Disclaimer: Todo de la Rowling. No toma en cuenta el libro aquel que sacó para no se qué obra de teatro, así que es todo mi headcanon. Cualquier coincidencia es pura casualidad o simple beneficio para el autor a la hora de diseñar la historia.
«Este fic participa en el reto "Amistad random" del foro La Noble y Ancestral Casa de los Black».
Personajes sorteados: Lorcan Scamander y Albus Severus Potter.
Derechos de imagen a le autore de la firma, pero no soy capaz de transcribir los símbolos.
Trigger Warning: Hay un fragmento un tanto descriptivo sobre un accidente. No me parece que sea demasiado terrible, pero bueno, sobre aviso no hay error.
—No deberías estar aquí. Los muggles se enfadarán si nos descubren —dijo Lorcan, disgustado.
Albus estaba sentado en lo alto de una almena, con los pies colgando sobre el vacío y la mirada fija en el horizonte. Desde abajo, a Lorcan le había parecido mucho más pequeña, pero una vez en lo alto de la torre había podido calibrar lo grande que era. Lorcan entrecerró los ojos cuando otra ráfaga de viento le azotó los cabellos rubios contra la cara. Estremeciéndose de frío, se metió las manos en los bolsillos y se acercó unos pasos, quedándose cautelosamente lejos del borde pero lo suficientemente cerca para poder hacerse oír por Albus a pesar del aire que le zumbaba en los oídos.
—Joder, qué puto frío hace aquí, Albus —dijo Lorcan mirando hacia arriba, alzando la voz para que le oyese—. ¿En serio no tenías otro sitio donde ir?
Una de las primeras cosas que Albus y él tuvieron en común fue el vértigo. En Lorcan resultaba prácticamente anecdótico. Al fin y al cabo nunca había mostrado demasiado interés en el quidditch, como sí hacían el resto de sus compañeros en Hogwarts. Lysander, que sí gustaba del famoso deporte que traía a todo el colegio y gran parte de los magos y brujas adultos de cabeza, no tenía ese pequeño problema. Lorcan ni siquiera lo definía como terror a las alturas. Sólo era un malestar que se instalaba en su vientre si no sentía el suelo firmemente anclado bajo sus piernas y que se incrementaba cuanto más se alejaba de este. Sobre todo si podía divisarlo desde donde estuviese.
Su madre siempre le intentaba consolar diciéndole que lo había sacado de su padre: un tejón con los pies bien sujetos a la tierra. Lysander, en cambio, volaba sin miedo encima de los thestrals o los hipogrifos de la reserva que gestionaban sus padres. Quizá por eso su hermano había acabado en la casa de las águilas a pesar de que ambos amaban el conocimiento de los animales sobre cualquier cosa.
Para Albus, en cambio, el miedo a las alturas había supuesto una fuente de frustración durante su infancia y parte de su etapa de Hogwarts. Su padre había enseñado a James a volar en su primera escoba con menos de seis años. Su madre había sido una de las jugadoras estrella de las Holyhead Harpies. Su hermana Lily había atrapado su primera snitch, para regocijo de su padre, con menos de ocho años y James había sido reclutado como cazador para Gryffindor en cuanto llegó a segundo año en Hogwarts. Albus se había negado a volar antes de ir al colegio, ni siquiera en las escobas de juguete que apenas se elevaban dos palmos del suelo, y durante su primera clase de Vuelo en Hogwarts ni siquiera había conseguido levantar la escoba.
De naturaleza competitiva, con el peso de la fama familiar y el parecido con su padre, su incapacidad para volar había sido una gota que colmaba una fuente constante de presiones y decepciones que el propio Albus se autoimponía.
—Hola, Lorcan —suspiró Albus, alzando la voz y mirando hacia abajo para hacerse oír. Lorcan le vio cerrar los ojos un segundo y supuso que, como le pasaría si lo hiciese él, Albus se había mareado al mirar hacia abajo. Por un instante, temió que oscilase y se precipitase al vacío, pero Albus volvió a hablar segundos después con voz firme—. ¿Cómo has sabido dónde estaba?
