Parte I: El Bosque de las Delicias

"¡Oh, estúpida elección, que el alma de pesar consume!"

Christina Rossetti, The Goblin Market

El Laberinto,

En un bosque cercano a la Ciudad de los Goblins

El reloj hacía tic tac hacia las trece, marcando el ritmo del infierno al que había caído.

Era, en efecto, una tonta por haberse metido en aquel lío.

Trató de figurarse donde debería haber hecho una eleción diferente. Fue imposible. ¿Tal vez suponiendo que no se hubiera aproximado a Hoggle, justo al principio, si no tomando la otra dirección alrededor de aquel gran muro? ¿Y si hubiese elegido la otra puerta, la roja? ¿Podría, a estas alturas, volver a casa, con Toby a salvo en su cuna? Quizás. ¿Cómo iba a saberlo? ¿Qué pruebas tenía de que alguna de sus elecciones había sido la correcta?

¿Y si fuera todo una pesada broma a través de la cual el Rey de los Goblins la atormentaba con la ilusión de que Toby podía ser rescatado?

Sarah parpadeó y se alisó los pliegues del camisón, intentando controlar las lágrimas que le escocían los ojos. No empezaría con eso otra vez.

Se concentró, en cambio, en lo que podrían ser pruebas, aunque débiles, de que había acertado en algunas cosas. Su breve amistad con Ludo, pobre Ludo... ¿eso no podía carecer de significado, verdad? La feliz y bobalicona sonrisa que le había dedicado cuando lo rescató... ¿había sido realmente un acontecimiento fortuito en una historia sin final? Incluso Hoggle, con su carácter agrio, la había ayudado sin ser conciente de ello, a descubrir que era capaz de hacer más de lo que creía. No sería todo eso imaginación suya, ¿cierto?

Haber llegado tan lejos, a pesar de las trampas horribles que le habían tendido... seguramente era una especie de prueba a su favor, ¿no?

Quizás. Pero no significaba nada en absoluto a menos que pudiera llegar a Toby y salvarlo de ser convertido en un goblin.

Sarah miró a su alrededor. Había llegado a un claro del bosque. Los chillidos de los Faerys ya no se oían y no pudo si no suspirar de alivio. Los pies le dolían terriblemente y las zapatillitas de descanso no habían sido hechas para recorrer distancias tan largas. Es más, ya estaban rotas. Pero resistió la tentación de tirarlas porque aún no sabía que tanto faltaba para arribar al castillo y el prospecto de resquebrajarse las plantas de los pies no era para nada grato.

Atardecía y la luz del sol se filtraba entre las inmensas copas de los árboles. Ni siquiera en las Tierras Altas, donde vastas extensiones de brezo se intercalaban con montañas nevadas y ríos serpentinos, existían semejantes ejemplares. Se acercó cautelosamente, picada por la curiosidad. Tocó el melocotonero más próximo, maravillada. Su tronco era rugoso y se erguía con elegancia y soltura, perdiéndose hacia arriba en el mar de ramas oscuras y gruesas, rebosantes de hojas verde brillante. Tuvo que tener cuidado con las raíces, de dimensiones igual de colosales, pues estas se levantaban del suelo como si fuesen las patas de arañas perezosas. Y los frutos nacarados, esparcidos entre flores rosáceas y ramilletes de hojas perennes, la cautivaron a punto tal que deseó no tener los pies adoloridos para poder escalar sus troncos y deleitarse al mirar hacia abajo...

En tanto que lo imaginaba, Sarah se preguntó que mal habría en coger un fruto. Ya había probado las frambuesas de los arbustos y las dudas sobre si eran o no una trampa del Rey quedaron en el olvido cuando nada aconteció. Pero, de nuevo, tuvo suerte pues bien que las frambuesas podrían haber estado envenenadas. Alzó la vista y extendió la mano hacia un melocotón rico y maduro, irresistiblemente jugoso. Lo arrancó de un tirón y lo sostuvo en alto para estudiarlo. Su aroma era delicioso. Lo miró con pesar. Era una pena comerse una fruta tan adorable. Aunque esa era la cuestión, ¿o no? Un melocotón debía ser encantador sólo para que alguien se lo comiera.

Sarah se lo llevó a los labios y lo mordió.

"Que sabor extraño..."

Quiso observarlo de nuevo y halló que sus ojos no se enfocaban en él. Comenzó a marearse. A punto de desmayarse, avanzó un paso hacia delante. Con pesar recordó que allí nadie la asistiría.

Tampoco que alguien hubiera querido hacerlo.

Tropezó. Con una mano se frotó la frente, mientras que con la otra sostuvo el melocotón, el brazo extendido, intentando verlo apropiadamente.

Había algo... algo que estaba olvidando...

Lentamente, Sarah se dio vuelta para mirar los árboles, como si así pudiera descubrir la causa de su malestar...

De pie entre los árboles, estaba el Rey de los Goblins.

Sarah gritó horrorizada.

"Oh, preciosa..."

Su voz, tan similar al eco de una cascada de agua cristalina, sonó rota. Quebrada. Le resonó en la mente, el pecho, en la punta de los dedos y trató en vano de enfocar la mirada en él, pero sus contornos se difuminaban en la neblina del crepúsculo. Tambaleándose, se reclinó en la corteza del melocotonero.

