Dualidad

By Dione Ishida

Disclaimer: Digimon y todos sus personajes pertenecen a Toei Animation (Akiyoshi Hongo) y este fic está escrito sin fines lucrativos. Soy autora de mi propia narrativa, sin embargo solo utilizo los personajes para el storyline. Continuación de mi fic previo, Sol y Hielo. Historia ambientada en Last Evolution Kizuna, SPOILERS.


Parte 1. Sillas vacías.

—¡Joe! —Exclamé al caminar apresuradamente a través del largo pasillo, tratando de alcanzarlo.

—Yamato —Respondió él desde la central de enfermería, dirigiéndose hacia mí con una sonrisa cortés y cálida— Taichi y el resto ya se han marchado.

—No es eso —Negué con la cabeza— ¿Puedo pasar nuevamente a verla?

—Claro —Aseguró, un tanto sorprendido ante la petición.

Por segunda ocasión, volví a entrar a la habitación 623 del área de cuidados intermedios de Medicina Interna. Joe cerró la puerta detrás de sí mientras sostenía una carpeta y caminamos hacia los pies de la cama. Mi corazón súbitamente incrementó la fuerza de sus latidos, mi piel se erizó y un sudor frío humedeció mi frente. Quizá por la conmoción, no había sido capaz de asimilarlo cuando Taichi me llamó por teléfono y me informó que ella había sufrido un accidente, encontrándola inconsciente en el piso del almacén. Tampoco fui capaz de asimilarlo la primera vez que entré a la habitación y hablé con todos para informarme sobre lo sucedido. Pero ahora que el bullicio se había extinto, sólo pude observar a Mimi en la camilla, tan pálida e inconsciente.

Sí, era ella. Quien hasta hacía menos de 12 horas había llenado mi cara de besos y pedido que jamás la abandonara, ahora yacía inmóvil en una camilla de hospital, y yo tan sólo quería derrumbarme sobre mis rodillas y también desconectarme del exterior.

—Normalmente… —Anunció Joe a modo de introducción, sacándome de mi ensimismamiento— … los pacientes en coma se benefician de estímulos verbales.

—¿Es eso lo que tiene? ¿Está en coma? —Quizá no entendía nada de medicina, pero imaginaba la severidad de la situación.

—Eso parece. Su consciencia ha desaparecido a pesar de que su cuerpo permanece activo. Ella no podrá despertar hasta que la causa sea resuelta. Sin embargo, —Añadió el ahora joven médico Joe— se ha reportado que los pacientes en este estado pueden percibir estímulos externos. En especial si se trata de alguien muy cercano a ellos —Acotó con tranquilidad.

—¿Puede escucharme? —Pregunté vagamente.

—Depende de qué tan profundo sea el coma. Pero puedes intentarlo —Alentó, extendiendo su mano hacia Mimi.

Me alejé de Joe y caminé algunos pasos más hacia la derecha, para quedar a su lado. Observé a Mimi con detenimiento y la imagen que tenía ante mí, más allá de turbarme, me había provocado una profunda desolación. El dorso de su mano izquierda estaba conectado a un catéter que suministraba líquido en su vena, y a diferencia de antes, ahora tenía diversos parches adheridos al pecho y a la sien, este último suponía para monitorizar su actividad cerebral. La imagen de aquella mujer dulce y tan llena de vida había quedado atrás, dejando únicamente un cuerpo sin expresión o consciencia alguna.

¿A dónde te has ido, Mimi?

