Pistilverse

Es un universo nuevo cero explorado en este lado del charco. La premisa de este universo, es que todos nacen como un cáliz; una vez que este humano alcanza la mayoría de edad, se convertirá en un estambre (el equivalente al alfa) o en un pistilo (El equivalente al omega).

Disclaimer: Los personajes de Kuroko no basuke pertenecen a Tadatoshi Fujimaki.


Sucesos antes de la eternidad

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I – Escuela Teikō.

El sonido chillante de los tenis contra el piso del gimnasio, el calor que incrementaba mientras se acercaba la primavera, más el aroma a sudor y los gritos eran la mejor combinación que podría haber encontrado. Tenía mucho tiempo buscando un pasatiempo, algo que hiciera su corazón retumbar de emoción; el modelaje no lo cubría —lo veía más como un trabajo—, y las actividades extracurriculares tampoco lo convencían… perdía la emoción apenas lograba dominarlas en un par de días.

Por ello, cuando descubrió el baloncesto en segundo año a raíz de un golpe en la cabeza —irónicamente, con un balón de básquet— fue el inicio de esa gran aventura por dominar otra diciplina.

Podía decir que, a casi un año de comenzar a practicarlo, le agradaba jugar básquetbol; quizá no llevaba mucho tiempo sintiendo aquella alegría y adrenalina —al menos no como Kuroko o Akashi—, pero sin duda alguna, disfrutaba mucho el tiempo que pasaba con sus compañeros de equipo…

Sobre todo, con Aomine Daiki.

Odiaba perder… dolía hasta el alma hacerlo. Él siempre fue el mejor en todo, podía aprender cualquier cosa en cuestión de horas, a lo mucho un par de días… pero Aomine Daiki fue alguien muy especial desde el primero momento; se convirtió en su mayor inspiración, la musa ideal para desgastarse tarde tras tarde, dando la vida en cada uno de los entrenamientos para poder superarlo.

Kise lo sintió, surgió en él un anhelo apenas le vio. Nació con rapidez ese ligero cosquilleo en el abdomen que se extendía hasta el corazón.

El sonido del silbato lo detuvo en seco, se anunció el final del partido de práctica. Claro, el equipo contrario —quien tenía a la dupla de Aomine y Kuroko entre sus integrantes— fue quien ganó la contienda con un aplastante 91 a 46; pero no era sorpresa que aquello sucediera y, por el contrario, para él, era algo digno de admirar. A Kise le encantaba verlo ganar —aun cuando él perdiera en el proceso—, era doloroso, pero todo formaba parte de una experiencia sublime y grandiosa; no cambiaría por nada ver la hermosa forma en que jugaba y la libertad que inspiraba con su estilo.

Aomine era sorprendente.

Su corazón se aceleró y sus mejillas se sonrojaron al contemplar la gran sonrisa que tenía Aomine en su rostro.

Inhaló y exhaló, intentando controlar la respiración agitada que tenía aún. Sus ojos siguieron

—Gran juego Kise —dijo Aomine acercándose a él mientras le ofrecía de su botella con agua.

Kise le vio escéptico y nuevamente sintió que su frecuencia cardiaca incrementó, ¿acaso no sabía que eso era un beso indirecto?

—Lo dices ya que ganaste —le dijo aceptando la bebida y dio un gran sorbo de ella, no quedaría como un delicado—. Quiero la revancha, te reto a un uno a uno.

Aomine se veía cansado, con bastante sudor y, aun así, soltó una carcajada. Sabía que se acercaban los exámenes parciales, pero necesitaba seguir practicando, quería aprender de Aomine, imitar su estilo…

Quería ser un digno rival para él.

—Tetsu, pásame un balón. —Aomine se dirigió a Kuroko, quien le miró con el rostro impávido.

—Como gustes —dijo Kuroko, dejó de botar el que tenía entre sus manos y lo arrojó en un pase rápido a Aomine.

Aomine atrapó el balón en el aire sin ningún problema; ellos ya estaban lo suficientemente coordinados como para conocer con precisión la forma de sus pases. Kise se acercó a la zona de tiro de tres de la canasta siguiendo al otro y ahí, Aomine le arrojó el balón a él, quien le atrapó con un poco de dificultad.

Aun le era complejo seguirle el ritmo.

—Haz los honores —dijo Aomine con una sonrisa petulante en su rostro.

—Luego no te arrepientas. —Kise le respondió el reto implícito con una mirada aguza y un par de rebotes con la pelota que aprendió de viendo uno de los videos de juegos pasados.