"¿Qué... qué me has hecho?" se oyó decir, sintiéndose ajena al movimiento de sus propios labios.

"¿Yo?" susurró. "Nada"

"¿C-cómo sé que me dices la v-verdad?" replicó, cerrando momentáneamente los ojos. Necesitaba descansar. "Me has hecho todo imposible..."

"Impedir que llegues al castillo es mi trabajo, Sarah . Pero, te aseguro, no tengo nada que ver"

Abrió los ojos y esta vez si consiguió enfocarlo con más nitidez. El timbre nostálgico no le pasó desapercibido, aún cuando le parecía irrisorio que aquel ser fuera capaz de sentir nostalgia, pues El Rey de los Goblins la observaba con una expresión carente de emociones.

"¿Entonces qué... qué es esto?"

Aún no tenía fuerzas y el melocotón resbaló de sus dedos cuando intentó incorporarse. En un par de zancadas él estuvo a su lado, sosteniéndola suavemente del codo. Quiso zafarse de su agarre, sin éxito.

"Oh, es un melocotón" dijo, la sombra de la amargura en sus palabras. "Pero no uno común" la soltó con delicadeza, pero no se apartó. "La fruta de mis jardines no está pensada para humanos"

"¿Quiere decir que moriré?" preguntó, aunque no sentía precisamente que eso fuera a suceder, pues las piernas habían comenzado a responderle.

"No, para nada" dijo, con una sonrisa que no llegó a sus ojos.

Sarah lo miró irritada. ¿Por qué no podía ir derecho al asunto?

"¿Y si no moriré, por qué estoy mareada?" y antes que pudiera contestar, espetó: "Y no más adivinanzas, tengo para una vida entera con todas las que he oído hasta ahora"

La sonrisa maligna del Rey se ensanchó, partiéndole el rostro en dos, y una terrible inquietud se apoderó de su espíritu.

"Tienes agallas, Sarah" ronroneó, dando otro paso hacia ella. "Es sumamente... encantador" sus rostros estaban a un palmo de distancia y ella contuvo el aliento, confundida y atemorizada a partes iguales. "Pero para responder a tu pregunta, las frutas de mi jardín tienen... diferentes efectos en aquellos que las prueban. Una vez, un enano se tentó y se transformó en piedra. Otra, una desafortunada hada murió muy lenta y penosamente" su tono indicaba que ello le parecía hilarante y Sarah frunció el ceño. ¿Cómo podía alegrarse de las calamidades ajenas? ¿Por qué no advertía a los incautos? "Para mi son sólo melocotones, pero para tí..." su voz se fue apagando hasta hacerse un melodioso susurro.

Ella lo miró asustada. Él no parecía particularmente alarmado, así que no podría ser nada grave, ¿cierto?

"¿Pa-para mi qué?" tartamudeó.

"Ay, Preciosa" dijo, extendiendo una mano enguantada hacia ella. Sarah no se movió, se hallaba demasiado extenuada para hacerlo una segunda vez, concentrada como estaba en mantenerse de pie. Le acarició la mejilla. "Ya no podrás irte"

Sarah simplemente no podía creer lo que oía. Debía haber un malentendido.

"¿Por qué no?" quería sonar fuerte, pero su voz se convirtió en un hilo de incertidumbre. "¿Qué me lo impide?"

El Rey de los Goblins estudió su rostro con detenimiento, como si buscara algo hace tiempo perdido.

"Tenía intenciones de hacerte el camino fácil, Sarah. Llámalo misericordia, pero entre los infelices que caen en mis manos, tú eras como el rocío de la mañana" los nudillos de su mano iban y venían sobre su mejilla, en una suerte de vaivén hipnótico. "Nadie que haya intentado atravesar mi Laberinto puede decir lo mismo" añadió y las comisuras de sus labios se curvaron levemente hacia arriba, en una mueca feroz. "No muevo las estrellas por nadie..." siseó, y sus ojos relampaguearon. "¡Y tenías que caer en mi jardín! Oh Sarah, estaba dispuesto a dejarte ir, con o sin tu hermano, pero podrías haber regresado a tu cómoda cama, en tu hermosa habitación, con tus preciados cuentos"

Ahora Sarah sí estaba aterrada.

"No... n-no en-entiendo..." susurró, sintiendo la sangre abandonando su rostro.

El Rey sacudió la cabeza y un nudo se le formó en la boca del estómago.

"Aquel que llega al centro del Laberinto ya no podrá salir" dijo, sujetándole el rostro con ambas manos en un gesto que, presumió, quería ser gentil, pero ante el que se encogió de temor. Él pareció darse cuenta, empero no se alejó ni una sola pulgada de ella. "Este es el corazón, Sarah. Mis jardines y las delicias que alberga. Delicias para mí, pero una maldición para los humanos pues una vez que las prueban, dependerán exclusivamente de estas para sobrevivir"

Sarah parpadeó, atónita.

Parpadeó una. Dos. Tres veces y su voz continuó retumbándole en los oídos.

Había oído de esto en las leyendas...

Ten cuidado de la fruta de los goblins...

Entonces, eran verdad. No eran producto de la superstición del pueblo escocés. De entre todas las historias que su abuela le contara de niña, esta era la que menos probable le había parecido. Se sintió estúpida por haberlo dudado en un principio y desvió la mirada al suelo, contrariada. El melocotón estaba allí, sobre el colchón de hojas secas y ramitas, tentadoramente dulce y hubiera jurado que, de tener ojos, la habría mirado acusadoramente.

