Ranma no me pertenece.

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Fantasy Fiction Estudios

presenta

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Destino

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Extendió las manos al cielo y dejó que el viento acariciara su piel, tallara su rostro y secara las lágrimas de su rostro. Las nubes se extendían por todo el horizonte, formando montañas de cúmulos blancos, brillantes, cortadas por un fondo azul intenso. No había sonido alguno, ni siquiera el de su propia voz, de sus gimoteos, o de sus pensamientos. Tampoco podía escuchar el viento por más fuerte que este fuera.

Había un único sonido, una melodía suave, lenta, de rápidos toques como los de una caja de música. Similar a los acordes del piano. Encogió los brazos y se llevó ambas manos al rostro.

Estaba ahora en un lugar distinto. La oscuridad era tal que la ramas y hojas de los árboles parecían todas una única sombra, una silueta dibujada delante del cielo oscuro lleno de estrellas. Jamás había visto tantas estrellas, las más brillantes formaban las constelaciones, se veían tan grandes que las podía alcanzar de haber extendido la mano. Lo hizo, pero los dedos se cerraron en el aire. Entonces notó que su mano era pequeña y regordeta. Se la miró extrañada.

—Así que te perdiste —dijo la tímida voz junto a ella.

Giró para encontrarse con un niño a su lado. Era pequeño, quizás de seis o siete años. Ella no parecía más grande tampoco. El niño, sentado a su lado en la pendiente, de un suelo de tierra que con una madera habían retenido para formar un improvisado escalón, le sonreía. Estaba sucio hasta el cabello oscuro, la pequeña ropa blanca, similar a las que usaba su padre para entrenar, estaba casi cubierta de lodo seco. Tenía una divertida y pequeña coleta colgándole de la nuca.

—Es mi cumpleaños y nadie se acordó —dijo ella y negó con la cabeza. Pero le pareció no ser ella de verdad, era como si sus palabras las hubiera pronunciado una persona diferente que ocupaba su cuerpo. Era una voz desconocida, tan clara como suave, y muy débil. La voz de una niña—. Me escapé. Si mamá estuviera aquí…

—Yo tampoco tengo mamá y no me importa —dijo el niño, que la miraba fijamente con sus ojos claros. Para ser tan pequeño, en su rostro y voz había una actitud orgullosa y desafiante—. Tampoco nadie celebra nunca mi cumpleaños, ¿y qué?

Estaba ahora en una cama, no la suya, pues esta era enorme. Una cama matrimonial de estilo occidental. Las paredes estaban pintadas de un bonito tono pastel. Una cómoda del otro lado estaba cubierta de pequeñas cajitas, joyeros, un par de retratos y algo más que no alcanzó a distinguir. Retratos con rostros que sabía conocía cubrían las paredes. El cuerpo le dolía. Las sábanas y frazadas eran blancas. La luz entraba por el gran ventanal que daba a un jardín. La fragancia de las flores entró con la brisa que empujó las cortinas blancas. Era un día hermoso. Ella, sentada en la cama, acomodada entre mullidas almohadas, miraba hacia el jardín. Estaba un poco fresco, pero tenía la espalda cubierta con una bonita camisa china sobre su pijama. Juntó las manos alrededor de la taza que sostenía sobre su regazo. Era un té exquisito que le había traído recién. Lo sabía, pero solo eso, nada más. Se miró las manos, estaban largas, arrugadas y temblorosas. Un brillante anillo dorado estaba en su dedo. Observó la sortija detenidamente y su corazón latió con fuerza, su pecho se llenó de un plácido calor.

—Quiero levantarme —dijo ella, otra vez no siendo ella. Era una voz desconocida, más ronca y sosegada—. Tengo cosas que hacer.

—Hoy no harás nada, es tu día especial —contestó la voz de un hombre. Era una voz conocida que provenía desde el pasillo.

Era una voz madura, calmada, con un ligero tono de desafío casi infantil. El sonido de sus palabras fue acompañado por el lento pero seguro marchar de unas pantuflas arrastrándose por el piso. Sintió que su corazón se aceleraba a medida que esos pasos se acercaban más, más y más.

