Este fic participa en el reto "Amistad random" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black.
Personajes sorteados: Pandora Lovegood y Gideon Prewett
Este fic está dedicado a Miss Lefroy Hrafna. Primero porque es Pandora y si hay alguien en quien piense cuando escribo de Pandora es en Miss. Pero no es solo por eso. He tenido la suerte de tenerte siempre a mi lado desde que llegué al foro (hace MUCHOS años) y bueno, no siempre he creído en mi, pero tú sí que lo has hecho. Y cuando volví después de un parón técnico, fuiste la primera en volver a creer en mi (chillé mucho cuando me pediste para Ravenclaw). Y obviamente me has revisado este fic cuando estaba en medio de un ataque de inseguridad, que lo iba a dejar en un rincón oscuro de mi ordenador y no lo iba a presentar (y me has arreglado la puntuación, que es mi martirio). Gracias por todo.
Oh, and I'm afraid that's just the way the world works
It ain't funny, it ain't pretty, it ain't sweet
Oh, and I'm afraid that's just the way the world works
But I think that it could work for you and me
The story - Conan Gray
Un rincón donde poder respirar
i
—¿Cara o cruz? —pregunta Fabian sonriendo. Gideon hace una mueca porque sabe de qué lado está la suerte entre los dos, pero aun así sigue teniendo la esperanza de ganar alguna vez.
—Cruz.
Ha intentado escoger la que piensa que elegirá su hermano, el loco de los dragones, pero cuando el galeón gira y se vuelve a posar en la mano de Fabian, el rostro de Merlín, grabado en la moneda, le devuelve la mirada.
—Te tocó —dice Fabian indicándole con la mano que siguiese hacia delante—. Si no vuelves en cinco minutos, entraré a por ti, no te preocupes.
Gideon se contiene para no poner los ojos en blanco, encaminándose hacia la cabaña que tiene delante. Es una construcción irregular, el techo tiene tres alturas y la propia estructura se dobla hacia la derecha, en un equilibrio precario. Las tejas son de distintos colores y no hay que ser un genio de las runas para reconocer los dibujos de azul brillante de la fachada. A Gideon, por desgracia, le han alcanzado más hechizos de los que puede contar, pero nunca se ha sentido tan atravesado por la magia como conforme se va acercando a la cabaña. A pesar de todo, agradece que esta no se vuelva contra él; simplemente está ahí, como el aire que utiliza para respirar, como si la cabaña la necesitase para existir.
Aun así, sigue avanzando hacia la puerta, que está bloqueada por más de tres cerraduras con las formas más extrañas que ha visto nunca. Se queda unos segundos delante antes de llamar, pero le da menos miedo que volver a Moody con las manos vacías, así que da unos toques tímidos en la puerta.
Al instante, como si lo hubiesen estado esperando, Gideon escucha el camino de cada una de las cerraduras abriéndose y con cada sonido, agarra la varita con más fuerza. Escucha unas palabras musitadas al otro lado de la puerta y esta se abre. Gideon no sabe qué se esperaba tras la puerta, pero le da la impresión de que nada de los que danzase por su mente podía hacerle justicia a la realidad. Tiene que mirar hacia abajo para ver a la dueña de la casa. Es casi una niña, con el pelo rubio recogido en una coleta, un jersey parcheado que le llega a las rodillas, que mezcla colores que no deberían ser capaces de convivir y unas gafas enorme que encogen sus ojos hasta hacerlos ver como un par de perlas azules.
—Gideon Prewett, supongo. Has tardado — dice y su voz suena tan aguda que Gideon tiene que esforzarse por tomarla en serio. No se pregunta cómo sabe quién es—. No pasa nada, entra.
Quiere permanecer serio, pero cuando se adentra en la pequeña cabaña, siente que su mandíbula se cae al suelo. Solo la magia podía hacer que esa sala entrase entre cuatro paredes. Hay una mesa central, ocupada ahora por tantos cuencos que Gideon no puede contarlos, y estanterías cubriendo a las paredes con objetos de todas las formas y colores amontonados hasta llegar al techo. Hay incluso piezas colgando del techo que Gideon tiene que ir esquivando —sin tocarlos, le da la impresión de que hay un equilibrio en ese sitio que va a romper si lo hace— mientras anda.
—¿Te gusta? —pregunta la joven dándose la vuelta—. Puedes acercarte más, no te va a morder nada, bueno, casi nada.
