Disclaimer: Los personajes de Hellsing les pertenecen a sus respectivos autores, editoriales y productoras. Es una historia destinada sólo al entretenimiento y sin fines de lucro.


Con una detonación certera, los soldados nazis de Millenium habían logrado que Integra derrapara y estrellara su vehículo, imposibilitando su escape. No sólo ahora tenía que vérselas con esos tipos, sino que también primaba la preocupación sobre qué estaría pasando con Walter.

—¡Integra Hellsing! —escuchó que gritaba uno de ellos—. ¡Esta es la orden de nuestro comandante! ¡Prepárate para morir! —Y hasta ahí llegó su declaración de guerra, debido al sablazo prodigado por la enfurecida Doncella de Hierro.

Estaba cansada, temblorosa y colérica, además de aturdida y herida. ¿Cómo se atrevían estos esperpentos a encararla de esa manera? Tenía que llegar a su mansión para comandar a su gente y estar al frente como cualquier líder, no estar perdiendo el tiempo con esos intentos de monstruos.

—No sabes cuándo es tiempo de rendirte, estás perdida —le dijo otro soldado mientras se acercaba a ella con la mirada brillante—. No importa cuánto trates de pelear, o de huir… Es inútil.

Integra sólo fruncía el ceño en silencio, con creciente fastidio. Estaba totalmente rodeada por ellos. Qué idiotas... ¿tanto necesitaban ser cientos para rodear a una humana que, a fin de cuentas, era indefensa y de fácil muerte? Banda de ridículos.

—Resígnate, humana, sólo acepta tu derrota —prosiguió el soldado—. No estás en Londres, ahora esto es Midian, la Capital de la Muerte. No hay lugar para correr o esconderse.

Como respuesta, Integra sólo se limitó a sacar un puro para llevárselo a la boca y encenderlo tranquilamente.

—¿Qué? —inquirió al fin—. ¿Quieres que me resigne?

—Ríndete y acepta la derrota... —insistió el monstruo, harto del impasible desprecio con que ella los miraba y analizaba. Pero ella se echó a reír, interrumpiéndolo.

—Eso es más propio de ustedes —dijo con los ojos azules llenos de desafío—. De cobardes que rechazaron su humanidad, porque fueron débiles para sobrevivir como tales —Y agregó, empuñando su espada—. No miren a los humanos como inferiores, monstruos. ¡Vamos, los enviaré a todos al infierno!

—¡Si eso es lo que quieres, lo tendrás! —bramó el soldado lanzándose sobre ella, bajo la atenta mirada de sus compañeros.


Alucard dirigía el siniestrado navío rumbo a Londres, ensimismado con sus propios pensamientos y ansiando volver a ver al Mayor y a sus secuaces. Y sobre todo volver a ella...

—Este olor… El olor a nostalgia… —se decía, mientras aspiraba el aire viciado—. El olor de un hombre siendo empalado… El olor de una mujer siendo destripada… El olor de un niño siendo quemado vivo… El olor de un anciano siendo acribillado por las balas… La esencia de la muerte… La fragancia de la guerra…

Estaba cerca, muy cerca. Aunque no dejaba de percibir que algo estaba fuera de lugar.

Todos en el puerto veían asombrados como esa oscura mole hacía acto de presencia, con esa aeronave clavada en el centro, dando la impresión de una tenebrosa cruz invertida. Más de uno se quedó helado, a la espera.

Volvía a acontecer una situación de hace más de 100 años.

Una vez, un vampiro llegó a Inglaterra por una mujer que él reclamaba. Su nave se deslizaba por las olas, a través de la niebla. Todos los tripulantes estaban muertos…

Finalmente, el barco fantasma lleno de muerte y con un ataúd en él, llegó a Londres.

Y el nombre de la nave era…

De repente, Alucard se quedó petrificado en su sitio, borrándosele la sonrisa cínica del rostro para dar lugar a una mueca de desconcierto y terror.

Allí, en medio de los soldados de Millenium, estaba Integra... pero no como él esperaba encontrarla: altiva, fuerte, esperándolo para disfrutar juntos de la guerra reinante. No...

