Esta historia ha estado coleccionando polvo en mi baúl desde hace años. Lo escribí originalmente para un concurso, pero nunca lo llegué a publicar porque quería terminar unos fics pendientes primero. Debo agradecer enormemente a mi gran amiga e hija internauta que en ese momento hizo de beta reader y me ayudó a corregir algunos errores. Ojalá pronto tenga tiempo de volver a escribir porque sus historias son un deleite.

En verdad no sé de dónde surgió esta idea, aunque estoy vagamente seguramente que tuvo alguna inspiración en Mockingjay (Sinsajo de la trilogía de los Juegos del Hambre). Por lo menos, el título hace referencia a una especie de juego que tenían Katniss y Peeta (creo).

Editado: Ya me acordé de dónde me inspiré...Fue del libro El juego del ángel, segundo libro de la tetralogía del Cementerio de Los Libros Olvidados, de Carlos Ruíz Zafón (mi autor favorito, completamente recomendado, por cierto).

Antes de que empiecen a leer, sólo quisiera decirles algo...No todo es lo que parece.

Disclaimer: Shaman King es propiedad intelectual de Hiroyuki Takei. ¡Apoyemos Shaman King en cualquier forma que podamos!

¿Real o no real?

Lo primero que vio al abrir los ojos fue un desconocido techo. Lo observó durante instantes y, algo contrariado se incorporó, dándose cuenta casi de inmediato que tampoco se encontraba en su futon. Neblinas de confusión aun ensombrecían sus recuerdos. Incorporándose lo suficiente, echó un pequeño vistazo a su alrededor, revelándose ante él una pequeña habitación de paredes blancas y acolchonadas.

Pronto se fijó que tanto el techo como el piso también estaban hechos del mismo material que las paredes y que no había absolutamente nada en el pequeño cuarto, salvo por una lámpara que estaba incrustada en unas de las esquinas altas y que bañaba con una luz blanca el lugar. Lo primero que pensó era que estaba soñando pues no tenía ningún recuerdo de cómo había llegado hasta ahí.

Un pellizco por aquí y una cachetada por allá lo dejaron con una pequeña sensación de dolor, pero aun así se mantuvo aferrado a la idea de que todo debía ser un sueño, o tal vez podía ser una broma de mal gusto de sus amigos.

—¿Amidamaru, estás por ahí? —Se decidió a preguntar al aire, esperando que su fiel compañero apareciera a su lado con una explicación de lo que sucedía—. ¿Alguien por ahí?

Lo único que obtuvo fue silencio.

—Seguramente todo esto es muy gracioso, pero Anna me matará si no hago el desayuno —intentó nuevamente, pero igual que antes no consiguió ninguna respuesta.

Con un pequeño suspiro de resignación se acercó a las paredes tratando de encontrar alguna forma de salir de aquel lugar. No entendía nada de lo que estaba ocurriendo, lo último que recordaba era haberse acostado en su habitación de la pensión luego de una cena tranquila con Anna. Sabía que no tenía el sueño pesado, así que no entendía cómo pudieron moverlo de la habitación, peor aún, cómo le cambiaron la ropa sin que se diera cuenta, porque estaba completamente seguro que no se fue a dormir con ese pantalón holgado blanco ni con esa camisa del mismo color.

Al no hallar nada en las paredes se decidió sentar en medio de la habitación con las piernas cruzadas y un gesto de concentración en el rosto.

Otro pellizco le reveló lo que ya sabía. No estaba en un sueño, aunque eso fuera lo que tenía más sentido dada la situación, así que lo único que quedaba era que alguien lo había secuestrado y abandonado a su suerte en aquel lugar. El por qué, quién y cómo tendrían que esperar hasta que saliera de esa habitación. Mientras tanto se mantendría sentado, pues tarde o temprano alguien debía aparecer, a menos que el objetivo fuera matarlo de aburrimiento o de inanición. Lo cual no era una posibilidad si sus amigos eran los responsables de esa situación.

No supo cuándo empezó a dormitarse, pero un ligero ruido hizo que abriera los ojos de golpe y se pusiera de pie de un salto.