—Claro que no.

Y aunque muchos podrían considerar que lo subestimaba con ello, Kise sabía que no lo hacía… la forma en que se entregaba para defender, la intensidad que sentía al momento de intentar una finta, y la satisfacción que veía en su rostro cada vez que jugaban era suficiente prueba para saber que lo tomaba en serio.

Tanto o más que él, después de todo, Aomine amaba el básquetbol.

Era una regla tácita entre ellos; cada día que pasaba estaba la promesa de enfrentarse nuevamente después de los entrenamientos. Incluso Kise, decidido a ganar, dejó algunos contratos de lado para dedicar más tiempo a esa actividad extracurricular que lo había cautivado.

El golpe sordo de él cayendo de rodillas al piso fue el indicador de que el uno a uno había llegado a su fin; era suficiente por ese día, no podía exponerse demasiado a lesionarse. Esta vez estuvo muy cerca, tan sólo a tres puntos de empatar con Aomine… cada vez era más y más sorprendente la emoción de un nuevo encuentro.

Kise abrió sus ojos en sorpresa cuando vio la mano de Aomine estirándose hacia él.

—¿Una última? —Preguntó con atrevimiento, aunque ya conocía la respuesta.

—Demonios, claro que no, ¿sabes qué hora es? —Aomine le ayudó a levantarse—. Vamos a cambiarnos e iremos por alguna soda.

Kise infló sus mejillas; Aomine siempre le hacía pagar por ellas…

—Y antes que digas algo, yo invito.

El corazón de Kise dio un vuelco, y él sólo sonrió.

—¡Si!

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Después de una ducha rápida para quitarse el olor a sudor y refrescarse en el proceso, Kise y Aomine fueron a los vestidores por su uniforme formal de la secundaria. Aomine le iba contando un poco sobre cómo le fastidiaba Midorima para que estudiase y que no dejara el título de Teikō manchado; Kise no comprendía mucho de eso, él siempre fue un buen estudiante… tal vez no perfecto, pero sin duda, hacía todo lo posible para tener calificaciones muy decentes y que sus padres le permitieran seguir con sus actividades extraoficiales.

Llegando a su casillero, Kise se sacó su ropa y lo primero que se puso fue su pantalón, volteó a ver a su compañero y veía que Aomine hacía lo mismo que él… de alguna forma, no podía dejar de admirarlo, provocando que su corazón se agitara de golpe. Contempló la espalda de Aomine y se perdió en ella; era apenas poco más grande de lo que la recordaba la primera vez que compartieron juntos los vestidores, pero definitivamente existía una diferencia y se estaba haciendo más ancha. Morena, perlada por las gotas de agua de la ducha, y llena de algunas cicatrices propias del acné de la adolescencia y aún así, se veía poderosa, inquebrantable…

Se preguntaba cómo la tendría después del segundo despertar.

Todo el mundo sabía que se manifestaba tu género secundario como estambre o pistilo al cumplir los dieciocho años; eran extraños los casos donde sucedía a edad temprana, pero siempre era un tema entre amigos, sobre todo en escuela media y preparatoria, que platicaban sobre qué era lo que esperaban ser… Un estambre o un pistilo.

No había mucha diferencia social entre ellos en realidad; los estambres eran quienes, podían fecundar a los pistilos, y éstos eran quienes gestaban.

Se podía diferenciar uno de otro de forma simple después del segundo despertar; mirando la espalda. Los estambres poseían un tatuaje con muchas flores, eran docenas de ellas, la misma flor regada por toda la piel. Y a los pistilos les crecía un tatuaje en forma de un árbol estéril que crecía desde arriba de los glúteos hasta llegar a los hombros; no había flores, sólo las ramas sin vida.

Estaba seguro de que Aomine sería un estambre; todo en él gritaba estar del lado de la naturaleza donde tendría la espalda repleta de tatuajes con su flor de nacimiento. Kise suspiró, ¿cuál será la flor que crecerá? ¿Qué tipo de colores maravillosos podrían contrastar con la piel morena?

En ese momento, sintió una dulce corriente eléctrica correr por todo su cuerpo y se instaló en su corazón; la sensación cálida que llenó su cuerpo le dio forma al anhelo que tuvo en cuanto vio a Aomine meses atrás…

Deseó más que nunca, manifestarse como un pistilo.

El pistilo para Aomine.

—Vamos Kise, esa soda y unas hamburguesas nos esperan —dijo Aomine dándose la media vuelta y mostró una sonrisa—. Me muero de hambre.

