AVISO: se trata de un fic con una trama algo oscura. En ella se hablará de drogas, alcohol y seguramente habrá escenas con contenido violento, sexual y angst. La pareja principal será Harry x Pansy. Y esporádicamente aparecerán también Draco y Hermione, de ahí la clasificación.
Disclaimer: los personajes que aparecen no son de mi propiedad. Pertenecen a J. K. Rowling.
Capítulo 1.
Harry Potter caminaba deprisa por los oscuros pasillos del Ministerio. El sonido de sus botas negras sobre el suelo de mármol retumbaba por cada recoveco amortiguando el sonido de su respiración agitada. Lo habían sacado de la cama en plena madrugada tras llegarle un aviso urgente por parte del Departamento de Aurores. Al parecer, el espía que llevaba años infiltrado en la operación llamada la Dalia Negra había sido descubierto.
Descubierto, sí. Pero al menos seguía con vida.
Si su contacto se hubiera quedado atrapado en el interior de uno de aquellos clubs destinados al vicio y a la depravación, seguramente lo habrían torturado para que dijera todo lo que el Ministerio sabía sobre ellos. A Harry le sorprendía que el informante hubiera conseguido huir. Muy pocos lo habían conseguido, y otros tantos habían vendido al Ministerio con tal de salvar sus míseras y patéticas vidas.
Eso último tampoco le extrañaba demasiado. Cuando alguien se inmiscuía en la mafia de la Dalia Negra muy pocas veces obtenía un final feliz.
Una mafia. Todavía le sorprendía aquella palabra. Después de librar una guerra contra uno de los males más terribles que habían azotado al país, ahora tenían que luchar contra el crimen organizado. Contra una banda que había logrado fabricar una de las drogas más letales del mundo mágico y que, para colmo, había erigido alrededor de ella un imperio construido a base de dinero sucio y la vida de cientos de inocentes.
Lo poco que los aurores sabían sobre esta nueva droga llamada delirum es que se fabricaba a partir de polvos doxy. Esta sustancia normalmente era utilizada para realizar poción vigorizante, aunque si se utilizaba en grandes cantidades podría resultar venenoso. Y justamente ese componente venenoso era el ingrediente principal del delirum.
La Dalia Negra había conseguido de alguna forma filtrar dicho veneno y adulterarlo hasta convertirlo en una droga altamente adictiva, más incluso que cualquier droga ya conocida en el mundo muggle. No solo provocaba alucinaciones y sensación de euforia, sino que tenía la extraña habilidad de hacer que el mago o bruja que la consumiera viera sus poderes mágicos ampliados exponencialmente durante un tiempo limitado, lo cual era peligroso puesto que muchas veces el nivel de magia crecía tanto que el mago no podía controlarlo y acababa por matarlo. Eso en el peor de los casos.
Lo peor no era la droga. Lo peor era el negocio que había surgido entorno a ella.
La Dalia Negra había creado una red de contactos dentro de los suburbios más oscuros de Londres, había construido locales clandestinos para su distribución e incluso conseguido exportar su mercancía hacia el extranjero. Y lo que había sido un problema local, un grupo de magos ávidos por poder y varios puñados de galeones, se había convertido en una lacra difícil de parar.
Los locales clandestinos eran en su mayoría burdeles de poca monta, donde tanto brujas como magos vendían sus cuerpos a cambio de una buena dosis de delirum. Eran lugares donde podrías encontrar a lo peor de la sociedad reunida en unos pocos metros cuadrados. Y allí era donde todo sucedía.
Eran las mismas prostitutas las que vendían la mercancía a sus clientes. Donde todos los "camellos" hacían su trabajo sucio. Donde se creaba la droga y donde posteriormente se vendía. Pero esos locales habían proliferado como si de una plaga se tratase, cuando el Ministerio cerraba uno automáticamente en la otra punta del país aparecían tres más. Era como enfrentarse a una hidra interminable e incansable. Cada vez estaban más organizados y cada vez resultaba más difícil para los aurores enfrentarse a ellos.
Estaban armados hasta los dientes y muchas veces sus "neófitos" estaba bajos los efectos de la droga, con lo cual su magia era más peligrosa que la de un mago sano y corriente.
Lo más frustrante de todo es que nadie sabía quién se encontraba tras la Dalia Negra realmente. No se tenía ninguna información acerca de la identidad de su jefe, ni siquiera sabía si había alguien realmente manejando todo el negocio o era simplemente una cortina de humo de algo más grande. Por esa razón el Ministerio había colocado estratégicamente a informantes dentro de esos locales, como una especie de red de espías cuidadosamente seleccionados para vender información. Era la única forma que los aurores tenían de saber lo que realmente sucedía dentro de esos locales, de conocer todo su negocio.
