Mientras la silla se reclina, Harry Potter cruza sus brazos sobre el pecho y suspira, observando los papeles en su escritorio.

Sinceramente, no sabe qué hacer. La investigación ni siquiera es su campo, por el amor de Dios, y este...es un caso complicado.

Desde la guerra, la vida no había sido color de rosas. No, por supuesto que no. Todo lo contrario, la verdad. Las muertes habían calado hondo en él. Al fin y al cabo no era más que su culpa. Aunque ya, en esos momentos, no podía hacer que le importaran. Ya no. Solo quería jodidamente vivir.

Pero no podía. Todos querían un pedazo de su persona. Si salía en público las alabanzas no se hacían esperar, o el pedido de explicaciones, por qué había sido así, por qué no. No podía hacer nada, absolutamente nada, sin siquiera una sola persona tras él. La gente que se le acercaba con la intención de querer formar parte de su vida, terminaba vendiéndolo. O tratando de empaparse con su gloria. Una de dos.

Y por eso, lo han destinado a trabajo de escritorio. Las personas no lo dejaban performar sus misiones en paz. Sus incompetentes compañeros lo empujaban hacia el peligro como si fuese malditamente inmortal y ¿los atacantes? Obviamente debía ser un honor morir tratando de asesinar al que derrotó al jodido Voldemort. Manga de inútiles.

También, por las mismas razones, su círculo cercano no había cambiado nada al pasar de los años. Bueno. Sí. Había cambiado bastante, debido a la ausencia. Aquella que le pesaba como un ancla al corazón, y por la que se había alejado de todo, y de todos. Casi como rehuyendo de la realidad.

Da vuelta la hoja, encontrándose con la última víctima. Todas mujeres. Altas, jóvenes, esbeltas, estilizadas y muy importantemente registradas en el ministerio con varitas con núcleo de fibra de corazón de dragón. Por lo tanto, mujeres que contenían magia poderosa.

Vuelve a suspirar. No hay más que eso. Ni un patrón, ni un lugar, ni fechas que conectar. Nada. Es como si el atacante se hubiese esfumado. Sonríe.

Bastardo inteligente.

Los principales sospechosos son Mortífagos, o hijos de Mortífagos. Porque, obviamente que lo serían. Él también desconfiaría de ellos si fuese la misma persona que hace diez años atrás. Ese niñito estúpido e iluso que creía que en el mundo todo era negro o blanco. Que la justicia siempre vencería. Que el amor podía con todo.

Bueno, adivina qué, Sherlock, las cosas no son jodidamente justas, y nadie te debe una vida feliz.

Suspira de nuevo, esta vez levantándose y encaminándose hacia la ventana, sacando un cigarrillo desde su túnica. No puede ser. No un Mortífago al menos, porque los únicos restantes al menos en Inglaterra son Draco Malfoy, quien no es nada más que un mero pocionista que a veces colaboraba con los Auores, y Gregory Goyle que está retirado de la magia, viviendo sus días en algún lugar del Londres muggle. Además, los hechizos que se dictaminaron que fueron hechos sobre las víctimas al ser secuestradas, ninguno de los dos tiene permitido hacerlos, debido a la restricción mágica luego de sus juicios. Que no solo rastrea desde su varita, si no desde su locación, cualquier uso de magia indebida.

Vuelve hasta su escritorio, anotando aquello para descartar esa teoría frente a sus supervisores, mientras el cigarro sigue entre sus labios, y por la esquina de la boca deja salir el humo.

Las fotos y los cadáveres de las chicas no son agradables de ver, pero él apenas pestañea al echarles una mirada. La piel está desprovista de color, la sangre ha sido completamente drenada desde su cuerpo y en sus rostros existe una expresión de puro horror. ¿Cómo?

Debe hallar alguna teoría. Algo que decir cuando sus jefes pregunten, a él, el experto en Magia Oscura de su departamento, qué podría haber hecho que las muchachas hayan perdido cada mililitro de su sangre, sin indicaciones de que fuese un vampiro. Sin heridas. Fuerza física. Cómo.

No existía algún hechizo conocido que lo hiciera, mucho menos una poción, a pesar de que sí existían algunas que se elaboraban con sangre. Pero no para drenarla. ¿Y por qué esas mujeres? A la vista de todos, no tenía sentido.

