Es a través de estos ojos que te puedo ver.
Resumen: Catelyn encuentra a Nymeria durante la guerra. Madre e hija se encuentran … por llamarlo así …
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Últimamente siempre seguía el mismo ritual: noche tras noche, sentada al calor del fuego con el gran lobo en su falda, su mano acariciando suavemente el pelaje gris, sus finos dedos sintiendo todos y cada uno de sus pliegues. Cerraba sus ojos e imaginaba otra cosa entre sus brazos, alguien más.
- Eso no es una mascota, Cat – la regañaba su hermano.
- Ese es un animal peligroso. ¿Por qué no te consigues una trucha? – bromeaba su tío.
Pero ellos no entendían. Nadie entendía. ¿Cómo podrían?
Su hijo era el único que nunca le decía nada, el único que entendía.
- Me voy a la cama – anunció.
El lobo no precisaba que le dijeran nada. La siguió pegada a sus piernas a través del pasillo y por las escaleras. Entró tras ella una vez que abrió la puerta de su dormitorio. Los ojos del lobo no dejaban de mirarla más que para brindarle privacidad mientras hacía sus necesidades y se quitaba la ropa para ponerse el camisón.
Apenas la mujer se hubo acostado, palmeó la cama y el lobo no tardó en trepar junto a ella. La mujer levantó la manta para permitirle al lobo meterse adentro con ella. Hacían esto todas las noches. Dormían lado a lado compartiendo el calor de sus cuerpos conectados, los brazos de la mujer perchados todo a lo largo del cuerpo del animal y su mano jugando dulcemente con el pelo del lobo.
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La niña estaba cansada. Llevaba semanas escapándose. ¿O eran meses? No sabría decirlo.
Había visto la cabeza de su padre rodar por los peldaños del Gran Septo de Baelor y había escuchado el grito desgarrador que pegó su hermana justo antes de desmayarse, para luego no saber más de ellos. Había visto decenas de campesinos asesinados por nada. Hasta ella misma había matado. Había visto horrores inimaginables que acecharían sus pesadillas hasta la eternidad. Sin embargo, era justamente en la noche el único momento en que se sentía segura, abrazada por los brazos reconfortantes de una fuerza que no podía tocar.
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- Pronto estaremos juntas, mi amor – la mujer susurraba tristemente al oído del lobo en el silencio de su habitación. Las ventanas estaban abiertas, permitiendo que el fresco aire de los ríos se posara en sus rostros. La luz de la luna penetraba la oscuridad brindando suficiente resplandor para clavar su mirada en los ojos del lobo que yacía en su cama, ojos azules y amarillos se abrazaban a media luz.
- Lo se. Estaremos juntas pronto … de una forma u otra – agregó débilmente.
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La niña aborrecía el día. Estaba cansada de correr y esconderse, de raspar ruinas buscando alguna migaja o de lamer hojas húmedas para saciar su sed. Odiaba lo que sus ojos veían, los soldados y sus luchas, y la destrucción que dejaban tras ellos. Les temía, y temía lo que le harían a ella si la encontraban. El día no traía nada más que horrores.
La noche, sin embargo, le traía paz y tranquilidad. En la oscuridad cerraba los ojos y podía ver. Podía sentir una suave brisa marina posarse en su rostro y podía ver unos penetrantes ojos azules que irradiaban amor y ternura.
- Pronto estaremos juntas, Madre. Lo se. Estaremos juntas pronto… de una forma u otra …
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Esto se me ocurrió el otro día; un domingo lagarteando tranquila en el sofá junto a mi esposo, mis brazos abrazando a mi perro (un salchicha llamado Hércules) mientras mi hijo adolescente estaba jugando al Playstation al lado nuestro y mi hija adolescente estaba en su cuarto con su celular. Y me vino a la cabeza que ya ninguno de mis hijos busca mis abrazos. Ya no vienen a mi cama de noche buscando tranquilidad (ojo, no es que yo quisiera que lo hagan a esta edad – ¡no soy Lysa Tully!) ... Pero lo extraño :(
... y por algún misterioso motivo, la imagen de Catelyn se me vino a la mente y pensé cómo le hubiera gustado a ella poder abrazar a sus hijos. Tenía cinco hijos para abrazar pero ninguno estaba con ella – y el que sí lo estaba ya había pasado esa edad