Todos los espías cumplían una serie de requisitos. No debían tener una familia, ninguna atadura personal que interfiriera en su trabajo. Saber manejar las artes oscuras era fundamental por si la situación se ponía fea. Por ese motivo los informantes más idóneos para esos puestos eran magos y brujas con algún tipo de antecedente penal. El Ministerio les asignaba un local a cambio de reducir condena en Azkaban y en algunos casos, incluso, la libertad absoluta. Siempre y cuando cumplieran con su misión.
Pero la mayoría de las veces estos informantes salían huyendo o les traicionaban. A veces los descubrían, y otras se dejaban embaucar por ese mundillo lleno de drogas, alcohol y depravación, convirtiéndose en despojos. En gente vacía a merced del delirum.
Harry sabía de buena mano que, en cuanto un espía pisara uno de esos locales, quedaba a merced de la mafia para que estos hicieran con ellos lo que quisiera. Algunos se convertían en simples distribuidores, otros llegaban incluso a los almacenes donde fabricaban la propia droga. En el peor de los casos acababan por convertirse en prostitutas... Todo lo posible para poder infiltrarse a la perfección. Por ese motivo el Ministerio utilizaba a presos de Azkaban que tuvieran condenas altas o incluso cadena perpetua. Recurrían a lo peor que tenía la sociedad mágica: a la escoria, a asesinos, a ladrones...
Ex-mortífagos.
Para ellos era mejor eso que una muerte asegurada a manos de los dementores, preferían vender su cuerpo y su alma a cambio de la libertad antes que pasar sus días encerrados en la prisión.
Harry no estaba de acuerdo con ese sistema, no le parecía ético ni moral, pero hasta el momento era lo único que habían funcionado. Lo único que había logrado acercarlos lo suficiente a las entrañas de la Dalia Negra.
La mayoría de las veces eran los propios presos los que pedían al Ministerio unirse a sus filas de informantes.
El informante que había logrado escapar esa noche era uno de los más veteranos que poseían. Y el más importante. Su identidad era completamente desconocida. Era era otra regla principal a cumplir por ambas partes: nada de nombres, nada de información personal. Pero lo poco que sabía Harry sobre él es que nunca, en los cinco años que llevaba infiltrado en uno de los locales más importantes para la Dalia Negra, había errado en aportar información.
Su participación había sido crucial para desmantelar varias cédulas tanto dentro del país como en el exterior. Había conseguido que el mes pasado atraparan a uno de los miembros más cercanos al círculo de poder de la Dalia Negra y había impedido que un cargamento lleno de delirum cruzara el canal de la Mancha rumbo a Europa.
Se había convertido en una especie de ángel caído dentro de aquel infierno, y en una pieza clave y fundamental para el Ministerio.
Harry se estremeció al pensar en que podría haber ocurrido para que su espía tuviera que salir corriendo del local poniendo en riesgo no solo su vida, sino también todo el trabajo que el Ministerio llevaba haciendo durante tantos años.
Se ajustó los guantes de cuero que tapaban sus manos plagadas de cicatrices y respiró hondo cuando observó a Ayden Morgan, uno de sus subordinados, esperándolo fuera del Departamento de Aurores.
—¿Qué ha ocurrido?—gruñó Harry en cuanto el auror se situó a su lado. Estaba serio y lucía nervioso, lo que alimentó sus temores.
Ayden se tomó unos segundos para responder mientras abría la puerta del Departamento y le hacía un gesto a Harry para que pasara al interior. El mago en cuestión era demasiado joven para estar dentro del cuerpo de aurores, pero superaba con creces a los que ostentaban rangos superiores, como era el caso de Harry. Tenía el rostro afilado, el pelo rubio alborotado como si acabara de salir de la cama, y unas profundas ojeras bajos sus ojos castaños.
—Alguien delató a nuestro contacto interno dentro de unos de los clubs situados en Lambeth. —respondió Ayden mientras pasaban con rapidez entre los cubículos vacíos desperdigados por toda la habitación—. La cosa se puso bien fea pero, no sabes todavía como, logró escapar. Uno de los nuestros consiguió traerlo directamente aquí para poder interrogarlo.
Harry contuvo el impulso de frenar sus pasos ante aquellas palabras. Había conseguido salir con vida lo cual resultaba beneficioso para el Ministerio, pero peligroso para el espía. Ellos sabían quien era y posiblemente la Dalia Negra buscara venganza. Y lo más probable era que acabaran ejecutándola de la manera más cruel posible.
