Disclaimer:

Shingeki No Kyojin es propiedad de Isayama Hajime.


Advertencias:

Muertes de personaje. Fluff. Situaciones sexuales implícitas. Lenguaje adulto.


A veces lo sueñas.

Incluso luego del final, de su final, a veces, al cerrar los ojos lo ves a la distancia, en la lindera del pequeño bosque que rodeaba su cabaña.

Casi no te gusta dormir porque al soñar lo vuelves a ver y aunque para tu corazón siempre es un placer encontrar sus rasgos ligeros a la lejanía, los despertares siempre son crudos, cada cuál más terrible que el anterior.

Tu salud se deteriora con inusitada rapidez, notas luego de un tiempo (algunos años, pues prometiste seguir y vivir una larga vida) y aunque inicialmente quisiste ignorarlo Annie era demasiado entrometida y Armin exacerbadamente necio.

Accediste a darlo a conocer una tarde, y desde entonces todos parecieron perder la compostura.

Armin y Annie quieren que vivas con ellos en el pueblo, Levi asegura que te llevará a rastras de vuelta a la civilización, Connie amenaza con acusarte con Jean y Kiyomi dice que en Hizuru pueden ayudar, más te niegas a abandonar la cabaña.

La construiste tú misma (con algo de ayuda de Annie, Armin y Levi, claro) y te gusta la vida que llevas ahí.

A veces te visitan de dentro de las ciudades, y a veces tú los visitas ahí en sus lugares.

Arrullas a Carla Arlert, rubia y perfecta, que tan bien se siente entre tus brazos, bebes del té que las manos de Levi preparan y charlas con Connie sobre Jean y su fortuna en la ciudad central de aquel país del sur en el que todos eligieron quedarse, y aunque logras distinguir entre sus expresiones esa constante preocupación propia de las familias cuando algún miembro comienza el principio de su senda final, ellos no dicen nada.

Pasan los meses.

Un año más, y mientras cortas madera dentro del bosquecillo, con el invierno floreciendo esplendoroso, el primer estertor te hace resbalar.

–¡Mikasa! —Grita una voz conocida, muy conocida y antes de poder devolver el saludo, la negrura te traga.

Detrás de tus párpados lo descubres, observándote.

–Eren...

Él parece triste. —Prometiste vivir una larga vida.

–Lo estoy cumpliendo.

–Estás muriendo...

De pronto Eren deja de ser Eren y el rostro noble de Jean Kirschtein se materializa ante ti. –Jean...

–¿Hace cuánto que sabes que tus heridas ya no cierran?

–¿Cómo estás? ¿Llegaste de la capital recientemente?

–¡Mikasa!

Parece devastado y eso te aflige. ¿Cuántas veces no le has dañado ya y él sigue leal a ti?

Desde que Eren murió has aprendido a comprender mejor los sentimientos, los tuyos mismos y los del resto.

A veces por eso Annie te busca por consejo y es inverosímil y a la vez tan doméstico y simple que te derrites ante la familiaridad.

–Desde hace un tiempo.

–¿Y el resto lo...?

–Pedí que no te lo dijeran. Tienes deberes en la capital...

–Ya no más.

–¿Eh?

–Acabo de enviar una carta, con ayuda del Capitán —Jean aún conserva la costumbre de llamar a Levi por su rango, eternamente sujeto al respeto y lealtad que les inspiró aquel menudo hombre— he dejado mi empleo, me quedaré aquí.

–¿Conmigo?

Él se ruboriza. —Con el Capitán. Le ayudaré en la casa de té.

La conversación se aleja del tema de tu salud y lo agradeces silenciosamente. Te incorporas, sólo envuelta en un delgado camisón y Jean cortésmente te cubre los hombros desnudos.

–¿Eres bueno preparando té?

–Y cocinando también. Casi tan bueno cómo lo era matando titanes...—Ambos ríen.

Esa tarde Levi, Connie, Armin y Annie les visitan. Annie ha cocinado y es tan espantoso cómo dulce la forma en la que Armin halaga su sabor mientras ella y el resto tienen que hacer esfuerzos por no desmayarse. –La próxima yo cocinaré.—Declara Jean con semblante pálido.