¿Cómo es que algo, en apariencia inofensiva, podía destruir la vida de uno?

Volvió a mirar al Rey y abrió la boca para decir algo, pero la cerró inmediatamente, incapaz de articular sonido alguno. Hoggle, el enano, había mencionado algo al respecto; pero, enfocada como estaba en su tarea nunca se detuvo a imaginar...

Sarah ahogó un sollozo. No lloraría. A lo mejor era una prueba más. A lo mejor todo esto era una ilusión causada por el melocotón y pronto despertaría y vería que estuvo soñándolo todo... pero no, su imaginación no era tan vìvida y real. Jamás podría imaginarse el tacto suave del cuero de sus guantes, ni el calor de sus manos grandes acunándole el rostro, no importaba la cantidad de cuentos y leyendas fantásticas que oyera y leyera a lo largo de su vida.

"¿No puedes... no sé, revertirlo?" él sacudió la cabeza antes que terminara de hablar. "¿Acaso no eres el Rey de todo esto?" espetó, la rabia por la situación sobrepasando la desesperación.

"Vaya, vaya" murmuró, inclinándose en el tronco del melocotonero y cruzando los brazos en jarras. "Dime, Sarah, ¿qué clase de Rey sería yo si no respetara mis propias reglas?"

Sarah sólo lo miró, intentando dar con una solución a su problema. ¿Existiría alguna cocción druida que le devolviera su condición física anterior? Las sirvientas solían hablar de hierbas que usaban para interrumpir los embarazos. Ella misma había visto a una de ellas quemando unas hierbas que supuestamente la ayudarían a captar la atención de un muchacho del pueblo. ¿Habría alguna forma de desear, igual que hizo con Toby, para volver su cuerpo a la normalidad?

"¿Y si lo deseo?" preguntó, frunciendo el ceño en suma concentración. "Si lo deseo, deberás cumplirlo, ¿o no?"

El Rey de los Goblins río y fue como si el mundo a su alrededor detuviera sus actividades sólo para oírlo. Las copas de los árboles se sacudieron suavemente y una ligera brisa removió el colchón de hojas secas. El melocotón vagó unos palmos hacia el centro del claro. El asombro eclipsó momentáneamente la desesperanza puesto que, ahora que lo pensaba, se percataba que cada cosa en el Laberinto iba al compás de su Rey.

"Ay, Sarah, mira que eres ingeniosa. Asumo que lo sacas de tu madre, ¿verdad?" exclamó, las comisuras de su boca aún riendo, las finas líneas de alegría en sus ojos acentuándose. Sarah se mordió el labio inferior, confundida, pero asintió. ¿Cómo sabía aquello? "No soy el Rey de los Deseos. Ninguno de los míos lo es. Sólo respondemos cuando un mortal nos llama con las Palabras Correctas y sólo si el pedido es Adecuado. Así que no, no puedo " cómo ella no dijera nada, él se descruzó de brazos, incorporándose como una pantera al acecho, y gesticuló con las manos. "Como ves, Preciosa, tengo las manos atadas"

Llegados a este punto, ahora Sarah sí que tenía serios problemas para contener el llanto.

"¿Viviré aquí para siempre?" dijo, la voz estrangulada. "¡No es justo!"

Él arqueó una ceja, casi divertido.

"¿De vuelta con esas? La vida está llena de injusticias, creí que a estas alturas lo entenderías. Por ejemplo, la que tú cometiste con el pobrecito Toby" su voz era cantarina, pero sus palabras pura ponzoña y Sarah se encogió ante la crueldad en su rostro. "Dime, ¿cómo es de justo que tu puedas desear que los goblins se lleven a tu hermano, pero que yo no pueda revertir el efecto de tus propias acciones sea una injusticia? Sigo preguntándome cual es tu base de comparación..."

Con horrorosa consternación, Sarah debió enfrentar la verdad. Había sido tremendamente injusta con Toby. Después de todo, era un bebé y a esa edad no podía comprender que ella se sentía sola y triste y que su presencia le recordaba todo lo que ya no tenía consigo.

"¿Cómo... cómo sé que dices la verdad?" preguntó, atreviéndose a mirarlo a los ojos.

El semblante del Rey adquirió un matiz sombrío y sus ojos extraños se estrecharon en dos finas rendijas. El aire cambió de golpe. Las copas de los árboles se agitaron y un murmullo indignado serpenteó por el suelo, levantando las hojas secas.

"No me desafíes, Sarah" repuso, cerrando la distancia entre ambos. Algo helado le recorrió la espina y Sarah comprendió que hasta entonces no había conocido realmente lo que era el miedo. Las sombras danzaban en el rostro anguloso del Rey, dándole un aspecto terrible y hermoso. "Tal como yo lo veo, he sido muy generoso"

La palabra reververó, chocando una y otra y otra vez contra las paredes de su cerebro.

¿Qué había de generoso en todo lo que ella había pasado hasta ahora?

Sarah se encuadró de hombros, aunque por dentro temblaba como una hoja sacudida por la brisa fría del invierno.