La muchacha se ríe ante la expresión de Gideon, pero sigue andando sin decir nada. Se pone a rebuscar en una de las estanterías y Gideon tiene mil maravillas a su alrededor, pero no puede dejar de observarla, intentando conciliar a la persona que tiene delante con la persona que Emmeline le había descrito. Una gran inefable, le había dicho, de las mejores de su promoción, que poco después de graduarse decidió desvincularse del Ministerio por causas desconocidas. Seguía haciendo tratos con ellos, al fin y al cabo su investigación le interesaba al Departamento de Misterios, pero había decidido hacerlo bajo sus condiciones.
Cuando la joven se gira hacia él, Gideon mira a la mesa y cruza los dedos para no estar sonrojándose. Ahora que está más cerca reconoce que lo que hay dentro de los cuencos de la mesa son ramas de madera. Parecen recogidas del mismo bosque que rodea la cabaña y Gideon no sabe mucho de inefables —ni él ni nadie—, pero imaginaba sus investigaciones como algo más sofisticado.
—¿Puedo preguntar? —Cuando le cuente la historia a su hermano, le dirá que habló para romper el silencio incómodo que le estaba estrujando la garganta. Podrá mentir porque Fabian nunca escuchará el tono de genuina curiosidad que envuelve su pregunta.
—Son ramas de los principales árboles que se utilizan para la fabricación de las varitas —contesta la joven acercándose a él—. Son la parte menos mágica de las varitas, pero no podemos sustituirlas por otros materiales. Mi trabajo es preguntarme por qué.
—¿Crees que hay algo mágico en ellas?
—Hay gente que cree… —La muchacha se queda unos segundos en silencio, jugando con un par de ramas intentando ordenar las palabras—. Piensan que la magia surge de la naturaleza y por eso es más fácil transmitirla por elementos cercanos a ella.
—¿Tú también lo piensas?
—Estoy intentando comprobarlo. Como verás, estoy rodeada de naturaleza, así que aquí debería ser fácil. —Gideon se queda mirando las ramas con cuidado, con más respeto. De repente, la varita que sostiene en su mano izquierda le resulta desconocida, como si no hubiese pensado en ella nunca y en lo extraña que es—. ¿Algo más?
Gideon alza una ceja. La última vez que le preguntó a Emmeline sobre las investigaciones del Departamento de Misterios había estado a punto de morderle y la joven que tiene delante parece dispuesta a darle los secretos del universo, o al menos las dudas que lo rodean, solo con pedirlo. Está a punto de ceder, de sentarse en el suelo y escucharla hasta que el sol se oculte, pero la voz de la responsabilidad, que normalmente toma la forma de su hermano en su cabeza, le disuade. Tiene que volver al cuartel y mirar las desgracias del mundo para poder enfrentarse a ellas. A veces, y Gideon intenta ignorar ese pensamiento todo lo que puede, le gustaría no tener que hacerlo y esa cabaña parece el mejor sitio para esconderse, llena de preguntas que no se responden lanzando una maldición o estando alerta continua.
—Yo… ¿Tienes ya el encargo? —Intenta ignorar el brillo de decepción que tinta los ojos de la joven, pero esta asiente.
—Aquí tienes. —Le entrega un pequeño rollo de pergamino atado con una cinta—. Es para usar con precaución, las instrucciones están en el interior.
Gideon lo guarda como si fuese a explotar en cualquier momento, a pesar de parecer un simple pergamino y vuelve a mirar a la joven.
—Gracias —dice, pero no se mueve. Gideon piensa en los cuentos sobre brujas malvadas que atraen a las almas descarriadas con hechizos y maquinaciones y se siente atrapado en el halo de esa cabaña. Tiene que decir algo, cualquier cosa, para irse, porque incluso la joven empieza a mirarle de manera extraña—. ¿Cómo decías que te llamabas?
La muchacha sonríe.
—No lo he dicho. Mi nombre es Pandora.
Y con eso se rompe el hechizo. Gideon asiente y, de repente, puede moverse hacia el exterior.
Siente los ojos de Pandora en su espalda hasta que cierra la puerta tras él.
ii
La segunda vez que se aparece en el bosque cerca de la cabaña, nadie se lo ha pedido, Gideon se ha ofrecido voluntario. Lo ha enmascarado con responsabilidad —al fin y al cabo, alguien debe ir a recoger el encargo—, pero realmente le carcome la curiosidad. No está acostumbrado a lo desconocido. Su rutina es sencilla y gira casi completamente alrededor de la Orden: cuando no tiene turno de vigilancia, tiene una misión, y cuando no, su hermano la tiene, así que no puede dormir tranquilo. Cualquier mundo fuera de eso, no tiene cabida en su vida. La causa por la que lucha necesita toda esa entrega, los mortífagos no respetan el descanso de nadie y no les pueden permitir que avancen ni un paso más.