Decide que lo mejor para comenzar a descartar posibilidades, es arreglar una reunión con el consultor de pociones criminalistas, quien es, irónicamente, Draco. Casi, casi, lo hace sonreír de nuevo.

Nota enviada a Shacklebolt y Robards, cierra el archivo. No tiene caso anotar nada más. Nada está completamente claro.

Además, ¿por qué? Esa es otra buena pregunta que le harán. ¿Por qué alguien querría hacer algo así? No existen signos de violencia física en los cadáveres, ni violencia sexual, por lo que la simple idea de que fuese un pervertido estaba descartada. No habían habido compras misteriosas de ingredientes, al menos dentro del marco legal, a la que podría relacionársele. Siquiera sus soplones dentro del negocio habían registrado algo. Tampoco constancias de magia inusual. Ni una migaja. Un hilo del que tirar.

Decide, finalmente, no darle más vueltas. Al fin y al cabo, no había habido otra denuncia desde hace un mes atrás, luego de que semana tras semana hayan sido reportadas desapariciones y hallazgos de cuerpos sin vida. Mientras no sucediera nada nuevo, sus jefes no estarían tras él, exigiendo cerrar un caso que no tenía cómo, sin mentir un poco.

Quizás, la mejor opción es ir a casa.

Aunque esa es una extraña cosa en la que pensar. Cuando la gente dice que volverá a casa, se suele pensar en un lugar acogedor en el que descansar y dejarse ir. Un lugar de ensueño, algo de confort luego de un largo día.

Harry nunca había tenido algo así, talvez salvo Hogwarts. Que en estos momentos solo le traían recuerdos malos, todos manchados de un tinte amargo en el que cada bueno momento que pasó allí, se veía ensombrecido por alguna u otra cosa. Cada uno.

Así que cuando decía que iría a casa, no se refería a un hogar, a un descanso. No. Se refería a las oscuras y frías paredes de Grimmauld Place, las cabezas de elfos colgando de las paredes, la magia oscura en el aire y la ocasional compañía de Kreacher. Seguía siendo mejor que estar rodeado de gente hipócrita.

La infraestructura aparece ante él luego de un momento y se adentra por la puerta de forma inconsciente, la oscuridad acechándolo un segundo antes de encender la luz. Apenas se sobresalta ante la mirada penetrante de Kreacher, quien está frente a el pelinegro apenas la claridez ha vuelto a la casa.

—Buenas tardes, Amo —dice agachándose hasta que la ganchuda nariz toca el suelo—. Un amigo suyo ha querido pasar hoy. Decía que quería hablar con usted, Señor.

Harry lo observa, con algunos mechones de pelo colándose entre su visión. Se retira la túnica, tendiéndosela, y Kreacher vuelve a hacer otra reverencia.

—¿Lo dejaste entrar? —pregunta, sin voltear a verlo, comenzando a dirigirse escaleras arriba.

—No, amo.

—Bien —la palabra "gracias" está a punto de dejar sus labios, pero sabe lo mucho que el elfo odia ser reconocido por sus acciones, así que simplemente asiente—. Avísame cuando la cena esté lista.

No recibe respuesta, y él tampoco la espera, así que se encamina hasta su habitación. Eligió la más cercana a las escaleras, así no debe transitar la casa más de lo necesario y que las memorias de Sirius lo ataquen de manera indeseable. Aunque, sorprendentemente, es una de las piezas más amplias, así que son dos pájaros de un tiro.

Apenas abre la puerta, ve una lechuza picoteando su ventana. No la reconoce. Quizás debe ser la respuesta a la reunión así que la deja entrar, para tomar la carta.

No. El remitente dice "Ronald Weasley, URGENTE".

Por lo tanto, con mucha calma, la deja entre la pila de cartas no leídas a un lado de su escritorio, de gente que desea que vuelva a ser quien era. De personas que anhelan volver a tenerlo. No está interesado.

Al contrario, saca una pluma y un pergamino para comenzar a escribirle a Draco Malfoy, informándole de la reunión. No. Aún no ha sido aprobada, pero lo más probable es que así será, y sinceramente, no quiere tener que esperar mucho para programar una fecha.

