda, reconfortándolo.

—Haré lo posible para impedirlo.

Y si la sonrisa que Scorpius le dedicaba era suficiente para alegrarle la semana, incluso luego de estar vigilando a dos adultos con complejo de pubertos, solo lo sabría él.

—¡Scorp!

Albus abrió las cortinas de la cama del rubio de una sola vez haciendo que éste parpadeara un par de veces y se frotara los ojos con sus manos, arrugando el gesto.

No era justo que fuera tan adorable.

—¿Qué pasa?

—¡Llegó! —dijo, teniéndole la caja al chico—. Tío George lo dejó listo. Es cosa de dárselos.

Scorpius se quejó, tirándose nuevamente contra su almohada y haciendo un pequeño puchero.

—¿Recuérdame por qué estamos haciendo esto?

Albus sonrió maliciosamente, pensando en el futuro.

—Porque una vez que todo esto termine, estarán demasiado avergonzados para siquiera mirarse a la cara —respondió solemnemente.

—Justo.

Scorpius bostezó, sentándose en la cama y estirando sus brazos en lo alto, haciendo que el moreno se fijara un poco más de lo debido en la piel descubierta de su cadera. Solo un poco. Apartó la mirada hacia la caja entre sus manos, abriéndola y encontrándose allí con dos paquetes. Eran un nuevo diseño.

—¿Cuál es el plan entonces?

Albus volvió a mirarle, mientras Scorpius comenzaba a cambiarse. Pasó saliva.

—Yo iré dónde papá bajo una excusa estúpida, y le diré de forma totalmente accidental que tú me diste ésta caja de bombones que hizo el señor Malfoy, y que son mejores que cualquier cosa que él o mamá hayan cocinado.

—¿Tú crees que eso bastará? —preguntó incrédulo.

—Oh, si se trata de una oportunidad de basurear a tu padre, créeme que la tomará.

Scorpius hizo una mueca, abotonándose la camisa y haciendo que Albus se obligara a mirar a otro lado. Las paredes, sí. Qué lindas eran las paredes de los dormitorios de Slytherin. Oh, y el suelo. Maravilloso. Espectacular.

—¿No deberías decirle a James? —sugirió él, interrumpiendo el curso de sus pensamientos.

—No —el moreno dijo rápidamente, frunciendo el ceño. Luego lo pensó mejor—. No James. Papá nunca confiaría en James. Lily por otro lado...

Sí, su hermana era la solución.

—¿Y cómo hago que padre coma esas cosas? —apuntó Scorpius con la barbilla a una de los envases—. Sin ofender, pero mi padre es mucho más...

—¿Inteligente?

—No, no es eso lo que quería decir. El señor Potter es muy inteligente y debería avergonzarte sugerir lo contrario. Solo... —se detuvo un momento, colocándose sus zapatos— sabe cuándo algo anda mal.

Albus se tomó el mentón, pensando. Ciertamente el señor Malfoy no caería tan fácil cómo su papá. No aceptaría bombones hechos por nadie que no fuese de su confianza y...

—¡Ya sé! —dijo, apuntándolo— Le dirás qué tú los hiciste. En la vida te ha podido negar nada.

El rubio arrugó la frente, negando un poco.

—¿Y cómo se supone que los hice...? —preguntó— Estamos en Hogwarts. Se dará cuenta.

—Solo di que fuimos a las cocinas y los elfos te enseñaron. Lo comprará, créeme.

Scorpius aún lucía inseguro, pero no comentó nada, simplemente tomó un pequeño recipiente de entre sus cosas, sacando los bombones de los envases y echándolos allí.

—Si no sobrevivo a hoy, quiero que sepas que fue enteramente tu culpa.

—Sí, sí, sí —dijo Albus, agitando una mano y con una sonrisa de oreja a oreja—. Hagamos esto.

Resultó ser que las cosas salieron tal como él creía. Fue a buscar a Lily de inmediato, aprovechando que era un sábado cualquiera y que probablemente no tendría mucho que hacer, salvo estudiar; y cuando supo lo que estaban tramando, un brillo malévolo pasó por sus ojos, estando de acuerdo de inmediato.

La reacción inmediata de su padre fue algo como...

—¿Que Malfoy hizo eso y te gustan más que mis galletas, Lily? —exclamó ofendido en su despacho—. Pásamelos.

Y así como así, le había quitado el envase de los bombones a su propia hija y de un momento a otro uno estaban en su boca.

Albus y Lily retuvieron sus respiraciones, mirando si es que había algún cambio en su persona, pero lo máximo que vieron fue que sus pupilas se agrandaron y luego negaba con la cabeza.

—Créeme. No hay manera que esas cosas se comparen a mis galletas.

Los hermanos intercambiaron una pequeña mirada, mientras el mayor se inclinaba, tomando nuevamente el envase y metiéndolo en su bolsillo.

—¿Te sientes bien? —preguntó con cuatela.

Su padre frunció el ceño, mirándolos con sospecha.

—¿Sí? —respondió, entrecerrando los ojos—. ¿Por qué no debería estarlo?

Lily lo interrumpió antes de que pudiera echarlo todo a perder.

—¡Porque son los mejores bombones del mundo, papá!

El hombre bufó, pasando las manos encima de su vientre y rodando los ojos.

—Patrañas.

Albus no fue capaz de comentar nada, intercalando la mirada entre su hermana y su papá.

La reacción del señor Malfoy no fue muy distinta, según lo que su mejor amigo le había contado.

—No dudó en tomar uno, con una cara de que le estaba dando veneno, por cierto —dijo, llegando a su lado—. Y luego, nada. Dijo que estaban buenos, pero les faltaba un poco de azúcar.

Lily se rascó la cabeza, echando su pelo hacia un lado y mirando a la lejanía.

—¿Estás seguro que el tío George te mandó los correctos?

Albus suspiró cansinamente. Ya había pensado en eso, y sinceramente, no tenía sentido que no fuera así. O sea, se leía tan jodidamente emocionado por la brillante broma que se le había ocurrido. No tenía sentido que George Weasley le haya enviado filtros de amor defectuosos. Que se haya arriesgado a ingresarlos a la escuela, y que sean falsos.

—No lo sé. Pero ya le escribí —respondió, echando la cabeza hacia atrás, dejando que el sol pegara en su cuerpo—. Quizás él no sabía que estaban malos.

—O tal vez, tardaban en hacer efecto —sugirió Scorpius.

Albus consideró esto un momento, apoyando sus manos en el pasto de los jardines. Podía ser. Cualquier cosa podía ser.

