NA: "Historias de la alcantarilla" nace con la idea de ser episodios sueltos de aventuras de mi OC, Gioconda, con el resto de personajes que forman la familia de las TMNT. No forma parte directa de su arco argumental, que comenzó con "Un lugar al que llamar hogar" pero sí lo enriquece y complementa. No sé cuántas partes englobaré aquí y puede que algunos se salten la línea de continuidad, pero intentaré que no ocurra a menudo. Gracias por leerlo y espero con ganas tu crítica :)


I

- ¡Guau tío, qué pasote!

Michelangelo no cabía en si de admiración: cuando escogió el cómic ya se había imaginado que el número especial del Justiciero Enmascarado sería bueno, pero eso era quedarse corto. ¡Era la leche! Además ese cliffhanger del final era demasiado para su caparazón.

- ¿Tan bueno es? – preguntó Leonardo acercándose hasta el sofá y tomando sitio, obligando a Michelangelo a recogerse un poco más.

- ¿Qué si es bueno? – preguntó Mikey, soltando un gallo - ¡Ese adjetivo no le hace justicia Leo! Este superhéroe no es nada que se haya visto antes, es un fuera de serie. ¿Quieres que te lo preste para que lo leas? – añadió, alargándole el cómic.

- La verdad es que no me llama mucho – admitió Leonardo mientras tomaba el mando del televisor y ponía las noticias de la tarde.

- ¡Pues tú te lo pierdes! Pero mira si es que estoy seguro de que gustaría. Inicialmente el Justiciero Enmascarado era un hombre normal y corriente ¿sabes? De esos que están hartos de ver y sufrir las injusticias del mundo, una y otra vez. Tiene un trabajo pésimo porque él es un tío listísimo pero sus jefes no le aprecian ni le dejan brillar. Algunos de sus compañeros se ríen de él porque le mandan las peores tareas que nadie más quiere y entonces un buen día…

- Shhhh, quiero ver las noticias – dijo Leo, subiendo el volumen. Viendo la cara de contrariedad de su hermano suavizó la expresión – Prometo que te escucharé después sobre ese Guerrero Enmascarado…

- Justiciero – le corrigió Mikey, hablando entre dientes en tono molesto – Justiciero Enmascarado. ¡Bah! Ni siquiera me estabas escuchando…

Leonardo agitó una mano como si dijera "lo que sea" pero no apartó los ojos del televisor ni le dijo nada más a su hermano pequeño, que soltó un bufido de exasperación: si había algo que odiara especialmente Michelangelo es que no se le hiciera caso.

- Con permiso – dijo el maestro Splinter aproximándose con sus labores de costura en las manos. A la vieja rata le gustaba coser y remendar mientras veía el televisor.

A pesar de su enfado Michelangelo se apartó con presteza para dejar sitio a su sensei y se sentó en un puf que les había regalado April no hacía mucho. Eso le recordó que Gioconda, que era la que solía apropiarse de él, no estaba por ahí. Estaba seguro de que la chica apreciaría mejor al Justiciero Enmascarado que Leonardo. ¡Seguro que también se animaba a leerse el cómic y así tendría a alguien con quien hablar del tema!

- ¿Dónde está Gio? – preguntó volviéndose hacia su hermano y su maestro.

- Ayudando a Don con el acorazado – respondió Raphael quien había abandonado las pesas para acercarse también a ver las noticias.

A las tortugas les encantaba verlas porque así se enteraban de todo lo que sucedía en la superficie, algo que les convenía en cierta manera. En particular Raphael ponía especial interés dado que él solía salir los miércoles por la noche con Casey Jones para "limpiar" un poco las calles. Aunque Raphael no lo hacía por ayudar al prójimo, como en parte sí que lo hacía Casey, si no que era más bien porque era una buena forma de desahogar sus frustraciones y su ira sobre algo que no fuera su familia con total libertad… bueno, casi.

