La primera vez que escribo después de tanto tiempo. No sé cuantas faltas tendrán, o incluso lógica, pues aunque siga los hechos del manga/anime los he cambiado a mi favor para poder crear esta historia.

Los personajes NO me perteneces, pertenecen a Masashi Kishimoto.


Desde niña le habían dicho que su única misión en la vida de un ninja es morir por tu hogar. Sacrificarse si es necesario y no dar la espalda a nadie que lo necesitase. Entonces... ¿Por qué le habían dado la espalda a él? ¿Por qué la gente se empeñaba en acusar a un pobre infante de las desgracias de un Clan guiado por el odio? No se lo merecía. No se merecía aquellos discursos que sus superiores tildaban de concienciar cuando ponían a un niño en camisa de once varas.

Y ella no iba a permitir que aquello pasase. Se lo prometía cada una de aquellas noches en los que lloraba en el silencio de su habitación abrazando aquel marco como si fuese lo único que le quedaba en la vida.

Habiendo pasado dos años desde su partida, la imagen de aquella banca de piedra, en la entrada de lo que fue el hogar para los dos, le oprimía el corazón. Podía pasar los dedos por aquel frío cemente y sentir como la fatídica noche se repetía en sus memorias.

—Vamos, Sakura, es hora de superar.—Se repetía mentalmente, observando desde la distancia como la espalda de aquel niño de doce años caminaba sin mirar atrás.

La fría brisa de invierno movía sus largos cabellos rosados, pues, en aquellos dos años, se había encargado de dejarse crecer el cabello. Había crecido varios centímetros, pero no lo suficiente como para sentirse alta. Todavía tenía cuerpo de niña, aunque Tsunada siempre hincaba en que iba a estar suficiente desarrollada en su parte trasera. Oh, por dios, cuantos sonrojos le habrá sacado ya con esa observación.

Se subió la bufanda lo suficiente para cubrirse el cuello, barbilla y boca. Tenía los labios resecos y los ojos se le cristalizaban. Quizás estaba ahí en medio cuando las temperaturas mas bajas estaban; pero no le importaba. Caminaba y caminaba hasta donde sus pies le permitían. Enfrascada en sus pensamientos, trazaba recorridos aleatorios, acabando en lugares que ni si quiera recordaba que existieran. Una vez acabó en la zona Hyuga y tuvo que ser la propia Hinata la que le acompañara a casa porque se sentía desorientada. Aunque fue un bonito paseo de charlas y risas, pues las ojijade siempre le recordaba lo fascinada que estaba por Naruto y el cambio que había hecho en aquellos años de entrenamientos. Y faltaría mas, el rubio se había vuelto todo un gigolo con aquellos ojos azules como el cielo y su cabellera puntiaguda. Estaba segura que en unos años mas tendría a la mitad de la población femenina pisándole los talones.

Suspiró, haciendo que el vaho traspasase la fina tela que abrigaba su cuello, frotándose las manos, caminaba mirando el suelo, como si tuviese una especie de línea que le guiase a su destino. ¿Pero a dónde? Ni había levantado mirada en todo el transcurso, los saludos de los transeúntes se quedaban en segundo plano y los intentos de conversación mudos. No escuchaba nada mas que sus pensamientos, y aunque era motivo de preocupación, todos se habían acostumbrado de que una vez a la semana, aquella mata de pelo rosa caminara como fantasma por las calles animadas.

"Uno, dos, uno, dos" contaba mentalmente mientras observaba como sus pies se levantaban a cada pisada. Por un momento, de tanto fijarse en eso, se olvidó de como caminar. Como si su propia cabeza le hubiera jugado una mala pasada, obligándola a levantar la cabeza para asegurarse de que nadie le hubiera visto. Pero que tonta, se había adentrado tanto en un camino apartado y mal cuidado que dudaba de que persona caminase por aquel lugar.

