Capítulo I: Zafiro azul
Era una tarde de esos días de comienzo de marzo en que el cielo estaba limpio, y la primavera hacía su llegada antes de tiempo, que encontró a Ross Poldark recostado sobre su sillón colgante del jardín de la casa. Con los brazos cruzados detrás de la nuca, miraba hacia el horizonte y sonreía para sí mismo. Fue esa tarde cuando Ross, después de mucho tiempo, se dio cuenta que estaba volviendo a sonreír.
Se lo veía más descontracturado con el cabello más largo y recogido. Había vuelto a usar remera, jeans y zapatillas.
Desde hacia unos meses, vivía nuevamente en Nampara, su hogar de toda la vida. Era un lugar especial para él. Se encontraba en Cornualles sobre un acantilado en la costa del mar. El patio tenía una vista increíble y desde allí podía escucharse el sonido de las olas al romperse cuando chocaban entre sí. A veces Ross salía a caminar y bajaba por el acantilado para quedarse a solas contemplando la inmensidad del mar desde la playa que pertenecía desde hacía casi tres siglos a su familia.
Ross provenía de una familia aristocrática pero no vivía como tal. Tenía un espíritu protector hacia los demás. Era un hombre impulsivo pero de principios, con una gran conciencia social.
Había vivido en Virginia, en los Estados Unidos de América para estudiar la carrera de International Relacionship y hacía cinco años que había regresado con el título de licenciado.
Ahora tenía treinta y cuatro años y aún conservaba ese atractivo varonil. Era alto, delgado, con un físico escultural. Sus ojos eran de color miel y su cabello negro rizado.
Cuando regresó de los Estados Unidos no pudo dedicarse a su carrera por dos razones. La primera, porque había conocido a Elizabeth Chynoweth a quien por aquel entonces sentía una profunda admiración. Elizabeth era una chica muy bella, fina y elegante. Estuvieron muy poco tiempo de novios, luego se fueron a vivir juntos a un departamento cuando ella quedó embarazada de su único hijo, Valentine.
La segunda razón fue porque Ross decidió dedicarse a la orfebrería en la empresa de su padre, llamada Joyería Grace en honor a su madre. Necesitaba trabajar, con un hijo en camino, no podía seguir esperando algo referente a su carrera. Además quería ayudar a su padre a hacer resurgir la empresa.
Resultó ser que cuando Grace murió, Ross era un adolescente. Joshua había perdido el incentivo para trabajar, para vivir. Se había descontrolado lo suficiente como para descuidar a su empresa por lo que esta comenzó a perder notoriedad, clientes y bajada en las ventas.
Años más tarde, Joshua se enfermó y luego de un tiempo murió. Ross quedó al mando de la Grace para remontarla.
Poco después los Warleggan, George y su tío Cary abrieron en Cornualles una sucursal de las tantas joyerías que tenían en Londres, Truro y otras ciudades importantes de Inglaterra.
Elizabeth añoraba ciertos lujos que se daba cuando vivía en la casa de sus padres; tratamientos estéticos, ropa de diseño, perfumes, viajes. Desde que vivía con Ross habían tenido que ajustarse los cinturones ante la desfavorable situación económica que estaban atravesando.
La situación empezaba a mostrar muchas diferencias entre ellos. Por su parte Ross trabajaba mucho para salir adelante. Para que pronto la suerte cambiara favorablemente.
En cambio Elizabeth, con el tiempo se había vuelto más frívola.
Era una chica de una familia bien que no sabía o no quería buscarse un empleo para salir adelante. Detalle que Ross no pasaba por alto y comenzaba a molestarlo bastante. Si había algo que lo fastidiaba era la holgazanería. Él quería un poco de consideración por parte de su mujer.
Una noche en una de las tantas discusiones que tenían, Elizabeth comprendió que algo debía hacer. No porque hubiera cambiado de parecer sino por mejorar su propia condición. Tenía un ego tan grande que pensaba en ella, en Ross y en su hijo en función del estatus social.
Así fue como decidió llevar adelante la parte de relaciones públicas de la empresa.
Y fue en una de esas reuniones empresariales que conoció a George Warleggan con quien primero había iniciado una relación de amistad. Pero más tarde esa relación tomó otro rumbo.
George era un hombre muy codicioso y arrogante. Conocía a Ross desde la infancia y siempre había sentido envidia por su forma de ser, su familia y su posición social. Ahora que era un hombre de negocios lo redoblaba en dinero. Solo Dios sabía cómo había amasado semejante fortuna en tan poco tiempo. George quería ver a Ross humillado.
