La calma entre tus pasos.
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Descargo de responsabilidad: Kimetsu no Yaiba no me pertenece, bienvenidos a mi momento creativo.
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Capítulo uno: La turbulencia azul.
No fue hasta varios meses después de la batalla final, como todos insistían en llamarla, que Aoi puedo recuperar algo semejante al sentimiento de paz. Llorar los muertos, enterrar los cuerpos que pudieron recuperar y lidiar con las heridas de los sobrevivientes la permanecer consumido enormemente. Siempre impecable, se esforzaba por mostrarse pulcra y con una entereza que le costaba mantener frente a la gente.
Habían sido días caóticos para ellas y las demás integrantes de la brigada de las mariposas, como se autodenominaban. Correr de una sala ala otra, detener hemorragias, suturar herida, cauterizar aquellas que no podían cerrar como de costumbre debido a la cantidad de heridos. SI bien el demonio Yashiro les había ayudado como jamás podrían terminar de agradecer, había sido una prueba de fuego.
La sangre mancha de más de una manera. Con la sangre ajena sobre sí, casi sin descanso, Aoi se encargó de hacer sentir la memoria de su maestra orgullosa de ella. Más rápido, más eficientemente, mejor, diestra y ferviente. Parecía efervecer cuando las demás se enervaban. Aoi dio ordenes como quien era: la nueva sanadora a cargo.
Curar a los heridos había sido lo más demandante durante el día, luego de los correspondientes entierros. La gran mayoría de las personas que se mantuvieron con vida cargarían herida por el resto de ella. No sólo los pilares, sino los soldados rasos que orgullosamente ofrecieron sus cuerpos a modo de escudos humanos. Los sacrificios estado inconmensurables, pero parecían haber valido el dolor.
Era mucha pérdida, mucha muerte. Daba todo de sí para mantener los sobrevivientes de esa manera: vivos. Dejó sus horas de sueño, sus comidas, todo su trabajo corriendo entre pasillos y revisando una y otra vez a los pacientes. Quienes perecieron contra todo su esfuerzo fueron pocos, insalvables había calificado Kanao. Pero ella sufrió a cada uno de ellos como un hermano.
Por las noches, apenas ocupaba su lugar en el futón la invadían sentimientos de congoja y soledad. Se apretaba contra las sábanas y procuraba no desarmarse entre la aflicción y la angustia. Era difícil hacerse cargo de todo, de todos y tratar de lidiar con la pena. No te rompas, aguanta; se repetía. Alguien tenía que empujar al resto.
Era su trabajo, las demás eran demasiado jóvenes o no soportaban la carga. Ella era fuerte, estaba al frente. Ella estaba a cargo como un día lo estuvo la Harisha del insecto.
Eludió aquellos pensamientos y ajustó las ataduras que mantenían su cabello sujeto a ambos lados de su cabeza, mirándose en el espejo suspiró. Estaba amaneciendo lentamente y el silencio reinaba mientras la luz se colaba tenuemente en su habitación. Ahora dormía sola, aunque había mantenido el cuarto de siempre. Se negaba a usurpar el sitio de su maestra: todo había quedado justo como ella lo dejó casi como si los objetos allí esperaran a su dueña.
El aire fresco fluía por la habitación por las rendijas de la ventana; las cortinas oscilando etéreas la mantuvieron absorta un instante. Se volvió al pequeño espejo de su cuarto, un lujo personal, éste le devolvió la imagen endurecida de sí misma. Por primera vez desde que su maestra murió se llorar. Las lágrimas cayeron sin un sonido por las mejillas pálidas, frías.
En días pasados Aoi habría suspirado por un cutis más blanco; rió amargamente mientras quitaba los regueros húmedos de su rostro. Cubriéndose los ojos con las palmas de su mano se obligó a respirar profunda y calladamente. No era momento de sopesar su belleza, falta de ella, ni sus pensamientos al respecto. Absolutamente no podía permitirse ese tipo de fútiles ideas entonces.
Ella debe ser mejor, después de todo, su maestra le había dejado como última tarea tomar la Finca de las Mariposas bajo su mandato.
" Kanao es una guerrera, y es eficiente. Pero tu eres la sanadora, y la administradora. Mis conocimientos de batalla pertenecen a Kanao; mi instrucción como médico es tuya."
Se había sentido profundamente conmovida por tales palabras ya que no se cría digna de ellas. Pero allí estaba, manejando la finca como si hubiere nacido para el cargo. Shinobu le había transmitido todo el conocimiento médico que pudo; ella había absorbido con destreza como una muestra de agradecimiento.
A veces pensaba que no era tan inteligente como el trabajo demandaba, más allá de su dedicación a ello. Anotaba, estudiaba, repetía y progresaba; aunque a un ritmo más lento del que ella deseaba. No era ideal para ser la persona a cargo, se dijo, pero eso no significaba que no prestaría todo de sí para llegar a serlo.
¿Qué habría sido de ella si la señorita Shinobu no la hubiera acogido en su hogar, después de todo? Al principio no había hecho mucho más que atenerse a los quehaceres del lugar y atender algunos de los pacientes más sencillos siempre bajo la vigilancia de la hashira. Había pasado un tiempo desde entonces, apenas un par de años, pero de arrepentimiento se sintió mucho más vieja de lo que era y la nostalgia le dejaba un sabor amargo en los labios.