Cierra los ojos cuando el sol se cuela entre los árboles y piensa que nadie se enteraría si se quedase allí, en medio de la nada, apoyado en una piedra, sintiendo las pequeñas punzadas en sus mejillas que indican que están empezando a enrojecerse y escuchando hasta el más mínimo piar. Pero no puede. Tiene que ir a la cabaña, recoger el encargo y volver al cuartel.
—Buenos días, Gideon, te esperaba antes —le saluda Pandora cuando le abre la puerta. Tiene el pelo trenzado y en el brazo tiene todo tipo de marcas pintadas en negro—. Las necesito para una investigación —dice cuando ve que se queda mirándolas, pero se sonroja, y Gideon piensa que debe pasar muchas horas sola.
Cuando entra, es como traspasar un portal y no puede recrearse en el sentimiento, porque siente que Pandora le mira.
—¿Pasa algo? —pregunta Gideon, y Pandora niega con la cabeza, aunque parece atravesarle con los ojos, como si leyese en su expresión todo lo que está pensando. Gideon está acostumbrado a eso, es como le mira Fabian, pero su hermano le observa tratando de buscar una respuesta concreta, normalmente que le dé la razón; Pandora parece estar viendo lo inobservable: su curiosidad, su miedo y su cansancio
«¿Tienes el encargo?
—Sí, claro, ven conmigo.
No había pasado más de un mes desde la última visita de Gideon, pero todo parecía ser nuevo y estar en un lugar diferente, y en el techo había un mapa astral con haces de luz conectando las estrellas y trazando constelaciones que él nunca había visto. Está a punto de preguntar cuando Pandora se gira hacia él:.
—Antes de darte el hechizo, necesito que me prometas una cosa —dice, y de repente, a pesar de su altura y su voz aguda, ya no le parece graciosa, ni siquiera excéntrica; ahora da hasta miedo—: se lo he hecho prometer a Emmeline también, pero me gusta guardarme las espaldas. A fin de cuentas, Em sigue siendo una empleada del ministerio.
«No quiero que esto salga de la Orden. No quiero que caiga en malas manos y vosotros tampoco queréis ser responsables de ello».
—¿Es por eso por lo que no trabajas para el Departamento de Misterios? —La expresión de Pandora le indica que no es la pregunta que esperaba, pero asiente.
—Algo así. El conocimiento es poderoso, en malas manos puede ser devastador.
—Pero también puede salvar el mundo, ¿no? Si trabajaras en el Ministerio, tus descubrimientos serían utilizados para ayudar al mundo mágico.
—O no —dice Pandora encogiéndose de hombros—. Los líderes políticos no suelen priorizar el bien al poder.
—¿Entonces te guardas para ti misma lo que podría ayudar a la gente? —Gideon no pretendía sonar tan duro, pero las palabras llegan a Pandora antes de que él pueda recogerlas y la mujer ni siquiera se inmuta
—Os estoy ayudando a vosotros, ¿no? Sé que vuestra causa es justa y por eso os confío mi conocimiento, con la esperanza de que lo uséis para un buen fin.
—¿Tienes más fe en nosotros que en el Ministerio? —Gideon casi tiene ganas de reír. Pandora debería ver el cuartel en el que se alojan, que se cae a cachos, cómo la mayoría de las pistas llevan a callejones sin salida y todo es andar a ciegas.
—Se podría decir así. —Y su boca no se curva en una sonrisa, pero sonríe con los ojos—. Aquí tienes, Gideon Prewett.
Le ofrece una pequeña bolsa de tela azul oscuro atada con un hilo dorado, pero Gideon se detiene antes de cogerla.
—Pero no te lo he prometido.
—Has dicho suficiente —dice posando la bolsa sobre la palma de su mano, como si fuese el cristal más fino—. Ten cuidado, no vaya a explotar.
Gideon da un respingo y Pandora sonríe por fin. Y aun así se guarda con cuidado la bolsa en uno de sus bolsillos, sin tocarla demasiado.
—Hasta la próxima, Gideon.
La despedida corta las miles de preguntas que se amontonan en la garganta de Gideon, deseando salir. Pero le hace un gesto con la mano y se dirige a la puerta. La próxima vez será.
iii
Emmeline ha decidido escogerlo como mensajero oficial entre la Orden y Pandora, así que Gideon puede dejar de inventarse excusas para ir a la cabaña. Las tardes que visita a Pandora siente que camina un palmo por encima del suelo. Incluso el bosque que rodea la cabaña de la bruja es capaz de trasladarlo a otro tiempo. Si cierra los ojos casi puede escuchar la risa de Molly y los chistes infinitos de su hermano, el zumbido de las cigarras y los chapoteos de las ranas. Y si se pasa así unos minutos casi es capaz de acordarse de cómo es vivir sin la cabeza embotada, viéndolo todo en distintos tonos de grises.