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II – Preparatoria

A dos años de practicar el básquetbol, Kise lo amaba, y eso sólo incrementaba día con día; de un tiempo a la fecha, no sólo se enfocaba en superar a individuos como Aomine o Kagami, realmente podía sentía un amor naciente por básquet, por sus compañeros de equipo, por sus superiores y amigos quienes siempre le han apoyado.

El Intercolegial de verano y la Copa de Invierno les mostró a muchos de ellos lo que era jugar básquetbol con el corazón, jugar como Kuroko lo hacía. Él estaba agradecido por ello, aprendió valiosas lecciones y logró reunirse nuevamente con sus ex compañeros de equipo para jugar ocasionalmente —como en el cumpleaños de Kuroko, o la vez que se juntaron para hacer el equipo de los Vorpal Swords para enfrentarse a quienes ofendieron a sus superiores—.

Recuerdos muy gratos que se llevaría por siempre.

Y lo bueno de todo eso, fue que las salidas a entrenar con Aomine aumentaron drásticamente; Kise hacía hasta lo imposible e impensable para estar disponible cada domingo para acudir a entrenar con quien se volvió un compañero más que un modelo a seguir. No es que dejase de admirarlo, por supuesto que eso no podría suceder… sólo extendió más su panorama, deseó ser el mejor no sólo para enfrentarse en sus competencias, si no para volver a jugar codo a codo junto a él.

Sin mencionar que se acercaba la fecha lentamente. La cuenta regresiva… avanzaba el tiempo lentamente hacia la edad en la cual se revelaría su género como estambre o pistilo.

Estaba ansioso de que llegara. Y de igual forma, angustiado por el resultado.

Después de llegar a la preparatoria, Kise creció de forma desmedida; Aomine apenas le rebasaba por un par de centímetros, y su constitución física incrementó —su masa muscular para ser más específico—. Por ello su miedo, por esas cosas era que se alejaba cada vez más del estereotipo que proliferaba entre los destacados como pistilos.

Aunque siguió conservando aquella esbelta silueta que le daba los mejores contratos en su trabajo de medio tiempo como modelo.

Apretó sus labios, sintiendo impotencia; no podía esperar demasiado para saberlo.

Eran las 10:28 am cuando se subió al metro que lo llevaría a Tokio y se sentó en uno de los asientos disponibles; Aomine y él se turnaban las semanas para visitarse, y esta vez le tocaba a él acudir al parque cerca de la preparatoria Tōō. Los cuarenta y tres minutos que hacía en tren le ayudaban siempre a tranquilizarse, a descansar de los pensamientos rutinarios que tenía durante la semana, y a disminuir la ansiedad por todo el tema del segundo género.

Se decía que cada estambre tenía su pistilo destinado y cada vez que se tenía sexo con alguien que no era tu destinado ocurría una desgracia; a los estambres se les marchitaba una de sus flores, y a los pistilos les crecía sólo una flor —la que tenga el estambre portador— en su espalda. No ocurría nada con una vez, o tres veces… Pero si se continuaba, eventualmente, morirías; el estambre al quedar seco sin flor, y el pistilo al ya no tener espacio para otra flor en su árbol.

Él no era un santo, claro que, desde hace dos años, tenía sentimientos románticos hacia Aomine, los cuales eventualmente, se desenvolvieron y complementaron con la atracción física y el deseo sexual que naturalmente despertaba en él; no podía recordar cuantas noches se durmió con Aomine como su último pensamiento y se despertó con una ligera mancha en sus pantalones para dormir.

Le quería mucho… le amaba al grado en que no le importaría no ser el pistilo que la vida eligió para Aomine. Le bastaría sólo una noche… sólo que existía algo entre ellos para él poder seguir tranquilo con su vida.

Estaba dispuesto a llevar una de las flores de Aomine tatuado en su espalda.

Se sentiría orgulloso, pleno… satisfecho.

El sonido de la bocina indicando el final del viaje le despertó de su letargo; cogió su mochila en su espalda y salió rumbo a su encuentro con Aomine.

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Un tic en su ojo era lo único que se movía en todo su cuerpo. Estaba enojado, … Por lo regular, citaba a Aomine veinte minutos antes de que llegara —lo conocía, y no era muy puntual en realidad—; pero ésta vez llevaba poco más de una hora de atraso, es decir, Kise tenía esperándole cincuenta minutos. Estaba a punto de irse sin enviar mensaje cuando vio a Aomine entrando por la puerta del parque, y aunque pretendió manifestar su molestia, se detuvo al ver que el otro se veía mal; andaba con paso lento —mucho más de lo habitual— y podía ver ojeras pronunciadas bajo sus ojos irritados.