El ejército nazi de Montana se estaba dando prácticamente un banquete de horror y masacre con su cuerpo sin vida, después de haberlo acribillado sin piedad. Muchos cuerpos alrededor daban cuenta de que ella se fue dando batalla. Pero Alucard no se fijaba en eso. Sus orbes rojas y llenas de odio sólo veían una sola cosa, dándole a entender algo a lo que siempre le había huido y que no le preocupaba debido a la gran destreza de su ama como guerrera... la muerte.

Ella estaba muerta. Jamás volvería a encontrarse con él.

En ese momento, su gesto aterrorizado y pasmado había cambiado a otro impávido e indiferente. No había señales de expresividad en sus rasgos demoníacos. Dando un sorprendente y rápido salto, cayó de pie a metros de la horrible escena del crimen para él, y comenzó a acercarse a pasos lentos pero firmes, sin quitarle la vista al ahora cadáver de Integra Hellsing. Los soldados alrededor se apartaron, inseguros y sin saber cómo reaccionar, pues la aparente tranquilidad del vampiro lo tornaba peligrosamente impredecible. Por eso nadie hizo nada y todos fueron testigos mudos y alertas de la tensa escena.

Se postro junto a ella y la observó. Si bien toda ella estaba cubierta de sangre propia y ajena, podía ver que sus mejillas ya no poseían ese ligero color durazno que la hacía resplandecer; sus ojos, cerrados, ya no eran de un celeste relampagueante y llenos de energía, sino meros globos opacos del mismo color; y su piel, otrora cálida, ahora era de un frío que a él mismo lo hizo estremecerse al sentir el contacto. Qué ironía: tanto que pensaba en lo hermosa que se vería siendo su condesa en el esplendor de la muerte inmortal, y ahora que literalmente estaba muerta, no había rasgos de esa hermosura que a él le gustaba imaginarse en ella. Esa no era la muerte que quería para su ama.

Lágrimas de sangre surcaban su rostro en silencio. Todos contenían la respiración y se mantenían paralizados... ese monstruo estaba llorando. ¿Sería prudente atacarlo ahora, que se veía tan débil?

—¡Maestro! —lo llamó Seras, quien acababa de llegar y corría hacia ellos. Paró en seco y horrorizada al ver a su ama muerta y a su amo con los ojos inyectados en sangre mientras la cargaba. El dolor y la confusión comenzaban a inundar su ahora muerto corazón.

—Sir Integra... —comenzó a sollozar, sólo para ser interrumpida bruscamente por la veloz mano de su Maestro, quien, en un movimiento rápido y certero, le había atravesado el corazón. Su mirada carmesí, antes triste, ahora estaba llena de odio. ¿Por qué había tardado tanto la chica policía como para descuidar de esa manera a la líder? ¿Ahora de qué le servía ser una vampiresa completa? ¿Y Walter? ¿Dónde estaba metido ese ángel? Desde hacía años que sabía lo que pretendía el shinigami, pero había callado y hecho el tonto para seguirle el juego y darle por fin esa batalla, para así destruirlo de una vez, y de paso ser él el único guardián de Integra; pero ahora que estaba muerta, por lo menos ella no viviría la decepción de la traición. No obstante, ahora su odio y resentimiento estaban dirigidos a su aprendiz.

—Para cuidarla y protegerla es que te he creado, idiota... —masculló con voz de ultratumba, mirándola a los ojos—. Y eso es justo lo que no haces... ahora no tiene caso seguir manteniéndote con vida, ni en la luz ni en la oscuridad... —De un manotazo y con desdén, arrojó sus restos a un lado. Luego se incorporó y encaró a quienes lo rodeaban, quienes, con esa señal, salían de su ensimismamiento y asombro con lo que habían presenciado.

Con una mueca que pretendía ser una sonrisa, escuchó que también llegaban los Iscariote y su ejército divino, liderados por Anderson por un lado y Maxwell por el otro.

Perfecto.

Ya no había ataduras. Ya no había restricciones. Ahora podía liberar todo su poder por sus propios medios y a voluntad, sin órdenes. Ahora podía desatar su furia y desquitarse con el mundo entero, por todo lo que le había ocurrido... por lo que le ocurría ahora.

Le dedicó una última mirada triste a Integra, como despidiéndose. Despidiendo también a Alucard.

Porque ahora iba a mostrarse como realmente era. Como Vlad Tepes.

