Buenas, la muerta resurge de sus cenizas, parte 1000. Nada, después de años de hyattus me he puesto a escribir.

Este es un two-shot. Originalmente se llamaba la estrella caída la primera parte y la segunda, "Todas las niñas buenas van al infierno" (seh, tuve la inspiración escuchando Billie Eilish, demandenme). Si quieren la parte dos, avisenme. En esa está el contenido Rated M jajajajajajaj Esta es más soft, que puedo decir me gusta crear un ambiente antes de sopapearlas con un bello smut.

Lucifer, Diavolo, Salomon, Beel, etc. no me pertenecen, son personajes del juego Shall we date?: Obey me!


En este mundo, había tres certezas.

Uno.

Cada humano, demonio o ángel estaba destinado a enamorarse de alguien y no amaría a nadie más que a ese elegido ni a nadie como a esa persona.

Dos.

En algún lugar de su cuerpo yacía una marca. Una pista y una prueba de la existencia de esa persona. Sus caminos se unirían de una forma u otra. Estaba destinado a suceder.

Tres.

Nadie podía forzarlo, nadie podía hacerlo desaparecer u cambiar de compañero. Huir del destino era imposible, sin importar que viniese del cielo, de la Tierra o el infierno.

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Lucifer esperaba pacientemente que Diavolo saliese de aquella reunión con los ángeles. Después del primer éxito con Melanthe (en su opinión, demasiado exitoso), Diavolo habia querido aumentar el número de humanos en el intercambio y, por ser justos, el de ángeles.

Los humanos habían llegado hace algunos días, tres. Además de Salomon y Melanthe, eso hacían cinco humanos que potencialmente podían morir para el día siguiente. Con lo entusiasta que estaba Diavolo, no quería ser él el que arruinara la fiesta.

Era una receta al desastre. Eso era seguro.

Sus dedos trazaron las líneas en su brazo que él tanto conocía. Desde su nacimiento llevaba grabada en su piel una espada demasiado familiar para él y a la vez extraña. Una katana rodeada de flores, para ser exactos. Algunos tatuajes de almas gemelas indicaban cómo se conocerían ambos. Otros llevaban marcado en la piel alguna característica que remitiera a sus compañeros.

Él realmente deseaba que la espada japonesa no fuera el primer caso y conociera a su compañero eterno justo cuando este intentaba matarlo. Sería casi trágico. Aunque debía admitir que para él podría ser gracioso que su compañero intentase matarlo. Interesante el solo pensamiento que tuviese la habilidad para hacerlo.

En el Devildom, había una regla primordial respecto a los compañeros si estos resultaban ser humanos o ángeles. No podían atacar o ser devorados si se tenía conocimiento que fueran compañeros de un demonio. Era una ley absoluta. Diavolo se había encargado de que se promulgara en el consejo demoníaco, debido a la gran desesperación y dolor del demonio que llevaba a la locura cuando este perdía a su pareja. Siendo humanos, algunos demonios habían muerto por mano propia, semanas después de que sus tatuajes se hubiesen desvanecido, prueba de que el humano había muerto.

Lucifer a veces se preguntaba si la razón por la que no había conocido dicha persona era que no era un demonio. El solo pensamiento lo hacía estremecer del disgusto, especialmente si era un ángel. Los humanos eran débiles y morían por casi todo. Los ángeles… Ah, simplemente ni siquiera quería pensar lo que pasaría si era uno de esos seres.

"Lucifer…" Diavolo lo llamó desde la puerta con media sonrisa. El futuro rey de los demonios parecía querer terminar esa reunión pronto, los ángeles estaban preocupados por los humanos y por sus propios pares, y eso sólo los hacía un poco irritantes. "¿Podrías hacer que traigan a los humanos para que puedan disipar todas las dudas y preocupaciones posibles? "

"Por supuesto." Él salió de la habitación rapidamente tecleando a sus hermanos. Melanthe probablemente estaría con Beel. A Solomon le envió directamente un mensaje para que se acercara al salón del consejo. En cuanto a los tres novatos, mandó a Mammon y a Satán, aunque ninguno de los dos parecía dispuesto a cumplir con lo que mandaba.

