¡Feliz viernes!

Este es mi nuevo proyecto de Jujutsu Kaisen, será un multichapter y ¡espero que vengan conmigo en este nuevo viaje!

Muchas gracias a mi beta Ren, por editar el fic y ayudarme a darle una carrera universitaria a estos chiquitines. Gracias a mi hermanita y Gabi por ayudarme a darle cabeza y piernas a la historia.

Aclaraciones antes de comenzar el fic:

•La historia es principalmente Goyuu (GojoxYūji) y Sukufushi (SukunaxFushiguro) si alguna de estas parejas no es de tu agrado, por favor abstente de leer.

•Todos los personajes son mayores de edad. Yūji (20) Sukuna (25) Gojo (30) Megumi (19).

•Esta historia no debería ser leída por personas menores de 18 años, ya que se tocarán temas delicados como drogas, abuso de sustancias, sexo, violencia, actos de crimen organizado etc.


NUEVO Y PERFECTO INICIO

Estaría mintiendo si dijera que lo que lo había despertado fue la alarma en su móvil; la realidad era que Yūji Itadori no había podido cerrar sus ojos por más de cinco minutos en toda la noche. Y si tuviera que pensar en la razón tendría que ser debido a que su vida como la conocía estaba por cambiar de la noche a la mañana.

Literalmente.

Recién se había graduado de secundaria a finales del año pasado y ahora estaba por entrar a la universidad.

La idea le aterraba.

Yūji no era de los que planeaban su vida con anticipación; en cierta manera envidiaba los que sí lo hacían. Su hermano y él se parecían en ese aspecto –quizás, era lo único en lo que eran similares–, si bien no era tan suicida como él; Yūji no encontraba el sentido de planear diez pasos adelante. ¿De qué servía estudiar cada día de tu vida en la secundaria para entrar a la universidad de tu elección? ¿Para luego estudiar seis años más para poder graduarte y luego trabajar lo que restaba de tu vida?

Itadori prefería disfrutar de su vida.

Por esa razón se unió al equipo de béisbol de su escuela.

Siempre fue muy activo físicamente, disfrutaba poder moverse, si bien no tenía la disciplina que sus demás compañeros, era un prodigio en casi cualquier deporte. Su entrenador lo adoraba, aun cuando incluso faltaba a casi todas las prácticas; fácilmente podía presentarse el día del partido oficial y hacer ganar a su equipo.

En el último partido, un cazatalentos lo descubrió; pertenecía a la Universidad Superior Jujutsu, se le ofreció media beca deportiva para convertirse en un jugador profesional. No era su sueño, pero se escuchaba bastante atractivo para mantenerlo ocupado al menos por unos años; su hermano le aconsejó que lo aceptara.

«Es lo mejor que tendrás», había dicho. «Una oportunidad para no depender de tu cerebro, suena como el mejor trato de toda tu vida». Terminó Sukuna, echándose a reír.

Tuvo que asistir a muchas reuniones donde se le explicaron los lineamientos que debía seguir, las obligaciones que tendría que cumplir. Sonaban suficientemente congruentes y sencillas, nada fuera de lo común; entre ellas, no debía ser atrapado con alguna droga de mejora física en su sistema, esteroides y demás. No debía hacer o participar en algún acto criminal, no debía tener registros criminales y, sobre todo, debía pasar todas sus asignaturas con una nota mayor a ochenta.

Esa era la parte difícil.

La universidad Jujutsu era considerada parte de la élite de Japón en el ámbito de la educación, la entrada era sumamente difícil, y las mensualidades eran exorbitantemente caras. Su beca cubría la mitad de su cuota mensual y la matrícula por año, pero los gastos de su alimentación, vivienda, materiales escolares corrían por su cuenta.

Así que se sorprendió cuando Sukuna se ofreció a ayudarle con el dinero.

No era que se llevara mal con su hermano, simplemente Yūji lo encontraba tan difícil de tratar que se había rendido hace años. Era cinco años mayor que él, tenía el temperamento impredecible y una lengua afilada y cruel. Pésima combinación, opinaba. Era como vivir con un extraño, ambos vivían en universos diferentes, Yūji siempre fue apegado con su abuelo –el único familiar que habían tenido–, mientras que Sukuna rara vez se detuvo a pasar tiempo con él cuando aún seguía vivo.

Así que fue debido eso por lo que la primera vez que su hermano se ofreció a correr con todos los gastos de su educación, Yūji en lugar de agradecerle, musitó un muy confundido «¿Uh?» Sukuna se echó a reír burlonamente, fingiendo ser el cariñoso hermano mayor que jamás había sido, diciendo mentiras como:

«Vamos, hermanito». Palabra que usaba de manera sarcástica y despectiva para burlarse de él. «Mereces tener una carrera exitosa, no quiero que termines como yo».

Yūji no le creyó ni una palabra; aun así, no tenía manera de dejar que su orgullo ganase, necesitaba de Sukuna si quería tener una vida más o menos exitosa, al menos lo suficientemente exitosa para no morir de hambre. No había manera que él ganara suficiente dinero con algún trabajucho de medio tiempo en algún café para poder cubrir siquiera la mitad de la cuota de la universidad.

Así que había aceptado el trato, recibir la ayuda monetaria de Sukuna a cambio de, todavía no tenía idea qué.

La idea de deberle algo a su hermano mayor lo dejaba con su cuerpo helado con preocupación, pero debía hacer sacrificios para salir de sus circunstancias, él lo sabía. Su situación nunca fue fácil, desde que sus padres fallecieron antes que él tuviera idea de lo que pasaba a su alrededor y ambos niños quedaron bajo la tutela de su abuelo antes que enfermara, Sukuna y él debieron arreglárselas para sobrevivir.

Ese día sería el primero del resto de su vida, podía sentirlo en sus huesos. Un nuevo y perfecto inicio.

No había podido encontrar el sueño por más de cinco minutos.

Así que finalmente decidió por levantarse de su cama –una hora antes que su celular sonara– y comenzar a empacar para mudarse a su dormitorio.

La universidad quedaba en las afueras de Tokio, lejos del área metropolitana, razón por la cual era obligatorio que los estudiantes vivieran en los dormitorios. Una parte de Yūji se sentía aliviado de poder alejarse de su hogar finalmente; mientras más alejado de su hermano se encontrase, mejor.

No tenía muchas posesiones para llevar, algunas chamarras, pantalones, dos pares de zapatos y un par de audífonos. En una caja llevaba algunas sábanas, su laptop y unos que otros cuadernos.

Buscó en toda su habitación, pero para cuando marcaron las nueve de la mañana, no había llenado su maleta ni siquiera a la mitad. Buscó en todos los cajones, su armario e incluso debajo de su cama por cualquier cachivache que terminara olvidando. Sin embargo, se detuvo al encontrar una vieja foto enmarcada en el último cajón de su mesilla de noche, era la única que tenía con su abuelo.

Sonrió con nostalgia, debía tener cinco años cuando la fotografía fue tomada, Sukuna apenas llegaba a los hombros a su abuelo. Su hermano tenía su mueca de amargura como siempre, Yūji por su lado, sonreía hasta las orejas, mostrando con orgullo el espacio en medio de sus dientes donde uno se había caído. Pensó divertido en lo diferente que el otro lucía sin los tatuajes que ahora decoraban sus brazos. En ese entonces lucían mucho más similares que ahora.

Itadori a veces contemplaba si la razón por la que Sukuna había llenado su cuerpo de tinta, era porque siempre les repetían que ambos eran la viva imagen del otro. Aunque se llevaban por algunos años, su abuelo siempre les decía que habían sacado su buena apariencia y el cabello como chicle de su padre.

Él no lo sabía, pues nunca llegó a conocerlo, y todas las fotos de sus padres se habían perdido antes que él hiciera uso de razón.

Guardó la fotografía y se dispuso a bajar las escaleras, estaba hambriento.

Cuando abrió la puerta pudo escuchar un caleidoscopio de voces provenientes del piso inferior y su estado de ánimo se desplomó de inmediato. Sabía muy bien que se trataba de los «amigos» de su hermano. Un grupo de extraños hombres que no hacían más ponerle los pelos de punta.

Era todavía demasiado temprano para que ellos estuvieran reunidos en su cocina, eso significaba que seguramente habían pasado toda la noche ahí, ajustando cuentas y hablando de su negocio.

Bajó y arrojó su maleta en la sala de estar, solo tomaría algo rápido para comer y se iría a Jujutsu. Las clases comenzaban el lunes, el día siguiente, pero Yūji quería conocer su dormitorio antes, instalarse y conocer el campus o al menos el lugar donde sería su primera clase. ¡Debía dar una buena primera impresión! Era importante para mantener su beca.