—Tienes razón —le concedió, abriendo solo un ojo para mirarlo, y encontrarlo con una gran sonrisa que hacía que su pecho se contrajera—. Deberíamos ir adentro para ver qué pasa.

Así que eso hicieron.

Según lo que sabían, su padre durante los sábados estaba en su despacho, organizando las clases para la semana y el señor Malfoy también. Pero si la poción de amor estaba haciendo efecto, querrían buscarse como si un hilo invisible tirara de ellos. Por eso, se sentaron a unas paredes de la puerta del salón, a esperar.

No pasó mucho antes de que James llegara corriendo, mirándolos con el entrecejo junto y una expresión acusatoria.

—¿Qué están haciendo y por qué no estoy invitado? —preguntó, ofendido. Albus le dedicó una sonrisa inocente.

—¿Qué haces acá? —Lily replicó— Creí que durante la mañana te vi explotar una bomba fétida en los baños de los primeros pisos.

—Así es Lil-Lily-Lilieth —respondió James con una sonrisa—. Eso no responde el por qué--

—Shhh —lo calló Albus, prestando atención a otra cosa—. Cállate y mira.

Había sido el momento oportuno, el señor Malfoy iba deambulando por el pasillo, dejando una escencia de menta a su paso, justo cuando su papá salió del despacho, mirando a cada lado antes de encontrarse con él.

—Tú de nuevo —dijo con desagrado el rubio.

—¿No te dije que te mantuvieras lo más lejos de mí posible, Malfoy? —espetó el moreno.

Albus y Scorpius intercambiaron una mirada extrañada, mientras retornaban la vista hacia donde los dos hombres parecían en cualquier momento dispuestos a abalanzarse sobre la yugular del otro. Lily chasqueó la lengua y la confusión de James era casi palpable en el aire.

—Claro, y porque tú lo dices, lo voy a hacer. Mira Potter, no sé quién te hizo tanto daño, pero no todo gira alrededor tuyo.

—Y sin embargo, tú pareces estar pendiente de mí. Dime--

El revoloteo de su lechuza interrumpió la trifulca, sobrevolando sus cabezas y mientras ambos seguían su recorrido, cayendo en cuenta que allí todos sus hijos lo miraban de ojos bien abiertos.

El señor Malfoy carraspeó, arreglando sus túnicas y su papá frunció el ceño, tomando un sorbo de su café.

—Potter —dijo el hombre peligrosamente, cómo una amenaza.

—Malfoy —respondió él, mirándolo con ojos entrecerrados y encaminándose hasta donde ellos estaban.

Albus negó, sacando la carta de la pata y dándose cuenta que era la respuesta de su tío, guardándola rápidamente en su bolsillo. Su padre frunció el ceño cuando llegó hasta ellos.

—¿Qué era eso? —preguntó con sospecha.

—Una carta de mamá —aclaró con convicción—. Quería preguntarme algo.

El mayor aún no lucía convencido, pero no comentó nada. El peso de la vergüenza quizás era más fuerte.

—Lamento que hayan tenido que ver eso —dijo por lo bajo.

—Estamos acostumbrados —respondió Lily.

Un pequeño rubor se expandió por su mejilla y cuello, haciendo que James levantara una ceja.

—Ya perdí la cuenta de cuántas veces los vimos ésta semana —agregó su hermano.

—Sí bueno. Ustedes saben, que--es Malfoy —replicó, como si eso explicara todo, dándole otro sorbo a su café.

Albus arrugó el entrecejo, pasando un brazo protector por el hombro de su mejor amigo.

—Aquí hay un Malfoy presente. Agradecería que no dijeras esas cosas—informó.

Su papá rodó los ojos, apuntando al chico con su mano ocupada, unas gotas de la bebida cayendo al suelo.

—Scorp es otra cosa —aseguró con una sonrisa—. Sabes que no estoy más que feliz de que hayas encontrado a alguien tan bueno para tu vida. Que nunca habrá otra persona mejor, y todo eso.

Ahora los sonrojados eran ambos, haciendo que James soltara una carcajada y Lily riera.

—¿A qué te refieres? —preguntó Albus con vergüenza.

—A su amistad, claro —respondió el moreno con una pequeña sonrisa maliciosa.

James rió más fuerte.

—¿Cómo te sientes? —intervino Lily antes de que Albus dijera algo más, callándolo.

Su papá frunció el ceño nuevamente, mirando el punto en el que el señor Malfoy se había ido hacia ya unos cuantos minutos.

—¿Además de fastidiado por ese...idiota, egocéntrico--? —Albus le pateó la pierna, haciendo que Harry se fijara en el rubio—Sin ofender —le dijo.

—No me ofendo —replicó Scorpius aún mortificado.

—Bueno, además de eso, bien —continuó, encogiéndose de hombros.

La sonrisa de Lily vaciló solo un poco, mientras asentía. Albus realmente no entendía qué había ido mal.

—¿Nada de dolor, o, no sé, manía, obsesión? —insistió, tratando de disimular.

El gesto de su padre se volvió más sospechoso, paseando su mirada por cada uno.

—¿Por qué? —pronunció lentamente.

—No, nada. Lo que pasa es que a mí me sentaron mal los bombones —se apresuró en decir Albus.

El mayor sonrió, regodeándose de que algo que haya cocinado el señor Malfoy les hiciese mal.

—Les dije que no eran tan buenos.

Un segundo de silencio pasó, antes de que James chasqueara la lengua, haciendo un ruidito que salió parecido a un "ajá".

Albus le pegó un codazo en las costillas.

—Bueno papá, solo queríamos saber cómo estabas —dijo Albus, levantándose, mientras el resto lo imitaba.

—Ah, sí. Por eso iba a ir a buscarlos —el hombre sacó una pequeña nota de su bolsillo—. Tengo entendido que mañana empezarán a ver pociones más avanzadas. ¿Tus materiales están en orden, o necesitas dinero para comprarte un juego de pociones nuevo mañana en Hogsmeade?

El chico trató de hacer memoria. No recordaba tener ningún problema con sus artefactos, pero un poco de dinero no estaría mal.

—No que recuerde, pero podrías pasarme igual, y si no necesito nada nuevo, te lo devuelvo —sugirió, mientras Harry asentía sacando su monedero y James junto a Lily se quejaban de que a ellos nunca les pasaba dinero—. Es porque soy su favorito —se burló Albus.

—Es porque James, tú te gastas todo en bromas y cosas que algún día te van a conseguir una expulsión, y tú Lily, lo regalas a la gente que te lo pida. No sé qué haces en Ravenclaw.

