Something something satosugu chupándose el pito mutuamente mientras ocurren otras cosas. Ignoren los errores, por favor, o lloro.

Edit, 08/05/21, 5:24 a.m.: ya lo corregí. Si encuentran algún otro error, es culpa de la dislexia.

Disclaimer: Jujutsu Kaisen le pertenece a Akutami Gege.


Las paredes de la Escuela Técnica de Magia del Área Metropolitana de Tokio crujían durante las noches, sin razón aparente; a veces a causa del frío, durante el otoño o invierno, y otras por el calor, en primavera y verano. A veces por la lluvia, cuando la madera vieja, con más años resistiendo aluviones y ventolinas de las que Suguru solo podía imaginar o contar, comenzaba a gemir con las ganas de rendirse, aun si múltiples hechizos y talismanes de durabilidad y protección se lo impedían. El tintín de las tuberías, con el agua corriendo de arriba para abajo, el aullido bajo y lastimoso de las mismas cuando estaban huecas, como un silbido, rogando por algo indescifrable y honestamente aterrador, todo era como una melodía tenebrosa a la que uno se terminaba acostumbrado una vez vivía lo suficiente en los dormitorios de la escuela como para empujarlo a la parte trasera de sus pensamientos, un ruido de fondo interminable que solo molestaba si dejabas que te molestara.

Satoru tocó ligeramente su rostro, instándolo abrir la boca. Suguru obedeció, permitiendo que le metiera un dulce entre los labios, el sabor residual de la naranja artificial colgando de la punta de sus dedos.

If I was a rich girl, na, na, na, na, na, na, na, na, na —canto Satoru en voz alta—. See, if I have all the money in the world, if I was a wealthy girl.

Suguru pasó el caramelo en su boca de un lado al otro, sin levantar los ojos de su libreta, releyendo una segunda vez la pregunta del cuestionario antes de responderla.

—Fresa —dijo, satisfecho consigo mismo.

Detrás suyo la cama rechinó, los resortes viejos de años y años siendo usados por diferentes personas chillando bajo el peso de Satoru.

—Ajá, correcto.

Suguru sonrió para sí mismo, partiendo con las muelas el dulce y masticando lentamente el resto de los pedacitos. Satoru volvió a girarse, retorciéndose como un pez al que han dejado tirado al borde de la pecera, siguiendo la línea de letras de la canción con facilidad.

Eran alrededor de las diez de la noche; poco más, poco menos. La habitación de Satoru tendía a ser ligeramente menos fresca que la suya, con ese bombillo amarillo en el techo calentando cada superficie donde su luz tocaba, confiriéndole un tono anaranjado a prácticamente cualquier cosa en la habitación. Suguru estaba sentado en el suelo, no haciendo tarea realmente, sino más bien respondiendo preguntas al azar de las que podía atrapar aquí y allá de un libro, viejo como la mismísima existencia, que se logró sacar de la biblioteca sin que nadie se diera cuenta. Era, de manera llana, bastante interesante; entretenido, sería la palabra correcta, de la manera en que entretienen los libros viejos sobre temas serios que aún se tratan en la actualidad. Sus páginas amarillentas y delgadísimas eran como un vistazo rápido de su longevidad, la forma en que estaba escrito y retrataba las técnicas de hechicería, con demasiada pompa y florituras, le provocaban ganas de reírse a carcajada limpia cada dos o tres líneas.

Pero era de noche, y resultaba entretenido, aparte de ligeramente informativo, y no había nada mejor que hacer. Mañana tendrían el día libre, y en dos días tendrían una misión importante, pero en ese momento, ninguno de los dos estaba preocupado por ello. ¿Por qué lo estarían? Eran los más fuertes.

Don't need other baby, your lovin' is better than gold, I know.

Suguru escuchó el crujido de otro envoltorio siendo abierto, el olor empalagoso y mentolado de un bastón de caramelo rojo y blanco quemándole la nariz. Satoru, acostado en su cama, dio un salto, dejando caer la cabeza en el hombro de Suguru, apenas, la mata de cabello plateado y desordenado haciéndole cosquillas en el cuello.