Cuando entró a la cocina fue asaltado por el grueso humo de cigarrillo, el ambiente estaba cargado, sus ojos ardían y sentía que se estaba ahogando. Yūji se preguntó con una amarga mueca, ¿por qué no hacían ese tipo de reuniones en otro lugar? Cada hombre ahí adentro tenía un taco de nicotina entre sus dedos o labios mientras pesaban la mercancía y la introducían en pequeñas bolsas traslúcidas.

Su hermano, sin embargo, era el único de pie, recostado sobre la alacena; fumando libremente y contando, con una sonrisa socarrona, un ladrillo de billetes en su mano.

—Buenos días, hermanito menor —el primero en recibirlo con una sonrisa burlona fue el hombre grotesco de cicatrices en su rostro, Mahito se llamaba.

Yūji hizo una mueca, sin molestarse en contestarle; ninguno de los presentes le agradaba, pero ese tipo era más odioso que todos.

—Mahito, guarda silencio, el chico puede llamar a la policía —advirtió Jogo, el hombre quizás demasiado viejo para pertenecer a esa banda de delincuentes.

La risa barítona de Sukuna los interrumpió, su hermano dejó el fajo de billetes en la encimera y se cruzó de brazos.

—No me obliguen a repetirme —amenazó—; el chico no dirá nada, este negocio es lo que pone comida en su boca. Está tan adentro como tú o como yo.

—Entonces debería hacer su parte y vender —se quejó Mahito con un puchero—. En lugar de quedarse como un señorito y recibir solo las ganancias. Yo arriesgo mi pellejo allá afuera —lloriqueó.

—No, no, no —explicó, moviéndose de su lugar, en dirección al chico de cara cortada—, El chico no vende, no es parte de ese negocio, ¿de acuerdo? —antes de la siguiente respiración, su hermano tomó un puñado del cabello largo de Mahito, halándolo con fuerza, haciendo al otro aspirar con sorpresa y encogerse del dolor—. ¿O tengo que repetirme otra vez? —gruñó.

—No… no… —aseguró el hombre de cabello largo, retorciéndose bajo la fuerza de su hermano.

Yūji decidió no ser parte de la conversación y moviéndose alrededor de la cocina por un tazón, cereal y leche que aún no estuviera arruinada. Mantenía su vista lineal, ignorando la sustancia esparcida en su mesa de comedor como si fuera algo normal, también las pequeñas bolsas que comenzaban a apilarse en medio de la superficie de madera y el hecho que si algún policía llegara todos los presentes tendrían tantos cargos bajo sus nombres que se podrirían en la cárcel de por vida.

Sacó la caja colorida de sacarina adulterada de la alacena, su hermano estaba recostado sobre el mismo lugar que antes. Sukuna no se movió ni un centímetro para darle espacio al sacar los componentes de su desayuno; Yūji aprovechó de hablarle en susurros, lejos de los oídos curiosos de los otros hombres que trabajaban para él.

—Te he dicho que no me agrada que hagan la distribución de eso aquí.

—Mala suerte, mocoso —regresó de inmediato—. Desde la noticia del maldito drogadicto que tuvo una sobredosis la semana pasada, los cerdos siguieron el rastro hasta, ¿adivina dónde?

Mahito se tensó de inmediato al saber que era aludido por Sukuna.

—Así es, la guarida de ese imbécil.

—¿Qué iba saber yo que ese mocoso de pacotilla iba a estirar la pata con nuestra mercancía? —Mahito saltó a la defensiva, intentando desviar la pesada culpa que su hermano ponía en sus hombros, sin embargo, esbozaba una sonrisa de comemierda, como si la situación era bordeando a lo hilarante—. Era un adicto, pensé que sabía cuál era su límite.

—Nadie tiene menos cerebro que un yonqui —ofreció Hanami, la enorme mujer que se había mantenido en silencio todo ese tiempo.

—De todos modos, son nuestros mejores clientes —opinó Mahito—. Que mueran no es bueno para el negocio.

—Tienes razón, y volver a un chico dependiente es más difícil de lo que parece —Jogo se sostenía la barbilla, meditabundo.

—¿Eh? —devolvió el de cabello largo—. ¿De qué hablas? Es muy sencillo, el secreto es que debes seleccionarlos bien. Quiero decir, los marginados siempre son los más fáciles de manipular —se rio, encogiéndose de hombros—. Son ridiculizados en su vida diaria y odiados en sus hogares, buscan un escape y nosotros somos los encargados de darle las llaves de su libertad.

—O la pistola con la que terminan su vida —Yūji por primera vez les dirigió la palabra.

—¿Eh? —Mahito inclinó su cabeza—. ¿Qué dijiste, hermanito menor?

—No puedo creerlo, ustedes son unos monstruos —se giró para ver a los secuaces de su hermano, todavía pesando la droga y embolsándola—. Una persona murió, ¡un chico de carne y hueso! Tenía sueños y sentimientos y toda una vida por delante —su voz no paraba de subir—. Tenía un nombre: Junpei Yoshino, antes estaba y ahora no. ¡Su vida fue truncada y ustedes siguen aquí, distribuyendo la misma mierda que lo mató!

Los tres quedaron en silencio, parando sus manos de la labor de racionar el polvo blanco regado por la mesa. Olvidando incluso de darle una calada a sus cigarrillos. Sus ojos se movían de Yūji hacia su hermano a su lado. Sukuna fue quien rompió el silencio, respirando la nicotina y expulsándola casi en el rostro del chico más joven.

—Pusimos la pistola en su boca, pero él fue quien haló el gatillo, hermanito —tomó el taco de nicotina y lo apagó en el tazón que Yūji recién había tomado—. Cada uno elige su infierno y su veneno, te vendría bien aprender eso ahora —se rio—; y bájate de ese pedestal, mocoso, es gracias a esa mierda que tienes un techo sobre tu cabeza y estás estudiando en esa universidad para culos apretados. No lo olvides.

—Pero… —Yūji quiso contestar.

—Todos nos abandonaron, nuestros padres, familia —escupió la última palabra con desprecio—, y hasta ese viejo decrépito se fue a morir. Estamos por nuestra cuenta y velamos solo por nosotros, así que ahórrate esas preocupaciones por otros.

Yūji rechinó sus dientes hasta que su mandíbula dolió, apretando sus puños hasta sentir las marcas de medialuna enterradas en sus palmas. Sukuna lo veía desde arriba, retándolo a intentar cualquier movimiento contra él. El chico ya sabía que su hermano mayor era superior en rapidez, fuerza y maldad; cerró la puerta de la alacena de golpe, con un estruendo que rebotó en las paredes de la cocina; el otro no se inmutó, mirándolo detenidamente, amenazante.

Le dio la espalda al otro y dejó caer el tazón con los remanentes de cigarrillo en el lavabo de golpe, había perdido el apetito. Con la prisa de un corredor digno de las olimpiadas tomó su maleta a medio llenar, las llaves de su viejo automóvil de dos puertas y salió por la puerta. Queriendo alejarse de ese lugar, de su hermano y todo ese negocio criminal lo más pronto posible.

Era el primer día del resto de su vida, se repetía; y ahí no existiría Sukuna, ni su grupo de rufianes, ni muertes ni drogas.

—Buen viaje, hermanito —fue lo último que escuchó venir de su hermano mayor, seguido por carcajadas burlonas al momento que Yūji cerraba la puerta al salir de la casa.

Encendió el motor de su viejo Volkswagen Caribe del '81 gris, milagrosamente encendió de una; el viejo cacharro seguía moviéndose de pura suerte, pero a Yūji no le importaba. El pedazo de chatarra era su orgullo, él había trabajado a medio tiempo durante toda su secundaria para poder comprarlo; Sukuna no le había entregado ni un centavo para él, era la muestra que él podía salir adelante, lentamente, paso a paso, por sí solo. El recordatorio que necesitaba para levantarse cada mañana en esa universidad; si bien su hermano le ayudaría por el momento, estaba más que decidido a pagarle todo de regreso, hasta el último yen que gastara en una manzana para comer.

Llenó el tanque en la ocupada estación de servicio en las afueras de la ciudad; haciendo una lista mental de todos los papeles que necesitaría al llegar a la universidad. Se le había entregado el número de habitación de su dormitorio, jamás lo había visto, pero según el panfleto, consistía en dos camas, un clóset, un baño con ducha que compartiría con el dormitorio de al lado y ya.

Condujo todo el camino con la radio reventando en las bocinas y las ventanas abajo, entre noticias, reportes de tráficos y música que no le podía importar menos. Yūji no prestó atención a nada, estaba demasiado pendiente de lo que le esperaba, la anticipación cosquilleaba su pecho, sus dedos no se quedaban tranquilos.