—Señor Asakura —esa voz desconocida guió sus ojos hacia unas de las paredes encontrándose con tres hombres que no reconocía parados en el marco de una puerta que extrañamente no había notado durante su inspección de la habitación.

Lo primero que llegó a su mente era que esas personas no debían conocer el significado de los colores, si el color de sus ropas, blanco igual que todo lo demás, era cualquier indicación.

—¿Quiénes son ustedes, por qué estoy aquí? —Preguntó calmadamente. Cualquier otro en su situación estaría alterado por el extraño escenario al que despertó, pero no él. Nunca él.

—¿No recuerda lo que pasó, señor Asakura? —uno de los hombres se acercó hasta invadir su espacio personal. Era alto, fácilmente le llevaba dos cabezas.

Tuvo que luchar contra su instinto de retroceder ante la cercanía de aquel extraño sujeto, manteniéndose en su posición con una mirada de inocente confusión.

—Me temo que no sé a qué se refiere.

Una sonrisa que dejaba entrever sus blancos dientes adornó la cara del hombre frente a él. Por alguna razón eso hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal. No sabía por qué pero no tenía un buen presentimiento.

—¿Cómo se siente, señor Asakura? —Inquirió el desconocido ignorando las preguntas hechas anteriormente.

—Confundido.

—Me imagino que sí —declaró aumentando aún más su confusión—. Un efecto secundario de los medicamentos me temo. Pronto todo se aclarara.

—¿Eh? —Fue lo más inteligente que se le ocurrió decir. No sabía a qué medicamentos se refería, de hecho no entendía absolutamente nada de lo que le estaban diciendo.

—Caballeros, creo que el señor Asakura está lo suficientemente bien para integrarse nuevamente con los demás —habló dirigiéndose a los dos hombres que seguían parados en la entrada viéndolo con gestos indiferentes.

Con un asentimiento de cabeza, ambos se posicionaron detrás de él para luego hacerle un gesto con las manos de que comenzara a caminar. El tercer hombre, por su parte, salió de la habitación sin decir más nada.

—¡Espere! —Intentó correr tras él, pero uno de los hombres le agarró el brazo con fuerza para evitar que se escapara de su rango de vigilancia—. Oigan, ¿qué es lo que está pasando, dónde estoy?

Ninguno de los dos hombres se dignó a darle una respuesta, simplemente lo soltaron y le indicaron que caminara hacia la salida. El Asakura los miró con algo de frustración pensando en hacer lo opuesto a lo que esos sujetos querían, pero el deseo de salir pronto de aquella habitación pudo más que sus sentimientos de rebeldía, así que comenzó a mover los pies en dirección a la puerta.

Fuera del cuarto se extendía un largo pasillo blanco. Esa gente necesitaba seriamente expandir sus colores, la vida no solo era blanca, fue lo que llegó a su mente al ver las paredes.

No supo cuánto tiempo caminaron, pasando tantos pasillos que no se sorprendería si alguien le decía que estaba en un laberinto. Sólo se detuvieron un momento en un baño para que se aseara, todo el tiempo en un silencio incómodo. Los dos escoltas que lo flanqueaban, que fácilmente podrían pasar por unos gorilas con piel humana debido a su tamaño, sólo se limitaban a guiarlo con señas de sus manos por el camino que debía recorrer, sin decirle absolutamente nada a pesar de tratar de hacer conversación varias veces durante el trayecto.

Finalmente comenzó a escuchar algo, apenas un murmullo que iba aumentando de volumen a medida que se acercaba a una puerta abierta. Parecía que había gente del otro lado, mucha gente si el sonido era alguna indicación. Con renovado vigor aceleró el paso, quizá alguien ahí podría explicarle lo que estaba pasando.

—¿Cómo te atreves a tomarte mi leche, cabeza de púas? —Una voz muy familiar se alzó por encima del resto paralizándolo momentáneamente.

—¡Eso te pasa por acaparar toda la leche, cabeza de antena! —le respondió otra voz igual de familiar.

Una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro al reconocer a los dueños de aquellas voces. Retomando el paso, atravesó finalmente la puerta, esperando encontrarse con sus amigos.

—¡Chicos! —Gritó emocionado. Al instante todas las cabezas voltearon a verlo.

