Disclaimer: Todos los personajes son de la manaka Rumiko Takahashi. Sólo esta historia es de mi autoría.
[Participando en la dinámica Mix_and_Match_lemon de la Página de Facebook Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma]
Fanfic dedicado a mi amiga preciosa Gaby Obando, con todo mi love.
Amiga esto está escrito para ti, bella. Porque sé cuánto amas a papi Taishō y te lo debía, además del enorme cariño que te tengo. TE ADORO X MIL. Espero lo disfrutes.
Capítulo I
Falso bienestar
En la humilde choza, calentada por la hoguera en que las maderas chispeaban por el fuego abrasador; el frío del exterior se aislaba por completo.
La anciana comenzaba a dar muestras de mejoría en sus manos después de que durante diez días Izayoi atendiera sus heridas. Ya se le había hecho un hábito sanar las quemaduras en las personas, pues el hacer eso la mantenía con el recuerdo vivo de aquella vez. Pese a haber sido un adiós trágico del cual ya habían pasado poco más de cinco años, se negaba a olvidar ese momento en que pudo ver el rostro de su esposo por última vez.
—Muchas gracias, señora Izayoi. Es usted muy gentil —dijo la anciana con sincero agradecimiento, mientras con la ayuda de su joven curandera se incorporaba del futón.
Pese a que Izayoi era una princesa de mala reputación debido a su historia con el fallecido demonio Inu no Taishō y su hijo de sangre híbrida, InuYasha. La anciana consideraba que la joven y hermosa mujer, poseía un corazón noble que emanaba una gran calidez de su interior; como algo palpable ante quien la tratase. No obstante, la reputación de Izayoi era algo que no le importaba a la anciana, pues sentía que no era la más indicada para juzgarla. Porque si de pecados, malas prácticas o errores cometidos se hablaba, ella misma sería la primera en juzgarse.
—No es nada, señora Haruko. Me agrada poder ayudar —habló la princesa con voz suave—. Además, hoy es el último día en que vendré. Usted está mucho mejor y las hierbas han activado la auto regeneración de los tejidos, así que, ya no es necesario que yo venga.
—Es una lástima, me gustaba mucho charlar con usted —dijo la anciana de voz rasposa y la mujer de largo cabello azabache sonrió enternecida.
Izayoi respondió:
—A mí también me agradan nuestras charlas… Pero si usted lo desea, puedo venir a visitarla de vez en cuando.
—Me haría muy feliz volver a tener aquí su presencia. —Izayoi asintió sonriendo con calidez ante el cariño que le demostraba la anciana. Desde un principio, la mujer de avanzada edad la había tratado con bastante afecto, como si la hubiese conocido desde hace mucho tiempo atrás. Sin embargo, la había visto por primera vez hace sólo diez días, cuando Izayoi la ayudó en el mercado de alimentos: justo en el momento en que la anciana se quemó las manos con agua hirviendo, Izayoi pasaba por el lugar y de inmediato la asistió.
La joven se acercó a la pequeña mesa para guardar las vendas y hierbas sobrantes en su canasto, luego buscó con la vista a la razón de su vida y se incorporó para llamarlo y retirarse de la humilde choza en que vivía la anciana Haruko.
—InuYasha —llamó al pequeño de ropas rojas, cabello plateado y ojos de miel, que se encontraba en un rincón fastidiando a un perezoso gato gris, que en vez de salir arrancando por los tirones de oreja que el niño le daba, sólo bostezaba y volvía a dormir—. Hijo, deja al gato en paz y ve por tu juguete; debemos regresar a casa —ordenó su madre con voz dulce.
—¿Terminaste, madre? —preguntó el niño con una gran sonrisa. Izayoi asintió sonriendo e InuYasha fue por su pelota mediana, pero le intrigaba tanto el felino regordete, que de regreso volvió a tocarlo.
—Señora Izayoi —le habló la anciana recuperando nuevamente la atención de la mujer.
—Dígame, señora Haruko ¿Qué sucede?