Siguió así hasta que el paisaje urbano se tornó más verde y vasto, la jungla de concreto se convertía en plantaciones gigantescas de arroz y vegetación. Sacó su cabeza por la ventana sintiendo la pureza en el aire, lejos del humo de cigarrillos y alcohol.

Se sobresaltó cuando alcanzó a ver la sombra inminente del enorme campus de la universidad Jujutsu. Consistía en una ciudad universitaria completa, los bloques más grandes pertenecían a las principales escuelas, Arquitectura y Construcción, Ciencias Sociales, Medicina y Ciencias de la Salud, Artes Multidisciplinarias y Ciencias de la Actividad Física y del Deporte. Además de eso, contaban con tres bibliotecas, teatro, algunos restaurantes y los dormitorios de los estudiantes al este.

Asimismo, en las afueras de la universidad se agrupaban varios bares y restaurantes, era una zona llena de vida. Itadori se maravilló al ver a todas las personas con diferentes libros enormes cruzando la calle, ocupándose de sus asuntos. En ese lugar volvía a tomar la forma de una pequeña ciudad, aunque nada comparado con el centro de Tokio, donde los sueños iban a morir. No, ese lugar estaba vibrando de alegría y metas por alcanzar; no veía la hora de instalarse y comenzar su nueva vida.

Llegó hasta la enorme entrada para vehículos, dos carriles salían y en medio la caseta para los guardias de seguridad; la entrada y salida eran bloqueadas con plumas automáticas. Yūji giró hacia la derecha, sin embargo, el estridente sonido de una bocina lo hizo saltar de su asiento y presionar el freno hasta el fondo, deteniéndose en sus pistas.

Otro automóvil, sedan negro había cortado su paso, metiéndose en su carril para entrar antes que él. El conductor bajó la ventana automática y Yūji se sorprendió al ver que se trataba de una chica de cabello naranja, ella lo miraba con intensidad y sus labios se enrollaban en un gruñido furioso.

—¡Oye, yo estaba aquí primero! —gritó, agitando su puño en su dirección—. ¡No te intentes pasar de listo con una señorita! ¡Idiota!

Itadori frunció sus cejas en molestia y confusión, él había tenido el derecho de cruzar primero, pero era demasiado temprano para buscar pelea; así que dejó a la chica salirse con la suya y entrar primero.

Cuando fue su turno, dio su nombre, número de identificación y carrera a la que pertenecía. Lo dejaron pasar de inmediato, sin embargo, tuvo que pedir instrucciones para guiarse al parqueadero más cerca de su dormitorio.

Sacó la caja y la maleta a medio llenar y se detuvo frente a la administración para que le entregaran su identificación de estudiante. Le tomaron su foto demasiado rápido y sin aviso, se mortificó al ver la imagen inmortalizada de su rostro con los ojos cerrados; el viejo hombre de facciones como roedor no se molestó en repetir la sesión de fotografía de un solo retrato y se tuvo que conformar con su ridícula identificación.

'Buen comienzo', pensó con sarcasmo.

Se encogió de hombros y dejó la amargura deslizarse, ¿qué tanto tendría que utilizar su identificación? Peores cosas había sobrevivido. Sonrió, recuperando su buen humor y se encaminó a su dormitorio.

Este se encontraba en el tercer edificio, pero Itadori disfrutó el camino; el césped estaba cuidadosamente cortado y tan verde que rebosaba de vida; los árboles proyectaban una sombra sosegada, los andenes eran marcados con una pequeña cerca negra de decoración. Yūji se maravilló al ver estudiantes sentados en las áreas verdes, estudiando o solamente descansando.

Llegó hasta su destino y entró al edificio, según se le había sido indicado, su cuarto se encontraba en el segundo piso y era el número veintidós. Las puertas estaban abiertas, pero según había leído en el reglamento, eran cerradas a las diez de la noche; Yūji ajustó la caja en sus manos y se acercó al elevador en medio del pasillo en la planta baja; apretó el botón y esperó.

Y esperó.

Y esperó.

Llamó el ascensor nuevamente, esta vez lo presionó tres veces, tal vez, de esa manera llegaba más rápido.

Sin embargo, al pasar tres minutos, refutó su hipótesis.

Dejó sus pertenencias en el suelo y comenzó a atacar el pobre e inocente botón otra vez, hasta que su dedo comenzó a doler.

—Olvida eso, el elevador no funciona desde antes que yo llegara a la facultad —escuchó a sus espaldas.

—¿Eh? —regresó, dando la vuelta para agradecerle al dueño de esa voz y hacer que Itadori no siguiera pasando vergüenza—. ¡Debería existir un cartel!

—Lo existe —explicó, era un tipo enorme, tanto de alto como de ancho, de piel blanca, con cabello negro como la noche sin estrellas; sus ojos eran rodeados por oscuras ojeras—. Pero los chicos lo quitan el primer día de clases —se miraba apenado—. Ya sabes, para atrapar a los chicos nuevos.

—Oh —Itadori sintió sus mejillas encenderse—. Gracias por el aviso.

—Ven, te ayudaré a llevar tus cosas —el chico levantó la caja en el suelo, quizás con demasiada fuerza, el chico se sorprendió al ver las pocas cosas que llevaba, pero no comentó nada—. Me conocen como Panda por aquí.

—Yūji Itadori —se presentó.

—¿A qué piso vas?

—Segundo.

—Nada mal, sígueme —sonrió.

Panda fue tan amable de llevar sus cosas, aunque no pesaran más de dos kilos; aparentemente el chico estudiaba la carrera de veterinaria, estaba por empezar su tercer año y venía de Tokio como él. Por el pasillo notó que las puertas de los otros inquilinos rara vez se encontraban intactas, los diferentes estudiantes colocaban fotos, calendarizaciones, nombres y en algunos casos las iniciales de los habitantes de cada dormitorio.

Llegaron a la suya, se sorprendió al ver que estaba vacía, solamente el número veintidós se apreciaba en la superficie caoba.

¿Era el único ahí?

—Ah, ya lo recuerdo, tú compañero es de primer año como tú —aclaró el enorme chico—. Éste es mi piso también verás, le ayudé ya que tuvo problemas con el ascensor también —se comenzó a reír—. En serio…

—¿Eh?

Yūji usó su llave y abrió la cerradura, lo primero que notó era la brillante luz que se filtraba por la tarde; las ventanas estaban desnudas, y de la misma manera el dormitorio. Dos camas estaban situadas en paredes contrarias y al lado de ellas un pequeño escritorio; una de las camas estaba pulcramente ordenada, Yūji entró y detrás Panda. Dejó sus pertenencias en la cama vacía y al beber todo el cuarto por segunda vez, hubo un artefacto que llamó su atención al otro lado del lugar.

Itadori dejándose llevar por su curiosidad se acercó hasta una pequeña jaula de vidrio, rectangular y alta con pequeñas aberturas redondas donde entraba el aire.

Al acercarse más notó una pequeña rana, tan verde como las plantitas que le rodeaban; la creatura mojaba sus patas traseras en un claro estanque.

—Que adorable —aceptó Panda.

El chico de cabello rosa asintió y se mordió los labios, el anfibio movía su garganta con melodía; llevó un dedo y acarició al pequeñín por medio del vidrio.

—No golpees el cristal —regañó una voz que no había oído antes.

Se irguió de inmediato, como un niño siendo atrapado con las manos en la masa; la reacción fue inmediata, casi se arrepintió de haberse asustado así. Pero demonios, por una fracción de segundo regresó a sus siete años: Sukuna lo había atrapado jugando con su iPod y le había dado una paliza tan fuerte que tuvieron que darle un punto en su labio.

—No lo golpeé —dijo de regreso, quien fuera el dueño de esa voz, sabía que no podía ser peor que su hermano mayor—. Solo estaba saludándolo.

—Ah —se tranquilizó, Yūji se giró para ver a un chico de cabello negro, ojos rasgados y pestañas largas—. Lo lamento, es lo primero que suelen hacer cuando ven a un pequeñín como él en una jaula. Hola, Panda —se dirigió a su mayor.

—Yūji Itadori —se presentó.

—Megumi Fushiguro.

—Lindo bicho —elogió al pequeño anfibio—. Aunque no tenía idea que permitieran animales en los dormitorios.

—Se llama Gama —explicó—, y no lo hacen, al menos no si necesitan estar fuera de jaulas.

—¿No se aburre de estar ahí adentro?

—A veces lo meto en el bolsillo de mi camisa y lo llevo a pasear.

A eso Yūji dejó salir una carcajada, decidiendo que ese Megumi Fushiguro no era un mal tipo.

—¿Eres mi compañero de habitación?