—Lo sabía. —Lorcan se encogió de hombros.
Habían empezado en Hogwarts los cuatro a la vez: Albus, Scorpius, Lysander y él mismo. Lysander y Lorcan conocían a Albus y sus hermanos desde bien pequeños. Sus familias solían coincidir en algunos eventos, sobre todo durante los veranos, pero no habían tenido una relación demasiado estrecha.
A Scorpius lo habían conocido el año anterior a Hogwarts. Draco Malfoy había financiado una de las expediciones de sus padres durante los años anteriores y sus padres los habían llevado a una fiesta en la mansión donde este vivía para presentar los resultados de sus estudios. Con los años, Lorcan comprendió que aquello había sido una presentación en sociedad. Tanto Luna como Rolf venían de familias sangrepura y, aunque no frecuentaban los mismos círculos que los Malfoy, sí conocían el baile diplomático de dicha clase social.
Aunque no fuesen especialmente amigos, juntarse durante el viaje del Expreso de Hogwarts con los dos únicos chicos del tren que, además de compartir los nervios del primer día, conocían por haber compartido algunos juegos infantiles, había sido natural para los gemelos. Albus había mirado durante la primera parte del viaje a Scorpius con desconfianza, pero este se lo había ganado con el carisma nato del que había hecho gala con los gemelos en la gala de presentación durante el verano.
—Scorpius está preocupado por ti.
—¿Tú no? —preguntó Albus, esbozando una sonrisa triste.
Habían quedado en casas diferentes, pero eso no les había impedido ser amigos. En palabras de Lysander, ellos dos tampoco habrían podido dejar de ser hermanos estando uno en Hufflepuff y otro en Ravenclaw después de haber estado toda una vida sin separarse más de cinco metros el uno del otro. Albus y Scorpius, que acababan de conocerse, fueron juntos a Slytherin. La simpatía inicial del tren se había convertido rápidamente en amistad y pronto se habían hecho famosos en el colegio por ir juntos a todas partes.
—¿Recuerdas cuando nos hicimos amigos? —preguntó Lorcan, sin contestarle.
—En la excursión aquella para ver la reserva de tío Charlie por el cumpleaños de mi padre. ¿Qué teníamos, seis años? Yo sólo recuerdo dragones enormes y terroríficos.
—No, no hablo de cuándo nos conocimos. Pregunto por el día en que nos hicimos amigos de verdad. No como los niños pequeños que juegan con los hijos de los amigos de sus padres porque es lo que toca.
Albus asintió, perdiendo de nuevo la mirada en las nubes que emborronaban el horizonte, difuminando la forma de los edificios de Londres. Un cuervo se posó junto a él, pero Albus no se movió ni un ápice.
Había sido en el campo de quidditch de Hogwarts, aquel mismo primer curso. Lysander había querido ir a ver el primer partido de quidditch de la temporada, Ravenclaw contra Gryffindor. Lorcan había argumentado en contra, porque ni siquiera jugaba su propia casa, pero su hermano había insistido. Lo había seguido, refunfuñando, hasta llegar al pie de las escaleras que subían a las altísimas gradas desde donde podrían ver cómodamente el partido. Las piernas le habían temblado en el séptimo escalón, pensando en lo infinita que parecía la escalera desde allí, y Lysander había comprendido en ese punto que su hermano no le acompañaría hasta los asientos.
Lorcan había estado a punto de darse la vuelta y volver a los dormitorios de Hufflepuff cuando divisó una figura familiar sentada en el césped y mirando hacia arriba. Muerto de curiosidad, Lorcan se había acercado a él.
—James jugaba su primer partido de quidditch —murmuró Albus en voz tan baja, que el viento se llevó sus palabras rápidamente y Lorcan tuvo que hacer un esfuerzo para oírle sin acercarse más.