—Esta es fácil —murmuró, sosteniendo el bastón de caramelos entre los dientes.

Suguru dejó de lado el lápiz, con cuidado de apoyar el libro, delicado como un bebé recién nacido, encima de la libreta y no al revés, no fuera a ser que alguno de los kanjis se borrara si lo dejaba por medio segundo en el suelo de linóleo negro.

—Son dulces de Navidad, ¿qué tan difícil puede ser? —respondió, partiendo el bastón por la mitad y metiéndoselo a la boca.

Satoru se echó inmediatamente hacia atrás. La música siguió sonando, cambiando de una canción a otra, sin romper el flujo de la atmósfera.

A few times I've been around that track, so it's not just gonna happen like that. 'Cause I ain't no hollaback girl, I ain't no hollaback girl.

La voz de Satoru se mezcló con la de la artista, sobreponiéndose al gañido constante e interminable de las paredes quejándose por algo. Suguru mordisqueó su pedazo de bastón de caramelo, sin recoger el lápiz ni retomar el libro, mirando la luz multicolor opaca del reproductor mp3, ligeramente más grande que un cubo de rubik, en la mesa de noche. La habitación de Satoru era una copia exacta de todas las habitaciones en el dormitorio de la escuela, y aun así, se las ingeniaba para ser casi una cosa viviente, como si respirara por sí sola. Las cuatro paredes eran una exhibición completa de Gojo Satoru, como si le hubieran roto ese cráneo duro suyo y vertido un poco de su cerebro en aquel espacio cerrado, expandiéndose a cada esquina igual que pintura.

Suguru hizo una mueca de disgusto, masticando el caramelo hasta hacerlo pedacitos, sin esperar que la azúcar se derritiera por completo en su boca.

—¿Has escuchado ese dicho, de que si comes muchos chuches antes de dormir, te dan pesadillas? —preguntó, despegando la espalda del borde de la cama y quedando de costado, apoyando la barbilla en la palma de la mano—. Si es verdad, luego de esto nos vamos a cagar de miedo ahora.

Satoru se rio entre dientes, rodando hasta quedar bocabajo, los lentes oscuros deslizándosele del puente de la nariz y la camiseta color verde edén sin mangas arrugándosele debajo del estómago.

—Yo solía escuchar que daban lombrices.

—¿No lo dice todo el mundo? Que comer chuches provoca lombrices. No es algo nuevo.

—Pero, ¿las dan? —inquirió, estirando la mano en busca de otro dulce. El centro de la cama era un desastre, con envolturas de caramelos vacías, las sábanas revueltas, y alrededor de diez dulces de marcas y sabores diferentes en espera de ser comidos—. Eso es lo que nadie responde.

Suguru frunció los labios, apartándose el flequillo del rostro.

—¿Vamos a comprobarlo?

Sus ojos prestaron atención a los dedos de Satoru, abriendo fácil y metódicamente dos dulces, color verde y morado, llevándose el primero a la boca con rapidez antes de ofrecerle el segundo. Suguru lo aceptó, atrapando apenas el sabor a manzana en la yema de sus dedos.

—No creo que importe —continuó diciendo, lamiéndose el pulgar—. Digo, no es como si fuera la primera vez.

—¿Te hartas de chuches en la noche antes de dormir cuando nadie te ve? —Suguru se mordió el borde del labio inferior, sonriendo—. Te diría que me sorprende, pero la verdad es que no.

Satoru se encogió de hombros, sonriendo también.

—¿Qué te puedo decir? Tengo las mejores ideas antes de dormir.

Suguru estiró la mano, arrebatándole los lentes oscuros de un manotazo antes de que pudiera detenerlo.

—¿Y cómo es que hasta ahora me doy cuenta? Seguro por eso que mi pared siempre está llena de hormigas.

Satoru parpadeó un par de veces, el abanico de sus pestañas creando sombras en sus pómulos, antes de arquear ambas cejas.

—¿Sabor? —preguntó de repente, como si apenas se acordara.

Suguru se pasó la lengua por los labios.

—Uva.