- Y tenemos que volver a hablarles de un nuevo robo perpetrado en esta ocasión en una joyería bastante conocida de la ciudad – informaba la presentadora en ese momento – El o los ladrones volvieron a ser minuciosos y apenas dejaron nada en las vitrinas. La policía sospecha que se trata de la misma banda que lleva operando de manera similar desde un par de meses atrás porque el modo en que accedieron es exactamente el mismo que en los otros casos: un único agujero excavado directamente en el suelo y, aunque la policía ha accedido al mismo las pistas se pierden de nuevo en las alcantarillas de la ciudad, lo que hace casi imposible que se pueda rastrear su origen. De momento siguen investigando porque el o los causantes no dejan ninguna huella identificable ni signo que le identifique y…

Michelangelo suspiró contrariado, pues por muchas ganas de tuviera de hablar con Gioconda sabía que si subía lo único que conseguiría es que Donatello también le liara a él para ayudarle trayéndole y recogiendo las herramientas y eso era realmente aburrido. Así que optó por dejar la charla para más tarde, acomodarse en el puf, recuperar su bolsa de patatas fritas y ver las noticias con el resto de su familia.


- Pásame la llave combinada. La del doce.

Gioconda alargó la herramienta solicitada hacia Donatello, que estaba tumbado sobre un monopatín viejo de Michelangelo y que usaba cuando necesitaba trabajar en los bajos del vehículo. La mitad de su cuerpo se encontraba debajo del mismo y no se asomó a recoger la llave, sino que se limitó a sacar una mano sucia de debajo del vehículo. La chica se la dejó en la palma de la mano, que desapareció de nuevo bajo el vehículo a la par que se iniciaban nuevos sonidos metálicos.

Gioco suspiró. Se encontraba sentada al lado de donde trabajaba Donatello, cerca de la caja de herramientas. Había accedido a ayudarle porque sentía curiosidad por ver de nuevo el taller y porque le dio algo de pena que nadie más quisiera subir con él. Además, en ese momento Raphael se estaba duchando y por tanto no podía verle.

Se había subido el bloc de dibujo y, aunque había hecho algunos esbozos de Donatello trabajando tuvo que abandonarlo porque la tortuga no cesaba de pedirle cosas; mientras tanto también le contaba lo que estaba reparando y para qué servía cada herramienta. A pesar de sus esfuerzos su cháchara era un tanto inútil puesto que la muchacha no tenía ningún interés por la mecánica. Sin embargo, nunca le pediría que se callara; si a Donatello le animaba hablar de su trabajo ella le escucharía y le animaría incluso a seguir con sus lecciones, por muy tostón que pudiera parecerle. Un poco aburrida en ese momento paseó la mirada por el almacén donde se encontraban.

Situado en la esquina de Eastman y Laird este almacén resultaba de lo más útil a las tortugas puesto que les permitió poder tener vehículos y montar un taller propio para su mantenimiento, todo a cargo de Donatello. Lo habían encontrado por casualidad cuando Michelangelo destruyó la fina pared de ladrillo que tapaba la entrada al ascensor que conducía al taller de la superficie: quién iba a decir que por colocar el retal enmarcado de "alcantarilla, dulce alcantarilla" hecho con punto de cruz por el maestro Splinter hicieran tal descubrimiento.

El lugar estaba lleno de piezas de recambio y de chatarra que sacaban directamente de los basureros: aunque la gente de la superficie ya no les encontrara utilidad tras pasar por manos de la tortuga conseguían volver a tener un nuevo propósito.

