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La piel se esparce por la cama, como la seda, con movimientos sensuales y rítmicos. El sudor cae como gotas de rocío precipitándose hacia los pétalos que cubren sus ojos y le otorga a ella un brillo que la hace lucir acaso más majestuosa.

Neji se siente perdido, porque ha deseado tanto verla de esa manera que ahora no puede más que estremecerse por completo, como una hoja de otoño pendiendo de las ramas secas de los árboles que adornan el parque. Se siente ridículo, por ser tan susceptible al cambio, a la deformación de su esencia. Porque él solía creer que se mantendría igual de estoico, fuera cual fuera la situación. Sin embargo, sola bastaba la imagen de ella bajo su cuerpo, danzando desnuda a la par suya, y se acababa esa imagen que tan desesperadamente intentó forjar a lo largo de su vida.

Sus cabellos se entrelazaban, como hilos, tejiendo el vínculo todavía más profundo que ahora los unía. Y Neji se preguntaba si esto no quedaría solo en eso, en unos hilos atándolos a ese pecado, tomándolos del cuello, impidiendo que ese suceso se borrara de sus mentes. Tal vez... eso no era tan fantasioso como le hacía creer su corazón sobresaltado. Quizás al otro día solo habría arrepentimientos, deseos agonizantes de eliminar de la piel el sabor ajeno, el aroma tan terriblemente marcado de sus besos.

Hinata lo miró detenidamente, como leyendo sus pensamientos, pero no se esforzó en reconfortarlo con palabras de amor, que sabrían a azúcar caramelizada, por el contrario, afianzó su agarre. Casi como si quisiera mantenerlo ahí, en ese momento. Y lo demás, realmente no importaba.

Neji estaba condenado a seguir cualquier orden que le diera ella, aun si eso comprometía su dolido y sangrante corazón. Incluso si Hinata no lo amaba y no lo haría jamás.