Me arrodille frente a ella y permanecí en silencio. Quería despotricar contra la vida misma si era necesario; ¿Por qué ella? ¿Por qué me la había arrebatado? Me sentía tan impotente por no poder ayudar a nadie, ni a mi compañero digital ni a Mimi. Y el tiempo jugaba en nuestra contra. Por un lado sentía tanta culpa por no haber sido capaz de decirle lo que sentía por ella. Y a su vez, tanto coraje contenido me hacía enfurecer por haberla dejado sola aquella mañana, todo por haber perseguido los rastros de Imura. Sabía que algo andaba mal cuando nos despedimos, simplemente lo presentí y no había hecho nada al respecto, pues supuse que estaría bien. Quizá si la hubiera protegido, quizá si hubiera estado a su lado…

"…igual me habría desvanecido" escuché su voz femenina en un susurro y me giré asustado hacia Mimi, solo para notar que permanecía inmóvil. Acto seguido, me giré hacia Joe quien me devolvía una mirada un tanto apacible, en un intento por calmarme. Me aterró pensar que mi mente estresada me estuviera llevando al límite y hubiera imaginado su voz mientras ella yacía inconsciente.

Tomé su mano derecha entre las mías y traté de aclarar mi voz lo más que pude.

—Mimi… —Llamé con suavidad— Arreglaré todo, lo prometo —Le aseguré, aún cuando su rostro me devolvía un semblante inexpresivo. Acaricié el nudillo de su dedo índice con mi pulgar— Resiste, por favor.

Sentí su mano sacudirse involuntariamente durante tan solo una milésima de segundo. Pese a ser considerado —con alta probabilidad— como un simple reflejo, me aferré a ese gesto como señal de aprobación. Dos o quizá tres lágrimas involuntarias se deslizaron por mis mejillas. Solté su mano y me incorporé, di la vuelta y regresé hasta mi compañero Joe, quedando justo a su altura.

—No lo sabía, Yamato —Confesó Joe apenado, una vez que entendió por qué había pedido verla.

—Por favor, cuídala Joe —Me limité a decir mientras inclinaba mi cabeza ligeramente a modo de reverencia— Nosotros nos encargaremos de lo demás.

Abandoné la habitación tan rápido como me fue posible y me dirigí al ascensor, en búsqueda de mi compañero digital para continuar con mi labor. El tiempo se había volcado sobre mí y necesitaba actuar para proteger a quienes amaba.

"Resiste por favor, te necesito".


A medida de que aceleraba mi andar, el viento golpeaba mi cara con suavidad. La brisa tan cálida de aquella mañana de primavera había exfoliado los primeros pétalos de flor de cerezo. Durante el primer día de la celebración del Hanami, las flores habían impregnado la ciudad un aroma sutil y dulce que causaba deleite entre los habitantes. Paulatinamente, los pétalos tapizaron la acera y el césped de un pálido matiz rosado.

Me hallaba envuelto sobre un paraje idílico mientras que, sobre la bóveda inmensa que representaba el cielo, se había volcado una tonalidad iridiscente, como si se tratase de un lienzo que se iluminaría exquisitamente con los primeros rayos del atardecer.

Había transcurrido casi dos semanas desde que, tras la última evolución, la aventura había cesado y ellos se habían marchado. Durante los primeros días experimenté tal soledad, que solo pude protegerme a mí mismo desapareciendo ante la vista de todos. No se trataba de regocijarme en mi propio dolor, pero la vida había continuado sin importar que yo me encontrara a un lado del camino desolado por mi pérdida. Tras diez años de haber tenido un propósito al lado de aquel ser que había sido mi compañero de aventuras, ahora me era difícil imaginar cómo se reanudaría mi camino y en qué dirección, ya que por el momento no tenía rumbo alguno.

Crucé el parque mientras los rayos del sol se filtraban a través de los árboles y paradójicamente, iluminaban mi camino hacia adelante. Continué durante algunos minutos hasta que finalmente llegué a la bahía de Odaiba. A lo lejos pude observar el impresionante puente principal que reflejaba toda la iluminación que su estructura metálica capturaba. Coloqué mi mano izquierda sobre mi frente, en un intento de cubrir mis ojos de los rayos del sol.

