Todo lo verdaderamente malvado empieza por algo inocente.

Ernest Hemingway

Era el séptimo hijo nacido en el seno de una familia de pobres campesinos; habría tenido unos ocho o nueve años cuando se presentó en la miserable granja en la que transcurrieron los primeros años de su vida un siniestro hombre…Un viejo juez sin hijos ni familia, quien poseía una reputación de absoluta ruindad bien conocida por todos en aquella comunidad.

Y sin embargo, no hubo objeción alguna por parte de sus padres en cuanto este personaje dejó sobre la mesa un puñado de monedas de plata, para luego señalar en dirección suya: Fue así como de su taciturno padre recibió la orden de marcharse con aquel hombre.

Su hermana Alma, la única persona en dicha granja que había cuidado de él, rompió en sollozos ante semejante anuncio, rehusando a dejar ir al pequeñuelo: Pero ella no era más que una chiquilla enfermiza, débil, que no pudo impedir que la cruel voluntad del juez se cumpliera.

— ¡Es tan pequeño que ni siquiera se acordará de nosotros apenas comience a vivir con el señor juez! —Trataba inútilmente de consolarla su madre—. ¡Así es mejor! ¡Así al menos no se morirá de hambre como nosotros! ¡Su vida será mejor, más feliz!

— ¡Hermano! ¡Hermano, vuelve por favor! —seguía llorado la muchacha mientras el pequeñuelo era conducido dentro de una negra carroza tirada por un burro, la cual no tardó en perderse en medio de las tinieblas de esa noche triste, sin luna.

— ¡Desde hoy serás mi hijo! ¡De ahora en adelante llevarás mi apellido, y jamás te acordarás de haber sido alguna vez un vulgar campesino muerto de hambre!

Pero él sí que se acordaba. Sí que sería acordándose conforme fuera pasando el tiempo viviendo en la sombría residencia del juez malo, una casona vieja donde reinaba un silencio constante.

Sí que seguiría acordándose mucho tiempo después de su querida Alma. Seguiría recordándolo por mucho tiempo más a lo largo de los infelices días que siguieron.

Una vieja institutriz fue llamada a la casa para educarle: Ella le enseñaba aritmética, literatura y religión; se trataba de una mujer horrible, parecida a una bruja tanto en el aspecto como en la personalidad, ella le golpeaba con una regla de madera la mano cada vez que olvidaba la lección, adquiriendo una suerte de pérfida satisfacción cuando obligaba al chico a guardarse las lágrimas por medio de amenazas; de vez en cuando fingía acariciarle y darle besos en la frente y la mejilla, estando cada uno de esos besos acompañado de un pellizco, un tirón de orejas, y un comentario de desprecio:

—Ay de ti que digas nada, ¡Ay de ti que me acuses de cualquier cosa! ¡Al infierno te vas a ir, pequeño miserable, y allí las arpías te sacarán ojos!

Una vez llegó incluso a morderle la oreja izquierda: Se la hizo sangrar, como si hubiera querido arrancársela.

Y le sonreía cruelmente al verle llorar, al verle encogido en un rincón de alguna pieza, como un animal acorralado.

Varias noches, en la soledad de su cuarto, el niño había sollozado amargamente, sin que nadie viniese a brindarle consuelo. Sin ninguna mano gentil como la de Alma, para brindarle un poco de cariño en medio de tanta infelicidad: El juez era totalmente indiferente, y aunque él se hubiese llegado a enterar de cuán perversa era realmente esa institutriz que había contratado, no habría hecho nada al respecto. Inclusive pudo haberla felicitado, puesto que él consideraba que era de esa forma cruel en la que los niños debían formarse, que aprendiesen desde muy temprano a saber cuál era el lugar que les correspondía, y él hubiese preferido que ese heredero suyo se convenciese de que no valía nada realmente antes que despertar en él cualquier clase de arrogancia peligrosa, propia de quienes están próximos a rebelarse.

En verdad que aquel pobre chiquillo era mucho más desdichado que antes.

— ¡Alma querida! ¡Hermana, ven por mí, por favor! —sollozaba en voz baja una noche, encerrado en su habitación.

En medio de aquel llanto, se sorprendió de escuchar una música lejana: Una música alegre, tan maravillosa que a pesar de su temor no pudo evitar asomarse a través de la ventana y divisar cómo es que en una arboleda aledaña a la casona del juez tenía lugar un singular desfile, en el cual eran participes numerosos animales del bosque, los mismos que eran liderados por una preciosa muchacha de cabellos color turquesa.

— ¿Alma? —Preguntó el chico en voz alta, creyendo reconocer en dicha aparición las facciones de su hermana—. ¡Oh, Alma querida! ¡Déjame ir contigo, por favor!