"¿Generoso?" dijo, empleando el tono que le gustaría usar contra su madrastra. Él arqueó una ceja, pero por lo demás su expresión permaneció indescifrable. "¿En qué has sido generoso?"

Los labios finos del Rey se curvaron en una sonrisa de dientes blancos y ligeramente puntiagudos.

Era aterrador.

"He hecho todo lo que tú querías. Deseabas aventuras, te las dí. Deseabas que me llevase al niño, me lo llevé" a medida que hablaba se acercó más y más y pronto Sarah golpeó el tronco del melocotonero con la espalda. "Es extenuante cumplir tus expectativas" su sonrisa era más y más temible y Sarah miró hacia los costados; pero él apoyó las manos a ambos lados de su cabeza, cerrándole cualquier (aunque inexistente) salida. "Ya no tienes opciones, Sarah. Ríndete"

"¡Jamás!" exclamó, sorprendiéndose a sí misma. Sentía confianza por primera vez desde que dejara la seguridad de su habitación. "¡Jamás me rendiré! ¡Me equivoqué, pero Toby no tiene que pagar por mis errores!" al contrario de lo que supuso, el Rey no se burló de ella, si no que la observó intrigado, atento a cada una de sus palabras. Absorto. "¡Así que no, no te daré con el gusto! ¡No tienes poder sobre mí!"

La sonrisa se borró de sus labios y sus ojos brillaron con algo que Sarah no había visto antes. No era la lujuria con que el primo de su madrastra la observaba durante esas tediosas temporadas de cacería. Ni era la ambición que otros eran incapaces de ocultar cuando oían quien era su padre. ¿Emoción tal vez?

Era la misma expresión que ella hacía cuando hallaba un tesoro de incalculable valor.

"Jamás dejarás de sorprenderme, ¿verdad?" susurró, moviendo una de las manos hacia ella. Sarah jadeó imperceptiblemente cuando sus dedos le acariciaron la mejilla, sintiendo como descendían ligeros como una pluma hacia su cuello, donde se detuvieron, inciertos. Por un momento, el Rey desvió la mirada hacia sus labios. "Es verdad, no tengo poder sobre tí" dijo, volviendo a mirarla a los ojos. A pesar suyo, un gimoteo escapó de su boca, refutando lo que dijera instantes antes. "Oh, Sarah..." ella gimió, casi lloriqueó, mientras las uñas de sus dedos largos y pálidos se le clavaban con ansia reprimida en la columna del cuello. Sarah lo miró suplicante, pero sin poder determinar la causa. "... no te bastaba con ser como yo, ¿verdad?" la mente en blanco, Sarah se mordió el labio. La desconcertaba. Quería salir corriendo, pero ya no estaba segura si era por miedo o, como temía, porque deseaba que los pensamientos oscuros e indignos que conjuraban otras partes de su cuerpo se cumplieran. Él deslizó sus dedos unas pulgadas, las uñas rasgándole suavemente la piel, ojos dispares clavándola en el lugar. "Si no que también quisiste ser mi igual. Realmente..."

"¿T-tu i-igual?" replicó, quedando olvidado cualquier atisbo de coraje.

Aquello pintaba cada vez peor y Sarah quiso darse de golpes contra el árbol. El Rey asintió al mismo tiempo que su palma abierta la recorría por encima del camisón: la clavícula, el hombro y el brazo entero, dejando un rastro de electricidad a su paso. Sarah agradeció que el género de la prenda fuera tan grueso, por más que no bastara para evitar que los vellos de la piel se le erizaran de placer. ¿Estaba mal que lo deseara? Cada partícula de su cuerpo gritaba que no, que le permitiera avanzar. Pero, ¿como estar segura que no era un producto de la calesita de emociones que la atravesaban en ridícula algarabía? Apenas lo conocía... y, además, era el principal interesado en que fallara.

Su cuerpo la estaba traicionando.

"Mi igual" susurró, el tono burlón colándose en su voz. Aquella parte del cerebro de Sarah que todavía funcionaba con cierta semblanza de normalidad y que todavía conservaba independencia de los deseos carnales, se preguntó si conceptos como igualdad y equidad funcionaban tal como lo hacían en la Cámara de los Lores. "¿Ves?" agregó, agarrándole con delicadeza la muñeca y levantándola a la altura de los ojos. "Ya ha comenzado"

Con horror, Sarah vió que estaba adquiriendo un tono blancuzco, casi traslúcido, con un brillo semejante a su piel.

"¿Esto... esto es por qué comí el melocotón?" él sacudió de la cabeza, sus cabellos etéreos moviéndose con fantasmales. "Entonces, ¿por qué...?" murmuró, acercándose la mano para observarla mejor.

"Las palabras tienen poder. Y tu tienes la nada envidiable habilidad para meterte en problemas"

Sarah hizo un recuento de la conversación. Desde un rincón inspirado de su mente llegó la respuesta: no tienes poder sobre mí.

Ahh... después de todo, su madrastra sí tenía razón en algo. Sarah parecía olvidar, como habitualmente sucedía, que el correcto uso de las palabras podía costarle más que una bofetada.

"¿Qué soy?"

"Bueno, acabo de decírtelo" dijo, entre divertido e impaciente.

Sarah alzó la vista y sus miradas se encontraron.