Un buen ejemplo de esto era el vehículo acorazado, si bien la idea y el bosquejo iniciales corrieron a cargo de Michelangelo, fue Donatello quien le dio forma y lo mejoró a partir de la furgoneta que les robaron a los Dragones Púrpura durante su primera incursión en la superficie. Aunque al principio Donnie no quería construir el vehículo (en esencia, estaba muy ocupado terminando de acondicionar la vivienda, pues no hacía mucho que se habían mudado) finalmente se puso manos a la obra ayudado en algunos momentos por sus hermanos porque así podrían ayudar a Casey Jones a escapar de cierta emboscada que le prepararon en una ocasión los Dragones Púrpura. Donatello terminó estando muy orgulloso del vehículo puesto que les permitía desplazarse por la ciudad rápidamente y a salvo de miradas indiscretas; también estaba preparado para soportar un hipotética ataque directo, con fuerte blindaje y armas defensivas. Poco después tuvo que admitirle a Michelangelo, sin ningún tipo de problema, que había tenido una excelente idea al diseñar el vehículo.

Aparte del basurero las tortugas sacaban sus recursos de la propia alcantarilla. A veces tanto April como Casey también les traían cosas nuevas o seminuevas pero la mayoría de los objetos que recuperaban necesitaban una buena reparación: Donatello era bueno arreglando cosas y, de hecho, le encantaba. Si no tenían solución, desarmaba los aparatos y usaba los componentes para otros proyectos. A fin de cuentas, muchos de sus inventos los construía él mismo desde cero.

Gioconda reconocía el mérito que tenía todo esto, pero seguía sin encontrarle el gusto a esta afición por considerarla demasiado difícil Además creía, para sus adentros, que al taller no le vendría mal un repasito en cuanto a limpieza y orden se refería…

- ¿Gio? – llamó Donatello, sacándole de sus pensamientos.

- ¿Mmm?

- ¿Me puedes pasar la dinamométrica?

- ¿Eeeh? – preguntó ella, abriendo los ojos como platos - ¿Y eso qué es?

- Es una llave alargada y gruesa. No está en la caja que he traído, si no en los estantes de detrás de la caparamoto. Los tornillos deben ir en su medida justa, ni demasiado flojos ni demasiado fuertes, para evitar sobretensiones y deformaciones de las piezas. Y la dinamométrica es la herramienta ideal para conseguirlo.

Gioconda se levantó y acudió solícita adonde Donatello le indicaba. A simple vista sólo había cajas, trapos y un sinfín de piezas que no tenía ni idea de qué eran o para qué servían, pero no veía nada parecido a la llave que describía Don.

- Busca en la caja grande de cartón, quinto estante a la derecha – dijo Donatello cuando ella se lo hizo saber.

- Vale.

Gioconda encontró enseguida la caja con las indicaciones. Sin embargo la estantería estaba demasiado alta y cuando intentó sacarla se le vino encima y el contenido cayó al suelo con gran estrépito.

- ¿Gio? ¿Estás bien? – preguntó la tortuga, interrumpiendo su tarea y con tono ligeramente preocupado.

- S-sí…, sólo he dejado todo hecho un desastre.

Don emergió de debajo del vehículo, aprovechándose del rodaje del monopatín, para asegurarse de que la niña estaba bien. Cuando la vio con la llave en la mano y mirando con cierta vergüenza el desorden respiró tranquilo. Gioconda tuvo que reprimir una sonrisita porque estaba perdido de suciedad. Ahora en vez de llevar un antifaz morado (lo había dejado en la mesa cercana) parecía llevar uno negro.

- Bueno, no te preocupes – dijo él cogiendo la llave que le tendía – Es mejor eso que te hubieras hecho daño. Aunque te pediría que lo recogieras y lo dejaras tal como estaba. ¿Sí?

Gioconda asintió. Era justo: la liabas, la arreglabas. Dicho esto, Donatello volvió a desaparecer debajo del vehículo y con su trabajo empezaron a surgir todo tipo de ruidos metálicos. Ella le dejó trabajar y se puso a recoger las cosas que se habían caído y las metió de nuevo en la caja, aunque sin orden ni concierto.