Se acercó a la ventana más próxima que daba al patio. Era el camino más directo al edificio del salón así que era el más probable que sus hermanos, Solomon o los humanos tomarían para llegar allí.

Solomon fue el primero en llegar con una sonrisa afable. Siempre que estaba a su alrededor sentía que el humano buscaba formas para forzarlo a hacer un pacto con él. Eran ojos codiciosos que ansiaban más poder.

"Me crucé con tus hermanos al venir, al parecer uno de los chicos faltaba." Solomon miró por la ventana junto con él. "Oh, mira allí vienen Beel, Melanthe y otra humana."

Sus ojos captaron el movimiento y, por uno segundo, Lucifer sintió que dejaba de respirar. Todo el universo se detenía frente a la chica en uniforme que trataba de llevarle el paso a Beel. Sintía su corazón latir tan fuerte dentro de su pecho que temía que Solomon fuese a escucharlo y conocer el extraño efecto que tenía la humana en él.

Parte de su cerebro estaba sintiendo tanta dicha y euforia que él dudaba que no fuese a explotar en el aire en colores. La otra luchaba por el control de su cuerpo y no echarse a correr hacia ella. Controlar todo su cuerpo y no dar ninguna debilidad. ¿Qué extraño sentimiento despertaba en él? Si tuviese un pacto con esa desconocida, podría identificar esos síntomas como lo que ocurría cuando un humano le daba una órden a su demonio. Pero él jamás había visto a la humana. No sabía quién era, su nombre, nada de ella.

Y tenía la leve impresión de saber qué era. Nadie le había dicho que iba a sentirse así. Sacudido de pies a cabeza.

Sus manos temblaban al verla cruzar las puertas. Sentía que perdía el habla, el control. Su teléfono empezó a vibrar en su bolsillo y tuvo que hacer uso de toda su habilidad para tomar la llamada.

"Lucifer… Oy, falta un humano y no podemos encontrarlo." La voz de Mammon hizo que su propia mente pateara toda emoción fuera de su alcance para poder lidiar con la situación.

"¿Dónde fue visto por última vez?" Lucifer preguntó dándose la vuelta.

Sus pasos lo llevaron lejos de esa chica antes de que perdiese la cabeza…

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Lucifer era consciente que tenía una leve y poco sana obsesión. Diavolo incluso parecía disfrutar de las pequeñas frustraciones y distracciones que tenía en el día.

Su nombre era Rinn Auror. Venía de una familia de magos, no tan poderosos como Solomon, pero lleno de recursos mágicos y conocimiento. Según Mammon, no hablaba mucho y solía dispersarse mucho pensando en cosas. Melanthe y ella compartían muchas clases, hablaban de juegos y libros.

Obviamente que Lucifer lo había constatado. Sus ojos la seguían por los pasillos, cuando evitaba ver a la gente a los ojos y se movía rápidamente entre el resto de los demonios. Sus entrañas se hacían fuego líquido cuando ella entreabría sus labios mirando a la distancia y su mente se apartaba del mundo real sin importarle estar rodeada de demonios que la devorarían en cualquier ocasión.

Lucifer adoraba observarla, analizar cada una de sus expresiones y tratar de adivinar que pasaba por su cabeza. Sin embargo, no se acercaba a ella. Diavolo encontraba gracioso que el mayor de los hermanos pusiera "una distancia prudente" en precaución de qué volviese a suceder su pérdida de control como la primera vez.

Y cuánto más la observaba, más le gustaba. Su cabello castaño oscuro parecía tener unos cuantos mechones más claros que brillaban en dorado a contraluz. Sus ojos eran una mezcla entre chocolate con motas miel, se oscurecían cuando se sumían en su propio mundo mental. Se enclarecían cuando algo la emocionaba.