Ya no estaba en la alcoba. Su pequeño cuerpo estaba en el aire, en brazos de su hermana mayor. Escuchaba el llanto exagerado de un hombre adulto, su padre, y su otra hermana tiraba de su ropa con apremio. Ella no estaba concentrada en las atenciones de esa gente. Con el mentón recostado sobre el hombro de su hermana miraba hacia la oscuridad, bajo los árboles, al niño que la había devuelto a su familia. El pequeño niño de coleta alzó la mano y, tras dar media vuelta, regresó corriendo a la oscuridad. Nunca supo su nombre.

¿Dónde estaba ahora?

Había agua.

Era un río, el poderoso sonido de la corriente chocando contra las rocas la estremeció. Se abría camino, buscando, tallando la tierra virgen, abriéndola en dos en su camino hacia el océano. Las praderas estaban cubiertas de un manto verde intenso y pequeñas motas que eran flores blancas, tan pequeñas como copos de nieve. Las nubes brillaban en el cielo, como islas, cruzando lentamente la inmensidad. Ella flotaba de espaldas, el agua cubría sus oídos y todo lo escuchaba lejano y apagado. El agua la rodeaba, la empapaba, la arrastraba con una fuerza vertiginosa. La fertilidad cubría los campos por dónde pasaba. Ella se sentía llena, ella era la tierra, ella era fértil. Al abrir los ojos, unas manos la tocaban, unos brazos fuertes la sostenían, unos labios susurraban a su oído. La habitación estaba a oscuras, una luz lejana se veía más allá de la cortina. Hacía calor aunque fuera de noche, era verano, había brisa. Su cuerpo desnudo estaba cubierto de sudor, pegado a otra piel, y una emoción infinita la embargaba. Nunca se sintió tan feliz al escuchar esa voz que al oído le decía…

Y caía. De pronto caía. A gran altura. El vértigo se apoderó de su mente. Caía de espaldas. Giró en el aire y pudo ver que se encontraba más arriba de las nubes. El horizonte se curvaba frente a sus ojos, el cielo era dorado y rojizo, el sol del atardecer era como un anillo de oro, medio cubierto por las nubes. Nubes, sí, majestuosas, imponentes, parecían formar castillos en el aire. Cúmulos rosados, violetas, azules, blancos y dorados. Toda la gama de colores que el sol dibujaba sobre ellas. Los rayos del sol eran como líneas doradas que se abrían, cual abanico, alrededor de su cuerpo. Caía, rápidamente, con el viento cortando la forma de su cuerpo. Su pijama se agitaba con fuerza. Su cabello se revolvía con violencia. Hasta que le pareció que en realidad no se movía, como si volara, como si fuera un ave. La tierra, tan lejana, se acercaba muy lentamente. Ya no tenía miedo, ya no le importaba el vértigo, estaba en la cumbre del mundo entero. Ella era una con ese cielo infinito. Era hermoso. Extendió los brazos, las manos, como si creyera realmente que podía volar.

—Akane.

Una mano se apoderó de la de ella. Ahogó la respiración.

Abrió los ojos lentamente. La luz la lastimó, se quejó en un murmullo.

—Akane, ¿cómo te sientes?

Ella parpadeó un poco confundida. ¿Dónde estaba? ¿Qué era ese lugar? ¿Quién le hablaba?

—Ranma…

Su voz se adelantó a sus pensamientos. Recién pudo reconocer al muchacho sentado en la cama a su lado. Él no tenía buena cara, era una mezcla extraña, de alivio y molestia. Giró un poco la cabeza para mirar hacia su pequeño escritorio. La luz que entraba por las cortinas le hizo creer que era de mañana. Una toalla seca resbaló de su frente. Ranma la tomó. Posó una mano sobre su frente. Se inclinó hasta apoyar la de él sobre la suya. Akane parpadeó confundida, aunque todavía aturdida por el sopor, aquella cercanía la tomó por sorpresa.

Ranma retrocedió con las mejillas enrojecidas.