No es la primera vez que trabajan juntos, la verdad. Podría ser fácil la décima. Y es que honestamente, el rubio era muy bueno en lo que hacía y Harry no confiaría en otra persona a la que consultar.

O quizás, solo quiere verle el tiempo suficiente para grabar sus facciones en su memoria y utilizarla cuando esté solo y caliente por la noche. Quién sabe.

Porque nadie hubiese previsto lo buenísimo que se pondría el muy hijo de puta. O mirando hacia atrás, quizás siempre lo estuvo, solo que ahora era muy consciente de ello. Conservando esas facciones afiladas, los pómulos altos y esos jodidos ojos grises, con esos labios que a Harry le daban ganas de besar, morder, hacer sangrar y que de ellos salieran ruegos. El cuerpo alto y pálido al que quería marcar, hacerle retorcerse entre las sábanas, temblar hasta que olvidara su nombre. Cabellos rubios que solo deseaba jalar, mientras lo doblaba bajo suyo, Draco implorando clemencia.

Sí, ese tipo de cosas le hacían llamarlo más seguido de lo que era necesario.

Sacando de la jaula a la lechuza que consiguió luego de la guerra y atando el papel a su pata, la deja partir por su ventana que permanecía abierta, y comienza a retirarse sus ropas.

No va a recibir respuesta. Tal vez es mejor así.

De pronto, se da cuenta de que no tiene mucha hambre. Que lo único que quiere es dormir. Dormir hasta la próxima semana. O el próximo mes. O hasta el próximo año. O todo lo que le restaba de puta vida.

No tiene la energía suficiente para avisar a Kreacher que ese día, no lo acompañaría a cenar.

Tal como lo presupuestó, la reunión tomó lugar una semana después de que haya enviado la nota a sus superiores.

Así que allí estaba, con su usual túnica de Auror y su cabello recogido en una coleta baja, frente a un Draco, que como siempre, estaba vestido de la manera más elegante y estilizada, los mechones rubios llegando hasta su mandíbula. Robards le había asignado a una supervisora que le reemplazara, porque él no podría estar presente durante la junta y Shacklebolt, como siempre hacía, delegó a un don nadie para que tomara su cargo al estar allí. Sinceramente, no tenía mucho sentido. Simplemente podrían haberlos dejado a ambos trabajar solos.

Porque desde que había pisado la sala de conferencias, la mujer no había parado de mirarlo y coquetear con él, mientras que el otro, no hacía más que asentir o negar ocasionalmente cuando se le hacían preguntas. Era francamente irritante.

—Así que... —habla la mujer nuevamente, seguramente tratando de desviar el tema por décimocuarta vez desde que llegaron— ¿Es cierto que volviste a escapar a la muerte en tu última misión, y para cuidarte te retiraron de tu puesto de Auror?

Harry deja de anotar y la mira tras sus lentes, en silencio, tratando de que comprenda que no quiere hablar. Que no quiere hablar con ella. Pero la joven solo lo mira con los ojos bien abiertos y una sonrisa de oreja a oreja, enroscando uno de sus mechones de pelo en un dedo, en lo que supone, trata de ser seductoramente.

Puede sentir la mirada de Draco sobre ambos, dura, así que se obliga a responder.

—No.

Vuelve la vista a los papeles, y siente como la mujer suelta un suspiro. Se pregunta si finalmente se va a rendir. Han estado repasando durante la última media hora los antecedentes para conectarlos con alguna poción en los que haya podido ser utilizada la sangre y en alguna que podría haber hecho drenarlas desde sus cuerpos. Esperaba que pudiese seguir investigando en silencio.

—Oh, comprendo, me imagino que alguien tan capaz, guapo y--

Está a un pelo de soltar un suspiro cansado, cuando el ojigris se levanta de su asiento, haciendo un ruido sordo al colocar las manos sobre la mesa y mirándola con los ojos llameantes. Una pequeña vena sobresale desde su cuello y sus brazos están tensos, haciendo presión contra la superficie de madera. Harry apenas se sorprende, como las otras dos personas, mejor aún, se da el lujo de observarlo a detalle. Luce jodidamente caliente enojado.

—Apreciaría un poco de silencio —le espeta entredientes.

—No estoy hablando fuerte —responde ella, en un intento de ser desafiante pero escuchándose como un pequeño cachorrito. Harry casi se ríe en su cara.