Mientras me acercaba hacia la bahía, había repasado con la mirada a la audiencia que se hallaba frente a mí, con el único propósito de encontrar al autor del mensaje que había recibido aquella tarde. Tras aislarme durante algunos días, recibí múltiples mensajes de texto —entre ellos, de Joe, mi padre y Takeru—. Sin embargo, hubo solo uno que pudo atraer mi atención lo suficiente para salir por primera vez y hablar con alguien.

"Desearía que estuvieras aquí para verlo. En la bahía de Odaiba", rezaba junto a una foto de la zona donde me hallaba en ese justo momento.

Me había frenado a mí mismo sobre cuándo buscarle, ya que no sabía cómo podría estar asimilando la situación y quería simplemente darle espacio. Sin embargo, necesitaba de su compañía hoy más que nunca.

Continué caminando hacia las gradas frente a la bahía. El aroma de cerezo se había desvanecido del ambiente, permitiendo que ahora una estela de sal y agua marina rociara el entorno. Comencé a buscarle entre la gente mientras caminaba detrás de las gradas, notando diferentes voces, alturas, gestos y rostros. Pero mi vista se posó sobre una larga melena castaña, que ahora lucía ámbar gracias a los rayos tornasolados. Y mi mirada se iluminó, como si un suspiro me fuera devuelto al alma.

Me acerqué detrás de ella y coloqué una mano en su hombro derecho. Se giró hacia mí y sonreí. Puesto que tácitamente ella sabía que yo vendría sin siquiera pedirlo, su expresión no reflejaba sorpresa sino agradecimiento.

Así de significativo era nuestro vínculo.

Su ojos color miel me dedicaron una mirada llena de ternura y tras contemplarnos durante algunos segundos, ella se incorporó y nos fundimos en un abrazo que, sin esperarlo, reconfortó en cierta medida dos almas que sufrían en silencio. Me incliné ligeramente y besé su frente con suavidad, gesto que pudo tranquilizarla. Tras soltarnos, volvió a sentarse e hizo espacio para mí a su lado derecho. Bajé el cierre de la chamarra de cuero y tomé asiento junto a Mimi.

—Me da gusto verte tan recuperada —Dije con franqueza, sonando más aliviado de lo que había anticipado,— ¿Cómo te sientes?

—Mejor —Anunció tratando de evidenciar optimismo— Me dieron de alta hace más de una semana. Joe me aseguró haberte avisado —Dijo Mimi con un dejo de reproche.

—Lo siento, no he visto ningún mensaje desde entonces —Admití vagamente.

—Entiendo —Asintió ella— Aunque, ¿sabes? No fue lo único que me dijo Joe —Añadió, con la clara intención de captar mi atención. Por lo que giré mi cabeza hacia ella— Gracias Yamato, por visitarme en el hospital.

—No fue nada. Es más, casi todos fuimos a verte —Agregué restándole importancia.

—Joe es un muy buen amigo. Él… pensó que yo no lo sabía —Dijo con una amplia sonrisa, que acentuaba inusualmente la belleza de sus facciones. Era la primera vez que reparaba en que su sonrisa transmitía una emoción distinta.

—¿Que yo iría? —Pregunté un tanto confundido.

—No precisamente. Joe pensó que yo no sabía… que tú sientes algo por mí —Anunció ella con voz queda mientras se sonrojaba. La observé durante algunos segundos y no supe qué responder. Maldije mentalmente porque sentía cómo mis mejillas se enrojecían al unísono.

—Yo… —Comencé a aclarar mi garganta—… siento haberte dejado sola aquella tarde.

Me observó comprensivamente, sin embargo pude notar cómo ese brillo de ilusión —que antes había encendido su rostro— desaparecía ante un dejo de pesadumbre en su mirar.

—Lo sé, tundra —Dijo ahora volcando su mirada en el horizonte— Hubiera ocurrido de cualquier forma, hubieras estado o no. Así que no debes culparte por ello —Anunció colocando su mano sobre mi rodilla.

El oleaje del mar había comenzado a irrumpir la costa con mayor vehemencia mientras las gaviotas sobrevolaban la bahía. El cielo se había iluminado de un matiz dorado, anunciando el punto más álgido del atardecer, mientras nosotros apreciábamos en silencio aquel paisaje.