—Tienes a mi rana frente a ti, así que: o eres tú quien se ha escabullido a mi habitación como un raro acosador o ambos compartiremos el dormitorio.

—Bien, bien, tienes un punto —dijo Yūji con una sonrisa, rascando su cuero cabelludo—. Espero que nos llevemos bien.

—Si dejas tu reguero en la mitad de tú habitación entonces nos llevaremos de maravilla.

—¡Qué frío!

Megumi solo se encogió de hombros.

—Tonterías —intervino Panda, tomando a cada chico bajo su enorme brazo—, los amigos que haces aquí son de por vida —aseguró.

Yūji creyó que el frío chico pelinegro diría más y se alejaría del abrazo de su mayor, sin embargo, aceptó su destino y se dejó manipular. Aparentemente no era tan insufrible como primero había aparentado.

—Así que, ¿qué te trae a la Universidad Jujutsu? —preguntó Megumi después de haberlo visto desempacar su par de cosas y hacer su cama, el chico se había sentado en su parte de la habitación en el piso; manteniendo a Gama en sus piernas.

—Beca deportiva —explicó—, béisbol.

—Ahora que lo noto, sí pareces un cerebro de músculo.

—¿Eh? ¿Qué significa eso?

—No te ofendas, es solo que no pareces una rata de biblioteca.

—¿Y tú sí? —regresó.

—Me gusta leer.

Esa solo era una prueba más de lo difícil que era entrar a la universidad; y si bien, Itadori había recibido lo equivalente a un ticket dorado para entrar a la fábrica de chocolate, ahora era su turno de mantenerse a flote al lado de los demás. Y si tenía suerte, al final de todo, se uniría al equipo nacional de Japón o incluso a algún otro extranjero y se iría sin ver atrás.

—¿Qué estudias? —le preguntó al de cabello azabache.

—Arquitectura.

—Eso es interesante —se maravilló—, y suena complicado.

—Creo que todas las carreras lo son —aceptó.

Yūji estuvo de acuerdo con él; miró los papeles que le fueron entregados en el sector de admisión, su primera clase empezaba a las once de la mañana. Sin embargo, al pie de la página estaba un párrafo en letras cursivas y subrayadas.

—¿Reunión introductoria para estudiantes de primer ingreso? —Leyó en voz alta.

—Oh, sí —Panda fue quien contestó—. Mañana todos los chicos de primero deben asistir al aula magna principal, donde el decano les dará la bienvenida y presentará a todo el cuerpo de docentes de todas las facultades. ¡Lo hace todos los años!

—Suena como una molestia —señaló Fushiguro.

—Inicia las siete de la mañana —informó Panda.

Yūji se quejó en voz alta con un gruñido desesperado y se dejó caer sobre su cama, ahí iba su oportunidad de entrenar en la mañana antes de comenzar su gran día. Debatió en su mente desde ese momento qué valía más la pena ¿desayunar o entrenar en la madrugada mientras se congelaba los dedos? El enorme chico de ojeras profundas dejó salir una risilla sin mal intención.

—¿Y después que tienes, Fushiguro?

Esa vez fue el turno de Megumi de buscar las páginas que le habían entregado en admisión.

—Historia del arte —informó—, es una de las materias optativas que llevaré en el primer semestre.

—¡Bromeas! —Yūji se levantó de inmediato, perfilando una sonrisa—. Esa es mi primera clase también, ¡seremos compañeros!

—Interesante —regresó escueto.

Itadori anotó mentalmente que el otro chico no era muy bueno mostrando sus sentimientos.

—Las primeras materias siempre son las más sencillas —explicó el pelinegro—. Así que es inteligente ocupar tu tiempo libre para las clases optativas.

—¿Eh? Yo la elegí porque sonaba interesante —Yūji ladeó su cabeza.

—No sé por qué no me sorprende —opinó.

Panda se retiró unos minutos después, dejando a los chicos más jóvenes a instalarse completamente. Fushiguro, fiel a sus palabras, se había hundido en la esquina del dormitorio, en su parte de la habitación; cada estudiante tenía un pequeño escritorio. Yūji, maravillado, notó que el de Megumi ya estaba completamente lleno y cuidadosamente ordenado con libros, una lámpara de mesa e incluso su computador. Parecía que había llegado ahí hace días, sin embargo, él alegaba que lo había hecho ese día por la mañana.

Mientras que la de Itadori estaba completamente vacía.

Cuando se acercó sobre el hombro de Megumi se percató que el libro era correspondiente a su carrera. Seguramente su compañero de habitación se preparaba para el día siguiente, Yūji no podía hacerlo, aunque quisiera, moriría antes de tener ese sentimiento de responsabilidad. Además, quería conocer los alrededores, era alérgico al encierro y a quedarse quieto por más de media hora.

—Saldré un rato —le avisó a su compañero de habitación, mientras tomaba su chamarra y sus llaves.

Fushiguro agitó distraídamente su mano en señal que lo había escuchado; Yūji decidió no molestar al otro chico; mantenía en mente que se acababan de conocer y seguramente Megumi lo tomaría como mucha molestia salir e interrumpir los planes que tenía para su velada. Itadori anotó mentalmente preguntarle al pelinegro acerca de él, su familia y ese tipo de cosas; sin embargo, al siguiente latido paró en seco, cayendo en la realización que eso significaría que Megumi preguntaría de sus antecedentes.

Sus pensamientos se deslizaron a su hermano y todo lo que eso significaba. Sacudió su cabeza rápidamente, no había manera que él hablara de dónde venía.

Bajó las escaleras sin encontrarse con nadie más, y una vez salió de los dormitorios fue recibido por la fría ráfaga del crepúsculo, los remanentes del moribundo invierno e inicio de la primavera; metió sus manos en las bolsas de su chamarra amarilla, guardando un poco de calor. Debía mantener en mente que tenía que regresar antes de las diez de la noche o las puertas estarían cerradas.

Saludó a los guardias de seguridad cuando llegó a la entrada y salió por la compuerta; caminó por más tiempo del que pensó, maravillándose en lo enorme que era la Universidad Jujutsu. Afuera, no obstante, la vida solamente crecía, las aceras estaban llenas de locales, desde cafeterías, restaurantes, e incluso bares.

Se mordió los labios al pensar que una cerveza serviría para controlar los nervios previos a su primer día de clases. Entró a un bar, arriba del pórtico se leía el nombre del establecimiento: Bar Akutami.

Dentro del bar, todo era sorprendentemente sobrio, muy diferente a los de mala muerte que frecuentaba su hermano, donde los yonquis tenían sobredosis en las esquinas; y cigarrillos con cocaína era la especialidad de la casa. No, ahí las paredes estaban forradas de papel tapiz y el piso era de madera, todos parecían tener su misma edad o ser un poco mayor, eran estudiantes de la universidad; de las bocinas sonaban canciones que su hermano calificaría como «esnob». A Yūji no le importaba, el lugar se veía bastante acogedor.

Caminó hasta el fondo y tomó el primer taburete frente al bar que encontró, la chica de la barra se acercó a él y Yūji ordenó una cerveza bien fría.

Itadori siempre se caracterizó por tener muchos amigos, no era el más popular en su antigua escuela, sin embargo, hacía conocidos con facilidad; claro que, llamar a alguien verdadero amigo era algo completamente diferente, aun así, rara vez se encontraba solo. Por eso, de vez en cuando disfrutaba de encontrarse acompañadamente solo, si eso tenía sentido.

No había nada mejor que ir a un lugar donde nadie lo conocía y solo observar a la gente a su alrededor. No era como si él notara los pequeños detalles, era más solamente el hecho de observar como las personas se desenvolvían, como sonreían cuando no estaban siendo conscientes de sí mismas.

Le dio un sorbo a su bebida y sonrió a sí mismo.

Hasta que sintió como si alguien lo observara.

Detuvo la botella sobre sus labios, congelado; alguien estaba haciéndole agujeros a su espalda, podía sentirlo. Una mirada tan penetrante que, sin saberlo, sin estar consciente, sus pulmones se negaban a tomar aire. Yūji tragó con dificultad la cerveza en su garganta, sintiendo el calor del alcohol comenzar a llegar rápidamente hasta sus mejillas.

Se armó de valor y buscó su origen, de esos ojos capaces de taladrarle hasta el cerebro.

No se decepcionó al ver a su dueño sentado al otro lado de los taburetes de la barra.

Estaban ocultos por un par de pequeños anteojos oscuros de forma ovalada, lo suficiente pequeños para ver cómo, detrás de ellos, sus ojos brillaban antinaturalmente bajo las luces tenues del bar, tan azules y fríos como el hielo del Monte Fuji. Su cabello era completamente blanco, que solo servía para darle un aura inalcanzable, un dios que se había dignado a compartir con mortales.

