Capítulo 1

El hollow no era grande. Tal vez del tamaño de un auto compacto o similar. Tenía la mandíbula de una araña y seis pares de ojos distribuidos en una cabeza alargada. Una capa de pelo hirsuto colgaba en su lomo y tenía una cola lo suficientemente larga como para envolver un árbol y arrancarlo de raíz. Como la mayoría, tenía el agujero en el pecho donde había perdido la cadena del destino, y bramaba con su sonido característico. Una especie de chillido molesto que los humanos no podían escuchar.

Vino hacia mí dando saltos con sus patas terminadas en garras. Quería embestirme, y estuvo a punto de hacerlo, pero salté hacia la derecha en el momento preciso y dejé que se estrellara contra un muro de concreto.

—¡No te quedes parada, Rina! ¡Golpéalo!

—¡Ya lo sé!

Ayane se tomaba en serio la tarea de los shinigamis. No toleraba que ningún hollow desatara el caos en la ciudad que patrullábamos. Teníamos un record que mantener y ninguna de las dos quería estropearlo.

Me paré sobre un poste de luz. El hollow abrió las alas que tenía en la espalda y voló para ponerse a mi altura. Salió hacia mí como una abeja furiosa. Aguardé hasta que lo tuve cerca, y desenfundé mi zanpaku-tō. Lo esquivé hacia la derecha al mismo tiempo que rajaba su costado. La criatura se deshizo en el aire y todo rastro suyo desapareció del mundo real.

Cuando aterricé sana y salva, la mano de Ayane me dio un fuerte golpe en la cabeza y me mandó de bruces contra el suelo.

—¡Oye! —Exclamé—. ¡¿A qué coño vino eso?! ¡Estúpida!

—¡Ya te dije que no juegues con los hollow!

Ayane era mi compañera shinigami. Ambas pertenecíamos al quinto escuadrón de protección de la Sociedad de Almas; y como muchos de mis compañeros, nos destacábamos por nuestra eficiencia a la hora de proteger el mundo humano, derrotar a los hollow y enviar a las almas en pena a su eterno descanso.

—Bien, bien. No tienes por qué pegarme así. Me vas a romper la cabeza.

Ayane tomó aire y lo dejó ir lentamente. Cruzó los brazos y suavizó su expresión severa. Era una chica bastante linda cuando estaba enojada, o triste, o feliz. De hecho, toda cara que pusiera llevaba encima un aire de belleza que nos gustaba a la mayoría de las jóvenes en el escuadrón. Su largo cabello castaño siempre estaba amarrado en una coleta y se movía como un fantasma gracias a su agilidad.

—Bueno. Supongo que ya hemos terminado. Volvamos a nuestros cuerpos. Todavía tenemos trabajo que hacer.

Me tendió la mano para ponerme de pie. Quedé tan cerca de su cara, que mis mejillas se sonrojaron. Ella ladeó la cabeza.

—¿Qué? Estás colorada. No me digas que esa simple pelea te cansó. ¡Vamos! No aguantas nada.

—Cállate —aparté la vista y carraspeé. No tenía valor para decirle que, en vez de ir a la escuela, prefería quedarme con ella y hacer otra cosa. Algo distinto a la rutina de los shinigamis incógnitos como nosotras.

Fuimos por nuestros gigai, que eran cuerpos creados artificialmente y con nuestra apariencia. Gracias a ellos podíamos movernos entre los humanos y hacernos pasar por ellos. Cuando peleábamos, solíamos dejarlos en un sitio seguro antes de asumir nuestros papeles como shinigamis.

En esta ocasión, los habíamos dejado dentro de unos arbustos. Y sospechosamente, digo yo, mi cuerpo estaba sobre el de Ayane.

—¡¿Qué es esto?! —Exclamó mi compañera alarmada—. ¡¿Por qué los dejaste así?!

—¿Qué tiene? —Pregunté con inocencia fingida—. Supuse que estando yo encima de ti, te protegería mejor.

—¡Quítalo!

Rodé los ojos y lo hice. Me metí en el gigai y recobré la movilidad y la apariencia de una colegiala con la falda bastante corta. Ayane era más discreta, y su falda le llegaba unos centímetros por debajo de las rodillas. Parecía una monja recatada que jamás había tenido un pensamiento pervertido en toda su vida.

Se limpió el polvo del trasero y tomó su mochila.

—Bien. Andando, Rina.

—Sí, sí. Voy atrás de ti.

