Hola.
Primero quiero avisar de que esta historia tiene un poquito de angst y que quería dedicarsela a mi hermana. (Hace poco menos de 8 meses perdió a su esposo repentinamente y fue algo que nos afectó mucho a todos. Supongo que por eso el final de AOT para mí es una espina clavada con fuerza que nunca podré superar).
Espero que os guste.
Un saludo!
Yumi.
La despertó el dolor... Los huesos le dolían cada día más y el pelo se le había puesto casi del color de la nieve, hacía años que la enfermedad y los primeros síntomas de la vejez la habían alcanzado y que apenas tenía fuerzas para hacer nada.
Aquel día era el aniversario de cuando perdió a Eren, pero no tenía ganas de levantarse y tampoco fuerzas.
Armin le sostenía una mano con delicadeza, había venido a verla junto con Annie. Porque estaba enferma y porque no le quedaba mucho tiempo.
Tosió un par de veces, haciendo que las costillas se le quejaran en respuesta.
Mikasa tenía cáncer, según los médicos. Había vivido una buena y larga vida, pero no podía hacer nada contra la vejez y aquella nueva enfermedad.
Su amigo le sonrió.
—Veo que estás despierta —dijo—. ¿Quieres levantarte?
Mikasa sacudió la cabeza a modo de negación.
—Creo que hoy no me levantaré. No tengo fuerzas para ir al árbol en la colina por muy especial que sea el día de hoy.
—Eren lo entenderá.
Armin ajustó la cama en la que yacía desde hacía semanas atrás, esperando a que llegara su final, para enderezarla un poco y dejarle el desayuno al lado.
Mikasa lo rechazó. El estómago se le revolvió nada más ver los huevos revueltos y el zumo de naranja. En la granja de Historia la habían Estado cuidando bien durante su enfermedad y Mikasa debía reconocer que a sus sesenta y cinco años con una enfermedad terminal a cuestas no estaba para cuidar de los demás, si no para ser cuidada. Por eso dejaba que el resto la atendiera.
—Mikasa —dijo su amigo—. Tienes que comer, estás débil.
Ella suspiró, estirando una mano para tomar los cubiertos.
La comida no sabía a nada, pero se la tragó a regañadientes junto con la medicación paliativa del dolor.
Los ojos de Armin la estuvieron estudiando mientras comía y ella se percató de que pocas cosas habían cambiado en él en realidad: los mismos ojos azules, el cabello rubio algo deslavado por las canas, arruguitas al rededor de los ojos por sonreír. ¿Por el resto? Seguía siendo el mismo Armin que había conocido: dulce y atento con ella.
Él le sonrió cuando se terminó todo el plato y el zumo.
—¿Contento? No sé qué haces aquí cuando deberías de estar disfrutando con Annie del día.
Armin se echó a reír.
—Annie está bien. Está con nuestra hija comprando cosas para su bebé.
Mikasa sonrió... Su pequeña sobrina ya era una mujer y había vivido lo suficiente como para poder verla casarse y quedarse embarazada del hombre de su vida... Qué no hubiera dado ella por vivir más tiempo con Eren de aquella forma, lo hubiera dado todo.
—Me alegra que seáis felices, Armin —susurró ella, débil y comenzando a sentirse mareada por los calmantes, con lágrimas pugnando por salir de sus ojos de la emoción—. Estoy tan feliz de haber tenido una familia tan maravillosa y que me hayáis considerado parte de ella.
—¿Eres feliz?
Mikasa asintió.
—Si. He vivido una vida larga y feliz... Aunque no haya vivido lo suficiente con él, ya sabes... No teníamos tiempo.
Armin sonrió.
—¿Sabes? —dijo con los ojos llenos de lágrimas—. Siempre fue un testarudo, hasta el final. Tuve que sonsacarle que te amaba.
Mikasa rió.
—¿Te lo dijo?
—En los caminos —asintió el rubio—. Me dijo que tú eras quien nos salvaría a todos... Nunca llegaré a poder agradecerte lo suficiente. Creo que lo primero que se le vino a la mente cuando mirábamos la aurora boreal eras tú... Menudo tonto es, estaba loco por tí.
Mikasa hizo un esfuerzo sobrehumano para poder apretar un poco su mano, medio sedada en la nube de la medicación.
Armin dejó que una lágrima se le escapara.
