PIONERA
Por Cris Snape
Disclaimer: El Potterverso es de Rowling.
Esta historia participa en el Reto #52: "Séptimo aniversario" del foro Hogwarts a través de los años.
Me he apuntado con el nivel fácil y la categoría personajes olvidados. La protagonista de esta historia es Artemisia Lufkin, la primera mujer en ser Ministra de Magia de Gran Bretaña e Irlanda desde 1798 hasta 1811.
El despacho es amplio y está bien iluminado. Tiene las paredes forradas con madera de roble y el suelo cubierto por alfombras traídas de tierras orientales. Los muebles son robustos y las estanterías están repletas de libros. Artemisia frunce el ceño porque no le gusta lo que ve. Es todo demasiado masculino. En cuanto le sea posible, se asegurará de cambiar sustancialmente la decoración. Va a pasar muchas horas de su vida trabajando en esa estancia y necesitará estar lo más cómoda posible.
Artemisia se quita la túnica de abrigo, de un discreto color verde botella, y hace que levite rumbo al horrendo perchero que Unctuous Osbert, su predecesor, adquirió las pasadas Navidades. Se acerca a la ventana, quizá lo único que tiene salvación en toda la estancia, y echa un vistazo a través del cristal. La vista del Callejón Diagon es magnífica. Artemisia se siente más poderosa que nunca allí parada, contemplando a los magos y brujas que ahora están bajo su mando. Sonríe y se da media vuelta, preparada para ponerse manos a la obra.
—Señor Johnson.
No es necesario que alce la voz. Un segundo más tarde su secretario personal hace acto de presencia. Es un hombre grandote, de escasísimo pelo pajizo y rostro difícil de mirar. Si no supiera de su gran eficiencia y profesionalidad, Artemisia jamás hubiera contratado a un brujo de aspecto tan burdo y desaseado.
—¿Qué desea, señora Ministra?
—Quiero que me haga llegar dos tinteros, uno con tinta roja y otro con tinta negra. Una docena de plumas y muchos pergaminos. Necesito organizar mi agenda, así que no quiero que nadie me moleste durante toda la mañana.
—Pero ya ha recibido varias solicitudes de audiencia.
—Rechácelas todas. No tengo tiempo que perder.
Johnson no parece del todo conforme con sus instrucciones, pero obedece igualmente. Se mueve con bastante gracilidad mientras se da la vuelta. Artemisia lo detiene antes de que abandone el despacho.
—Se me olvidaba. Quiero té y galletas. Aparézcalo todo encima de mi escritorio.
—Enseguida, señora Ministra.
Ahora sí, Johnson se marcha. Artemisia camina lentamente frente a las estanterías y contempla los títulos de los libros. Casi todos están relacionados con la legislación mágica y muchos de ellos son demasiado viejos para tenerlos en cuenta. Los tiempos han cambiado mucho últimamente y las leyes deben adaptarse. Artemisia sonríe, fantaseando con las próximas novedades que implantará en el mundo mágico. Piensa en su plan más ambicioso y en el más personal, en el futuro Departamento de Cooperación Mágica Internacional y en el próximo torneo de la Copa Mundial de Quidditch. Es plenamente consciente de todos los baches que se encontrará en el camino y siente que le sobran fuerzas para enfrentarse a todos ellos.
Escucha una especie de zumbido y se da media vuelta. Johnson ha hecho aparecer el té en primer lugar. Es un juego de porcelana de diseño exquisito que Artemisia compró personalmente. Las galletas son de chocolate blanco y avellanas y el té huele delicioso. La bruja siente un ruido en las tripas y se apresura en servirse la primera taza del día. Aún está saboreándola cuando su secretario le envía el material de oficina. Artemisia toma asiento y pone sus pensamientos en orden mientras acaricia el cuero del reposabrazos de su nuevo butacón. Durante una fracción de segundo le resulta imposible de creer todo lo que está viviendo. Después de tanto sacrificio y esfuerzo ella, Artemisia Lufkin, se ha convertido en la primera Ministra de Magia de Gran Bretaña e Irlanda.