—Usted realmente ha sido una persona amable conmigo, es la primera vez que alguien se ha preocupado tanto por mí. No sólo me ha curado las heridas en mis manos, también ha preparado mi comida, me ha dado de comer en la boca y lo más importante: su compañía ha acariciado profundamente mi corazón. No era ninguna obligación para usted venir, pero, lo hizo, y no dejó de venir ni un solo día para realizarme las curaciones… Señora Izayoi —La aludida la miraba algo apenada y se sonrojó al sentir tanto agradecimiento hacia su persona; pues ella de verdad lo hacía de corazón y no buscaba retribuciones. La anciana continuó hablando—: No cualquier persona se da el tiempo de hacer lo que usted ha hecho conmigo, y además sin recibir algo a cambio.
—No es nada, de verdad. Me gusta hacer esto... Lo hago feliz.
—Por favor, señora Izayoi. Permítame darle un obsequio como agradecimiento por toda su bondad.
—No, por favor, no es necesario.
—Se lo pido de corazón que lo acepte —insistió la anciana—, o no estaré tranquila. Además, no me permito estar en deuda con nadie.
—E-está bien, señora Haruko —claudicó Izayoi con una leve sonrisa luego de ver los suplicantes ojos de la anciana a quien ya le había tomado un cariño especial.
Haruko caminó con lentitud hasta una gran caja de madera que usaba como baúl. InuYasha sintió curiosidad y se acercó también a este.
—¿Puedo ver eso? —preguntó el pequeño hanyō señalando un frasco de vidrio con un polvillo azul.
—¡Oh! Puedes verlo, pero no te recomiendo que lo huelas, pequeño.
—¿Qué es? —preguntó curioso.
—Eso es un incienso que aleja a los canes para que no intenten comerse a mi gato; puede irritar tu nariz, por tu bien aléjate pequeño.
—InuYasha, obedece a la señora Haruko —advirtió su madre.
—Está bien —contestó el niño sin llevar más allá su curiosidad.
Haruko sacó del interior del baúl una pequeña bolsa de tela áspera que estaba amarrada en la parte superior con una tira de yute. Cerró la caja y regresó donde su curandera. Cuando estuvo frente a ella, tomó la mano de Izayoi y depositó la pequeña bolsa en su palma; cerró los dedos de la joven para que ésta sostuviera el obsequio apretando levemente la mano de piel joven, cerró los ojos y murmuró unas palabras en voz casi inaudible que Izayoi no logró entender. Enseguida soltó la mano de la joven princesa y la anciana la miró esbozando una sonrisa cálida y honesta.
—Está hecho —dijo la anciana Haruko antecediendo un suspiro.
—¿Q-qué es esto? —inquirió Izayoi, con asombro y algo de curiosidad.
—Esto es un incienso de reconstrucción hecho por mí para traer paz al corazón. —La joven mujer pestañeó un par de veces y la anciana prosiguió—: Pocas veces he visto personas como usted, princesa. Se ve que, pese a su estatus social, es una mujer muy humilde. Personas como usted, solo merecen felicidad y admiración; no sufrimiento, y me apena descubrir que tiene el corazón inquieto. Por eso, este es mi regalo para usted.
—¿M-mi corazón está inquieto? —preguntó ladeando la cabeza y arrugando muy levemente el entrecejo, pues las palabras de la anciana eran de elogio, pero, había algo entre líneas que no lograba comprender. Haruko sólo asintió en respuesta a la pregunta—. Bueno… Muchas gracias, Señora Haruko. La verdad casi no uso inciensos, a InuYasha no le gustan y tiene un olfato muy sensible, pero... —acercó la pequeña bolsita a su nariz y reconoció un aroma en extremo familiar.
Sin poder continuar lo que diría; un "¡¿Qué?!" Resonó en su interior.Una punzada en el pecho casi le corta el aliento y abrió los ojos de par en par.
Este olor es… No puede ser, ¿Cómo es posible?
Cuestionó para sí misma al percatarse de que el aroma que acababa de inundar sus fosas nasales, era similar al de... él. Estaba segura que era el mismo aroma que percibía en la piel de su esposo en tiempos pasados cuando él aún vivía. Era imposible olvidar ese olor, porque ella, siempre que tenía oportunidad de estar con él, grababa en lo más profundo de su ser esa esencia excéntrica que tanto amaba, exquisito y perfecto aroma de su amado.
