¡Hola! vengo de nuevo con un cosito SesshRin, esta vez, mi interpretación de cómo fue que Rin comenzó a viajar con Sessh y sus primeras interacciones, aún no estoy segura de qué tan largo será, supongo que lo veré mientras lo vaya escribiendo y si me gusta cómo queda jaja. ¡Gracias por leer y comentar! :D
I
Pequeños pies descalzos partían la hierba por la que caminaban, el sonido del césped crujiendo llamó la atención de una figura blanca que se encontraba a varios metros de distancia. La pequeña la miró, entornando los ojos a la vez que aquella figura se volvía en su dirección. Un gesto de desaprobación se dibujó en el rostro del daiyōkai de largos cabellos blancos, algo estaba mal en aquella vista.
"Jaken" llamó Sesshomaru.
El pequeño demonio verde se abrió paso, cruzando rápidamente la distancia entre él y su señor. "¿Sí, Señor Sesshomaru?", bajando la cabeza en una respetuosa reverencia, esperó sus órdenes.
Sesshomaru no se molestó en mirarlo, sus ojos ambarinos seguían fijos en la niña que asomaba la cabeza por entre los arbustos, aquella que los había estado siguiendo desde hace horas. No entendía cómo se había metido en esta situación, lo único que hizo fue traerla de vuelta a la vida, no era gran cosa, no había sido siquiera su intención. Pero ahora, tenía que lidiar con ella.
"Consigue algo que pueda usar".
Volteando en su dirección, Jaken miró a la niña cubierta en costras y moretones, vestía un viejo kimono descolorido que apenas cubría decentemente su cuerpo. Asintió rápidamente y salió del camino en dirección a quién sabe dónde, en busca de una aldea o pequeña ciudad donde poder comprar alguna prenda.
Quedando ambos solos, se hizo el silencio. Sesshomaru regresó rápidamente a sus asuntos, siguiendo el camino hacia el final del bosque, llegando a un pequeño claro. La niña lo siguió atenta a cada paso.
Aún se encontraba un poco débil debido a la pelea con su medio hermano, a pesar de que la herida que le había arrebatado el brazo izquierdo ya había sanado, su cuerpo seguía resintiendo de cierta forma la pérdida de este. Estaba furioso, se sentía humillado; el gran Sesshomaru derribado de semejante manera por un mero híbrido.
No estaba cansado, casi nunca se cansaba, pero decidió por primera vez darle un respiro a su sirviente y esperar en el claro, así le sería más fácil encontrarlo. Aunque sentía que le estaba teniendo demasiada consideración. Estuvo a un momento de levantarse de la roca en la que se posaba hasta que recordó que no se encontraba solo.
Había pasado fácilmente más de medio día desde que la pequeña lo había comenzado a seguir, se preguntaba cuándo se iría, cuándo saldría corriendo despavorida al darse cuenta detrás de quién andaba. Le parecía curioso que la mera presencia de Jaken no la hubiera asustado ya. Esta niña de verdad era curiosa.
Se mantenía a cierta distancia por cautela, temía hacer algo que molestara al demonio de cara angelical. La pequeña sentía su vista vislumbrada cada que lo miraba, y aún así, no podía dejar de hacerlo. Era como si un halo brillante se extendiera a su alrededor. Por alguna razón, aquel hombre no le causaba miedo, por el contrario, sentía que estando cerca de él, podría estar segura.
"¿Cuál es tu nombre?" Sesshomaru preguntó por fin después de lo que pareció una eternidad de sepulcral silencio. La niña no contestó, aunque pudo alcanzar a ver cómo de su boca intentaron salir sonidos parecidos a palabras. Recordó entonces, cuando aún se encontraba en el bosque, cómo esta tampoco le había respondido a sus cuestiones, y sólo le sonreía.
Probablemente ni siquiera tenga nombre, pensó. A juzgar por su apariencia, desatendida y demacrada, la niña seguro vivía sola; al ser tan pequeña y sin alguien a su cuidado, no era raro que hubiera incluso olvidado si tenía uno. Por un momento, cruzó su mente la idea de nombrarla, la criatura merecía al menos eso, pero la desechó de inmediato. ¿Por qué habría de hacerlo si su plan era deshacerse de ella?