Parecía haber entrado en una especie de comedor, las sillas y mesas distribuidas en toda la instancia eran su principal indicador, sin mencionar la gran mesa llena de bandejas de comida que estaba siendo servida a una línea de personas de blanco ubicado frente a una pared.

—Parece que por fin soltaron al cara de Hippie —soltó un chico de corta cabellera azul que estaba sentado en una de las mesas de la esquina junto a tres personas más.

—¡Yoh! —Gritaron varias voces en la mesa contigua.

Con una gran sonrisa se acercó hasta las mesas donde estaban sus amigos, ignorando las miradas de los demás ocupantes del lugar. Al llegar junto a ellos se percató que todos estaban usando las mismas ropas que él, extrañándolo de sobremanera.

—Chicos, ¿qué está pasando, dónde estamos? —Ante esa pregunta sus amigos se miraron entre sí antes de comenzar a murmurar discretamente.

—Quizá son los medicamentos.

—Mira que vino sonriendo como un idiota.

—Debe estar lleno de sedantes, por eso está tan tranquilo.

¿Medicamentos, sedantes? ¿De qué rayos estaban hablando? No podía encontrarles ninguna coherencia a sus palabras.

—Oye Yoh, ¿cómo te sientes? —Se dirigió a él el más pequeño del grupo con una nota de precaución en la voz que hizo que frunciera el ceño.

—Estoy muy confundido Manta, no entiendo nada de lo que está pasando —confesó con un suspiro resignado al mismo tiempo que sus pensamientos volvían a la idea de que le estaban jugando alguna broma.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —Siguió preguntando el pequeñín con el mismo tono de antes. Ahora que se fijaba bien, todos sus amigos lo estaban mirando con cautela, como si de un momento a otro pudiera alborotarse y causar una escena.

Sintiéndose contrariado con todo lo que estaba pasando, Yoh Asakura les relató cómo se había ido a dormir la noche anterior en la pensión y luego despertado en aquella extraña habitación de paredes acolchonada. No le pasó desapercibido las miradas de preocupación y desconcierto en la cara de sus amigos al contarle su historia, aumentando más, si era posible, su estado de confusión.

—Don Yoh debe estar hambriento —saltó uno de la nada cuando terminó su relato. Era el más alto del grupo, con el cabello arreglado en forma de un tupé de varios centímetros hacia delante—. Iré a buscarle algo de comida.

—Ryu, no es… —Iba a decirle que no era necesario cuando su estómago lo interrumpió con un gruñido. Ante esto Yoh puso una mano detrás de su cabeza y soltó unas risas avergonzadas.

Sin esperar respuesta, Ryu se apresuró hasta la larga mesa donde estaban sirviendo la comida. Yoh apenas parpadeó ante la reacción de su amigo, y tomó asiento en una de las sillas vacías de una mesa cercana. Quizá era su imaginación, pero sentía que Ryu estaba evitando el tema a propósito.

—¿Qué está pasando? —Retomó el cuestionario anterior esperando que esta vez pudiera finalmente encontrar algún sentido a lo que estaba pasando.

Sus palabras fueron seguidas por un tenso silencio. Sus amigos veían nerviosamente cualquier lado menos su cara, como si temieran decirle. ¿Acaso pensaban que se enojaría si le revelaban que todo era una broma?

Estaba a punto de abrir nuevamente la boca cuando el chico que estaba sentado frente al de cabellos azules dio un resoplido de molestia. Fijando su penetrante mirada ambarina en la suya le dijo seriamente…

—Estamos en el Instituto Hoshi de Salud Mental.

—¿Qué? —Preguntó sin entender. Parecía que ese sería su estado perpetuo ese día.

Los demás lo miraban ahora atentamente, como si esperaran ver alguna reacción explosiva de su parte. ¿Sinceramente, qué era lo que estaba pasando con todo el mundo ese día, acaso el mundo se había caído de su eje mientras estuvo dormido?

—Estamos en el… —intentó repetir, esta vez enunciando las palabras lentamente como si le estuviera hablando a un niño pequeño.

—Te escuché la primera vez Ren —le interrumpió bruscamente provocando que los demás dieran un respingo de temor. Dándose cuenta de lo que había hecho murmuró rápidamente una disculpa—. Es que no logro comprender por qué estamos aquí y por qué se están comportando como si fuera a atacarlos en cualquier momento.