La chica le dió un pequeño golpe que los hizo reír, mientras Harry se inclinaba y dejaba un sonoro beso en su mejilla que ella se limpió con hastío.

—Nos vemos, chicos —se despidió él, y el resto hizo lo mismo, agitando una mano.

Cuando la puerta se cerró, Albus se sacó el pergamino del bolsillo en un dos por tres.

"Albus:

No sé que pudo haber ido mal, examiné los bombones que te envié y algunos que quedaron aquí, y que yo sepa, no hay ningún error. Los revisé con mucha más precisión que cualquier otro, porque la idea de tener a esos dos babeando por el otro por un día era una idea que ni a mí se me habría ocurrido en mis mejores años. Me llenas de orgullo.

De todas formas, mañana en Hogsmeade puedo irme a dar una vuelta a la sucursal de Escocia y así tener una pequeña charla en Las tres escobas a las doce, ¿te parece?

Sin nada más que agregar, nos vemos.

Con cariño, tu tío preferido."

—¿Les diste un filtro de amor a papá y al profesor Malfoy y no me dijiste? —preguntó James, dolido. Albus rodó los ojos.

—Sí, pero como puedes ver, no funcionó —dijo con exasperación, apoyándose en una pared.

—Eso es porque no me avisaste. Mis planes nunca fallan.

Scorpius suspiró, empujando sin fuerza a James. Albus arrugó la frente ante el gesto.

—¿Qué tal si los profesores tienen que tomar... antídotos, o no sé, algo que prevenga que les den cosas como, bueno, filtros de amor? —sugirió Scorpius.

—Improbable —respondió James—. Hace no mucho le dimos un bombón a Flitwick para que se enamorara de la profesora Sprout, y lo hizo. Y ni siquiera se dió cuenta, porque no tienen permitido aceptar regalos de los estudiantes. Lo echamos a su té —dijo con orgullo.

—Eres una mala persona, James —Lily entrecerró los ojos.

—Me gusta más el término mente maestra, gracias.

Albus suspiró con cansancio.

—Supongo que no tenemos más opción que esperar a que un día decidan madurar.

Nadie le rebatió.

El día siguiente, se encontró con su tío en Las tres escobas, le entregaron los bombones de cada envase, y él, comprometido con su trabajo, probó cada uno con el antídoto a mano.

En el de su padre, fue algo así:

—Oh, ¿conoces a Harry? Harry Potter. Fue novio de mi hermana, pero yo siempre estuve enamorado de él. ¿Lo has visto? Sus ojos verdes, ese cabello alborotado y sex--

Albus tuvo que obligarlo a beberse el antídoto, solo para que luego, comiera el bombón de el señor Malfoy.

—Creo que jamás me había enamorado tanto. ¿Sabías que la piel de Draco me recuerda a la nieve? Oh, tú te pareces, ¿lo conoces? Puedes llevarme hacia él.

Entonces James le estampó la poción nuevamente, comprobando, que los bombones no estaban... defectuosos. Y no tenía idea ninguno por qué no había funcionado. Por qué ambos parecían inmunes a caer en la obsesión.

Se despidieron ese día, con la promesa de investigar qué estaba pasando. Ya no solo por sus padres, si no en el caso de que la legendaria fórmula debía ser cambiada.

La respuesta llegó a ellos apenas un día después.

Albus se encontraba en su cuarto en Slytherin, mirando al techo y tratando de salir de su estupefacción luego de la clase de pociones. Habían hecho amortentia.

Amortentia.

Y su olor, oh Merlín ni siquiera podía decirlo. No quería que las cosas se arruinaran.

Rodó en la cama, posando sus manos encima de su cara.

Pasto recién cortado de la madriguera. Chocolate caliente de la mansión Malfoy y...lavanda. Solo una jodida persona olía a lavanda en el mundo.

—¡Al!

La puerta de su cuarto se abrió con un estruendo, mientras Scorpius ingresaba totalmente pálido y un vial en su mano, alejándolo de su cara como si quemara.

—Necesitas llevarle esto a tu padre.

Albus se sentó en su cama, ignorando las mariposas en su estómago al ver a su mejor amigo con el cabello revuelto, las mejillas y la nariz rojas y la boca abierta mientras jadeaba. Tragó en seco.

—¿Por?

—Acaba de suceder algo que nunca creí que pasaría —dijo él apenas.

—¿Y eso es...? —dejó la oración en el aire, viendo cómo el rubio se sentaba en su propia cama, al lado de la suya.

—Me quedé un poco más después de la lección. Porque... —se interrumpió, sacudiendo la cabeza— porque quería hablar con padre, preguntarle algunas cosas y de pronto, en medio de la conversación le digo, solo por curiosidad: "¿A qué huele tu amortentia?"

Los ojos ajenos estaban inundados de pánico y Albus sabía que estaba poniendo una expresión confundida. Pero estaba perdido, no entendía que era lo terrible de todo eso.

—¿Y...?

El chico pasó saliva visiblemente, desviando la vista hasta el vial de su mano.

—Y me dijo: "Mmm, el perfume de tu madre sigue aquí, la lluvia igual... creo que apenas huelo las pinturas de óleo, hace bastante que no pinto. Y, bueno, las rosas de la mansión Malfoy." —continuó, mordiendo su labio— Y todo bien, quiero decir, hace años me había dicho eso y no había cambiado en nada, pero de repente me dice: "Espera, creo que hay algo...algo más" y arrugó la nariz como cada vez que ve a tu padre y dijo: "¿Café? Esto tiene que estar mal. Odio el café. Agh, está por todos lados ahora."

Un pesado silencio se extendió por la habitación, procesando las palabras.

—Solo conozco a una persona que apesta a café —comentó el chico por lo bajo.

—Yo también —Scorpius le tendió el vial—. Y si... y si la amortentia de tu papá--

—No lo digas —pidió Al, tomando el frasco, rozando sus dedos con los de su amigo—. Esto no puede ser verdad.

Scorpius lucía inseguro, viendo cómo el pelinegro se levantaba yendo hasta la puerta con la mente hecha un completo revoltijo.

—Solo hay una forma de averiguarlo.

Entonces allí se encontraba, en el despacho de su papá mientras éste lo miraba con el entrecejo junto, cruzando los brazos por encima de la mesa.

—¿Qué pasa, Al? —preguntó él con cautela, tocando un poco su incipiente barba.

—Quería —dio un paso dubitativo hasta él—, eh... —se metió una mano al bolsillo, buscando el dinero que el hombre le había pasado ayer— devolverte esto.