Estudiábamos en el instituto del sur. Una escuela normal con humanos con bajo poder espiritual. La mayoría de ellos ignoraba por completo que había otro mundo más allá de su imaginación. Un mundo de almas, hollow y otra clase de criaturas que podrían convertirse en un peligro si los shinigamis no nos encargásemos de ellos.

Entramos al salón de clases y Ayane se fue directo con sus amigas. Yo me senté en mi lugar de siempre, junto a la ventana, y resoplé con fastidio. La idea de pasar una jordana sentada y esperando a que "ella" hiciera algo, me parecía demasiado molesta.

—Buenos días a todos —dijo en cuanto se presentó al salón. Era la profesora Mirah, una despampanante rubia que venía del extranjero, y nuestro principal objetivo.

La Sociedad de Almas nos había encargado la misión de mantenerla vigilada. Tenía un poder durmiente en su interior y, según informes del doceavo escuadrón, seres malvados podrían estar tras ella.

Llevábamos siguiéndola poco más de un mes, y no había pasado nada del otro mundo.

La clase empezó después de que la delegada pasara lista. Mirah daba clases de literatura, así que por lo general, yo aprovechaba el tiempo para tomar una siesta o para contemplar a Ayane en secreto. Se sentaba dos lugares frente a mí, y aunque era una shinigami y no tenía por qué preocuparse por las calificaciones, le metía empeño al instituto.

La clase se terminó una hora después. Mirah salió con su habitual sonrisa. Ayane decidió que la siguiéramos como si nada, y así lo hicimos. La maestra caminaba delante de nosotras con su libro abrazado contra su pecho.

—Parece que hoy será un día aburrido como todos los demás.

—No te quejes —me sermoneó Ayane—. Es mejor que las cosas estén tranquilas. No quiero problemas.

—Ya, ya —puse las manos en la nuca y resoplé—. Sólo digo que sería bueno que…

Sentimos una presión espiritual. Fue como un repentino cambio en la gravedad de la Tierra. Algo que sólo los shinigamis podíamos sentir, y que nos puso la carne de gallina. Un instante después, una explosión sacudió el instituto.

—¡Tenías que abrir la bocota! —Gritó Ayane y corrió hacia la ventana de la derecha.

Y lo vimos. Una ruptura en el cielo—. ¡Es una Garganta!

Garganta. Una habilidad que sólo poseían los hollow de nivel "menos" y los "arrancar". Era un túnel oscuro que conectaba el mundo de los humanos con "Hueco Mundo", el lugar de donde provenían.

—¡Ve por la profesora Mirah! —Gritó Ayane.

—¡No! ¡Yo me encargo! ¡Quiero un poco de acción!

—¡Espera, Rina!

No le hice caso. Abrí la ventana y salté desde el tercer piso. Caí sobre unos arbustos y aproveché la cobertura para separarme de mi gigai y adoptar mi forma de shinigami. Volé hacia la Garganta y desenfundé mi zanpaku-tō. La apoyé sobre el hombro y esperé a que el hollow se hiciera presente.

Y lo hizo.

Era un hombre. Llevaba una chaqueta blanca, un hakama del mismo color y un cinturón negro. El fragmento de su máscara lo tenía en la frente y el agujero estaba a la altura del corazón.

—¿Eh? ¿Una shinigami? —Rió. La Garganta se cerró tras él y su mirada de ojos azules me escaneó de los pies a la cabeza—. Vete, no quiero perder mi tiempo contigo.

Bajó a tierra sin siquiera prestarme atención, el muy malnacido. Cosa que no le iba a perdonar en lo absoluto. Hice un shumpo para aparecer a su lado y le bloqueé el paso antes de que llegara al edificio de la escuela.

—Oye, oye —sonreí—. Creo que no sabes con quién estás hablando. Soy Rina y soy la shinigami encargada de esta zona. ¿Quién eres y qué haces aquí?

El arrancar sacó las manos de los bolsillos y su reiatsu se elevó por encima del mío. Era un aura de color verde que lanzó aire caliente sobre mí. En el momento en que vi que puso la mano sobre su zanpaku-tō, hice lo mismo con la mía y desenfundé en un instante. El choque de ambas katanas arrojó una onda de choque que me lanzó contra el suelo de la cancha de atletismo.

La alarma de la escuela estaba sonando y los humanos se dirigían a las salidas de emergencia. Tenía que llevar la pelea a otra parte si no quería involucrar víctimas inocentes. A nuestra capitana no le gustaría en lo absoluto.