Fue entonces cuando lo vio, en otra caja de las baldas más bajas. Lo tomó en sus manos y lo examinó desde varios ángulos; parecía roto.

- ¿Donnie? – preguntó- ¿Qué es esto?

- Si no puedo verlo, difícilmente puedo decirte…

Gioconda se aproximó hasta él con aquella cosa de metal en las manos. Donatello volvió a salir de debajo del vehículo y se incorporó. Arrojó las llaves a la caja de herramientas y tomó un trapo para quitarse toda la grasa y aceite mientras miraba lo que Gioconda le traía.

- Oh, es un mouser. O lo que queda de él – informó Don, dejando el trapo a un lado y tomando la botella de agua para beber.

- ¿Un mouser? ¿Y eso qué es?

- Cierto, tú no vivías aún con nosotros…

Donatello le explicó brevemente la historia detrás de esos robots: fueron creados por el doctor Baxter Stockman, el antiguo jefe de April, con la excusa de usarlos para erradicar la presencia de ratas en las alcantarillas, pero su propósito auténtico era muy diferente; lo que el doctor deseaba era atracar bancos con ánimo de acumular riquezas para financiar sus ambiciosos proyectos, pero las tortugas y April arruinaron sus planes. El grupo supo de su existencia porque varios de ellos atacaron su guarida, destruyendo con sus afilados dientes la estructura y haciendo que todo se viniera abajo. Eso les forzó a buscar un nuevo hogar, que era el que actualmente poseían y también les permitió conocer a April O'Neil.

- Vaya, cuesta creer que algo tan pequeño pueda ser tan destructivo – comentó Gioconda, sorprendida por la historia y aun sosteniendo en sus brazos los restos del mouser – Y tan mono.

- ¿Eso? Debes estar bromeando – dijo Donatello, sorprendido, poniendo los brazos en jarras.

- ¿Por qué? ¡Lo es! ¿Acaso no te lo parece? – preguntó ella con total convicción. En ese momento se le pasó una idea por la cabeza – Oye Donnie ¿Crees que podrías repararlo?

- ¿Cómo dices?

- ¡Sí! Creo que sería una mascota excelente. Además, si puede morder cualquier cosa puede ser útil, ¿no crees?

Donatello la echó una ojeada a ella, luego al mouser y por último de nuevo a ella.

- No sé yo, Gioco – repuso, nada convencido – Esas cosas destruyeron nuestra antigua casa, por no hablar que casi nos matan en el proceso.

- Pero eso era porque el hombre que lo controlaba era malo. Seguro que tú puedes hacer algo para que sea bueno y que responda sólo a nuestras órdenes. ¡Oh vamos, Donnie! ¡Repáralo, por fa, por fa, por favooooooooorrrr!

Donatello se encontró meditándolo seriamente. No era porque creyera que la reparación le fuera a resultar difícil; el problema sería idear una forma de controlar al robot sin que resultara peligroso ni para ellos ni para su casa. Podría ser un proyecto interesante.

Además vio la cara de cordero degollado que le ponía Gioconda, mirándole suplicante con sus grandes ojos castaños y meneando su cola reptiliana de un lado a otro, aún no desarrollada del todo tras haberla perdido previamente a manos de Hun un par de meses atrás. Por un momento le recordó a Michelangelo cuando le daba la tabarra para que llevara a cabo alguna de sus ideas, como la del vehículo acorazado. Lo más probable es que le insistiera hasta que lo hiciera. Por otra parte, estaba de lo más graciosa, casi hasta… mona. ¿Cómo decirle que no?

Suspiró y esbozó una sonrisa.

- Está bien. Tú ganas. Lo arreglaré…

- ¡OH MUCHAS GRACIAAAAAS! – exclamó la chica, dándole un abrazo tan sorpresivo que le provocó un bloqueo mental momentáneo.

Cuando ella se apartó volvió en sí y suspiró. Esperaba no tener que arrepentirse más adelante de su decisión.