–Por favor, soldado... —Susurra Levi y todos ríen.

Mientras Levi y Annie limpian, Connie y Armin arrejuntan madera para ti.

Tú sostienes a Carla contra tu pecho y le das esporádicos besos en su coronilla rubia.

–¿E Historia? —Preguntas de pronto y todos se silencian.

–Han llegado algunas cartas. —Dice Armin. —Vive junto a Rob e Ymir en las afueras de Karanness. Envía saludos para todos.

Carla gorjea contra tu oreja y tú sonríes.

–¿Y Pieck?

–Junto a Gabi, Falco y los Grice en Slava.

De pronto Carla suelta su primera palabra. Tu costado duele, pero es tal la calidez que engendra en tu pecho aquel gorjeo que le pasas por alto. –¡Mika, Mika!

Todos se regocijan.


La luna siguiente, las fuerzas te fallan pero envías cartas a Paradise, a Slava y pocos días después, las respuestas llegan junto a recuerdos dulces, amargos y saludos efusivos y la promesa de la última de los Braun sobre una visita para una buena nueva.

Ymir tiene una hermana nueva, la niña se llama Frieda y tú le envías de vuelta una carta aún más amplia y un colgante de plata que le robas a Levi de la tetería.

Jean se ríe cuándo ve a Levi reñirte una vez más por tan hórrido hurto.


–Parece que te gustan los críos...—Opina Annie mientras te ve sostener a Carla contra tu pecho y sonreír por las cartas provenientes de Slava.

–¿Por qué lo dices?

–Te enteraste que Pieck estaba en espera con su esposo slavés y te pusiste tan feliz cómo Carla cada que me sacó una teta.

Ríes. —Algo así. Venga, mira aquí, Carla...—Annie te sonríe y tú entierras tu nariz en los rizos dorados de la niña.

Quizás tenga razón la entrometida.

Te gustan los críos.


Los dolores aumentan.

La debilidad es aún mayor en esas fechas que en cualquier otra y Jean decide ir a vivir bajo tu mismo techo.

Sigue laborando para el Capitán, pero ahora la cabaña ya no está sólo habitada por ti y eso le brinda una tibieza agradable y acogedora.

Además subes unos cuántos kilos porque Jean no mentía, era tan bueno cocinando cómo lo fue, en su tiempo, matando titanes.


Gabi Braun, ahora Grice (lo repite y lo repite y eso te conmueve en demasía porque te has convertido en una vieja blandengue y sensiblera, ya no tienes el poder de negarlo) llega durante un Abril al sur, a tu cabaña y te comunica finalmente la buena nueva que te mencionó en sus misivas.

–¿De verdad? ¡Eso es genial, Gabi! Me alegra, me alegra, ¿Cuántos meses tienes ya?

Tiene tres y una graciosa barriguita asomándose a través de sus caderas. Carla resuella y tú sonríes. –Enhorabuena, Gabi, es una maravillosa noticia...

–Vosotros... Sólo os reproducís y crecéis... Sólo coméis y folláis, críos del demonio...—Suelta Levi con el té ya listo, pero discretamente pasa galletas de melocotón al plato de Gabi y todos sonríen y fingen no darse cuenta de que, cómo todos, el Capitán se ha vuelto un viejo blandengue y sensiblero.

–Los años siempre terminan pesando...—Canturrea Connie y Levi le dedica una de sus miradas asesinas marca familiar.

Sus ojos tormenta son despiadados pero en sus pómulos altos y pálidos un delicado rubor reluce.

–Comed ahora o os pondré a limpiar...

Y de pronto le sale de nuevo la voz de Capitán, y de pronto, todos vuelven a ser los cadetes de la legendaria 104 y obedecen diligentemente.


Los despertares empeoran.

Las pesadillas vuelven cómo una tempestad y son tan terribles que en más de una ocasión Jean te encuentra en el suelo tras haber caído de la cama.

Decide velar tus sueños e ignora tus negativas.

Las noches se vuelven pacíficas nuevamente.

Al menos por un tiempo.


Dos lunas luego de aquello, mientras lloras dentro de su abrazo a causa de la última pesadilla que te azotó, le pides que duerma contigo.

En tu cama.

