(¡)Advertencia(!)
Explícito. Soez. Y algo Tóxico creo.
Entra bajo tu propio riesgo
(。•̀ᴗ-)*
Con todo mi amor de fangirl idiota y de mente cochina. Enjoy!
applied.
Blindaje
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Tokio es igual a Kioto. Bueno, no exactamente. El nivel de Energía Maldita que se maneja en la gran metrópolis resulta ser más abrumador, más espeso. Claro, también está el estilo, el diseño, ese regusto a "vanguardia" impreso en gran formato en las grandes avenidas, el olor que se filtra en los pulmones en una bocanada que puede, incluso saborearse en el paladar. Tan diferente, pero igual.
No obstante, bajo el cuidadoso revestimiento antiguo de las escuelas hermanas, no queda mucho. Los mismos dormitorios, las mismas ventanas cuadradas con paisajes urbanos que no podrá descubrir aún si tuviera el tiempo.
Miwa Kasumi se rasca la mejilla, pensativa. Tal vez, es el lastimero motivo que la condujo ahí lo que no le permite disfrutar de la postal perfecta. Debajo del outfit planeado con cuidado para cada uno de los días, se trae de casa esa indefinible sensación de angustia, de inutilidad. Hay rigidez en sus movimientos de la que no puede deshacerse y no quiere aferrarse a la idea de que se ha acostumbrado a estar rota.
—¿Estás bien? —pregunta Gojō Satoru. Le mira directamente a través de los lentes de sol que no quiere quitarse para nada. Miwa siente los vellos de su nuca erizarse en su escrutinio, el reflejo de su propios rasgos inquietos, duplican la molestia. No hay mucho que pueda decir, sin embargo sonríe, las comisuras tensas como su mano recién curada—. Es normal que estés preocupada, pero si sigues las indicaciones de Shōko al pie de la letra, podrás seguir ejecutando tus técnicas sin riesgos.
Gojō lo sabe. El tono despreocupado, la sonrisa amplia, la forma en que se acerca a la ventana y le acorrala como si fuera a huir, es lo que lo delata. Miwa se sonroja más y más y se deja atrapar como si la jugada estuviese planeada. Los dedos de Gojō, largos y pálidos, se aferran a su hombro derecho llevando la electricidad hasta su mano. Apenas contrae los dedos, las ganas de aferrarse a su cuello y cerrar la distancia muriendo en sus yemas.
—No estás siendo sincera —Satoru se quita los lentes y la forma en que entorna los ojos es peor a cada centímetro que se acerca. El estómago de Miwa se contrae hasta impedirle respirar con normalidad—. ¿Tienes miedo?
Kasumi se ríe nerviosa. Manotea como restándole importancia al asunto. No contesta. Hay un esfuerzo en formar las palabras que su lengua no quiere hacer.
—¿Por qué no me tocas? Ahora que no necesitas de mi ayuda, no te intereso más.
Miwa le sostiene la mirada a tan poca distancia, el aliento de Gojō Satoru un rizo de aire contra su cara.
—¿No estás actuando un poco soberbia? Aquí al que le toca ese papel es a mí.
Y duele, porque tiene razón. No le toca, aun con las ganas carcomiéndole por dentro. No le permite tocarle de vuelta y dejar que la sostenga como esa tarde en qué ocurrió todo, apoyada contra su pecho, el peso apenas equilibrado en sus talones mientras el otro tiene las manos ocupadas dentro de su ropa. El vendaje limitando el contacto, haciéndole sentir inútil y a la vez protegida.
Es eso, la barrera construida por algo tan poco digno como ser vencida por una sucia maldición y haber estado a punto de perder la vida. Hay una parte de ella dispuesta a ceder por la atención, por la asistencia entrañable de quienes se preocupan por ella, por el cambio de los propósitos de Gojō Satoru, apurado al descubrirla necesitada de otras maneras en que nadie más puede complacerla, extasiado cuando no piensa y da el primer paso y luego otro, jadeando grave y bajo (tan bajo que el cuerpo de Kasumi se estremece sin darse cuenta). Notan que no pueden detenerse, ninguna vez a partir de entonces.
Quiere a Gojō así, la mirada baja y las manos perdidas en ella. Haciendo el trabajo por ella. No sabe que significa, si es que es una forma de sometimiento o si es una dependencia insana. El vendaje es su enemigo y su blindaje, es su propio miedo a reconocer que hay mucho más urgencia física en todo ese asunto, es la oportunidad de tomar aquello que siempre a deseado, sin pensar en las consecuencias, es el espacio perdido entre sus dudas.
Ahora que no existe el vendaje, no puede justificar esa necesidad de afecto mal intencionado.