—Llegas tarde —dice Pandora cuando le abre la puerta.
—Siempre dices eso —contesta Gideon—, pero tú nunca me citas a una hora, ¿estás esperando a que llegue a alguna hora exacta?
Pandora sonríe.
—Tengo un laboratorio lleno de hechizos y objetos valiosos, no esperarás pillarme desprevenida, ¿verdad? Preparo para tu llegada cuando me lo avisan mis defensas, pero siempre tardas más.
De repente, Gideon, ante la mirada de Pandora, se siente desnudo, como si hubiese descubierto su mayor secreto, como si hubiese abierto la puerta de su habitación sin avisar.
—No hace falta que me lo expliques —dice Pandora. Gideon no sabe qué ha podido delatar su incomodidad, pero prefiere no pensarlo, se siente intimidado con la idea de que alguien sepa tanto sobre él sin que él se lo haya permitido—. A mí también me gusta mucho el bosque, al fin y al cabo, vivo aquí, pero aún no me acostumbro. Si me preguntas, los mosquitos son lo peor.
—¿Te criaste en la ciudad? —contesta Gideon sentándose en un taburete que no estaba allí en su última visita, pero que le gusta pensar que está ahí por él.
—Algo así, en varias ciudades. —Pandora despeja la mesa central y se sube a ella, cruzando las piernas.
—No eres exactamente lo que pienso cuando me imagino una chica de ciudad.
Gideon recuerda espantarse la primera vez que fue a Londres, sentir que se perdía entre tanta gente, que todas las calles eran iguales y que todo el mundo parecía estar corriendo hacia algún lado. Cuando volvió a su casa, se sentó bajo un árbol a respirar hasta que el frío se hizo insoportable y su madre le arrastró hasta dentro de la casa, antes de que cogiese un resfriado.
—Soy una chica de ciudad algo excéntrica —corrige Pandora—. Mis padres y yo viajábamos sin parar por distintas ciudades de Gales haciendo funciones teatrales.
—¿Sabes actuar?
—No, no, mis padres saben actuar, siempre se me ha dado mejor estar detrás del telón. Pero me sabía todas las obras que representaban, le iba diciendo a mis padre las líneas que tenía que decir porque siempre se olvidaba.
—¿Tus padres son…?
—Sí, son muggles. Pero nunca han tenido un problema con la magia, es más, cuando pude hacer magia fuera de Hogwarts, empezaron a tener los mejores espectáculos de luces del país.
—Empezando el negocio desde pequeña
—Algo así, es como empecé a inventar hechizos. ¿Sabes? Hay tantos hechizos para los duelos o las batallas que te hace preguntarte a qué dedican exactamente los magos su tiempo libre.
—Y aquí estás haciendo hechizos para duelos y batallas —contesta Gideon. Pandora se encoge de hombros.
—Me gusta pensar que hago algo más —dice Pandora moviendo los brazos para señalar todos los objetos de la cabaña—. Pero supongo que a veces no podemos evitar vivir el momento en el que estamos, ocasiones en las que los duelos y batallas merecen la pena. Tú lo sabes mejor que nadie.
Gideon asiente.
—A veces me gustaría no saberlo —dice muy rápido y sin mirarla, girando la cabeza hacia la bola del mundo que hay en una esquina y que representa a las criaturas mágicas de cada planeta.
Gideon sabe que lo que ha dicho está mal, que debería estar orgulloso de poder defender una causa justa, de luchar por los que no pueden, pero hay días en los que no puede. Y no sabe cómo las dos cosas pueden convivir en su cabeza sin que esta explote.
Pandora no le contesta y Gideon empieza a preguntarse por qué ha dicho en voz alta algo que no es capaz de decir ni delante de su hermano. Algo que hace que no se sienta digno de los cumplidos que le hacen —porque si supiesen lo que piensa realmente, ni lo mirarían a la cara—, que le deja con los ojos como platos en la cama cada noche y que se siente sucio por pensar. Ha sido por el taburete —porque hace mucho que nadie piensa en él, en su comodidad— o el ambiente de irrealidad que hay en la cabaña —que podría estar sacada de un sueño, donde nada tiene repercusiones— o los ojos que Pandora, que parecen saber de antemano todos sus secretos.
Cuando se atreve a mirarla, Pandora no se ha movido, sigue sentada en la mesa, con las piernas cruzadas y las trenzas que le caen a ambos lados de la cara. Y le está mirando. Pero por primera vez no se siente intimidado por su mirada analítica. Detrás de sus gafas solo hay calidez.