Desde hacía tantos años atrás, la presencia de Mimi solía brindarme serenidad. Era tan desconcertante sentirme en libertad absoluta de ser yo mismo frente a ella, sin llenar el silencio de banalidades o pretensiones, simplemente podía enmudecer y ella no solo lo respetaba sino lo compartía también. Mimi podía leer mis emociones sin siquiera externarlas, puesto que ella era una persona altamente sensible y empática.

A través de los años, me percaté cómo la separación de mis padres había hecho estragos en la forma en que solía expresarme. En aquel entonces descubrí que al silenciar lo que realmente sentía, podía no solo proyectar una imagen de seguridad ante Takeru y ayudarlo a ser más fuerte, sino también me volvía menos susceptible al dolor. Y eso de alguna forma me ayudaba a protegerme.

Con el paso del tiempo eso se volvió una costumbre y había creado una barrera que no permitía exponerme ante el resto. Sin embargo, conocí a Mimi. Una niña sensible y tan extrovertida que fácilmente pudo ver más allá de la barrera y se acercó a mí. Al inició observé cómo desarrolló una gran afinidad con mi hermano, captando mi atención. Eventualmente comenzamos a contemplarnos sin decir palabra alguna, a caminar juntos y entendernos. Y entonces solo ocurrió, una chispa surgió, como combustión espontánea de dos elementos totalmente opuestos pero que actuaban en sinergia al compartir proximidad. Gracias a ella, había podido bajar la guardia y sentí que podía volver a ser yo.

Al crecer, naturalmente las cosas cambiaron y ello incrementó la distancia entre nosotros —desde que ella se mudó a Norteamérica, salir en citas con otras personas e iniciar una vida adulta—, hasta que las circunstancias volvieron a juntarnos. Fue ahí cuando me di cuenta que yo seguía guardando un gran cariño por sus ocurrencias, mientras me desesperaba terriblemente por lo obstinada que podía ser. Y solo entonces pude comprender que no se trataba de simple cariño, puesto que me sentí profundamente atraído hacia ella desde el momento en que tuve la oportunidad de besarla por primera vez.

Ya no me fue posible dar marcha atrás y no quise dejarla ir.

Ahora, estando a su lado contemplando el atardecer, me preguntaba cómo es que continuaríamos de aquí en adelante. Sin embargo, advertí que algo había cambiado súbitamente en Mimi y me giré para observar su perfil. Ella colocó un mechón de cabello detrás de su oreja y a medida de que volvía a bajar las manos, éstas se tensaron sobre su regazo. Su semblante se notaba afligido y me percaté que un atisbo de angustia había empañado sus ojos, los cuales se habían vuelto vidriosos.

—No… no me siento la misma desde que se marchó —Confesó Mimi quebrando el silencio— Yamato, ¿cómo haces para permanecer en una pieza… y no sentirlo?

—No lo he hecho, por eso me alejé. No hay día en que no le recuerde —Admití con franqueza, provocándome una punzada de dolor. Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras continuaba observando hacia el mar.

—Es de algún modo… mejor que la muerte supongo —Soltó Mimi con un profundo pesar, sacando una piedra del bolsillo izquierdo de su falda. Sí, aquella piedra que en antaño, había sido su dispositivo digital. Mi corazón se conmovió y no supe cómo reaccionar, sin embargo ella continuó hablando— No se ha acabado solo porque les hemos dicho adiós. Simplemente no puede terminar así —Dijo ella al sostener la piedra con firmeza, haciendo clara alusión a nuestros compañeros digitales. Algunas lágrimas ya habían comenzado a rodar por sus tersas mejillas, humedeciendo a gotas la piedra que yacía en sus manos.