Le tendió los billetes y las monedas encima de la mesa, mientras Harry las recogía, posándolas a un lado del escritorio y aún mirándolo con cautela.

—¿Eso es todo? —volvió a preguntar con suavidad.

Albus se dejó caer en la silla con un quejido.

—Hoy hicimos amortentia en clase —informó, como si eso lo explicara todo.

Harry juntó aún más sus cejas.

—¿Y eso es malo porque...?

Albus soltó un ruidito de estrés, revolviendo su cabello.

—No es malo. Lo malo es, que allí olí algo que no debía, y ahora tengo miedo de que todo se arruine por mi culpa. Porque no hay forma de que esa persona sienta lo mismo que yo y-- —se mordió la lengua, no queriendo revelar más de lo debido— No sé qué hacer.

Su papá suspiró, relajando la expresión y dedicándole una leve sonrisa.

—No hay nada que puedas hacer, en el corazón no se manda —dijo, luego arrugó un poco la nariz—. Quizás debas considerar que esa persona puede que sí sienta cosas por ti, y piense lo mismo que tú. Y al final ninguno haga nada, quedándose con la duda. Yo a tu edad olí el perfume de tu mamá en mi amortentia y me quería morir.

Decidió hacer oídos sordos, porque ese era el mejor momento de sacar el vial de su bolsillo y alzarlo.

—¡Sí, pero este--!

—¡Wow! —Harry se lo quitó de entre sus dedos— ¿Qué haces con esto? ¿Sabes lo peligroso qué es?

Albus casi sonrió. Su papá era tan predecible.

—Pero--

—Voy a tener una pequeña charla con Malfoy. ¿Cómo permite que sus alumnos tomen muestras en medio de la clase? Idiota.

Albus rodó los ojos, apuntando con la barbilla hacia el frasco.

—Relájate, no pensaba usarlo.

—De todas maneras, no puedo creerlo, apenas tienes dieciséis y ese incompetente, imbécil--

—¿A qué huele la tuya? —lo interrumpió, antes de que continuara. Salazar sabía que podía seguir y seguir por horas enumerando los defectos del señor Malfoy—. Tu amortentia.

Harry frunció el ceño, volviendo a tomarla, apuntándola a la luz.

—No lo sé.

Y dicho esto, la destapó.

Olisqueó dentro un par de veces, cerrando los ojos con gusto.

—Mmm, palo de escoba —comenzó a enumerar—, tarta de melaza. Sigue siendo mi favorita —aseguró sin abrir los ojos—. Aquí solía estar el olor floral carasterístico de Ginny, gracias a Dios eso cambió —dijo bromeando—. Mar y... —volvio a fruncir el entrecejo— oh, esto es nuevo. No olía una amortentia hace años, es...

Albus tenía las manos aferradas al borde del escritorio, expectante. No creía, no podía ser, no--

—Menta.

Oh, mierda.

Se atragantó con su propia saliva, haciendo que su padre abriera los ojos y los mirara con preocupación.

—¿Estás bien?

Albus asintió rápidamente, levantándose de su silla como un resorte.

—Olvidé algo.

Apenas tuvo tiempo de registrar la mirada confundida que el mayor le estaba dedicando, mientras salía corriendo del cuarto y bajaba los escalones con dirección a las mazmorras, diciendo la contraseña y avanzando desesperadamente hasta su habitación.

Scorpius estaba mordiéndose las uñas con la mirada perdida en algún punto de su pieza cuando Albus entró, azotando la puerta tal como él hace un rato y con los ojos bien abiertos.

—¿Y bien? —preguntó impaciente.

—Menta.

—Joder.

Ambos no hicieron más que mirarse por un minuto entero, meditando la información.

Entonces, fueron a buscar a James y Lily.

Se reunieron en la biblioteca, en una de las mesas más alejadas que existían mientras sus dos hermanos los miraban impacientes, la chica jugando con sus manos y James con las cejas hasta el cielo.

—¿Y? —preguntó él.

Scorpius y Albus se miraron brevemente, y el rubio se aclaró la garganta.

—Creo que sabemos por qué el filtro de amor no funcionó —dijo, incómodo.

—¿Por qué? —se aventuró a preguntar Lily—. He estado buscando posibles causas, pero ninguna se acomoda realmente a la situación en la que estamos, digo, se odian--

—Al parecer su enemistad, no es tan enemistad después de todo —la silenció Albus, intercalando sus ojos entre sus dos hermanos que lucían perdidos. Suspiró—. Hoy...hicimos amortentia.

—Y... —prosiguió Scorp— creemos que--

—No, no creemos. Estamos seguros, porque ellos nos dijeron, que el señor Malfoy huele a papá en la suya, y lo mismo con papá —intervino el chico.

Nadie habló de inmediato. Entonces, Lily soltó una risa y James esbozó una tensa sonrisa.

—¿No se estarán confundiendo? —sugirió ella condescendiente— Digo, ¿cuál es la probabilidad de que aparentemente, sean lo que más les atrae el uno del otro?

Albus se pasó una mano por la cara, negando.

—Sí, Lils tiene razón —estuvo de acuerdo James—. A mí me parece que ustedes quedaron mal por oler--

—No —interrumpió su amigo—. Padre dijo que su amortentia olía a café, y el señor Potter a menta.

—Y —agregó Albus viendo cómo James estaba a punto de replicar—, ¿no les parece demasiada coincidencia que justo los bombones no funcionen, y un día después ambos expresen que aparentemente están enamorados del otro sin saberlo? ¿No es esa una de las razones por las que los filtros de amor no funcionan, Lily?

Ella se mordió el labio, sin verse convencida.

—Pues sí, se dice cuando una persona ha estado enamorada por años de la que quieren que se obsesione, no funciona, porque ya están acostumbrados al efecto de ese sentimiento dentro de ellos, pero —hizo una pequeña pausa—, ¿estás seguro? Digo, ellos se--

—Odian —finalizó James, aún atontado.

Albus apoyó su cabeza en una mano, pensando.

—Bueno, al parecer no. A menos que tengan otra explicación a toda esta situación, me parece que... —dolía hasta decirlo— ellos--

—¿Han tenido ganas de darse desde que se conocen?

—¡James! —se quejó Scorpius, escondiendo el rostro entre sus palmas— ¡No necesitaba esa imagen en mi cabeza!

El chico sonrió ladinamemte, guiñando un ojo cuando el rubio lo miró de nuevo. Y si Albus entrecerró los ojos en su dirección y pasó su brazo por el respaldo de la silla de su mejor amigo después de eso, nadie lo notó.