Ahí estaba, finalmente había sacado a relucir algunas de sus inquietudes. Ahora sólo faltaba que alguien por fin se dignara a darle una respuesta satisfactoria.

—Obviamente estamos aquí porque estamos aparentemente "locos" —Ren fue el que le respondió nuevamente, dándole un toque de ironía a su última palabra—. Y la razón por la que todos estos pendejos están asustados es porque la última vez que te vimos estabas fuera de control y mataste al director.

—¡¿A quién llamas pendejos?! —Varios gritos de indignación se escucharon en medio de su explicación.

Por su parte, Yoh lo miró con abierto terror, incapaz de creer que tuviera el temple para matar a alguien. Ren le devolvió una mirada impasible. Del grupo era el único que no se había mostrado asustado desde que Yoh se integró.

—¿Qué? —Cuestionó en apenas un hilo de voz—. ¿Estás bromeando, cierto?

Su mirada se pasó por cada uno de los ocupantes de las dos mesas, esperando encontrar alguna emoción que denotara la falsedad de las palabras de Ren. Este había hablado con un tono tan casual que bien podría estar hablando del clima y no de un homicidio, haciendo que fuera casi imposible detectar alguna mentira en su voz.

—Podrías haber sido un poco más sensible, Ren —le regañó la chica que estaba sentada al lado de Horo Horo. Por ese cabello largo azul debía ser su hermana.

—¿Tan sensible como ustedes que están actuando como ratas temerosas? —Preguntó mordazmente. Tenía los brazos cruzados y una mirada de irritación en la cara.

—¡Ten cuidado cómo le hablas a mi hermana!

—Aquí tiene, Don Yoh —justo en ese momento llegaba Ryu con una bandeja de comida. Yoh apenas le prestó atención. Su mente era un caos.

Ignorando la discusión a la que se enfrascaron nuevamente Ren y Horo Horo, Yoh se paró abruptamente ganándose la atención de sus amigos. Con pasos apresurados se dirigió hacia unas de las puertas con el letrero de baño. No supo en qué momento sus dos escoltas lo dejaron, pero pensó que era lo mejor. Necesitaba un momento a solas para recuperar la compostura.

Una vez en el baño fue directo al lavamanos a lavarse la cara y mirar su reflejo en el espejo, fijándose de inmediato en las horribles ojeras que colgaban de sus ojos. ¿Serían sus amigos capaces de hacer una broma tan cruel o acaso todo era una horrible pesadilla?

Nuevamente se dio un pellizco, esperando esta vez despertar nuevamente en su habitación en la pensión. Al no pasar nada suspiró apesadumbrado, viendo cómo su reflejo le devolvía una mirada acongojada. Se veía fatal y realmente no entendía por qué.

En la distancia escuchó una campana sonando distrayéndolo un momento de sus pensamientos. Echándose agua en la cara una vez más decidió llegar al fondo de todo el asunto. No se creía capaz de matar a nadie, ni siquiera durante el Torneo de Shamanes y su pelea con Hao. Siempre encontraba la forma de vencer a sus oponentes sin recurrir al asesinato, así que todo debía ser un gran malentendido. El hecho de no recordar absolutamente nada de que lo que le describió Ren era otra razón para creer que nada de eso era cierto.

Salió del baño con renovado optimismo, esperando reunirse de nuevo con sus amigos y aclarar todo el asunto. Lo que no esperó fue hallar el comedor vacío. En la mesa donde había estado sentado yacía abandonada su bandeja de comida.

—Los demás salieron —le informó una voz a un lado.

Al voltear la cara se encontró con Ren de brazos cruzados recostado de la pared. ¿Cómo no se había dado cuenta de la presencia del chino en las cercanías?

—¿Y tú te quedaste a esperarme?

—La banda de miedosos estaba demasiado asustado de cómo reaccionarías ante las noticias —le explicó caminando hacia una de las puertas, esperando que le siguiera sin necesidad de palabras.

—¿De verdad piensan que yo sería capaz de matar a alguien? —Preguntó dolido. ¿Acaso no lo conocían lo suficiente para saber que no haría eso?