El niño quiere salir a toda prisa de aquella habitación, pero la puerta ha sido cerrada con llave desde afuera, aumentando su angustia conforme el sonido de la música va perdiéndose en la distancia.

— ¡Alma! ¡Por favor no me dejes! —exclama el muchacho, quien dejándose llevar por su desesperación, intenta huir por la ventana, entrelazando las blancas sábanas que cubren su lecho a fin de improvisar una suerte de cuerda.

Sin embargo, en pleno descenso, las sábanas se desanudan abruptamente y el niño cae con una violencia tal al suelo que ese bien podría haber sido su final.

—Alma… ¡Alma, hermanita, no me dejes! —apenas alcanza a mascullar el chiquillo, antes de perder el conocimiento.

Lo que sigue es oscuridad y silencio.

Por unos segundos, él niño cree divisar una débil luz a la distancia, e intenta correr hacia ella.

Sin embargo, una blanca mano le detiene del brazo, al tiempo que le dice con voz suave:

— ¡Espera, hermanito: No es tu momento de ir para allá todavía…!

Es la voz de ella, Alma, su hermanita querida.

Pero no puede verla por ninguna parte.

Como en una especie de sueño del que uno no se despierta del todo, el chico nota la presencia de una criatura a su lado: Una preciosa cabra de pelaje turquesa, que parece estar cubierta por numerosas gotas de rocío.

Haciendo un esfuerzo, el chico extiende su mano hacia la cabrita, a fin de acariciar su cabeza, todavía no del todo convencido de la realidad de semejante aparición.

—No debes morir todavía. ¡Debes vivir, por favor! —escucha el muchacho decir a la voz de su hermana mayor, sin todavía verla en ninguna parte.

Luego, él pierde el conocimiento una vez más.

Para cuando recupera el sentido, el chico se siente invadido por un profundo dolor, encontrándose a sí mismo postrado sobre su lecho en su habitación, todo cubierto de vendas.

Alguien entra entonces a dicha pieza; se trata del juez malo, quien en esos momentos se presenta ante él con la cara toda roja, hinchada por la ira, echando chispas por los ojos de una forma tal que su mirada es como el de un demonio:

— ¡Así que por fin te has despertado, estúpido! ¡Por fin regresas a este mundo del país de los sueños!

Sin piedad alguna, el juez malo apoya la punta de su bastón sobre la pierna izquierda del muchacho, presionando los vendajes con suma crueldad al tiempo que habla; su tono es de una absoluta sorna y sádico deleite:

— ¡Si lo que quieres es morirte, sólo dímelo y yo haré realidad tus deseos, pequeño imbécil! ¿Tienes idea de cuánto va a costarme tu travesura de anoche? ¡Dime, si lo sabes!

El niño chilla de dolor, y el juez malo deja acalla esos quejidos por medio de una serie de bofetadas:

— ¡Ingrato! ¿No te he dado acaso una vida mejor que la que tenías en esa miserable granja de la que te saque? ¿Acaso quieres volver allí, para morirte de hambre? ¡Habla, estúpido! ¿Quieres volver allí?

El niño está aterrado; por mucho que quiera decir que sí, es más grande su miedo. Y sólo es capaz de rezongar un sollozo entrecortado, antes de que el juez malo le aseste otra bofetada en el rostro.

—Ahora me doy cuenta que he sido demasiado bueno contigo…—exclama aquel malvado anciano, sonriendo con desprecio—. ¡Pero desde hoy eso cambiará! Oh, desde hoy las cosas serán muy diferentes para ti, mocoso… ¡Ya lo verás!

De un portazo, el juez malo procedió a abandonar la habitación del chico, quien se queda temblando sobre su cama.

"Alma vendrá por mí, a salvarme de este lugar horrible…" intenta convencerse a sí mismo el muchacho, pensando en aquella encantadora niña de cabellos turquesa. "Yo sé que fue ella quien me salvó de morir… ¡Sé que ella tarde o temprano vendrá a salvarme!"

Han puesto barrotes en la ventana de su pieza, hecho que la vuelve similar a una prisión.

En cierta forma, eso es lo que aquella horrible casona siempre ha sido para él, una horrible prisión.

La vieja institutriz se ha vuelto doblemente mala con él, si acaso tal cosa era posible. Ahora ya ni siquiera se molesta en disimular en lo más mínimo su crueldad, regodeándose en ella con la aprobación del infame juez.

Aumentan los golpes, los castigos, mermándose lentamente la voluntad del niño, quien pese a todo sigue aferrándose a su esperanza, anhelando escuchar nuevamente alguna noche la alegre música de los habitantes del bosque, liderados por su querida hermana Alma.

A veces, en sueños, vuelve a aparecérsele nuevamente una cabra cerúlea cuyo pelaje está cubierto por diminutas gotas de rocío.

Son sueños hermosos, pero demasiado fugaces.

A veces el muchacho quisiera no despertar nunca.