Su momento favorito de la semana era verla practicar kenjutsu. En el mundo humano, ella era parte de un dojo reconocido y se negaba rotundamente a dejar de practicar.

El fuego que encendía su expresión cuando la espada de madera silbaba en el aire entre cada kata. Ahora entendía su tatuaje y le resultaba fascinante como alguien tan frágil en apariencia podía verse tan letal.

"¿Sabes que mientras más tardes en reclamarla como tu compañera más probable es que esté en peligro?" Diavolo ni siquiera levantó su vista de los papeles mientras hablaba.

"No sé de lo que estás hablando." Lucifer logró parecer impasible.

" Espero que recuerdes que puedo sentir cuando la gente me miente." Diavolo dejó los papeles de lado y sonrió. "Vamos, viejo amigo, sé que le pequeña y tierna Rinn es tu compañera. Puedo olerlo, puedo sentir tu deseo, tu codicia, la envidia cuando uno de tus hermanos le habla y la hace reír. ¿Se siente bien escuchar su dulce voz desde lejos cuando tímidamente pregunta algo? ¿No desearías sacarle otros sonidos con tus propias manos? Me imagino que puede ser igual de tímida y dulce en esos momentos..."

Involuntariamente, Lucifer le gruñó a Diavolo enseñándole los dientes a la vez que su aura se volvía más fría. Al darse cuenta de su reacción, se detuvo completamente y miró a su mejor amigo.

"Disculpa… Yo…"

"Está bien, Lucifer, era de esperarse esa reacción." Rió entre dientes. "Fue menos agresiva de los esperado, pensé que tratándose de tu pareja predestinada ibas a atacarme directamente."

Lucifer meditó las palabras de Diavolo. Probablemente era hora de que él se presentase ante ella. Estaban viviendo en la misma casa y no había ni siquiera intentado hablar con ella. Además de un mal anfitrión, estaba haciendo el ridículo delegando todas sus tareas a Melanthe y sus hermanos (que todavía estaba sorprendido que no hubiesen arruinado todo).

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Al parecer todos ya se habían retirado de la cocina, incluso Beel. A excepción de Rinn quién estaba con un delantal rosa lleno de moños preparando la masa de lo que parecía una torta. Batía incansablemente mientras trataba de leer cuál era el siguiente paso de la receta.

Lucifer carraspeó y ella dio un brinco de la sorpresa.

"Oh…" Sus ojos se detuvieron en él. "Buenas tardes."

Ella dejó el bowl de lado prestándole atención. Sus ojos danzaban del nerviosismo tocando su nuca descubierta al tener un rodete.

"¿Qué estabas haciendo?" Él se acercó a ella arrastrando un banquito a la mesada. "¿Alguna tarea de la clase de cocina?"

"N-no." Ella se sonrojó ante su excrutinio y su mano rapidamente fue a su nuca mientras daba un paso atrás para poner distancia entre ellos. Lucifer se relamió su labio inferior. Tenía ganas de devorarla tan lentamente. Tal vez Diavolo había puesto sobre la mesa dichas ideas pero él llavaba pensándolas hacía tiempo. "Beelzebub dijo que me sería más fácil hacer amigos si llevaba algo para compartir mañana… Así que decidí darle una oportunidad a la idea."

"Hmmm, interesante… Supongo que puede servir." Se rió entre dientes. Ella era adorable.

Él se sentó observando cada mínimo detalle mientras ella retomaba su actividad. Sus mejillas encendidas le daban aviso que ella era consciente de su mirada y reaccionaba a ello. Ahora que la veía más de cerca, podía notar que sus ojos parecían de un color más acaramelado. Sus cejas se juntaban levemente cuando se concentraba. Sus ojos bajaron a la curva de su cuello mientras se imaginaba dejar besos allí mientras la subía a la mesada.

Se detuvo al notar unos trazos azules y negros en forma de estrellas en su nuca. El diseño era simple y elegante pero él reconocía su significado. La estrella de la mañana. Su apellido grabado en su piel. Sin meditarlo, sus dedos se deslizaron por las líneas y ella se estremeció.