—No sería la primera vez —respondió como si nada Ren—. Es la razón por la que estás aquí, después de todo.

—¿Qué? —Se tuvo que detener al escuchar eso. Ren siguió caminando sin mirar atrás como si no le importara si decidía seguirlo o no—. Espera Ren, ¿a qué te refieres con eso?

Corrió un poco para alcanzarlo, atravesando otra puerta y sintiendo los cálidos rayos del Sol sobre su cara. Tuvo que cubrirse el rostro al verse momentáneamente deslumbrado. Parecía que estaba en un patio bien amplio, lleno de árboles, hierbas y flores. Después de tanto blanco algo de color se sentía como un respiro de aire fresco.

Ren lo miró como si tratara de analizarlo. Al final no dijo nada y se acercó a donde estaban los demás, desparramados bajo la sombra de un árbol bien grande.

Su mirada se pasó rápidamente por la de sus amigos, notando cómo a los siete que vio en el comedor se le unieron dos personas más. Inmediatamente se dio cuenta que faltaba alguien en ese grupo. Tras un conteo rápido, nombró a cada uno en su mente.

Ren, Horo Horo, Pirika, Manta, Ryu, Lyserg, Tamao, Jeanne, Jun… —Esas dos últimas eran las que se unieron al grupo al salir—. ¿Dónde está Anna?

Fue como si hubiera dicho alguna especie de tabú. De inmediato todo el mundo detuvo lo que estaba haciendo para mirarlo petrificados.

—Ahora que lo pienso, ¿dónde están Amidamaru, Basón, Kororo y los demás espíritus? —La mención de sus espíritus acompañantes hizo que el hechizo se rompiera logrando que volvieran a lo que estaban haciendo.

Por un lado Pirika peinaba a Tamao, que por alguna razón se rehusaba a mirarlo a los ojos desde que se integró al grupo en el comedor. Jeanne leía lo que parecía una biblia, Jun hablaba con Ryu, mientras Lyserg y Manta jugaban ajedrez.

—¿Sabes que los fantasmas no existen verdad, Yoh? —Horo Horo fue el que habló, era el único que estaba acostado sobre la grama sin hacer nada.

—¿Qué? —Bien podría pegarse esa palabra a la frente, era lo único que parecía saber decir—. Pero Amidamaru…

—Es un personaje de una película —completó Manta desviando brevemente su atención del tablero de ajedrez para mirarlo.

—El torneo de Shamanes…

—Un juego en línea masivo por el título de Shaman King donde creas un avatar basado en tus características —Siguió explicando Manta.

—Parece que volvió a alucinar —murmuró Lyserg moviendo una pieza—, encima de la amnesia.

—Con la forma tan violenta cómo lo detuvieron, lo sorprendente es que no tenga par de fracturas —opinó Pirika.

—¿Qué? —Comenzó a retroceder lentamente como si eso pudiera escudarlo de la terrible situación que se presentaba frente a él—. ¡Esta broma ha ido demasiado lejos! —Gritó deteniéndose, sobresaltando a todos los pacientes que estaban en los alrededores. Podía ser una persona calmada que tomaba todo tranquilamente pero hasta él tenía un límite y estaba muy cerca de cruzarlo.

—¿Qué broma? —Preguntó Horo Horo con una expresión de real estupefacción—. No veo a Chocolove por ninguna parte.

—Dime que esto es una broma por favor, Ren —su tono había cambiado a uno de súplica, pero la mirada de seriedad de su amigo no le daba grandes esperanzas—. No, no, esto no puede ser.

—¿Yoh? —Escuchaba sus voces muy distantes al mismo tiempo que su vista por alguna razón se elevaba al cielo. Era tan su grado de desconexión que no supo cómo acabó tirado en el suelo con los bordes de su visión lentamente consumidos por la oscuridad hasta que finalmente la inconsciencia acabó por clamarlo.

Cuando volvió en sí lo primero que pensó fue en la horrible pesadilla que tuvo. Sintió un tremor recorrer su cuerpo ante el recordatorio de lo que pasó en sus sueños que pronto puso bajo control. Con lentitud fue abriendo sus ojos sintiendo un punzante dolor de cabeza.