Recuerda brevemente los rostros de sus adversarios políticos cuando escucharon su nombramiento. Casi todos se llevaron las manos a la cabeza y comenzaron a parlotear entre ellos. Muchos de ellos la observaron con desconfianza y unos cuantos protestaron porque no la creían capacitada para ostentar semejante cargo. Por lo visto, ser mujer podía incapacitarte para muchas cosas. Artemisia podría haber discutido con ellos, pero esa conversación hubiera sido larga, tediosa y no les habría llevado a ninguna parte. Sin duda, la mejor opción era guardar silencio y demostrarles, con su trabajo, que podía ser una gran Ministra. En cualquier caso, mucho mejor que su antecesor. Porque Osbert era un hombre que contaba con un buen número de atributos positivos, pero como político siempre se mostró como un títere en manos de los que se empeñaban en ejercer el poder en la sombra.
Suspirando, Artemisia deja a un lado todos esos pensamientos y extiende el primer pergamino frente a ella. Con tinta roja, escribe el encabezado y se siente como si estuviera de regreso en Hogwarts. Durante sus años de estudiante acostumbraba a elaborar listas de tareas porque era la forma más cómoda y eficaz de organizarse. Una vez en su vida adulta, no cambió dicha costumbre y no piensa hacerlo ahora que ha alcanzado la cima de su carrera política. Tras trazar las letras del encabezado, Artemisia coge una nueva pluma y usa la tinta negra para escribir el primer punto en el orden del día. Después, las palabras surgen solas y, una tras otra, van rellenando el pergamino.
La bruja se ha bebido dos tazas de té y ha cogido el tercer pergamino cuando Johnson llama a la puerta. Debe tratarse de algo serio porque de otro modo no la molestaría. A Artemisia le duele el cuello cuando alza la cabeza para mirarle y nota en su rostro que está seriamente disgustado.
—Señora Ministra.
—¿Qué ocurre?
—No quisiera importunarla, pero tiene una visita.
Artemisia prosigue con la escritura, confiando en las capacidades de su secretario para librarse de personas indeseadas.
—Ya le he dicho que hoy no puedo recibir a nadie.
Johnson carraspea, echa un vistazo por encima de su hombro y entra del todo en el despacho, prácticamente cerrando la puerta tras de sí.
—Lo lamento mucho, pero el señor Malfoy insiste.
Artemisia alza una ceja y no se siente sorprendida en absoluto. Septimus Malfoy no es la clase de hombre que se anda con chiquitas. Le gusta mantenerse en la cumbre del poder y está allí para dejarlo bien claro. Artemisia tiene la tentación de ignorar su solicitud, pero siente unas extrañas mariposas en el estómago y se da cuenta de que necesita enfrentarse a él y dejarle las cosas bien claras desde el principio. Puede que el señor Malfoy fuese capaz de manipular a su antojo al ministro Osbert, pero con ella no funcionarán ni sus seducciones ni sus amenazas. Artemisia quiere traer el progreso al mundo mágico y los Malfoy nunca han sido admiradores de dicho progreso. Ellos prefieren vivir anclados en sus ancestrales tradiciones, clamando por la pureza de la sangre e ignorando todo lo bueno que los nacidos de muggles (y los muggles mismos) pueden aportar a su sociedad.
—Está bien, Johnson. Hágale pasar.
Como es habitual en él, el secretario no pone ninguna objeción. Artemisia lee en sus ojos que esa reunión no le hace ni pizca de gracia y comprende que se siente responsable y ligeramente fracasado. Pobre hombre. Más tarde se encargará personalmente de calmar sus temores. Por lo pronto, se pone en pie y se acicala para recibir a Septimus Malfoy, quien no se hace de rogar. El brujo se detiene bajo el umbral de la puerta, con la espalda bien recta y el mentón alzado. Es un hombre orgulloso y atractivo. De haber querido el puesto de Ministro de Magia, muchos hubieran optado por él. Pero Malfoy no es de los que disfrutan en la primera línea de fuego. Él prefiere ser el mejor amigo de los poderosos para obtener beneficios sin que le salpique toda la inmundicia de la política.
—Buenos días, señora Lufkin.
—¿Qué le trae por aquí, señor Malfoy?
—He venido a transmitirle mi más sincera enhorabuena.
—Muchas gracias. Pase, por favor. Siéntese.
Artemisia señala la silla al otro lado del escritorio y Malfoy se acomoda en su lugar. Apenas presta atención a lo que le rodea, como si estuviera tan acostumbrado a pasearse por ese despacho que no necesitara fijarse en los detalles porque ya se los conoce de memoria.
—Fue una grata sorpresa para todos saber de su nombramiento. El ministro Osbert tenía mucha fe en usted.
—El señor Osbert es muy amable.
—Espero que no le moleste, pero me contó que son ustedes buenos amigos.