—Las buenas causas nos recuerdan las razones por las que hacemos sacrificios —dice por fin—. Pero eso no significa que los sacrificios no duelan o que no cansen. Por si nadie te lo ha dicho nunca, tienes derecho a sentirte así.
Gideon desvía la mirada de nuevo porque los ojos le pican. Y a lo mejor es por el taburete, por el mundo paralelo en el que entra cada vez que pone un pie en la cabaña o por los ojos de Pandora, pero decide creer lo que dice, aunque sea durante unos minutos, los que necesita para poder respirar.
iv
Hay veces que todo es demasiado. Días en los que siente que es un autómata, moviéndose por inercia, momentos en los que hasta le cuesta respirar, como si sus pulmones, de repente, fueran del tamaño de dedales y se negasen a colaborar con él.
Benjy ha muerto. No, lo han matado y desmembrado, como si fuese una especie de juego macabro. Gideon ha sido el que ha encontrado su mano, con su anillo de casado aún reluciente. Aunque no debería quejarse, Marlene es la que ha descubierto la cabeza y lleva sin hablar desde entonces.
Fabian se ha quedado con ella y Gideon no sabe cómo él ha acabado en el bosque de al lado de casa de Pandora. Ni siquiera había planeado aparecerse, simplemente estaba buscando un hueco, un sitio donde poder respirar. Cuando ha llegado, se ha sentado en la base de un árbol, dejando reposar su cabeza sobre el tronco y ha cerrado los ojos, pero las lágrimas se niegan a salir.
—¿Gideon? —La voz de Pandora es un susurro, pero en medio de ese silencio, parece que esté gritando. Está delante de él, no la ha escuchado llegar, y aún tiene los ojos medio cerrados, como si se acabase de levantar.
Gideon la mira sin abrir la boca. Miles de excusas se agolpan en su garganta, pero ninguna se decide a salir. No tiene manera de explicarle su presencia, no tenía ningún encargo para ella, y no sabe si tenía fuerzas para decir la verdad. Pandora arruga el gesto y se sienta a su lado. Gideon casi quiere reírse al verla tan recta y buscando la postura adecuada durante unos minutos.
—Vas a estar incómoda te pongas como te pongas —dice Gideon a media voz, y Pandora bufa, pero deja de tratar de acomodarse.
Se saca la varita del bolsillo del pantalón y hace aparecer una tetera con un par de tazas.
—¿Quieres? Lo acababa de hacer —Gideon asiente y agarra la taza mientras Pandora le sirve. El líquido está tan caliente que la taza comienza a arder, pero Gideon, en vez de soltarla, la agarra con más fuerza, intentando que ese calor llegue a todo su cuerpo.
Gideon no sabe cuál es el precio para que todo deje de doler, pero en estos momentos vendería su alma por saberlo. Pero no, sigue sentado al pie de un árbol con el frío subiéndole por la espalda, las manos ardiéndole por el contacto con la taza y con el corazón contraído de dolor. Pandora está a su lado jugando con las hojas del suelo con su varita, las convierte en un remolino, las junta, las pone en equilibrio y trata de hacer figuras con ellas.
—El otoño siempre ha sido la estación favorita de mi hermana —dice de repente Gideon—. Siempre enfermaba por estar demasiado tiempo fuera jugando con las hojas.
—¿Este bosque te recuerda al sitio donde creciste?
—Algo así, aunque ni siquiera se parece, me recuerda a las sensaciones que tenía, eso sí. Creo que es el silencio.
—¿El silencio? Hay ruidos todo el rato. Hay días que me despierto en mitad de la noche pensando que alguien va a venir a atacarme. Menos mal que está Xeno, no podría dormir sola en medio del bosque.
—¿Xeno?
—Mi marido, creo que nunca te he hablado de él —dice Pandora acercándose las rodillas al pecho. Su mirada se pierde al frente—. Es periodista, aunque nunca le leerás en El Profeta. No le gusta la vía oficial. Es la mejor persona que he conocido nunca y tengo mucha suerte de tenerlo a mi lado.
—Sois tal para cual —dice Gideon—. Pero he visto las defensas de tu cabaña y solo un loco entraría a atacarte.
Pandora suelta una carcajada y es la primera vez que Gideon la ve hacer tantos gestos con su cara. Desde que la conoce, la joven siempre guarda las distancias, incluso escuchando sus peores demonios. Pandora siempre ha permanecido bajo llave, sin dejar ver demasiadas emociones. Aunque eso ha sido suficiente para ayudarle en muchas ocasiones. Además, Gideon ha observado que nunca se acerca demasiado, de hecho, no puede recordar si alguna vez la ha tocado. Desde que se dio cuenta de esto, no puede dejar de buscar pequeñas aperturas en las murallas que pone la muchacha a su alrededor, ya sea con chistes o siguiendo el rastro de cada dato personal que Pandora va dejando.