"¿L-L-Lucifer?" Su nombre en su boca hizo latir su corazón de forma desbocada. Él estaba hipnotizado. Su piel era suave y cálida, alimentaba su deseo, su anhelo de forma desesperada.

Mía.

Su instinto gritaba que ella le pertenecía del mismo modo que Rinn tenía su alma, su cordura, todo él entre sus dedos. Ella tenía tanto poder y no se daba cuenta. Tanto poder sobre él que lo único que atinó a hacer es a dar un salto hacia atrás forzando a distanciarse de ella.

Ambos quedaron en silencio. Si la cara de Rinn antes estaba sonrojada, ahora ardía como mil soles en rojo. Él se aclaró la garganta y trató de reorganizar su cabeza. Una excusa, debía encontrar una excusa y huir. No, él no huía, solo era una retirada estratégica.

"Hay cosas que debo atender en el consejo." Él evitó mirarla directamente. "Debo irme. Espero que tu plan tenga el resultado que esperas."

Sin más recorrió lo más rápido que pudo el trayecto hacia la salida de la cocina tratando de recuperar la compostura.

"Lucifer…" Ella lo llamó antes de que desapareciera por la puerta, su voz temblando por el nerviosismo. "Puedes… Puedes venir al aula antes de la primera clase y comer un poco… Si quieres."

Él quedó perplejo sin saber que decir. Su pecho se hinchó de un cálido sentimiento y no pudo evitar sonreírle.

"Por supuesto, estaré ahí."

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Lucifer habìa estado ansioso toda la mañana preguntándose si realmente debía ir. Rinn se lo había pedido con tanta dulzura. Él no podía negarse… Por cortesía, obvio. Sólo era eso.

Aunque se hubiese negado, sus propios pies parecían ignorar sus deseos completamente y pronto se vió en el pasillo de la clase de Rinn. Se veía desolado y demasiado silencioso. Los demonios eran de por sí una raza que solía llevar el caos así que el ambiente era sospechoso como poco.

"Me pregunto si podremos devorarla antes que lleguen los otros."

"Hmmm… Tendremos qué. A menos que prefieras que Beelzebub nos asesine."

Lucifer se quedó en la puerta congelado. No podía ser… ¿O si? Sus dientes se apretaron tanto que pudo escucharlos rechinar. Sus alas se extendieron haciendo volar la puerta y su poder fluyó fuera de sí sin control alguno. Se atrevían a tocar lo que era suyo. Se atrevían a lastimar a su compañera.

Ambos demonios chillaron su nombre soltando a Rinn automáticamente. Lucifer solo podía ver rojo, quería ver rojo pintando las paredes.

"¿Qué piensan que están haciendo?" Su voz podría haberlos matado en el simple acto. Gélida, despiadada. Nadie sobreviviría si lograban lastimar un pelo de ella.

Un leve gimoteo de Rinn captó su atención dándole tiempo de escapar a los estúpidos (y en unas horas muertos). En su brazo, la mano del demonio había dejado una marca evidente casi como un moretón. Lucifer se recordó que los humanos podían ser seres frágiles en comparación con los demonios. Se arrodilló frente a ella apartando su cabello de su rostro.

Ella abrió los ojos con un par de lágrimas. No de tristeza. No. De rabia.

A un costado yacía su torta en el suelo. Lucifer adivinó que habían sido los demonios al atacarla. Rinn tocó su nuca y ahogó un quejido. Le habían golpeado. Esos demonios iban a implorar por sus vidas y Lucifer no iba a tener remordimiento alguno cuando le sacara la piel a tiras.

"¿Estás bien?"

Era una pregunta tonta. No sabía por qué había dicho esas palabras. Ella evitó sus ojos y sorbió su nariz intentando no llorar. Su pequeña orgullosa. No quería parecer débil o dejar su ira quemar todo a su paso. Él se regodeó al verla así. Al sentir su soberbia consumirla. Ella era para él.

