Capítulo I: De la vida (o de la curiosidad) de Tobias Williams

Principios de 1840

Mansión Fitzgerald Williams,

Edimburgo, Escocia.

Tobias no recordaba con exactitud qué ocurrió. O cuando.

Ni siquiera sabe precisar si fue real.

Pero la gravedad de las voces no le permitía olvidar.

Eran solo fragmentos incoherentes, insufiencientes, angustiantes.

Apenas una leve caricia de dedos amorosos sobre su sien.

Apenas un susurro contra sus labios.

Gritos, muchos gritos.

Su propio llanto resonándole en los oídos y algo que le comprimía el pecho, aumentando su desolación.

Y después, la más abyecta nada.

Como cualquier otra mañana, Tobias Fitzgerald Williams se escondió tras los pesados cortinados de la biblioteca en cuanto oyó los gritos de su madre. Que era, en su opinión, lo único que sabía hacer la mujer.

En todos sus cortos años de existencia no recordaba uno solo en el que ella no gritase. Cualquier cosa podía causar que lo hiciera y no era posible callarla a menos que obtuviera lo que quisiese o, como era este caso, su objeto de deseo no apareciese.

A veces la hacía rabiar para obtener muestra alguna de sus emociones, porque por todo lo demás era más dura que una piedra.

No quería ahondar en aquellos pensamientos, pero hacía tiempo había concluido que no le guardaba cariño alguno.

El hecho de que la mayoría de sus conocidos no tuvieran progenitores afectuosos lo consolaba sobremanera.

Lord Fitzgerald Williams, al igual que su esposa, era un témpano. Pero no de hielo, pues no era ni frío ni calculador, si no de pura melancolía. Había un halo de eterno pesar alrededor suyo que hacía pasar las horas con él fuera un verdadero castigo. En más de una oportunidad inquirió porque su semblante tenía siempre ese aire amargado, como si hubiese chupado un limón (por supuesto no con esas palabras, ¡nunca-con-aquellas-palabras!); empero la única respuesta obtenida era: "no sé de que me hablas".

Ergo, debió buscar respuestas en otra parte. Su madre no era una opción, así que recurrió a los sirvientes. Estos eran una real fuente de información si uno sabía como sonsacarles sus secretos. Lógicamente, no confiaban en sus amos, así que preguntarles directamente hubiera sido suicida.

Comenzó a escucharlos a hurtadillas, siendo de lo más ingenioso en los lugares donde decidía esconderse. Trepado a los melocotoneros del huerto, metido en los frondosos arbustos de lavanda, haciéndose pasar por un paje del establo. Se tragó innumerables conversaciones acerca de pretendientes, amantes, apuestas clandestinas y estafas, que no le interesaban en lo más mínimo, hasta que un buen día oyó algo que captó su interés:

"El amo acaba de regresar" dijo el ama de llaves, limpiándose el dedo que untó en la mermelada enfriándose en los jarros.

"¡Cuéntame!" susurró – o chilló, depende de como lo quisieras ver – la cocinera. "Se fue a Portree, ¿cierto? ¿La encontró?"

"¿Todavía tienes esperanzas? No, nada. Es como si se la hubiese tragado la tierra" la mujer se desplomó en una butaca y se refregó los ojos con el dorso de la mano.

"Pero decían que la cabaña estaba habitada"

"Sí, y eso es lo más curioso. Los lugareños dicen que desde la muerte de Lady Brigit nunca más volvieron a saber de la muchacha"

"¡Oh, es terrible! ¡Terrible! ¡Tan jovencita, tan llena de vida!" la cocinera suspiró, y por un instante Tobias pensó que se echaría a llorar. El ama de llaves le palmeó el brazo afectuosamente. "¿Recuerdas lo emocionada que estaba en la cena? Cuando le comenté lo mucho que se parecía a su madre, ella sonrió de oreja a oreja y me mostró el vestido – una cosa bellísima, de terciopelo color frambuesa, con madreperlas bordadas en el escote –. En todos mis años aquí jamás la había visto tan feliz"
"Era el comentario de todos los invitados. El difunto señor se pavoneaba del brazo con ella, proclamando que era la beldad de la familia..."