—No duermo en mi cabaña, Gideon —dice tras unos segundos—. Tengo una casa a un par de kilómetros de aquí. La cabaña simplemente es el sitio donde trabajo.
—Me cuesta imaginarte fuera de la cabaña, en el mismo ambiente que mi hermana Molly. Espera, ¿tienes hijos? —Gideon adora a sus sobrinos, pero no puede imaginarse a Pandora criando a hijos mientras hace contrabando de hechizos.
—No, pero me gustaría. —Pandora se encoge de hombros—. Tal vez cuando el mundo sea un sitio mejor.
Y de repente, impulsados por esa última frase, todo vuelve a aplastarle de repente. Benjy no va a volver. No se da cuenta de que está apretando los puños hasta que ve cómo Pandora le está mirando, como si estuviese a punto de explotar.
—Estoy cansado. —No se siente con fuerzas para hablar de lo que ha pasado, como si fuesen las palabras y no el cadáver lo que confirmase su muerte. Apoya su cabeza en el tronco del árbol y cierra los ojos—. Los inefables investigáis las cosas que no podemos explicar, ¿verdad? ¿Sabéis algo de la muerte?
Sigue con los ojos cerrados, pero puede imaginarse cómo la lástima tiñe los ojos de Pandora y se arrepiente de la pregunta en cuanto la pronuncia.
—Si te preguntas qué hay después, no lo sabemos. —Ha adoptado de nuevo su tono distanciado, como si estuviese hablando de algo que puede diseccionar—. Nadie ha vuelto aún para explicarlo.
—¿Y los fantasmas?
—No se lo digas a ellos, pero hay teorías que dicen que no ven todo de lo que hay tras la muerte, al fin y al cabo, deciden no quedarse.
—¿Puede ser que se acabe todo? Que en un momento estés y al siguiente desaparezcas, que no existas más.
—No tengo respuestas para eso, Gideon, perdón —dice Pandora.
—No te estoy pidiendo una información contrastada, ¿tú qué crees?
—Creo que, como personas que somos, nos cuesta contemplar esa posibilidad, que el infinito o la nada son conceptos que nuestra mente no puede entender, pero aun así son posibles.
Gideon abre los ojos y se gira para mirarla. Pandora está mirando hacia arriba, donde las copas de los árboles tapan casi por completo el cielo nublado.
—Lo siento —dice de repente volviéndose para mirarlo.
—Te habría caído bien, es… era un soñador, un idealista.
—Sí, me habría gustado, tengo debilidad por la gente que sueña con cambiar el mundo.
v
—¿Es verdad? —pregunta Gideon en cuanto Pandora abre la puerta y se le encoge el corazón cuando ve miedo en su expresión. Lleva tantos años acostumbrado a gente tragándose su miedo, tratando de no mostrarlo, de no transmitirlo, que no sabe cómo responder a eso.
—Hola, Gideon, puedes entrar —dice Pandora resignada, indicándole un camino que ya se sabe.
El interior de la cabaña está borroso, aunque esta vez no tiene nada que ver con los objetos que en ella habitan. Desde que ha hablado con Emmeline, es como si el mundo hubiese dejado de girar, como si todo se hubiese quedado en segundo plano.
—¿Es verdad? —vuelve a preguntar cuando ya están en el centro de la sala. No se sienta y Pandora tampoco.
Cuando asiente, sus ojos están llenos de dudas, pero su expresión es firme.
—Podemos defenderos, pondremos hechizos defensivos, vigilaremos los alrededores… —empieza a enumerar Gideon, pero Pandora le interrumpe.
—¿Mejor que mis hechizos? Lo dudo. Recuerda que son los que estáis utilizando para defender vuestro cuartel. Ya los han pasado una vez, no voy a volver a arriesgarme.
Un ataque. Eso era lo único que le había dicho Emmeline, que el marido de Pandora había sido atacado y que, como medida de defensa, Pandora había decidido cortar toda relación con la Orden.
—No tenemos medios, Pandora, te necesitamos.
—No, no lo hacéis, encontrareis a otra persona que os ayude, alguien incluso mejor que yo, pero yo no… no puedo.
—Sabes que no hay nadie mejor que tú —contesta Gideon—. Y no me digas que no puedes, porque me estás mintiendo. Puedes igual que podemos todos.