"Si, pero ¿qué eres tú?" preguntó, azorada. ¡Dios Santísimo! ¿Cómo podía hacerle sentir tantas cosas al mismo tiempo un ser que a todas luces no era humano? "No pareces un goblin"

El Rey rió entre dientes, volviendo a tomarle la mano.

"Que gobierne un atado de imbéciles no significa que sea uno de ellos, Preciosa" respondió, besándole el interior de la muñeca. Sarah entrecerró los ojos, ruborizándose profusamente. "En tu mundo nos llaman Sidhe. Aes sí. Fae"

"Oh" exclamó, asombrada. "Entonces, no me convertiré en una roca o en un goblin"

"No"

Sarah supuso que eso servía de consuelo. No le gustaría perder su belleza por un error estúpido. Y que él no hubiese dejado ni por un momento de contemplarla con esa mezcla de feroz languidez y curiosidad, como si ella representara un desafío que él estaba empeñado en conquistar, sólo incrementaba su alivio. Y su vanidad.

"¿No me estás mintiendo ?" inquirió, obligada por su instinto desconfiado.

"Nosotros no podemos mentir"

"¿Cómo que no? ¿Se prenden fuego y mueren?"

El Rey estalló en carcajadas y una brisa pasó rápidamente, envolviéndolos en una suave caricia.

"Estamos atados... a la sinceridad" exclamó, las mejillas ligeramente encendidas por los intentos de contener la risa. "Podemos omitir algunas cosas, desviar la situación por ciertos derroteros, pero bajo ningún aspecto falsificar o adulterar la verdad" a medida que hablaba, su expresión se tornó más reservada, más reflexiva. "Por eso, debo advertirte, que tus preguntas deben ser directas y estar bien formuladas. No querrás que te induzca a error..."

Bajo el atento escrutinio de su mirada cargada, Sarah asintió. Para ella, teniendo en cuenta todo lo acontecido, su palabra carecía de valor, pero tendría que conformarse. Desvió momentáneamente la mirada al suelo, tarde recordando que el melocotón estaba ahí. Este parecía devolverle la mirada y el arrepentimiento, la desazón y la impotencia la embargaron de inmediato. Regresó la vista al Rey, quien arqueó una de sus cejas extrañas, claramente intrigado.

"¿Y mi hermano?"

Las palabras salieron de su boca antes que pudiese comprender que las estaba pensando. El cambio de tema tensó el aire y aunque todavía sentía la posesividad con que le sostenía la mano, fue su reacción la que la tomó desprevenida.

"Has perdido, Sarah" suspiró, casi con aprehensión. "Y él sí será transformado en un goblin"

La rabia fluyó libre por sus venas y por un segundo Sarah vió rojo.

"¡No perdí!"

"¿Y cómo denominarías al hecho de tropezar y comer de mi jardines, hmm?"

"Mala fortuna" exclamó, sin evitar la nota de incredulidad en la inflexión de su voz.

"Pues que desgraciada eres, porque de todas formas te has condenado a vivir aquí por siempre"

"Devuélveme a mi hermano" dijo, a punto de chillar, y se mordió la lengua al notar el tono de súplica, maldiciendo las emociones contradictorias que le nublaban los pensamientos. "No sabe donde está y debe estar asustado. ¡Me necesita!"

Tsk, tsk.

"Sarah... creí que nos entendíamos"

"¡No!" vociferó, lanzándose hacia delante.

No obstante, él debió leer sus intenciones y la agarró de las muñecas, alejándolas de sí.

"Así no se trata a los demás" terció, casi burlón. "Y menos a tu rey"

"¡Devuélvemelo!" continuó, removiéndose para uno y otro lado a pesar de que él la había acorralado otra vez contra el tronco del árbol. "¡No es tuyo! ¡Devuélvemelo!"

"Sarah..." dijo, pero ella se sacudió, tratando por todos los medios de zafarse. "Sé razonable. ¡A estas alturas ya debe haberse convertido en uno!"

Él rió, avivando la desesperación que la consumía. Intentó escabullirse, pero él era más fuerte y su pierna se deslizó entre las suyas, ágil e imperiosa, inmovilizándola.

"¡No terminó el plazo!" gritó, odiando que las piernas cedieran ante su solidez. "¡Tengo tiempo!" con un movimiento de su mano, hizo aparecer el reloj con las manecillas en forma de daga. Quedaba una hora y media. "¡Déjame llegar al castillo, déjame intentarlo!"

"Me parece que no" siseó, aunque su voz sonó extrañamente afectada. Sarah siguió retorciéndose, aún cuando la resistencia era estrictamente nominal: no había forma en que pudiera irse. "Verás, como tu naturaleza ha sido modificada y tú misma te has encargado de igualar las aguas, el Laberinto te pondrá pruebas más complejas, más difíciles. Así que no, perdóname si te lo impido"

"¡No eres mi padre para darme órdenes!"

"Y menos mal" ronroneó, presionándose con deliberada lentitud contra ella. "Sería casi incorrecto ser tu progenitor y estar tan... inapropiadamente cerca"

"Dame..." Sarah odió el ardor que comenzaba a esparcirse por su cuerpo. Apoyó la cabeza contra el tronco del árbol. "Dame a mi hermano"

"Ya, cálmate" ordenó. "Esto no soluciona nada"

Sarah se removió, a sabiendas que no conseguiría nada.