Lo primero que pensó fue que seguramente se trataba de un modelo; lo segundo, que seguramente se trataba también de un pomposo idiota, ¿quién diablos usaba gafas de sol adentro, aun cuando estaba cerca de anochecer? Aun así, Itadori no tenía una pizca de maldad adentro y movió su botella en la dirección del extraño, saludándolo.

Para su sorpresa, y un poco de vergüenza, el hombre devolvió su gesto y sonrió, perfilando una recta línea de perlas blancas. Yūji maldijo cuando su pecho se tensó, el hombre debía ser perfecto si tenía una dentadura que parecía sacada de un comercial de pasta dentífrica. Era condenadamente apuesto y, lo que era aún peor, él lo sabía.

Empinó la botella de cerveza para terminar con su contenido ámbar y siguió hundido en sus pensamientos. En la vida que dejaba y la que estaba por comenzar; sabía que era inútil, preocuparse por Sukuna; todavía no se explicaba como su hermano había terminado así, sin una pizca de compasión o arrepentimiento por las acciones que tomaba.

Sin pensarlo, dejó salir una pesada bocanada de aire; masajeó sus sienes, intentando ya no pensar en eso. En las noticias de los periódicos que se alarmaban del rápido crecimiento de la criminalidad en los barrios bajos, y cómo él siempre se encontraba preguntando si era obra de Sukuna.

—Disculpe, caballero —lo llamaron, Yūji levantó sus ojos para ver a la bartender ofreciéndole una nueva cerveza.

—No, no —rechazó—, solo me tomaré una.

—El caballero de allá se la envía.

Yūji sintió otro vuelco en el estómago, al ver hacia la dirección que la chica miraba, directo a esos ojos de hielo tras las gafas oscuras. Esbozó la sonrisa más enorme que podía, dejando esos pensamientos sombríos atrás de su cerebro, donde siempre se encontraban. Decidiendo que, distraerse era lo mejor que podía hacer en esos momentos, y si un tipo ridículamente apuesto le invitaba una cerveza, ¿quién era él para decir que no?

Tomó el regalo ofrecido por la barman y, tomando toda su valentía, llegó donde estaba su patrocinador de la noche.

—¿Haces esto a menudo? —saludó Yūji, nunca dejando de sonreír; recordaba siempre las palabras que, en la secundaria, su mayor Sasaki había compartido con él: «Yūji, tu mayor atributo es tu sonrisa». Se había reído, con mejillas coloradas de carmín «Puedes derretir un iceberg con ella».

Esos ojos parecían de hielo, ¿no? Era prácticamente lo mismo.

—¿Hacer qué? —regresó el otro—. Debes ser más específico.

—Invitar extraños en un bar, eso o te sobra el dinero —señaló, un poco juguetón, porque si lo notaba mejor, el tipo parecía forrado en artículos costosos, un reloj reluciente en su muñeca, camisa de diseñador, zapatos sin ninguna pizca de polvo—. Porque no tienes rostro de Robin Hood.

—Ah, ¿sí? —El hombre sonrió el doble, sus ojos se mantenían entornados—. ¿De qué tengo rostro, entonces?

'De un super modelo.' Pensó, pero no lo diría, no se lo dejaría tan fácil.

—¿De alguien que sabe lo que quiere? —probó.

El hombre de cabello blanco sonrió con una esquina de su boca y se rio por lo bajo; las mejillas del chico comenzaban a encenderse solamente con ese gesto. Itadori se preguntaba porque él había sido elegido en todo el bar, cuando fácilmente ese tipo podía tener a quién quisiera.

—Para ser honestos, es la primera vez que lo hago —aceptó.

'Mentiroso.'

—¿Hablas en serio? —sonrió Itadori, aceptando el juego del otro.

—Palabra de chico explorador —aseguró con su sonrisa depredadora, haciendo una «X» sobre su corazón.

Yūji le dio otro sorbo a su bebida, no era ni la mitad de lo necesario para sentir el ronroneo del alcohol, pero se sentía ligero de cabeza al estar tan cerca del misterioso hombre.

—Entonces, ¿qué fue lo que te hizo hacerlo? —le preguntó, armándose de valor.

—Es un secreto —canturreó juguetonamente.

Itadori hizo un puchero, haciendo todo lo posible para lucir lastimado, pero fallando en el camino.

—No es justo.

—¿Quieres saberlo? —Los fríos ojos destellaron, tenerlos sobre él se sentía como lava en todo su cuerpo.

Yūji asintió.

El hombre se acercó a su oído y Yūji fue envuelto en la deliciosa colonia de su acompañante; con notas de madera y menta, el chico casi enterraba su rostro en el largo cuello del otro. Era injusto, lucía como un dios y olía como uno, su sentido común comenzaba a embriagarse.

—Tienes la sonrisa más hermosa que haya visto —susurró en su oído, todos los vellos de su cuerpo se pusieron en punta al ser envuelto por un delicioso escalofrío.

Parecía que todo el bar había subido precipitadamente de temperatura. Itadori ya no sabía qué contestar, sus comentarios ingeniosos y coquetos yéndose por el desagüe.

—E… ¿eso te funciona con… todos? —intentó mantener su fachada fresca y despreocupada, pero fallando miserablemente.

Sus ojos azules brillaron con satisfacción, Itadori había perdido.

—No lo sé —se encogió de hombros y sonrió, sus dientes blancos dejándolo parcialmente ciego—. ¿Lo hace?

—Yūji Itadori —se presentó, supuso que el juego estaba lejos de terminar, pero antes de avergonzarse se presentaría con su acompañante.

—Yūji, ¿eh? —probó en sus labios—. Satoru Gojo. ¿Eres nuevo por aquí? No te había visto antes, y estoy seguro de que recordaría esa sonrisa.

El chico de cabello rosa se rio, nunca había conocido a un tipo así de directo; sin embargo, era solamente un extraño que conocería una sola noche. Podía darse el lujo de ser temerario, salir de su círculo de confort y vivir un poco; y… siendo honesto consigo mismo la última vez que había tenido algo de acción con alguien que no fuera su propia mano había sido hace más de ocho meses.

—Tú tampoco estás nada mal —aceptó, mintiendo entre dientes; porque Gojo tenía que ser el ser humano más apuesto y físicamente perfecto que él jamás había visto. Pero decirlo solamente lo haría más consciente y probablemente se daría cuenta que Itadori era solo "un poco más atractivo de lo normal" y lo dejaría por el siguiente chico lindo que atravesara la puerta.

—¿Nada mal? —repitió Satoru riéndose, sin tragarse sus palabras, él sabía cómo lucía, tenía ojos, después de todo—. Eres realmente adorable, ¿sabes? —hizo la pregunta mientras escabullía su mano hasta la de Yūji y enrollaba sus dedos con los suyos.

No obstante, Itadori retiró su mano de la caricia de Gojo.

—Eres divertido, Satoru —reconoció, llamó a la barman con su mirada mientras sacaba algunos billetes de su bolsillo, dispuesto a pagar todo lo que había consumido esa noche, incluyendo lo que Gojo le había invitado o no—. Deberíamos hacer esto en otra ocasión.

Se había decidido, tenía cosas más importantes el día siguiente; aun debía descansar para su gran primer día. Nada ni nadie podía hacer que lo arruinara, estaba decidido a tener un nuevo y perfecto inicio en su nueva vida.

Sin importar que tan celestialmente apuesto fuera ese "nadie".

O que tuviera ojos como nébulas.

O un olor adictivo.

Exactamente diez minutos después Yūji sintió el golpe de las baldosas en su espalda, habían terminado en el callejón fuera del bar; el aire escapó de su tráquea hasta sus labios y fue reemplazado por la insistente boca de Satoru Gojo. Subió sus manos, disfrutando como sus dedos se enredaban en su cabello de ángel, como su esencia se enredaba con la de él.

El hombre era mucho más alto de lo que le había parecido sentado en el taburete de la barra; apenas le llegaba hasta sus hombros, así que Satoru debía encorvar su espalda para alcanzarlo. Era la primera vez que experimentaba esa diferencia, Yūji había besado chicas hasta su segundo año en la secundaria, cuando descubrió que tenía preferencia por besar chicos; sin embargo, con cada chico que estuvo, siempre habían tenido la misma estatura.

Nunca debió pararse de puntillas para besar a otro hombre.

Aunque no podía decir que le molestara.

No pudo detener su propia mano cuando buscó sin pensar el dobladillo de la camisa de Satoru, porque de repente todo se sentía cargado y la ropa comenzaba a molestar. Gojo, quien aún tenía un poco de reparo paró su muñeca y volvió a sonreír en su boca.