—No soy tan fuerte como vosotros —dice Pandora—. No puedo vivir con este miedo, Gideon. Desde que me llamaron de San Mungo, no puedo dejar de temblar. —Pandora extiende su mano y esta, tal y como ha dicho, parece tener vida propia, incluso cuando la joven se esfuerza por mantenerla quieta—. Pasé horas en la sala de espera y pensaba que Xeno se iba a ir, que no iba a poder verle de nuevo y yo me había pasado todo el día con malditos cachivaches en vez de con él.
—Pandora, no fue tu culpa, no lo sabías.
—¡Ese es el problema! —Pandora se para unos segundos y aprieta los labios mirando al techo, reteniendo las lágrimas en su interior—. Que sí que es mi culpa. Nadie va a hacerle eso por un artículo en una revista que nadie conoce sobre animales fantásticos. Fue por mi trabajo.
—Pero no le pasó nada, está bien, ¿no? No le volverán a encontrar de nuevo, nos aseguraremos de…
—¿Y si lo hacen, Gideon? Fue un aviso y no se avisa dos veces. Ya le tienen en el punto de mira y no puedo arriesgar su vida. Tú lo entiendes, o al menos, pensé que lo harías.
Hay un tono de esperanza que recubre las palabras de Pandora, que siempre ha visto más allá que el resto, que ha visto sus dudas y su dolor, cómo ha estado siempre a un paso de abandonar, pero nunca lo ha hecho.
—Tienes razón. Entiendo la guerra, bueno, no, entiendo lo que se pierde, sé lo que es ese miedo. Mi hermano se va de misión y yo no duermo, por eso nos emparejan siempre. Cada vez que voy a ver a mi hermana Molly, tiemblo antes de aparecerme, ¿y si me rastrean, los encuentran y los matan? ¿Y si mi hermano no vuelve? Lo entiendo, pero eso me hace querer dejar de luchar, no dejar de hacerlo. —Su voz suena tanto a la de su hermano, que durante unos segundos se queda sin aire. Justo en ese instante, se da cuenta de que no es la voz de Fabian la que le dice que continúe la lucha—. Tú misma lo dijiste, hay una causa que merece la pena.
—¿La causa tiene nombre y apellido? ¿Tiene una vida? Porque Xeno la tiene y yo también. ¿Y recuerdas cuando hablamos de la muerte? Hay algo que no te dije, aunque me lo preguntaste, sí, creo que no hay manera de volver, que se acaba todo y que desaparece de repente todo lo que nos hace nosotros y a lo mejor soy una cobarde por decir esto, pero me aterroriza.
—¿Y quién no tiene miedo? Pero eso no es lo importante, porque te equivocas, la causa sí que tiene nombre y apellido, de hecho, tiene más de uno. Son todas esas personas que van en contra de la idea del mundo de los mortífagos: muggles, hijos de muggles, mestizos, squibs. Todos ellos tienen nombres.
—Gideon…
—¿No me dijiste que querías tener un hijo algún día? ¿En qué mundo quieres que viva? Porque esto es lo que tenemos, hay que defenderlo como sea.
—¡Gideon! La decisión está tomada.
—Te estás equivocando, Pandora, y lo sabes.
—No puedo ponerle en peligro.
—¿Has pensado preguntarle a él qué opina de esto? Porque seguro que no te culpa y si lo hace, no tiene ni idea de…
—¡Gideon, para! —exclama Pandora.
Gideon cierra los puños y trata de relajarse, pero su mente no puede construir argumentos coherentes. La tristeza y la decepción se disputan en su cabeza quién va a ser el que lance el siguiente argumento, pero es el cansancio el único que puede hablar ante la expresión desesperada de Pandora.
—Si no quieres escuchar esto, ¿por qué me has abierto la puerta?
—Porque eres mi amigo, Gideon. O eso creía. —Una lágrima se escapa del férreo control que tiene Pandora sobre sus emociones—. Por favor, vete.
Cuando camina hacia la puerta y la atraviesa, sabe que la mirada de Pandora no le ha seguido.
vi
—Gideon. —La voz de Emmeline le saca de la partida de ajedrez mágico que está jugando con su hermano. Ni siquiera la ha escuchado entrar en el cuartel, pero cuando levanta la mirada, la ve enfrente de ellos con el brazo extendido. Una bolsa atada con un hilo dorado cuelga de sus dedos—. Es un recado para ti.
—Em, si querías hacernos un regalo, solo tenías que decirlo —bromea Fabian apoyando los pies en la mesa.