—Me da igual si estás susurrando. O te callas. O te vas —luego mira directamente hacia él, elevando una ceja altanera—. ¿Está de acuerdo, Auror Potter?

El ojiverde levanta otra ceja en respuesta, la comisura de su boca subiendo casi imperceptiblemente y conectando su mirada en lo que parecieron horas, mientras la temperatura de la habitación no hacía más que subir. Mirándolo con fiereza. Con hambre. Entrelaza las manos sobre la mesa, porque si no lo hace, se siente muy tentado a apretar su polla por sobre el pantalón, que acababa de dar un leve salto al ver como Draco se lamía los labios.

—De acuerdo.

El rubio vuelve a sentarse, lentamente, sin cortar el contacto visual, mientras el otro hombre carraspea y la mujer retorna la vista a los archivos entre sus manos, en silencio. Harry no ha bajado la ceja aún, apretando aún más sus manos juntas. Merlín, lo que daría por subirse a la mesa y follarlo ahí mismo. En ese preciso momento.

—Bien.

La reunión termina con un listado de posibles hechizos que retiran el núcleo mágico de las víctimas y podrían llegar a ser adaptados al origen de los crímenes y un par de pociones que suelen drenar el aura y que quizás pudiesen haber sido dada a las víctimas con algunas modificaciones para lograr su cometido. Aunque en ninguna de ellas haya sido detectada algún elemento extraño.

Cuando las personas ajenas a ellos dos salieron del cuarto, el pelinegro alcanza al rubio antes de que se fuera, tomando su muñeca con posesividad, cerrando sus largos dedos sobre la pálida piel y haciendo que Draco suelte un escalofrío, mientras se devuelve a la sala, cerrando la puerta atrás de ellos.

El ojigris tiene puesta una sonrisa petulante, como si hubiese estado esperando la intervención de Harry. No le hace mucha gracia. Agarra la parte posterior de su cuello, enredando los dedos entre sus cabellos y aferrando la mano en su nunca con fuerza, sacudiéndolo una vez y jalándolo. Draco entreabre la boca, lamiendo sus labios lascivamente.

—¿Qué fue todo eso?

La sonrisa ladina se hace más amplia, mientras el rubio abre la túnica del hombre, desabotonando los últimos botones de su camisa con una lentitud casi tortuosa, levantándola, para meter sus manos bajo la ropa y entrar en contacto con su cálida piel, contrastando fuertemente con su fría temperatura. Harry se obliga a suprimir un escalofrío.

—¿Qué de todo? —pregunta casi en un ronroneo inocente.

El moreno vuelve a jalar su cabello, haciendo que Draco abra aún más sus labios y apriete con más fuerza el costado de su cuerpo bajo la tela.

—¿Qué? ¿Exigirle que dejara de besar tu maldito trasero? —vuelve a preguntar, mordiéndose el labio, observando como las pupilas de Harry se dilatan— Suenas decepcionado.

—Y tú celoso.

La risa del ojigris sale gutural, desde el fondo de su garganta, haciendo que su manzana de Adán se mueva de arriba a abajo con el sonido. El pelinegro fija su vista ahí, y se acerca, hasta que está respirando sobre su piel. Quiere lamer. Tocar. Morder. Marcar todo el área libre. Tiene que hacer acopio de todo su autocontrol para no hacerlo. La respiración de Draco suena agitada también, mientras Harry posa su mano libre sobre su cadera, atrayéndolo a su cuerpo lo suficiente para que sus erecciones estén a punto de tocarse.

—Me tenía cansado —el ojiverde alza la vista un momento desde su clavícula, encontrándose cómo el rubio lo mira desde arriba, el gris de su iris perdiéndose completamente debido a la dilatación de sus pupilas—. No es mi problema que no sepa que eres mío.

El término lo hace sacudirse de pies a cabeza, mientras deposita un suave beso en el costado de su cuello, haciendo temblar a su presa. Sonríe brevemente allí, mordiendo de forma leve.

—Si no empiezas a tener más cuidado, la gente empezará a saber.