Entonces fue por todo.
Una tarde, después de una reunión, George decidió seducir a Elizabeth. La invitó a cenar y luego se le declaró.
-¿Sabes lo que deseo Elizabeth?
-No. ¿Qué? Preguntó ella.
-Te amo desde hace tiempo y deseo que te cases conmigo. Creo que te caigo bien y me respetas. Espero que con el tiempo eso se convierta en algo más. Sé que nunca te casarías por dinero y a riesgo de ofender deja que te aclare lo que puedo ofrecerte. Mi casa es cuatro veces la casa donde viviste con tus padres. Tengo sirvientes, un parque de 200 hectáreas, autos. Te llevaría a Londres o a Bath. Vestirías las mejores ropas, te codearías con lo mejor de la sociedad.
Y agregó: -Tu hijo sería mi heredero. Viviste mucho tiempo enjaulada. ¿No me vas a permitir darte la llave?
-Ay George, no sé qué decir!
-No digas nada. No pido una respuesta ahora.
La propuesta le había fascinado, era la vida que siempre había soñado tener con Ross pero que sabía, este no podía darle y hasta parecía no importarle tampoco. A veces hasta sentía que lo odiaba por eso.
Cuando salieron de allí con George, Elizabeth ya estaba decidida a dejar a Ross.
En cuanto llegara al departamento hablaría con él y le contaría la verdad para que viera lo que había logrado por hacerla trabajar después que una dama como ella hubiera pasado tantas privaciones y para que supiera que ella podía tener a toda la aristocracia a sus pies sin proponérselo. Como bien había dicho George, había vivido muchos años enjaulada y ahora aceptaría su llave para salir.
Ross la estaba esperando para conversar acerca de algunos avances en la empresa, para saber qué novedades traía de la reunión y en realidad también para tener una excusa de qué hablar.
Valentine dormía por lo que podrían compartir un rato solos.
-Hola Ross! Está Valentine durmiendo ya? Necesito hablar contigo.
Ross la notaba extraña creía que traía malas noticias de la reunión. Vaya si traía malas noticias se traía un vendaval.
-Sí, Valentine duerme. Le contestó. -Te escucho.
-Lo que tengo para decirte, sé que te apenará. No quiero hacerte sufrir Ross pero mi vida ha sido muy frustrante y vacía últimamente. George Warleggan me ha ofrecido matrimonio y voy a aceptarlo.
-¿Qué? ¿George Warleggan?
-No espero que lo entiendas.
-Intentalo.
-George se ha portado muy bien conmigo, ha sido muy amable.
-¿Te casas con él por su dinero?
-¿Cómo te atreves?
-¿Amas a George?
-Sí.
-¿Por qué no te creo? ¿En qué aspecto estoy más confundido? Hasta hace poco me decías que me amabas. ¿Y nuestro hijo?
-Lamento que te sientas así pero no puedo evitarlo, Valentine se viene conmigo.
-No. Quizá tampoco puedas evitar esto. Y la besó. Fue un beso forzado, quería entender, quería comprobar que tan enamorada estaba de George. Inmediatamente Elizabeth lo alejó.
-Me opongo Elizabeth, por Dios es una locura! ¡Piensa en Valentine! Los dos sabemos que no lo amas.
-Lo amo con locura y me casaré con él el mes que viene.
La vida de Ross había cambiado por completo. Desde entonces no había vuelto a sonreír. Le preocupaba mucho la felicidad de Valentine.
Había hablado de la situación con Harry Pascoe, abogado y amigo de él y de su padre. Legalmente podía llevarse a Valentine a vivir con él a Nampara porque Elizabeth había hecho abandono de hogar. Sin embargo Ross por el bien del niño decidió que no. Era muy pequeño, tenía tres años y necesitaba a su madre. Él por su parte trataría de llevar una buena relación con ella y su esposo a pesar de lo mal que se sentía y viajaría a Truro cada fin de semana para verlo. Todo lo haría por la felicidad de su hijo.
Antes de que Valentine se fuera, le preparó en el taller un anillito con un zafiro engarzado para que siempre lo tuviera con él. El zafiro es una de las piedras más bellas y especiales que existen en el mundo y que poseen una gran resistencia. Valentine era su pequeño zafiro azul.