—Las orejas están para escuchar, Prewett, he dicho Gideon, no Fabian —contesta Emmeline poniendo los ojos en blanco—. Es de una amiga común. No sé qué le dijiste, pero espero que no algo tan malo como para que te mande un maleficio.
La verdad es que Gideon tampoco sabe lo que le dijo. Bueno, lo sabe, pero no quiere recordarlo. Se convence de que fue el enfado lo que le hizo atacarla de esa manera, no sentirse segura en su propia casa con alguien que consideraba su amigo. Pandora le había dejado entrar buscando un hombro en el que apoyarse y, a cambio, él hizo todo lo contrario. Intenta no pensar demasiado en ello, aunque, para variar, su mente no le respalda.
Aun así, coge la bolsa como siempre ha cogido todo lo que le ha dado Pandora, con delicadeza, como si pudiese explotar en cualquier momento. Aunque esta vez, se lo merecería.
—Me dijo que lo probases a solas —dice Emmeline antes de girarse e irse de la habitación.
Gideon intenta ignorar la mirada de Fabian no se gira hacia su hermano, pero sabe que le está mirando, que ya no intenta no está tratando que Gideon le diga nada, sino que intenta leerlo directamente de su expresión, como siempre ha sabido hacer. Pero Gideon se cierra. Esa pequeña bolsa es de las pocas cosas que no comparte con Fabian, aferrarse a ella es como agarrarse a poder ser una persona diferente, no una extensión de lo que Fabian hace o dice.
No es hasta esa noche, a pesar de las propuestas y las miradas de Fabian que, cuando está solo en la habitación de su pequeño apartamento, abre la bolsa. Hay un pergamino doblado tantas veces como es posible hacerlo y cuando lo abre, solo hay escrita una palabra y una serie de instrucciones. La letra de Pandora, que nunca se había parado a leer, es pequeña y minuciosa, como si se esforzase en cada trazo para que fuese perfecto. Lee con cuidado su contenido y pronuncia un par de veces la palabra que ahora sabe que es un hechizo.
—Elabi, elabi. —Solo de pronunciarla, un escalofrío le recorre el cuerpo, como si la palabra estuviese cargada de magia. Al lado del hechizo y en paréntesis se puede leer «para viajar a otro mundo».
Agarra su varita y la sostiene en alto mientras, siguiendo las instrucciones de Pandora, cierra los ojos y piensa en el bosque que había al lado de su casa cuando era pequeño. Trata de imaginárselo con todo lujo de detalles, el piar de los pájaros que, aunque descompasado, parecía formar una melodía; el sol colándose entre las ramas y formando mosaicos en el suelo; y los árboles, que, con sus anchos troncos y sus amplias ramas, parecen ser lo único estable en el mundo.
—Elabi —musita.
Cuando vuelve a abrir los ojos, todo está ahí. Sabe que sigue estando en su habitación, que no se ha trasladado —una ilusión, lo ha llamado Pandora—, pero puede fingir que sí. No hay paredes, donde antes las había, se encuentran un millar de árboles, da igual para el lado que mire. El suelo está repleto de hojas, que se acumulan a sus pies, y cuando Gideon se mueve unos pasos, las hojas se apartan. Pandora tenía razón, el bosque está lleno de sonidos. El suelo no deja de sonar, a veces es el viento moviendo las hojas, otras veces son animales cazando o el propio sonido de los pasos de los humanos. Una rama rota, las hojas desplazándose o el viento colándose entre los troncos.
Gideon avanza a ciegas hasta donde sabe que está su cama y, tras palparla, se tumba, quitándose los zapatos. Sigue en su cuarto, lo sabe, su hermano sigue en la habitación de al lado, el mundo sigue cayéndose a su alrededor, pero, durante unos segundos, puede fingir que no.
Incluso estando sumergido en el bosque, que le ancla, que le evita perderse en esa maraña de pensamientos que le persigue cada noche, su último pensamiento antes de cerrar los ojos es que le gustaría que Pandora estuviese con él.
Nota de autora:
(1) Pues ahí está, ahí os lo dejo. ¿Es lo mejor que he escrito en la vida? No. ¿Me encantan estos personajes y quería hacerlo mejor? Sí, pero bueno, he pasado muy buenos ratos pensando sobre ellos y he podido tratar temas que me encantan.
(2) Me gusta pensar que los inefables son los filósofos del mundo mágico y me lo he pasado taaaan bien pensando en qué hace Pandora y sobre qué trabaja.
(3) ¿Os ha parecido que hay mucha descripción repetitiva de bosques? Probablemente, pero es que vivo casi en medio del campo, me gustan los bosques y os ha tocado escucharlo a vosotros.
Mil gracias por leer y me haríais muy feliz con un comentario.