—Correcto. Y no, oye, eso es una mentira —añadió. Se giró, dejando caer las piernas, larguísimas, por el borde de la cama y poniéndose de pie de un brinco—; este edificio está lleno de plagas. ¿No sabías? Shoko una vez encontró una cucaracha en su almohada.

Suguru se puso de pie también, recogiendo el libro y la libreta y dejándolos con cuidado en el escritorio de Satoru. Era bastante tarde. Del otro lado de la ventana diminuta, el cielo estaba oscuro y salpicado de nubes, como si fuera a caer un chaparrón en cualquier momento, ni siquiera un miserable rayo de luna escapándose. Se dejó caer sobre la cama, con cuidado de no aplastar los dulces con su peso, viendo a Satoru estirar los brazos por encima de la cabeza hasta que sus dedos casi rozaron el techo. El elástico de los pantalones cayéndole bajo en las caderas, como si el cordón que tenía para sostenerlos no sirviera de nada.

—Shoko ni siquiera está de este lado del dormitorio.

—Entonces fue Nanami, estoy seguro que sí.

La canción se acabó y cambió a otra, dejándolos en un silencio repentino que duró alrededor de un segundo entero.

—¿Por qué me huele a que te lo estás inventando?

La música llenó el silencio a la velocidad de la luz, ahogando el crujido de las paredes tan rápida y eficientemente como una bofetada. Satoru se giró sobre sus talones, juntando ambas manos y sonriendo en su dirección, sus ojos azules del color del universo tan limpios como el color del cielo al mediodía.

I'm Miss American Dream since I was seventeen, don't matter if I step on the scene or sneak away to the Philippines —cantó, y Suguru no pudo evitar sonreír de oreja a oreja.

Satoru se tambaleó al ritmo de la música, su cuerpo largo como un poste meneándose de un lado al otro de la habitación mientras cantaba, creando sombras extrañas contra el suelo cada vez que tomaba una dirección opuesta a la que a la luz del bombillo le gustaría. Suguru se reclinó sobre el costado, apoyándose sobre el codo para poder verlo mejor, murmurando detrás de los dientes.

I'm Mrs. Lifestyles of the rich and famous.

I'm Mrs. Oh my God that Britney's shameless! —siguió él, sentándose sobre la cama.

Satoru estiró la mano, invitándolo a ponerse de pie, y Suguru fue, enredando el brazo en su cintura, incapaz de detenerse o resistirse.

I'm Mrs. Extra! Extra! This just in.

I'm Mrs. she's too big, now she's too thin.

Era ridículo. Suguru quiso reírse, repentinamente agradecido de que sus habitaciones estuvieran una al lado de la otra, al final del pasillo, mientras Satoru y él cantaban. El suelo de la habitación era un desastre, ropa y cachivaches desperdigados en cualquier sitio donde pudiera poner la vista, la chaqueta del uniforme que Satoru había dejado donde cayera esa misma tarde y también la bolsa vacía de papitas que ambos se habían comido la semana pasada. Debajo de la cama acechaba el cable blanco y delgado de unos audífonos, sospechosamente parecidos a los suyos que desaparecieron hace alrededor de una semana.

—¿Ya se te subió el azúcar? —inquirió Suguru, sujetándole la cintura con ambas manos.

Satoru se lamió los labios.

—Vamos a ver. ¿Me dejas ir al baño un momento?

—Claro.

Volvió a sentarse al borde de la cama, viendo a Satoru revolotear sobre el bulto de ropa indefinida sobre la silla de su escritorio antes de finalmente escurrirse dentro del baño. Suguru arrastró la mirada sobre la habitación, tarareando el resto de la canción hasta que esta cambió a otra, deteniendo sus ojos en la pila de caramelos y estirando la mano a por uno sin darse cuenta hasta el momento en que se lo estaba llevando a la boca. El sabor artificial a limón estalló en su paladar, barriendo con él los residuos de la uva todavía pegado en su lengua.

Sostuvo el dulce entre los dientes, partiéndolo en dos y luego en cuatro, hasta hacerlo pedacitos. Un minuto después, la puerta del baño se abrió, Satoru deteniéndose en el marco, una sonrisa complacida torciéndole los labios. Suguru parpadeó.