—M-me agrada mucho el aroma, aunque no quiero que le afecte a InuYasha... Tal vez, no debería aceptarlo —dijo algo descompuesta por la impresión, extrañamente se sintió nerviosa y podría decirse que por un instante aturdida. Entonces, con el vientre apretado, sólo quiso regresar a casa. Estiró su mano para devolver el obsequio, pero la anciana negó con la cabeza y no lo recibió.
—No se preocupe por su hijo, este incienso no le afectará. Por el contrario; también le dará paz. Además, no puedo recibirlo de regreso. El incienso ya fue conectado con usted desde el momento en que se lo entregué, señora Izayoi. En mis manos sería un objeto inútil ahora; es mejor que quede en las suyas, verá que cuando lo active será justo en el momento preciso.
—¿El… momento preciso? —inquirió confundida.
—Sí —respondió la anciana girándose para ir con pasos lentos a acomodarse nuevamente en su futón. Luego continuó con su voz rasposa y pausada—: El incienso de reconstrucción se conecta con el cuerpo y el alma de quienes lo utilizarán, recibe la energía y el poder de su portador a través de mi mandato, y eso ya está hecho. Ahora solo usted lo puede activar. Por eso le reitero: cuando eso suceda será justo en el momento preciso, entonces su corazón dejará de estar inquieto y encontrará la paz.
Por alguna razón tras esas confusas palabras, Inu no Taishō aparecía nuevamente en los pensamientos de Izayoi. Sonrió con nostalgia. Pues si algo inquietaba su corazón, era el hecho de haberlo perdido a él. Lamentaba profundamente el no haber tenido el tiempo de decirle lo feliz que estaba por haber tenido a InuYasha quien representaba en sí una parte de él. No haber podido abrazarlo y besarlo por última vez o simplemente decirle adiós; eran pensamientos que la destrozaban.
—Pero, no se preocupe —continuó la anciana—: Estoy segura que la próxima vez que me visite, ambas tendremos la certeza de que el obsequio fue útil. Entonces, descubriré si su corazón ya encontró la paz.
Izayoi comenzó a sentir repentinamente ese vacío en su pecho que aparecía cada vez que recordaba con fuerza a su querido esposo. Pero entonces, InuYasha llegó junto a ella y la jaló suavemente del Kimono.
—Madre, ¿nos vamos o no? —demandó impaciente su hijo.
—S-sí —respondió ella sacudiendo levemente la cabeza y apretando los ojos en un intento de abandonar esos pensamientos y volver a la realidad.
Izayoi se colocó su dochiugi* para salir y protegerse del clima frío. Dio las gracias a la anciana, y de la mano de su hijo a quien nunca dejaba solo debido al maltrato verbal que a veces recibía por parte de los aldeanos.
—Señora Izayoi, una cosa más —la aludida se detuvo y se giró nuevamente sin soltar la mano de su hijo. Miró a la anciana y ésta continuó—: El incienso debe usarse por completo una sola vez.
La joven madre asintió y sonrió por cordialidad. No obstante, en su interior algo seguía removiéndose y la confusión de todo lo que acababa de pasar la tenían distraída. Enseguida abandonó el lugar.
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La luz del sol matutino que se filtraba por las cortinas le molestó en los ojos. Los abrió sintiendo el peso de los párpados hinchados y de inmediato la jaqueca apretó su cabeza, llevó su mano a la boca al bostezar y dejó clavada la vista en el techo para divagar en sus pensamientos.
Habían pasado tres días desde que la anciana Haruko le había dado ese obsequio. Y de nueva cuenta, la mañana traía a su perturbada mente la situación actual por la que estaba pasando: se encontraba viviendo el mismo infierno de hace cinco años, cuando recién sucedía la pérdida de su esposo. En estos últimos tres días, no había dejado de llorar cada noche pensando en él. Pues, el hecho de que ese incienso tuviese su olor, despertó todo el sufrimiento interior que durante todos esos años le había costado tanto calmar. Algo irónico, pues se supone que aquel incienso debía traer paz a su corazón; no removerle el pasado abriendo sin piedad su herida.