Pronto por encima de ellos se hizo presente el enorme dragón de dos cabezas, cabalgado por el pequeño demonio verde. Cargaba consigo pequeños paquetes envueltos en papel fino de colores oscuros. Cuando el dragón aterrizó finalmente, el demonio apresuró los pasos para encontrarse con su amo.
"Jaken ha traído lo que le pidió, Señor" dijo presentando ante él la mercancía. Con un ligero movimiento de manos, Sesshomaru le ordenó que los abriera.
Y así, uno por uno quedaron al descubierto los cuidadosamente doblados kimonos que Jaken había comprado en un mercado que encontró de pura suerte. No eran las telas más finas, pero sí lo mejor que pudieron ofrecerle, eran cuatro pequeños ajuares de colores entre el rojo vino y un llamativo naranja. Los estampados eran igualmente simples, pero pensó funcionarían para la niña.
Sesshomaru los miró con detenimiento unos segundos y después, volvió la vista a la pequeña que curioseaba a unos metros. Sin darse cuenta, se había acercado al dragón y por primera vez desde que lo adquirió, vio como este se dejó tocar por alguien más que él y su sirviente. La niña lo acariciaba como si de un pequeño cachorro se tratase, el dragón se dejaba hacer, agachando sus cabezas para que la niña tuviera mejor alcance. No le faltaba mucho para que se echara sobre el pasto.
Una vista realmente extraña.
"¡Niña traviesa, deja ese animal en paz y ven aquí!" Jaken no cabía en su enojo, hacer esperar a su señor de esa manera, imperdonable.
La niña dio un respingo, dejó a su nuevo amigo escamoso y se dirigió dando pequeños pero apresurados pasos hacia ellos. Escondía las manos detrás de sí, mirando al suelo y a todas partes, con tal de evitar la mirada encendida del demonio verde. Sólo cuando sus ojos llegaron a los kimonos frente a ella, mostró real atención. Largas pestañas negras se batieron de asombro ante tan bonitos atuendos, jamás había visto ropa tan linda.
"Toma el que quieras" Sesshomaru le habló con tranquilidad, desde donde se encontraba descansando, "Puedes llevarte todos si lo deseas".
Los ojos le brillaron cual diamantes, Sesshomaru podía jugar que vió un destello en ellos. Cuidadosamente, se acercó y examinó cada uno de los kimonos, no se atrevía a despreciar ninguno, sin embargo no todos le gustaban. Descartó mentalmente los dos primeros, de telas oscuras y obis brillantes, y el tercero; hasta que llegó al último.
Las pequeñas y sucias manos titubearon antes de tocarlo, no quería estropearlo, seguramente era caro. Rápidamente pasó sus manos por el kimono roído que vestía, en un intento por limpiarlas, y una vez satisfecha, tomó la tela. Tonos fuertes y claros de naranja se mezclaban en un patrón de cuadros, acompañados de pequeños y finos bordados de círculos verdes, que iban a juego con el color del obi.
Era perfecto.
Tomó el kimono, llevándolo apretado a su pecho y corrió detrás del árbol más cercano. Regresó unos minutos después, radiante y contenta, dando brincos y vueltas mientras hacía bailar las mangas de su nuevo atuendo en el aire.
El joven de ojos como el oro no podía ser nada más que un ángel, no solo la había salvado de la muerte, se tomó la molestia de incluso vestirla adecuadamente. La pequeña de cabellos rebeldes se había decidido, no se separaría de él.
Sesshomaru la miró, cautivado por la sonrisa que ya conocía, esa por la que en este preciso momento, aquella niña se encontraba aquí con él. Su rostro había abandonado esa sombra triste que lo acompañaba la primera vez que la vio, ahora sus mejillas se veían con más vida, sus pasos temerosos y tambaleantes se volvieron ágiles y animados pasos danzantes, era como si al traerla de vuelta, hubiera traído también a su verdadera yo, una que su misma especie se había dedicado a destruir poco a poco.
Por más que esa escena moviera lo que sea que tuviera dentro de su pecho, Sesshomaru no podía hacer nada más, tenía planes y asuntos que atender, como para hacer de niñera de una niña humana, que sabía, sólo podía traerle problemas.
Pensó en el lugar donde Jaken había conseguido la ropa, si había un mercado, seguro había un pueblo cerca. Dejaría a la niña allí, y seguiría su camino. Se levantó despacio y comenzó a caminar.
"Jaken" llamó a su sirviente.