Sólo entonces las pesadillas desaparecen.

Eren, en tus sueños, te sonríe satisfecho.


Hacen el amor cuando el verano llamea esplendoroso.

El placer que te invade al sentirle dentro es tal que gritas su nombre y Jean te mira de esa forma que suele mirarte, entre devastado y maravillado y entonces tú le miras igual y le besas.

Sus manos son cálidas, suaves. Su cuerpo, perfecto. Cuando te abraza al terminar, dónde toca no duele a pesar de las heridas sin sanar y te dices que aquello tiene que significar algo pero que estás bien sin averiguar el qué de todas formas.

Eren deja de aparecer con tanta frecuencia en tus sueños.

Lo sustituye un niño de cabello negro y ojos miel.


El embarazo te pone los pechos pesados y la piel irritable y Annie es quien se encarga de guiarlas a Gabi y a ti en aquel desventurado episodio de náuseas y líbidos altos.

Jean te besa con dulzura, te alimenta con presteza y te folla con devoción y durante nueve meses eres quién quizás siempre debiste ser de no haber sido por la cruel encrucijada en la que se transformó tu vida a los ocho años.

A veces, mientras Jean duerme a tu lado, tu acaricias tu barriga y sonríes. En tus sueños le dices al Eren que a ratos se aparece por ahí que estás cumpliendo tu promesa. Y él te observa, redondeada y radiante y te sonríe, feliz.


–¿Se supone que así tiene que doler? ¿Annie? —Gritas y todo parece desgarrarse porqué duele mucho, porqué duele demasiado mientras el bebé en tu interior se abre camino y tu pujas y pujas.

–Sí, justo así. Ahora, ¡puja de nuevo!

Venciste a mil titanes, venciste a la milicia elite de Marley, venciste a los Jaegeristas, pero claro que podrás... ¡Oh!

Te echas a llorar y lloras aún más cuando Annie anuncia orgullosa y fiera que lo lograste.

Y que es un niño.


Es Jean quién lo nombra y ese nombre ya no te duele, ni te pone melancólica.

Eren tiene el cabello negro y los ojos dorados y es tan hermoso que te es imposible dejar de mirarlo.

Le amas, y mientras Jean le acomoda en su cuna, se lo dices a él también.

–Te amo.

Él se queda piedra unos segundos. Te observa con ojos luminosos.

–Te tomaste tu tiempo.

Los dos ríen.


Rei Grice es tan morena cómo su madre y tan dulce cómo su padre y ella, y Eren de pronto de hacen inseparables y eso te parece una especie de ensueño, tan feliz, tan hermoso que Jean tiene que repetirte cada noche que no es un sueño, que aquello es real.

–¿Real?

Sus ojos rezuman amor.

Asiente.

–Real.

Tú se lo crees.


Los sueños se han ido.

Durante cuatro años tu vida se transforma en uno, y tu decididamente cumples la promesa que hiciste haría ya tanto.

Eres feliz.


La mañana siguiente de que los sueños retornen, los dolores lo hacen también.

Mientras veías juguetear a Eren y Rei en el arroyuelo de aguas cristalinas ante la cabaña, te paraliza inmisericorde.

Tropiezas y Eren y Rei gritan tan alto y tan fuerte que Jean que volvía junto a Levi del trabajo, se da cuenta de que algo malo pasa y corre y te alcanza a sujetar antes de que la inconsciencia te devore.

Lo observas echarse a llorar mientras te lleva en brazos al interior de la cabaña.

Tras ellos, Levi sujeta a Eren y Rei con brazos fuertes, pero la mirada que les dedica, tormentosa y gris, es tan quebradiza cómo la voz misma de Jean que no para de llamarte.


Kiyomi anuncia que les visitará y el resto llega poco después.

Eren y Rei se quedan bajo el cuidado de Levi, mientras Falco y Gabi van en búsqueda de Kiyomi al puerto.

Ya no puedes levantarte de la cama y la comida ha dejado de poder mantenerse dentro de tu estómago.

También te cuesta mantenerte despierta, y mientras Levi se encarga de los niños, Jean se encarga de ti.

El dolor es tal que a veces casi no puedes reprimirlo, y gritas mientras Jean te asea o te alimenta.