Artemisia tarda un instante en responder. Observa la ropa de Malfoy y se da cuenta de que es nueva y está hecha a medida. El largo cabello platinado brilla como recién lavado y su bigote luce perfectamente recortado y peinado. Es obvio que se ha puesto de punta en blanco y que, pese a su actitud calmada, está marcando territorio. Artemisia sabe perfectamente cómo logró engatusar a Osbert, un individuo repleto de buenas intenciones, pero muy sensible ante los halagos y los regalos. Malfoy, quien parecía tener alma de conquistador, no lo tuvo difícil para hacerse con su favor. No obstante, con Artemisia nada será tan sencillo. Aún no ha nacido la primera persona capaz de sobornarla o chantajearla. Se pregunta a qué recurrirá Septimus Malfoy en primer lugar.
—Compañeros de trabajo, más bien.
—No sea modesta. Usted jamás faltó a ninguna de sus celebraciones más íntimas.
—Como ya le he dicho, el señor Osbert es un hombre muy amable.
Malfoy aprieta la mandíbula. Artemisia ve cómo los tendones de su cuello se marcan durante una fracción de segundo y se imagina lo que está pensando. Le gusta sentirse como un hueso duro de roer.
—Siempre se deshizo en elogios hacia usted. Afirma que es una ávida lectora.
—Así es. Me gusta mucho la literatura.
—¿Ha leído usted a Romulus Max?
—Por supuesto. Todo brujo que se precie de ser un buen lector debe leerlo.
Llegados a ese punto, Malfoy sonríe y coloca la mano derecha sobre el escritorio.
—Le agradará saber que tengo en mi poder una primera edición de "Leyendas populares de Britania"
Artemisia se contiene para no poner los ojos en blanco. Incluso se siente decepcionada. Jamás imaginó que Septimus pudiera ser tan burdo y obvio. Quizá Osbert es más idiota de lo que ella piensa.
—Enhorabuena. Debe ser un libro muy valioso.
Septimus Malfoy amplía su sonrisa y, con una floritura elegante y graciosa, formula un conjuro y hace aparecer un libro que deposita sobre la mesa. Artemisia lo contempla sin dar crédito a lo que está viendo y está a punto de quedarse sin palabras.
—Permítame obsequiárselo, señora Lufkin.
Artemisia procura no resoplar. Se cruza de brazos y decide que ha llegado el momento de dejar clara su postura. Supone que a Malfoy no le sentará bien en absoluto y no le importa. No desea establecer ninguna clase de trato, ni presente ni futuro, con su persona.
—Es muy amable por su parte, señor Malfoy, pero me temo que debo rechazar su regalo. Soy la Ministra de Magia y cualquier dádiva que reciba podría interpretarse como un soborno.
A Septimus se le borra la sonrisa de la cara. Todo su cuerpo entra en tensión y echa chispas por los ojos, pero se contiene con bastante acierto. Coloca la mano abierta sobre el libro y hace un movimiento un tanto extraño con la cabeza, como si pretendiera quitarle importancia a lo que acaba de ocurrir.
—Sólo pretendo transmitirle mis felicitaciones.
—Con su palabra será suficiente, señor Malfoy. No necesito nada más.
Malfoy asiente. Debería estar dispuesto para marcharse, pero parece tener el culo pegado al asiento.
—Como usted quiera, señora Lufkin. Ha perdido una oportunidad única en la vida.
Artemisia se encoge de hombros al tiempo que le regala una sonrisa un tanto hipócrita.
—He oído que aún quedan algunos ejemplares en ciertas casas de subastas.
—Un libro como este alcanza unos precios al alcance de muy pocos.
—En tal caso, seguiré disfrutando de Max gracias a las ediciones más modernas, lo que me recuerda uno de mis primeros proyectos.
Malfoy alza una ceja.
—No me diga.
—Deseo inaugurar una biblioteca pública. De esa manera, cualquier mago o bruja de nuestro país tendrá la lectura al alcance de su mano.
—Qué generoso por su parte.
—En absoluto. Sólo cumplo con mi deber.
Malfoy no dice nada durante un buen rato. Contempla su libro con consternación y finalmente lo hace desaparecer. Artemisia aún mantiene la sonrisa en los labios y, puesto que el tiempo pasa y esa situación no les lleva a ninguna parte, retoma las riendas de la conversación.
—Agradezco su visita, señor Malfoy, pero tengo mucho trabajo que hacer.
Malfoy da un respingo y parece que sus mejillas se tiñen ligeramente de rojo. Es como si hubiera perdido la noción del tiempo y se sintiera avergonzado por ello.