Ni siquiera lo había quemado aún y el bendito olor de ese incienso la tenía destrozada. El mismo día en que lo recibió, se sintió tan abatida que pensó en deshacerse de él para dejar de sufrir de ese modo, pero… algo en su corazón se lo impidió y prefirió guardarlo. Se consideró una masoquista por no haberlo botado, pero a la vez, una malagradecida con la anciana si lo hacía. ¿Cuánto más iba a soportar el sufrimiento al pensar tan desesperadamente en él?
No lo entendía, es decir, antes de recibir el incienso, no había día en que no pensara en su esposo; eso era un hecho. Sin embargo, sentía que, hasta entonces, pensaba en él de un modo tranquilo, o más bien resignado. Y el hecho de curar quemaduras en las personas, le ayudaba también a sanar de a poco su propia herida, o al menos, eso era lo que ella pensaba; que se estaba sanando al no llorar como al principio. Pero, desde que ese masculino aroma se presentó en ese incienso; los días y las noches habían sido invivibles. Durante todo el día llevaba con ella, un grito desesperado en su interior que pedía ver a su esposo una vez más. No había minuto del día en que la imagen de su amado, abandonara sus pensamientos. Hasta la torpeza en sus acciones cotidianas habían emergido al no dejar de recordar tan intensamente aquella cercanía que tenía con él; aquellos momentos que vivieron juntos pasaban como flashes por su cabeza una y otra vez. Y pese a que su sufrimiento interno nuevamente la azotaba con fuerza; su voluntad, en un acto totalmente egoísta y contradictorio; se negaba a terminar con ese tormento. Muy por el contrario, su estúpida voluntad se doblegaba ante ese dolor, recibiéndolo con honores para mantenerlo cautivo en su interior.
Y así, Izayoi estaba casi como al inicio: como esa misma noche en que Tōga murió. Nuevamente desgarrándose por dentro. Las crisis nocturnas volvían a aparecer, las noches de infierno en que deseaba morir; regresaban con sabor amargo.
No. No puedo pensar así, InuYasha está conmigo. No puedo abandonarlo. Pensar en morir… Si InuYasha está junto a mí... no puedo permitirlo.
Se retractaba.
Querido... Yo creí que mi herida estaba sanando. Estaba convencida de eso, pero… Ahora me doy cuenta que no es así. Habló para sus adentros como hablándole a él.
—No estás aquí y, aun así, no sé qué hacer contigo… —dijo en voz baja— Quemar ese incienso, ¿calmará mi sentir?… No lo sé, pero realmente necesito esa supuesta "paz".
Por lo pronto… No quería pensar más, no al menos por esa mañana, pues su mayor fortaleza aparecía en la entrada de su habitación, restregándose con sus pequeños puños sus ojos al venir recién despertando e Izayoi, pese a haber dormido muy poco aquella noche por tanto pensar y recordar, le sonrió a su hijo y lo saludó.
Por ti, mi pequeño InuYasha... la necesito.
—Buenos días, cariño.
Sí. Podía venirse toda una tormenta sobre ella, pero jamás se permitiría ser débil frente a InuYasha; él no lo merecía. Ella se mantenía firme sólo por él, o por lo menos lo intentaba, pero siempre terminaba por encontrar la templanza en esos ojos de miel que ahora somnolientos e inocentes la miraban. Así que, definitivamente no podía fallarle a su pequeño.
—Buenos días, madre —respondió el niño—, ¿Con quién hablabas?
—Conmigo misma —respondió alzando sus hombros, y su hijo extrañado arrugó el entrecejo.
Pronto se levantaron e iniciaron su día, Izayoi preparó un rico desayuno y se dispusieron a comer.
Nadie más vivía en aquella casa más que ella y su hijo, pues si había algo en lo que Tōga jamás fallaba, era en los detalles. Era muy observador y planificador; le bastó poco tiempo para reconocer en la mujer que amaba, los gustos y el modo de pensar que tenía. Por eso, poco antes de hacerla su esposa, mandó a construir aquella bonita casa en una aldea cercana al palacio donde ella residía. Inu no Taishō, sabía que pese al grado de jerarquía que tenía Izayoi en la sociedad, la mujer era de gustos sencillos; sólo su posición de princesa le brindaba ciertos lujos que ella encontraba innecesarios y por dicha razón, es que la casa, aunque era muy bonita, también la mandó a construir modesta y de bajo perfil; justo como a ella le gustaba.