El Rey inclinó la cabeza hacia un costado, una media sonrisa en los labios finos.

"Vaya, vaya... no sabemos cuando darnos por vencidos, ¿no?" dijo y la sonrisa se transformó en una mueca salvaje, visceral.

"Toby, Toby..."

Avergonzada de sí, sollozó como hacía tiempo no lo hacía. Las lágrimas que tanto le costaron contener ahora corrían libres por sus mejillas, perdiéndoseles tras la barbilla, descendiendo por el cuello, mojándole el camisón. Más valdría que fueran hechas de sangre. ¿Dónde había quedado la Sarah valiente, la que juró no desistir ni rendirse hasta haber dado con su hermano? ¿Y qué sería de Toby ahora que perdió?

Sarah dejó caer la cabeza hacia delante, tapándose el rostro con las manos, derrotada.

El Rey de los Goblins suspiró.

"Tal vez pueda hacer algo"

Sarah levantó la cabeza, asomándose por encima del pozo de autocompasión en el que estaba inmersa. Su expresión era imperturbable y lo observó con cuidado, dando vuelta cada una de sus palabras en busca de alguna trampa.

"Dijiste que..."

"Por él, Sarah" dijo, y la melancolía se transformó en firmeza al agregar: "No por tí"

Sarah arrugó la frente de forma tal que las cejas semejaron ser una y él sonrió, los árboles murmurando detrás suyo.

Si esos colmillos fueran cuchillas , pensó, podría cortar con su filo la carne de los conejos magros que trae mi padre de las cacerías.

"Entonces, ¿qué esperas?" increpó, aunque la voz le falló, saliendo una octava más alta. "¡Hazlo!"

La sonrisa del Rey de los Goblins se ensanchó aún más, si acaso eso era posible.

"¡Qué espíritu!" exclamó, y Sarah estaba a punto de protestar cuando advirtió su mirada y el respeto que vió en ella la dejó muda. "¿Así va a ser de ahora en más, Sarah?" susurró, a escasas pulgadas de su rostro.

Sarah apretó los labios, atemorizada del timonazo que la situación acababa de dar.

Pero él la observaba con... con admiración, cuando cualquier hombre buscaría reprenderla por hablar así. Era una sensación más que agradable descubrir que existía quien pudiera ver más allá de la capacidad reproductora.

"No es tan sencillo" terció él, cuando fue evidente que no diría nada más. "Sólo es posible si alguien toma su lugar"

Ante aquella variable, Sarah frunció el ceño, pensando en lo simple, y a la vez pavoroso, que resultaba ser la elección.

"Bueno, tómame a mí"

En otra ocasión le habría resultado alarmante la facilidad con que había tomado aquella decisión. En otra situación, una menos desesperante, su mal sino y agilidad para caer en el trillado estereotipo de la mártir le habrían valido una tunda. Su voz contenía la nota resolutiva propia de aquel que sabe que, diga lo que diga, ya ha sido juzgado y condenado.

Por eso, y por millones de otras razones que sólo el tiempo le explicarían, no habría sido capaz de adivinar la respuesta que recibiría.

"¿De veras?" musitó, frotando sin vergüenza la mejilla contra la de ella. "Preciosa, tu altruismo me deja sin palabras" sonaba genuino, pero ella sólo percibía las cosquillas que su aliento le provocaba. Por extraño que le pareciera, su propia reacción la alertaron más que las acciones de él y luchó por permanencer en sitio. "Mira que intercambiar lugar con el caprichoso y escandaloso bebé, cuando él no ha hecho más que berrear y arruinarte la vida..."

"¡Él no me arruinó la vida!" arguyó y, desde el centro de su ser, la culpa se izó con inescrupulosa gula, carcomiéndola cual gusano a la manzana. "Yo... yo me desquité con él... pobrecito, déjalo ir" imploró, agarrándose del cuello abierto de su camisa de seda, apenas registrando el hecho de que él, en algún momento del cual ella no era conciente, le había liberado las manos. "Déjalo ir, por favor..."

"Muy bien... tú, a cambio del pequeño Tobias..."

La victoria danzaba en los ojos dispares del Rey de los Goblins cuando la besó.

Sarah cerró los ojos, incapaz de sentir otra cosa que no fueran sus palmas gentiles cerniéndole la cintura y sus dedos largos y elegantes enredándosele en el camisón, deslizándolo hacia arriba con la intensidad de su agarre.

"Sí..." jadeó, sin saber si en confirmación al acuerdo al que habían llegado o causa de sus caricias.

Sarah decidió que, a fines prácticos, tampoco importaba. Ella deseaba besarlo. ¿Le resultaba extraño besar a quien hacía unas horas intentó ponerle obstáculo tras obstáculo, buscando derrotarla? Sí. Y sin embargo, no sentía que hubiera perdido. De acuerdo a lo que él mismo dijera, ella se había transformado en su igual y eso no podía ser tan malo, ¿cierto? Toby estaría a salvo. Y ella... bueno, ya no volvería a soportar a su madrastra. Tampoco las frívolas frustraciones de su padre. Y quizás así encontraría la paz que la eludía desde que la abuela muriera.

De pronto, el gusto amargo de la derrota disminuyó, alojándose en un rincón apartado de sus pensamientos. No habría más días grises. Y se salvaba de ser presentada en la corte, donde hubiera debido jugar a las escondidas con los hombres que la buscaban por el prestigio de su progenitor y la fortuna de su familia.