—Y tú fuiste a verlo.
Así se había enterado Lorcan de que Albus tenía vértigo igual que él. Sentados hombro con hombro, habían visto el partido desde el suelo, sin apenas poder distinguir gran cosa por la distancia y con el cuello doliéndoles horrorosamente por la postura.
—Encima perdió el partido. Joder… —Albus rio quedamente. Lorcan sonrió, sabiendo que había conseguido un triunfo.
Aquella anécdota, por tonta que fuese, terminó por unirles definitivamente. Albus y Scorpius empezaron a buscar a los gemelos en sus ratos libres, estudiar juntos en la biblioteca y compartir deberes. Los años fortalecieron aquella amistad entre los cuatro, haciendo que pasasen incluso las vacaciones rotando entre las casas de los tres. Aunque los cuatro eran buenos amigos, ni Scorpius ni Lysander llegaron a sentir nunca entre ellos aquella afinidad que habían tenido Lorcan y Albus. Con los años, Albus y Scorpius habían acabado desarrollando, como todo el mundo menos ellos parecían esperar, una relación romántica, pero tanto Albus como Lorcan seguían estando muy unidos.
—Este no va a perderlo —dijo Lorcan. Albus perdió la sonrisa, pero Lorcan no se amilanó—. Tienes que dejar de hacer esto, Albus.
La forma en la que Albus lidiaba con sus problemas les había hecho discutir varias veces. Años después, Scorpius le había contado a Lorcan que tras la primera clase de Vuelo Albus había desaparecido hasta la hora de dormir, ganándose su primer castigo en Hogwarts por no presentarse a la cena. Cuando en sexto Lysander había conseguido, por fin, un puesto de guardián en el equipo de Hufflepuff, Lorcan había encontrado a Albus acurrucado y abrazándose las rodillas en un rincón de la lechucería.
No había sido la única vez. Lo que Lorcan no terminaba de comprender era la obsesión de Albus por buscar sitios altos que, como a él mismo, le hacían sentir peor. Albus había escapado por primera vez a lo alto de la Torre de Londres tras una discusión con su padre al terminar Hogwarts. Había desaparecido durante varias horas antes de volver a casa, avergonzado. Lorcan se había enterado semanas después cuando Albus, sonrojado, se lo había confesado en secreto. Ni siquiera Scorpius se había enterado de aquello. Lorcan había sospechado que cada vez que Albus se esfumaba sin decir nada a nadie, repetía aquella particular hazaña.
Cuando lo despidieron de su primer trabajo mágico. La vez en que, borracho, le propuso matrimonio a Scorpius de broma, este se asustó y acabaron discutiendo durante una fiesta en una de las playas de Norfolk. Cuando Lysander y Lily comenzaron a salir juntos. El día que Lorcan le contó que tenía una oferta para trabajar en la misma reserva de dragones que Charlie Weasley. Desaparecía sin avisar a nadie, volviendo al cabo de unas horas con aspecto agotado, rostro macilento y actitud contrita.
—¿A quién le importa?
—A mí —respondió Lorcan, tajante. Aspirando una bocanada de aire, dio un par de pasos hacia adelante, quedando justo debajo de Albus y apoyando las manos en el borde de la pared. Cerró los ojos con fuerza, sintiendo la gravedad tirar de su estómago. Volvió a abrirlos, evitando cuidadosamente mirar hacia abajo y tragando saliva con fuerza—. ¿Por qué lo haces?
Miró hacia arriba, esperando una respuesta. Albus se encogió de hombros.
—No puedes limitarte a huir cada vez que el mundo no funciona como tú quieres, Albus —insistió Lorcan. Otra ráfaga de aire le alborotó el cabello. Cometió el error de mirar hacia abajo y cerró los ojos para evitar que se le nublase la vista—. ¿Es algún tipo de tortura? ¿Una especie de castigo cuando sabes que deberías dar tu brazo a torcer?