—Impacientes, ¿no? —murmuró entre besos abrasadores.

—Cállate —regresó, mordiendo su labio inferior y dándole un estirón—. Es tu culpa, debes hacer algo.

—¿Y exigentes también? —se rio—. Cuidado o me vas a terminar enamorando.

Itadori no necesitaba hablar de amor o romance, lo único que estaba en la niebla de su cerebro era su libido y la necesidad de escuchar a su cuerpo.

Cuando las grandes manos del otro hombre se posaron sobre sus hombros y lo alejaron, él quería gritar; sin embargo, prefirió solo mirar hipnotizado los brillantes labios de Gojo bajo la luz de la luna y como se veían más apetecibles que cualquier manjar o más necesarios que el mismísimo aire.

—¿Qué te parece si buscamos un lugar más… adecuado? Antes que nos arresten por exhibicionismo.

—Bien, bien —dijo sin realmente haber escuchado las palabras del otro, por todo lo que Yūji sabía; Gojo pudo haberle pedido sus dos riñones para vender al mercado negro. A él no le importaba, siempre y cuando lo hiciera después de satisfacer su deseo.

Tal vez debía detenerse más de dos segundos y pensar en lo que ocurría; y cómo quizás ir con un completo extraño a quien sabía dónde —posiblemente a algún motelucho a sacarle sus riñones— pero, demonios, si podía pensar en algo más que en el largo brazo del Gojo pasando por su costado mientras era apretado contra la silueta más alta del otro; obligándolo a caminar.

Satoru parecía que tampoco podía mantener sus manos para él, tenía su rostro pegado a la oreja de Yūji, enterrándose en las hebras rosas que caían. Calientes estremecimientos iban desde su cuello hasta su estómago, solo podía ver cómo ponía un pie delante de otro, sin poder enfocarse en nada más.

Cuando acordó, habían entrado a un establecimiento; el recién pulido piso de cerámica podía claramente reflejar su figura de cabeza. Itadori levantó su rostro para recibir una enorme mesa de madera decorada por una gigantesca vasija de vidrio repleta de todavía más gigantescas flores.

Aparentemente Satoru tenía más estilo que cualquier motelucho.

La temperatura de su cuerpo pareció subir cincuenta grados más; cayendo en cuenta que, definitivamente era un hotel y el definitivamente estaba con el otro hombre sacado de alguna novela romántica barata. Yūji no tenía el coraje de acercarse a Satoru quien hablaba jovialmente con la recepcionista de cabello castaño.

Se preguntó si ella sabía a qué fin ambos habían llegado ahí y de inmediato quiso ser tragado por la tierra, porque definitivamente sabía, ¿a quién diablos estaba engañando?

La risa musical de la recepcionista lo sacó de sus pensamientos, la chica removía un mechón de cabello lacio y lo peinaba detrás de su oreja; estaba prendada del hombre de cabello blanco. El chico pensó si eso era una ocurrencia frecuente, Gojo era tan apuesto que sus ojos dolían.

Satoru se disculpó fuera de la conversación y se volvió hacia él, moviendo la tarjeta de su habitación sobre sus dedos de lado a lado como si fuera un premio que acabara de ganar; su vergüenza llegó hasta arriba del gigante techo, Itadori quería llegar al cuarto círculo del infierno para no estar más sobre la tierra.

Aun así, su libido era más fuerte que su dignidad y comenzó a caminar rápidamente al elevador más cercano.

Satoru llegó a su lado en segundos, sus kilométricas piernas igualando su paso sin dificultad alguna.

Parecía una noche lenta en el hotel, no había muchas personas en el lobby ni abordando los ascensores; con un timbrar que repercutió en su joven corazón, las puertas se abrieron. Un par de turistas americanos bajaron; Yūji estaba seguro de que ellos también sabían cuál era la misión a la que ambos se encaminaban, demonios, demonios.

El alto albino, por su lado, entró al ascensor sin un cuidado en el mundo, silbando ruidosamente una melodía que Itadori no podía ubicar, mientras mantenía sus manos escondidas en las bolsas de su pantalón. Yūji se quedó preguntando si ése era realmente el coqueto hombre con el que había salido del bar y antes había flirteado con la recepcionista del hotel.

Finalmente arribaron a la elegante puerta de su habitación por la noche y antes que el chico tomara el pomo en su mano fue asaltado por la espalda; Gojo inmediatamente comenzó a devorar su cuello, rápidamente sintió su cuerpo responder ante las caricias, se estremeció apelmazándose contra su alta silueta. El otro abrió la puerta con la tarjeta; Itadori fue empujado hacia adentro.

A la siguiente respiración Satoru ya estaba nuevamente sobre él, cerrando la puerta a sus espaldas y comenzando a subir sus manos por todo su torso; Yūji, al haberle dedicado su vida completa al deporte, no era ni por cerca ligero, los músculos en su abdomen y en sus brazos protruían con orgullo; sin embargo, Gojo podía abarcarlos fácilmente en sus palmas. Recorría su abdomen en segundos y estaba listo para ir más abajo.

Su entrepierna comenzaba a calentarse, inmediatamente consciente de los toques de Satoru, su presencia y su olor. Yūji desabotonó la camisa del más alto, disfrutando con lasciva curiosidad notar la piel nívea; su duro abdomen y los finos cabellos blancos debajo de su ombligo.

—Mierda… —susurró, mordiendo sus labios; agradeciendo no haber apagado las luces.

Gojo sonrió arriba de él.

—Si abres un poco más la boca, comenzarás a babear —dijo, riéndose entre dientes.

Itadori despegó sus ojos de inmediato, sintiendo la vergüenza llenar sus mejillas; sin embargo, Satoru levantó su mandíbula con sus dedos y lo besó en los labios, profundo y duro, buscando el oxígeno de sus pulmones.

—¿Tienes un…? —comenzó Yūji, un poco inseguro, como si por alguna razón, estaba cruzando alguna línea -aun cuando ambos estaban en el cuarto de un hotel, semidesnudos y semiduros-.

—No traería al chico más bonito del bar aquí si no tuviera un condón.

El chico de cabello como chicle interrumpió los besos para cubrir su rostro de la vergüenza. Dioses, poco a poco descubría que Satoru decía las cosas más cursis y clichés cada vez que podía.

Ambos tenían un cometido y si era honesto, Yūji no quería perder más tiempo conociendo al más alto.

Lo empujó a la cama; Gojo cayó con una sonrisa más grande mientras captaba su idea, no perdió tiempo y abrió la bragueta de sus pantalones. Yūji exhaló, anticipación y lujuria pintando las puntas de su mente; el chico se arrodilló en el suelo, frente al más alto e introdujo sus manos.

Mordió sus labios cuando sintió el miembro caliente y grande; su boca salivaba por probarlo.

Sacó su miembro y acarició los testículos debajo haciendo que Gojo se encogiera y dejara salir un erótico gemido. Fue la señal que necesitó para meterlo en su boca; succionó la cabeza y gimió cuando pulsó dentro. El impulso y deseo lo hizo introducirlo más, hasta que sintió como chocaba con su garganta; subió sus ojos vidriosos y se encontró con las gemas de Satoru, el claro azul cielo estaba nublado con deseo y placer.

Mierda, era lo más exquisito que había visto en toda su vida.

Así que lo sacó para meterlo otra vez; más rápido cada vez, sin perder de vista los preciosos ojos del otro, porque eso era lo suficiente para mantenerlo duro. Satoru abrió más sus piernas, dejando más espacio a Itadori para trabajar; él ahuecaba sus mejillas, un hilillo de saliva comenzó a bajar por la esquina de sus labios; aun así, Yūji se tragaba lo que podía, saboreando el pre-semen de Gojo.

Su cabeza comenzaba a dar vueltas, una mezcla del aire cargado y de lo poco que se detenía a respirar; pero al diablo con el oxígeno, quería sentir a Satoru venirse en su boca. Ni siquiera le prestaba atención a su erección enjaulada en sus pantalones; Yūji se ayudaba con su mano, enrollándola en la base de su falo, igualando el ritmo con su boca.

Una presión en su erección casi lo hizo venirse de inmediato, sacó la erección de Satoru de su boca para gemir con sorpresa; miró hacia abajo para ver un carísimo mocasín apretando su entrepierna encima de sus pantalones. Miró hacia arriba, notando la sonrisa descarada del otro hombre. Gojo tomó su pene y le dio unos cuantos tirones, regando su pre-semen y saliva de Yūji en su longitud; como si le quitase un juguete a un crío. Haló su pantalón, indicándole a Itadori que se pusiese de pie.

Él claramente obedeció sin titubear.