—¡No! —Gritó al ver el blanco techo.

Ignorando el ligero mareo que lo asaltó al sentarse tan bruscamente, Yoh se puso de pie rápidamente. Esta vez había despertado en una cama rodeado de cortinas que lo cubrían completamente del mundo exterior.

—Veo que ha despertado, señor Asakura —una mano hizo a un lado una de las cortinas revelando a los mismos tres sujetos que lo sacaron del cuarto acolchonado donde despertó la primera vez.

—¿Qué demonios está pasando? —Preguntó en un arranque de furia poco característico de su persona. El perpetuo sentimiento de que algo no estaba bien desde que comenzó toda la pesadilla lo atacó con más intensidad en ese momento.

—Sus amigos nos han informado que volvieron sus alucinaciones —en su voz había un tono de decepción que no supo interpretar—. Y tanta lucha que nos costó deshacernos de ese pequeño problema.

—¿Pequeño problema?

—Supongo que tendremos que comenzar de nuevo —suspiró dramáticamente—. No quisiéramos que el señor Yohmei sienta que malgasta su dinero en esta empresa.

—¿Qué tiene que ver mi abuelo con todo esto?

Ante una señal de su mano alguien se acercó con una caja y la colocó encima de la cama. —Quizá esto sea de ayuda, señor Asakura.

Curioso por esa declaración, comenzó a remover los objetos de la caja, encontrando la evidencia de todo lo dicho por sus amigos. Una cinta de vídeo con una carátula donde aparecían Amidamaru y Mosuke, otra donde estaba Bason comandando un ejército, un recorte de un periódico donde hablaban de un juego multijugador muy popular llamado Shaman Fight, y así sucesivamente.

—Esto no puede ser —murmuró en un intento por mantener su sanidad, o lo que quedaba de ella—. Esto debe ser una mentira.

—Me temo, señor Asakura, que todo lo que usted cree de ser un chamán con un espíritu acompañante participando en un gran torneo no son más que ilusiones suyas basadas en algunos juegos y películas—escuchó la voz del hombre desconocido—. La realidad es que fue admitido por orden de su abuelo en esta institución hace cinco años cuando sus alucinaciones se salieron de control y mató a una joven de Aomori.

Ante esa declaración su cabeza se giró tan rápido para mirarlo que algunos de sus huesos crujieron en protesta. ¿Una joven de Aomori?

—El abandono de su padre y la falta de atención de su madre unida a la fama de su familia poco ortodoxa hicieron que buscara refugio en su imaginación —siguió explicando pacientemente, decidiendo pasar por alto la reacción que obtuvo su revelación anterior—. Su abuelo debió traerlo antes, pero el viejo sentimental pensó que era normal para su edad tener amigos imaginarios y que pronto crecería dejando atrás ese comportamiento psicótico. Obviamente no fue así o no estaría usted aquí.

—¿Quién era? —Preguntó con un temblor en la voz e ignorando lo último que había dicho. Sentía una extraña opresión en el pecho más el terrible presentimiento de que no quería saber la respuesta a esa pregunta, pero igual insistió en preguntar. Tenía que saber aunque le desgarrara el alma—. ¿Quién era esa chica de Aomori?

Su interlocutor lo miró con algo parecido a compasión, como si supiera que aquella revelación le haría un daño inimaginable—. Su nombre era Anna Kyouyama.

No supo bien lo qué hizo después de eso, apenas era consciente del palpitar de su corazón y el sonido de su sangre fluyendo como un río en tempestad. Lo último que llegó a ver de ese momento era rojo, mucho rojo pintando lo que alguna vez era blanco, y después, sólo nada.

Al abrir los ojos se encontró con un techo blanco acolchonado. Algo desorientado se sentó con una mano en la cabeza, ¿qué había pasado, por qué sentía como si una estampida hubiera pasado sobre su cabeza?

Inmediatamente, los recuerdos llegaron, provocando que abriera los ojos con terror. Casi al instante sintió un picor en sus ojos seguido de la sensación de una gota de agua sobre su mano. Acercando las rodillas a su pecho se abrazó a sus piernas y comenzó a llorar como nunca antes lo había hecho.