Draco resopla, arrastrando sus dedos hasta el borde del pantalón, tocando por encima. Harry no es capaz de aguantarlo un solo segundo más, así que termina por juntar los centímetros que los separan, provocando una deliciosa fricción entre ambos miembros. El jadeo que escapa de sus labios rosados es música para sus oídos, así que vuelve refregarse contra él una vez más. Las manos del otro hombre viajan hasta la parte trasera, quedándose allí y apretando, tratando de juntarlos aún más si es que es posible.

—Si eso hará que ninguna persona se te vuelva a acercar por lo menos a tres metros de distancia sin que corra el riesgo de ser maldecida por mí, podría pagar el pre--ah.

Suelta un tembloroso suspiro cuando Harry muerde su lóbulo y reparte besos por la zona, haciéndolo aferrarse aún más contra su cuerpo.

—Cuidado con lo que deseas —susurra en su oído.

Draco suelta otro gemido dulce, y como si le doliese, con una de sus manos, toma su mandíbula para separarlo de su piel, obligándolo a que lo mire. Harry traga en seco.

—Te deseo a ti —dice, antes de estampar sus labios con brusquedad.

El usar una vacía sala del Ministerio durante más de una hora, podría ser otra de las razones por la que requiere de sus servicios, incluso cuando no es necesario.

Draco no le ha hablado durante una semana, y está comenzando a perder la cabeza.

Ya debería estar acostumbrado para ese punto, pero el estrés del caso, el no encontrar respuestas y la falta que le hacía, empezaban a pasarle la cuenta.

Mirando por la venta, fumando su último cigarrillo de la cajetilla del día, se pregunta si debería escribirle. Pedirle que se vieran. No quiere verse ni desesperado o necesitado. Salvo porque lo está. Su anhelo por el hombre quizás está en un nuevo nivel de necesidad. Uno que no había experimentado antes.

Un alboroto se oye afuera, al momento en el que suelta el humo, y tira el cigarillo hacia afuera, volteándose hasta la puerta. Allí, su amigo Ron Weasley, se abre paso por su oficina con los ojos desorbitados, ojeras gigantes, cabello largo y de apariencia sucia. Una barba de al menos un mes que no se ha afeitado, o molestado en limpiar. Lo observa con furia, mientras su secretaria le mira desde el umbral con ojos suplicantes. Harry asiente en su dirección, para tranquilizarla.

Ron levanta un dedo hacia él de manera acusatoria, cerrando la puerta con magia sin varita y acercándose a grandes zancadas.

—¡Tu, grandísimo cabrón! —escupe.

Harry enarca una ceja en su dirección, analizando sus vestimentas. Pareciera que no se ha cambiado en días y está usando un pijama viejo y deslavado, con su pecho agitado por la respiración irregular.

—¿Cuándo pensabas contestar a mis cartas? —pregunta con fervor.

Podría sentirse hasta divertido por la situación, pero sabe que si se ríe, lo enfurecerá aún mas y la verdad no tiene ni la paciencia ni la fuerza para ello.

—No tenía planeado hacerlo —responde con total honestidad, los brillantes ojos azules brillan con enojo.

—¡¿Crees que eres el único que está sufriendo?! —grita, alzando sus manos. No quiere admitirlo, pero tiene razón. Harry desvía la mirada— ¡Mírame cuando te hablo, maldito hijo de puta!

El moreno encaja la mandíbula, y cierra los párpados un momento, obligándose a calmarse. Es su mejor amigo, después de todo. Siempre lo sería. Y tal como él dijo, está sufriendo.

—No creo ser el único —le responde tajante, sin conectar aún sus miradas.

—¡¿Entonces qué te cuesta responder a una, una sola de mis putas cartas, Harry! —su voz se quiebra al final. Él aún no es capaz de mirarlo— Necesito tu ayuda...imbécil egocéntrico.

Deja escapar un suspiro, retirándose del ventanal y volviendo a su escritorio, siente cómo Ron lo sigue, aunque es un intento de poner una distancia saludable entre los dos. Cree que no lo logrará.

—No puedo ayudarte.

Puede oír cómo rechina los dientes, y cuando el moreno se sienta, nota como sus palmas forman puños a sus costados.

—No puedes-- —se interrumpe, sacudiendo la cabeza— No te estoy pidiendo un maldito favor, Harry. Te lo estoy exigiendo. Si sentías algo, lo más mínimo--

—¿Qué estás insinuando? —lo corta, ahora sí molestándose un poco— ¡¿Que no le quería?!