Tōga quería pasar mayor tiempo junto a su mujer y su próximo hijo que en ese entonces poco tiempo llevaba en el vientre. Planeaba que Izayoi se mudara a dicha vivienda en cuanto su pequeño cumpliese un mes de nacido. Sin embargo, lamentablemente, el Inu daiyōkai perdió la vida el mismo día en que InuYasha nació. El palacio se quemó por completo e Izayoi se vio en la necesidad inmediata de habitar la vivienda que su esposo había dispuesto para ellos, la cual hace solo un par de meses antes de la tragedia, la había llevado a conocer. Luego de los acontecimientos, Izayoi reunió algo de dinero rápidamente gracias a su posición socioeconómica y decoró de forma modesta su nuevo hogar. Así, con lo justo y necesario se instaló a vivir ahí con su niño.
Mientras Izayoi tomaba su sopa de miso, miró a su hijo que desayunaba frente a ella y notó que el apetito voraz con el que su niño se despertaba cada mañana, no era el mismo de siempre. InuYasha estaba comiendo mucho más pausado de lo normal, como si sus pensamientos ralentizaran su habitual energía que devoraba todo.
—InuYasha, ¿te sientes bien? —preguntó activando todas sus alertas de instinto materno.
El aludido bajó la cabeza y sólo asintió a la pregunta de su madre. Izayoi se preocupó. Definitivamente algo no estaba bien con su hijo. Así que, abandonó su puesto para rodear la pequeña mesa e hincarse junto a él. Tomó a InuYasha por el óvalo de su rostro para que este la mirara y observó que los ambarinos ojos de su pequeño destellaban una afligida nostalgia.
—¿Qué sucede, hijo? —preguntó con delicadeza.
—Madre… ¿Cómo era mi padre?
Izayoi abrió los ojos de par en par y pareció escuchar el repercutir de la pregunta dentro de su pecho como un golpe sin aviso.
—¿Q-qué? —logró emitir en un hilo de voz.
—Es que… no sé cómo era él —reiteró el pequeño hanyō con los ojos tristes.
El cuestionamiento de su hijo la hacía caer en cuenta de que había pasado bastante tiempo desde que ella no le hablaba a InuYasha respecto de su padre. Y si se detenía a pensar un poco más; sólo le habló de él hasta sus tres años de edad, pero más lo hizo cuando InuYasha era un bebé que no hablaba. Cuando pasaba tardes enteras cargando a su hijo en sus brazos, mientras en medio de las lágrimas le hablaba de lo maravilloso e increíble que era su padre, aunque a su corta edad InuYasha no comprendía nada de lo que ella decía y menos recordaría siquiera una de sus palabras. Por tres años, lo único que hizo fue hablar en todo momento de él e incansablemente pronunciar su nombre. Pero pronto comprendió que el hacer eso no le permitía superar su muerte y un día decidió bloquear su sentir manteniéndose en silencio. Desde entonces, Tōga sólo vivía en sus pensamientos, únicamente para ella y no se permitió más nombrarlo o hablar de él; hasta ahora.
Desvió la mirada y apretó los ojos para reprimir las lágrimas. Suspiró para relajar su nerviosismo y posó ambas manos en los pequeños hombros de su hijo, buscando el coraje que necesitaba en la tierna mirada miel, el coraje que le permitiría romper el escudo egoísta que se había puesto durante tanto tiempo para dejar de sufrir.
—InuYasha, tu padre, Inu no Taishō. Fue un gran hombre, un gran yōkai —hizo una pausa para ordenar sus ideas y continuó—: Fue un ser poderoso y muy noble; valiente como ninguno y siempre muy previsor de todo. Físicamente, te pareces mucho a él, su cabello también era plateado y tenía también esos bellos ojos color miel que tanto me hacen recordarlo —El pequeño hanyō abrió su boca y sus ojos de pura admiración ante la persona que su madre le describía.
—¿También tenía estas orejas? —preguntó tocándose sus dos orejitas.