Sin pensarlo, se inclinó sobre ella al mismo tiempo que su mano guiaba su mentón hacia arriba. Sus labios se encontraron. Esa dulce y tierna calidez no era suficiente para saciar el contacto del que se había privado por tanto tiempo.

Era un demonio después de todo. Rechazar la tentación no estaba en su capacidad.

La arrinconó aún más contra la pared mientras mordisqueaba suavemente su labio inferior. Ella jadeó bajo su boca y él sonrió con malicia. Era tan sencillo hacerla reaccionar, tan deliciosa y endemoniadamente sencillo.

Se separó un momento para ver su reacción. Quería más, quería mucho más.

"Rinn…" Su voz sonó casi implorante.

"Te juro que puedo oler una torta." La voz de Beel lo sacudió a la realidad de dónde estaba.

Ella parecía todavía fuera de sí. Tonto de él. Ella podría estar realmente herida y él aprovechandose de la situación.

"Debería llevarte con alguien que sepa curar humanos." La levantó del suelo con cuidado cargándola. Rinn se resistió un poco, de forma inútil. Él era mucho más fuerte y no iba a permitir que nadie más la lastimase.

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Melanthe le sonrió sobre la mesada y Rinn sintió un leve escalofríos al verla.

"¿Qué?" Ella preguntó aún temiendo la respuesta.

"Nada, sólo me preguntaba si ha habido más besos contra la pared…"

"¡Basta!" Rinn pudo sentir su cara arder automáticamente.

¿Qué mierda había pasado? Todo el mundo la había visto siendo cargada como princesa por Lucifer-fucking-Morningstar. Y en medio de su confusión mental por el golpe que le habían dado, se le había escapado lo del beso-alucinación. Una parte de ella juraba que tenía que dejar de leer mangas románticos. La otra sabía que no había sido una alucinación.

Y nada se había sentido más correcto que ese beso.

Eso sólo podía significar una cosa. ¿Era ella la que quería que significara eso? ¿O significaba realmente eso? Ella tenía literalmente estrellas tatuadas en su piel como signo de su alma gemela. ¿Él tenía algo de ella también? ¿Los demonios podían tener almas gemelas?

Pensar tanto por 7 días seguiidos le estaba quemando el cerebro.

"Lanthe." Beelzebub apoyó su mentón sobre el hombro de su amiga. "Tengo hambre."

Melanthe tocó la nariz de su demonio con delicadeza. Rinn no entendía su relación. Especialmente cuando Beel no pensaba en otra cosa que comida. Los rumores decían que eran almas gemelas. Rinn había pensado muchas veces que la comida era el único amor de Beelzebub.

"Si me esperas unos minutos, iremos por unas hamburguesas." Melanthe no iba a dejar el asunto. "Rinn quiere saber si tu hermano tiene una marca de almas gemelas."

"¿Qué? ¿Cómo?" Rinn estaba a punto de tener un colapso nervioso. ¿Tan evidente era?

"Bueno, es evidente que Lucifer no es inmune a tus encantos…" Melanthe movió sus cejas sugestivamente. "Y yo pensaba que él estaba muerto por dentro pero parece que no… Eso sólo puede indicar que eres su alma gemela."

Beel sonrió levemente ante el comentario de Melanthe. Parecía disfrutar de ello más que la comida. Sorprendente.

"No es gracioso. Él… Lucifer…" Rinn ni siquiera se le ocurría una excusa como para explicar el comportamiento del avatar del orgullo.

"¿Qué otra razón tendría?" Beel abrazó a Melanthe y bufó. "Es más que antinatural como se está comportando. Y es por ti. Es un demonio, no puede controlar su impulso de protegerte y… tenerte para él."

Rinn miró hacia la puerta esperando tal vez tontamente que él apareciera. Desde que se habían visto en la cocina, se la pasaba pensando en él, queriendo verlo y otra vez escuchar su voz. Su risa. Ah, su risa había freído todas sus neuronas. Pero desde el día en el que la atacaron y la llevó a la enfermería volvía a evitarla.