—Es la verdad. A menos que tengamos otra explicación —se giró a Lily—. Tú eres la inteligente del grupo.

—¡Hey! —protestó Albus.

Todos lo ignoraron.

La chica se encogió de hombros, jugando con sus dedos y luego con su cabello.

—Creo que lo único que nos queda ahora es esperar... observarlos y ver si encontramos alguna otra explicación. O tío George lo hace.

Fue de las peores decisiones que había tomado en su corta vida.

—Dime por favor, que tú también puedes verlo ahora —murmuró Albus por la esquina de la boca.

Dos días después, una nueva pelea había surgido, vaya a saber Dios por qué ahora. Y estaban en los jardines de Hogwarts, en la parte más alejada, viendo cómo unos metros más allá las caras de sus dos padres estaban separadas por unos cuántos centímetros, mientras gritaban, y el señor Malfoy tenía un dedo puesto encima de su pecho. Merlín.

Scorpius emitió un pequeño lloriqueo.

—No estoy seguro si se van a besar o se van a moler a golpes —respondió.

Genial, ahora su padre había tomado la muñeca del señor Malfoy, agarrándola insistentemente, sin despegar su mirada de la ajena, con una intensidad que era--

—¿Cómo demonios no nos dimos cuenta antes? —habló de nuevo, arrugando la frente— ¡Se lo está comiendo con la mirada!

Su amigo volvió a lloriquear.

—Padre se está mordiendo el labio —informó—. Siempre creí que era porque se estaba conteniendo de insultarlo, pero Salazar, ahora...

Ambos hombres se separaron, enojados, y tomaron direcciones contrarios mientras se chocaban los hombros al pasar. Cómo dos niños pequeños.

Scorpius apoyó su cabeza en el hueco se cuello y Albus pasó, como de costumbre, un brazo por su espalda, atrayéndolo más hacia él.

—¿También vieron eso?

James se plantó delante de ellos, con una sonrisa burlona.

—¿Cómo es que siempre te apareces de la nada? —preguntó Albus con molestia.

—Así es la vida de un criminal. Tengo que huir todo el día o me van a expulsar —replicó el chico, viendo cómo su papá se alejaba, echando groserías. Al rodó los ojos.

—Ni siquiera se dan cuenta de que se mueren por el otro. Es horriblemente patético —dijo Scorpius.

James retornó su mirada hacia ellos, paseando sus ojos desde la cabeza en el hombro del rubio; el brazo que rodeaba su delgado cuerpo, y la cercanía que los dos adolescentes compartían.

—Sí. Opino lo mismo —dijo ensanchando su sonrisa, fijándose en Albus— Me pregunto cómo la gente no se da cuenta de esas cosas.

Albus sentía que allí había una pequeña indirecta.

—¿Y qué hacemos? —preguntó Scorpius— ¿Los dejamos seguir perdidos por la vida, o tomamos cartas en el asunto?

Ambos hermanos se lo pensaron. Albus sinceramente no sabía qué hacer. No quería tener nada que ver con la vida ni sexual ni amorosa de su papá. Dios, solo de pensarlo le daban escalofríos. Pero tampoco quería tener que lidiar con esa--tensión toda su vida. Era injusto. Para él y sobre todo para Scorpius.

—Bueno, ciertamente no podemos decirles —terminó hablando James—. ¿Te imaginas? Los veo capaces de asesinarse.

Albus le concedió el punto, asintiendo. Scorp suspiró.

—Y yo no quiero tener una charla con padre sobre por qué debería ser una persona civilizada con el señor Potter para que me siente por veinte minutos a enumerarme sus defectos, por qué lo odia y por qué jamás podría estar en buenos términos con él.

James se mordió el labio, peinando su cabello.

—¿Y si...? No sé. ¿Los juntamos?

—¿Qué? —Albus dijo, negando con la cabeza—. No, no. Sinceramente, creo que lo mejor es esperar.

—¿Esperar a qué? —preguntó Scorpius—. ¿A qué se maten?

El chico emitió un quejido, estirando el cuello hacia atrás.

—¡No sé!

James chasqueó los dedos apuntandolos a ambos.

—¿Y si les organizan una cena? Pero con una excusa. No sé, les dicen que quieren hacer un anuncio, organizan una comida, y cuando estén a punto...zas, se van, puedo ir a buscarlos. Los dejan, que ellos resuelvan sus problemas y los encerramos hasta que lo hagan.

El pelinegro se lo pensó, apretando el brazo alrededor de su amigo con las fuerza.

—¿Y que tipo de anuncio...?

Su hermano agitó una mano, negando un par de veces.

—Da igual, porque no les dirán nada. Simplemente los dejarán a la deriva, y cómo será una cena formal, tratarán de ser civilizados.

—Es una buena idea —concedió el rubio, asintiendo—. Sí, está bien. Hagamos eso.

—No puedo creer que ésta es mi vida ahora.

Scorpius le pegó un codazo, haciéndolo reír brevemente.

Entonces, el plan empezó.

No les dijeron que iban a cenar con el otro, por supuesto, porque era más que seguro que desecharían la idea de inmediato, y no podían darse ese lujo.

No luego de que hayan tenido que soportar verlos pelear en medio de una clase. En medio del campo de quidditch. ¿Qué hacían en el campo de quidditch, apostando cómo si tuvieran doce años? Solo lo saben ellos.

Ciertamente no fue una linda vista el no saber si se iban a matar o iban a besarse.

Era tan dolorosamente obvio ahora, que le causaba una incomodidad gigante. ¿Cómo había pasado esto? ¿Cómo podrían haber sido años? Si recién ese ambos estaban trabajando juntos, y antes de eso, solo se encontraban en los cumpleaños de él y Scorpius. Debía ser mucho tiempo para no sucumbir a un filtro de amor.

Albus realmente no quería pensar que esto se remontaba a incluso cuando ambos estaban con sus ex esposas, porque, Merlín, hay límites para todo.

Una semana luego, Albus pasó un día luego de clases al despacho de su padre, solo para encontrarlo mirando ausentemente un pergamino entre sus manos y pasando las yemas de sus dedos encima de él.

—¿Qué eso eso, papá? —había preguntado, haciendo saltar a Harry que no lo escuchó entrar.

El mayor la dobló rápidamente y la dejó a un lado, soltando un suspiro.

—Nada —respondió—. ¿Qué pasa Albus?

El chico lo miró sospechosamente, entrecerrando sus ojos y levantando una ceja.