Por fin me percaté por qué me había buscado hasta ahora. Había postergado la despedida durante todo este tiempo y ahora estaba lista para dejarla ir. Por eso me quería a su lado, para ayudarle y no atravesar sola por el duelo. De forma símil, ella también había cerrado su corazón hasta estar lista para soltarlo. Sin embargo, ¿cómo es posible consolar a alguien cuando uno también tiene el alma rota?

—Me he quedado aquí, pero quiero honrar su memoria y todo lo que me ha dado Declaró llevando la piedra hacia su pecho y cerrando los ojosY aún así, tengo fé en que algún día podré reunirme con ella otra vez. Sollozó Mimi con absoluta pureza, sosteniendo la respiración por instantes que parecieron eternos, ya que ella sabía que aquel sería el último suspiro. Cuando finalmente exhaló, la piedra se pulverizó entre sus dedos y los añicos fueron arrastrados por el viento.

Mimi rompió en un llanto de dolor tan profundo, que creí ella se desvanecería en cualquier momento, pues su desconsuelo la había hecho respirar más rápido entre sollozos y su piel se tornaba cada vez más pálida. La tomé entre mis brazos y la envolví con mi chamarra mientras aún la tenía yo puesta, en un intento por brindarle calor y resguardarla de su propia fragilidad. De inmediato sentí sus brazos rodearme y su cuerpo acurrucarse en el mío, a la vez que sus lágrimas habían comenzado a humedecer mi camisa.

Me sentía tan afligido, pues no sabía qué hacer para reconfortarla. pero lo cierto era que, hoy más que nunca, Mimi me necesitaba. Debía saber que, pese a cuán difícil me resultaba externar mis emociones, lo que sentía por ella era lo bastante fuerte para procurarla, aún cuando yo también estuviera devastado por dentro.

Apoyé mi mejilla izquierda sobre su cabeza y teniendo a Mimi en mi regazo, acaricié su cabello hasta que su respiración se apaciguó y los sollozos cesaron. Cada vez que mi mano se deslizaba a través de sus mechones, su cabello desprendía un olor suave y femenino a rosas y sándalo, aroma que había impregnado mi chamarra desde la última vez que nos vimos. Su cuerpo había comenzado a relajarse y esbocé una sonrisa. Sin duda, me sentí agradecido porque ella había había confiado en mí y al mismo tiempo, me complacía el hecho de tenerla a mi lado, ya que ahora deseaba brindarle la calma que ella siempre me había dado.

Así permanecimos en instantes suspendidos en el tiempo, mientras Mimi se hallaba cobijada en mis brazos y nuestros sentidos se habían echado a volar. La noté incorporarse y sus ojos me devolvieron una mirada indescriptible, cómo si estuviera embelesada por algo tan preciado y no podía evitar preguntarme qué había visto ella en mí. Tomé su cara entre mis manos y sus ojos suplicantes volvieron a perderse en los míos. Por primera vez, sentí algo que las palabras difícilmente podrían explicar. Cerramos nuestros ojos al unísono y coloqué mis labios sobre los suyos, a la vez que sentía cómo ella me correspondía el gesto con una delicadeza inequívoca. Era un beso que me brindaba bienestar, haciéndome pensar que a su lado podría ser el lugar más indicado.

Nos separamos tras algunos minutos y observé que su rostro reflejaba un semblante más tranquilo. Noté que su falda color celeste se había manchado por los restos de polvo que aún se encontraban entre sus dedos.

—Dame tus manos —Rompí el silencio mientras Mimi me extendía sus brazos y yo sacudía los restos de polvo de entre sus dedos.— A ella no le gustaría verte sufriendo —Dije en alusión a su antigua compañera.

—Tienes razón —Admitió con una ligera sonrisa— Siempre solía preocuparse por mí

—Lo sé. Eres más fuerte de lo que pareces, Mimi.

—¿Sabes? —Dijo evaluándome con la mirada y sonriendo de forma aprobatoria— Ella solía decirme exactamente lo mismo y creo que ambos tienen razón. Yo… les prometo a ustedes dos que seré fuerte. Y haré que se sientan orgullosos de mí —Anunció con un renovado optimismo y le sonreí de vuelta, pues me sentía complacido de que aquella mujer llena de energía volvía lentamente a la vida, pese a hallarse aún con el corazón roto.