Pero Gojō no se rinde, no lo hace nunca y tira suave de su palma hasta ponerla a la altura de su cara para acunar su propia mejilla. Suspira. Suspiran ambos. La sensación es distinta, la piel de su mano se ha sensibilizado o es tal vez que todo es tan nuevo tras el tiempo en que su tacto ha sido bloqueado, la piel adelgazada y pálida, fría. Sus dedos se adaptan a la curva natural del rostro de Satoru, el calor se irradia desde las puntas de los dedos hasta el centro de su dorso, hasta el centro de su propio cuerpo bajo las capas de ropa. El sol de Tokio se esconde entre los rascacielos de fachadas brillantes, la urbanidad oscurecida y a la que Kasumi ya no presta atención.
—Es diferente ahora.
«Soy débil. Nunca seré recomendada por nadie. Estoy rota. Nunca seré reconocida por ti.»
—Para mí no —Gojō le besa la línea del corazón marcada en el interior de su mano—. Sigues siendo mi Miwa. La misma chica codiciosa pero buena gente que conozco.
Las articulaciones de sus dedos se sienten como si estuviesen gastadas. Aprende a usarlas de nuevo, a ponerlas en marcha despacio. Flexiona los dedos y araña suavemente la superficie del rostro que toca. Hay más piel que quiere sentir, pero se conforma con quedarse en la boca de Gojō Satoru por largo rato, descubriendo los surcos y las pequeñas marcas de deshidratación que el clima ha dejado en la superficie. Se lame sus propios labios, pero el alivio no llega hasta que la humedad que ha dejado en ellos es transferida a Gojō en un roce descuidado y hambriento.
Gojō da el primer movimiento. Un tropiezo en realidad, contra la mesita de centro de la habitación tan parecida y tan distinta a la vez; igual de agradable, con buena iluminación y un espejo móvil de cuerpo entero; detalles irrelevantes. Miwa, quien podría mofarse ruidosamente ante lo absurdo de sus pensamientos, abre mucho los ojos y se frota el cuello, inclina la cabeza para disimular una sonrisa; Satoru toma suavemente un mechón de los cabellos celestes y le besa duro. Kasumi tiene los brazos rígidos a los costados y se siente estúpida cuando el otro tira de su camisa de botones con una mano y del cinturón que sostiene su pantalón oscuro con la otra.
—Permíteme… yo… lo haré. —Miwa produce chasquidos húmedos contra la boca de Gojō.
Se incorpora y da rodeos mientras se desviste, considerando no apresurarse que el mundo no se acaba y de todos modos no habría a donde huir. Gojō la empuja hacia la cama y termina de sacarle los pantalones a tirones, Nunca más flaquees le espeta y se arroja aplastándola por completo mientras todo cruje debajo; la boca ocupada en todas partes, los dedos entre el pelo, en las costillas, más abajo. Miwa trata de corresponder en la misma forma, ciñéndose a su espalda y su trasero, pero es difícil coordinar con la cabeza llena de humo y los sentidos afilados que la motivan a friccionarse contra Gojō y a hundirle las uñas en la piel para calmar esa ansiedad creciente.
Gojō vuelve a su cuello y con agilidad se deshace de la ropa interior de ambos. Si había alguna chispa de cordura, ésta se apaga cuando dedos enormes se hunden profundo y le masturba con movimientos rápidos y cortos; Miwa lleva su propia mano vacilante a la entrepierna de Gojō, moviéndola descompasada pero sin soltarle hasta que Gojō resbala por su cuello hasta el abdomen y levanta la cara para mirarle con pupilas tan hermosas que parecen mentira.
No es que no se lo esperase, pero no hay nada que la prepare para ello. Toda su sangre concentrada en la zona, el entorno fundiéndose alrededor de la boca entre sus muslos, del sonido líquido y obsceno de su lengua y la palpitación que hace que todo tiemble y resuene fuera y dentro de su cuerpo, al tiempo que clama sin voz palabras que no atinan a formar nada. No es consciente de si es rápido o lento o si hay un concepto de tiempo, allí cabe solo el calor y saliva. Y el anular.
Se detiene de golpe, quiere erguirse, quiere saber. Lo distingue dentro de ella, con cuidado, primero inmóvil, luego estimulando lento. Miwa siente muchas cosas a la vez: un ardor que no importa, una presión física que desiste pero un temor que crece, la sensación de sentirse expuesta y vulnerable disparándose a la par del deseo.
—S-Sensei, ahh… Espera… deja que… aahh… —Miwa inhala con el empuje del índice también.
Gojō se levanta y la observa. Puede leerla. Miedo, placer, miedo. Olas violentas estrellándose en su mente, y sabe que no puede forzarla porque sería destructivo; Miwa vibra fuerte y le hace temblar a sí mismo con solo mirarla. Gojō resopla y le da la espalda, camina rígido hacia el sillón, sentándose con los brazos apoyados en las piernas y el rostro enterrado en las manos.