—¿Por qué parecías deprimido mientras lo veías? —repitió su pregunta, sin hacer un ademán de sentarse.

—Ya te dije que no era nada. Simplemente algo estúpido —se encogió de hombros—. ¿Me vas a decir qué pasa?

Albus no se lo creía, pero sabía que lo mejor era no presionar.

—El sábado Scorpius y yo vamos a anunciar algo y sería bueno que nos hicieras una cena.

Su papá levantó una ceja, mientras una sonrisa juguetona adornaba sus labios.

—Uno, ¿qué formas son esas de invitarme a cenar? Y dos, ¿tan rápido?

Albus frunció el ceño profundamente, ladeando la cabeza.

—¿Tan rápido qué? —preguntó, confundido—. Y siempre me ha gustado como cocinas.

Luego de tantos años, su padre aún no sabía cómo tomar cumplidos, así que simplemente había agitado su mano desdeñosamente y se sonrojó, apartando la mirada mientras se acomodaba los lentes.

—Ya sabes. Todo pasó muy rápido. Pensé que tendría que esperar hasta que salieran de Hogwarts.

—Sigo sin entender.

Se miraron a los ojos por lo que parecieron años, antes de que el mayor negara con la cabeza, sonriendo y frotándose los ojos.

—Realmente eres un Potter, no es así.

—¿Por qué tienes esa mala costumbre de hablarnos en secretos? La mitad del tiempo ni siquiera sé qué estás diciendo.

Su padre se levantó, palmeando su hombro y empezando a ordenar el caos de su oficina.

—El sábado será entonces —dijo, dando por finalizada la conversación.

Albus solo había fruncido aún más el ceño, pero no comentó nada más.

Para cuándo llegó al dormitorio, con la noticia de que el Señor Malfoy también estaba a bordo, supo que ya no había vuelta atrás. Y que esto podía salir muy bien.

O podían matarse el uno al otro.

Pero bueno, detalles.

El sábado llegó más rápido de lo que esperaba, y el nerviosismo que había nacido en su vientre no cesó ni por un solo segundo, mientras se vestía en el lado contrario de su cuarto de Slytherin, tratando de evitar a toda costa mirar a través del espejo a su mejor amigo haciendo lo mismo.

Suspiró, dándose vuelta una vez finalizado solo para encontrarse a Scorpius abotonándose la camisa justo al borde del cuello.

Cómo me gustaría lamer ese pedazo de piel.

—¿Qué crees que va a pasar? —preguntó el rubio distraídamente, sin mirarle.

Albus tragó en seco, viendo el techo y contando hasta diez, antes de responder.

—En el mejor de los casos, se dan cuenta sin mucho esfuerzo. En el peor, se quedan encerrados allí hasta el fin de los tiempos.

Scorpius lo miró a través de sus rubias pestañas con el asomo de una sonrisa.

Mierda.

—Quizás la última no sea tan mala idea.

Caminó hasta él, enganchando el brazo con el suyo y arrastrándolo hasta la puerta.

—Prepárate para morir.

Cuando llegaron al despacho de su padre, el Señor Malfoy ya estaba sentado en la silla de al frente, ambos mirándose de ojos entrecerrados en lo que parecía un duelo infantil de miradas.

—No me dijiste que Malfoy vendría, Albus —pronunció su padre sin dirigirle una sola mirada.

—También fue una sorpresa para mí que el hechizo de guía me dirigiera hasta acá, Scorpius —agregó el rubio mayor.

Vio de reojo cómo su amigo pasaba saliva, caminando hasta él y retirando una silla, sentándose al lado de su padre.

—Lo siento —murmuró.

—Yo no —Albus dijo, dirigiéndose hasta donde estaba su papá, quién lo miró de ceño fruncido—. Si te lo hubiese dicho, te habrías negado, y esto es importante.

La tensión se podía cortar con una tijera, pero Albus realmente no quería pensar en que era sexual y no de desagrado. De verdad que no.

—Bien. Comamos entonces —accedió el moreno entre dientes, abriendo la olla que seguramente había salido de las cocinas de Hogwarts y sirviéndose sin esperar a nadie.

—¿No me vas a envenenar, Potter? —preguntó el señor Malfoy con burla.

El mayor no respondió de inmediato, enterrando su tenedor en una papa.

—No me tientes, Malfoy.

El señor Malfoy pareció satisfecho con esa respuesta, porque los bordes de su boca se movieron en un gesto indescifrable, empezando a servirse él también de la comida.

Albus y Scorpius se dedicaron una mirada nerviosa a través de la mesa, esperando que James viniera a sacarlos pronto de allí.

La mitad de la cena transcurrió mayoritariamente en silencio, excepto por los ácidos comentarios del mayor de los Malfoy y los murmuros enojados de su padre, haciendo que se encogiera en su asiento, preguntándose cómo reaccionarían si tan solo supieran la verdad tras esa fachada de enemistad.

Los chicos trataron de crear conversación ocasional, que no los llevaba a nada, viendo cómo los adultos estaban conteniéndose totalmente de decir lo que realmente pensaban y tornando todo sumamente incómodo, con la muda pregunta de cuando todo iba a explotar.

Sucedió justo un minuto antes de que James fuese a buscarles.

Scorpius había halagado la comida de su papá y el señor Malfoy había bufado diciendo que no era necesario mentir, entonces su padre había dicho que por qué no lo hacía mejor él, si así eran las cosas, a lo que el rubio respondió que si tan solo le hubieran pedido a él que hiciese la cena, no sería un desastre y finalmente su padre terminó diciéndole que lo dudaba siendo que toda su vida había sido un flojo que no movía un dedo y que hasta sus panqueques se le quemaban.

Ahora, cómo sabía eso y cómo lo había dicho con tanta certeza, era un misterio.

James llegó corriendo a la habitación, diciendo que necesitaba de su ayuda inmediata. Mintió sobre sus compañeros, y a pesar que los dos adultos quisieron intervenir, y las cejas de Harry se dispararon con preocupación, su hermano se las arregló para sacarlos de allí y encerrarlos dentro en menos de un minuto. Los tres reposando su espalda en la pared una vez fuera.

—¿Cómo estaba yendo? —preguntó James, respirando agitadamente.

Albus bufó, cerrando los ojos y estirando la cabeza hacia arriba, mirando el techo.

—Llegaste justo a tiempo —dijo simplemente, separándose de la pared y girándose hacia Scorpius—. ¿Quieres ir a dar una vuelta en vez de esperar que incendien el castillo?

El rubio le sonrió, tomando la mano que el moreno apenas se dió cuenta que había extendido.

