Lucy Loud se suicidó. O por lo menos estuvo a unas cuantas milésimas de que así fuera. Uno diría: Wow, hermano, acabas de empezar. ¿Y dices que una joven de trece años se suicida?

Por desgracia queridos lectores, esto es cosa de casi, sino es que todos los días. Pero basta de malas noticias. Esta historia cuenta de como una de esas desesperadas se salvó... más o menos. Al fin y al cabo, un hermano hace lo que sea por sus hermanas, ¿no?

El ático era, por mucho, uno de los lugares más escalofriantes que puede tener un hogar. Junto con el sótano, son los lugares más oscuro de la casa; cuando en las noches alguien escucha un ruido, automáticamente pensaba en esos lugares. Crujía, chirriaba, se desprendía polvo por doquier, se temían por las ratas, las arañas, los gusanos, y el sinfín de monstruos que uno se imagina al ser un niño.

Sin embargo, Lucy Veral había perdido ese temor hace mucho tiempo. Por esa razón caminaba a gatas por esa zona sin ninguna expresión de temor o de asco. Ahí se guardaron las cajas de cuando su madre y sus hermanas Lori, Leni, Lana y Lola se mudaron de casa. En ese entonces, su madre estaba embarazada de quien ahora era Lily. Por esos tiempos, Lola y Lana tenían tres años, y ella, siete. Lori y Leni eran siete y seis años mayores que ella, respectivamente.

A pesar de sus esfuerzos, Lucy solo recordaba que vivían con quien creía que era su padre y luego se cambiaron de casa. Tenía también otras hermanas, o al menos eso creía recordar, pero no se acordaba de como eran, y creía recordar a alguien más. No obstante, como muchas cosas que ocurrían en la infancia, se terminan por olvidar. Al menos eso creía ella.

Ni siquiera Lori recordaba lo que había ocurrido, aunque le había insistido muchas veces a su madre que le dijera antes de desistir. Sin embargo, a ninguna de las demás le importaba el asunto. Sólo Lucy seguía teniendo curiosidad por esos días que se le antojaban lejanos. Habían pasado seis años. Y como una madre con seis hijas no podía salir adelante, requirió esfuerzo por parte de todas para continuar. Ahora Lori estudiaba una ingeniería, (antes con su novio Bobby, pero ahora estaban separados), Leni era una modista y diseñadora local, y ella, Lucy, era escritora de poemas. Lola, Lana y Lily eran muy jóvenes para trabajar, pero les iba bien en la escuela.

Mientras seguía curioseando entre las cajas y muebles viejos, la gótica escuchó cómo su madre hacía el desayuno en la cocina. No les iba mal. Ganaban bien, y entre todas contribuían a una mejor casa. Hacía casi dos años que por fin comían con regularidad y abundancia, y ninguna extrañaba esos días en que a veces solo había pan y mantequilla para comer.

Por fin encontró lo que buscaba. Con un soplo, desprendió el polvo del incompleto retrato entre sus manos. Por alguna razón, la fotografía estaba partida. Se veían solamente quienes ahora habitaban esa casa. No tenía ni idea de quienes podrían haber sido los que habían sido retirados de la foto. ¿Sería su abuelo, una tía, un primo? Quién sabe. Su madre no diría nada sobre el tema. Ya había visto esa foto antes, pero la sensación de que algo faltaba era siempre muy fuerte cómo para ignorarla. Aunque nunca supo que significaba.

Eso sí, podía ver un destello blanco en la foto. ¿Qué sería? Por años se había estado planteando esa pregunta, y ninguna de las respuestas era satisfactoria. Pudo haber sido un perro, un perchero, un abrigo. Una bolsa, un accesorio. Una camisa, un animal, una persona. Cabello tal vez.

Todas eran igual de probables. Siempre la calmaba un poco ver esa foto otra vez, donde ella era tan pequeña, y sin embargo, feliz. Antes de...

- No -se dijo a sí misma.

Los sentimientos la asaltaban cuando menos lo esperaba. No quería ni podía recordar. Desde que podía recordar, siempre había sentido esos atisbos de algo de su pasado... de esa época que, por más que intentara, no podía rememorar nada. Lo único que lograba recordar eran esas personas que tal vez fueron su familia y que ya no estaban. Pero sentía que no podría soportar recordar, por lo que evitaba pensar en ello lo más que podía. La tristeza le acudió de inmediato. Si se había vuelto más seria y reservada, era por culpa de ese suceso, de eso Lucy estaba segura, aún cuando no recordaba nada. No podía recordarlo, pero la hacía sentirse completamente desdichada. Los sentimientos sin recuerdos la asaltaban cuando menos se lo esperaba, pero siempre la hacían sentirse devastada por alguna razón.

Con el fin de distraerse, se fue a desayunar. Sus demás hermanas estaban sentadas, pero ninguna hablaba, más por la comida que otra cosa. Haciendo una pausa, Leni discutió alegremente con Lori sobre sus ropas, y ambas se reían con emoción al recordar las ofertas del centro comercial. Lola les prestaba atención, aunque fingiera que no le importaba. Lana estaba distraída con su rana mascota, que hacía saltos en la mesa, llamando su atención. Lily se reía en los brazos de su madre. Lucy no entendía como ninguna se fijó en ella al entrar, pero parecía que tenía un don para ello.