—No quisiera interrumpirla, aunque hay algo más que me gustaría comentar con usted.
Artemisia tampoco se sorprende en esa ocasión. La curiosidad le lleva a entornar los ojos y a observar a su interlocutor muy fijamente.
—Por supuesto. Dígame.
—El ministro Osbert y yo estábamos inmersos en un proyecto económico. Comenzamos a trabajar en ello hace unos meses, pero como sabe los acontecimientos se precipitaron, él debió dimitir y todo nuestro esfuerzo no fue culminado. ¿Sabe algo al respecto?
Artemisia piensa de nuevo que la sutileza no está siendo el punto fuerte de su interlocutor y se pregunta a qué se debe semejante comportamiento. Ella siempre creyó que era más sibilino y discreto, así que deduce que el asunto que le preocupa es de vital importancia. De otra manera no hubiera invadido su despacho, ni hubiera intentado el burdo soborno, ni hubiera mencionado esa cuestión con tan poco tacto.
—Honestamente, aún no he podido repasar todo lo que Osbert dejó inacabado. Como sabe, me he incorporado hoy mismo a mi nuevo cargo y estoy organizando mi agenda. Tengo muchos asuntos que atender.
—Claro, aunque yo confiaba en que el ministro le hubiera comentado algo al respecto.
—Me reuniré con el antiguo personal del señor Osbert mañana. Tenemos por delante varias semanas de arduo trabajo. Ignoro, eso sí, si él vendrá a verme personalmente.
Malfoy se remueve otra vez y parece más y más nervioso con cada segundo que pasa.
—Entonces, ¿no se han visto?
—No desde mi nombramiento.
El brujo está muy decepcionado, es evidente. Artemisia está a punto de sentir lástima por él, hasta que recuerda quién es y lo que es capaz de hacer y vuelve a subir sus defensas. Conociéndolo, cabe la posibilidad de que esa reunión no sea más que un numerito para despertar su compasión y hacerle bajar la guardia.
—Es una lástima.
—No sé cuánto tiempo tardaré en atender su petición, señor Malfoy, pero le aseguro que más tarde o más temprano llegará su momento.
—Esperemos que sea lo más pronto posible. Además, cabe la posibilidad de que a usted le interese participar activamente en todo esto.
Artemisia está a punto de soltar una carcajada. Niega con la cabeza y sigue observando detenidamente a ese hombre.
—No lo creo. El mundo empresarial nunca ha sido lo mío.
—Pero a nadie le amarga un dulce, ¿no cree?
—Suena muy tentador, pero me atrevo a rechazar su propuesta incluso antes de saber de qué se trata.
Malfoy asiente y esboza otra sonrisa hipócrita. Seguidamente se levanta y, ahora sí, Artemisia siente cierto desconcierto. No espera que la reunión termine de esa manera casi abrupta.
—Es usted una mujer de poca fe. Espere al menos a leer el proyecto y hablaremos entonces. Por el momento, la dejo con sus quehaceres —Septimus inclina la cabeza en su dirección—. Muchas gracias por recibirme. Mucha suerte, señora Lufkin.
Artemisia apenas tiene tiempo de despedirse de manera adecuada. Malfoy abandona el despacho sin añadir nada más y ella permanece en su butacón durante un par de minutos, reflexionando sobre lo que acaba de ocurrir. Se siente bastante confusa. No sabe si lo que acaba de ver ha sido un teatro o algo más real, pero sí tiene claro que Septimus Malfoy ha conseguido que piense en él y en su proyecto secreto con el antiguo ministro. Artemisia tiene la sensación de que está cayendo en una trampa mientras llama a Johnson y le pide información sobre aquel asunto. Puede que Malfoy no haya obtenido gran cosa de su parte, pero logra que no se lo quite de la cabeza en todo el día.
Cuando regresa a casa, bien entrada la noche, Artemisia es consciente de que le acaba de salir un grano en el culo llamado Septimus Malfoy.
Hola, holita.
Escoger un personaje olvidado en la saga de Harry Potter no es tarea fácil. En esta ocasión no me apetecía nada visitar los lugares comunes del romance y el drama y me he salido de mi zona de confort escribiendo sobre una política. Artemisia debió ser una mujer de armas tomar y una auténtica pionera en esa época. Y como teníamos un Malfoy rondando al ministro de entonces me pareció buena idea meterlo en esta pequeña historia. Espero que os haya gustado.
Besetes y hasta la próxima.