—Vamos.

James pasó la mirada entre ambos, frunciendo el ceño.

—¿Y yo? —se cruzó de brazos—. ¿Yo los ayudo con el plan y no me cuentan para nada?

Albus rodó los ojos, y no se molestó en responder, pero Scorp, siempre tan bueno y tierno, y adorable, le dedicó una leve sonrisa.

—Podrías ir a buscar a Lily. En caso de que algo salga mal, ella sabrá que hacer.

James pareció querer replicar, algo como "nada va a salir mal", o "me tienen a mí" pero lo pensó mejor, cerrando la boca y comenzando a caminar en sentido contrario.

—No sé cómo no pensamos en Lily antes —comentó Albus.

—Porque hace falta que ella esté aquí para recordarnos.

Y así, se dieron la vuelta por todo Hogwarts más larga de su vida, tratando de ignorar totalmente que no se habían soltado de las manos.

Para cuándo volvieron, aproximadamente una hora y media más tarde, sin saber realmente si recorrieron todo el castillo, (que probablemente no era así), se encontraron a Lily y James discutiendo en voz baja a un lado de la puerta de la oficina de su padre.

—¿Qué pasa?

Lily desvió la mirada hasta ellos con el ceño fruncido, y luego hasta sus manos juntas, pero no comentó nada.

—No viene ni un sonido desde dentro más que susurros. Nada. Y James quiere entrar para ver si ya se mataron y el otro se volvió loco y estaba hablando solo —a esto, su hermano asintió repetidamente, haciendo que la chica le enviara una mirada fulminante—. Y yo le digo que quizás al final están arreglando sus problemas, y no deberíamos molestarlos.

Albus junto a Scorpius intercambiaron una mirada insegura, el último acercándose hasta la puerta, pegando su oreja en la grieta de allí.

—Apenas escucho algo —comentó en un voz baja.

—No es necesario hablar así —James imitó sus tonos con burla—. Puse un Muffiato, no nos van a escuchar.

Albus se separó al fin de su amigo, apoyándose en la pared nuevamente mientras se mordía el labio.

—¿Qué creen que debemos hacer? —preguntó al aire, pero era más que todo dirigido hacia Scorp.

Nadie habló por un segundo, decidiéndose qué hacer, hasta que Lily chasqueó los dedos, apuntando a la puerta.

—Podemos abrir un poco, asomarnos, escuchar y de ahí decidir qué hacer —sugirió ella.

Albus miró alrededor, asintiendo. No era una mala idea. No estaba seguro de querer hacerlo, pero, ¿qué otras opciones tenían? Scorpius también asintió luego de un rato, moviendo su cabeza de un lado a otro y James soltó un suspiro exasperado, pero terminó estando de acuerdo de igual forma.

La chica se mordió el labio, agitando su varita para deshacer el encanto y abriendo la puerta un poco, lo suficiente para escuchar adentro pero no tanto como para que ellos notaran algo extraño.

—...no, no. No sé el motivo, pero no creo que sea eso.

La voz suave del señor Malfoy los tomó a todos de sorpresa. Era un murmuro neutro, pero allí no había el habitual enojo que estaban acostumbrados a escuchar de su parte frente a su papá.

—¿Deberían haber vuelto para ahora, no? —replicaba el moreno un poco más alto y menos discreto.

Albus frunció el ceño, apegándose más a sus hermanos para escuchar mejor, porque ciertas partes de la conversación se perdían por la lejanía.

—De hecho —susurró el señor Malfoy junto a unas palabras inteligibles—. Esto parece una trampa...

Todos parecieron contener la respiración ante eso. ¿Cómo podrían saber? ¿Tan obvio era todo?

—¿Una trampa para qué...? —preguntaba su padre confundido.

Escucharon una risa amarga. Daba igual cómo fuera. Seguía siendo una risa. Una. Risa.

—Y yo que sé. No vivo en sus mentes macabras adolescentes —respondió el otro hombre.

Su papá rió también, pero allí no había rastro de amargura como en la risa del rubio.

—Eras un total terror a esa edad. Podrías hacerte una idea.

Un momento de silencio pasó, antes de que el ojigris volviese a hablar.

—Quizás si saben después de todo... —dijo suspirando.

Todos intercambiaron miradas de ceño fruncido, pero antes de que alguno pudiese hablar, James, como el tonto Gryffindor e impulsivo que era, abrió la puerta de par en par irrumpiendo en el despacho y arrastrándolos a todos con él.

Lo que vieron en ese instante, fácilmente los perseguiría por el resto de sus vidas.

La mesa que ocuparon para comer había sido desvanecida, junto a todos los elementos que estuvieron una vez allí. Si uno daba un vistazo a toda la estancia, no había nada raro. Nada realmente alarmante.

No al menos hasta que uno se concentraba en el final, dónde su papá estaba sentado en un gran sillón al lado de la chimenea y el señor Malfoy se encontraba en el brazo de éste mismo, con la mitad de sus piernas apoyadas en el regazo del pelinegro, a quién le acariciaba el pelo y él apoyaba su cabeza en la mano del ojigris con los ojos cerrados. Casi ronroneando.

Todos ahogaron una respiración y el hombre más pálido se levantó de inmediato al verlos a través del estruendo, alisando sus vestimentas; y su padre parecía haberse quedado estático en el lugar. Lo único que se oía era el crepitar de las llamas, mientras ni uno solo de ellos había salido de su estupefacción, sin mover un músculo.

—Scorpius... —murmuró él hacia su hijo.

James, aún con los ojos desmesuradamente abiertos, veía la escena si poder creerlo, paseando su mirada entre los adultos, y sus hermanos.

—¿Cómo eso paso tan rápido? —los apuntó, para luego girarse hacia Albus—. ¿No los drogaron, verdad?

Ninguno fue capaz de responder, mirando la escena con la mandíbula abajo y pestañeando repetidamente

—¿Cómo...? —empezó Lily, sin poder terminar su oración.

—Hemos intentado decirles... —empezó el señor Malfoy.

—Por un par de meses —interrumpió su papá, con la urgencia de decir algo.

—¡¿Qué?! —gritó Albus, estallando. No entendía nada.

—Y sabíamos que hoy era su día. O sea, el día en el que ustedes anunciarían su relación, y lamentamos mucho que se hayan tenido que--

—¡¿Qué?! —fue el turno de Scorpius de espetar.

—Y pensábamos hacerlo la próxima semana sin falta. O sea, toda la familia Weasley ya sabe. Se lo dijimos ayer, y aunque no estaban encantados, solo quedaban ustedes y--

—¡Alto! —James suplicó— Basta, por favor. Voy a vomitar.