"¿S-sí, amo?"
"Llévame al lugar donde compraste eso".
"¡En seguida Señor!" el demonio verde corrió a tomar las riendas del dragón y salió disparado hacía el otro lado del claro, guiando el camino.
La pequeña, al ver que sus acompañantes se movían, se puso también en marcha, siguiendo con atención los pasos del daiyōkai.
oooo
El lugar donde Jaken había hecho sus compras podía apenas considerarse un mercado. No había más de 10 humildes mesas de madera puestas en fila, una a lado de otra, ofreciendo artículos igualmente humildes que no lograban llamar la atención de los viajantes que por casualidad pasaban por ahí.
Solo uno de ellos destacaba; al final de la hilera, casi llegando a dónde se cruzaban dos caminos terrosos que indicaban la entrada al pueblo, se encontraba un puestecillo exponiendo todo tipo de colores en telas de distintos materiales, algunos buenos y otros no tanto.
Adornos para el cabello tallados en madera, imitaciones de piedras preciosas y obis brillantes, se sumaban a la mercancía. Era el lugar donde el sirviente del daiyoukai había conseguido los cuatro kimonos.
"Oh pequeño hombre verde, ¿ha vuelto por más prendas?" saludó amigablemente el vendedor; un hombre de mediana edad con los ojos rodeados de arrugas de tanto sonreír. "Ah ya veo, así que esta es la pequeña consentida, le luce muy bien ¿no cree?"
Jaken volvió la vista hacia donde adivinó se dirigían los ojos del vendedor: la pequeña niña que venía a pocos pasos detrás de ellos. El demonio solo bufó y se limitó a seguir caminando, con la cabeza alzada, casi indignado. De no ser porque mi amo me lo pidió, no habría venido hasta acá solo para vestir a esa niña rara, pensó ya de mal humor.
Al pasar frente al puesto, la pequeña lo examinó detenidamente, hasta llegar al hombre que aún la miraba, admirando una de sus creaciones. De verdad le lucía bien aquel simple kimono. Le sonrió cálidamente, a lo que la niña respondió con una leve reverencia y una sonrisa igual de ancha.
Siguió caminando, ahora más deprisa, pues se estaba quedando atrás. El apuesto hombre de armadura se encontraba ya en la entrada del pueblo; lo escudriñaba como buscando algún defecto, algo que le hiciera dar la vuelta y regresar. Se veía modesto, así como su gente, pero por más que buscó, no encontró realmente nada malo en él.
Aquí terminaba su buena acción del siglo, supuso. No tenía por qué involucrarse más, no era su asunto si esta niña estaba sola en el mundo, lo había ayudado sí, pero él lo había hecho igualmente dándole una imagen decente y trayéndola a un lugar que suponía seguro. Se repetía a sí mismo que no podía hacer nada más.
La niña asomaba por detrás de él su pequeña cabeza, viendo hacia el pueblo; algunas personas entraban y salían, cargando madera, costales o jalando carretillas. No entendía por qué estaban allí, ¿acaso planeaba dejarla en ese lugar?. Por fín había salido de aquel horrible lugar donde vivía, y no pensaba volver a nada que se le pareciera.
"Por fin nos desharemos de esa niña. No habría sido más que una molestia..." Jaken mascullaba mientras seguía de cerca a su amo, hasta que vio interrumpido su andar al chocar contra este mismo. Sesshomaru volvió levemente la cabeza y le miró fríamente.
"Jaken, cállate".
Inmediatamente el demonio verde obedeció, una sensación de estremecimiento le recorrió todo el cuerpo. Se apartó lo más posible para salir de su campo de visión. Sesshomaru finalmente se atrevió a mirar a la niña de frente, echándole una mirada casi de pena.
"Ve" le dijo, así sin más, haciendo un leve ademán con la mano, indicando la entrada.
La niña le miró con desconfianza, por primera vez desde que le conoció. Inconscientemente comenzó a retroceder, hacia el lado opuesto de la entrada por la que le invitaban a pasar. A Sesshomaru casi le dolió aquello; era la primera muestra de temor que la niña mostraba ante él.
"Vamos niña no hagas perder el tiempo a mí Amo" el demonio verde se acercó tocando con su báculo de dos cabezas la espalda de la pequeña. Empezó a empujarla, Jaken sintió el peso de la niña al resistirse a avanzar. Casando y harto, decidió tomarla directamente del antebrazo.