El tiempo pasaba de forma ilógica, a veces muy rápido y luego perezosamente. En retrospectiva, su vida antes de la batalla final parecía un suspiro… ya la vez, tan lejano como el final del horizonte. Su pecho temblaba, se dio cuenta.
Después de largos intentos había finalmente logrado acompasar su respiración cuando reparó en una presencia a sus espaldas. No Necesito girarse para saber que Inosuke estaba en la puerta dándole guardia. Las palabras "privacidad" e "intimidad" no parecían entrar en su vocabulario aunque ella hubiera procurado metérselas incluso a costa de golpes.
—Ya era hora.
—¿Disculpa? - Cuestionó ella, encarándolo rápidamente.
—De que dejarás salir el dolor, estabas vibrando de tanto contenerlo. —Explicó, encogiéndose de hombros. - Si no lo haces, terminará rompiéndote; como una vasija.
Aoi parpadeó. Joder, que era la última persona que esperaba soltase semejante cosa.
—¿Qué puedes saber tú? - Inquirió, girándose de nuevo al espejo y dando un último retoque a su cabello. —No tengo tiempo para…
—A todos les dices que hagan su duelo - Giró los ojos - Pero ahí andas, llorando a la sombra como una cría. Eres una mujer, mar maldita; llora.
Fue como si le hubieran escupido en la cara. Aoi tomó lo primero que vio sus ojos, en este caso un cepillo para el cabello, y se lo arrojó a la cara al muchacho con un sonido que era bastante similar al de un gruñido animal. Inosuke lo agarró al vuelo, insultándola en el proceso con un florido y poco apropiado lenguaje.
—¡No vengas a decirme que por ser mujer debo andar lloriqueando, maldita sea! - Le bramó, en un susurro. - Yo los sostuve mientras casi se desangraban, los erguí, y los mandé a seguir viviendo ¿Entiendes? ¡Vete a la…!
—¡Por eso mismo, joder! ¿Qué mierda les pasa a las chicas? - Le interrumpió con brusquedad —Que piensan que "ser mujer" es un insulto. Te estoy diciendo que porque eres una mujer, no una cría, deberías llorar de una puta vez y hacer lo que le aconsejas a quien maldita sea que te quiera escuchar.
Inosuke deseaba lanzar ese cepillo por la ventana, o contra Aoi, lo que fuera; pero se contuvo. Respira y cuenta hasta diez, como decía Tanjiro; luego actúa. Conteniendo su mal genio, el muchacho cerró las distancias - quizás demasiado cerca, a criterio de la joven- y golpeó lo más suavemente que pudo la cabeza de ella con su ensere antes de depositarlo sin mucha gracia entre sus manos.
Asombrada por el repentino cambió de actitud, Aoi levantó la mirada para encontrarse con sus ojos fríos y brillantes. Sabía que Inosuke era bonito en un sentido muy femenino con su nariz respingada y las pestañas largas y rizadas. Era guapo de una forma tan llamativa que contrastaba con lo poco refinado de su actuar. Pero era bueno como un niño, puro como quien ha crecido lejos de la envidia humana; concluyó. A su manera, Inosuke era todo lo que ella no podía ser entonces: transparente.
—Tengo hambre, haz el desayuno… - Baciló y con un gruñido bajo; agregó —Tu eres la que dice esas chorradas de que el sentimiento quiere ser sentido o una estupidez así.
Aoi apretó los labios para no sonreír.
—El dolor demanda ser sentido. - Corrigió.
El cazador se encogió de hombros, dando un paso hacía el costado para no mostrar que retrocedía y apartó la vista.
—Menos consejos y más acción… que tengo hambre.
La sanadora apretó el cepillo entre sus manos nerviosas, por alguna razón sintió que se sonrojaba arrolladoramente. El frío de la mañana se disipaba en la calidez que sintió en el rostro, estaba avergonzada y no estaba del todo segura de por qué ¿Acaso el insensible y poco empático Inosuke estaba siendo cortés con ella… de alguna manera burda?
Sonrió, dejando el cepillo en la mesita que sostenía el espejo. Debía estar muy fuera de sí para que él, de entre todas las personas, viniera a su encuentro a orillarla al duelo. Puro como un niño, y observador como un águila; agregó.
—Pues ve a prender la estufa, te tenemos demasiado malcriado. - Afirmó, sin que su voz temblara.
—¡Ja! Pan comido. - Exclamaba mientras se iba, dejándola sola mientras hablaba sobre comida y lo bien que le vendría antes de entrenar.
Aoi se rió, con los ojos aún húmedos. Sí, eso era lo más semejante a la paz esos días. Salió de su habitación en la penumbra del incipiente amanecer y una sensación aterciopelada en el pecho. La vista de la espalda del joven delante en el pasillo le inspiró aquello que Inosuke no comprendía; una profunda intimidad. Fue como un golpe, y no lo vio venir.
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Aquí vamos.
Sé a dónde quiero que esto vaya, no será demasiado largo ni tedioso. Irá más o menos así: cinco capítulos, o seis; aún no me decido. Tres paseos, dos nuevos.
Que sea lo que diosito quiera. Espero que les guste, gente. Nos vemos pronto ¡Mucho amor y buenas vibras! Sean felices.