—¿Es de Shoko? —preguntó, refiriéndose a la falda de uniforme aferrándose fuertemente a su cadera—, ¿o Utahime?

Satoru se mordió la comisura del labio, encantado.

—Mei Mei. Decidió voluntariamente prestármela, por un precio, claro. ¿Te gusta?

Suguru lo observó caminar las tres zancadas necesarias entre el baño y la cama, deteniéndose justo frente a él, una mano en la cadera y la sonrisa socarrona cada vez más amplia. Uno de los tirantes de la camiseta se le había deslizado sobre el hombro, o quizás él mismo lo había hecho, luciendo cada pedazo descuidado y casual pero sumamente planeado, como la mayoría de las cosas que hacía. El trozo de piel blanca entre el dobladillo y el bajo de la camiseta dejando el ombligo a la vista, los músculos duros y planos de su abdomen asomándose descaradamente. Sus piernas, usualmente largas, parecían hacerse infinitas, extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista de Suguru, deteniéndose exactamente al lado de sus propios pies.

Lo miró de arriba abajo, volviendo otra vez arriba para mirarlo a los ojos, llevando ambas manos a su cintura y hundiendo los pulgares ahí, saboreando el estremecimiento ligero que lo sacudió.

—Un poco raro, pero sí —admitió, jalándolo en su dirección, obligándolo a montarse en su regazo.

Los ojos de Satoru brillaban.

—Sabía que te gustaría —pasó ambos brazos alrededor de su cuello, enterrando los dedos en su cabello y arrancándole la liga de un tirón—. Te gustan las cosas raras.

Aquello era un atrevimiento enorme, viniendo de Gojo Satoru, pero Suguru solo pudo sacudir la cabeza.

—A los dos.

La boca de Satoru sabía increíble, artificialmente dulce, incluso por encima de la acidez dejaba por el caramelo de limón en la suya propia. Suguru pasó la lengua por sus labios, obligándolo a separarlos, deslizando ambas manos por debajo de su camiseta y llevándolas arriba, arriba, arrastrándose por su abdomen y su pecho, deteniéndose sobre sus pezones. Satoru hizo lo mismo, enredando su cabello en un puño y acunando su rostro con la otra mano, con cuidado, el roce del pulgar por debajo de su pómulo izquierdo una caricia hecha y derecha. Suguru suspiró, distrayéndose lo suficiente para que los dientes de Satoru le tomaran desprevenido, clavándosele superficialmente sobre en la mandíbula.

—¿Se te subió el azúcar? —preguntó ahora, besando el rostro de Suguru con algo parecido a la reverencia.

Suguru cerró los ojos, sonriendo.

—Quizás.

Satoru volvió a besarlo, profundo, dando un respingo cuando sus dedos pellizcaron su pezón derecho. Suguru se apartó de sus labios, clavando los dientes en su cuello hasta que la piel ahí adquirió un tono rosado vivo, pasando la lengua con cuidado sobre la herida. Satoru inclinó la cabeza para darle mejor acceso, jadeando en voz alta cuando una de las manos de Suguru se deslizó por debajo de la falda, palmeando su entrepierna.

—Me encanta esto —murmuró Suguru, dejándole un beso en la barbilla.

Satoru se mordió los labios, sus ojos entrecerrados ligeramente menos azules a lo acostumbrado.

—No más que a mí.

Suguru los volteó a ambos, dejando caer a Satoru en el colchón, mordiéndose la parte interna de la mejilla cuando sus manos, rápidas y hábiles, se arrastraron sobre su pecho, amasando su carne la soltura y afán de alguien quien lo ha hecho muchísimas veces, a quien le encanta. Suguru volvió a besarlo, abriendo la boca para gemir bajito cuando los dedos de Satoru se encontraron con su pezón izquierdo, tragándose el ligero lloriqueo que se derramó en su boca cuando acarició de arriba abajo la verga en su mano, apenas comenzando a ponerse dura detrás de los calzoncillos.

—¿Me la chupas? —jadeó, repartiendo una hilera de besos húmedos por el rostro de Suguru—. Eres tan bueno en eso.