—¿Se sabe algo ya? —preguntó Albus en respuesta.
—Sigue en quirófano. Los sanadores están haciendo todo lo posible por salvar su brazo y la movilidad de ambas piernas, según nos ha dicho Lily.
—Lily. ¿Qué tal está?
—Angustiada. Está con Lys. Supongo que es lo que más necesita ahora. —Lorcan abrió los ojos de nuevo, intentando controlar las náuseas de su estómago. Albus asentía, mirando por primera vez hacia él y desviando la mirada de nuevo al horizonte—. Scorpius está con tus padres. Les ha dicho que necesitabas estar solo un rato.
—Eso es cierto.
—Pero deberías habérnoslo dicho. No habría tenido que aparecerme en tres torreones antes de encontrarte.
—¿Te has aparecido en tres torreones? —Lorcan no contestó, mirando a su alrededor. El sol comenzaba a declinar y la luz anaranjada hacía brillar al edificio con una luz especial.
—Recordaba lo que me dijiste una vez sobre la Torre de Londres, pero como no especificaste el sitio exacto…
—Lo siento, debes estar sintiéndote fatal. —Albus se puso de pie con cuidado sobre la almena. Lorcan lo observó, angustiado, notando que le temblaban las piernas igual que a él. Albus inspiró profundamente antes de dar un paso hacia adelante y desaparecerse con un crack y reaparecer a su lado, en la parte más segura del murallón. Aliviado, Lorcan dejó escapar la bocanada de aire que había contenido—. No tendrías que haberlo hecho.
—No está bien que te castigues cuando lo estás pasando mal. No ha sido culpa tuya —dijo Lorcan con un hilo de voz, todavía con el corazón latiéndole a toda velocidad y sintiendo más náuseas en el estómago sólo de pensar en Albus caminando hacia el vacío para poder aparecerse.
James había debutado como titular para el Puddlemere United esa misma temporada. Había estado en el equipo de reserva desde que se había graduado en Hogwarts, entrenando con tenacidad hasta que su oportunidad había debutado. Albus, contento por su hermano, había comenzado a asistir, siempre desde el suelo, a todos los partidos que este jugaba. Lorcan le había acompañado, igual que había hecho en los años de Hogwarts, para que no estuviese él solo, mientras Lys y Scorpius lo veían desde las gradas. Hasta para alguien que no le gustaba el quidditch como Lorcan, este era más divertido en compañía que en solitario.
La bludger había impactado con fuerza en la sien de James con un crujido que los dos habían oído con claridad a pesar de la lejanía. Albus, además, había seguido el movimiento de la pelota con sus omniculares. Lorcan había confirmado lo que sus ojos apenas intuían cuando, en el breve vistazo que había dirigido a Albus, la expresión de este había mudado a una de completo terror. Al volver la vista al aire, había visto, casi a cámara lenta, el cuerpo de James precipitarse al vacío. Los golpeadores, que al estar pendientes de la bludger sí habían visto lo que ocurría, habían abandonado el juego para lanzarse detrás de él a toda velocidad para recogerle, pero Lorcan había calculado rápidamente que no llegarían a tiempo.
Una oleada de murmullos preocupados había recorrido todas las gradas cuando los espectadores se habían dado cuenta de lo que ocurría. Varios hechizos cruzaron el aire, provenientes de la grada y del árbitro, sin dar en el blanco. Albus y Lorcan se pusieron de pie, sujetando sus varitas con fuerza, pero Lorcan era incapaz de recordar ningún hechizo útil. Con los ojos desorbitados de terror, igual que Albus, había asistido petrificado a la caída de James con absoluta impotencia.
Un grito de horror solitario había resonado en el estadio por encima del terror general, sacándole de su ensimismamiento. Sintiéndose como dentro de una de las películas muggles que a veces iban a ver a Londres, Lorcan había buscado el origen entrecerrando los ojos para afinar la vista. Lysander rodeaba con los brazos a Lily, que gritaba desesperada intentando zafarse de ellos para acercarse al borde de la grada. A su lado, Harry Potter apuntaba con la varita en dirección a su hijo con un gesto de pánico en el rostro. Lorcan lo vio vocalizar el hechizo que salió instantáneamente de su varita.