Ignoró momentáneamente sus quejas internas y en lugar de eso, se preocupó por él.

—Aominecchi, llegas tarde —dijo Kise arrojando el balón que traía en su mochila hacia el susodicho.

—Cállate, Kise —respondió atrapando el balón con ambas manos. Kise sabía que algo no estaba bien cuando usaba las dos manos para algo tan fácil como una atrapada.

—¿Pasó algo? —Kise quiso no ser tan evidente en su tono angustiado, aunque siempre que se trataba de Aomine, fallaba en controlarse.

—Pesqué un resfriado —contestó Aomine y bostezó; podía leer entre líneas que no logró dormir bien.

—Yo sabía que los idiotas no se enfermaban —murmuró Kise, aunque Aomine le alcanzó a escuchar y sólo le vio con cara enfurruñada—. Ya, ¿Qué no deberías de estar descansando?

—No era una opción. —Aomine se acercó a una de las bancas y se cambió sus tenis casuales por los Jordan que usaba cuando jugaba y le vio a los ojos—. Teníamos una cita

Esas últimas palabras dieron un vuelco en el corazón de Kise. La intensa mirada azul oscuro le provocaban sensaciones turbulentas, como contemplar el mar por la noche; era hermoso y en la misma medida, misterioso. Su ritmo se aceleró y sintió sus mejillas calentarse; casi podía jurar que estaban coloradas por la hermosa sensación que llenó su pecho.

Kise valoraba enormemente el esfuerzo que estaba haciendo, podía recordar incluso un día en el que Kagami se quejó toda una semana porque Aomine no fue a jugar con él debido a que tenía pereza.

Aomine mandó a la mierda el trabajo de cuarenta minutos de relajación.

—Bien, juguemos. —Kise se dio la media vuelta para evitar exponerse de forma tan vulnerable frente a Aomine.

—Pero esto no es gratis —dijo Aomine colocando su bolso junto al de Kise y comenzó a botar el balón—. Pagarás mi comida si yo gano.

—Hecho.

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Las disputas de uno a uno entre Aomine y él se volvían muy reñidas. Era evidente que no eran esos chiquillos de catorce años jugando por la noche; Kise tuvo una evolución en su baloncesto al igual que el otro, y sin duda, toda esa experiencia adquirida y el amor por vencer eran los ingredientes necesarios para hacer de sus juegos algo digno de admirar. Incluso, algunas personas que pasaban cerca de donde estaban, se quedaban a verlos jugar y no era para menos, ambos eran miembros de la Generación de los Milagros, y los As de sus respectivas preparatorias… quien no les reconociera, era porque vivían debajo de una piedra.

Kise iba ganando con un punto cuando decidieron dejar el juego a un lado; no podía considerarlo una victoria justa cuando Aomine estaba así de enfermo. Aunque se compadeció y compró comida para ambos en un restaurant no muy lejos de la zona, un sitio privado con cabinas privadas para poder estar platicando sin ningún tipo de vergüenza.

Ellos hablaban mucho por mensaje de texto. Algunas veces, se contaban cosas triviales y sosas, o simplemente pasaban a relatar alguna hazaña que hicieron jugando baloncesto. Aomine le pedía ayuda para sus exámenes y a cambio, escuchaba con atención las peripecias que pasaba en los estudios de modelaje, aun cuando Aomine no entendiera ni la mitad de las cosas que contara. Pero sí que prestaba atención.

La comida llegó; algunas papas gajo, guarniciones de verdura al vapor y carne para asar, acompañadas por una bebida de arroz que era popular en la región. Y justo cuando pusieron a cocer la primera carne, surgió la pregunta que Kise había intentado reprimir durante dos años…

—Oe, Kise… ¿crees que serás un estambre?

Kise por poco se ahoga con su bebida.

—¿Qué cosas preguntas, Aominecchi? —Si Kise se sentía tan alarmado, era porque casi nadie se atrevía a hablar de forma abierta sobre el segundo género de otras personas. Era considerado algo impropio… tabú.

Algo que verdaderamente diría alguien con poco juicio como Aomine —e incluso Kagami—.

—Ya sabes, tienes todo para ser uno… eres atractivo sin duda —comentó Aomine dando vuelta a la carne para su cocción.