"Prohibido el paso"

Agarró aquel tablón de madera para fijarse en lo desgastado que estaba. Quizás la lluvia, el paso del tiempo o lo golpeado que estaba indicaba que, en evidencia, estaba haciendo su trabajo. Montones y montones de arboleda seca, vieja y ponzoñosa se alzaba tapando un camino que se adentraba aún mas. Y presa de la intriga y ayuda de un kunai, empezó a considerarse una jardinera cuando con rápidos movimientos, cortaba las ramillas para hacerse camino. Y cuando dio el primer paso adentrandose en una propiedad quizás privada, varios pájaros volaron de sus nidos. Sakura alzó la cabeza al cielo, observando como el sol iba siendo opacado por varios nubes rebeldes que impedían su trabajo.


Kakashi estaba observando varios papeles a la vez. Tsunade le había ofrecido un par de trabajos y tenía que elegir cual cumpliría primero. Naruto se había puesto muy pesado, pues, a su regreso, nada mas tenía ganas de demostrar todo lo que había aprendido con Jiraiya. Y no era de extrañar, el rubio, a parte de lo que poseía en su interior, había adoptado habilidades de unos de los sannin. Se rascó por encima de la mascarilla cuando la figura de un pequeño Sasuke se le cruzó por la cabeza.

No se consideraba la persona mas fuerte, pues por encima de él estaba el Hokge y mas por encima los Sannin. Él solo se limitaba a copiar técnicas y luego usarlas con su jutsu ocular, pero mas que eso, era un jounin normal haciendo misiones con un equipo que no era normal. Si todavía el Uchiha hubiese permanecido en la villa, quizás sus celos e impotencia por no poder ser entrenado por alguien mas fuerte que él le hubiesen llevado a un camino peor. Y se sentía tan mal por haber hecho las cosas que hizo. Por no haber sido aquella figura paterna. Por no haber previsto todos los eventos que ocurrieron hace dos años. Quizás, su imagen de pequeño fue reflejada en aquellos dos niños, pero su altanería y su poca paciencia para con los infantes le llevó por el camino de la desesperación y tristeza.

—Yo! Kakashi-sensei—Naruto apareció delante de su maestro con su típica sonrisa de oreja a oreja. El peliblanco sonrió bajo su máscara.

Pues de una cosa estaba seguro, no dejaría que ninguno de sus pupilos tomaran el mal camino, y aunque tuviera que traer a Sasuke de los pelos a la aldea, se aseguraría de que sus dedos se enredaran bien en su cabellera.


Con cada pisada que daba, cada latido fuerte que golpeaba en su pecho.

"Dime, Sakura, ¿no tienes miedo de lo que te puedes encontrar?" Aquella voz. Gruesa, potente, dictadora. Hizo acto de presencia en el mismo momento en el que dejó la madera atrás. No tuvo miedo, pues con la mirada todavía firme vislumbraba desde su posición un muro de piedra. No contestó, siguió y siguió caminando. "No deberías de estar aquí." Una voz femenina. Dulce, pero demandante. Se coló en su cabeza y empezó a tararear una canción. Es como si en su mente se estuviera haciendo una reunión y se turnaban para hablar.

"Vete"

"Corre"

"Malditos"

Susurros desesperados, gritos atropellados y gemidos de dolor. Todos a la vez, todos pidiendo atención. Se agarró la cabeza con ambas manos y pidió para adentro, con esperanza de ser escuchada, que se callasen; que no quería escucharles. Por el contrario, eran cada vez mas y mas voces, gente anciana suplicaba clemencia, niños lloraban llamando a sus padres, mujeres gritando y hombres riendo. ¿Qué le estaba pasando?

—Por favor, por favor... ¡Dejadme en paz! —Pegó un grito al cielo. Las lágrimas ya estaban en la cuna de sus ojos y las manos le temblaban. ¿Se estaba volviendo loca? Y cuando su conciencia estaba decidiendo a apagarse, sus ojos jades se encontraron con un ojo negro. Negro como la noche. Como un pozo sin fondo. El graznido de un cuervo apaciguó su cabeza. Las voces desaparecieron... Solo había: silencio.

Se apoyó de costado contra la pared, respirando con dificultad. La temperatura le había subido y notaba como su cuerpo se volvía débil y pesado. Las piernas a duras penas le respondía y los brazos se mantenían quietos a cada lado de su cuerpo. Es como si estuviese aprisionada en el jutsu de sombras y en cualquier momento se movería sin siquiera pensarlo.