—¿Y ha dado información interesante?—preguntó Harry llegando al vestíbulo situado al final de la amplia oficina.
Ese lugar era más oscuro y frío que el anterior. Un enorme pasillo sin luz donde lo único destacable a la vista eran las innumerables puertas de madera oscura que habían apostadas cada pocos metros. Al final del mismo Harry pudo ver a un escueto grupo de aurores apostados en el exterior de una de esas habitaciones mientras susurraban con las cabezas muy juntas.
A su lado Ayden caminaba rápido intentando no perder el ritmo.
—Ese es el problema, señor Potter... No ha querido hablar.
Harry miró a Ayden por el rabillo del ojo y el joven hizo bien en encogerse bajo el escrutinio de sus ojos verdes. Ojos que ya no ocultaba tras las gafas ni tras aquel espantoso flequillo que había llevado durante su adolescencia. Tampoco había ya amabilidad en ellos, tan solo una dureza y frialdad algo inusitada para tratarse del Elegido.
Ahora cuando la gente lo miraba ya no veían ningún rastro del niño que había sobrevivido a una guerra y vencido al mago más temible de todos los tiempos. Ya no existía ni un solo ápice del joven que había tenido la valía suficiente para mirar a la muerte a la cara y no temblar de miedo... El Harry de ahora se había moldeado a base de dolor, sombras y oscuridad. Un tipo de dolor capaz de cambiar a las personas hasta hacerlas prácticamente irreconocibles.
Indiferentes, vacías y carente de emoción alguna.
—¿Lleva años ejerciendo de espía para nosotros y ahora no quiere hablar?—murmuró Harry, la voz tan cortante y afilada como la punta de una daga.
—No, no. —se apresuró a decir Ayden cuando ambos pasaron de largo a sus compañeros y continuaron por el interminable pasillo—. Creo que no me he expresado bien. Lo que ocurre es que no quiere hablar con otra persona que no sea usted, señor...
Harry frenó sus pasos de golpe haciendo que el Ayden Morgan casi se chocara contra él.
—¿Conmigo?
Aquello era inusual. Normalmente una vez que un informante regresaban a las dependencias del Ministerio los retornaban a su lugar de origen de nuevo, es decir, Azkaban, hasta que el Wizengamot decidiera si sus acciones merecían la absolución completa o no. La mayoría de las audiencias salían estrepitosamente mal, y Harry sospechaba a que el Ministerio no le convenía dejar que esos espías volvieran a la sociedad. No después de tener tal información en su poder.
—Sí, señor. Dijo que solo contaría lo que sucedió si eras tú el que realizara el interrogatorio. —Ayden respiró profundamente recuperando el aire que había perdido durante el trayecto.
Harry sopesó sus palabras. Él no solía encargarse de los interrogatorios de manera personal. Solía mandar a aurores más especializados en el tema los cuales después le daban la información directamente a él. Tenía curiosidad de saber por qué ese espía en concreto había pedido de forma expresa que fuera él, y no otro, quien lo interrogaba. Tal vez la información que traía consigo era de vital importancia. O tal vez era solo una estratagema para ganar tiempo. Más tiempo de libertad.
Suspiró casi con aburrimiento mientras se quitaba, por fin, lo guantes de cuero negro. Observó sus manos llenas de cicatrices, algunas blancas y viejas, otras más rojizas y recientes. Eran las manos de una persona que había luchado mucho por demasiado tiempo, pero también un mecanismo de defensa. Quien las viera hacía bien en temerlo, en sentir verdadero pánico y terror. Se guardó los guantes en el bolsillo interior de su túnica negra antes de dirigirse de nuevo hacia su acompañante.
Cuanto antes empezara, antes acabaría.
—Bien. ¿Dónde está?
Ayden se cuadró de hombros y señaló hacia el final del pasillo con su barbilla en un gesto seco.
—Celda quinientos treinta y cuatro. —respondió y Harry asintió mientras reanudaba la marcha. Pero Ayden volvió a hablar, haciendo que girara su rostro por encima del hombro para mirarlo por última vez:—. Señor, tenga cuidado. Es... peligroso.
Harry no dijo nada. Simplemente se giró mientras sacaba la varita de la funda de cuero que colgaba sobre su cintura. No esperaba tener que utilizarla, sobre todo por que su oponente estaba desarmado pero no estaba de más tomar alguna precaución. Siguió caminando rumbo a la celda y no pudo evitar arquear sus labios en una sonrisa.
Harry Potter iba a desenmascarar, por fin, al espía más letal que jamás habían tenido.
