Aclarciones iniciales| antes que nada, sólo quiero decir que nunca pensé que algo así podría traerme de vuelta a los fics de SNK jaja. Este oneshot está escrito con el mero propósito de querer escribir o leer algo que contuviera algo del canon, pero en una situación diferente, y salió esto. No hay más razón; simplemente quería sacarlo de mis notas y dejarlo por aquí por si a alguien le gustaría leerlo.
También quiero decir que quizás esto podría considerarse +18, pero no estoy muy segura, así que de todos modos dejo dicho que si no eres mayor de edad, pasa de este oneshot. [No hay lemon, por si las dudas]. Sin más, dejo notas más abajo. Disfruten.
Los personajes que aquí aparecen son obra de Hajime Isayama.
El beso del metal.
Esa tarde, antes del anochecer, había asesinado a Marco Bodt.
Le había puesto un revolver bajo la barbilla mientras lo obligaba a mirar el techo. Si cerraba los ojos, aún podía verle las lágrimas tibias correrle por encima de las pecas, y si se concentraba aún más, podía escuchar sus suplicas estancadas en los oídos.
Había sido un maldito estúpido, y ella había tomado esa oportunidad. Había sido culpa de él, culpa sólo de él. Podría haberse callado la boca y quizás Reiner no se habría dado cuenta de que él se había enterado que no eran sólo simples estudiantes de último año de una preparatoria privada.
Los había cachado hablando sobre la mafia a la que pertenecían en el estacionamiento de los maestros, y entonces, cuando Reiner lo acorraló y lo sometió al suelo antes de que pudiera correr, Bertholdt fue por ella para hacerle saber la situación en las que de pronto estaban metidos. Cuando llegó, Reiner le tapaba la boca con una mano, mientras lo apresaba con una rodilla sobre el suelo; partiéndole la espalda con su peso.
Entonces Bodt la había mirado, y había encontrado una suplica muda en sus ojos grises. Cuando puso un pie dentro de ese estacionamiento, supo que no había marcha atrás. Lo supo, maldita sea, claro que lo supo, sino, ¿con qué razón había llevado el revólver escondido dentro de su chamarra con el emblema de esa maldita escuela? Reiner la puso al tanto de todo lo ocurrido y por ocurrir mientras le sembraba temor a quien los había descubierto. Y Marco se había librado de la mano sobre su boca, y gritó, con la desesperación de reconocer el sabor amargo de su inminente muerte.
—¡Podemos llegar a un acuerdo, por favor, Annie!
Entonces supo que él sabía que era una de ellos. No hubo marcha atrás. Aunque hubieran dialogado, no había marcha atrás. El amable Marco Bodt, eternamente pecoso y siempre amable con cada uno de sus compañeros. Nacido y criado en algún pueblo pequeño, con el sueño de ser un gran agente policial cuando terminara sus estudios. Alguna vez le había ayudado con alguna materia en tercer semestre, lo recordaba, se habían visto en la cafetería todos los días durante dos semanas al terminar las clases para poder ayudarla a no perder la materia; y ni eso fue razón de peso para hacerla ceder. La carga sobre sus hombros pesaba mucho más que un par de ojos vidriosos que la miraban implorando piedad.
Había cosas que pesaban más, cosas que había cargado demasiado tiempo como para echarlas a un lado. Y Reiner se lo recordó con una mirada severa y con furia y algo más en su voz rasposa.
—Si no lo haces, tú padre pagará las consecuencias, lo sabes, ¿verdad?
El sudor le perlaba el rostro cuando se lo dijo, y Bertholdt, a su lado, dejó escapar un lastimero asentimiento; siendo una sombra eterna, sin las agallas para dar un paso más y poner fin a aquello.
Cuando sacó dos guantes de látex oscuro de su bolsillo, las cartas estaban sobre la mesa: o era matar o morir. Sus zapatos oscuros resonaron en ese estacionamiento solitario cuando dio un paso, y luego uno más, y otro y otro. Cuando Reiner soltó a Marco con la advertencia de que no intentara nada estúpido, se echó encima de ella, jalándole la falda y apretándole las piernas mientras se deshacía en suplicas y gorjeos de un llanto amargo.
Era el rostro de quien se sabía al borde del abismo, sin nadie que le tendiera una mano para ayudarle a subir. Y desde luego, no era ella ninguna salvadora; criada para llevar a cabo las tareas al pie de la letra, al servicio de una organización que fabricaba aquellas sustancias nocivas que los jóvenes amaban meterse por las venas. Forjados para seguir los pasos al pie de la línea, o sino, los padres que se habían quedado bajo el alero de aquella organización serían los únicos en cargar con el fracaso.
Maldita fuera la hora en que su padre la había puesto dentro de las fauces de esas personas que los tenían cogidos por la correa; como perros leales y amaestrados a base de amenazas endulzadas.
Cuando alguno de los tres tenía ganas de dar un paso atrás, el otro tomaba la correa y le hacía ver la única verdad, tal como Reiner había hecho con ella.
—Da un paso atrás, Marco—le dijo, y él había obedecido con el rostro congestionado y las manos temblorosas rasgando con ansiedad su falda gris y negro—. Lo siento—susurró, pero no supo con certeza si logró escucharla.