Suguru se rio, apartando la mano libre de donde estaba, plana en el pecho de Satoru, y la llevándola a su rostro, delineando el contorno de sus labios.

—Tenías planeado esto desde el principio, ¿verdad? Idiota.

Satoru se encogió de hombros, abriendo la boca para entonces chupar sus dedos él.

—Tal vez —farfulló. Su lengua se deslizó entre sus dígitos, lento, empapando sus dedos de saliva, ahogando un gemido que sonó más parecido a un chillido de sorpresa cuando Suguru empujó levemente hacia adentro.

Suguru tomó dos exhalaciones profundas, tratando de respirar con calma. Satoru sostuvo su mano alrededor de la muñeca mientras chupaba sus dedos con ganas, subiendo y bajando la cabeza una y otra vez, cerrando los ojos otra vez cuando Suguru embistió contra su boca. Suguru se inclinó, lamiendo el hilo de saliva que se le escapaba por la comisura, jodiendo sus dedos atrapados firmemente entre sus labios apretados y acariciando la polla con la otra, absorbiendo su lloriqueo cuando acarició la cabeza con el pulgar, sintiéndola llenarse poco a poco contra sus dedos, a un ritmo lento pero seguro.

—Podías solo haber preguntado y ahorrarnos el resto —carraspeó, recuperando su mano y prácticamente arrancándose de encima de Satoru, cayendo de rodillas entre sus piernas—. Está bien. Solo no te corras en mi cabello.

Satoru jadeó, sentándose, lamiéndose los labios rojos y brillantes. Sus ojos eran más del color del cielo nublado que del mediodía ahora.

—Seguro.

Suguru escurrió ambas manos por sus muslos, la piel suave hundiéndose fácilmente contra sus dedos a la menor presión. Satoru tenía la falda levantaba prácticamente a mitad de muslo, dejando a la vista la tela verde lima de sus bóxers por debajo de la tela, y aun si Suguru sabía que era en parte su culpa no pudo evitar morderse el interior de la boca para sofocar la risa.

—De verdad que me encanta esto —repitió, terminando de levantarla. La línea hermosa, larga y completamente dura de la polla de Satoru marcándose sobre la tela le hizo agua la boca, pero lo ignoró, llevando su mano más arriba, hasta su abdomen—. Lo hace todo más fácil.

Satoru se rio, o más bien masculló algo parecido a una risita jadeante, ondulando su cadera lentamente, apenas un poco. Suguru podía sentir sus músculos temblar.

—¿Verdad? Imagina que fuera una chica. ¿Igual te gustaría?

—Tal vez. Si yo fuera una también.

—Guau, eso es tan gay.

Suguru se rio, echándose hacia adelante y pasando la lengua por la longitud, callándolo inmediatamente. El sabor de la tela era casi demasiado áspero comparado con la promesa de la piel húmeda y sedosa debajo, obligándolo a pasarla una vez más, olvidándose de sostener la falda y dedicándose enteramente ello, besando y lamiendo el falo hasta que Satoru le jaló del cabello, tirando de él con fuerza hacia arriba para poder besarlo. Suguru se perdió en sus labios, bebiéndose su respiración, apartándose apenas un poco para poder arrancarle la camiseta por encima de la cabeza y dejarla caer donde sea, noqueando algún cachivache que se estrelló contra el suelo con un ruido sordo.

—Espero que no haya sido nada valioso —jadeó Satoru, alejándose de sus labios para besarle el cuello, la oreja, los párpados.

—Como si hubiera algo que sirva en este basurero.

Suguru volvió arrodillarse entre sus piernas, clavando los dedos en la piel pálida y sensible de la cara interna de sus muslos para separarlos aún más ampliamente, echándole un vistazo antes de colar ambos pulgares en el elástico de sus bóxers y tirar hacia abajo. Satoru era... una imagen completa. Con su pecho desnudo, el cabello, eternamente despeinado, sus labios hinchados por los besos y ser follados por sus dedos, el rubor color rosa subiéndole desde el cuello hasta difuminarse a mitad de su rostro, como si tuviera miedo de llegar al borde de sus ojos, intimidados por la tormenta oscura que era el cielo de sus pupilas. Su polla dura, luciendo cada parte tentadora e invitante, acomodada casi artísticamente entre sus piernas abiertas, saltando libre en el momento en que Suguru prácticamente le arrancó la ropa interior, arrastrándola por sus piernas y dejándola torpemente alrededor de sus tobillos.