—No las mismas, cariño —respondió su madre con voz cálida—. Pero sí tenía orejas puntiagudas y esas garras como las que tú tienes, además de esa mirada dulce que tus ojos destellan. InuYasha, tu padre siempre me protegió y siempre quiso protegerte a tí una vez nacieras, pero… —Apretó nuevamente los ojos y reprimió el llanto que quería escapar desde su pecho al recordar una vez más el trágico momento en que él murió y luego de un fugaz instante, pensó que no podía quebrarse en ese momento, debía ser lo más serena posible para poder responder a su hijo de solo cinco años y hablarle de su padre con calma— Gracias a él tenemos este hogar que nos resguarda. Tu ropa incluso, hecha con pelo de ratas de fuego, es muy especial; con aquella tela tu padre nos protegió de un terrible incendio y salvó nuestras vidas.
InuYasha miró y tocó su ropa con marcada impresión, se sentía fascinado de escuchar todo lo que le contaba su madre. No obstante, su rostro de admiración se desvaneció repentinamente, bajó la mirada al no comprender algo y nuevamente el pequeño hanyō sintió nostalgia.
—Entonces, ¿Por qué murió? —cuestionó InuYasha, pensando en que si su padre era tan poderoso, ¿Cómo era posible que haya sido derrotado?
—Porque tenía muchos enemigos, personas malas que buscaban derrocar su poder y gobernar sus tierras, para cuando enfrentó a este último enemigo que quiso lastimarnos a ti y a mí, tu padre ya estaba herido y no resistió. —Intentó usar palabras simples y no entrar en detalles, considerando la edad de su hijo. Pero tampoco quería mentirle o disfrazar la verdad.
La expresión de InuYasha cambió nuevamente al asombro cuando imaginó a su padre luchando contra el mal. Izayoi continuó:
—Cuando estuviste en mi vientre... —pausó sus palabras al recordar esos bellos momentos y sintió que sus ojos comenzaban a humedecerse— Tu padre lo acariciaba diciendo que siempre serías alguien muy especial y que grandes desafíos te esperarían, pero orgulloso decía: que no le cabía duda de que tú ibas a saber enfrentar lo que sea. Siempre supo que eras un varón, dijo que olió tu esencia, desde que tu corazón comenzó a latir en mi interior. Decía que heredarías algunos de sus poderes yōkai y te convertirías en un hombre muy fuerte y valiente. También me aseguró que tendrías un gran corazón y que cuando crecieras, protegerías a los que amas, tal como hacía él.
—¿Te protegeré a ti, madre?
—Claro que sí, mi pequeño.
InuYasha sonrió y abrazó a su madre. Izayoi afianzó aquel abrazo, dándose fuerzas a ella misma, pues ya una lágrima acababa de pasar por la comisura de sus labios, pero rápidamente se limpió.
—Ahora, dime… ¿Cómo es que esta pregunta llegó a ti?
—En mis sueños vi a un niño en el río que intentaba atrapar un pez y estaba con su padre. Se divertían mucho los dos. El hombre lo despeinó cuando el niño atrapó al pez y lo felicitó por su hazaña.
—Comprendo, entonces sentiste curiosidad y nostalgia.
—Sí.
—Está bien, cariño. Sabes que siempre que viva, estaré para tí. —Izayoi abrazó a su hijo y besó su mejilla— ¿Ya te sientes mejor?
InuYasha asintió con una sonrisa satisfecha, ahora sabía más de su padre y eso lo ponía feliz. Estaba seguro que ese hombre fuerte y poderoso, también habría hecho cosas con él como atrapar peces, o enseñarle a luchar contra los malos enemigos.
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La lluvia se había detenido y el agua se quedó aposada en los charcos de distintos tamaños donde la majestuosa luna se reflejaba. Izayoi e InuYasha regresaban a su morada, luego de ir por hierbas donde la sacerdotisa de la aldea. El pequeño ayudó a su madre a llevar un poco de leña adentro, para encender la chimenea y calentar un poco el hogar.
Luego de cenar, Izayoi acostó a su hijo y se quedó junto a él hasta asegurarse de que estaba durmiendo. InuYasha era un niño muy mimado, pero también le gustaba tener su espacio; por esa razón, hace solo un mes le pidió a su madre que le cediera una habitación solo para él. Pues el pequeño insistió en que ya había pasado los cinco años de edad y él sentía que prácticamente era todo un hombre.