Gojo lo haló hacia él, sentado todavía cómodamente en la cama, Itadori se dejó manipular, posicionándose en medio de sus piernas abiertas. Satoru abrió sus pantalones y los dejó caer al piso. Yūji los sacó tan rápido que debía haber sido un récord mundial.

—¿Quieres montarme?

'Mierda, mierda, mierda' Era todo lo que su mente reproducía.

Decir que "saltó" al regazo de Satoru debía ser una exageración, pero el término tampoco estaba tan lejano. Porque, demonios Yūji era solo un humano, y ver a Gojo, despeinado -sus lentes habían sido descartados sin que lo notara-, sin camisa, pantalones a medio bajar y su bonita y rosada erección llamándolo por su nombre. A eso, debía agregarlo lo jodidamente sensual que el albino se miraba poniéndose el condón.

—Mierda, sí —murmuró finalmente, ronco con excitación—. Cógeme duro.

—Sabes que me encantas cuando eres exigente —regresó, recibiendo el peso de Yūji y alineando su glande con la entrada del chico—. Dime si es demasiado para ti.

Eso sonaba como un reto, e Itadori no era de los que huían o se rendían fácilmente. Susurró un suave 'mierda' cuando fue penetrado, disfrutando el áspero rose; pero no podía evitarlo, no podía ni siquiera pensar en detenerse para usar lubricante; el desliz del condón era lo suficiente. Además, él no era de cristal, no se iría a romper por el trato duro del otro.

Aun así, Gojo comenzó lento, arrastrando cada estocada, tomándose su tiempo para conducir a Yūji al delirio cayendo en espiral.

Jadeó hasta sentir las piernas del albino en su trasero; Satoru por su parte, apoyó ambos brazos detrás de él, recostándose sobre la cama, maravillándose con la vista que Itadori le proporcionaba. Ver la expresión embobada del albino era lo suficiente para avivar la llama que sentía en su abdomen bajo. El chico de cabello rosa se apoyó en ambas rodillas, elevándose lo suficiente y bajando sobre Gojo.

A los segundos aceleró el ritmo, Satoru tomó sus caderas, moviéndolas para sentirlo tocar diferentes lugares dentro de él.

Dio un respingo cuando presionó su próstata, sus músculos se tensaron, envueltos de lava; pero el albino no le dio momento de respirar, pues comenzó a atacar el lugar sin misericordia. Cada estocada lo reducía a un desastre compuesto de gemidos, lloriqueos obscenos.

Joder, sí era el mejor sexo que había tenido.

Solo bastó que Gojo le diera un par de tirones a su miembro para hacerlo acabar; derramando su semilla en el pecho de ambos, una gota como perla manchó su mejilla.

El más alto lo sujetó de sus rodillas y lo acostó sobre la cama haciéndolo saltar en la suave superficie, vencido por sus propios instintos. Yūji todavía se encontraba hipersensible, todo su cuerpo se sentía como un nervio sobreexpuesto, mientras, las estocadas de Gojo se tornaban erráticas.

Un grito ahogado salió cuando sintió a Satoru tensarse al venirse.

Sintió una pequeña gota caer fría en su mejilla, se deslizó hasta llegar a la esquina de sus labios y sonrió al saborear en su lengua salado. Miró hacia el hombre encima de él; Gojo jadeaba y su frente se perlaba de sudor, pero antes que otra cayera en el rostro de Yūji se dejó caer al lado; completamente exhausto.

—Mierda… —susurró sin aire.

—Secundo eso —murmuró Itadori—… mierda.

Satoru no volvió a hablar y Yūji no tardó más de dos minutos en quedarse dormido.

Las sombras brillantes del sol se escurrían por las persianas y jugaban en su rostro, acariciando su nariz, iluminando cada pestaña. Yūji se desperezó con lentitud, disfrutando de la paz que sentía en cada fibra muscular de su cuerpo. Exhaló y volvió a inhalar, las sábanas eran tan cómodas como una nube. La cama era gigante, mucho más cómoda de lo que pensó que una pequeña litera del dormitorio sería. Abrazó la enorme almohada de al lado con ambos brazos y enterró su rostro en ella, derritiéndose ante el aroma que tenía. Madera y menta.

Y entonces recordó todo.

Su cuerpo se entumeció al momento que las imágenes de la noche anterior regresaron a sus ojos.

Satoru Gojo.

Se levantó de la cama de inmediato, la razón por la que la cama era sumamente cómoda era porque efectivamente no era su incómoda litera de su dormitorio. Estaba en el carísimo hotel de la noche anterior. El frío y la artificial brisa del aire acondicionado le recordó que estaba desnudo todavía.

En su afán de encontrar su ropa desperdigada en toda la habitación —inclusive debajo de la cama—, se encontró con la realización que estaba completamente solo.

Gojo se había marchado.

Con un encogimiento de hombros lo dejó atrás de su cabeza. Había sido una experiencia genial y muy —muy— placentera; sin embargo, ambos hombres habían sabido que se trataba de una sola noche. Aun así, Satoru parecía que sí era un caballero, lo supo cuando se acercó a la mesita baja del lado de la cama donde Yūji había dormido y descubrió una hoja de papel, doblado a la mitad. El chico de cabello rosa la acercó a su nariz y descubrió gratamente que tenía el mismo aroma del albino; leyó la perfecta caligrafía dibujada por una pluma claramente más costosa que toda la ropa que él tenía.

«Gracias por la noche anterior.

Puedes pedir lo que quieras de desayuno, corre por mi cuenta.

Satoru G.»

Y Yūji que creía que la caballerosidad estaba muerta.

Tal vez si lo estaba, es decir, Gojo se había marchado sin tener la decencia de despertarlo para decirle adiós. Era su pérdida, decidió Itadori, buscando en la cómoda de noche para encontrar el menú; fue entonces que notó el reloj análogo encima de la pequeña mesa.

«10:05am»

—¡Mierda!

¡La reunión introductoria para los de primer año!

Olvidó el menú y el hambre que sentía, disponiéndose a vestirse sin ducharse y salir corriendo de ahí. Tal vez el tiempo se detendría y él podría llegar a escuchar el final.

Diablos, diablos; era solo el primer día y ya había conseguido arruinarlo todo. Sabía que no tenía muchas oportunidades, un solo error y su beca podría ser revocada sin previo aviso.

Supuso que su acompañante de la noche tuvo que haber hecho el registro de salidadel hotel así que Yūji solo se apresuró a vestirse con lo que encontró de su ropa y salió de la habitación; decidiendo para sí mismo que aún no era muy tarde, aun podía tener su nuevo y perfecto inicio en su nueva vida si llegaba solamente al final de la reunión.

Lo único que olvidó fue un calcetín, pero supuso que era su karma riéndose un poco más de él.

Las calles en la luz del día y libre de la neblina de lujuria con la que había sido llena la noche anterior era completamente diferente a lo que recordaba. Todo era más soso sin la compañía de Gojo, pero no podía fijarse en eso de momento. No obstante, terminó perdiéndose algunas cuadras hasta que pidió unas direcciones a un vendedor de una genérica tienda de conveniencia y finalmente encontró el camino correcto a la universidad.

Para cuando cruzó la entrada de Jujutsu miró la pantalla de su celular, «10:48am»; maldiciendo bajo su aliento comenzó a correr hacia el aula magna principal.

Corrió tan rápido como pudo, hasta que sus piernas se acalambraron y sus pulmones se sintieron como que estaban prendidos en fuego; pero el campus de la universidad era tan condenadamente grande y su suerte era tan jodidamente mala que el aula magna se encontraba al otro lado del lugar; tuvo que haber recorrido cerca de cinco hectáreas cuando solo quería caer muerto.

Sin embargo, se detuvo cuando notó una figura familiar caminando tranquilamente en su dirección.

—Megu… —jadeaba sin parar—, ¡Megumi!

—¿Qué te paso a ti? —le devolvió, manteniendo su estoica expresión—. Pensé que algo te había pasado, no regresaste a los dormitorios en la noche.

—Es una… es una larga historia —y si le preguntaban, ni siquiera Itadori había terminado de creer lo que le había sucedido.

—Te perdiste la reunión introductoria.

—Mierda —sus hombros cayeron y comenzó a acompañar a Fushiguro a su siguiente clase.

—Está bien —se encogió de hombros—. No hubo nada realmente importante, ya sabes, presentación de docentes, palabras "inspiracionales", somos el futuro de la sociedad, etcétera.

—Oh —lo pensó por un momento—; aun así, me hubiera gustado estar ahí. Tal vez así sentiría que soy parte de todos, no un chico que se encontró un ticket dorado en un chocolate.

—¿Lo dices por tu beca?

Sus hombros cayeron y se rascó la sien.

—No lo sé, es complicado.