—A veces en sueños me llama con él —susurró ella—. Pero no es lo mismo, ya sabes... Puedo sentir su presencia a mi lado, pero no es como estar con él.
—Si, lo sé.
—¿Y cómo te lo dijo?
Armin se echó a reír, sorbiéndose los mocos.
—Fue un niñato llorón —sonrió—. Le pregunté qué pensaba sobre tí. Me dijo que no sabía qué pensar y le pegué un puñetazo. Le dije que jamás le perdonaría por decirte que te odiaba... Ahora sé que era mentira, que siempre te amó.
—Y yo le amo a él.
Armin le devolvió el apretón débil a la pequeña y pálida mano de Mikasa.
—Lo sé —dijo con calma, limpiándose una lágrima—. Le dije que era ridículo que una mujer tan buena como tú estuviera tan enamorada de un rompecorazones como él. Que esperaba que encontraras a un buen tipo que te amase y te cuidase siempre.
Mikasa sé echó a reír. Las costillas se le quejaron en respuesta pero lo disimuló como pudo, respirando con dificultad.
—Entonces —continuó él—. Se echó a llorar y dijo que no quería eso. Te juro, Mikasa que me quedé impresionado... Jamás le había escuchado decir nada tan sincero y tan ridículo a la vez...
Me hizo prometer que no te lo diría, pero al cuerno: Dijo que no quería que tuvieras sentimientos por otro que no fuera él, que esperaba que le amaras durante muchos años a pesar de su muerte. Y fíjate, aun así... Con ese miedo a morir y a perderte lo hizo, se sacrificó para que Paradis pudiera tener paz, para que nosotros pudiéramos vivir. Él quería que fueras feliz.
Mikasa sonrió.
—Eren siempre ha sido así, siempre le hemos importado.
—Siempre te ha amado, Mikasa.
La mujer, a punto de quedarse dormirda, miró a Armin.
—Le extraño... Quiero volver a verle.
—Lo sé —. Armin alzó su mano entrelazada con la suya y le besó los pálidos nudillos—. Sé que él te espera esté donde esté y que tendréis vuestra oportunidad. Ya sabes, yo nunca te he mentido.
Mikasa asintió, todavía con una sonrisa en sus labios.
—Te quiero mucho, Armin —dijo débilmente—. Gracias por cuidar de mí siempre y ser mi amigo.
—Gracias por nada, Mikasa. Siempre estaremos juntos, sea como sea. Yo también te quiero mucho, amiga mía.
—Tengo sueño.
Armin le acarició el rostro, apartando de su frente algunos mechones semi plateados.
—Descansa un poco, amiga.
Un beso en la frente antes de caer en el sueño fue lo último que sintió.
Inhaló.
Exhaló.
Cuando despertó ya no estaba en la cama... Había hierba bajo ella, la luz del atardecer la bañaba y el pelo negro se desparramaba alrededor de ella.
No sentía dolor, no sentía pesadez. Pudo incorporarse fácilmente.
¿Donde estaba?
Sonrió.
Aquel olor, aquella brisa... La hierba alta a su alrededor... Su hogar.
Se levantó con la agilidad que poseía en sus veinte y miró a todos lados.
Montañas, cielo naranja, campos de trigo a lo lejos, pueblos que se extendían más allá de donde solían estar los muros y... Finalmente, una colina muy familiar, con un gran árbol allí.
¿Estaba soñando?
No.
Era real.
No era un sueño.
Sintió que no había nada que la atara a despertar... Había dejado un mundo definitivamente y había vuelto a su hogar... Por fin.
Echó a correr colina arriba, con el aliento acelerado y el aire de otoño chocandole en las mejillas.
Las hojas volaban a su alrededor al caer y sentía sus pulmones ligeros al tomar aire.
El pelo largo, recogido en una coleta baja se le mecía a cada paso al ritmo de la falda y la bufanda alrededor de su cuello...
Se detuvo, insegura. ¿Y si él no estaba ahí?
El miedo la paralizó como nunca lo había hecho tras muchos años.
"Lucha".
Recordó entonces.
"Lucha".
Era la voz de Eren, aquella que le invitaba a seguir viviendo sin importar la situación.
Mikasa se había hartado de luchar incontables veces pero nunca había dejado de vivir porque eso fue lo que él le enseñó.
Le dio un motivo una vez más para seguir adelante.