—¡MÍRAME, MAYOR! ¡MÍRAME, ANDERSON! ¡MÍRAME, WALTER! —bramó enajenado—.¡QUIERO VER QUIÉN PUDE DETENERME AHORA QUE ME HAN LIBERADO Y QUITADO LO QUE ME MANTENÍA CUERDO!—. Y comenzó a reír histéricamente mientras liberaba a todo su ejército de oscuridad.

Era hora de darse un festín con el mundo y destruirlo por completo.


Y en el frenesí de la batalla, como si esta sólo durara un segundo, el ejército de Valaquia, más todas las almas que el nosferatu había recolectado en su larga no-vida, arrasó con el del Vaticano y el Último Batallón, así como también con los civiles, desmembrando hombres, mujeres, ancianos y niños. Completando el macabro trabajo que habían comenzado los nazis de Montana.

En cuestión de minutos, toda Londres era un río de sangre y un tiradero de cadáveres, alimento del descontrolado vampiro, quien ya no tenía a su amada ama para detenerlo. Mientras destrozaba y mordía, las lágrimas de sangre se hicieron nuevamente presentes, haciéndolo extrañar cosas que antes ni imaginaba que recordaría, cómo la conoció, cómo la vio crecer y cómo hasta fantaseaba con un futuro junto a Integra. Pero aquello sólo quedaba como eso, como un vil recuerdo que lo perseguiría por el resto de la eternidad, agravado por la ausencia de la dueña de sus anhelos.

Y no quería eso.

No quería vivir más en la monótona eternidad.

Contempló con orgullo su aterradora obra, suya y de sus subordinados, que dejaba a una de las ciudades más poderosas del mundo como una piltrafa: descarnada y con las vísceras desperdigándose alrededor. A estas alturas, el resto de la Mesa Redonda y la misma Familia Real debían de estar muertos. Pero ahora, era momento de buscar su último objetivo mientras era una sola alma: Alexander Anderson.

No necesito mucho tiempo para encontrarlo, ya que el mismo sacerdote había dado con él. Esquivó a tiempo un ataque suyo, pero la próxima vez trataría de que fuera más certero...

—¡Glorioso, mi eterno rival! —lo congratuló—. Has preparado tu cuerpo trascendiendo lo humano por esta lucha — Y agregó, entre eufórico y suplicante—. ¡Ven y traspasa mi corazón con esas bayonetas tuyas! ¡Pon fin a este nuevo interludio y déjame disfrutar al fin en mi sueño eterno, pues ya no tengo razón para seguir aquí!

—¡Pide y se te dará! —gritó el sacerdote en respuesta—. ¡Sólo necesito esta oportunidad para acabar contigo!

En el fondo, Anderson se mostró algo sorprendido por el pedido de Alucard. Extraño, cuanto menos, su repentino cambio de ánimo, pues pasaba de la rabia a la alegría y a la tristeza de un segundo a otro sin razón aparente. No... sí había una razón: la muerte de esa desdichada pecadora, reducida a un despojo de carne a un lado de ellos. ¿Realmente ese monstruo terrorífico había sentido su muerte y sentido algo por ella? Acostumbramiento, podríamos juzgar de buenas a primeras, pero algo le decía al sacerdote Iscariote que esto era nuevo, un flamante paradigma sobre la relación entre monstruos y humanos. Miró los cadáveres de sus seguidores y guerreros, y aquello lo motivó nuevamente para concentrarse en darle una muerte definitiva a ese ser. Al final, tomó sus palabras como una burla a su persona y a Dios.

—¿Qué ocurre, cristiano? —lo tentó el vampiro—. El monstruo está frente a ti. ¿Qué vas a hacer? —lo azuzó—. ¿Eres un perro o un hombre?

—¿Y qué hay de ti, vampiro? —contraatacó Anderson—. En este momento tú eres más perro que yo, un perro abandonado a su suerte por su amo, sin saber qué hacer ni adónde ir.

Alucard hizo una mueca de desagrado ante esas palabras, pero no negaría que el hombre decía la más pura verdad.

—¡Ustedes los humanos son tan fascinantes! —exclamó riendo y llorando como un desquiciado. Quien lo viera no sabría qué estaría pasando por la cabeza del conde. Pero Anderson sí sabía: era la locura previa a la muerte de un individuo perdido y atribulado, quien, por un tiempo, vio la luz en la sangre y en la vida de una humana, siéndole arrebatada sin más y de repente.