- Hola -dijo. Todas gritaron, espantadas por el repentino susurro detrás de ellas.

- ¡Lucy! ¡Deja de aparecer de repente! -la reprendió Lori.

- Yo ya había estado aquí. Nadie me notó -comentó Lucy tristemente.

- Lo sentimos cariño, pondremos más atención -prometió su madre, acariciándole el pelo.

Siguieron comiendo. Todas estaban hablando de sus problemas, esa curiosa necesidad que tienen las mujeres de contarle a cualquiera de confianza sus inquietudes. Lucy no lo hacía con frecuencia, aunque sin duda quería. No se sentía muy cómoda con nadie, aún entre su familia. Tenía amigos que visitaban el club al que iba, pero ni siquiera a ellos les contaba mucho. Su vida diaria era simplemente seguir escribiendo; reflejar sus emociones en el papel. El club al que iba le encantaba tener a alguien como ella, ya que no todos podían escribir tantas veces. Así Lucy ganaba un pequeño salario que no se gastaba en casi nada, ni siquiera en más ropa o material, pero bastante provechoso.

Sin embargo, nadie la escuchaba. Y no sólo en sentido literal: no eran muchos los que escuchaban lo que decía. No; tampoco en el sentido emocional: nadie podía ni quería comprender cómo se sentía. Era doloroso para una mujer el sentirse incomprendida. Lenta, muy lentamente su alma se llenaba de desesperación. La escuela se le hacía aburrida y tediosa, por lo que no le iba tan bien. Apenas y hablaba con las demás personas, y generalmente su tiempo lo pasaba a solas. Únicamente encontraba consuelo en su club.

No era exactamente su estilo, ya que ella era gótica, y ahí se reunían las chicas parlanchinas, los hipsters, los fumadores, los melancólicos, los desgarrados y uno que otro pasante que disfrutara del famosamente delicioso café que ahí preparaban. De hecho, Lucy estaba segura de que la mayoría de las personas que iban ahí era por el café y para charlar con los amigos. Pero como todos ahí eran tan distintos entre sí, nadie juzgaba a nadie; y por supuesto, nadie hacía preguntas.

Lucy intentaba por todos los medios que los sentimientos no volvieran. Pero era difícil. Tantas personas que había en el mundo, y ninguna de ellas podía ofrecerle consuelo. Ni siquiera su familia estaba ahí siempre, y aunque le preguntaran, Lucy no querría hablar. El tiempo que tenían para intentar arreglarlo se acabó. Era demasiado tarde.

De modo que se dispuso a ir hacia el club, así no tendría que pensar en nada. Unos minutos después, logró distraerse y pensar en el poema que iba a compartir ese día. No era muy largo, pero era profundo, lo que la hacía a ella muy popular entre los que escribían o escuchaban en ese lugar.

A esa hora del día no le pusieron mucha atención, pues eran sólo personas que hacían relajo. Suspiró, y se quedó a oír a los demás.

No era muy diferente a otros días, pero le gustaba. Aún cuando no muchos le hicieran caso, los que sí lo hacían le dejaban buena propina, y los encargados del club apreciaban eso.

Como se estaba haciendo un poco tarde, estaba pensando en irse, pero en eso, una mano le tocó el hombro.

- Hey, Lucy -una de las camareras, quien era su amiga, le hablaba.

- ¿Qué pasa, Julia?

- Quieren que vuelvas a pasar.

- Ehhh... No sé. No me siento muy bien.

- Oh, vamos, si era muy bueno.

- No digo que no lo sea, pero no tengo ganas.

- Por favor, aunque sea por mí. ¿Sólo esta vez?

- Suspiro... Bien, lo haré.

Se preparó. Al fin y al cabo, a veces se ponía un poco nerviosa, sobre todo si era algo inesperado.

- Bueno -pensó- Sólo tengo que hablar una vez más. Nada puede cambiar con esto, ¿cierto?

Se paró en frente de todos y comenzó.

Su papel rasgueó el aire. Su voz llegó hasta el último rincón de la sala, fuerte, potente, firme, lleno de sentimiento. No hubo una sola alma que no llegara a conmoverse con las hermosas, y a la vez tristes palabras que llegaron a escuchar. No podían ver los ojos de la gótica, cubierto por su cabello. Pero a nadie le importó. Todos y cada uno de los presentes se quedaron atónitos. Y de esa forma, la gente escuchó por fin a Lucy, aunque sea esa vez. La gótica calló, pues había terminado.

Empezó una persona, luego otra, y así, todos aplaudieron y vitorearon ese hermoso poema que habían presenciado. Sin sonreír, Lucy inclinó la cabeza en señal de agradecimiento, y se fue.

- ¿Ves? Te fue muy bien -dijo Julia, feliz al ver el éxito de su amiga.

- Sí -admitió Lucy, no muy convencida.

Se dispuso a marcharse. Salió por la parte de atrás, desde donde se marchaba a su casa. Pero antes de lograr sujetarse bien la mochila donde guardaba sus poemas, oyó pasos que se acercaban. Volteó a ver quien era.

- Wow.