Había seguido el hechizo con la mirada, viéndolo impactar contra James en el último momento a apenas unos metros delante de Albus y él. El cuerpo había reducido drásticamente su velocidad, pero aun así cayó a plomo los tres últimos metros impactando contra el suelo con un crujido desagradable que Lorcan sabía que le acompañaría en sus peores pesadillas a partir de ese momento. Pocos segundos después, sus compañeros y contrincantes aterrizaron a su lado y lo rodearon para darle los primeros auxilios mientras un grupo de medimagos se acercaba corriendo desde el vestuario.
Albus se había quedado inmóvil, de pie, con la cara invadida de terror y la varita fuertemente apretada entre las manos, paralizado, respirando con dificultad. Lorcan le había rodeado los hombros, apareciéndole en San Mungo cuando los medimagos trasladaron a su hermano para tratarlo y pidiendo ayuda para atajar el ataque de ansiedad de Albus.
—Lo tenía justo delante. Era quien mejor situado estaba para haber lanzado un arresto momentum, pero ni siquiera pude… no podía pensar… sólo… —musitó Albus. Lorcan lo abrazó y Albus le correspondió, agarrándose con fuerza de su camiseta y dejando salir un sollozo—. Si mi padre no llega a acertar estaría muerto, Lorcan.
—No lo está. No es tu culpa. Yo también estaba allí, recuerda. Tampoco supe cómo reaccionar.
—Lo siento, no quería preocuparos. Es sólo…
—Que a veces es más fácil escapar que enfrentarse —comprendió Lorcan. Albus asintió, sin separarse de él—. Deberíamos volver.
Albus sollozó una vez más, hundiendo el rostro en su hombro. Lorcan sintió la humedad de sus lágrimas y mocos en la camiseta, pero no le importó. Lo apretó entre sus brazos, acariciándole la espalda consoladoramente para ayudarle a tranquilizarse. Unos minutos después, Albus se separó de él.
—Tienes razón —murmuró Albus con la voz tomada—. Volvamos al hospital.
—Tendrás que aparecernos tú. No estoy seguro de que yo pueda hacer correctamente lo de la decisión y desenvoltura ahora mismo. De hecho, no sé cómo has conseguido hacerlo tú ahí arriba, creí que te ibas a despeñar.
—La primera vez creí que no iba a poder hacerlo, que tendría que esperar a que algún muggle me viese y viniese por mí —confesó Albus, avergonzado—. Tardé horas en reunir en valor para desaparecerme. Luego… he ido cogiendo práctica, pero todavía me cuesta.
—Hace diez años no eras capaz de acercarte al borde de la Torre de Astronomía durante las clases —dijo Lorcan, admirado.
—Mi padre dice que a los miedos hay que enfrentarlos.
—Me parece que enfrentar a tus miedos eludiendo tu responsabilidad no suena a lo que tu padre quiere decir con eso —le reprendió Lorcan.
—No. —Albus rio suavemente, sin ganas—. Seguramente no. Lo siento.
—Sácanos de aquí ya y te defenderé cuando Scorpius venga a matarte —le propuso Lorcan, que empezaba a marearse de verdad y sentía que el viento lo iba a arrastrar por encima del borde en cualquier momento.
—Por la cuenta que te trae. Si te pones de su parte, la próxima vez no te diré dónde voy y no podrás encontrarme.
—Si vuelves a desaparecer de esta manera, no será necesario que Scorpius te corte los huevos, lo haré yo —amenazó Lorcan sin amilanarse.
—Prueba a intentarlo —dijo Albus, sarcástico, antes de sujetarle por un hombro y desaparecerlos a ambos.