—¿Gojō-sensei? L-lo siento Yo no… —Miwa repentinamente se siente hueca.
—Así no, Miwa. No puedo obligarte.
Miwa aguarda y el alivio nunca llega. No le culpa de nada, ¿De qué podría? ¿De existir, de necesitarlo? Están al borde del acantilado y en cualquier dirección donde miren no hay donde refugiarse, excepto uno en el otro. El resto son pasos en falso, tiempo valioso que se esfuma cuando todo lo que quiere es tenerle por completo.
—Vaya, no creí que llegaría el día en que viera a Gojō Satoru desertar —Miwa habla firme, una tentativa de sonrisa que enmascara la súplica. Quiere tocarse y acabar pero hay un No no no en el fondo de su cerebro.
—Entonces vas a tener que venir aquí a demostrarme tu convicción —le reta con una sonrisa perversa.
Desafiarlo es parecido a afilar la hoja de su katana sin poner cuidado.
—¿C-como?
—Eso depende de ti.
Miwa se acerca con bochorno y desde su altura, los ojos enormes y afables se entornan; Gojō la sujeta de una pierna y la reposa sobre el sillón, hunde la cara en el vientre y las manos entre sus glúteos. Miwa tira la cabeza hacia atrás y cree que va a reventar en cualquier momento; no quiere evitarlo pero le resulta vergonzoso hacerlo en la cara de su ídolo quien se detiene lo justo para que no suceda. A Miwa se le ocurre que no estaría mal corresponder y descendería hasta el regazo de Gojō si las rodillas le respondieran. Gojō se levanta y arrastra el espejo largo ubicándolo frente al sillón.
—Vas a mirarte. Hazme saber que en verdad quieres esto.
Una orden, un reto. Da lo mismo. Miwa está fuera de sí, una parte suya fija en el mismo lugar, la parte física siente a Gojō treparle encima y se acomoda con dificultad porque no está recibiendo ayuda. Todos los sentidos suspendidos en partículas bajo él mientras la piel arde con la primera intrusión y se detiene, sosteniéndose un poco en sus piernas trémulas. El malestar cede cada vez que se mueve arriba y abajo, lento y cuidadoso; el semblante de dolor del que escapan suspiros entre dientes, la cabeza inclinada hacia delante. Cuando se habitúa a la sensación y coge ritmo tiene el impulso de tocarse pero Gojō le aparta las manos bruscamente, fijándolas bajo las suyas a los brazos del sillón.
—No dejes de mirar. —Gojō gruñe en su oído al tiempo que alza una mano y entierra los dedos en el cabello azul y sedoso.
Y no lo hace, pero el sudor le empaña la visión obteniendo una imagen distorsionada y perturbadora, pero está incapacitada para asociar conceptos en ese estado; menos cuando el roce se vuelve insoportable y toda la piel se le adhiere a la de Gojō Satoru, la cabeza caída atrás apoyada en su hombro, profiriendo quejidos graves que no puede modular.
—¿Te gusta, Miwa? ¿Te gusta tenerme dentro?
Gojō tiene la voz oscura y deshecha, los ojos turbios casi crueles clavados en el reflejo. Miwa balbucea palabras inconexas que suenan alargadas y deformadas con la temperatura del ambiente; surten el efecto adecuado para que Gojō haga lo suyo. Le estruja una porción del pecho donde le palpita el corazón y después se aferra a su vientre, empleando la mano libre para acariciar con fuerza y a la par de las embestidas que inician minúsculas y se vuelven impetuosas, sacudiendo a Miwa como si fuera ingrávida. Hay un enlace abstracto entre ambos que se mezcla y progresa con el contacto hasta detonarse primero en Gojō, tirante y potente; Luego en Miwa, prolongado y agónico.
Miwa Kasumi siente el cuerpo licuado y los párpados de plomo, Gojō recupera el semblante sonriente. Cada pieza en su lugar, restaurando el equilibrio al fin.
Tokio, Kioto, es igual. Los mismos dormitorios, la misma boca destruyendo su armadura. Miwa Kasumi siente latir el corazón bajo la piel, en cada uno de los besos que comparte con Gojō Satoru.
Banda Sonora:
Buscándote —Siddhartha.
https: (/youtu.be/mfhIs1lABqg)
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Ah, como me encanta corromper personajes puros e inocentes jajaja xD
Además con semejante hombre ¿quién perdería tiempo en huir de sus deseos verdaderos? (yo no)
No lo iba a postear pero ah. Hasta los desvaríos sin sentido sirven de algo jajaja (aunque sea para perder el tiempo x).
Disculpen los muy posibles fallos y gracias por leer y comentar. (contesto reviews a través de la app, vale)