Las madrugadas se vuelven largas, tortuosas.

Annie y Armin dejan a Carla también bajo el cuidado de Levi y dividen su tiempo entre dirigir la tetería y ayudar a Jean, que a éstas alturas parece más muerto que vivo.

No querías aquello, nunca quisiste lastimar a Jean, jamás a Jean, piensas mientras le observas dormitar en una silla junto a su cama, no querías aquello.

Eras tan feliz, tan feliz... Estabas viviendo una vida larga y feliz, ya no sólo por la promesa a Eren, sino porque... Porqué amabas aquello. Amabas a Jean, al pequeño Eren, a quiénes compartieron contigo el infierno y a cambio se ganaron el cielo.

Amabas tu vida larga, pacífica y tranquila en tu cabaña junto a los tuyos.

No querías aquello, te repites, mientras limpias delicadamente las lágrimas que Jean derrama entre sueños.

Jamás quisiste aquello.


Kiyomi llega poco después con un médico de Hizuru, el más prominente, aquel que se encarga de velar por los Azumabito y éste solo hace acto de presencia para anunciar lo que ella ya sabía.

–Sobrevivió más tiempo de lo que hubiese esperado en mis mejores pronósticos, señora Ackerman...

–Kirschtein. —Dices, pasando por alto lo otro. El médico parpadea, confundido. —¿Perdone usted?

–No soy Ackerman, me apellido Kirschtein. Cómo mi esposo.

Sonríes a Jean quién te mira, devastado.

—Soy consciente de mi situación y agradezco el que hayáis venido hasta aquí, señora Kiyomi, señor médico... Supongo que esto es todo, ¿no?

Kiyomi luce auténticamente afligida. –Permitid que os invite a cenar. Mi esposo en compañía con mi Capitán cocinan magníficamente. Seguramente el viaje os tiene famélicos...

Aceptan.

Aquella noche todos se sientan en tu mesa y cenan codo a codo, unidos como aquellos instantes fatídicos en los que el mundo se volvió el infierno, pero ahora no comparten penas y armas, sino el pan, la sal y conversaciones ligeras.

Eren parece desanimado y se cuelga a tu brazo tan pronto Levi les lleva a él, Rei y Carla de vuelta.

–¿Te has portado bien con el Capitán?

Eren asiente. —Nos ha enseñado a cocinar galletas. Te he preparado unas cuántas, para que te cures y no te enfermes más, mamá...

El silencio reina en ese instante la estancia. Tú, sin embargo, sonríes y pruebas una. Es deliciosa y se derrite en tu boca. –¡Vaya! Me siento mejor de pronto...—Las expresiones de tu hijo, de Rei y de Carla son tales... De pronto los tres niños te dan desesperadamente de sus galletas, aquellas que cocinaron instruidos por el Capitán.

–¿Te sientes mejor de verdad, de verdad tía Mikasa? —Pregunta Rei y tú asientes.

Las charlas vuelven cuando Annie, decidida a mantener los ánimos arriba solicita una de esas maravillosas galletas.

Las alaba a consciencia y opina que todos deberían probarlas. –Son tan deliciosas que es normal que hayan curado a Mikasa de su enfermedad...

Los niños vuelven a sonreír y esas sonrisas contagian de pronto al resto.

Aquella noche entre galletas y risotadas infantiles y emocionadas los guerreros, los soldados, los héroes del mundo renacido comparten con ella unos últimos instantes antes del irremediable final.


Le haces una última vez el amor a Jean.

Unidos, cómo estaban no te queda más que agradecerle y disfrutar de llevarlo al éxtasis una última ocasión. Él al principio luce renuente. Te toca con mesura, te acaricia con delicadeza ... Hasta que le rodeas el rostro, te montas encima suyo y te remueves con fuerza, diciendo su nombre, rogando a por él. Es cuándo él abandona esa faceta suya de amante endeble pues te coge y te devora y tú te sientes plena una última vez recibiéndolo en ti, antes de abrazarlo, antes de sostenerlo contra tu pecho marcado

Las hematomas son enormes, y piensas que te dan un aspector terrible, pero Jean las besa y te llama hermosa.

Te acuna, te estrecha y tú sonríes.