—Parece que ya no tienes temperatura. ¡Qué torpe eres! ¿Cómo se te ocurrió enfermar justo ahora?

—Lo siento —murmuró. Sentía el cuerpo pesado, la garganta seca y le dolían los brazos y piernas.

—Como sea —se quejó Ranma—, solo a tí te pueden pasar estas cosas.

—Lo siento —repitió con la voz temblorosa.

De pronto tuvo ganas de llorar, pero no era por él, o por lo que le dijo. En realidad, no era por nada. Tan solo sentía una tristeza en su pecho. Tenía una vaga imagen en su mente del extraño sueño que tuvo. Colores, sensaciones, pero nada más. Había algo importante que quería recordar, como un recuerdo o una premonición, pero ya se había ido. Intentó levantarse. Ranma la detuvo con ambas manos, empujándola por los hombros, con tanta fuerza que parecía que quería hundirla en el colchón.

—¡No te levantes, boba!

—Pero…

—Pero nada. —Ranma la soltó y se irguió, evitando sus ojos—. Le diré a Kasumi que ya despertaste, y te traeré algo de comer.

Akane abrió la boca, estaba sorprendida.

—¿Por qué eres tan amable…?

—Cállate o me arrepentiré. Solo lo hago porque… —El muchacho se mordió los labios, como si hubiera querido decir algo, pero no tuvo el valor, no todavía—. Porque hoy es tu cumpleaños, solo por eso.

—Ah…

—Espera un rato que ya vengo con el desayuno. ¡Y no te atrevas a moverte!

—No lo haré. —Hizo un mohín.

Ranma le sacó la lengua, ella hizo lo mismo en respuesta.

Akane lo vio salir. Luego escuchó ruidos a través de la puerta que Ranma dejó entreabierta, de su familia hablando desde la sala en la planta inferior. Debían estar todos reunidos comiendo a esa hora. Pero se concentró en un único sonido, que se le hizo extrañamente familiar, casi nostálgico a pesar de que era la primera vez que se percataba de ello: el de las pantuflas de Ranma deslizándose por el pasillo. Giró en la cama, se acurrucó y cerró los ojos, tenía sueño, quizás dormiría un poco más.

Sonrió.

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Fin

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Siendo que según el fandom ayer se celebraba el cumpleaños de Ranma y hoy el de Akane, con Randuril nos propusimos dividirnos el trabajo en un fic cada uno. Fue una idea espontánea y divertida. Vieran mi sorpresa cuando leí su fic, tras intercambiar nuestros escritos para revisarlos mutuamente, y descubrir que el tono de su relato tan sentimental y contemplativo tenía mucho que ver con el mío. Ya va un tiempo que voy notando como nuestros estilos se mezclan, nuestra narrativa se abraza y las palabras de uno tienden a convertirse en la del otro. Como confidencia, les puedo decir que esto también sucede divertidamente en nuestra vida cotidiana, especialmente con nuestros acentos. En casa tenemos un español chileno-uruguayo que es un chiste, pasamos del tuteo al voceo o mezclamos en una sola oración todos nuestros queridos coloquialismos, más otros tantos otakismos, gamersismos, etc. En fin, volviendo al tema, ¿de qué estábamos hablando?... Ah,sí, como decía antes, aunque nuestros relatos tengan tramas diferentes, el tono sentimental y el transfondo era el mismo: ambos nos hablan de la vida, el amor y el tiempo. Tan en armonía que parecían pertenecer a una única colección. Bien, compartimos una vida juntos, es obvio que nuestros sentimientos al escribir, aún siendo de voces distintas, se vuelven parte de un único coro.

La parte difícil de todo esto fue encontrarle un título a ambas historias, en especial cuando son tan cortitas, un título en el que uno quiere decir mucho, pero a la vez no adelantar nada. En fin, miro la hora, es mejor terminar con esto que para parrafadas ya tuvieron casi veinte años de mí. Ejem, así que cuando titulamos el fic de Randuril como Viaje, se me ocurrió que mi fic se tendría que llamar obligatoriamente Destino.

Porque de eso se trata la vida, ¿no?

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Noham Theonaus

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