La joven madre besó la frente de su pequeño hanyō y lo dejó en la habitación para ir a darse un merecido baño caliente. Después se colocó su yukata* blanco para acostarse y descansar. No obstante, inmediatamente al ingresar a su habitación, como se había hecho habitual en estos últimos días; sus ojos se clavaron en ese baúl, donde tenía muy bien guardado el incienso que le dio la anciana Haruko y que mientras pasaban los días agónicos de dolor, más sentía la necesidad de encenderlo, solo que cuando lo iba a encender, extrañamente algo la hacía dudar, se ponía nerviosa y temblaba. No se explicaba por qué le pasaba eso.
—¿Cuánto te sigo amando, mi querido Tōga? —dijo con voz casi quebrándose.
Nuevamente el vacío y la angustia en su corazón se hacían presentes. Buscó un incensario* y finalmente se dirigió al baúl para sacar el saquito de incienso. Llevó ambas cosas hasta una pequeña mesita dentro de su misma habitación, junto a una ventana y se acomodó de rodillas frente a ella.
Inmediatamente las sensaciones volvían: se sintió nerviosa e inexplicablemente su corazón se aceleró.
¿Por qué?
¿Por qué tengo estas sensaciones y un extraño presentimiento?
¿Será porque este incienso me ha hecho sentirte tan presente?
Apretó entre sus puños la tela de su yukata, arrugándola sobre su regazo.
—Me dueles tanto, amor. Me dueles como si sólo ayer hubieses muerto por ese infeliz de Takemaru y ese desgraciado incendio que él mismo provocó...
Mientras el nudo en la garganta le clavaba cada vez más, sacó con cuidado el lazo de yute y deshizo el moño del saquito que contenía el polvillo. Inmediatamente al abrirlo, lo acercó a su nariz y olió.
—Dios… —dijo en un susurro tembloroso— Realmente es tu aroma, amor. —La exquisita esencia masculina de quien fue su hombre se percibía más intensa. Definitivamente era el mismo aroma que se quedaba en su futón en aquellos años cuando él dormía junto a ella, cuando unían sus cuerpos y se volvían un solo ser; ese era sin duda el maravilloso olor que quedaba plasmado en su piel cada mañana después de esos encuentros de desenfrenada pasión, repletos de deliciosas caricias y embriagantes besos.
Instantáneamente sus ojos fueron empañados por las lágrimas que, sin atajo resbalaron por su rostro. Llevó ambas manos al pecho y apretó entre ellas el saquito de incienso.
Una vez más sucedía: la herida volvía a abrirse de par en par en su interior y se dio cuenta que efectivamente, ella no había sanado ni un solo poco. Y tras esa sonrisa forzada ante las personas y ese rostro de madre resistente que debía mantener para no defraudar a su hijo; había una falsa Izayoi que mostraba un fraudulento bienestar. Sí, porque incluso antes de tener ese incienso, ella llevaba palpable su dolor, marcado en cada facción de su rostro, ella no quería asumirlo, pero lo cierto era que llevaba años devastada sin querer admitirlo y menos liberarlo. Tan mal estaba que hasta la anciana que había conocido hace apenas dos semanas se había dado cuenta de su angustia en ese corto tiempo y ¿cómo no?, ¡si ella era muy evidente! ¿A quién quería engañar? ¿A ella misma?
—Tōga… No sabes cómo mis manos me gritan... que me arranque el corazón de una vez, morirme y llegar hasta donde sea que estés —dijo entre sollozos.
Ese yōkai, era al único hombre al que se entregó en cuerpo y alma, al único que había amado con cada rincón y espacio de su ser y que amaría por el resto de su vida. Jamás podrá haber alguien más en su corazón, de eso estaba clara y consciente. Pero, ¿Quitarse la vida? No podía hacer eso. Jamás sería capaz de dejar a su hijo solo, al menos no por su propia voluntad, pues lo amaba con todo su ser. Porque, si algo la tenía ahí con vida, era precisamente la existencia de su pequeño InuYasha quien, para ella representaba el fruto de su gran amor con Tōga. En otras palabras: InuYasha lo era todo para ella, era su tesoro, su fortaleza, su templanza... InuYasha era su vida misma representada en un pequeño y hermoso hanyō.