A lo lejos, el reloj dió las trece. Sonaba distante y daba la sensación que su presencia se debía a puro formalismo.

...dos, tres, cuatro...

Sarah cruzó los brazos detrás del cuello del Rey, semi conciente de que su camisón no ocultaba para nada el calor de su cuerpo. Era muy evidente, se daría cuenta... pero, sin decir nada, sus manos reptaron por su espalda, atrayéndola hacia él y Sarah sintió que algo duro , algo que latía , se apoyaba en el interior de su muslo derecho, muy cerca de la unión de sus piernas, y gimió, un millón de sensaciones haciendo añicos las enseñanzas que las intitutrices y los maestros le inculcaron a lo largo de la infancia.

...siete, ocho, nueve...

Por lo menos él parecía quererla. No, desearla. Sería estúpido pensar que la quería. Pero había respeto en su abrazo y en ningún momento sobrepasó esos límites que, aunque tácitos, resultaban en un dolor imposible de perdonar. Y a pesar de que cada una de las células del cuerpo le gritaban alarmadas, ansiosas y atemorizadas, ella estaba demasiado cansada para correr.

…once, doce, trece.

El Rey rompió el beso a regañadientes y Sarah se apartó unas pulgadas, negándose a apartarse. Él le acunó el rostro con ambas manos y mientras la brisa volvía a envolverlos, como si los exhortara a permanecer juntos, ella lo observó. Estando casi nariz con nariz, le resultaba más sencillo notar ciertos rasgos que antes le pasaron desapercibidos.

Por ejemplo, sus ojos eran mucho más extraños de lo que creyó en un principio. Por razones que escapaban a su comprensión, le resultaban familiares. Uno, como el hielo en su máxima pureza, cálido a pesar de la gelidez de su tonalidad. El otro, mucho más oscuro, más parduzco e indescifrable. Pero ambos dilatados por la fuerza del deseo y enmarcados por dos cejas tan singulares como sus iris. Ambas curvas y perfectamente delineadas en su terminación hacia arriba, dibujadas en una frente semi oculta por el cabello dorado y rebelde. Absorta, trazó el contorno de una de estas con el índice, esperando, en parte, que fuese irreal.

El Rey de los Goblins gruñó y el sonido activó algo dentro de ella, algo que la estremeció desde la coronilla hasta la punta de los dedos del pie, regresándola de nuevo al presente. Retiró la mano como si le quemara, pero él la atrapó a medio camino y se la llevó a los labios y besó cada nudillo con fervor, sin apartar la vista.

Cuando sonrió, le fue inevitable no imitarlo.

"¿Qué... qué harás conmigo?" farfulló, obligándose a mantenerle la mirada.

Los diversos escenarios de los futuros proyectados ante sí le eran poco halagüeños. ¿La usaría como una esclava sexual? Sabía, de tanto espiar a su padre y sus amigos del Club, acerca del comercio de negras en los puertos – y otras cosas irrepetibles – y se preguntó si acaso allí sería similar.

Al oírla, una arruga apareció en su frente.

"Supuse que había quedado claro"

Sarah negó con la cabeza.

"Soy buena en latín y griego y llevando las cuentas" terció rápidamente, enumerando con los dedos. "Sé bordar y pintar y mi abuela decía que un día sería muy buena anfitriona" continuó sin respirar. Cuando una sonrisa reemplazó la expresión de incertidumbre en su rostro, agregó: "Y me gusta mucho la jardinería. ¡Mis rosas eran la envidia de las amigas de mi madrastra!"

Él rió, rodeándole la cintura con un brazo.

"No trapearás mis pisos, para eso están los goblins. ¿Y por qué diablos querría que me hablases en griego?"

"¿En-entonces?"

Una sonrisa ladina apareció en la comisura de sus labios y Sarah tembló. La punta de sus dedos le rozaron el abdomen.

"Pido poco, Sarah" susurró, la voz como el murmullo del río contra las rocas, los nudillos de su otra mano acariciándole la mejilla. Con su muslo aún entre las piernas, se preguntó si él sentiría el calor que irradiaba de ella. "Témeme..." extendió los dedos, enterrándoselos en el cabello, desarmándole la trenza que lo sujetaba. "Ámame..." cerró la distancia entre ambos y sus labios le rozaron la sien, los párpados, la punta de la nariz. "...haz como yo digo..." le estrechó la cintura posesivamente. "...y seré tu esclavo"

¡Ay, qué sería de ella! Tragó nerviosa y, con el corazón latiéndole tan aprisa como las alas de un colibrí, murmuró un quedo sí.

"Pareciera que voy a devorarte, Sarah"

Por segunda vez, Sarah levantó la vista con inocente esperanza. Pero su expresión era una de entretenimiento y le resultó tan o más indescifrable que su rostro imperturbable. ¿Acaso no era eso lo que quería hacer? O algo más macabro, como arrancarle el corazón y ofrecérselo a Dagda.

Una sonrisa espeluznante iluminó sus ojos.