—¿Complicado?

—Mira los automóviles que los demás alumnos conducen, o sus zapatos o incluso su teléfono celular —señaló a un trio de alumnos que caminaron frente a ellos—. Todos aquí están forrados de dinero.

—¿Y?

—¿No es ese un requisito para estudiar aquí? ¡La matrícula es ridículamente cara! Todos aquí tienen padres millonarios. Apuesto que tú también vienes de una familia perfecta.

—Mi familia es lo más lejos de perfecta que te puedas imaginar —regresó Fushiguro de inmediato, sus labios tensos en una delgada línea, su expresión era ilegible—. Además, si me lo preguntas a mí, eso sólo hace que tu seas el único que realmente pertenece aquí.

—¿Por qué dices eso?

—Eres el único que no compró su entrada; estudias aquí solamente por tus méritos.

Eso lo detuvo en seco, nunca lo había considerado de esa manera; pero era un lindo pensamiento. El más positivo que había tenido desde que había recibido su carta de bienvenida de la universidad; sonrió hasta que las esquinas de sus ojos se arrugaron y corrió a alcanzar a Megumi quien no había parado ni un segundo en su caminar.

—Eres un buen tipo, Fushiguro —elogió.

Su nuevo amigo miró hacia otro lado, claramente incómodo de ser halagado de esa manera.

—Esa es la sudadera con la que saliste ayer ¿no? —dijo, cambiando el tema de conversación—; y es evidente que no te has dado un baño, apestas, Itadori.

—¡Qué cruel! —exclamó—. Tampoco he comido, estoy hambriento.

—¿Tienes tiempo libre después de «Historia del arte»?

Yūji intentó recordar el horario que había dejado olvidado en su dormitorio, sabía que su entrenamiento comenzaba a las dos de la tarde, eso le daba tiempo de al menos comer.

—Un par de horas —informó.

—De acuerdo, iremos a comer.

—¡De acuer…!

—Pero antes —interrumpió—; necesitas una ducha urgentemente.

Itadori exageró un puchero, pero no dijo nada; de todas maneras, se estaban comenzando a mezclar con los demás estudiantes de la clase. Aunque si era honesto, no sabía si debía compartir con su amigo los eventos sucedidos la noche anterior; Yūji aun no sabía cuál era la posición de Megumi sobre conocer a un tipo y acostarse inmediatamente con él para olvidarlo la mañana siguiente.

Decidió esperar a al menos que terminara la clase, los alumnos ahí adentro ya estaban sobre su asiento. Megumi tomó la mesa de la primera línea, Itadori se sentó en la silla de al lado. El aula era enorme, un anfiteatro para más de cien personas; la mesa era comunal para toda una línea de sillas. Tres en frente, a la derecha y a la izquierda. La fila detrás abarcaba para cuatro y de esa manera sucesiva hasta la última.

En medio del anfiteatro, estaban tres pizarrones verdes y un escritorio.

Itadori notó a la chica del día anterior en la entrada, la de cabello naranja y violenta. Se tensó al recordar el altercado con ella y bajó su cabeza para no ser notado; Megumi notó su porte y arrugó su entrecejo.

—¿Te pasa algo?

La chica se paró frente a su mesa.

—No, nada.

—¿Hay alguien ahí? —demandó saber la chica, dirigiéndose a ellos.

—No —respondió Fushiguro, sosegado como siempre.

—Bien.

La chica dejó caer sus pertenencias al lado de Yūji, sobresaltándolo un poco con la fuerza con la que lo hizo.

—Aquí me sentaré yo —informó.

El altercado del día anterior no dejaba su mente, ¿cómo la chica podía actuar tan natural?

—Soy Nobara Kugisaki —se presentó—. ¿Y ustedes?

—Oye, tienes agallas de venir aquí como si nada ha pasado —intervino Itadori.

—¿Qué ha pasado? —preguntaron Nobara y Fushiguro al unísono.

—¿Hablas en serio? ¡En la entrada! —la chica pareció pensarlo un poco—. ¡Ayer!

Kugisaki frunció sus labios pintados, pensativa.

—No recuerdo nada.

—¡Me insultaste! —exclamó.

—Quizás hiciste algo para merecerlo —regresó, como si fuera el hecho más obvio del universo—. Lo siento, no lo recuerdo, ¡quizás no causaste una gran impresión! —se encogió de hombros.

Era un caso perdido.

—Soy Megumi Fushiguro —se presentó su amigo.

Itadori exhaló, derrotado.

—Yūji Itadori.

—¿Ambos son de primer año? —preguntó la chica de cabello azafranado.

—Sí —respondió el pelinegro, señalándose con su pulgar agregó—. Arquitectura.

—¿Tú? —Nobara lo señaló.

—Beca deportiva —y luego agregó—: béisbol.

—Ah, ya veo, ahora que lo mencionas pareces un cerebro de músculo.

—¡¿Por qué me siguen diciendo eso?! —exclamó, aunque sin real molestia.

Fushiguro bufó y se rio entre dientes, Nobara lo hizo después; Yūji estaba por rebatir y demandar saber qué era lo que ser "un cerebro de músculo" figuraba; tal vez no era una connotación tan negativa, ¿no? ¡Los músculos eran atractivos! Cuando todos los estudiantes guardaron silencio al mismo tiempo que una serie de pisadas se escucharon venir de la entrada.

Miró su celular.

«11:00am» en punto.

—Oh, no tenía idea que él sería el profesor —comentó Kugisaki en voz baja.

—¿De qué hablas? Los presentaron a todos en la reunión introductoria. Satoru Gojo es el encargado de «Historia del arte».

Sus oídos sonaron, un pitido era lo único que se reproducía en su cerebro; porque ese nombre definitivamente no era lo que buscaba escuchar en su salón de clases.

—S-S-S… —no podía hacerlo, no podía decir su nombre en voz alta, no después de haberlo gemido la noche anterior.

No estaba pasando, esto definitivamente no estaba pasando.

Definitivamente no había tenido sexo con su profesor.

¿Cuál era la probabilidad que dos personas tuvieran el mismo nombre y apellido en una misma ciudad? Seguramente debía ser muy alta, Yūji no era un estadista, pero, por los dioses, vendería su alma si eso significara que el hombre albino con el que pasó la noche no era su mismo profesor en su nueva universidad.

Sus ojos, que habían encontrado solaz en el piso, en vivir en la dulce y paradisíaca ignorancia, se enfocaron en un par de mocasines negros parados frente a los tres pizarrones verdes.

Como si se tratara de una bandita, despegó su mirada del piso.

Ese cabello como nieve, sus extremidades largas y gráciles, dientes rectos y blancos como perlas y los mismos lentes oscuros que guardaban esas gemas como aurora boreal.

Y los mismos ojos de hielo que lo habían prendido en fuego en esa cama, que se habían deslizado por todo su cuerpo desnudo hasta ver lo más profundo de su alma expuesta; los mismos ojos que lo vieron venirse en un grito silente.

Yūji sentía que iba a vomitar.

La mirada de Gojo se posó en él y por una fracción de segundo, Itadori pensó haberlo visto sorprenderse; sin embargo, irrumpió en una sonrisa tan boba y grande como lo había hecho cuando se hizo el ingenuo con la recepcionista del hotel.

—¡Muy buenos días, mis queridos estudiantes! Mi nombre es Satoru Gojo y soy el maravilloso profesor encargado de moldear sus jóvenes y, seamos honestos —se encogió de hombros—, lentas mentes en cerebros cultos capaces de gobernar la siguiente generación.

Todos los estudiantes guardaron silencio sepulcral, nadie sabía cómo reaccionar hacia la insólita personalidad del profesor; mientras que Yūji solo podía preguntarse cómo había metido la pata tan profunda en su primer día de universitario habiendo tenido sexo con su profesor.

Su nuevo y perfecto inicio había durado hasta exactamente las once de la mañana.


¿Qué les pareció? Lo sientoo, lo sé, lo sé desde el inicio maté a Junpei ;3; no me maten. Aunque no parezca, la historia también es Sukufushi, prometo que saldrán mucho más (y juntos lol) en el siguiente capi.

Como última advertencia, si ya lo leyeron (no lo hice antes porque *cof cof* spoiler) pero esta historia tendrá relación profesor/estudiante, cabe recalcar que es estudiante universitario y por ende todos aquí son mayores de edad.

No duden dejar un comentario con sus pensamientos :D A excepción claro que sea un comentario lleno de odio hacia la pareja, en ese caso será borrado.

Así que espero que se queden conmigo en este nuevo viaje lleno de clichés, amo esta trama y creo que JJK la necesita con tanto sufrimiento en canon jojojo, espero que les alegre su día al leer ❤

Nos leemos luego~