—¿Por qué? ¿Por qué este dolor tiene que regresar con tanta fuerza?... Siento que me quema por dentro… ¿Cuánto tiempo más voy a sufrir tu ausencia, mi Tōga? Yo… ya no puedo más… No puedo —dijo sollozando e inútilmente trataba de limpiar con su mano su rostro mojado por las lágrimas, pero estas no cesaban. Entonces, recordó algo que mencionó la señora Haruko: ella dijo, que cuando activara el incienso sería el momento preciso.
¿Será ahora ese momento?
Se preguntó mientras vaciaba todo el polvillo al incensario.
Tōga… No quiero extrañarte esta noche…
Continuará…
Algunas palabras que marqué (*):
*Dochiugi: Es similar a un kimono algo más corto que el Haori, generalmente se usa como abrigo y protector del kimono. En lugar de sujetarse con un Obi, el dochiugi se anuda hacia un lado con unas cuerdas ligadas a la tela en el interior y exterior.
*Yukata: El yukata, una versión más casual y ligera del kimono utilizada en verano, es también un vestido típico, y se utiliza incluso como pijama.
*Incensario:Instrumento litúrgico para esparcir el humo del incienso quemado, que consiste en un recipiente de metal, con tapa y colgado de unas cadenas.
-o-
N/A: Hola, hola… espero todo el que pase por aquí se encuentre bien. Les doy la bienvenida a esta nueva historia (cosas locas que salen de mi cabeza) que tendrá angustia, mucho romance, ternura por parte del pequeño Inu (cositaaa me lo comoooo...) Y bueno el ingrediente top que no puede faltar para esta pareja que amo, de la cual hace mucho rato quería escribir y al fin se dio todo para hacerlo, gracias al incentivo de la Página de FB Mundo Fanfics Inuyasha y Ranma que lanzaron una dinámica lemon de parejas con personajes secundarios. Me anoté altiro jejeje. Sí señores, ese es el ingrediente top: el suculento lemon.
Amiguitos, este fic es muy importante para mí, no sólo por el hecho de poder hacer un lemon de Papi Taishō Grrr… (baba). Más bien, es el hecho de relatar acerca de esta familia que tanto adoro y el hecho de poder agregar también momentos de mi querido Inu pequeño junto a su madre. Aunado a dedicárselo a mi corazoncito de melón: mi Gaby; es para mí un gran desafío y me llena de emoción.
Así que, espero les haya parecido interesante esta primera entrega, por cierto: Haruko es OC es decir: es un personaje inventado por mí. Esta anciana es clave en la historia, así que espero le tomen cariño, yo la adoro… ya sabrán por qué :)
Gracias a mi beta y amiga preciosa Yury ¡Dios! Cuanta paciencia conmigo amiga… mil gracias, siempre atenta a mis dudas, no te imaginas lo valiosa que eres para mí. Siempre hay aportes tuyos en todo lo que yo escribo y eso me hace feliz. Mil gracias te quiero mucho mi Sensei.
Me despido y desde ya les digo a mis preciosos lectores mil gracias por leerme, ojalá que no se vayan sin dejarme sus valiosos Review; son mis energías vitales para continuar y no morir en el intento de ser una escritora jajaja.
Sigan la historia para las notificaciones de actualización y a los GUEST (personas que no se han creado una cuenta en fanfiction), chicos, lamento no siempre poder contestarles, pero si no tienen una cuenta, me es imposible. Puedo responder en un próximo capítulo en las N/A. Pero cuando se trata de un One-shot o me comentan en el capítulo final de un fic, no podré responderles, porque la plataforma no me da la opción de enviarles un mensaje, eso me entristece porque, siempre voy a querer agradecer sus comentarios o responder a sus preguntas.
También los dejo invitados a seguirme en FB me encuentran como Phanyzu
Nos leemos, bye!
PD para Gaby: sé que también adoras el Bankag creo que más incluso. Pero para la dinámica debían ser personajes secundarios (sin Kag como pareja principal) y este fic de Papi Taishō tenía que ser para ti, mi ciela. Besos, linda te quiero.