Kise no sabía que responder a ello. Sin duda, todo ese tema le vino por completo de sorpresa, ¿se atrevería a decirle que esperaba manifestarse como pistilo? Bueno, eso sería muy extraño, tal vez sólo le confesaría aquel pensamiento que quedó atrapado dentro de él desde aquella vez en los vestidores de Teikō.

—¿Y qué me dices tú, Aominecchi? Sin duda desde hace años se ve que eres un estambre a lo lejos —dijo lo más casual que pudo aun con el nerviosismo creciendo cada minuto.

—No sé, probablemente suceda. —Aomine comenzó a servirse en su plato y Kise le siguió a la tarea—. Hagamos un trato, si te manifiestas como pistilo, yo haré lo que tú me pidas, y si eres un estambre, tú harás lo que yo te pida.

Kise abrió sus ojos en sorpresa. Era una locura seguir ese juego, lo sabía… a estas alturas, ya no le importaba que no podía apostar con algo tan íntimo como lo era su género secundario, realmente no sabía si ganaría o perdería.

Y ya sea por la adrenalina del momento, por no poder negarse a un reto o simplemente porque la otra parte era Aomine Daiki, a quien nunca le pudo negar algo…

—Acepto.

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III – Universidad

A sus dieciocho años, Kise seguía amando el básquetbol, aun cuando ya no jugara como regularmente lo hacía; la escuela lo absorbía demasiado, e incluso, dejó su carrera como modelo amateur para dedicarse al cien por ciento. Consiguió entrar a la Academia para piloto aviador, y aunque le gustaba mucho todo ello, existían materias dentro de la ingeniería que le hacía suplicar por regresar a Teikō y estar bajo el liderazgo del lado psycho de Akashi…

Bueno, no realmente.

Apenas tenía un año en la universidad, y aun cuando se retiró de un equipo de baloncesto cuando terminó sus estudios en Kaijō, continuó jugando con Aomine, aunque de forma menos frecuente, después de todo, el otro decidió enlistarse al cuerpo policiaco de Tokio, y en realidad se esforzaba por ser un buen funcionario; entrenaba diariamente, estudiaba leyes y se preparaba constantemente para ser de los mejores elementos, aun cuando fuera un principiante.

Kise no podía estar más orgulloso de él.

En cuanto se graduaron, Aomine se atrevió a pedirle a Kise que salieran juntos… como pareja.

Entre un par de rosas y el botón de su camisa blanca ubicado muy cerca de su corazón, Aomine le dijo y Kise aceptó de inmediato.

Llevaban más de un año saliendo. No fue nada diferente a como eran antes, sólo que ahora se besaban mucho, se acariciaban demasiado —aun podía recordar su primera vez… aquella tan especial como lo fue la mañana de navidad—, salían juntos a más citas —no sólo a jugar baloncesto—, Aomine le acompañó a sus últimos contratos como modelo y le apoyo en la decisión de no integrarse a un equipo de básquetbol en su universidad.

Kise amaba a Aomine, tanto o más que al baloncesto.

Y por eso tenía miedo… mucho miedo de descubrir que sí era un estambre, de saber que no tenía ni la más mínima oportunidad de ser el destinado de Aomine, aun con todo el amor que le tenía.

Fue un siete de mayo cuando Aomine manifestó su segundo género; aun cuando no se lo confirmó —ya que acordaron que se lo dirían al mismo tiempo—, Kise sabía que Aomine era un estambre. Fisiológicamente no cambiabas mucho, sólo los estambres exudaban un tenue aroma a flor —que podía ser fácilmente suprimido con unas pastillas—, y Kise podía oler el aroma a campo que provenía de su novio.

Eso sólo lo puso más nervioso. Aomine era casi tres meses más chico que Kise, y que se manifestara primero le hacía creer que no reaccionaba al aroma de Aomine, que sí era un estambre o peor… que estaba defectuoso.

Existía un bajo porcentaje de gente en la cual no se revelaba su segundo género, y a ojos de la sociedad, era secos… estériles.

El miedo de Kise se multiplicó.

Quería llorar.

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Era ocho de junio y su cumpleaños sería en un par de días. Aomine le invitó a un onsen para relajarse, y aunque verdaderamente lo deseaba, no quería llegar a esa fecha y no poder mostrarle a Aomine algo en su espalda… lo que sea.

Las clases ese día eran aburridas, lentas… el tiempo transcurría de forma casi agónica. Comenzó a sentir mucho calor —y no era extraño, estaban en por entrar a verano después de todo—, pero este fuego parecía provenir de sus entrañas, de algo muy profundo en él.