–Gracias. —Dices luego de sentirlo dibujar sobre tu piel un mensaje. —¿Por qué?

Jean te mira en la penumbra apenas cortada, sus ojos miel brillan incluso más que la luna afuera de tu, de su cabaña.

–Por ésta maravillosa vida.

Ambos lloran.


El cielo está despejado, un maravilloso escenario multicolor. El viento agita tu cabello, mientras llevas de la mano a las dos personas que endulzaron los últimos años de tu existencia.

Eren dice que te lleva más galletas para darte cómo medicina. —Ya te ves mejor, mami. —Opina y Jean coincide.

Tú simplemente le sonríes.

Esa tarde Jean ha pedido el día libre a Levi, pues irán al arroyuelo a jugar.

Eren no se cansa nunca y verlo juguetear sobre los hombros de Jean, verlos a ambos reír tanto que se quejan de dolor de tripa te entibia el pecho.

Luego de largas horas, Eren corre a ti, empapado y agotado, y feliz también y tú le acunas cómo cuándo era sólo un bebé y besas su coronilla cómo ya ha hecho mil veces.

–Mami... —Susurra contra tu mejilla. —Te quiero.

Sonríes. —Y yo a ti, mi amor... —De pronto todo comienza a hacerse borroso, más ligero, más frío.

Jean llega hasta a ti, sabe que es hora. Eren parpadea, confundido, perplejo. Saca desesperadamente otra galleta pero al verte sabe que las medicinas ya no funcionarían.

Esos hermosos ojos suyos se llenan de lágrimas.

Jean te sonríe, te da esa mirada que siempre te dio, entre devastado y maravillado. —Soy tan feliz...—Susurras. la voz se te ha ido. La vida está por hacerlo también, pero quieres decírselo, decírselo de todos modos aunque ya no haya ni voz, ni tampoco vida dentro de ti. —Soy tan feliz... Parece un sueño...

Jean sonríe y llora, y llora y sonríe. Eren está sollozando sobre tu regazo, y su peso es cálido y maravilloso, y en ese momento, en ese preciso instante todo lo es. El cielo multicolor, el cantar del agua, el murmullo del bosque, la presencia de los tuyos ahí, contigo... Una larga y feliz vida, prometiste y eso cumpliste, y fuiste feliz, feliz cómo si acaso se tratase todo del más maravilloso y dulce de los sueños.

¿Real?

Jean te lo dice una última vez. —Real, mi amor.

Te vas entonces con la luz del día, del último de tus días rodeada de amor, envuelta en amor.

Del otro lado estaba él, pero ya no era el joven roto, ni aquel monstruo que tú alguna vez terminaste con el filo implacable de tu acero.

Es el niño que conociste, que te espera bajo el árbol con un montón de leña a medio cortar. —¡Te tardaste bastante!

Te tiende un montón de ramitas.

–¿De verdad? —Preguntas, mientras él se recuesta en el césped, rodeado de flores.

–Un poco. Mira, aquí. Aquí es un buen lugar...—Dice el niño. Te hace un sitio. Tiene unos cuántos años más que tu precioso Eren de mirada de miel y te hace sonreír que, cómo él, éste Eren parece que a ratos se ahoga con su cháchara.

–¿Para qué?

–Pues para que me cuentes...

–¿Sobre qué?

–Pues... Sobre todo. ¿Cómo fue tu vida? —La promesa. La voluntad que le ganó a ésta, tantos veranos de la más absoluta felicidad, la cabaña siendo llenada, tu vientre redondeado bajo las manos tiernas de Jean que parecía siempre devastado y maravillado al mirarte.

El pequeño Eren se recarga contra ti.

–Pues...—Su cabello te hace cosquillas en la nariz. Le acunas tal cuál hiciste con Carla, Rei y Eren antaño. —Pues fue larga, muy larga y muy feliz.

Fin.A veces la vida puede llegar a ser tan dulce cómo un sueño.Shingeki no Kyojin me dio tanto, y ahora, a pocos días de su final sólo puedo decir gracias.Gracias Hajime, y gracias a todas ustedes por tantos años de apoyo.Lotty, Ed, Maka... gracias.Con amor, S.