"¡AHHH!" el alarido que soltó el pequeño demonio hizo reaccionar incluso a los vendedores que ya habían dejado atrás. Dos hileras incompletas de pequeños pero afilados dientes, apresaban con fuerza la piel verde. "¡Suelta, suelta maldita mocosa!" Jaken lloriqueó, agitando su brazo histéricamente, tratando de zafarse.
Finalmente, y después de dejarle una bonita marca palpitante y roja, la niña soltó el pequeño y escuálido brazo, echándose a correr en dirección al bosque. Jaken trató de seguirla, pero pensó sería mejor así.
Sobando su herida, miró al demonio de cabellos blancos, "Parece que por fin nos deshicimos de ella Amo".
Sesshomaru se había limitado a solo observar la escena mientras le trataban de arrancar el brazo a su sirviente, y ahora, seguía como perdido en alguna otra parte, sus ojos trazaban el pequeño camino de pasto quebrado dejado por la niña.
Se movió instintivamente hacia él, pero se detuvo al darse cuenta de lo que hacía. Luchó contra sus ganas de ir tras ella y traerla de vuelta, se sorprendió de sentirse tan comprometido por que estuviera a salvo. Si tan solo ella no lo hubiese ayudado, no estaría en esta situación.
Maldita sea.
Jaken ya se preparaba para irse por fin de ese pobre y triste pueblo, pero al no escuchar los pasos de su señor se dio media vuelta. Sesshomaru ya no estaba a la vista.
oooo
Ya no sabía hacia donde correr, se sentía perdida, no solo en el entorno si no dentro de su corazón; se había dejado engañar por esa tonta ilusión de seguridad que aquel ser le había hecho sentir.
Creía que por fin había encontrado la forma de salir de aquel hoyo al que con dolor llamaba hogar, pero todo apuntaba a que de nuevo, tendría que vérselas por sí sola.
Le dolían los pies, ya llenos de heridas y rasguños. Intentaba no pasar por entre las enramadas que tanto se empeñaban en aparecer, no quería arruinar su kimono; le alegraba al menos poder conservarlo.
Se detuvo al estar ya a una distancia considerablemente lejos, aunque no sabía por qué corría en primer lugar, no era como si alguien estuviera tras ella. Seguro para aquellos dos había sido más conveniente su huída. Se sentó sobre una pequeña roca, inhaló profundo y dejó salir el aire lentamente, tratando de calmar su agitado corazón.
Sus pequeñas manos se hacían nudos con el kimono, apretándolo cada vez más fuerte, hasta dejar la tela caliente y llena de arrugas. Los bonitos y brillantes ojos color caoba empezaron a nublarse, las lágrimas se acumulaban cada vez más hasta que, soltando de nuevo una gran bocanada de aire, dejó salir también la tristeza en forma de pequeñas gotas saladas.
Por un momento recordó aquellos días en los que, sola en su tejaban, le lloraba a sus padres y hermanos. Se sentía mal por haber sido la única que quedó con vida, habría preferido incluso en aquel entonces, morir también. Pero el destino no tenía ese plan para ella.
Le parecía curioso que después de tanto de aquel terrible suceso, que le apartó de su familia, se había visto envuelta en una situación similar, más con un desenlace totalmente diferente. Una vez más, salvada de las garras de la muerte...
Se preguntó por qué el apuesto hombre de cabellos blancos la habría ayudado. Cuando lo conoció no parecía realmente contento con sus pequeños intentos de auxiliarlo, incluso le había dicho que le disgustaban los humanos… Sin duda una persona muy extraña.
Eran demasiadas cosas las que se revolvían sin cesar en su aún joven mente. Trataba de hallarle sentido a lo que estaba pasando, sin éxito. Sólo podía concentrarse en la presión en su pecho, y evitar que esta se apoderara de ella. Dejó salir todo en ese momento, hace mucho no lloraba tanto, no se había dado cuenta de lo mucho que había estado guardando.
Secando sus lágrimas y limpiando la cosa viscosa que salía de su nariz, se puso de pie y decidió seguir caminando, no sabía a dónde, pero sí aquel hombre no la quería cerca, no iba a ser entonces una molestia. Ella era todo menos eso. Avanzó sólo unos cuantos metros cuando escuchó un par de voces roncas, que se perdían entre risas e hipeos.