Los adultos se callaron de inmediato, compartiendo miradas nerviosas.

—¿Me están diciendo que ustedes han estado juntos...? —Lily, la única tratando de mantener la compostura, había comenzando a presentar un temblor en el ojo.

—Por meses —aseguró su papá, cerrando los ojos.

—Pero--pero —Scorpius con la mirada desorbitada, soltando un par de frases incoherentes.

—¡Ustedes se odian! —intervino Albus, con su mente haciendo corto circuito.

Ambos se pusieron rojos hasta la punta de las orejas, y el señor Malfoy carraspeó, cambiando el peso de su cuerpo al otro pie.

—No, no —dijo bajito—. Es--lo contrario de odiarse.

Bueno, al parecer era el día de las declaraciones, porque parecía ser que su padre no tenía idea de ese pequeño detalle que básicamente era una declaración de amor, mirando al rubio con ojos brillantes, esperanzados y asustados. Todo al mismo tiempo. Albus también quería vomitar.

—¿Entonces...las peleas eran, mentira? —preguntó Scorpius, sin poder creerlo.

Ambos resoplaron al mismo tiempo.

—¿Bromeas? —dijo el ojiverde—. ¿Has conocido a tu papá? Insoportable. Me saca de quicio como nadie más.

—¿Y tú a Potter? —volvió a bufar—. No, ni en un millón de años podría fingir la desesperación de no poder golpearlo hasta inyectar algo de sentido común en su cabezota. Sin ofender —agregó, mirando hacia donde estaba él, quién se encogió de hombros.

—Comparto el sentimiento.

Los cuatro chicos no podían hablar. Realmente no. No sabían cuál estaba más sorprendido que el otro.

O sea, sí. Esperaban que eventualmente comenzaran a llevarse bien, y sabían lo de la amortentia, y el filtro de amor, y todas esas cosas en las que Albus prefería no pensar. Pero de nuevo, eventualmente, no que esto haya sucedido por meses.

Por años, le recordó una vocecita en su interior.

—Realmente lo sentimos mucho —agregó el señor Malfoy—. Ahora, si quieren, nos pueden insul--

—¿Sabían que les dimos filtros de amor porque creímos que así dejarían de pelear, pero no funcionó, y no había nada malo en la elaboración porque nos los pasó el tío George, y al final concluimos que las personas que se resisten a las cosas como la amortentia es porque llevan enamoradas años? —James dijo todo de sopetón, sin ni siquiera tomar aire.

—Y su amortentia tiene el olor del otro —añadió Albus. Si iban a decir todo, mejor ahora.

—Sí. Menta. Menta y café —complementó Scorpius.

Los hombres lucieron abatidos por un segundo, y él tomó un poco de placer de causarles lo mismo que ellos les causaron hace solo un momento atrás.

—¿Nos dieron filtros de...? —pronunció el pelinegro incrédulo.

—Sí. Porque honestamente, papá. Ya nos tienen hartos con sus peleas. Y pensábamos que se odiaban, así que dijimos, jaja, qué divertido. Después van a querer evitarse por siempre. Pero no, no funcionó. Están acostumbrados a sentirse así por el otro. Un poco preocupante, considerando que los bombones causan obsesi--

—¿Dijiste que...no funcionó? —interrimpió el señor Malfoy a Lily con dificultdad—. Pero eso--no puede ser.

—Pensamos lo mismo —James se encogió de hombros tensamente—, pero no había ningún error. Todo estaba normal. Ustedes —agitó una mano entre los dos— son--raros.

—Pero eso significa que deberíamos haber pasado años sintiendo--eh, con ciertas conductas ante el otro. Y esto pasó éste año. No mucho después de que el semestre empezara —dijo el ojigris ausente.

—Eh, sí. Bueno, eso es conversación entre ustedes, porque honestamente, no nos interesa saber —casi pidió Albus. Luego susurró en dirección a Scorpius—. Pellízcame para saber si no estoy soñando por favor.

—No estás soñando —habló su padre, ahora luciendo algo molesto—, así como tampoco van a soñar el castigo que--

—¡Ah-ah! —James levantó un dedo índice—. ¡Si ustedes se hubiesen comportado como adultos razonables, jamás lo hubiésemos hecho. ¡Nos orillaron!

Su papá se levantó, parándose a un lado de Draco y deslizando de la forma menos notoria posible su brazo por la espalda baja del hombre.

—Pudo haber sido peligroso-- —los orificios de su nariz se ensancharon.

—¡Ah! ¡Nos orillaron! —volvió a gritar él.

El mayor de los Malfoy le dió un apretón para asegurar a su padre, y se separó, parándose delante de los cuatro chicos, que ahora estaban un poco más calmados.

—Si me llego a enterar que alguno de ustedes, sobre todo tú, Scorpius, vuelve a hacer algo como esto, consideren a McGonagall una santa comparada conmigo —susurró amenazante, pero con una media sonrisa que les hizo a todos agitarse—. Ahora, váyanse. Antes de que su padre se arrepienta. Y yo también.

Ninguno lo dudó, excepto por James, que a pesar de ser el más complacido con la idea de ellos dos por fin estando juntos, era el más abatido por la realidad. Cuando Lily tomó su mano, para moverlo, él volvió a apuntarlos.

—¡Pero! ¿No vamos a hablar de--esto? —agitó su mano desesperado.

Su papá se acercó también, con una expresión que delataba que aún estaba molesto.

—Perdieron el derecho. Hablaremos de esto cuando Albus y Scorpius confirmen su relación —afirmó tajantemente.

A Albus se le bajó la presión, comenzando a sudar mientras veía que todos aguantaban una risa. Todos menos su mejor amigo.

—¡¿Qué?! —dijo sin aliento.

—Fuera —repitió Draco, haciendo que salieran corriendo.

Con el corazón a mil, siendo dejado al último, Albus cerró la puerta lentamente hasta verlos acercarse, mientras el rubio acunaba el rostro de su papá y él besaba su palma, el resto del mundo y la magnitud de la situación desapareciendo instantáneamente.

—Creo que la verdadera razón por la que nos peleamos tanto es porque no hay nada en el mundo que me guste más que verte enojado —alcanzó a oír.

—Comparto el sentimiento —susurró el otro hombre en respuesta, antes de juntar sus labios.

Albus tuvo que arrugar la nariz, cerrando con un portazo y tratando de olvidar ese día de su memoria por el resto de su vida.