Hizo caso omiso del crujir de la hierba bajo sus zapatos y siguió corriendo.
Y allí, a lo lejos, comenzó a vislumbrar la copa del Gran árbol, desnudo y sin hojas por el otoño.
Siguió corriendo hasta que pudo verle, como si el universo hubiera escuchado su silenciosa plegaria.
Estaba apoyado en el tronco del árbol, con los ojos cerrados... Como siempre, echándose una siesta allí.
Mikasa llegó allí lo más sigilosa que pudo, alegre de volver a verle dando pasos acelerados y grandes.
De pronto, todos aquellos años de espera se quedaron en nada y sólo había en ella un deseo: el de estudiar su rostro.
Seguía igual: pelo largo, recogido en un moño desordenado, cejas espesas del color del chocolate, rostro sereno, nariz recta y alargada, piel canela y labios pálidos de un color rosa suave.
Se arrodilló a su lado y le observó un rato más.
De niña solía hacerlo así, y cada año que pasaba el deseo de volver a hacerlo crecía dentro de ella, así que lo disfrutó.
Al cabo de un rato, los ojos del color del mar se abrieron para obsevarla, incrédulos, con somnolencia pintada en ellos.
Bostezó, desperezándose.
—Mikasa... ¿Cuando te ha crecido tantísimo el pelo?
Mikasa sonrió, alegre de volver a oír su voz adormilada, cuánto le había echado de menos... Aún así, vaya comentario tan tonto como para darle la bienvenida.
—He vuelto a casa —susurró ella.
Eren se incorporó, sorprendido.
—¿Qué?
Le tomó las manos entonces, con ganas infinitas de abrazarle y absorber su olor por fin. Con ganas infinitas de llorar que aguantó como pudo.
Las manos de él estaban cálidas y eran grandes, tal y como las recordaba.
—He vuelto a casa —repitió esta vez, más alto—. ¿Es que estás tan dormido que no acabas de despertarte?
Sus ojos se encontraron con los suyos por fin y la estudiaron con ternura.
—Yo... No te he llamado —dijo. ¿Era pena lo que había pintado en su voz? —. Eso quiere decir que...
Mikasa solo asintió.
Eren se soltó de sus manos y la abrazó contra su pecho, todavía con la espalda apoyada en el tronco del árbol.
Ella pudo sentir su calor envolviendola por fin, y se llenó de una sensación de ternura. Quiso besarle la clavícula, quiso que Eren la besara en el rostro, que la acariciara, que le dijera todo aquello que en décadas no habían podido decirse.
Le amaba, estaban juntos y con eso bastaba.
Ignoraba el dolor que había sentido al perderle, ignoraba los años de duelo, ignoraba el echarle de menos, ignoraba el hecho de haber caído enferma tan joven y también ignoraba el mundo anterior.
Armin tenía razón, él nunca le había mentido: por fin tendría su oportunidad.
La vibración de los sollozos de Eren le llegó a través de su pecho.
—Perdón, Mikasa —dijo entonces, asiéndola más contra sí—. Perdóname por todo.
Ella le sonrió, negando con la cabeza, a punto de llorar.
—Te he perdonado ya.
—Perdona por decirte que siempre te he odiado —las palabras le salían atropelladas—. Es mentira.
—Lo sé.
—Siempre te he amado, y he sido un idiota.
—Lo sé, Eren.
—Perdón por todo lo que hice. Perdóname.
—Shhh, ya pasó —siseó—. Cargaremos con eso juntos, no estás solo.
Silencio.
Lágrimas corrieron por sus mejillas que ninguno se molestó en secar. Solo se quedaron atrapados en aquel abrazo, felices de estar juntos al fin.
—Te amo —susurró él.
Ella estiró la cabeza, aligerando un poco el agarre de Eren para poder mirarle a los ojos.
Aguamarina y oro blanco se engarzaron.
—Te amo —susurró ella, como solía susurrar cada día para sí misma, queriendo que él la escuchara.
Eren se inclinó para besarla y ella le correspondió con ganas.
Otra vez esa calidez. Otra vez un deseo cumplido.
Los labios de Eren parecían fuego que la consumía lentamente con ganas.
Su saliva estaba caliente y su lengua jugó dentro de su boca con deseo.
Los cuatro años no compensaban las décadas, supuso... Tenían demasiado tiempo que recuperar.