—Está bien —sonreí confiada—. Si así lo quieres, voy a enseñarte de qué está hecho el quinto escuadrón.

El arrancar permaneció inmóvil y sin expresión alguna. Su cabello rojo y despeinado se movió cuando mi reiatsu estalló alrededor de mi zanpaku-tō para liberarla. El poder sellado del arma, de mi compañero de combate, encendió un aro de fuego a mí alrededor. Grité el comando de activación y el nombre, uno que me había costado más de dos años llegar a aprender.

—¡Respira, Kaigen!

El aro de fuego se hizo más grande y cercó al arrancar. Un muro de llamas surgió delante de él y lo cegó por un momento. Crucé el fuego y aparecí con el arma alzada. La espada se había convertido en una lanza con una hoja al rojo vivo que controlaba las llamas, y la dejé caer sobre él.

El arrancar la paró con su espada. Sonrió creyendo que me había bloqueado, pero ignoraba el poder de Kaigen. De la hoja de la lanza surgieron serpientes que corrieron por su brazo y lo envolvieron.

—¡Maldita! ¿Qué es esto?

Retrocedí con un shumpo y le apunté con el brazo.

—¡Hadou 33 ¡Sōkatsui!— Una técnica ofensiva. Un rayo de reiatsu que golpeó al arrancar. Las llamas de Kaigen lo habían inmovilizado lo suficiente para que mi ataque diera en el blanco, y una explosión poderosa sacudió la escuela.

Esperé a que el humo se disipara. A esas alturas, los humanos del instituto ya habían sido evacuados y los heridos deberían ser los mínimos.

El reiatsu del arrancar se incrementó y disipó la nube de la explosión. Abrí los ojos de par en par y retrocedí un paso. El hadou 33 era el más fuerte que sabía utilizar, y las llamas de Kaigen deberían de haberle drenado la mayor parte del poder.

—Vaya, señorita shinigami. He de admitir que eso sí que lo sentí. Está bien —rió—. Entonces ¿ahora qué?

Alzó el brazo y apuntó hacia mí. Su energía espiritual comenzó a integrarse en la punta de su dedo y tiñó su alrededor de rojo.

Un cero. Uno de los ataques más poderosos de los hollow como él. Y en manos de un arrancar, no tendría escapatoria.

—¡Cero!

El rayo iluminó mi rostro. No había manera de pararlo. Y sólo pude hacer una cosa.

Un shumpo para escapar. Lo ejecuté, y el rayo del arrancar golpeó el edificio de la escuela. Penetró las paredes, pulverizó los salones y abrió un inmenso agujero hasta el otro lado.

Me quedé absorta ante tanta destrucción. Y luego sentí la presencia del arrancar a mis espaldas. Me giré a tiempo para interponer a Kaigen entre su espada y yo; pero su zanpaku-tō golpeó la mía, y la partió por la mitad.

—¡No! —Grité. El arrancar en el aire y me encajó una patada en el abdomen. Caí como un meteorito sobre la tierra. Solté mi espada y me quedé ahí, sin fuerzas, con miedo en mis entrañas y una sensación de que estaba a punto de ser exterminada por ese hombre.

El arrancar volvió a apuntarme desde el aire. Su reiatsu empezó a concentrarse en su puño. Iba a lanzarme otro cero. Iba a rematarme, a extinguir mi alma con ese ataque. No podía moverme.

De repente, otra arrancar apareció junto a él. Y tenía a la profesora Mirah inconsciente bajo el brazo. Le dijo algo al arrancar de cabello rojo, y este deshizo el cero que estaba por arrojarme.

—Oye, shinigami —Gritó hacia mí—. Ha sido divertido. Nos volveremos a ver.

—Es… peren… —alcé el brazo, como si con eso pudiera atraparlos. La Garganta se abrió tras ellos y volvieron al hueco mundo. Entonces, perdí la consciencia.

Capítulo 2

Desperté con un fuerte dolor en la cabeza y sin saber en dónde me encontraba. Había una luz blanca en el techo y un silencio incómodo flotando alrededor. Al levantarme, la cabeza me dio vueltas y sentí que me desmayaría.

—¿Ayane? ¿En dónde…?

Me quedé callada y sorprendida al ver que, al lado de mi cama, estaba Kaigen, mi zanpaku-tō, y tenía la hoja fisurada casi hasta el punto de partirse por la mitad. Eso me hizo recordar el combate con el arrancar y todo se volvió más claro.