Dos hombres, no muy sobrios, se acercaban por un pequeño sendero que venía del otro extremo del bosque. Si la niña ya temía de los hombres, el miedo era aún mayor cuando estos no estaban en sus cinco sentidos. Trató de no hacer ruido, pero el cuerpo a veces es traicionero y actúa por voluntad propia; sin querer apoyó sobre un pedazo de tierra movida y cayó de lleno en el sendero.
"Va-vaya, pero qué tenemos aquí eh" uno de los hombres se acercó, sus pies cruzándose entre sí; parecía que estaba bailando.
"Pero sí es u-una niña…" el segundo hombre le siguió de cerca, echando una mirada por sobre el hombro del otro. "Una muy linda p-por cierto".
Ni siquiera podían articular bien las palabras, el alcohol en sus sistemas les había cortado ya la conexión cerebro-boca. Y todavía era de día.
La niña trató de incorporarse lo más rápido que pudo, pero su cuerpo cansado y falto de energía no parecía responder bien. El primer hombre que se acercó apresuró los pasos y logró ponerle las manos encima, tomándola del cuello del kimono y alzándola. La escudriñó de arriba a abajo, como si estuviera evaluando una mercancía.
"Podría servir" se dijo así mismo, asintiendo en aprobación.
"¿Por qué no la probamos primero?" dijo el segundo, y se echó a reír.
El terror se dibujaba en la cara de la niña, al mismo tiempo que este tomaba forma en el resto de su cuerpo, tornándolo rígido y frío. Apretaba los puños con fuerza, sus uñas llenas de mugre, se llenaban ahora con la sangre que comenzaba a brotar de las heridas autoinfligidas. Desde su pecho, un gorjeo se abría camino, lleno de rabia y frustración.
Durante gran parte de su vida sola, había aprendido a callar y soportar cuánto castigo se le impusiera, las marcas en su cuerpo eran testigo de ello. Le habían quitado la voz a golpes, arrebatado la luz de su sonrisa con insultos y desprecios. Y aún así, a pesar de todo aquello, seguía siendo indiferente para todos.
Nadie iba a verla cuando caía en cama por varios días, cuando se lastimaba por querer bajar frutas de los árboles; nadie tomaba factura de sus propias acciones para con ella, a fin de cuentas una huérfana más. Las personas del pueblo ya tenían mucho con qué lidiar, obviamente, no tenían tiempo para voltear a ver a una niña sucia y sin hablar, al menos que se tratase de reprimendas por robar pescados o un poco de pan.
Recordó entonces aquella mañana que vistió de nuevo al joven herido, le gustaba mucho verlo. Aunque no aceptara la comida que le llevaba, se iba contenta con al menos haberle escuchado, pero ese día fue incluso aún mejor. Él volteó a verla, con aquellos ojos que no le pedían nada al sol, ni a las joyas más brillantes. La miró y por primera vez, ella no se sintió invisible.
Le había preguntado sobre la herida en su rostro, y jamás aquella niña agradeció más su mala suerte que en esa ocasión. Como pudo; con su rostro hinchado y dolorido, le regaló una sonrisa, algo que no había usado por mucho tiempo.
Pensó en eso una y otra vez, mientras los hombres deshacían su obi, mientras ellos mismos se desprendían de sus ropas, y desde lo más profundo de su ser, sin siquiera saber ella misma de dónde tomar fuerzas, gritó, gritó lo primero que su corazón pudo llamar.
Estaba segura que le había escuchado al pequeño demonio verde decirlo una vez, el nombre de aquel ser tan maravilloso.
"¡Se—señor Sesshomaru!" fue dicho con tal poder, que la niña sintió su garganta ardiendo unos segundos después.
El nombre hizo eco en el bosque, después del cual reinó el silencio. Los hombres, asustados por tan repentino acto, se miraron sin saber qué hacer, ¿Quién era ese Sesshomaru?
Pronto, una brisa gélida se coló por entre sus ropas, aún a medio vestir. El aire de repente se sintió pesado, el bosque, se llenó de una espesa nube que dificultaba la respiración y limitaba la vista. ¡¿Qué diablos estaba pasando?!
El sonido de cuerpos chocando contra el suelo, el olor a sangre recién derramada, su propio peso cayendo y una figura que se abría paso hacía ella, fue lo último que la niña registró en su mente, antes de desvanecerse.