Ron enmudece, pero no parece arrepentido o sobrecogido por sus gritos.

—Si así es, haz que le encuentren. Mueve tus hilos. Haz algo —ve como sus ojos se llenan de lágrimas. Le gustaría sentir algo al respecto. Un nudo, lástima incluso. Siente que perdió la habilidad—. Han pasado seis meses.

Eso si lo marea un poco. ¿Seis meses ya? Parecía un año. Una vida entera. Abre el cajón de su escritorio, en busca de otra cajetilla, y la saca, rompiendo el plástico y buscando un nuevo cigarrillo.

Tiene que fumar para superar el día.

—Te dije, Ron —comienza de manera calmada—, que desde el último incidente, perdí toda influencia. O poder. La gente no me quiere aquí, ni yo a ellos. No puedo hacer nada por ti.

—¿Indicente? —dice él con veneno— ¿Así es como le llamas ahora?

Su estómago se revuelve, y sus ojos verdes se transforman en rendijas, encendiendo el cigarrillo con su varita mientras se inclina hacia atrás, sin cortar el contacto visual. Ron luce fuera de sí.

—¿Cómo prefieres que lo llame?

El pelirrojo no responde a esto, en cambio, abruptamente y sorprendiendo a Harry, que se reclina hacia atrás, apoya su cuerpo en el respaldo de la silla frente a él, bajando sus hombros y agachando la cabeza. Su cuerpo se sacude levemente, y de sus ojos comienzan a brotar lágrimas silenciosas. Harry no sabe qué decir. O hacer. Solo desea que se vaya.

—Por favor... —pide sin mirarlo— Haz lo que sea que esté en tus manos, Harry. Por favor. Necesitamos encontrarle.

Él finge pensárselo. No es que no quiera ayudarlo, por supuesto que quiere. Solo no lo hará. Lo que le dijo no era una mentira, no serviría de nada. De hecho, podría ser que retrasara el proceso. Era mejor dejar las cosas como estaban.

—Bien —respondió luego de un rato, y Ron volvió a encontrar sus ojos, inyectados en sangre—. Haré lo posible.

Aquello le tranquiliza, Harry puede sentirlo. Como si una carga hubiese sido despojada de sus hombros, mientras asiente. Por un minuto, considera sentirse mal por mentirle. Pero es solo un pensamiento pasajero.

No logra sentirse mal por nada estos días. O siquiera sentir algo.

Quizás, salvo, extrañar a Draco.

Cuando Ron se marchó, haciéndole prometer múltiples veces que estaría en contacto, sabiendo que le miente al afirmárselo, Harry sacó la evidencia que le había sido entregada en la mañana y se lo pensó mejor. Quizás si debería tratar de acelerar el proceso de algunas cosas.

Se levanta de la silla, acercándose hasta su secretaria y diciéndole que haga un llamado a Robards, para pedirle que por favor lo contactaran con los Aurores del caso en curso, porque desea pedirles que trabajaran con más ahínco.

Espera que aquello sea suficiente.

Volviendo a su lugar, encuentra el expediente de un ex criminal, condenado por violencia sexual y mágica en múltiples ocasiones, que ha entrado y salido de Azkaban una y otra vez por los últimos veinte años, a quien se le vio cerca de uno de los lugares de los hechos.

Se ríe. Es una de las cosas que hace que odie al Mundo Mágico. O al mundo en general. ¿Cómo ese hombre, con delitos comprobados y que es un peligro para la sociedad no ha recibido un buen escarmiento? ¿Una buena condena?

¿Y como es que Sirius pasó trece años en Azkaban por un crimen que no cometió? Teniendo tantas maneras de comprobarlo, joder. Solo hace su sangre hervir.

Sinceramente, no le interesa encontrar un culpable. Le interesa encontrar una teoría del por qué lo suficientemente convincente para sus jefes, y el cómo, así hasta llegar hasta un posible ejecutor. Le da igual cuanto le tome, siempre y cuando, dejen de ser un grano en el culo al apresurarlo.

Aunque...tal vez era una buena idea empezar por algo. Quizás era una buena idea ir y hacerle confesar. Ir y encontrar una buena explicación en el proceso.