Había fracasado en mi misión.

Me puse de pie lo más rápido que pude, enfundé a Kaigen y salí de la habitación. Estaba en la Sociedad de Almas, dentro de uno de los pabellones del cuarto escuadrón, el encargado de prestar apoyo médico a los shinigamis heridos en combate.

Corrí por el pasillo en dirección a la salida. Un shinigami apareció delante de la puerta y no tuve tiempo de frenar. Terminé chocando contra, pero dado que yo era un renacuajo en comparación, caí para atrás y me golpeé el trasero.

—¡Auch! ¡Oye, ten más...! —no pude terminar de hablar. Había chocado contra mi propia capitana.

Se llamaba Tarisa Gondo, del quinto escuadrón. Era una mujer alta, de cabello negro bastante largo adornado con una flor roja. Su zanpaku-tō estaba oculta por su haori blanco y sólo asomaba su empuñadura roja.

—Patético —dijo mirándome desde arriba.

—Oh… capitana.

Apenas me puse de pie, Tarisa cubrió mi cara con la mano y me lanzó hasta el otro lado del pasillo, justo sobre unos shinigamis que pasaban por ahí.

—¡Ponte de pie, Rina! —Ordenó con su voz gruesa y demandante. Cruzó los brazos y caminó hacia mí, decidida a volarme la cabeza con su reiatsu.

—¡Sí! —Grité y me levanté como si tuviera un resorte en la espalda.

—Tenías un solo trabajo ¿no es así?

—Eh… sí —bajé la mirada hacia sus sandalias—. Pero es que…

—¿Qué pretendías enfrentándote a un arrancar tu sola?

Gruñí para mis adentros y alcé la vista, desafiante. No iba a dejar que me regañaran sólo porque sí. Había arriesgado mi vida para proteger a Mirah. No merecía un regaño.

—¡Soy una shinigami! ¡Tenía que hacer algo!

—¿Y preferiste pelear tú sola en vez de escapar con el objetivo? Dejaste a Ayane y gracias a eso, la humana llamada Mirah fue secuestrada por nuestros adversarios. ¡Cielos! No puedo creer que esto pasara.

—Lo lamento, capitana. Yo…

—Está bien —se rascó la cabeza y tomó una profunda bocanada de aire—. ¿Cómo estás?

—Adolorida, pero me recompondré. ¿Qué hay de Ayane?

—Ella está bien. Está rindiendo un informe ante el capitán comandante en estos momentos. Ven conmigo.

Suavizó un poco su mirada tajante y me hizo seguirla fuera del cuartel del escuadrón. No dijo nada en todo el tiempo que nos tomó llegar hasta la sala de reuniones de los trece escuadrones. Los capitanes estaban ahí, parados en dos filas ante el comandante de la Sociedad de Almas: Blaze Yamamoto. Un descendiente del legendario Genryūsai.

Era un individuo relativamente joven, con un aspecto atractivo, brazos musculosos y cabello corto. Estaba sentado en su trono, con su enorme zanpaku-tō de fuego a un lado de él. La espada era grande y podría romper a un menos por la mitad con un solo barrido de ella.

Ayane se levantó después de rendir su informe. Mi capitana se paró a un lado. Los otros capitanes dirigieron su atención hacia mí; y estar en presencia de tantos shinigamis poderosos casi hizo que vomitara por los nervios.

—Rina —dijo Blaze—. Tú fuiste la única que tuvo contacto directo con el enemigo. ¿Qué puedes decirnos?

—Sí, señor. Uhm… eran dos arrancar. Dijeron que nos volveríamos a ver.

—¿Podrías reconocerlos si los vieras? —Preguntó el capitán Rue, de la doceava división. Se trataba de un sujeto callado, de alborotado pelo blanco y con anteojos. Según mi capitana, pocas veces hablaba en las reuniones y sólo lo hacía cuando algo le interesaba.

—Sí. Tengo su cara grabada en mi memoria.

El capitán activó el anillo que tenía en su delgada mano izquierda y desplegó una pantalla holográfica en el aire. Entonces apareció el mismo arrancar con el que había peleado, o más bien, el que me había dado una paliza. Estaba luchando contra otro shinigami que no había corrido con la misma suerte que yo. En el video claramente se veía como el arrancar lo partía por la mitad.

—Sí. Es ese.

Blaze resopló.

—Entonces, están cerca de obtener las cinco reliquias ¿no es así, Rue?