El revólver Korth Combat sólo tenía dos balas cuando se la puso en la barbilla. Una acertó, y el carmesí le llegó hasta los zapatos negros y un par de gotas le rozaron el rostro cuando le besó la piel con el cañón. Todo terminó con el silencio repentino después del atronador sonido de la bala hundiéndose entre el hueso y la carne: todo él había temblado, y una mano solitaria había bailado frente a ella cuando cayó hacia atrás, como si le hubiera tendido una mano en busca de ayuda antes de que los latidos se le apagaran.
Sus vidas, desde que tenían nueve años, habían sido un juego de azar. Al lanzar la moneda lo único que podían esperar era su muerte, o la de alguien más: vivir o morir, ganar o perder una apuesta que se lanzaban en sus mentes. Habrían podido confiar en Marco y lanzar una moneda al aire, pero en los juegos de azar siempre había algo que perder. Al dejarlo ahí, en medio de una alfombra escarlata, habían lanzado una moneda al aire y habían apostado no ser descubiertos.
Esa tarde había enfundado el arma con una solitaria bala dentro, y ahí, dentro de la habitación que compartía con Hitch, en esos momentos a solas y lejos de Reiner y Bertholdt, Annie apostó. Cuando terminaba con uno de los deberes que había comenzado a desempeñar a los trece años, siempre apostaba y lanzaba un moneda al aire: ganar o perder, era eso lo que la mantenía con vida cuando la carga se hacía demasiado pesada y la correa no la estrangulaba, cuando unos ojos llorosos le recriminaban en sus sueños y unas manos temblorosas y frías la tomaban para hacerla caer a un abismo oscuro, lúgubre y repleto de gritos que le hacían estallar la cabeza.
El acero brillante como la plata le acarició la sien y su beso fue frío y lúgubre. Levantó la vista y se contempló en el espejo que su compañera de cuarto tenía apostado sobre la pared. El pelo se le pegó a la frente cuando la adrenalina le inundó el cuerpo. Era sólo eso lo que la mantenía con vida.
Ganar o perder, ¿qué podría salir mal? Si ganaba sólo significaba seguir con vida; si perdía, significaba cerrar los ojos y sumirse en la eterna inconsciencia repleta de oscuridad y libre de ojos acusadores que se manifestaban al cerrar los ojos cuando dormía.
No cerró los ojos al lanzar la moneda al aire. Y su dedo acarició el gatillo antes de hacerlo ceder.
Cuando el chasquido le inundó los oídos y la moneda abandonó el aire, supo que ella había perdido y los que le habían puesto la correa habían ganado. Cuando se miró a través del espejo, se supo con vida hasta la próxima vez; se encaminó hasta su litera, y guardó el revólver bajo su cama, se quitó los guantes de látex y dejó escapar la adrenalina en un suspiro que sabía a derrota y sometimiento.
Al encaminarse a la salida de la habitación, los ojos recriminatorios de Marco Bodt y sus manos temblorosas quedaron envueltos en la penumbra de un abismo oculto tras un juego de azar, a la espera de la próxima ocasión en la que la moneda pudiera dar un giro que la beneficiara a ella y le soltara la correa del cuello. En una esquina que daba camino a la cafetería, se encontró con Mina Carolina junto a los otros dos perros leales.
—¿Te has enterado de lo de Marco?—le preguntó Mina, con los ojos vidriosos y la voz entrecortada.
Sus ojos ni siquiera se encontraron con los de Reiner y Bertholdt. La moneda había sido lanzada y el abismo había ganado una vez más. La habían sumido en el deber, y ella siempre lo había cumplido al pie de la letra; le dijo adiós a la consciencia que amenazaba con martirizarla, se acarició el cuello y sintió la correa ahí, estrujándole, haciéndole ver quién era y quién sería hasta que la moneda la beneficiara a ella.
—No, ¿qué ha pasado?
Si existía una próxima vez, volvería a estrujar el metal y a acariciarse la sien con un beso frío y mortífero que la haría estremecerse como Marco al morir.
Notas finales| bueno, ¿qué les pareció? Tenía esto listo desde hace más de una semana. Si les soy sincera, como dije al principio, no pensé que este fic me traería de vuelta, tengo en borrador MUCHOS oneshots que no sé si algún día saldrán a la luz y pensé que este sería uno de ellos. Tengo casi listos dos shots de dos tríos diferentes, ¿pueden imaginarse de quiénes son? JAJA es que amo muchos los tríos que nos regaló Isayama.
Y bueno, sólo eso. Annie sigue siendo mi personaje favorito junto a Mika, Eren, Armin y Reiner, así que espero seguir escribiendo sobre ellos aunque Shingeki haya terminado ya. Especialmente de mi Annie. Muchas gracias por haber leído y espero que no les haya parecido un poco extraño o así; no era esa mi intención, sólo sacar este oneshot de mis pendientes.
Alguna duda, crítica constructiva o comentario son bien recibidos. Quizás demore en contestar, pero lo hago. Saludos a la distancia y cuidense!