El tiempo pasó sin que se diera cuenta. Minutos, horas, ¿qué importaba? Toda su vida era una mentira, una estúpida alucinación. Y Anna…Ante el pensamiento de su prometida las lágrimas volvieron con renovada intensidad. Creía que ya no tenía más pero parecía que estaba equivocado.

Con razón los demás se petrificaron al escucharlo mencionar su nombre. Ahora tenía más sentido el comportamiento de sus amigos, si en el fondo era un asesino que podría matarlos en cualquier momento.

—Joven Asakura —una voz con la que no estaba familiarizado lo sobresaltó.

En la puerta de la habitación estaba parado un hombre delgado de cortos cabellos negros flanqueado por dos sujetos musculosos. Los tres vestían de blanco igual que los últimos tres desconocidos que lo sacaron antes de aquel mismo cuarto. Ahora que lo pensaba, ¿qué había pasado con esos tres?

—¿Listo para salir del cuarto de confinamiento?

No supo si había respondido o no. En algún momento se desconectó de todo, dejando que su cuerpo se moviera mecánicamente para salir de la habitación y seguir nuevamente a los dos gorilas vestidos de humanos que tenía como escolta, con adición del tercer miembro que por alguna razón se mantuvo junto a él en todo el trayecto.

Esta vez, cuando lo llevaron al comedor no se encontró con nadie. Alguien le puso una bandeja de comida que automáticamente introdujo en su boca hasta terminarla. Después, fue guiado hacia las afueras del complejo como una marioneta sin vida.

Lo dejaron en compañía de sus amigos que lo recibieron sin decir palabra. En silencio, se sentó contra un árbol mirando sin realmente ver, estando sin realmente estar.

—Seguro le aumentaron la dosis, por eso está catatónico —no supo quién dijo eso, pero fue lo único que logró discernir de entre todas las conversaciones de sus amigos.

Por un fugaz instante se preguntó por qué estaban ellos ahí. Ren había dicho anteriormente que estaban todos locos, ¿pero cuál era la historia de cada uno?

Un fuerte viento hizo acto de presencia revoloteándole los cabellos y haciendo que algo de polvo entrara a sus ojos. Por instinto se los frotó a la vez que parpadeaba para limpiarse de esa molesta basura. En algún momento entre sus parpadeos le pareció ver una bandana roja volando por el aire.

Repentinamente alerta, se puso de pie de un solo movimiento. Sus amigos le miraron con un gesto de confusión y cautela, pero Yoh les hizo caso omiso a favor de buscar con la mirada el familiar accesorio de ropa. Por la periferia de su visión lo vio nuevamente, empezando a correr en su dirección. Su mente estaba tan centrada en aquel pañuelo de cabeza que no registró ninguna voz salvó la de su mente que le ordenaba imperiosamente encontrar la bandana.

Corrió y corrió, dándose cuenta por primera vez de lo verdaderamente grande que era el jardín. En un momento dado le pareció ver una chica de cabellera rubia con un vestido negro entre los árboles.

—¡Anna!

Aceleró el paso con frenesí tratando de alcanzar a la chica, pero esta extrañamente se alejaba más a medida que se acercaba.

—¡Espera, por favor!

Se detuvo de manera abrupta cuando vio unas rejas de metal frente a él. Trató de buscar con la mirada el lugar donde debía estar Anna, pero sólo podía ver las rejas extendiéndose a ambos lados.

—Yoh —escuchó apenas un susurro de su familiar voz. Rápidamente, giró la cabeza de nuevo al frente, encontrándose cara a cara con Anna, con el único inconveniente de que ella estaba del otro lado de la reja.

—Anna —extendió una mano hacia la reja, dándose cuenta inmediatamente de que estaba electrificada. Con una mirada de angustia se dirigió a la chica, viendo cómo esta se iba alejando lentamente—. ¡Espera, Anna!

La vio mover los labios mas ningún sonido salía de su boca. Frenético, intentó encontrar una salida, pero las rejas rodeaban el perímetro del instituto. En un último acto de desesperación se lanzó contra las rejas dispuesto a escalarlas hasta el otro lado sin importarle lo que pudiera pasar con su vida. A pesar del dolor siguió avanzando, se había dado cuenta que su vida carecía de sentido si Anna no estaba en ella.