Cuando se separaron a buscar aire, él volvió a abrazarla.
Mikasa depositó suaves besos en su cuello en respuesta.
—¿Como ha sido?
—Me he quedado dormida. Armin estaba ahí, creo.
—¿Ha dolido?
Mikasa negó con la cabeza.
—¿A ti te dolió?
Eren rió.
—Fue pacífico. Gracias, Mikasa. Cuando ocurrió, lo último que sentí fueron tus labios sobre los míos. ¿Crees que eso me dolió?
Ella volvió a negar con la cabeza, sonrojándose al escuchar aquellas palabras.
—Deberíamos volver ya —dijo él—. A nuestra casa. Va a a anochecer y mamá y papá me esperan allí.
—Están aquí.
Eren asintió.
—¿Y mis padres?
—También. Y tu hermano... Mikasa, tienes un hermano.
Se le iluminó la mirada. ¡Un hermano!
—Sasha y Marco... También Ymir, que por cierto... Se llama Bian realmente. Aunque no le gusta que le llamen así. El resto vendrá con el tiempo, como tu dijiste.
Mikasa asintió con una sonrisa, el entusiasmo en la voz de Eren hacía que su corazón se llenara de alegría.
—¿Estás feliz?
Eren seguía llorando en silencio... Asintió en respuesta.
—Pronto todos estarán aquí y podremos vernos en un mundo libre.
Libres, por fin.
Libres para jugar entre la hierba, libres para sonreírse sin temor... En un mundo sin Titanes, en un mundo sin muros. Libres para amarse como siempre habían deseado ambos... Con tiempo, con calma.
—Mis padres van a estar felices cuando te vean —dijo Eren—. Estás tan hermosa... Aunque mamá me va a echar una bronca de tres pares de narices cuando sepa que me he quedado dormido en el árbol de nuevo.
Ella sonrió.
—¿Venías a recoger leña?
Se inclinó para llenarle el menudo y pálido rostro de ósculos.
—Si. Y he recogido poquísima.
—Carla te va a tirar de las orejas.
Eren siguió besándole el rostro, ignorando las cosas que nunca cambiarían como él siendo un desastre sin ella.
Pero por fin estaba a su lado, por fin podía besarla, tocarla, acariciarla... Como en aquellos cuatro años en la cabaña.
Se preguntó si de nuevo volverían a aquellos días ahora que ella estaba a su lado, mientras esperaban su renacer. Quiso hacerlo...
Pedirle su mano al señor Ackerman, celebrar una boda, volver a hacerle el amor entre las paredes de ese hogar que ambos habían construído juntos. Irse de Luna de miel en barco a algún lugar alejado... Quiso todo aquello.
Por fin podría tenerlo, y más de una vez.
Bajó con besos húmedos por su mandíbula y cuello, por debajo de la bufanda.
Mikasa se dejó arrastrar al fin en todas aquellas sensaciones... En el fuego de los labios de Eren, en su olor, en la calidez de sus manos abrazándola, en su aliento chocando sobre su piel.
Un suspiro de tranquilidad y felicidad nació el su pecho.
Por fin le volvía a tener a su lado. Por fin sentía su calor.
Era feliz.
—Mikasa —susurró él. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral al sentir el aliento de él contra su piel.
Otro beso.
—¿Mh?
Eren alzó la vista y le agarró la barbilla para poder mirarla a los ojos, con una sonrisa oculta en ellos.
Mikasa suspiró.
—¿Quieres vivir conmigo?
—Siempre.
Eren sonrió entonces, ampliamente.
—¿Serías mi esposa?
Otra sonrisa de ella en respuesta, los ojos de Eren parecían oscurecerse con el arrebol del sonrojo en sus mejillas. Curvó sus cejas hacia arriba en un mohín extraño que Mikasa estaba acostumbrada a ver.
—Si.
La abrazó con fuerza y ella volvió a suspirar... Perdidamente enamorada.
—No importan las vidas que pasen, Mikasa... Siempre volveré a tí. Te amo, para siempre. Deseo estar contigo para siempre.
Ella correspondió al abrazo y enterró su nariz en la clavícula de él. Comenzaba a a hacer frío.
—Te amo, yo también deseo estar contigo siempre.
—Estaremos juntos... Pase lo que pase y de la forma que sea.
—Si.