Rinn sabía que la estaba evitando y sabía que antes también lo había hecho. Sentía que alguien la observaba desde el día uno. No se imaginaba que era él. Suponía que esa ersona era tímida, aunque sentía que esa presencia era familiar, algo resonaba con ella. Era su compañero. Su marca se sentía extraña, él estaba cerca.

"AHHHHHH… ¿Por qué esto es tan confuso y difícil? ¿Por qué él haría algo así?" Ella se dio la frente contra la mesada.

"Enfrentalo." Beel la miró sobre la mesa. "Él está en su cuarto. Si eres su compañera, no va a ocultarlo."

"Sólo me estás diciendo esto para que puedas ir a buscar tus hamburguesas, ¿no es cierto?" Rinn alzó la cabeza del frío mármol.

"Si, así que por favor, ve. Tengo hambre."

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Ella estaba parada hace 15 minutos en la puerta del cuarto de Lucifer Morningstar. La estrella de la mañana. El ángel que había caído en desgracia y en su caída había ardido dando luz como una estrella fugaz. El gran Lucifer.

Sólo tenía que encontrar su valor y tocar la puerta. Sus piernas se sentían como gelatina y nunca había estado tan nerviosa. Y eso que casi había muerto hacía una semana.

Ella tocó suavemente la puerta. No estaba segura que la hubiese escuchado. Bueno, una lástima. Estaba lista para huir hacia las escaleras cuando se abrió la puerta. Ella quedó congelada en su sitio y él parecía tan sorprendido como ella. Su cerebro tampoco estaba colaborando.

"Rinn, ¿sucede algo?" Se recompuso más rápidamente que ella. Maldito demonio.

"Yo… Yo…" Sentía que estaba gritando internamente. "Yo puedo defenderme sola."

Los ojos de Lucifer se agrandaron al ver que ella daba un paso al frente.

"No soy una damisela en peligro. No tienes que salvarme." Ella seguía sin poder parar las palabras que salían de su boca.

Ella desvió la mirada a sus brazos con su camisa arremangada y vio su marca. Era una katana, con un listón rosado. Justo como su propia katana. Podría haber muchas parecidas a la de ella, a la vez estaba segura que era por ella. Sus pensamientos eran un remolino del que nada coherente salía.

"Lo sé."

Esas dos palabras. No eran en sí las palabras. Era la forma en que las decía. Con cuidado, casi como una caricia. Como si estas sostuvieran algo sumamente sagrado para él.

"¿Algo más que desees señalarme respecto a mi comportamiento?" Él se inclinó sobre ella apoyando su peso en el marco de la puerta. El descaro, su sonrisita socarrona y sus ojos sugestivos. Rinn estaba a punto de morir del calor, del sofoco. ¿Era esto lo que una normalmente sentía con su alma gemela?

"¿Besas a todas las chicas a las que rescatas?"

La risa de Lucifer era profunda y a la vez bochornosa para Rinn. Ella preguntaba en serio y él se atrevía a burlarse en su cara.

"¿Eso es lo que crees?" Él la miró a los ojos.

"No lo sé." Ella dio otro paso al frente. "Quiero creer que tú…"

No hizo falta que completara la oración. Algo los unía, invisible pero ahí estaba. Tiraba de ellos como la gravedad a los planetas.

"Eso es porque lo soy. Porque lo somos." Lucifer susurró para que sólo ella oyera. "Solo tú despiertas esto en mí. Nadie más lo ha hecho y nadie más lo hará. Está escrito en las estrellas que seré siempre solo tuyo."

La mano de Lucifer recorrió su mejilla, suave como el aleteo de una mariposa. Cuando él volvió a besarla fue con cuidado, con adoración. Sintió el mismo fuego que antes, pero algo más. No sólo necesidad. Las manos de Rinn se enredaron en el pelo de su demonio mientras él la arrastraba hacia adentro de su habitación.

Donde nadie pudiese verlos mientras él saciaba todo deseo.

Donde nadie pudiese interrumpirlos.