Le había parecido una buena idea pero ahora no podía evitar preguntarse si había hecho lo correcto. ¿Se habría dejado llevar por la emoción? Tal vez, pero en su defensa diría que era la primera vez en mucho que veía algo así, y que esa joven parecía de todo menos débil y frágil. Aun así no dejaba de ser eso, una joven, y por eso se preguntaba si a lo mejor, tal vez, se había pasado al pedirle que le acompañara al escondite del Team Rocket de Pueblo Caoba. Era un lugar grande y peligroso y podrían tenderle una emboscada sin ningún problema si no andaba con cuidado.
—Creo que no ha sido una buena idea, Dragonite —Se lamentó Lance mientras se mordía la uña del pulgar. Se quedó unos segundos en silencio y después miró a su dragón con preocupación—. Es cierto que pudo con Gyarados pero a lo mejor esto es demasiado, deberíamos volver-
—¡AAAAAAH!
Una sucesión de gritos en grupo hizo que el domadragón se diera la vuelta rápidamente hacia el lugar de donde provenían. Al hacerlo vio que un par de reclutas del Team Rocket bajaban apurados las escaleras que daban al piso donde se encontraba; los primeros estaban intactos pero los últimos iban sin algún zapato y con los bajos de los pantalones rasgados. Una fiera azul les perseguía enrabietada y, tras ella, una chica castaña mantenía el ritmo para darle indicaciones.
—Feraligatr, ¡surf!
El reptil hizo caso a su entrenadora e invocó una ola que llevó a los integrantes del Team Rocket al otro lado del pasillo. La chica saltó de alegría, chocó los cinco con su pokémon y, al darse cuenta de que Lance estaba allí, su sonrisa creció y le saludó con una mano. Él le devolvió el saludo lentamente, tratando de procesar lo que acababa de ocurrir.
—Qué bien, al final nos hemos vuelto a encontrar. ¿Por dónde es? —preguntó como si no le hubiera pedido a su pokémon hace un par de segundos que barriera a unos reclutas como si de desperdicios se trataran. Lance señaló hacia donde tenía pensado avanzar y empezó a caminar con ella a su lado.
Ya la había visto dos veces en acción, primero con Gyarados por la mañana y ahora con esos reclutas. Todavía no se sacaba de la cabeza la mirada que había tenido durante el enfrentamiento contra aquella bestia, ni la templanza ni la fuerza de voluntad que había mostrado al mantenerse firme sobre las agitadas aguas para guiar a sus pokémon durante el combate. Tampoco se quitaba de la cabeza como, al derrotar y atrapar a la serpiente marina, había besado la Poké Ball y le había susurrado palabras de consuelo, y la forma en la que había acariciado y felicitado a su equipo por un trabajo bien hecho. Tenía la fuerza necesaria para hacerle frente a las adversidades y un amor capaz de domar a cualquier bestia; la conocía de un solo día pero no había duda de que se trataba de una chica muy interesante.
Él no lo sabía, pero desde ese momento la joven se quedaría grabada en su mente y volvería a pensar en ella de forma recurrente.
