Nunca más

Ya era automática la espera.

Día tras día.

Era el cese del verano y el retorno del otoño. Y se suponía que los primeros días nunca eran tan gélidos. El clima estaba extraño. Tal vez. En el fondo sabía que no era así. Porque el modo de dimensionar y percibir las sensaciones era diferente en cada uno. El clima estaba frío simplemente porque el clima lo era. Hace días que el viento suave y templado se había convertido en el rugido álgido de un animal salvaje que sometía cada ser vivo en ese bosque. Y, sin embargo, la adolescente seguía a la espera… de algo o de alguien que en realidad solo conseguía volverla más estoica e impávida.

Ese día era el último —Oh, sí—. Esta vez no habría rabietas ni reclamos.

Solo una calma reflejada en los dos fanales celestes que con el último brillo acuoso y tibio, daba lugar a dos estalactitas nacientes.

—No esperes nada de nadie, Bra. Jamás —habló el príncipe sayajín a unos pasos de la espalda de su hija. El viento sopló otra vez. Cada vez más helado.

Y ella que ya llevaba cinco horas sin inmutarse en medio del follaje verde, finalmente dio media vuelta sobre sus talones. Miró a su padre, impertérrita. En sus orbes yacía aún el rastro húmedo que estaba tentado a caer en forma de lágrimas.

—Mírame bien, papá —dijo con aparente neutralidad, pero en el trasfondo su semblante era sombrío y doliente—. Esta es la última vez que me vez así. —Una lágrima cayó, pero de inmediato la ventisca la secó, como si en realidad nunca hubiera estado allí. Vegeta no dijo nada, porque ya estaba todo dicho. No iba a permitir que su niña saliera lastimada nunca más, y la mejor manera era haciendo que ella misma entendiera que en muchas ocasiones uno debía ser duro.

Más ante la traición de las personas.

—Nunca más —habló la princesa de hielo.

Firme. Dura.

Eterna.

Fin.