—Ya casi —logró llegar milagrosamente hasta la cima de la reja, pero en ese punto el dolor se volvió tan insoportable que finalmente colapsó.

Todo se solucionará —le pareció escuchar antes de perder el conocimiento.

Cuando recuperó la consciencia esperó encontrarse otra vez con el mismo techo blanco del instituto, pero lo que vio al abrir los ojos fue un techo familiar de color crema que lo dejó desconcertado. Sintiéndose adolorido en todo el cuerpo, pensó fugazmente que escalar una reja electrificada no fue su idea más brillante, peor si era para perseguir una de sus aparentes alucinaciones.

—Hasta que por fin despiertas —aquella fría voz tan familiar provocó que su corazón comenzara a latir acelerado. Casi con temor volteó la mirada, ¿acaso esto era otra alucinación?

—Anna… —murmuró con una extraña mezcla de esperanza y aflicción. Ahí estaba ella, sentada con un aire refinado pelando una naranja, su fruta favorita.

Al escuchar su tono, la cara indiferente de su prometida cambió sutilmente a una de preocupación—. ¿Pasa algo, Yoh?

—¡Amo Yoh, estuve tan preocupado! —Escuchó la voz de su espíritu guardián Amidamaru en algún lugar de la habitación que no supo definir pues sólo tenía ojos para su Anna en aquel momento.

Con una fuerza extraordinaria, se levantó de la cama y se acercó hasta su prometida para aferrarse con desesperación a su cuerpo, ocultando el rastro de lágrimas que caían silenciosas por su rostro. Su acción la tomó desprevenida, pero al instante trató de reconfortarlo en sus brazos.

¿En qué punto yacía la línea que separa lo real de lo que no lo era?


En una habitación pequeña iluminada únicamente por las luces que despedían un montón de pantallas adosadas a una de las paredes, un hombre dormitaba sobre una especie de teclado de grandes dimensiones. A su lado, una fría taza de café a medio llenar yacía olvidada.

Súbitamente las luces se encendieron, provocando un sobresalto del hombre, que rápidamente comenzó a mirar la habitación en alerta.

—¡Señor Hao! —Gritó asustado al darse cuenta que no estaba solo.

—Me parece que alguien te busca allá fuera —comentó el aludido casualmente.

El hombre salió disparado como alma que lleva el diablo, ansioso por alejarse de las cercanías de la persona más temida en toda la institución, el amo y señor del lugar, Hao Asakura.

Sin prestarle mayor atención, Hao se acercó a la pared donde estaban las pantallas, fijándose en uno que mostraba a un chico de cortos cabellos castaños vestido de blanco, haciendo gestos con las manos como si estuviera teniendo una conversación con alguien, aunque no tuviera a nadie a su lado.

Tras contemplarlo unos minutos, su vista pasó a otra pantalla. Esta vez se veía a una chica de cabellos rubios cabizbaja, con ropas similares a las del chico anterior, sentada en una esquina. De alguna forma, como si la joven supiera que estaba siendo observada, su cabeza se elevó para mirar detenidamente el lugar donde estaban las cámaras, un gesto desafiante adornando sus facciones.

—Te felicito Anna, lograste escaparte y liberar a Yoh, pero fuiste muy ilusa pensando que no los encontraría de nuevo —declaró al aire como si de alguna forma la joven pudiera escucharle. En su mente, el recuerdo de la joven rubia huyendo con su hermano a cuestas aun le producía una ligera pero desagradable sensación similar a los celos.

Una sonrisa siniestra afloró en su rostro cuando observó en la pantalla cómo la joven rubia desviaba la mirada. Al instante, una llamarada inundó el cuarto de vigilancia, bañando de colores anaranjados las paredes blancas. Y así tan rápido como apareció, la llama desapareció, dejando vacío el lugar.

Fin.

¿Fin?

Si tuviera que ubicar el fic en algún punto de la historia de SK, diría que se situaría al final del anime del 2001 donde Yoh derrotó a Hao. Así que Hao vino con un plan de venganza xD.

Bueno, si llegaron hasta aquí, permitáme decirles...¡Muchas gracias por leer!

Espero que lo hayan disfrutado, ¡hasta pronto!