—Así es —respondió el capitán—. Sólo queda una. Ya está bajo nuestra protección, pero recomendaría trasladarla a la Sociedad de Almas cuanto antes.

Blaze asintió. Era increíble como Rue podía convencerlo. De todos modos, el capitán de la doceava división era un científico y todos confiaban en su juicio.

—Eh, tengo una pregunta —dije antes de que se terminara la reunión—. ¿Qué está pasando?

—No es algo que tengas que saber —dijo Blaze—. Esto les concierne a los capitanes.

—Entiendo…

Sonrió para aligerar el ambiente.

—Hiciste bien en enfrentarte contra ese arrancar. Todos los shinigamis tienen una misión —hizo una pausa y se dirigió a mi capitana—. Es una buena guerrera, Tarisa. No seas severa con ella.

—Recibirá una sanción adecuada, capitán comandante. Pero tiene razón —sonrió—. Es de lo mejor que puede ofrecer el quinto escuadrón.

—Pueden retirarse. Rue, quédate. Hay cosas que tengo que hablar contigo.

—Como deseé, señor.

Al terminar la reunión, logré reunirme con Ayane. La capitana nos había dado permiso de tomarnos un tiempo libre para pensar en lo que habíamos hecho. Y Ayane no estaba contenta.

—Me dejaste —se apoyó en el balcón de nuestro cuartel y contempló a la Sociedad de Almas desde las alturas—. La otra arrancar me derrotó con facilidad. Si hubiésemos peleado juntas...

Bajé la vista, avergonzada.

—Lo siento. Yo no…

—No es la clase de cosas que se arreglan con una disculpa, Rina. Fracasamos en la única misión que teníamos. Debimos haber escapado con Mirah.

—Era un arrancar —gruñí—. Tú sabes lo mucho que los odio. Desde que ellos mataron a mi hermano, yo…

—Tu odio está bien —sentenció con la mirada fija en el horizonte—, pero si dejas que te nuble en el momento menos adecuado, será tu perdición. Eso es todo lo que tengo que decirte.

Se alejó de mí sin siquiera mirar atrás, y yo tampoco tuve el valor de seguirla. Lo había echado a perder y no tenía razones para seguir disculpándome.

—Oye —habló la capitana Tarisa a mis espaldas—. Es hora de tu sanción. Sígueme.

Oh… esto iba a ser doloroso.

Capítulo 3

No eran azotes ni castigo corporal. Hacía tiempo que el capitán Blaze había prohibido a los capitanes y tenientes darle esa clase de reprimendas a sus subordinados. Sin embargo, eso no impedía que Tarisa encontrarse otras formas de atormentarnos. Y no es que la odiara, porque era mi capitana y la quería como todas en el escuadrón. Sólo que, a grandes rasgos, yo era la más problemática y siempre se las ensañaba conmigo.

—¡Vamos! ¡Una vez más!

Convertirse en un costal de entrenamiento era la mejor manera de saldar deudas con ella. Así pues, tenía que pelear con ella usando una espada sin gracia. De todos modos no hubiese podido luchar con Kaigen, pues todavía estaba reparándose a sí mismo y eso iba a llevar al menos un par de días.

Tarisa, sin embargo, estaba usando sus zanpaku-tō (sin liberar, claro). Y tanto ella como el arma eran poderosas. ¿Qué podía esperar de una capitana?

Se lanzó contra mí. Puse todas mis fuerzas en los brazos para contrarrestar su ataque, y aunque mi reiatsu se elevó lo suficiente para resistirlo, el suyo se hizo presente y me envió unos diez metros lejos de ella. Ni siquiera me había puesto de pie cuando Tarisa apareció con un shumpo y estampó su zanpaku-tō contra mi pobre katana. Contraataqué con más fuerza y velocidad. No podía contenerme con ella. Era su regla.

—La próxima vez que estés delante de un arrancar, no intentes pelear sola contra él.

Sermones y más sermones.

—¡Lo tendré en mente! ¡Ahh!

Hice un shumpo para aparecer tras ella. Tarisa desapareció y reapareció sobre una piedra alta. Se sentó y colocó su zanpaku-tō sobre sus rodillas dobladas.

—Suficiente. Ya puedes descansar.

Apenas me lo dijo, solté la katana y caí de espaldas sobre la tierra. Hacía un calor tremendo y estaba adolorida por la pelea contra ese arrancar.

—¿Puedo hacerle una pregunta, capitana?

—Adelante. Y que no tenga que ver con la reunión de hoy.

