Muertos
Disclaimer: Todo pertenece a George R. R. Martin.
Esta historia participa en el reto Tres condiciones del foro Alas negras, palabras negras con Myrcella, Campoestrella y la palabra grácil.
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Campoestrella es un lugar hermoso, con sus torres blancas y el río que pasa justo por debajo de la ventana de su habitación. No obstante, también es un lugar triste. Quizá es porque está demasiado vacío. Además de unos cuantos criados, solo lady Allyria y ella habitan allí y ella espera marcharse pronto.
No es que no disfrute de la compañía de lady Allyria y desde luego su estancia en Campoestrella le está resultando muy agradable, pero no está en el castillo simplemente para hacer una visita. Myrcella ha sido enviada a Campoestrella porque Lanza del sol y los Jardines del agua no son un lugar seguro para ella. Dorne al fin ha entrado en la guerra y todos los Martell, incluido su prometido, se han marchado a luchar. A su futuro suegro no le pareció sensato dejarla en la capital sin ellos para protegerla, al fin y al cabo, es una Baratheon, la hermana del rey contra el que los dornienses están luchando aliados con los Targaryen, y quizá alguien quisiera intentar tomar represalias contra ella.
Campoestrella se presentó como una opción segura, un lugar tranquilo y alejado de la guerra. El mismo Edric Dayne la acompañó hasta allí. Él fue también quien antes de marcharse le enseñó el castillo. Le indicó dónde había dormido ser Arthur, el legendario miembro de la guardia real, y dónde lo había hecho lady Ashara, cuya canción Myrcella oyó alguna vez, así como cuáles fueron los aposentos de los padres del propio Edric. Myrcella recuerda haber pensado que Campoestrella era un castillo más de los muertos que de los vivos. Lo sigue pensando. El recuerdo de los Dayne que murieron en la rebelión, de los padres de Edric e incluso del prometido de lady Allyria inundan el lugar.
A veces Myrcella se pregunta si no habrá una maldición en aquellas piedras, si todos sus habitantes no estarán condenados a sufrir una pérdida tras otra. Sabe que es una tontería, que no existen cosas como las profecías o las maldiciones, pero no puede quitárselo de la cabeza, no puede sacarse de encima el miedo de que, ahora que ella también está viviendo allí, la maldición la alcance, de que un día un cuervo llegue con la noticia de que su prometido ha muerto, o de que lo ha hecho su madre o su hermano. No sería raro teniendo en cuenta que están en guerra.
A veces se imagina la escena. Lady Allyria llamaría a su puerta acompañada del maestre y se lo contaría. Quizá ocurriría durante una de las comidas. El maestre entraría y le comunicaría la noticia a lady Allyria en un susurro para que ella se la dijera a Myrcella. A lo mejor sería el propio lord Edric el que vendría a decírselo, tal y como había hecho cuando había muerto el prometido de su tía.
Cuando estos pensamientos la invaden suele salir a pasear. A la luz del sol sus temores parecen menos plausibles. Es difícil creer en maldiciones o preocuparse por la guerra cuando todo a su alrededor es cálido y brillante.
Esa noche ha soñado con Trystane. En el sueño ella estaba en el septo de Baelor. Era el día de su boda. Llevaba la misma capa que su madre había llevado. Eran los colores de los Lannister, no de los Baratheon, pero a nadie parecía importarle, ni siquiera a su padre, que la escoltaba hacia el altar sonriente y con mejor aspecto del que Myrcella le había visto en muchos años. Ese día Robert Baratheon sí que parecía un verdadero rey.
Joffrey también estaba muy elegante y regio sentado en la primera fila. A su lado estaba el tío Renly, vestido con una túnica azul que resaltaba sus ojos. Myrcella hizo una nota mental para decírselo cuando terminara la ceremonia. Buscó a Tommen y su madre con la mirada, pero no estaban allí. Sí que estaban Ned Stark, su esposa, Lady Catelyn, y su hijo Robb. Un poco más allá estaba sentado Jon Arryn con su mujer, lady Lysa, y también su abuelo Tywin, cogido del brazo de una mujer a la que Myrcella no conocía, pero que ella sabía, con la certeza con la que se saben las cosas en los sueños, que era su abuela Joanna.
Su padre la dejó junto al altar. Trystane ya estaba allí, dedicándole una grácil reverencia a modo de saludo. Myrcella alargó la mano para tocarlo, pero sus dedos solo encontraron humo. Miró a su prometido desconcertada y él le devolvió una mirada triste. Alzó la mano para acariciarle la mejilla, pero Myrcella no fue capaz de sentir su tacto, a pesar de que veía claramente cómo los dedos de Trystane la acariciaban.
Ha despertado bañada en lágrimas y no ha sido capaz de volver a dormirse. No obstante, cuando lady Allyria le ha preguntado en el desayuno qué tal ha dormido, ha contestado que estupendamente. No quiere que su amiga y anfitriona la considere una estúpida supersticiosa. Así que ha salido a dar un paseo y ha intentado quitarse de la cabeza ese sueño. No lo ha conseguido, por mucho que brille el sol esa mañana.
Un cuervo vuela alrededor del castillo y entra por la ventana de la pajarera. Myrcella sigue con su paseo sin prestarle atención. Su madre siempre decía que alas negras, palabras negras y Myrcella quiere retrasar todo lo posible el momento de escuchar las palabras que sabe que muy pronto tendrá que oír.