Lorcan suspiró con alivio cuando sus pies tocaron el suelo pulido de San Mungo. Albus, comprensivo, esperó a que recuperase el aliento y afirmase sus piernas.
—La próxima vez que tengas ganas de torturarte a ti mismo… ven antes a verme, ¿vale? —Albus asintió, solemne. Juntos, caminaron hasta la sala de espera donde estaban reunidos todos los Potter—. Cuéntamelo a mí en lugar de pasarlo mal en lo alto de un castillo muggle.
—¡Al! —Scorpius, que conversaba en voz baja con Ginny, levantó la vista al verlos entrar, apresurándose a acercarse a ellos y envolver en un abrazo apretado a su novio—. ¿Qué tal estás?
—Como una rosa en medio de un desierto —admitió Albus, intentando esbozar otra sonrisa—. Lo siento mucho, Scorp.
—Ya hablaremos sobre tu manía de desaparecer. Ahora no. —Scorpius frunció el ceño, interrumpiendo a Albus, que había abierto la boca para protestar. Este se calló, compungido en un gesto culpable—. Tus padres estaban preocupados por ti y bastante tienen ahora para que les sumes ese peso. Gracias por traerlo, Lorcan —dijo Scorpius, dándole un breve abrazo a él también.
—No hay de qué.
—Albus… —Harry Potter se acercó a ellos y también estrechó a su hijo entre sus brazos.
—Lo siento mucho, papá. Yo… no se me ocurría ningún hechizo, sólo podía pensar en que caía a toda velocidad y…
—Hijo… Está bien, nadie te está echando la culpa de nada, no te cargues con responsabilidades que no son tuyas.
—Si no llega a ser por ti… Si le pasa algo…
—Seguiría sin ser culpa tuya —afirmó Harry, separándose de él para mirarle a los ojos—. ¿De acuerdo, Albus? —Este asintió, tragando saliva. Las lágrimas volvían a deslizarse por sus mejillas. Su padre se las enjugó con los pulgares antes de volver a abrazarlo con fuerza.
—¿Cómo está? —pregunto Albus con la voz ahogada.
—Saldrá de esta. Y los medimagos han dicho que seguramente volverá a jugar más pronto que tarde, así que ni siquiera tendremos que lamentar nada más allá del susto —aseguró Harry con una sonrisa que hacía que varias de las arrugas de preocupación de su rostro se desvaneciesen—. De algo tenía que servir la magia, ¿no?
—Genial —murmuró Albus con voz cansada, intentando corresponder la sonrisa de su padre.
Scorpius guio a Albus a uno de los sitios libres, sentándose a su lado. Lorcan se sentó en el otro, sujetando una de las manos de Albus en un gesto de consuelo hasta que los medimagos les permitieron ver a James, que estaba despierto y bastante recuperado del susto y del impacto, aunque todavía tenía la piel de sus extremidades amoratada y se quejaba de fuerte dolor en ellas.
—Se va a poner bien, Lorcan —le informó Albus tras salir de verle.
—Me alegro.
—Por cierto, hay que hacer algo con ese vértigo nuestro de una vez por todas.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Lorcan, entrecerrando los ojos con sospecha.
—Terapia de shock. Mañana por la tarde, al ponerse el sol, en el mismo sitio. Hasta que consigas aparecerte sin mi ayuda.
—Que te den, Albus —masculló Lorcan.
—Si no vienes tú, te llevaré yo a la fuerza —amenazó Albus con malicia. Lorcan sonrió, satisfecho de que su amigo se encontrara mucho mejor—. Si yo tengo que ir a hablar contigo cuando me encuentre mal, tú tendrás que colaborar para que pueda seguir escapándome de vez en cuando.
—No entiendo por qué soy amigo tuyo —gruñó Lorcan, disimulando su alegría. Al fin y al cabo, Albus le había prometido, a su manera, no volver a preocuparlo desapareciendo cuando se viese sobrepasado por las circunstancias.
