Disclaimer: Death Note pertenece a Tsugumi Ōba y Takeshi Obata.
Algunas advertencias: Algunas cosas se exageran y hasta rayan a lo ridículo.
Habían pasado tres días desde el intento de homicidio hacia Misa. Hoy era su primera mañana fuera del hospital donde la habían cuidado hasta considerarla lo suficientemente cuerda para darla de alta con el consejo de que pagara a alguien para hablarle sobre su... experiencia.
Pero Misa lo encontraba innecesario, porque después de todo, tenía a Rem, aunque a veces no podía evitar dudar de su existencia, pensamiento que no era demasiado descabellado porque había estado sola durante tanto tiempo que, desde hacía varias semanas, había estado anhelando compañía. Así que perfectamente su mente podría haber creado a Rem, y lo que le hubiera sucedido a aquel hombre que había intentado matarla, podría haber sido un súbito e inexplicable ataque cardíaco, considerando su apariencia más parecida a la de una persona promedio de treinta que a la de una de cuarenta o cincuenta años.
Aún no se animaba a probar el Death Note, por lo que, hasta que lo hiciera, no estaría segura de nada.
Un bostezo escapó de sus labios mientras salía del baño para ir a la cocina a hacerse el desayuno.
El grito que se escuchó después de unos minutos, parecía ser el de alguien que acababa de ver a un fantasma, lo que no estaba muy lejos de ser verdad.
Segundos después, una especie de criatura voladora atravesó la pared para ver qué había causado tal espanto en la humana. Y al ver al responsable, dejó que Misa sollozara mientras se apresuraba a ir a buscar una caja para guardar todos y cada uno de los cuchillos.
Era la primera vez que Misa veía un cuchillo luego de casi ser asesinada por un fan demente, por lo que recordó los sucesos de hacía un par de días. Y por eso gritó.
Porque había estado a varios metros de un hombre con un cuchillo, a punto de ser apuñalada.
Recordaba la determinación que el hombre mostraba al hablarle, y hablarle, avanzando cada vez más y más hacia ella, listo para abalanzarse y enterrar el dichoso cubierto varias veces, probablemente en su cuello, en su estómago...
Misa se había paralizado del miedo, mientras oía los retumbantes pasos rompiendo el silencio de la noche, golpeando contra el cemento del callejón en el que se encontraba atrapada.
Sus ojos se movían de un lado a otro, mirando con pánico a la oscuridad, desesperados por encontrar la solución al problema; por hallar un escape, una abertura; por pensar en cómo, estando en un estrecho callejón, lograría escabullirse.
Sin embargo, en aquellas circunstancias, solo le quedaba observar, observar cómo el hombre se acercaba cada vez más mientras divagaba sobre cómo ella le había rechazado y, consecuentemente, se irían juntos de esta tierra.
Y en algún momento después de que Misa sintiera el cuchillo rozando su garganta, decidió esperar.
Esperó, con los ojos cerrados, a que terminara con su vida, a que el dolor fuera efímero mientras con frenesí trataba de pensar en un último recuerdo lindo, mientras trataba de pensar en sus padres sin el rojo tiñéndolos, sin los cortes, sin expresiones de horror y miedo, sin aquel tipo de ojos que hacían que todo ser notase a leguas que, al igual que el resto del cuerpo, habían sentido un dolor inimaginable mientras el asesino los apuñalaba una y otra vez hasta caer en una inconsciencia muy diferente, una y otra vez hasta caer por última vez y soltar un último alarido, un último gemido de dolor, un último aliento desesperado.
Sus saladas lágrimas corrieron su maquillaje y tiñeron de negro parte de su rostro. Mojaron y siguieron mojando las manos ajenas por un tiempo que consideró eterno... Se sobresaltó en el instante en el que la sensasión del metal contra su piel desapareció como si nunca hubiera estado presente.
Y concluyó que había sufrido una indolora muerte o que, por alguna razón lejos de su entendimiento, el asesino se había arrepentido en el último segundo.
Oyó un grito, que en casi nada sonaba como la voz del asesino, por lo que estaba dudando si el tono agudo y desesperado era de él o no.
Antes de calmarse y esperar la que en ese momento había creído que sería una inevitable penetración, una rebanada o una ligera presión, sentir un cuchillo presionando su propia garganta había sido absolutamente escalofriante: en esas cirscunstancias sintió que no podía respirar ni tragar correctamente.
En cambio, este grito en particular, tan cerca suyo, tan ahogado, le heló la sangre al mismo tiempo que la alivió, extrañamente.
Pero aún así no se atrevía a abrir sus ojos, aún no. Ni cuando se percató de que en su cuello había caído algo más que lágrimas. Tenía una herida superficial, de seguro causada por... por aquel cuchillo.
Sintió algo extraño golpear su cabeza. Misa lo agarró, sin abrir los ojos, y dedujo que era una especie de revista cuya tapa tenía una textura rara, diferente a las de ella.
—Amane Misa —Una voz grave pero femenina le habló con un tono neutral que trataba de ocultar un leve temblor que Misa fingió no escuchar.
Afortunadamente, no era la voz de aquel loco que se había proclamado a sí mismo el fan número 1 y el futuro esposo de Misa-Misa.
La rubia se atrevió a despegar sus párpados y a descubrir sus ojos, que al principio vislumbraron a una borrosa figura grisácea antes de poder ver nítidamente.
Y respiró. Sin el terror que antes la invadía, pudo respirar mejor. Pudo respirar mejor cuando sus ojos se posaron en un rostro inhumano que la veía sin entender por qué no gritaba, por qué no se espantaba aún más por su apariencia monstruosa. Era un rostro que la veía sin entender su amarga sonrisa, un rostro que la veía con un alivio incómodo, pero de todos modos un alivio, un alivio que no veía desde antes de que sus padres murieran, un alivio genuino. Extrañaba tanto ver aquella simple expresión.
Considerando la situación, Misa, al ser algo supersticiosa, esperaba que una criatura la llevara al otro lado de la vida, a la otra cara de la moneda que nunca podría ver estando viva.
Aún así, cuando se enteró de todos los detalles, no pudo comprender cómo aquel ser no se llamaba a sí mismo un ángel.
