[Este fic es un regalo de cumpleaños para nuestro Ryokuryuu favorito, para "La zona (roja) de Jae-Ha", del foro "El feliz grupo de hambrientos"].
Descargo de responsabilidad: Akatsuki no Yona pertenece a Kusanagi sensei, pero estas letras son solo mías.
PRIMERA VEZ
Jae-ha finge que ajusta las cuerdas de su viejo ehru mientras a su alrededor acontece un pequeño caos. Yoon persigue a Zeno con un cucharón mientras va esparciendo espesas gotas de su último experimento culinario. Kija salta para evitarlas, no fueran a mancillar el prístino blanco de sus ropajes, con tan mala fortuna que da contra Yona, lo cual —evidentemente— hace que Hak se ponga en modo guardián protector. Ao aprovecha para saltar sobre todo ese revuelo hacia Shin-Ah, bien sobornada por la promesa de una magnífica bellota.
Jae-Ha no necesita alzar los ojos para saber qué sucede. Puede imaginar perfectamente cada expresión, cada gesto. Así que finge estar ocupado para no mirarlos, porque si lo hace, no será capaz de contener ese nudo de emociones descontroladas que le obstruye la garganta.
Él no es así, caramba. Habitualmente no, por lo menos. Pero es que, frente al fuego, hay pasteles de mochi, moras recién cogidas, pasteles de anko, pasta dulce de azuki…, y hasta tres botellas de sake conseguidas en el pueblo.
Y es que esta era su primera vez. Su primera fiesta de cumpleaños.
Jae-Ha tardó en saber que la gente festejaba con los demás el día de su nacimiento. Precisamente él, una criatura abominable, criada entre las cuatro paredes de una celda, no estaba destinada a nada parecido. No fue hasta que pudo respirar, hasta que sintió el viento en la cara y el vértigo de sus saltos en libertad, que aprendió que había mucho más en recordar tal día. Lo que realmente se celebraba era la dicha de tener en sus vidas al festejado —a él—, y de compartir juntos risas, penas y alegrías… Y estas, todas ellas —Jae-Ha les roba una mirada y de nuevo esa emoción, cálida, dulce y abrumadora, amenaza con exponer su momento de debilidad al mundo—, eran personas que celebraban haberlo conocido, sin saber que era él quien agradecía, por idénticas razones, a los mismos dioses que lo condenaron a ser un monstruo.
Jae-Ha nunca había tenido una familia a la que llamar propia pero sabe —siente— que estos locos, escandalosos, caóticos y absolutamente adorables, son su familia elegida. Sus hermanos, verdaderos hermanos de sangre y de espíritu. Por todos los dioses, si hasta tenía primos, una mascota y una madre que cocinaba como los ángeles.
Será más tarde, bajo la excusa del alcohol, cuando Jae-Ha los llame en voz alta querida familia. Porque definitivamente eso es lo que son. Su familia del corazón.