Me extendió la palma de su mano, esperando por mí, por lo que coloqué mi mano sobre la suya y la entrelacé, sintiéndome extrañamente cómodo con ese gesto.

—Yamato, gracias por cuidarme —Reconoció y tras una pausa de algunos segundos, añadió— Como siempre lo has hecho.

—No es nada —Expresé, sin evitar que sus palabras continuaran resonando en mi mente durante algunos instantes.

Al inicio, me había desconcertado tanto el hecho de que una simple niña, a quien incluso yo había tomado por caprichosa e infantil, pudiera entenderme con tanta facilidad. Que su sensibilidad fuera tan alta, que sólo con un gesto lleno de dulzura pudiera reconfortarme, brindándole una inusitada tranquilidad a mi vida. Éramos tan distintos que pudiera resultar inverosímil. Mientras que yo era la tormenta que irrumpía con desesperación, ella era la luz que iluminaba el cielo después de la tempestad. La pureza de su alma brillaba con armonía y de algún modo, me traía paz.

—Vamos, debemos irnos. Ya está oscureciendo —Anuncié cuando los últimos atisbos de sol se habían transformado en un rayo escarlata que surcaba un cielo ya oscuro.

—¿A dónde iremos? —Preguntó mientras ambos nos poníamos de pie y ella recibía mi chaqueta de cuero, que le había tendido segundos antes.

—No lo sé, pero no tengo otro casco para ti —Admití y ella suspiró extrañamente aliviada, por lo que arqueé una ceja.— Así que tendremos que caminar o tomar el metro.

—¿Podemos… podemos ir a tu casa? —Propuso mientras ya habíamos emprendido el camino hacia la estación.

—¿A mi casa? Pero no tengo nada, ni siquiera sé si hay comida.

—Calma —Dijo ella con un suave movimiento de manos, tratando de restarle importancia— Podemos incluso ordenar una hamburguesa gigante con aguacate. Apuesto que tendrás siquiera un jugo de frutas —Sugirió con un brillo en los ojos.

—¡¿Otra vez vamos a empezar esa discusión?! —Pregunté un tanto exasperado y ella alzó los hombros

—Tú eres quien le da demasiada importancia, vamos que es igual…

—No sé cuántas veces te he dicho que requiere una técnica especial. No es como que lo pongas en un extractor y ya…

—Te propongo algo —Dijo plantándose frente a mí— Hagamos un reto y comparemos ambos, tu famoso jugo mixto y "mi terrible" jugo de frutas. Compramos los ingredientes y los preparamos. ¿Trato hecho? —Cuestionó ella extendiéndome la mano.

—Trato hecho —Respondí dándole la mano y retomamos la caminata— Vas a perder, te lo aseguro —Añadí observándola de reojo y noté cómo refunfuñaba a mi lado.

Y así, entre una tonta discusión que había tenido lugar cuando éramos tan solo unos niños, caminamos hacia la estación para tomar el metro que nos llevaría a mi departamento.


Notas de la autora: Muchísimas gracias por la recepción tan cálida que tuvo mi fic pasado; me llegaron felicitaciones por diversos medios (Fanfiction, Facebook, y Whatsapp) y se los agradezco desde el fondo de mi corazón. En esta ocasión, quise continuar desde el punto de vista de Yamato y el fic estará dividido en dos partes, cuya segunda parte (lemon) publicaré pronto. Espero haya sido de su agrado, incluyendo el guiño de la discusión de Matt y Mimi sobre el jugo en el Reboot :). Saben que sus comentarios o reviews serán siempre bienvenidos :D

Este fic está dedicado a Ruby y Karla, ya que ambas me han alentado a desarrollar una segunda parte. ¡Gracias por ser tan buenas amigas!