Bueno. Al fin tiene una excusa para escribirle a Draco.

Les costó una semana rastrear al tipo, informar a los Aurores y hacer un plan de acción para apresarlo y hacerlo confesar. Al parecer, ya lo tenían.

El ex criminal no parecía tener la inteligencia suficiente para performar los asesinatos, pero luego de que se haya resistido al Veritaserum increíblemente y después un rápido vistazo a su memoria, fue declarado culpable. En sus recuerdos se veía cómo había apresado a las mujeres y drenaba su sangre por mera diversión luego de mantener relaciones sexuales consensuadas con ellas. No habían rastros en su apartamento. Al parecer, todo el mundo había subestimado a la gran mente maestra.

Harry no fue capaz de encontrar una explicación, ni un cómo, porque el hombre se había negado a confesar y honestamente, nadie quería saberlo. Solo deseaban cerrar el caso, mantener tranquila a la población, y dejar todo atrás. Como cada que algo horrible sucedía lo hacían. Como habían hecho después de la guerra.

Quiso seguir presentando teorías del por qué, pero Robards lo había callado, diciéndole que no se preocupara por eso, que gracias a su impecable labor volvería al trabajo de campo muy pronto.

Idiotas.

Draco lo observa desde la ventana de su hogar, brazos cruzados sobre el pecho y la mano acariciando su barbilla. Harry nuevamente tiene que llamar a su autocontrol para no tirarse encima de él.

—¿Y no quisieron oír más? —pregunta, las comisuras de su boca bajando levemente.

—Nada —asegura, levantándose finalmente y caminando hasta él—. Y traté, te juro que traté--

Draco alza una mano, para luego dejar caer sus dos brazos y acortar la distancia. Harry toma sus caderas apenas lo tiene cerca, como si le perteneciera. Como si fuese tan indispensable como respirar. El rubio sonríe.

—Quizás es mejor así —aseguró, elevando sus manos para acunar su rostro, pasando mechones que caían de su peinado desordenado tras su oreja—. Quizás de esa forma tenían que suceder las cosas.

Harry corresponde a su sonrisa, dejándose hacer. Sabe que no es el momento. Nunca es el momento, joder. Pero quiere besarlo hasta que el apocalipsis llegue, hasta que no queden reducidos a más que cenizas y polvo.

—¿Está listo, entonces?

Su sonrisa ladina se transforma en una real, sacando su varita de su bolsillo para cerrar las cortinas de la Sala de estar.

—Ya no tendremos que seguir drenando más a pobres muchachas —suelta una risita.

Por primera vez en meses, su corazón se sobrecoge de alegría, y no puede evitarlo, se abalanza hacia sus labios. El roce es suave, siempre lo es, y el beso es totalmemte contrario a otros que han compartido. Es lento, como si tuviesen todo el tiempo del mundo, succionando su labio inferior mientras deja que la lengua ajena ingrese a su boca, cálidamente, el sabor de su esencia mezclándose con el suyo propio.

Draco desliza las manos hasta su cuello, y antes de que puedan profundizar más el beso, lo aleja, con la respiración entrecortada y los labios rojos, las mejillas sonrosadas.

—Sígueme.

No es una petición. Y Harry está encantado de seguir sus órdenes.

Lo guía hasta el sótano de Grimmauld Place. Están a punto de comenzar a bajar las escaleras, cuando Kreacher aparece de golpe, con un plop, se dan vuelta a mirarlo.

—Ese amigo suyo ha venido hoy nuevamente, Señor —dice él, con un poco de recelo.

Casi puede sentir a Draco rodar los ojos tras su espalda y Harry se acerca hasta el elfo a paso cauto.

—¿Lo dejaste pasar...?

—Kreacher nunca lo deja pasar, Señor —asegura él, moviendo la cabeza de arriba a abjo enérgicamente—. Pero dijo que quería darle las gracias.

Su corazón se hunde en su pecho, literalmente, mientras trastabilla hacia atrás, sintiéndose mareado de pronto. Lleva una mano hasta su boca, y comienza a negar.

—No...

—¿No qué, Harry? —pregunta Draco, entre una mezcla de aburrimiento y preocupación, colocándose en su campo de visión— Kreacher, tráele un té a Harry. De inmediato.