—Está bien —resoplé y me senté delante de ella—. ¿Han sabido algo sobre mi hermana perdida? Dijo que cuando tuviera alguna pista, me la diría enseguida, pero he estado un tiempo en el mundo real y no…

—Todavía no hay noticias de ella —dijo tras un suspiro de cansancio—. Y el capitán comandante está presionando para que nombre a una teniente.

—¿Y lo hará? Es decir… Maya era su teniente. Cuando ella regrese, usted…

—Su ausencia se siente en el cuartel —aceptó bajando la cabeza—. Los capitanes tenemos que hacer bastante papeleo. A veces desearía quitarme el haori y salir a cazar hollow como ustedes.

—¿Y qué se lo impide? —Pregunté con una sonrisa—. Simplemente vaya al mundo humano por alguna razón inventada y dese el gusto.

Tarisa sonrió.

—Ya no puedo hacer eso. No me tientes, niña —hizo una pausa y tomó una profunda bocanada de aire—. Puedes retirarte. Tengo que hablar con mi zanpaku-tō.

—Está bien, está bien.

Me fui después de hacer una reverencia. No había momento más sagrado entre un shinigami y su zanpaku-tō, que cuando estos se conectaban para hablar y entenderse. Solía hacer lo mismo con Kaigen meses atrás, pero no había entablado comunicación con él últimamente. Lo haría en cuanto se reparara por completo.

EN HUECO MUNDO

Arrojaron a Mirah dentro de una celda helada. La mujer, asustada hasta la médula, se volvió hacía sus captores y suplicó con lágrimas en los ojos.

—¡Por favor! ¡Déjenme ir! ¡Déjenme ir! ¡No sé qué pasa!

Vinila la contempló con desdén. Era una arrancar bastante alta, con el pelo blanco y corto. Tenía unos ojos severos y una expresión fría que iba bien con el poder de su zanpaku-tō.

—Una palabra más, humana, y te mataremos de la forma más dolorosa que puedas imaginar.

Mirah se echó para atrás con tal de mantenerse alejada de esa mujer. Se quedó viéndola con terror hasta que Vinila se dio la vuelta y caminó por el oscuro pasillo, lejos de la celda.

No era la primera vez que Vinila veía a Mirah. Ella y sus compañeros arrancar llevaban estudiándola por seis meses y sólo habían esperado el momento preciso a que su reiatsu fuera suficiente para arrastrarla hacía Hueco Mundo. Y la operación había saludo exitosa a pesar de que dos molestas shinigamis se habían topado con ellos.

—La mujer —dijo una voz masculina detrás de una columna—. ¿Está a salvo?

Vinila se detuvo y miró hacía las sombras.

—Sí. ¿Crees que la lastimaría, Astor?

El otro arrancar salió de su escondite. Era parecido a Vinila. Habían sido hollow hermanos antes de convertirse en arrancar y entrar a formar parte de la Legión Negra. Aun así, su parentesco terminaba en lo físico.

—No lo sé —dijo el arrancar con las manos metidas en los bolsillos de su hakama—. ¿Será porque odias a los vivos?

—Tonterías —respondió Vinila e ignoró la mirada de su hermano—. Andando. Nos están esperando en la reunión.

Empezó a caminar con Astor tras ella. Si bien confiaba en que su hermano nunca la atacaría por la espalda, más le valía estar prevenida. Una nunca sabía qué pensamientos pasaban por la mente de otro arrancar. Eran criaturas nacidas del odio y la soledad, después de todo.

Llegaron hasta una habitación extensa donde había otros seis arrancar como ella. Estaban delante de una mujer sentada en un trono. Sobre las piernas tenía una gran zanpaku-tō y portaba una indumentaria roja parecida a la de un shinigami del rango de capitán.

—Al fin tenemos a la reliquia en nuestro poder —dijo dirigiéndose a los arrancar—. Han sido meses de espera que han dado frutos. Sin embargo, todavía estamos lejos de recuperar el Ojo del Vacío. Necesitamos el poder de la Sangre, y sólo hay una criatura que lo tiene.

—Ya la hemos localizado —dijo un arrancar—. Está en el mundo humano, no muy lejos de donde capturamos a la última reliquia. Sin embargo, hay un problema con esta persona.

—¿Cuál es, Tiaro?

—No se trata de una persona normal. Es una descendiente del legendario shinigami sustituto, Kurosaki Ichigo. Se llama Kurosaki Rei.