Satoru sonrió, los dientes blancos clavándose en el labio inferior abusado, pasándose una mano por el cabello, como si lo supiera. Porque lo sabía. Sabía lo que hacía la visión de él, desnudo, con nada más que la falda arrugada en su cintura y su falo duro y orgulloso, listo para ser devorado, en Suguru. Y Suguru era un estúpido, porque le encantaba. Le encantaba.

Tuvo que detenerse a reajustar sus pantalones, su propia verga hinchándose.

Suguru sostuvo el falo en su mano, sintiéndolo palpitar, bombeando un par de veces antes de inclinarse y lamer una larga línea húmeda, desde la base hasta la cabeza. Satoru gimió, hundiendo sus dedos en la maraña de cabello suelto, despeinado sobre sus hombros. Suguru envolvió ligeramente los labios alrededor de la cabeza, probando, el sabor caliente y ligeramente salado del pre semen estallando en su lengua, borrando de un solo golpe cualquier residuo que todavía quedara del dulce en su boca. Con calma, deleitándose en la respiración levemente acelerada de Satoru, terminó de tragar el resto.

Oh —chilló Satoru, apretando los dedos en su cabello con tanta fuerza como para doler—. Eres tan bueno en esto.

Suguru arrastró los labios arriba y abajo, disfrutando del peso sedoso y suave en su lengua. Abrió los ojos, lanzando un vistazo hacia arriba, a la expresión torcida y abrumada de Satoru, como si solamente esa primera chupada pudiera ser suficiente para romperlo. Tal vez fuera así. Suguru volvió a la cabeza, pasando la lengua por la esponja de nervios ahí, disfrutando el pequeño chorro de pre semen que aterrizó en el momento exacto luego de hacer eso, dejándole un beso húmedo al tronco.

—Quiero joderte la garganta —suplicó Satoru, su voz rota con un tinte de risita que de risa no tenía nada.

Suguru parpadeó, abofeteando su lengua con la cabeza del falo un par de veces, chupándolo otra vez antes de hablar.

—¿No crees que estás pidiendo demasiado?

Satoru dejó caer la cabeza para atrás, clavándole las uñas en el cuero cabelludo cuando Suguru volvió a tragarlo, esta vez hasta el fondo de su garganta, ahuecando las mejillas para poder succionarlo. Podía sentir, temblando debajo de sus manos, su cuerpo rompiéndose por pedazos baje el toque de su mano. Satoru era, al menos en el mundo de la hechicería, una promesa, un prodigio, un genio; a veces, el pensamiento de lo que podría llegar a ser en el futuro le podía provocarle miedo, pero no ahora. Ahora, cuando Suguru era el principio y el final de su cordura. No ahora, con sus dedos encarnados tan duro en el cabello de Suguru como si se le fuera la vida en ello, como si su vida comenzara y terminara ahí, en el borde de sus labios.

Suguru cerró los ojos, echándose para atrás solo para volver a bajar inmediatamente, la hinchazón de su erección casi dolorosa en la prisión de sus pantalones de deporte. Tomó una respiración superficial, alejándose, bombeando con la mano el falo sin apartarlo demasiado de sus labios, la necesidad ardiente de sentir el temblor de Satoru quemándole los dedos y obligándolo a llevar la mano libre a su vientre, que casi parecía vibrar debajo de su toque. De fondo, el ruido de una canción nueva en el reproductor sumado con el crujido de las paredes se sentía casi como un pensamiento ajeno, deslavado bajo el olor dulce y abrumador de la excitación de Satoru, el sabor de su piel desnuda, llenándole los sentidos y haciéndolo sentir mareado, liviano. Como en un sueño.