"Eliza – ¿te acuerdas?, aquella chica escuálida que nos ayudaba en los mandados por aquellos días – me comentó que Lady Sarah bailó con un solo caballero. Lady Irene echaba humo por las orejas. Pero aquel hombre no le quitaba las garras de encima y la pobrecilla parecía bastante embelesada"

"¿Cómo se llamaba?"

"Nunca lo supimos, pero..."

Y fue en ese instante en que su madre decidió supervisar los preparativos de la improtante cena de su padre, dejando a Tobias sin saber que más había pasado.

Al principio, no supo que pensar al respecto. ¿Sería relevante? Suponía que sí, porque si consiguió mover a su padre hacia la isla de Skye... ¿Pero de qué cabaña hablaban? Los Williams Fitzgerald no poseían propiedades allí. ¿Quienes eran Lady Brigit y Lady Sarah? Una antigua amante no podía ser, su abuelo nunca la habría aceptado y su madre habría hecho un escándalo. ¿Una pariente extraviada? Era evidente que había una conexión entre aquellas mujeres y su padre. ¿Serían hermanas que él desconocía su existencia?

Habiendose cansado de oír los cotilleos de la servidumbre y considerando que aquel era tan buen lugar como cualquiera para continuar la investigación, Tobias decidió buscar en los álbums familiares. Seguramente no habría nada en ellos, pues estaban a la vista de todos en la biblioteca y los conocía al dedillo. De igual forma los revisó uno por uno. Ya los estaba regresando a los estantes cuando oyó los gritos de su madre.

"Maldito mocoso... igual de problemático que aquella desquiciada"

Tobias, que hasta entonces había permanecido rígido cual estatua tras el cortinaje, abrió desmesuradamente los ojos y logró taparse la boca antes de emitir el sonido abrumador que quiso escapar de su garganta.

No era el insulto o la evidente falta de cariño lo que provocó en el muchacho aquella reacción. Si no la comparación, que evidentemente era algo que él no debía saber pues su madre jamás dijo nada semejante en su presencia. Las palabras repiquetearon en su cerebro cuales gotas de almibar cayendo de una jarra. Lenta, muy lentamente. ¿Igual...? ¿Igual a quién? ¿A la desquiciada? ¿Cuál desquiciada? No existían registros de locura entre los Williams o los Fitzgerald o los Abercrombie... Lady Williams pasó al lado de las pesadas cortinas de damasco, el peinado perfecto, levantando las faldas, sin percatarse de las lustrosas botas italianas que asomaban por debajo de estas.

Tobias aprovechó aquella misma noche para inmiscuirse en el despacho privado de su padre. Tanto este como su madre habían ido a una velada (llena a rabiar de bigotudos e imbéciles) en honor al cumpleaños de algun estirado amigo de ellos y, como los sirvientes se retiraban temprano, nadie lo descubriría.

El despacho era grande, aunque no tanto como el de Inverness. Aún así la tarea era titánica y puso manos a la obra con la diligencia característica de un fraile. Buscó entre los estantes. Escudriñó libro por libro, atento por si sobresalía algún papel, inspeccionándolos meticulosamente cuando se topaba con uno. Descubrió un par de pagarés todavía por cobrar y algunas arañas metidas en los rincones. Pero ningún dagerrotipo o documento que probara la existencia de Lady Brigit o Lady Sarah.

Más tarde rebuscó en el escritorio. Se valió de un abrecartas para abrir los cajones con llave y también se fijó en cada fondo falso. Un revólver, más pagarés, una hipoteca ya cobrada.