El sacerdote se abrió camino cortando y cercenando almas mientras Alucard lo aupaba.

—¡Vamos, Anderson, te estoy esperando! —vociferó extasiado—. ¡Quiero verte de pie, sobre los restos de este corazón descompuesto!

Y vio con alegría, cómo el sacerdote de Judas sacaba una extraña caja de uno de sus bolsillos. La rompió liberando de su interior una poderosa reliquia conocida: el clavo de Helena. Sonrió. El momento había llegado...

—¿Así que esa es tu carta de triunfo? —reflexionó el vampiro—. ¿Te convertirás en monstruo para ponerle fin a mi miserable vida? No niego que me hubiera gustado caer ante un humano, pero a estas alturas, ya nada importa... —Y agregó—. Acaba con este ser patético que trata de olvidar y huir de la humanidad a la que renunció.

—Yo sólo soy una bayoneta —replicó Anderson—. Y si para cumplir con mi misión, la única opción es apuñalarme con esto y convertirme en un monstruo de Dios, que así sea — Y a continuación, se clavó el artefacto en el corazón, renunciando a su humanidad.

Alucard, serio, avanzó hacia él. Y así, ambos monstruos iniciaron una danza mortífera.

Se esquivaron, arremetieron, cortaron y dispararon, desgarrando a su paso las almas inertes que observaban a la espera de órdenes que Alucard no daba ni quería dar. Esta era una pelea sólo entre ellos dos. Con un resultado que el nosferatu ya tenía planeado.

Sin previo aviso y gran rapidez, Anderson dio un gran salto para atacar desde arriba; algo fácil de contener para Alucard, pero... no hizo nada. Quedó esperando ansioso esa bayoneta que caía en vertical para partir en dos su cabeza.

Y lo hizo... para sorpresa del rubio sacerdote, Alucard se dejó apuñalar por esa arma. Y una sonrisa siniestra y anhelante adornó su rostro, como toda criatura eterna del mal que por fin puede descansar de la oscuridad y su densa pesadez. Al fin, gracias al poder de Anderson y a la vulnerabilidad de su alma, podría morir como un humano cualquiera. Como debió haber sucedido 500 años atrás...

Mientras comenzaba a arder en las llamas purificadoras de la dulce muerte, Alucard giró su rostro y buscó el bulto que suponía los restos de Integra. Logró verla, contento por haber sido lo último que vieran sus ojos antes de cerrarse al mundo, después de tantos años en pena. Recordó, como quien ve una película de su vida antes de fallecer, sus vivencias como niño, adolescente, hombre y monstruo. Vivencias buenas, malas, satisfactorias y solitarias; sus derrotas al amanecer, ahora recordaba por qué no le gustaban los amaneceres. Qué suerte que su caída definitiva no sería durante un amanecer dorado; qué suerte que estaba sucediendo durante una gélida noche, como un homenaje de despedida para el conde que ahora renunciaba a todo.

Cerró los ojos, muriendo feliz, a la espera de expiar sus pecados en donde quisiera Dios mandarle, siempre y cuando al final se reuniera con Integra...

—¡Amén!

Fue lo último que escuchó mientras se alejaba del su oscuro camino para ver una luz prometedora al final del túnel.

Él, un creyente caído, junto a su diosa vencida.

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Nota: Lamento mucho haber sido tan cruel con Seras, pero creo que de un Alucard furioso ni ella se escapaba...

¿Qué hubiera pasado con Alucard si moría Integra sin previo aviso y en batalla? Pues creo que se desesperaría, y de ahí tenemos mil formas de hacerle canalizar su desesperación. Por mi parte, elegí que fuera buscando la muerte en medio de su último caos. ¿Qué creen ustedes? Leo sus teorías, es un asunto muy interesante para debatir.

Sé que si Integra lo hubiera invocado, él la hubiera protegido sin dudar, pero no tendríamos fic XD, así que quise que nuestra Doncella de Hierro prefiriera luchar hasta la muerte.

Gracias Kari, que me refrescaste y explicaste muchas cosas para ir moldeando esta historia. Y perdón por matar a Integra... pero por lo menos no hice lo que tenía pensado hacer al principio.

Espero que dentro de todo les haya gustado. ¡Saludos y hasta la próxima!