Suguru ni siquiera se dio cuenta que estaba restregándose contra el borde de la cama, absorto en la verga estirando sus labios, en el peso en su lengua, en cómo la polla de Satoru era un poco más larga del promedio, igual que todo él, y el pensamiento de agradecimiento que tuvo a su falta de reflejo de vómito gracias a tragar maldiciones día sí y día de por medio casi le hizo reír, la vibración de su garganta haciendo a Satoru lloriquear. Sus caderas se empujaron hacia adelante, quizás involuntariamente, quizás no, dejando caer la espalda sobre el colchón y tirando de su cabello con fuerza.

—Suguru, déjame joderte la boca, anda —jadeó otra vez, inútil.

Suguru despegó sus labios de la polla, atrapando el hilo de saliva que los mantenía conectados con la lengua, apreciando sinceramente el color rojo furioso y brillante mientras lo bombeaba.

—Eres tan obstinado, eh.

—Entonces déjame correrme en tu boca.

Suguru ladeó la cabeza, murmurando, volviendo a chuparlo. Satoru embistió contra su boca, gimiendo hondo, casi sollozando al ver la poca resistencia que encontró al hacerlo. Empujó una vez, dos veces, rápido, como si estuviera aprovechando al máximo el momento antes de que Suguru se arrepintiera de darle este pequeño espacio de aceptación y tuviera que hacerlo todo acelerado, tirando de su cabello. Suguru dejó la mandíbula laxa, dejando ambas manos quietas en la carne suave y firme de sus muslos mientras Satoru se estrellaba una y otra vez contra su boca, entrando y saliendo del anillo húmedo y apretado de sus labios sin detenerlo. Cerró los ojos, restregándose sin restricciones contra el borde suave y acolchando de la cama, disfrutándolo todo, desde la fricción insuficiente y frustrante, hasta la sensación de tener la boca llena, estirada, la saliva escurriéndole por la barbilla e importándole una mierda.

El estertor de los gemidos de Satoru continuó en crescendo, hasta el punto en que se convirtieron en todo lo podía oír, incluso por encima de sus pensamientos. Dio un salto, despegándose de la cama hasta quedar sentado, sosteniendo la cabeza de Suguru con ambas manos, salvaje.

—Mierda. Mierda.

Suguru abrió los ojos, porque tenía que ver, quería verlo, el momento en que sus facciones se rompían en pedazos y su labio superior se curvaba de manera violenta, torciéndose en un intento de contener el gruñido que le subía desde el pecho. Suguru pudo sentir el momento en que su verga latía, hinchándose casi imposiblemente en el círculo de sus labios, el primer chorro de semen caliente haciéndolos gemir a ambos. Satoru cerró los ojos, echando la cabeza para atrás, la columna larga y blanca de su cuello desnudo mientras se dejaba la garganta gritando un solo nombre, una sola cosa.

Suguru.

Suguru se apartó de la verga, viéndola temblar penosamente todavía, ensuciando parte de la falda con restos de semen en su apuro por impulsarse hacia arriba y poder besarlo. Satoru aceptó, deseoso, cayendo exhausto contra la cama bajo el peso de Suguru. Su boca se abrió, ávida, dejando que le escupiera parte de su corrida, metiendo las manos debajo del suéter viejo de Suguru y quitándoselo a punta de tirones, estrujándole la cintura y el pecho y cualquier otro sitio donde pudiera tocarle.

—Dios, me encantas —murmuró, su voz jadeante, exhausta. Suguru le mordió la comisura de la boca, también encantado—. Vamos, déjame chupártela. Móntame la cara.

Suguru gruñó, besándolo por última vez antes de apartarse, rodando sobre su espalda para deshacerse de sus pantalones y subirse sobre el pecho de Satoru. Vio cómo se lamía los labios, el brillo de sus ojos gradualmente menos oscuros ardiendo al verlo escupir sobre su mano, envolviéndola en su polla y bombeándose un par de veces.

—Abre la boca —ordenó.