Buscó con agilidad aquel ave, quien se mantenía quieto, altivo, egocéntrico. Es como si pusiese dibujar una sonrisa en aquel pico curvado. Volvió a graznar y salió volando directo hacia ella. Iba a una velocidad tan rápida que si estuviera en sus plenas facultades esquivaría, pero con su condición, a penas y podía tirarse al suelo. Cerró los ojos esperando el golpe. Unas heridas quizás tendría, o muy con su mala suerte, sería de esos cuervos que arrancasen su corazón y estaría picoteándolo durante días. Pero estaba tan casada, que cualquiera de las dos ideas le parecía bien.

Pero el golpe nunca llegó. Con los ojos aún cerrados, sintió como el aire del lugar cambiaba, como su fuerza volvía y sus pies se movían. Abrió con lentitud los ojos, y por el rabillo del ojo pudo contemplar como el ave negro clavaba las patas en su hombro. Se sentía tan liviana, como si tener aquel peso aliviara su cuerpo. Apoyó la palma de la mano en la pared y se separó un poco para contemplar una gran entrada a mano derecha. Observó como la cabeza del cuerpo miraba directamente en aquella dirección, incitándola a moverse como si de un maniquí se tratase.


—¿Dónde está Sakura-chan?— Ya era la tercera vez que preguntaba su paradero, y si el rubio no tenía ni idea de donde estaba su amiga, Kakashi menos. Poco había hablado con ella en aquella semana, aunque por un instante recordó su rutina de cada semana.

—Supongo que estará dando un paseo.

—Eeeeeeh... — el claro puchero del Uzumaki representaba que poco conocimiento tenía de los nuevos tics de su compañera. El peliblanco cerró el libro, cansado de estar leyendo el mismo párrafo una y otra vez sin poder concentrarse.

—Empecemos la misión sin ella.—Se guardó objeto en el porta kunais y observó la mirada reprochadora de Naruto. —¿Qué sucede?

—¿Pretendes dejar a Sakura-chan fuera de esto? Es parte del equipo, debería de estar con nosotros. ¿No estás preocupado?— y el maestro suspiró. Claro que estaba preocupado. En mas de una ocasión, cuando Sakura estaba tan enfrascada en sus pensamientos, Kakashi siempre la seguía examinándola. Y tras dos semanas de hacer lo mismo llegó a la misma conclusión que Tsunade. "Está canalizando el dolor", explicó la sannin.

—Sakura se podrá unir a nosotros una vez que vuelva, tampoco es que nos vayamos al País de al lado. No vamos a salir de la nación.

—¡Pero!— Y sin escuchar nada mas, el maestro empezó a caminar rumbo a donde tenían el destino. Naruto, en cambio, tornó su cuerpo hacia atrás cuando un pequeño pétalo de cerezo aterrizó en sus pies. Y era raro, aún quedaban un par de meses para que los árboles empezaran a florecer.


—¿Dónde estoy?-Fue lo único que logró articular cuando, en pequeños pasos, se dirigió a la puerta.

No podía negarlo, imponía aquella estructura de piedra. Y estaba segura de que si las plantas de los árboles no taparan los grandes muros, se vería incluso mucho mejor. Algo llamó su atención, pues un emblema blanco (que se le hacía conocido), estaba escondido entre la maleza, y aunque quería saber que es lo que había detrás, bajó la mirada para ver que había detrás del muro.

La respiración se cortó. Sus ojos se abrieron como platos. El chillido del ave a su lado le dio la bienvenida a aquel lugar.

El famoso Clan Uchiha se extendía delante de sus ojos con sus casas destrozadas y sus caminos levantados. El abanico estaba casi en cada esquina y con ello, un recuerdo punzante se instalaba en su cabeza.

—Bienvenida- aquella voz... Giró la cabeza para observar como el cuervo la observaba. Esos ojos rojos bañados en sangre. Conocía muy bien de qué se trataba. El mangekyo sharingan estaba activado y apuntando directo a sus ojos verdes.