—Kise-kun —dijo Kotoko, una chica que se sentaba junto a él. Era de grados superiores, su abundante cabello rizado color chocolate le impedía ver en algunas ocasiones el intenso color negro de sus ojos, aunque esa vez sí podía ver preocupación en casi todo su rostro—. ¿Te sientes bien?

—No —respondió seco. No quería verse mal agradecido, pero sentía que las palabras no fluían correctamente en su cerebro.

—Creo… tal vez… —Ella parecía conflictuada y comenzó a guardar sus cosas y las de él en sus mochilas—, tenemos que prepararte, llegó tu día.

—¿Mi día? —Kise no sabía que pensar… sólo sentía que el aire que lanzaba el clima le ardía contra su piel.

—Tu segundo despertar, Kise-kun —dijo Kotoko al momento de intentar cargarlo—. Hoy sabrás si eres un estambre o un pistilo.

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Su superior lo llevó a su dormitorio en el ala oeste del campus; le ayudó a acercar la suficiente agua y comida para un par de días. Kise recordaba vagamente sus clases de género en la preparatoria, donde se indica que la transición puede durar de dos días a una semana, todo dependiendo de cada ser humano. También, cerró las cortinas de su habitación y selló las orillas de las puertas y ventanas para que no entrara sol o algún sonido que fuera incómodo para él.

Estaría tan agradecido con ella… tendría que invitarla a beber después.

Por ahora, sólo estaba sintiendo demasiado calor.

—Listo, Kise-kun, sólo falta que te desvistas. —Kotoko sacudió sus manos revisando con sus ojos que todo estuviera en orden—. Yo daré parte a la universidad para que expidan el justificante pero, ¿Hay alguien a quien quieres que avise?

Kise pensó un par de segundos. Sacó el celular que tenía guardado en su pantalón y estiró su brazo para entregárselo.

—Por favor, dile a Aominecchi que lo veo el 17 en la central de autobuses.

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Kise estaba recargado contra un muro cerca del sitio donde acordó con Aomine. El día siguiente sería su cumpleaños, y él se sentía más nervioso que la primera vez que jugó en un partido oficial, o cuando su hermana lo llevó como suplente de urgencia para reemplazar a alguien profesional en una promocional.

Sus manos sudaban, su corazón temblaba… estaba a un par de minutos de ver nuevamente a Aomine después de casi un mes. Durante ese tiempo, se mandaron mensajes ocasionalmente y se marcaron algunas veces durante la noche para platicar… Eran vacaciones de verano, perfectas para disfrutar su cumpleaños junto a la persona que amaba.

Se levantó del pilar en cuanto vio a Aomine acercarse. Se veía con ese rostro de pocos amigos, pero bastante atractivo para su frágil deseo; las chaquetas negras siempre le han quedado muy bien.

—¡Aominecchi!

Se sintió emocionado de un momento a otro y corrió a abrazarle. Aomine le recibió correspondiendo el gesto, y claro, con una diminuta sonrisa socarrona que tanto lo distinguía cuando quería pasar por alguien cool. Kise hundió sólo un poco su nariz en el cuello de Aomine, oliendo el campo que tanto amaba.

—Estamos de vuelta, ¿he?

Aomine se separó de él y le dio un beso, muy profundo y largo… de esos donde Kise sentía que sus piernas temblaban y su emoción amenazaba con hacerle caer en un paro cardiaco. Sus labios se reconocían nuevamente, como si su último beso fuera desde hace años; Kise también quería seducir a su novio, y se propuso a jugar con su lengua un poco, explorando los recovecos en su boca.

Ese beso sabía a gloria.

Lentamente se fueron separando… poco a poco, hasta quedar mirándose a los ojos sin importarles cómo les veían los demás.

—Aominecchi, sabes… —Kise mostró una sonrisa, una tan grande, que opacaba al mismo sol de esa tarde de verano— ¡Gané la apuesta!

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N/A: ¡Estoy emocionada! Tengo años que no escribo de esta ship, y de verdad que son de mis parejas favoritas. Últimamente estuve pensando en esta idea del pistilverse, vino a mi mente la trama y me decidí a escribirla para festejar el AoKiDay. ¡Feliz 7 de mayo a todos los aokilovers!

Sé que el final es un poco abierto, pero... si gustas que lo continúe, regálame un comentario y con gusto lo haré. ¡Gracias por leer!

Besos de naranja.