Satoru sonrió, abriendo la boca obedientemente y dejando que Suguru le alimentara con su polla, perdiéndose en el calor húmedo y encantador que le aguardaba. Echó la cabeza hacia adelante sin molestarse en cubrir su gemido, el cabello negro cayéndole como una cortina a cada lado del rostro mientras se deslizaba dentro y fuera de sus labios, empujando duro cuando Satoru murmuró quedamente, la vibración enviando un ramalazo de placer por toda la longitud del falo, extendiéndose por el resto de su cuerpo como una avalancha.

Suguru arrastró los dedos temblorosos por su mejilla, desesperado por tocar ahí donde su verga se marcaba cada vez que empujaba, deteniéndose a morder el interior de su propia boca cuando Satoru gimió más atrás, apoyando torpemente la mano izquierda en su espalda baja e instándolo a que follara su boca de la misma manera en que él lo había hecho unos minutos atrás. Suguru arqueó la espalda, meneando las caderas a un ritmo constante y persiguiendo ese destello de placer que parecía estar al alcance de su mano, demasiado lejos para tocarlo pero tan cerca que podía sentirlo en la punta de la lengua, hundiéndose una y otra vez en la caverna suave y hambrienta que le aprisionaba, sin molestarse en detener el jadeo constante de «ah, ah, ah» que se escapaba de entre sus dientes. Satoru volvió a gemir, hundiendo los dedos en su piel, y Suguru supo que estaba perdido.

Embistió un par de veces más, reacio a perder la humedad deliciosa que lo abrazaba, deteniéndose solo cuando supo que estaba en el punto de no retorno. Salió de la boca de Satoru, que jadeó en voz alta, intentando meter todo el aire que pudiera en sus pulmones, antes de envolver la mano alrededor de su verga y jalársela solo tres veces, corriéndose en su cara. Suguru gimió, o cree que gimió, prácticamente cayendo hacia adelante, sosteniéndose apenas con un brazo tembloroso mientras el orgasmo lo desarmaba, dejándolo como un rompecabezas viejo que ha perdido todas sus piezas.

—Podía haberlo tragado, sabes —murmuró Satoru, su voz sofocada y áspera contra el hueso de su cadera.

Suguru sacudió la cabeza, dejándose caer torpemente a su lado. Apartó el cabello de su rostro de un manotazo, todavía viendo destellos detrás de los párpados, echándole un vistazo a Satoru, que se había apoyado sobre el costado y estaba mirándolo con una sonrisa increíblemente satisfecha y autocomplaciente, luciendo sus labios hinchados y su rostro adorado con pegotes de semen como un trofeo.

—Lo sé.

Suguru tiró de él, pasando la lengua por su mejilla, lamiendo los rastros de su corrida antes de besarlo. Satoru aceptó rápidamente, prácticamente ronroneando como un gato; enredó suavemente los dedos en su cabello, acariciándolo, apartándole un mechón del rostro y sonriéndole esa sonrisa suya tan característica en el momento en que se separaron.

—Creo que arruiné la falda —comentó, echando un vistazo a su cintura. No sonaba ni un poco arrepentido.

—Sí lo hiciste —Suguru tampoco lo estaba.

—Bueno —tiró los brazos por encima de la cabeza, estirándose. Sus ojos ya casi eran otra vez azules, poco a poco dejando atrás el cielo nublado para volver a ser del color del universo—; de verdad le pagué un montón de plata a Mei Mei por ella. Ya es prácticamente mía.

—Tienes toda la razón.

Satoru se puso de pie, regalándole a Suguru la visión ridícula y ardiente de su cuerpo entero y sin restricciones, solo la falda cayendo lacónicamente sobre sus muslos con un desfile de manchas de semen a medio secar.

—Voy a darme un baño. ¿Vienes?

Suguru de repente se percató en el cambio de música, saltando de una canción a otra que, de hecho, sí se sabía y le gustaba, un poco por la cantidad de veces que Satoru la podía llegar a escuchar al día, y también porque realmente le encantaba. Tuvo que sacudir la cabeza, frenando las ganas de cantar.

—¿Vamos a coger? —preguntó, poniéndose de pie de todas maneras—. Quiero lavarme los dientes.

Satoru se encogió de hombros.

—Quizás. Todavía tenemos todo el día de mañana.

—Bueno.

Lo hicieron de todas maneras.


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