Desconcertado, decepcionado y con ganas de abandonar la empresa, salía de la habitación cuando uno de los óleos llamó su atención: era un cuadro de no más de tres palmas de alto y dos de ancho, por lo que pasaba desapercibido sin siquiera desearlo. Lo rodeaban otros más grandes y pomposos, lo cual explicaba que él nunca los hubiese contemplado por más de un minuto. ¿Cuantas veces había pasado por enfrente, ignorándolos?

La pintura en cuestión era sencilla, al óleo y tenía sus buenos años. Poco colorida, parecía reflejar un paisaje otoñal que definitivamente no era inglés, a pesar de tener de fondo un oscuro mar bravío. Familiarizado con los bucólicos paisajes de la campiña esocesa, Tobias determinó que aquella era o una isla o un acantilado del país del norte. También había una cabaña que parecía salida de un cuento de hadas, cuya estructura de piedra se mimetizaba con el paisaje al estar cubierta en gran parte por enredaderas. A un costado, dos figuras femeninas recogían flores.

Crisantemos, para ser exactos.

¡Aquella debía ser la cabaña en Skye! Y muy posiblemente una de ellas era Lady Brigit, aunque le dejaba la duda sobre quién era la otra ocupante del retrato (Tobias no supo porque dichas aseveraciones le supieron a irrefutable verdad, pero tampoco se detuvo a cuestionarlo). ¿Pero qué pudo haber pasado para que dos señoras de alcurnia terminaran viviendo tan lejos? A Tobias no se le ocurría otra cosa que un sórdido romance, tan llena estaba su cabeza con los cotilleos de los sirvientes.

Trajo una silla del escritorio y se encaramó sobre ella, queriendo observar el cuadro más de cerca. Una era evidentemente anciana, la otra mucho más joven. No parecían ser madre e hija, la diferencia etaria demasiado grande. Pero ambas tenían una estatura similar y el pintor se había encargado de dejar bien en claro que sonreían. Sus ojos eran verdes y brillantes cual esmeraldas pulidas. No podía ser su abuela porque esta aún vivía y no se parecía en nada a esta anciana. ¿Habría estado casado antes su padre? No se gastaba en pensar en su madre porque conocía al dedillo su vida antes de convertirse en Lady Fitzgerald Williams: ella misma se había encargado de gritarla numerosas veces.

Presintiendo que no hallaría más que eso, Tobias decidió acostarse. En unos días partirían rumbo a Escocia y tal vez allí encontraría más respuestas.

El viaje a Inverness se hizo interminable. Odiaba estar en compañía de su madre. En especial cuando lo único que esta hacía era enumerar detalladamente a quienes invitaría al baile inaugural de la temporada en ciernes.

A su lado una doncella tomaba nota de todo cuanto decía en una minúscula libretita. Se notaba que estaba cansada y Lady Williams la tironeó de la oreja en cuanto cabeceó.

"¡Concéntrate!"

Tobias no pudo evitar la mueca de dolor al contemplar la escena. Los pellizcos, tirones y zarandeos eran una especialidad de su madre.

"Sigue anotando. Lord y Lady Stanfford; Sir Maxwell; ...el que volvió hace poco de las Indias... ¡ah, Lord Beresford!; Lady Crawford..."

El arribo a la vieja mansión no perturbó en nada los preparativos de la mujer y él pudo escabullirse, obteniendo un falso y efímero sentimiento de libertad. Lord Williams no vendría hasta mediados de semana y Tobias se amargaba al saber que estaría solo para aguantarle los desvaríos por otros tres días.

N/A: Esta historia es continuación de "De cómo Sarah llegó al Reino de los Goblins". Es posible comprenderla sin haber leído la anterior, pero no lo aconsejo. Espero que les guste.
Y espero que realmente haya podido plasmarla tal como está en mi cabeza. A veces uno tiene toda la intención de escribir una cosa, ¡pero sale otra totalmente diferente!