Tres pasteles

Gon regresó de pescar y cuando abrió la puerta de su casa los ojos se le expandieron de par en par. Un instante después vino la emoción. Era su cumpleaños número dieciocho y, por todo lo que había pasado, lo que menos se imaginó fue ver a sus amigos más entrañables reunidos en un solo lugar. Su hogar. Había un par de adornos en la casa y, sobre todo, mucha comida deliciosa que Mito y la abuela Abe habían preparado. Leorio, ya todo un médico reconocido por viajar por todo el mundo curando a los enfermos que no tenían el dinero para pagar el servicio en un hospital, yacía sentado junto a Kurapika: vestido con prendas originarias de su tribu —¿hace cuánto que no se los veía puesto?—, siempre serio y comedido, pero que en esa ocasión especial portaba una pequeña sonrisa amena que desde hace mucho no dibujaba. Esa sí que era una gran sorpresa, porque costaba ubicarlo, aunque Leorio hacía mucho que decía tener un contacto más o menos frecuente con el kuruta. Al parecer el rubio había resuelto muchos de los asuntos que tenía respecto a su fenecido pueblo, y, lo que era más importante, respecto a sus emociones negativas que lo mantuvieron preso en sí mismo por tanto tiempo. Por último estaba Killúa, esa era otra novedad, pues tampoco se lo veía tanto, aunque desde que Alluka ya había crecido no se preocupaba por cuidarla tanto como antes.

—¡Amigos! —exclamó el moreno con gran entusiasmo. Leorio se dirigió hacia él y le dio un gran abrazo. Siempre tan expresivo y alegre cada vez que veía a Gon, pues él se había convertido en alguien que el más alto quería demasiado. Por supuesto, el menor correspondió el gesto con gran efusividad. Killua también se acercó y lo saludó con un simple "hola". No obstante, no hacía falta grandes demostraciones físicas para darse cuenta que ambos estaban muy felices de verse luego de tanto tiempo. Kurapika fue el último en saludar. Su saludo tampoco fue el más efusivo, pero no hacía falta. Sus ojos eran los que reflejaban el gran aprecio que le tenía al chico.

Y el día fue bastante bullicioso, con muchas anécdotas y risas. Comieron y bebieron. La costumbre de Killua de hacer algún que otro comentario para molestar a Leorio nunca faltaba, mientras que Gon se reía algo nervioso, pues el albino tenía grandes habilidades para hacer que el más alto sacara humo de la cabeza. Kurapika era el que trataba de poner orden en la mesa, pero Mito era la que realmente decía la palabra final para que todos se comportaran como era debido. Ya ninguno era un niño, pero a veces se les salía ese comportamiento, y en el fondo la mujer lo disfrutaba. Estaba agradecida de que su hijo fuera alguien tan feliz con amigos que lo quisieran tanto.

Luego del gran banquete llegaron los pasteles. Eran tres y normalmente solo había uno, pues nunca eran demasiadas personas en casa, y, de hecho, aún con la presencia de Killua, Kurapika y Leorio, uno debía ser más que suficiente. No obstante, además del que había preparado Mito, al parecer, el moreno más alto y el rubio habían hecho otro con sus propias manos. El tercero lo había traído Killua ¡y vaya qué lucía muy bien!, sin embargo, cuando llegó la hora de probarlo todos pusieron una expresión de desagrado.

—¡Mierda, Killua! —farfulló Leorio—. ¡Esto parece cemento con azúcar y crema de afeitar! ¡¿Acaso querías envenenarnos?! —le reclamó, al ver que el albino había sido el único que no había tocado el biscocho.

—Tal vez —dijo el aludido, con expresión despreocupada. Luego apartó su plato. Por supuesto, Leorio empezó a los gritos como era de costumbre, mientras el albino se regodeaba de eso. Y así quedó todo: como una de las típicas bromas pesadas del exasesino de la familia Zoldyck. Pese a la edad, esa mala costumbre parecía no desaparecer en él. Nadie terminó de comer esa tercera porción, aunque hubo alguien que sí la terminó.

Cuando el día acabó, Leorio y Kurapika se fueron a dormir. Se quedarían ese fin de semana en la casa. Killua y Gon se quedaron en el comedor. Aparentemente no tenían sueño, así que decidieron caminar por los alrededores. Terminaron sentados en algún lugar del bosque de la isla mientras miraban las estrellas, como en los viejos tiempos.

—¿No vas a preguntar? —de repente habló Zoldyck. Gon seguía mirando el cielo con una gran sonrisa radiante. Estaba feliz. Más que en cualquier otro cumpleaños que haya tenido.

—No tengo ninguna pregunta —repuso luego de un largo silencio.

—Diablos, parece que sigue enojada contigo por lo que le hiciste, sino no me hubiese entregado ese horrible pastel para ti precisamente hoy. Juro que creo que ni siquiera yo hubiera podido sobrevivir a ese mazacote tan vomitivo. No puedo creer que te terminaras toda tu porción.

Gon rió divertido.

—Vamos, no fue tan malo. A nadie le pasó nada.

—¿Bromeas?, todos querían escupir esa cosa —declaró, a la vez que hacía una mueca de repulsión— Ya me lo veía venir, por eso ni la probé. Yo diría que te odia si te hizo semejante cosa.

Al moreno le apareció una gotita de sudor en la sien. Luego miró a su mejor amigo.

—Yo no diría que el pastel le salió así a propósito —manifestó. Y volvió a reír con cierta nostalgia—. En realidad… creo que ya me perdonó…

—Realmente te compadezco, Gon —declaró con los ojos entrecerrados.

El moreno solo siguió sonriendo. Las estrellas eran las mismas de siempre. No obstante, él solo podía pensar en las máculas brillantes de una noche en particular que había vivido años atrás con alguien especial.

FIN.

N/A: Se marcaron las 00:00 y mi cerebro hizo switch. No sé cómo es que pude hacerlo si venía escribiendo algo completamente diferente y turbio XD Solo puedo escribir de noche así que no quería que se me pasara la fecha. ¡Feliz cumpleaños a mi niño verde maravilloso y precioso! ¡Cómo lo adoro! :3

Gracias por leer.

Anna Bradbury.