"No todo es lo que parece" murmuró, y deslizó la mano hasta la base de su espina, dejando un sendero de chispas. Un latigazo de... ¿de deseo? Sarah no supo describir de otra manera la excitante sensación que la recorrió desde el lugar donde su palma abierta se había detenido hasta su parte más íntima. Sumamente mortificada, notó que lo que fuera, era también responsable por la humedad que se estaba extendiendo dentro y afuera de ella. Los ojos dispares de él centelleaban como si supiera lo que le pasaba. "Te desposaré. Serás mía, Sarah. Y me darás muchos hijos"

Sarah lo contempló, en lo que le parecieron los segundos más eternos de su vida. Hablaba en serio. Muy en serio.

"Pero no me conoces"

Las palabras barbotearon con la misma ligereza con que la brisa volvía a serpentear entre sus pies, pegándole el camisón a las pantorrillas y tirando hacia atrás la capa azabache de él.

"¿De veras crees que no?" arqueó una ceja y ella se encogió levemente de hombros, perpleja. "No te ofrecería esto si no supiera quién eres, Sarah. He pasado mucho tiempo observándote... incluso he llegado a cuestionarme por ello" dijo, y se rió de su propia broma, la cual para ella carecía de sentido. " Pero lo que nadie sabía era que el Rey de los Goblins se había enamorado de ella..." Sarah abrió los ojos, tanto que creyó que se le saldrían de la órbitas. "...y le había dado ciertos poderes"

¡Ese maldito libro! ¿Cómo sabía él acerca del libro?

"¡Pero no tengo poderes!" exclamó, anonadada. "¡Es mi padre el que tiene dinero e influencias! ¡Y todo lo heredará Toby, los escuché hablando de eso el otro día!"

"Sí, cuando pensaste que por estar en el montacargas nadie te descubriría..."

Sarah jadeó e intentó zafarse de su agarre.

"¿Co-cómo sabes eso? ¡¿Y cómo sabes del libro?!"

"Ya te lo he dicho" dijo, atrayéndola hacia él de nuevo sin ninguna dificultad. "He pasado tanto tiempo viéndote, que casi has logrado que me sienta un bandido"

"¡Pero yo no te he visto!"

"Y eso no significa que no haya estado ahí" clamó, enterrando el rostro en su otrora cabello trenzado. Más que sentir, Sarah oyó su respiración rápida y ligera y sus uñas se le enterraron en la carne de la espalda mientras le restregaba el puente de la nariz contra la base del cuello. Los pensamientos se le convirtieron en puro humo blanco, espeso y voluptuoso y echó la cabeza hacia atrás, superada por el sinnúmero de emociones que vociferaban por ser atendidas. ¡Qué le importaba si la había estado espiando...! "Y respecto a los poderes, considero que la pureza del alma es un gran poder. Lo demás lo descubrirás en la marcha. La Reina de los Goblins no es un título honorario, es una responsabilidad"

"¿La pureza de qué?" farfulló, observándolo a través de los párpados semiabiertos.

"Del alma, Sarah. Del alma" susurró, incorporándose lo suficiente como para volver a trabar la mirada en la de ella. "¿Tan increíble te parece que tengas un buen corazón?"

"Bueno... deseé que mi hermano fuera llevado por los goblins" murmuró. "Si eso no es ser mala, no sé que es"

El Rey río de forma tal que Sarah sintió que acababa de hacer un chiste, sólo que no tenía conciencia de el.

"Puedes ser cruel, e incluso egoista, de eso no tengo duda" sus ojos dispares centellearon oscuros al decir aquello. "Aunque yo puedo serlo aún más"

Sarah jadeó al sentir el cuero de sus calzas contra la parte más sensible de su cuerpo. Dejó caer la cabeza sobre su hombro, respirando entrecortadamente. Aún con el camisón de por medio, la humedad entre sus piernas lo mojó y un intenso rubor bermellón se le extendió desde las mejillas hasta los pechos. Pero Sarah se permitió disfrutar secretamente de aquel placer, ignorando la vergüenza de sus acciones.

Todo aquel intercambio habría parecido una broma, si no fuera porque Sarah había sido criada por una mujer que creía que la magia era la sangre de la tierra que pisaban. Por eso, en ningún momento se atrevió a cuestionar lo que sucedía, ni lo que oía, ni lo que veía. Si estaba allí, si podía tocarlo y sentirlo, entonces era real. Tan real como la humedad que empapaba el interior de sus muslos.

Por lo menos, en ninguna parte decía que moriría desangrada sobre un altar.

La pierna que la inmovilizaba se movió ligeramente y Sarah salió el tiempo suficiente de la marea de sensaciones que la apabullaban al sentir la agradable fricción para preguntar:

"¿Podré despedirme de mi hermano?"

El peso del antiguo rencor que le guardó a Toby volvió con renovada venganza y de pronto halló fascinantes las botas negras y lustrosas que, en comparación a sus zapatillitas destartaladas, la hacían parecer una pordiosera.

Necesitaba saber que Toby estaba a salvo, en su cuna y de vuelta en la mansión, donde no le faltaría nada.

Los nudillos de la mano derecha del Rey le rozaron cálidamente la línea de la mandíbula y, colocando el puño bajo su barbilla, la compelió a encontrarle la mirada. Su sonrisa se había suavizado, y Sarah se sintió comprendida, incluso mimada, como cuando su abuela le ofrecía un platillo de frutillas con nata en aquellas tardes que la pena se hacía insoportable.