El elfo no lo dudó dos segundos, haciendo una reverencia apresurada y desapareciendo hacia la cocina. Draco se agacha un poco, porque la vista de Harry se había ido directamente hacia sus zapatos, y sus manos tiritaban.

—Harry, debes usar palabras conmigo. Palabras reales.

Él toma una larga y temblorosa respiración, volviendo a conectar su mirada mientras el cuarto empezaba a girar.

—Ron. Pidió mi ayuda —explicó. El rubio alza las cejas—. Obviamente allá nadie quiere saber de mí, no después de lo que pasó, así que creí que si apresuraba la investigación, se tardarían aún más —vuelve a respirar, sin atreverse a mirar a Draco más tiempo—. Y ahora Ron está dándome las gracias.

La expresión del ojigris se endurece al momento en el que de da cuenta de qué habla.

—Han encontrado un hilo de qué tirar en la desaparición de Granger —pronunció sombríamente.

—Y si es el correcto, llegarán hasta nosotros.

Ellos se miran un largo rato, hasta que Draco asiente, a modo de resignación, y vuelve a agarrar a Harry con más fuerza aún, retornando su dirección al sótano.

—Hay que apresurarse entonces.

Los recuerdos llegan a él como cascadas, al momento en el que comienzan a bajar las escaleras y la puerta fea y vieja se abre ante ellos. Suelta un suspiro.

Seis meses y medio atrás, Hermione Granger fue como especialista en una misión de incógnito con los Aurores, acompañando a Harry y Ron en esta. Era como volver a los viejos tiempos. Era simplemente perfecto.

Tal resultaba ser que ni los conocimientos como Inefable de la castaña, ni que su amigo haya querido protegerla a toda costa con su entrenamiento de Auror, pudieron haber previsto el puto error de Harry.

Se confió, se confió demasiado, creyendo que todos estaban inconcsientes y neutralizados. Ya ni siquiera recordaba qué hacían allí, de qué mal debían salvar al mundo esta vez. Solo sabía que de un momento a otro, uno de los hombres que él había checado que estuviese con los menores signos vitales, se levantó y apuntó una varita que mantenía oculta entre sus ropas hacia su amiga, pronunciando la maldición asesina.

Fue llevada a San Mungo de inmediato, entre los gritos de horror de Ron y llantos de Harry, rogándole que por favor, por favor, no se muriera. No otra persona más que perdiera.

El problema, es que había llegado sin pulso a la Urgencia.

Entonces allí se reencontró a Draco. Draco, quien lo vio tan devastado. Draco, quien estuvo a punto de presenciar un intento de suicidio de su parte. Draco, quien le propuso un plan. Draco, quien había estado enamorado de él desde hace años. Draco, quien lo salvó.

Una semana después, el cuerpo de Hermione desapareció de la morgue.

Así que ahí estaban, luego de meses, sudor, y sangre entre sus manos. Todo había funcionado a la perfección. Las chicas a las que siguieron estaban en los lugares precisos. El hechizo que diseñaron para aturdirlas sin dejar rastro y drenar su sangre con magia oscura era impecable. El hecho de que Harry fuese Auror y no rastrearan su magia. La maravilla de que le hayan designado trabajo de escritorio, y mejor aún, ese caso. Las habilidades de Draco al inventar la poción adecuada. La posibilidad de cerrar el caso. El Imperius e implantación de recuerdos en el hombre acusado. El desinterés de sus jefes por ir más allá. Todo calzaba.

Y estaban tan cerca, joder. Tan cerca.

Un olor dulzón los recibe apenas ponen pie abajo, golpeándolo un poco, los dedos de Draco cerrándose fuertemente sobre su muñeca. Estaba lista. Era un puto milagro.

El rubio sonríe de oreja a oreja, como pocas veces lo había visto hacer. Casi era una sonrisa de locura. Entonces se arroja a sus brazos, que el pelinegro está más que gustoso de envolver en su perfecto cuerpo, y Kreacher reaparece con un plop, temblando levemente al entregarle el té, mirando alrededor. El ojiverde lo recibe, correspondiendo a la sonrisa excitada de su amante.

Y allí, desvía la mirada con emoción.

—Hermione...

El Inferius de su mejor amiga se voltea, sus ojos vacíos taladrando su alma.

Pensaba devolverle la vida.